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Capítulo V

Capítulo V:

El Sol estaba despuntando, salía a través de las Montañas de Asia Menor, moviéndose, lentamente, como si quisiera evitar que la gente se despertara para volver a combatir. Sus rayos dorados fueron "tocando" los picos nevados, cubiertos bajo aquel manto blanco eterno. Una historia que ellos tenían allí. Los animales que rondaban y continuaban con sus vidas a pesar de la guerra en la que el Hombre, como otras tantas civilizaciones habían tenido. La Naturaleza se abría camino. Nuevos árboles crecían, otros dejaban sus semillas, regadas por las ardillas y otros mamíferos, así como también el polen que picaflores, abejas y abejorros llevaban consigo, continuando con la "cadena" hasta que, de golpe, un ruido seco se oyó en el Norte. Las criaturas que Dios y la misma evolución trajeron, elevaron la mirada, sorprendidos. Los ciervos corrieron lejos de allí, llevándose a los pequeños. Las aves, ante el sonido, pegaron un vuelo hacia el Este, mientras que los más pequeños corrieron a refugiarse de allí. 

Ese ruido era el da "La Gran Bombarda" y los cañones de menor tamaño que dieron por iniciado ese día, 29 de Mayo de 1453 D.C, como la fecha definitiva para cumplir con su objetivo. Los Otomanos, envalentonados por el discurso que Mehmed había dado la noche anterior y con el Eclipse Lunar, partieron hacia la ofensiva definitiva. En Bizancio, las campanas habían estado sonando toda noche, la gente estaba resguardada en la Catedral de Santa Sofía de Constantinopla, rezando a más no poder, pidiendo perdón por sus Pecados junto al Emperador Constantino XI Paleólogo, quien estaba con su familia allí, implorando a todos los Santos, Ángeles y a Dios Todopoderoso que los salvara de ese Infierno. 

Los hermanos Spontino habían estado trabajando durante toda la noche y con turnos rotativos, al igual que sus padres, en las fraguas junto a los otros herreros y demás maestros en el acero y el hierro. Hana y Luka observaban cómo las columnas de humo, provenientes de los proyectiles que los cañones tiraban contra ellos habían explotado y destruido gran parte de los edificios, hogares y negocios. Muchos estaban en llamas, las columnas y lenguas ígneas se elevaban hacia los Cielos y eso les hacía recordar al poema "La Ilíada" de Homero, cuando los Aqueos se infiltraron, dentro del "Caballo de Troya", durante la "Guerra de Troya" y destruyeron la ciudad con toda su población, exceptuando los que huyeron junto a Eneas. 

- ¡Chicos!.- Oyeron la voz de León Basileus Paleólogo, quien llevaba con su Armadura impecable y espada en mano.- ¡Ya han hecho más que suficiente, el Emperador de Bizancio les ordena de que se vayan de aquí, diríjanse a la ciudad ahora mismo!.- Pidió éste a los chicos, quienes se miraron entre ellos. 

- ¡Queremos quedarnos hasta el final, nuestro hogar está aquí, León!.- Pidió Hana al militar, quien no los podía dejar allí, solos. 

- ¡No tenemos tiempo para esto, hermana, hay que irnos!- Acató Luka el pedido de aquel peli negro, sin embargo, ella no pensaba lo mismo.

- ¡Nuestro hogar está aquí, Luka, lo mismo nuestras vidas, no pienso dejarlo por nada del Mundo!.- Se negó ella en retirarse pero todo cambió cuando un proyectil, proveniente de uno de los cañones cayó sobre la fragua y el taller de ellos, haciendo que todo el lugar se incendiara. Parte de la estructura se vino abajo y con ello el hogar de los Spontino, convertido en lenguas de fuego, llamas, ascuas, cenizas y humo, desapareciendo, en cuestión de segundos, frente a sus ojos. 

Parecía que la desgracia y la mala suerte les seguía, por lo que León tuvo que llevárselos a la Ciudad Imperial junto a un Destacamento de Caballería. 

