Capítulo IV
El Embajador Anatolia había llegado hasta la Ciudad del Vaticano, caminando por la "Plaza de San Pedro", observando la belleza de aquel movimiento que estaba extendiendo sus raíces por toda Europa: El "Renacimiento". Podía ver a pintores, arquitectos y otros artistas de aquel rubro exponiendo sus obras, bustos, estatuas y cuadros, así como también la restauración de los edificios y otros inmuebles, regresando a los gloriosos tiempos de Grecia y Roma. Muchos libros antiguos volvían a salir a la luz tras ser censurados por aquellos tiempos oscuros del Medievo y también se podía percibir un mejoramiento en la tecnología de ese momento, en especial en los barcos. El barco que lo había traído hasta allí era un galeón español. No necesitaba de la fuerza muscular de los remeros sino de que eran los propios vientos del Mar Mediterráneo que lo movían sin ningún contratiempo.
Los mercados y calles estaban atestadas de personas que iban y venían, compraban y vendían. Podía oír un conglomerado de lenguas que iban desde las itálicas hasta el latín mismo. Una sonrisa cruzó por el rostro de ese emisario de cabello rubio y sin barba, mientras que transitaba hasta llegar a la "Plaza de San Pedro", procedía a entrar en el Vaticano y con ello ponía rumbo hacia los "Aposentos Papales". Un grupo de Cardenales salían de allí y el más viejo de todos ellos se acercó para hablar con él.
- ¿Es usted el Embajador de Bizancio?.- Preguntó el anciano. Anatolia asintió con la cabeza.- Sígame, por aquí.- Pidió y comenzaron a caminar con rumbo hacia donde el Papa lo estaba esperando.
Ubicado en una zona de descanso, el Papa Nicolás V se encontraba presenciando una serie de exposiciones de arte que varios artistas italianos le estaba ofreciendo para poner en los museos hasta que un Guardia llamó para interrumpirlos.
- Disculpe que les detenga en su actividad, Su Santidad; pero ha llegado el Embajador Anatolia de Bizancio.- Le habló el militar. Ni lerdo ni perezoso, el Sumo Sacerdote se puso de pie y caminó para su encuentro.
- No hay problema pero dime una cosa: ¿Qué tal están las cosas por el Frente Norte? ¿Cómo sigue la guerra en Nápoles?.- Quiso saber Nicolás V, siguiendo al Soldado.
- Demasiado gélido todo este asunto, Su Santidad. Hasta ahora, en Nápoles continúa la lucha por ver quién se instaurará y por el Norte nos llegan noticias de que Francia está ambicionando quedarse con esa región y lo mismo con el Sur por el Pasado de la Familia Anjou.- Le explicó el militar.
- Ya veo.- Comprendió el Papa y fue entonces que atravesaron una puerta hasta dar con los "Aposentos". Allí lo estaba esperando Anatolia, de pie y tras mostrar sus respetos hacia el "Santo Padre", fue invitado a tomar asiento frente a él.
- Me gustaría de que este encuentro fuera más placentero y en donde pudiéramos dar nuestro apoyo mutuo, dejando de lado las viejas rivalidades entre nuestras religiones, Su Santidad.- Habló el joven Embajador rubio, llevando a que Nicolás asintiera con la cabeza, comprendiendo la situación.- Pero me temo que no es el momento ideal para esto.
- Lo sé. Estoy enterado de ello.- Respondió el Papa, inclinándose en su asiento.- Cuénteme, Embajador Anatolia: ¿Qué tan grave es la amenaza Otomana?.
- Muy seria.- Respondió el chico, presentando una serie de informes al Sumo Pontífice.- Desde la muerte de Tamerlán de Asia Menor, el enemigo ha recuperado terreno y poder, nos hemos visto a pedir ayuda a las demás Naciones para poder proteger nuestras tierras y herencia del Sultán Mehmed II.- Relataba el muchacho, siendo oído por el Sumo Pontífice, quien se quedó callado y de ahí tomó una decisión.
- Se cometieron muchos errores en el Pasado pero ahora, en donde nos vemos inmersos ante el peligro que representa esta nueva civilización, lo mejor que se puede hacer, por ustedes, es que les enviaré todo el apoyo que Italia puede brindarles. Dentro de unos días arribarán navíos de Venecia junto al Almirante Giovanni Giustiniani, así como también intercederé por ustedes ante España y los otros países de Europa.- Prometió Nicolás V, dando por concluida la reunión.