Desde Santa Sofía de Constantinopla salía el Emperador Constantino XI, mirando hacia los Cielos y el Norte, en donde estaban emplazadas las murallas, contemplando con tristeza y desdén el humo que se alzaba hacia los Cielos, convirtiendo a su ciudad en una completa zona devastada por un Ejército nunca antes visto. Ya habían tenido innumerables intentos de conquista: Godos, Búlgaros, Árabes, Turcos Selyúcidas, Mongoles y hasta los Vikingos pero todos habían fallado en su idea. Ahora se veían envueltos en la mayor derrota de la historia. Dios no estaba, ese día, con ellos o tal vez era parte del destino mismo. Pensó en lo ocurrido con el Imperio Romano de Occidente tiempo atrás, recordó al Prefecto del Pretorio Flavius y fue entonces que decidió volver al Palacio Imperial para reunirse con la Cúpula Militar y Política, con la misión de planificar su último plan de defensa. 

Inició la marcha, viendo cómo los civiles seguían huyendo hacia la urbe capitalina, amparados por la protección divina. Los miraba, a cada uno de ellos. A todos los que estaban allí, desesperados, presos del miedo, la conmoción y el terror que sentían al estar a merced de un posible Tirano. Un monstruo, como se había "retratado" a los Otomanos cuando sus Antepasados más cercanos, los Selyúcidas, masacraban a poblaciones enteras, dejándose llevar por el Extremismo Religioso y cometían atrocidades que el mismo Mahoma rechazaba. Incluso atentaban contra los Musulmanes que no pertenecían a su grupo étnico, quemando sus Mezquitas, al igual que contra los Cristianos y Judíos. 

El Sol estaba saliendo y sus rayos tocaban la extensa Ciudad Imperial, la Capital que en otrora de tiempos pasados se levantó con sangre, sudor y lágrimas desde los tiempos en los que Antiguos Griegos llegaron hasta allí, huyendo de la pobreza, el hambre, la guerra y los terremotos, en los hechos conocidos como la "Segunda Inmigración" que sucedió a la llegada de los Dorios y otros grupos étnicos a la Península Helénica tras la caída de los "Palacios Micénicos". Por ella marcharon incontables generaciones de intelectuales, políticos, militares y hasta científicos. Ahora cundía el pánico, muchos abarrotaban los Puertos para escapar de allí hacia Europa, sobrecargando a las naves. El Emperador ordenó detenerse, aunque fuera por un momento, para ver la desesperación de su gente. Unas lágrimas bajaron por sus ojos, quería romper en llanto por el dolor que sentía, al compadecerse de ellos pero no pudo, tenía que continuar firme en la batalla, por lo que se refregó las mismas y se giró hacia sus Caballeros.

- ¡Para el Palacio Imperial, ahora! ¡Si Mehmed quiere mi cabeza, no le será tan fácil!.- Desafío el propio Monarca al Sultán, insuflando los ánimos.- ¡Aquí es donde está nuestra historia y mientras haya Guerreros con corazón de hierro que peleará, lo mismo hará su Emperador!.- Juró, apretando su puño derecho hasta casi enrojecerse.

Envalentonados por esas palabras, el Destacamento partió hacia su destino, llegando, en medio de los combates más feroces. Al ingresar en el Palacio Imperial, el Monarca se encontró a Giovanni Giustiniani herido, recostado en una camilla y con una profunda herida en su abdomen, mientras que un cirujano era tratado. El Emperador caminó y se arrodilló ante él, tomando de su mano.

- Bashara me trajo hasta aquí.- Le explicó el Almirante, señalando hacia donde estaba el Oficial Imperial, de pie y en posición de firmes. Luego volvió a mirar al Monarca.- 

- Te pondrás bien. Resiste un poco.- Le animaba éste pero Giovanni negó con la cabeza.

- Debemos sacarlo de aquí, Su Alteza.- Informó el cirujano personal del italiano.- Si no lo hacemos pronto, esa herida se infectará con alguna bacteria.

- No, no puedes irte, te necesitamos. La guerra continúa.- Insistió el peli castaño. Todo fue en vano, ya que Giovanni le tomó de las manos con fuerza.

- Dejé instrucciones bien claras a mis Comandantes y Oficiales: Nadie abandonará sus puestos. Yo estaré bien, volveré pronto.- Le prometió el extranjero, llevando a que Constantino tuviera que ceder y que lo llevaran hacia un barco que lo repatriaría hacia Italia para que curaran de sus heridas. 

A su vez, la noticia acerca de que Giustiniani iba a ser evacuado vía marítima se expandió igual que la pólvora. En medio de los combates y cañonazos, las reparaciones, los extranjeros que tenía bajo su mando conversaban entre ellos. Muchos hablaban de unirse y escapar, la batalla no tenía fin y muchos estaban extenuados. Se lo podía ver en los rostros de aquellos griegos y demás europeos que daban todo para que su Imperio continuara de pie pero todo estaba decidido. Sumado a ello, los rumores se hicieron realidad y la gente pedía que el Almirante se quedara hasta el final pero, al ver que su estado de salud se iba deteriorando, debieron reconocer su decisión final, aunque prometió que volvería. 

Por su parte, Mehmed ordenó al Comandante Murad del "Cuerpo de Jenízaros" que se prepararan, una vez que las tropas de la Infantería y los Bachibuzuk, los cuales eran Soldados extranjeros, provenientes de distintas partes de Europa pero que fueron convertidos al Islam, volviéndose muy fanáticos. Éstos cargaron pero terminó siendo un fracaso tras otro. Los "Jenízaros", las "Fuerzas de Élite" que contaba el Sultán también perdieron su embate y más cuando se enfrentaron, cara a cara, con Helena y León, quienes comandaban a los Bizantinos y los europeos que prefirieron quedarse ante que cometer deserción, como hicieron muchos otros que optaron por tomar esa "ruta de escape", subiéndose a los barcos. 

- Siguen resistiendo. No logro comprender, Su Alteza, ¿por qué continúan peleando?. Están agotados. Es una pregunta que me inquieta.- Alegaba Murad, hallándose frente al Sultán, quien estaba pensativo. Llevó una mano hasta su barba pelirroja y de ahí obtuvo lo que buscaba, mirando hacia las murallas.

- Ellos son descendientes de los Griegos, los primeros que vinieron y fundaron esta ciudad. Luego fue parte de Roma cuando se expandió y ahora están listos para dar todo por su Patria. Lo reconozco y hasta estoy sorprendido. Sin embargo, recuerda esto, Murad: Ninguna civilización o Imperio perdura para siempre. Nosotros también entraremos en la decadencia, algún día y seremos reemplazados por otro o asimilados, todo depende de cómo es que dirijas tu reinado. Puede ser próspero o terminarás cayendo en la corrupción y la avaricia. Eso ocurrió con los Romanos y luego los Mongoles, incluso Tamerlán no pudo organizar un gobierno firme.- Le explicaba el Monarca a aquel Comandante de los "Jenízaros", quien lo escuchaba atentamente.- Son dignos guerreros, eso no lo voy a omitir ni ignorar.

- ¿Y qué piensa hacer cuando termine? ¿Cumplirá con la promesa del saqueo?.- Oyó la voz de Celim y éste se volteó para verlo.

- Los Soldados recibirán su paga, eso no cabe duda pero no voy a tolerar que se ensañen con los civiles. Una vez que termine la guerra, se respetarán sus vidas, propiedades, tierras y religión. Todo aquel que desobedezca esta orden será castigado con la "Pena de Muerte". Que se haga oír mi advertencia.- Sentenció Mehmed II a sus hombres y varios "Emisarios" fueron corriendo y a caballo para dar las novedades del Monarca.- Espero que nos podamos volver a ver, Constantino. Fuiste un hombre educado, todo un Caballero, al igual que León, tu hermano. Incluso la esposa de él, Helena, me han dejado sorprendido por esta resistencia y férrea voluntad que tienen consigo.- Pidió, como único deseo personal y de ahí fue a por su caballo.

De golpe, las trompetas sonaron y la "Guardia Imperial" llegó con el Emperador Bizantino a la cabeza. La moral de sus hombres se volvía a elevar y gritaron consignas de victoria o muerte para la lucha. Constantino XI Paleólogo había llegado, luciendo su Armadura, Yelmo, espada y lanza. Iba a pie pero con sus mejores Soldados a su lado, así como también venía Leo Bashara, el Oficial Imperial. Pronto, los miembros de la "Guardia Imperial" tomaron posiciones y abrieron un "corredor" para que el Emperador pudiera caminar hasta donde estaban los otros, a la espera de nuevas órdenes.