Anatolia se puso de pie y le besó la mano, antes de irse de allí, para volver a su Patria.
- Espero que, algún día, podamos dejar atrás estas diferencias y volver a unirnos como debe ser.- Lanzó esa promesa ante el Papa y partió de allí.
Al salir del Vaticano, Anatolia contempló, por última vez, Italia. No sabía si volvería a la vieja tierra de donde provino el Imperio Romano de Oriente, su madre, Roma, ahora convertida en una serie de Reinos y los "Estados Pontificios" junto a la otrora Capital del Mundo, yacía inmerso en un sueño del cual esperaba poder volver a ver. Se resignó y volvió para el Puerto donde partiría, de regreso, hacia Bizancio.
- ¡Tienen que escucharme! ¡Por favor: Los Otomanos no son cualquier enemigo, son mucho más peligrosos!.- Advertía la joven Lidia a los representantes de la Corona Francesa, quienes la oían pero parecía que se lo tomaban con gracia.- ¡¿Acaso les parece gracioso?! ¡Necesitamos ayuda para combatirlos! ¡¿Quién sabe si avanzarán más tarde por Europa?!.- Exclamaba pero sus palabras caían en oídos sordos.
El Rey Carlos VI El Bienamado la escuchaba y pedía a sus Consejeros que no se burlaran de ella. Parecía que nunca hubieran visto a una mujer ejercer un papel dentro de la Diplomacia. Ese ambiente de superioridad se percibía bien firme pero Lidia no se dejaba aplastar por nadie. La mujer de cabello negro como la Noche encaró a los Cortesanos y los miró de frente, causando un cierto temor en sus rostros que se contrajeron, víctimas de un extraño terror jamás antes visto.
- Para ustedes es fácil: Ya no tienen la "Guerra de los 100 Años" para matarse a espadazos contra los ingleses. Nosotros también estuvimos en pésimas condiciones hace unos años cuando hubo una disputa por el Trono Imperial...- Habló pero Jean Pierre de Ludoc, un Conde sumamente importante de la región de Bretaña, lanzó una risilla hacia ella.
- De hecho, para su información, todavía nos falta Calais, la cual sigue estando en manos del enemigo.- Dijo, burlón, contra la chica.
- No soy una ignorante cuando uno desconoce después de pasar un largo tiempo combatiendo para restaurar su hogar. Ustedes viven en paz, por lo menos manden a sus Ejércitos y así los recompensaremos cuando tengamos dinero.- Rogó Lidia pero estallaron las carcajadas.
- ¡Silencio!.- Bramó Carlos VI El Bienamado, Rey de Francia, quien se puso de pie y todo acto de risas y burlas cesó al instante, bajo una intensa cortina de frialdad. El Monarca dejó lo que estaba haciendo, había oído las palabras de esa joven y no le iba a permitir a su gente de que se burlaran de la citada.- Es verdad, aún nos falta recuperar Calais pero eso será para otro momento. Si lo que dice esta joven proveniente de Bizancio de que los Otomanos son un peligro, entonces hemos dejado de lado nuestras luchas durante los tiempos de las "Cruzadas". ¡Si queremos evitar que se metan en Europa, entonces pienso en darles mi apoyo!.- Exclamó, al final y de ahí pidió hablar con ella, en privado.- Escuche, puedo suministrarles armas, tropas y hasta la Caballería con máquinas de guerra y asedio. No hará falta nada, no me paguen nada. Todo será gratis para ustedes.- Prometió el Monarca, llevando a que los ojos de la chica se iluminaran ante su respaldo.
Sin embargo, desde el otro lado del "Salón del Trono Imperial", dos Cortesanos se hallaban conversando acerca de esa visita.
- ¿No sé para qué necesitan nuestro apoyo?. Cuentan con unas murallas sumamente importantes. Uno de mis abuelos me contaba que, combatiendo durante los tiempos del "Imperio Latino de Constantinopla", eran sumamente resistentes.- Alegó el primero de ellos.
- Ya sabes de que están en la quiebra absoluta, Pierre. Todos lo saben. Tenían una muy buena posición económica, incluso con los Venecianos pero lo perdieron. Ya no tienen rumbo. Son un Imperio en decadencia.- Habló su amiga, María Peletier, Condesa de Burdeos, brindando con vino ante la desgracia de los Bizantinos.