Al primero que vio fue a León, su hermano y con quien tuvo un fuerte abrazo que duró un buen rato. Ambos se miraron a los ojos, el brillo, entremezclado con las lágrimas, se hizo sentir y con ello de que los dos estarían juntos hasta el final. Luego caminó y llegó hasta donde se encontraba Helena, a quien le dio un beso en la frente, deseándole lo mejor.

https://youtu.be/vH00U6gKoqw

- Son momentos muy difíciles para nosotros, los Bizantinos, pero, en la victoria o la derrota, la vida o la muerte, la riqueza o la pobreza, nos hemos mantenido más que unidos, como una familia y ahora estamos a merced de una confrontación final. No voy a mentirles, será una lucha sin cuartel. Puede que los Otomanos no tomen prisioneros pero no importa: No podemos ver el Futuro, sino construirlo desde el Presente y aprendiendo de nuestros errores del Pasado, para que nuestros hijos y nietos puedan vivir en armonía. ¡Hoy, pase lo que pase, quiero decirles que han sido los mejores y más leales guerreros que he tenido! ¡Y me siento muy orgulloso de luchar a su lado, como se ha hecho por siglos y hasta milenios! ¡Soldados, todos combatan unidos hasta el último hombre! ¡Si hay que morir, entonces nos llevaremos a unos cuantos de nuestros enemigos al Otro Mundo! ¡HACIA LA VICTORIA!.- Dio Constantino su discurso y al desenvainar su espada, lanzó un grito de batalla y con ello fue hacia donde estaban los Otomanos avanzando.

Los enemigos habían conseguido entrar, debido a que un portón quedó semi-abierto y éstos pudieron infiltrarse dentro. Lo que no esperaban era que los defensores los emboscaran en la "Puerta de San Romano", desatándose una feroz contienda entre ambos bandos. El Emperador Bizantino, a la cabeza de sus tropas, cargó y mató a los primeros Otomanos. Uno cayó decapitado, otros dos siguieron el mismo destino, tres fueron cercenados su cuellos y así sucesivamente. Era imparable. A su lado, Leo Bashara combatía como un León, con espada y escudo en las dos manos. 

Al primero que se le acercó, un integrante de los "Jenízaros", quien venía armado con su lanza, le partió el poderoso escudo contra la cabeza, matándolo al instante. El cuerpo cayó inerte y de ahí vinieron sus colegas. Ellos pudieron ver a un "León" que rugía en sus ojos y lanzando un grito de batalla, el Oficial Imperial cargó contra ellos, matando a todo el que se interpusiera en su camino, empapándose con su sangre. 

Desde las brechas provocadas por los bombardeos de los cañones y otras máquinas de guerra Otomanas, venían más efectivos que se colaban como abejas a un panal. León y Helena dirigieron a los arqueros y ballesteros, quienes lanzaron una letal lluvia de flechas. El "Fuego Griego" y los cañones Bizantinos tampoco se quedaron atrás y cegaron incontables vidas enemigas. 

El olor a la carne quemada de aquellos que se desplomaron, incapaces de apagar las llamas de sus ropas y Armaduras, así como también los otros que fueron pulverizados por los impactos de las balas de la Artillería Pesada, llevaron a que tuvieran que recibir la ayuda de las "Tropas de Élite" que contaba el Sultán. 

Pronto, desde el frente mismo, Constantino XI atisbó a Mehmed II, quien venía con su "Guardia Imperial" y sus mejores Comandantes, Oficiales y Generales bajo su mando. Sacando la espada de entre las entrañas de un Otomano abatido, el Emperador observó a su enemigo y el otro hizo lo mismo, teniendo esos recuerdos de cuando fueron a reunirse para lograr una paz y ahora se veían en el campo de batalla. Ambos lo sabían: Solo uno saldría con vida. Un único Monarca gobernaría esas tierras y ninguno de los dos pensaba en morir sin llevarse a la mayor cantidad de rivales posibles. 

Una tras otra fallaban las oleadas invasoras. Mehmed inició la suya y de ahí fue cuando colisionaron contra los Ejércitos defensores en un combate sin igual y en donde solo habría un ganador. Constantino arremetió, defendiendo las murallas y la Puerta de San Romano, acompañado por sus guerreros. León se encontraba a una buena distancia y trataba de llegar hasta su hermano, siendo escoltado por sus tropas. 