- Le agradezco muchísimo su apoyo, Su Majestad. Que Dios lo bendiga.- Dijo Lidia, mientras que se retiraba de allí, no sin antes dirigirles una mirada de frialdad hacia los Cortesanos.-
La misión terminó siendo de un resultado un tanto neutral, ya que no consiguieron mucho apoyo, salvo de España e Italia, en especial del Papado, quien envío a los Genoveses para combatir a los Otomanos.
Poco tiempo después, en Marzo de aquel año, comenzó el asedio, uno que se prolongaría por una buena cantidad de meses hasta el final mismo de la contienda.
Los Ejércitos Otomanos habían llegado y con sus poderosos cañones iniciaron los primeros bombarderos sobre el Valle del Río Lico, donde los estruendos provocaron el vuelo de los pájaros, quienes huyeron despavoridos. Dentro de la habitación que tenían en el Palacio Imperial, León y Helena se despertaron. Podían oír a los Guardias Imperiales ir corriendo de un lado para el otro. El hombre de bigotes se puso de pie, de un salto y corrió hacia el balcón, observando, a lo lejos, las columnas de humo y los primeros impactos de la Artillería sobre la región.
Afuera, el Oficial Imperial, Leo Bashara, convocaba a las tropas para resistir. Iba a ser un largo asedio. Por su parte, el Emperador Constantino XI Paleólogo ya estaba listo para recibir al Sultán y ver qué era lo que iba a aceptar en su propuesta.
Las calles de Constantinopla estaban repletas de civiles aterrorizados al ver el despliegue de los Ejércitos para defender, hasta la última gota de sangre, su tierra, hogar y Patria.
Una hora después desde los primeros cañonazos que incendiaron varios campos y pueblos periféricos, llevando a que los civiles huyeran hacia las murallas de la Capital, una "Embajada" fue enviada para parlamentar con el Sultán y así llegar a un acuerdo. Las puertas se abrieron, sobre todo la de San Romano y salieron los Caballeros junto al Emperador y el matrimonio para recibir al extranjero. Cabalgaron un rato hasta quedar, cara a cara, con Mehmed. Éste venía solo, no tenía a su "Guardia de Élite" a su lado, él prefería ir al encuentro sin demostrar ningún tipo de superioridad, a pesar de sus Ejércitos bien entrenados y aquellas nuevas armas que llevaban consigo.
- Que Dios te guíe en tu camino, Sultán Mehmed II.- Saludó Constantino XI al extranjero y éste respondió con educación.
- Que Alá bendiga nuestra lucha y decida quién será el ganador.- Sentenció el Sultán, enfilando hacia donde estaban ellos.
A lo lejos, Celim observaba a los Bizantinos. Se sorprendió al ver a una mujer que llevaba Armadura y espada. Debía de ser la esposa de León, ya que era muy unida a su marido y no se separaba por nada del Mundo. Él, en cambio, a pesar de su juventud, era alguien solitario, como un lobo, alejado de los otros y con su familia que no veía hacia muchos años. De golpe, el viento calmó y ante ellos avanzó Constantino XI hacia el Sultán para parlamentar.
- ¿Qué propuesta traes contigo, Mehmed?.- Preguntó el Emperador Bizantino y éste meneó la cabeza, tranquilo y con ello fue articulando sus palabras.
- Aún pueden rendir la Ciudad pacíficamente. No habrá derramamiento de sangre, ni saqueos o incendios. Se respetarán las vidas de aquellos que viven dentro, así como también no habrá conversiones ni tampoco se tocarán los bienes, propiedades, tierras y negocios de tu gente, Emperador Constantino XI.- Comenzó y de ahí llegaron sus palabras hasta oídos de los demás.- Podemos compartir el poder y mi gente podrá asentarse en estas tierras, conviviendo en paz con los suyos.
- Es una propuesta que podría serles de utilidad, para ustedes, no para nosotros. Lamentablemente temo decirte que no se podrá hacer. Es una idea loca y sumamente peligrosa por nuestra cuestión religiosa.- Amparó el Monarca, llevando a que las facciones de Mehmed cambiaran a una de pura frialdad.
- Veo que has tomado tu decisión. Solo espero que las consecuencias no sean lamentables para ti. Aún así, si cae la ciudad, cumpliré con mi palabra y cualquiera de mis guerreros que me desobedezca será castigado por infringir mis órdenes.- Dio media vuelta al caballo y partió para dar la orden.- Que Alá los cuide.- Les deseó.