Helena, por su parte, había quedado "varada" por una importancia formación de bloqueo, además de los bombardeos con la Artillería Pesada que hicieron saltar nuevas secciones de las murallas hasta caer cerca suyo. Mehmed, a su vez, arremetía con todo lo que tenía, mientras que Bashara intentaba formar un "camino" para que pudieran alcanzar al Emperador Bizantino. 

- ¡A mí! ¡A mí!.- Les llamaba Constantino XI a sus efectivos. Muchos caían en medio de la cruenta batalla hasta que solo quedó él solo, de pie, rodeado por el enemigo. Un miembro de los "Jenízaros" se le acercó.

- Ríndase y se le perdonará la vida. El Sultán promete que no habrán saqueaos, incendios, torturas ni asesinatos. Tiene su palabra.- Le comunicó las nuevas directivas de Mehmed pero el Monarca apretó los dientes y blandió su espada con fuerza.

- ¡JAMÁS! ¡SOLDADOS, VENGAN A MÍ!.- Se negó en aceptarlo y un nutrido grupo de supervivientes acudió en su ayuda, desatándose un nuevo combate. El mensajero escapó, no valía la pena matar a un sujeto que solo era la voz del Sultán. 

https://youtu.be/cyhA25aUZ5s

Entre cortes, tajos y carne desgarrada, Constantino XI Paleólogo combatió como nunca en su vida. León ya casi estaba cerca cuando, de golpe, una espada se enterró en el estómago de su hermano. Éste sintió que todo el Mundo se "congelaba", su mano izquierda tembló y quedó inerte, luego todo su cuerpo y de ahí miró al Soldado que había cumplido su cometido. Con una fuerza que aún resguardaba en su interior, tiró al enemigo hacia a un lado pero otro espadazo se enterró, ahora más bajo del abdomen, llevando a que la sangre comenzara a manar. La Armadura plateada comenzó a teñirse con aquel líquido rojo y vital. A pesar de que estaba al borde de la muerte, él decidió pelear y para ello fue testigo principal su hermano, León, quien corrió para ayudarlo, sacarlo de allí pero la marea de enemigos aumentaba con cada caído. 

Con cada golpe que daba con su espada, el Emperador de Bizancio miró, por última vez, a su amada Patria que ardía bajo el fuego de la guerra y oyó los pasos de un caballo. Alzó la mirada y antes de morir, vio a Mehmed II El Conquistador, quien había llegado. Éste se bajó del equino pero al tratar de auxiliarlo, tuvo que retroceder cuando León corrió y tomó a su hermano, quien cayó en sus brazos, herido pero cubierto de gloria y honor.

- Conmigo muere el último Emperador que Bizancio ha tenido, pero dejo, en las páginas de la Historia, una importante anécdota, una que jamás se olvidará y transmitirá a lo largo de los siglos y milenios que están por venir: Siempre existirán aquellos que pelearán por el dinero, la avaricia y el poder. También querer demostrar quién tiene las mejores armas y poder, pero estarán equivocados: Mientras existan aquellos que conozcan sus causas y motivos para pelear, es allí triunfará el bien.- Le dejó esas palabras de visiones del Futuro a León, mientras que cerraba sus ojos y pasaba al Otro Mundo, después de haber visto tanta guerra, sangre y muerte en su tierra natal. 

Los ojos de León se humedecieron por las lágrimas, intentó enjuagarlas pero no pudo, solo pudo romper el silencio que tanto lo hostigó con un grito de dolor, proveniente desde lo más profundo de su corazón, hacia los Cielos. 

La Batalla de Constantinopla había terminado: Mehmed II El Conquistador era quien había salido victorioso.

[Y a partir de este capítulo, entraremos en la fase central de esta historia. Serán 10 los capítulos que integrarán este Primer Arco y de ahí vendrán los otros.

Espero que les guste este capítulo, amigos. Nos estamos viendo y si tienen dudas acerca de los personajes históricos, me avisan por las reviews.

Cuídense y que tengan un excelente comienzo de día Martes de mi parte, Camaradas.].


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