- Y que Dios les de buena suerte.- Concluyó el Emperador de Bizancio, alejándose del Sultán, quedando de espaldas, uno del otro, esperando que se diera por iniciada la Batalla de Constantinopla.
León vio a su hermano rechazar esa última ofrenda de paz. Helena, por su parte, veía a los inmensos Ejércitos Otomanos. Estaban compuestos por la Infantería Ligera y Pesada, así como también la Caballería con arqueros, escuderos, máquinas de guerra y asedio, en especial esos temibles cañones donde ardían unos enormes fuegos para encender las mechas. Un grupo de 60 bueyes iban moviendo el arma principal que hacía temblar a la tierra y se posicionaba en la enorme explanada de aquellas tierras, a la espera de nuevas órdenes.
Por su parte, Leo Bashara enfiló con el Emperador hacia la Ciudad. Se tenían que preparar.
Mehmed llegó hasta donde estaban sus fuerzas y una vez que todos estuvieran en sus puestos de batalla, movió la cabeza hacia uno de sus Comandantes, dando la orden de iniciar el asalto.
En ese instante, los artificieros hicieron mecha en el cañón conocido como "La Gran Bombarda". Antes fueron soltados los bueyes, llevándolos a un corral improvisado. Desde las murallas, los Ejércitos de Bizancio observaron como un eco se hizo presente, irrumpiendo en sus oídos y el proyectil daba contra uno de los muros, provocando que se agrietara pero no cayó.
Volaron pequeños restos de esa defensa, las tropas aguantaron en sus posiciones y fue entonces que Mehmed dio la señal: Una inmensa marea de efectivos Otomanos corriendo hacia las murallas. Era la carga de la Infantería Ligera y Pesada, armados con sus espadas y con la Caballería a su lado, mientras que los arqueros se posicionaban, lanzando sus letales flechas que surcaron los Cielos.
- ¡ESCUDOS ARRIBA, AHORA!.- Ordenó Helena a las tropas, mientras que cumplían con su cometido. Una enorme "plancha" quedó conformada y algunas de las flechas consiguieron pasar, hiriendo algunos pero de ahí, recuperados de la primera oleada de proyectiles, vino su "respuesta".
Los arqueros Bizantinos dispararon una letal lluvia de flechas contra los Otomanos, provocando cientos de bajas entre muertos y heridos. Las primeras líneas del frente cayeron de golpe bajo el poder de esos proyectiles, los caballos rondaban y corrían por la zona sin sus jinetes, mientras que llegaban los barcos de Génova, Venecia, enviados por el Papa y dirigidos por Giovanni Giustiniani y también el apoyo de España, Francia, Inglaterra y del Sacro Imperio. No era mucho pero creían que iban a resistir el tiempo más que suficiente hasta que Mehmed II llamara a una reunión.
Cuando el polvo de la primera y segunda oleada de flechas terminó por desaparecer, movidos por los vientos, los Otomanos se encontraron con una verdadera escena de muerte: Decenas...No, era imposible calcular cuántos habían muerto. Los heridos yacían por todas partes, los gritos de los que fueron alcanzados en zonas de vital importancia y la sangre que se combinaba con la arena y la tierra, formando grumos y una apariencia viscosa, pasando del color rojo al negro. Uno de los Comandantes de la Caballería ordenó sacar a los heridos y así preparar la siguiente fase del ataque.
- Su Alteza.- Se dirigió uno de los Soldados, como emisario, yendo hacia la tienda Central del Monarca Otomano.-
- Que empleen los cañones, será de cobertura para que los que llevan arietes destruyan las puertas. La muralla que fue "puesta a prueba" por nosotros ha sufrido daños y eso nos dará la oportunidad para que se vayan infiltrando.- Sostuvo el peli negro y sin decir más comenzaron a prepararse para la siguiente embestida.
Una vez que retiraran a los muertos y heridos, Mehmed ordenó movilizar a las nuevas Unidades de la Caballería, Infantería y las Torres de Asedio Móviles, protegidas por el fuego de los cañones, así como también emplear las escalas para asaltar las murallas. Pronto se reanudaron los bombardeos y con ello venía la carga.
Helena observaba la batalla desde una de las murallas. En la parte trasera de las mismas estaban las catapultas listas para lanzar sus proyectiles incendiaros, así como también los pequeños cañones y el "Fuego Griego".
- ¡Apunten a las Torres, rápido!.- Señaló la chica con su espada en mano. Los artificieros y miembros de las catapultas comenzaron con su bombardeo de contra-ataque. Incontables proyectiles salieron disparados hacia donde estaban las citadas, siendo alcanzadas, incendiándose y sus ocupantes saltaban para ponerse a salvo. Muchos no corrían con la misma suerte, ya que los que estaban en la parte más alta de las Torre Móviles hallaron la muerte al golpear el piso pero sus sacrificios no iban a ser en vano, ya que los que llevaban un poderoso ariete, protegidos por unas telas especiales Otomanas, consiguieron su objetivo, así como también las otras Torres que lanzaron sus puentes sobre las murallas y dando por iniciado el asalto, así como también las escalas y escaleras que pusieron los enemigos.
León estaba enfocado en la lucha, al lado de su esposa. La chica cargó y asestó el primer golpe con su espada, atravesando el pecho de un guerrero Otomano, el cual cayó hacia el vacío, tirando a sus compañeros que venían por detrás, oyéndose sus gritos que desgarraban el aire. Con una gran rapidez, la joven tiró la escalera, mientras que asistía a los Soldados de la Infantería Ligera y Pesada, como también la "Guardia Imperial" que ya estaban haciendo retroceder a los enemigos por donde vinieron.
El hombre de bigote y cabello negro barría a todo Otomano que se cruzara en su camino. Su rostro comenzó a cubrirse de la sangre de sus rivales, así como también el de Helena. Ambos eran imparables, verdaderos Guerreros que no se dejaban asustar por ellos.
Desde la parte trasera, continuaban los bombardeos contras las Torres y en una zona de las murallas, los Soldados Bizantinos comenzaron a tirarles brea a los que portaban el ariete, mientras que un equipo conseguía cerrar la brecha en la zona.
- ¡Ahora!.- Ordenó Bashara y le tendió una antorcha al Capitán de la defensa. Éste la arrojó y de ahí impactó contra los pies empapados por aquel líquido negro, el cual comenzó a incendiarse. Las llamas envolvieron a los que portaban esa arma de guerra y tuvieron que escapar, siendo asistidos por sus colegas, quienes les tiraban agua encima para apagar el Elemento abrasador.
Para el Atardecer de ese primer día, la batalla había concluido con un "empate". Ninguno de los bandos consiguió su victoria. Mehmed había estado, todo el día, observando y dirigiendo las operaciones que resultaron un fracaso tras otro, por lo que llamó a una cumbre de emergencia para ver qué otras estrategias podían llevar a cabo contra el Emperador Bizantino.
- Nos acaban de informar de que llegaron los refuerzos desde Europa.- Informó Hakim Pashá, uno de los Generales de los Ejércitos al Sultán.
- Es un golpe rudo lo de este día pero, aún así, esto es apenas un inicio. Mientras tengamos a la Flota cercada....- Dijo Mehmed pero se vio interrumpido por otro de sus Comandantes.
- El Almirante Antonio Lupertazzi consiguió eludir el bloque, Su Alteza.- Dio la noticia uno de sus Consejeros, llevando a que el otro se quedara sin palabras.
- ¿Cómo?...Pero...Pero si estaban nuestros navíos en posición.- Recuperó la postura pero el Consejero negó con la cabeza.
- Me temo que nos dejamos engañar por ellos: Sus cañones han sido un verdadero problema y más de la mitad de nuestras naves están, ahora, en el fondo del Mar Mediterráneo Oriental.- Informó el presente.- A este paso van a poder recuperar sus rutas de suministros.
No se iba a dejar llevar por la rabia. Lo pensó bien a fondo y de ahí tuvo una idea, la cual usaría y tomaría por sorpresa a los Bizantinos.
El primer día de enfrentamientos había concluido y ambas partes retiraron a sus muertos, heridos, sepultando a los primeros, dándoles paz para sus almas tras los combates, así como también terminaban las últimas reparaciones y taponamientos en la muralla afectada. Los Ejércitos se mantenían en estado de alerta, no podían bajar la guardia ante cualquier avance enemigo.
Por su parte, Helena bajó desde aquella zona, empapada de sangre, hallando a su marido, quien estaba hablando con su hermano y en compañía del leal Oficial Imperial Bashara. Ella asintió con la cabeza y partió hacia el Palacio Imperial para darse un baño, quitarse aquel líquido rojo y vital de su cuerpo. Una vez que llegó y acompañada por un grupo de Sirvientes, entró en el baño y se metió en la bañera de agua tibia y calmante, dejándose sumergir, por un rato, para poder obtener sus momentos de paz antes de que volvieran a llamar al combate.
- Ha sido un día largo, hermano, ¿por qué no vas a descansar un rato?.- Le propuso León a Constantino.
- Lo haré cuando sea el momento. Por ahora, debo quedarme aquí y estar en alerta. Además, el Almirante Lupertazzi va a establecer a sus fuerzas por esta parte de la Ciudad y las murallas, así también deberé permanecer aquí. Es mejor que tú vayas a darte un descanso y acompañes a Helena.- Respondió el Emperador con tranquilidad en su voz.
León intentó hablar con él, lo veía muy decidido en su papel que ejercía. Mientras que caminaba, escoltado por su "Guardia de Élite", el Príncipe de cabello y bigote negro dirigió su mirada hacia la muralla. Un sentimiento o una duda impregnaron su mente, por lo que subió hacia la muralla. El taponamiento y las reparaciones habían concluido y los obreros especializados en ello estaban recuperándose tras sentir que aquello pudo haber sido el fin.
- ¡León!.- Oyó la voz de Bashara. El Oficial Imperial corrió hasta él.- ¿Qué haces? ¿Qué pasa?.
Señaló con la cabeza hacia arriba, las escaleras y subieron. Al llegar pudieron presenciar los restos de la primera batalla. Para muchos, esto había sido el "Bautismo de Fuego". La sangre había sido lavada, aunque quedaban unas cuantas manchas sobre las piedras y las defensas. Bashara dirigió su mirada hacia el campo, donde estaban los Otomanos llevándose a los últimos muertos. Los heridos estaban en sus tiendas. Con una mirada de halcón pudo divisar a un Soldado que portaba una bandera blanca.
- El Sultán y el Emperador llegaron a un acuerdo de que se retiren a los caídos del campo de batalla. Hoy hemos ganado pero a un precio elevado.- Comentó León con todo serio en su voz, siguiendo al Soldado con la bandera en su mano, corriendo de un lado para el otro, mientras que los médicos llevaban a los fallecidos en unas camillas, donde eran depositados en una zanja cavada en la tierra, apilados uno al lado del otro, mientras que los Clérigos rezaban por sus almas para que Alá les diera Paz Eterna.
Al fondo pudo divisar a varias Torres de Asedio Móviles que estaban siendo retiradas, algunas sufrieron daños irreparables y otras podían reconstruirse. Otras estaba en llamas y dejaron que las consumieran hasta que no quedaran más que cenizas. El humo se elevaba, como nubes, en columnas, hacia los Cielos. El Oficial Imperial sostuvo su yelmo y de ahí pudo divisar a una comitiva que iba y venía.
- Debe ser Mehmed II.- Advirtió Leo, señalando hacia el Norte.
- Lo es.- Respondió León.- Ven, volvamos para la Ciudad. Esta noche estaremos atentos por si hay una nueva ofensiva.- Pidió su amigo, poniendo la mano en su hombro derecho y de ahí partieron hacia Constantinopla.
Llegó la Medianoche y la Capital Bizantina continuaba su vida como si no hubiera un mañana. Helena, por su parte, había vuelto a ponerse su Armadura y a ceñir la espada. Ésta había sido limpiada de la sangre enemiga por sus Sirvientes, mientras que ella misma se la colocaba en misma.
- Princesa, espere.- Le detuvo Amira, una muchacha proveniente de Esmirna.-
- ¿Sucede algo?.- Se acercó la joven y notó que ésta le tomaba de las manos.
- Quédese aquí. Ya ha combatido mucho este día.- Le pidió pero notó esa sonrisa tranquila en su rostro, uno que insuflaba los ánimos perdidos. Para algunos, lo ocurrido esa mañana no se iba a ir tan rápido. Habían resistido pero al precio de pagar una buena cantidad de caídos en la batalla, ahora Amira pensaba que necesitaría unas horas de descanso pero no podía ignorar que la determinación y voluntad de los Paleólogo no se iba con nada.
- Si hiciera eso, entonces también lo haría el Emperador y ninguno quiere perder esta guerra. Tú quédate tranquila, que te protegeré junto a los otros. Nadie va a sufrir. Tienes mi palabra.- Prometió la Princesa, tomando su yelmo y de ahí partía hacia el frente.
- Eso espero.- Pidió la joven Sirviente de ella, sosteniendo, entre sus manos, un Crucifijo y lanzando una oración.
Como si ella fuera una adivina, los Otomanos lanzaron una nueva ofensiva esa misma madrugada, empleando sus catapultas y cañones. La Infantería realizó una feroz carga combinada con la Pesada, mientras que los arqueros les cubrían con una letal lluvia de flechas. Los proyectiles caían sobre la extensa muralla que resistía, así como también dentro de la urbe, provocando incendios en los edificios, los cuales eran evacuados y llevados hacia el Centro mismo, donde se disponían de refugios. El ataque iba dirigido hacia aquellas posiciones, sobre todo las defendidas por los de Génova, Venecia, España, Francia, Inglaterra y el Sacro Imperio.
En medio de la refriega, Helena vio a Giustiniani, quien combatía al pie de las murallas, ensartando a todo Otomano que se cruzara en su camino. Sus hombres tiraban brea ardiente contra una nueva formación que llevaba un ariete y provocaban un incendio que los desconcentraba. Aún así, el enemigo empleó sus escaleras para trepar y llegar hasta lo alto, todo para terminar siendo asesinados por los defensores. Rápida como el viento en el Invierno, la joven atacó una de las posiciones y tiró la escalera hacia atrás, antes de que pudieran treparla. Un asaltante tuvo la osadía de ocultarse en las sombras y cargó contra ella. La Princesa se tiró contra el piso, rodando y evitando el golpe de la cimitarra.
Defendiéndose con un embate, Helena consiguió atravesarle el pecho al atacante, mientras que éste se desplomaba, sin vida, contra el piso.
- ¡Ustedes y los arqueros de Giustiniani, conmigo!.- Les llamó, en un perfecto acento italiano, para que la siguieran.
Un nutrido grupo de militares italianos y griegos siguieron a la chica hasta el Oeste de la muralla, donde lanzaron un feroz bombardeo de flechas contra los Otomanos, provocando serias bajas en sus filas.
Por su parte, León y Leo combatían a más no poder contra ellos, sin embargo, aprovechando la oscuridad, el enemigo empleó sus cañones y comenzaron a responder con una serie de ataques contra varios puntos importantes, incluyendo las paredes que estaban un tanto dañadas, así como también al empleo de minas excavadas en la tierra pero que terminaron siendo un fracaso.
Los días fueron pasando, uno tras otro: Sangre, muertos, heridos, cañonazos, todo un conjunto que ya estaba afectando a los Otomanos. Sus enemigos no cedían ni un ápice del terreno, los Bizantinos parecían disfrutar de su sufrimiento y la cadena en el Bósforo, la cual impedía que cruzaran las naves de guerra enemigas, llevó a que Mehmed tuviera que escuchar los pedidos de retirada, por parte de sus Consejeros y Generales.
- ¡A este paso aniquilarán a nuestros Ejércitos, los heridos y muertos se acumulan por miles! ¡No daremos abasto!.- Bramó Pashá, quien estaba discutiendo con Akasio, uno de los Almirantes del Sultán.
- ¡¿Y qué quieres que haga?! ¡¿Magia?! ¡Mis barcos no pueden cruzar esa maldita cadena y si intentamos destruirla, desde las murallas costeras nos bombardean! ¡Te quiero ver en mi situación!.- Le espetó el Almirante, casi llegando al contacto físico, debido a que Pashá le levantó la mano pero ésta se la detuvo.
- ¡Caballeros!.- Bramó Celim, la mano derecha de Mehmed.- ¡¿Creen que vamos a ganar esto con pelearnos entre nosotros?!.- Preguntó el joven rubio.-
Ninguno dijo nada, la tensión estaba por el aire y se sentía que aplastaba a cualquiera que estuviera cerca. Nadie parecía tener una solución al respecto con esa cadena, por lo que no vieron que un italiano iba caminando hacia donde estaban ellos.
- Tal vez no he participado en las reuniones que llevan a cabo, pero creo que tengo la solución.- Respondió éste al problema planteado. Mehmed lo escuchó atentamente.
El plan de aquel italiano había sido crear unas plataformas con ruedas y así tirar de los barcos Otomanos que estaban fondeados en el Estrecho del Bósforo, consiguiendo un rotundo éxito para que pudieran desembarcar a los refuerzos, así como también Mehmed, viendo que ese logro sirvió en demasía, ordenó apuntar los cañones contra la muralla que daba a la Puerta de San Romano.
Los días fueron pasando, uno por uno, entre los combates y la tenacidad que los defensores sostenían. Sin embargo, el 28 de Mayo llegó un acontecimiento que cubrió a la población bajo un velo de miedo y angustia cuando se produjo un Eclipse Lunar. Los hermanos Spontino, al igual que los innumerables civiles que veían eso, se les contrajo el corazón. Una mujer se arrodilló y se hizo la Señal de la Cruz ante ese hecho.
- ¿Qué significa?.- Preguntó Giustiniani a León.
- Hay una Profecía que dice la lucha estará a nuestro lado si la Luna brilla en el Cielo. Esto no es buena señal.- Advirtió el hombre de cabello y bigote negro al Almirante de Venecia.
Giovanni no lo sabía, al ser Católico eso era algo común que pasara en el Firmamento. Sus ojos se enfocaron en aquel Disco negro que iba cubriendo el Satélite Natural de la Tierra, engullendo su luz, como si de un monstruo mitológico se tratara hasta cubrirlo por completo, dejándolo en la penumbra más absoluta. Cuando eso ocurrió, las mujeres y hombres Bizantinos gritaron del terror, presos de un miedo nunca antes visto, algo Cosmológico, desconocido y que ponía los pelos de punta. Los niños se abrazaron a sus padres, los ancianos se arrodillaron, oraron y pidieron perdón por sus Pecados pasados y el Emperador intentaba mantener la calma, el orden y el espíritu guerrero en su pueblo pero, al voltearse y ver que la Luna no brillaba en el Cielo, solo podía pedirle a Dios de que ese efecto también se sintiera en el bando Otomano.
El campamento enemigo, un Soldado salió de su tienda y contempló el Eclipse Lunar. Acto seguido vinieron otros desde las tiendas. Un grito tras otro comenzó a proferirse desde lo más profundo de sus gargantas. Un jolgorio que crecía y bullía, como si el propio Fuego de Prometeo les hubiera alumbrado el camino cubierto de sombras, perdidos en una marea de niebla y que ahora brillaba como nunca en la vida. La emoción embriagó a los guerreros imperiales. Los caballos los oían, al igual que los bueyes. Si ellos pudieran hablar, pensarían y hasta dirían de que estaban locos pero no en este caso.
El propio Mehmed II salió de su tienda Central para ver qué estaba causando todo ese griterío hasta que él mismo fue "contagiado" por la emoción y fue entonces que marchó hasta el punto donde todos celebraban.
- ¡Guerreros!.- La potente voz del Sultán rasgó el velo de la Noche y todo rastro de festejos terminó por ceder ante la presencia de ese joven pelirrojo.- ¡Este Eclipse es un regalo de Alá! ¡Él quiere que nosotros, sus hijos y por la voluntad del Profeta Mahoma, terminemos con nuestra misión! ¡No podemos permitir otra Batalla de Ankara cuando nos venció Tamerlán de Asia Menor!.- Cada palabra que él expresaba, salía desde lo más profundo de su alma y podía verse en el rostro de sus Soldados, Comandantes, Oficiales y Generales, tanto nativos como extranjeros.- ¡Mañana mismo vamos a ganar la guerra! ¡Mañana Constantinopla caerá!.- Juró y de ahí, envalentonados por esa hazaña y las palabras de su "Líder de Guerra", los Otomanos comenzaron a prepararse para lo que sería la batalla decisiva.
[Si vieron "Pero eso es otra historia", sobre el Imperio Bizantino, surgieron una serie de historias acerca de ese Eclipse Lunar que puso nerviosos a los defensores, así como también una inundación y una granizada que fueron tomados como malos augurios hasta la caída definitiva. Para los Otomanos, esto fue más que bien, un subidón de energía espiritual para ellos.
Y ahora se vendrá el último combate. ¿Qué ocurrirá? ¿Podrán resistir?. Eso lo veremos en el capítulo que viene.
Cuídense, amigos. Mando saludos y agradecimientos para todos ustedes, en especial para eltíorob95 y los demás.
Buen comienzo de semana, Camaradas.].
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