VEINTITRES: JARANA
JARANA
Lunes 19.48 P.M.
SETENTA Y DOS HORAS DE ATRACO
── ¡Se están escapando!── gritó Denver entrando a la sala de reuniones── ¡Dieciséis rehenes, por la zona de carga!
Llegué rápido atrás de él, dentro del lugar estaba Berlín sentado en el sillón en su hora de descanso mientras que Nairobi cenaba en la mesa. Ambos nos vieron entrar con un rostros angustiados, Berlín con Nairobi se miraron entre ellos un segundo, como si se comunicaran telepáticamente, hasta que nuestro líder asintió y se pusieron rápidamente en marcha.
── A ver soldados, se activa el PLAN VERDÚN, ¿entendido?── informó Nairobi buscando sus armas para cargarla.
El PLAN VERDÚN, como esa ciudad que en el año 1916 sufrió una devastadora batalla que los dejó en el suelo. Era un plan de ataque único, era la formación del equipo en caso de ataque directo, vale decir; balas, golpes, gases y todos los métodos que usarían el Grupo Especial de Operaciones para poder de alguna forma llegar a nosotros. Cuando el Plan Verdún se activara pasábamos de ser un grupo de atracadores a un escuadrón de militares.
Eso sí, el Plan Verdún no se repasó más de dos veces como caso de emergencia extremo. Claro, ya que en ese minuto estábamos tan confiados de que jamás se pondría en marcha no nos pareció vital. La única forma que ese plan nunca se activara era si el equipo hacía las cosas bien, al pie de la letra. En otras palabras los únicos que podíamos llegar a activar el Plan Verdún éramos nosotros mismo.
Y por confiarnos, lo activamos sin saberlo.
── París, vete a por Helsinki y Oslo── me ordenó Berlín y antes de salir nuevamente corriendo por toda la fábrica Denver me agarró del brazo.
Me quedé en silencio esperando que me diga algo, aunque eso nunca ocurrió. De pronto pasó su mano por atrás de mi nuca para atraerme a sus labios de manera sorpresiva, un simple beso sencillo que me recordó la razón que tanto me gustaba ese hombre y porque me aterraba perderlo en cuestión de minutos.
── Cuídate, ¿vale?── susurró con su boca demasiado cerca de mi oído, lo que me causó escalofríos en mi piel── Te necesito de vuelta.
Asentí con un nudo en la garganta, no me vi capaz de responderle cuando ya había salido corriendo a buscar al par de serbios que se podrían encontrar en cualquier puñetero lugar de esta puta fábrica. Eso sí, en el camino me encontré con Tokio. Intenté explicarle resumidamente la situación en la que estábamos liados, el tiempo apremiaba entre la delgada línea de libertad. De inmediato la mandé donde se estaba produciendo el desastre junto al resto de la banda.
── Tokio, ¿viste a Oslo o Helsinki por alguna parte?── pregunté a los gritos cuando Tokio corría.
── ¡No!── respondió antes de desaparecer de mi vista.
Suspiré para seguir la frenética maratón hacia el hall de la fábrica, donde estaba también una gran parte de los rehenes en sus sacos de dormir siendo cuidados por Helsinki y Río. Al verme llegar hacia a ellos de una forma tan desesperada, Río instintivamente me tomó por los hombros obligándome a que regulara mi respiración ya que parecía que en cualquier momento caería en un colapso.
── Vamos a ver, vamos a ver, cálmate── habló Río nervioso al no saber cómo ayudarme──Por favor, dime qué te pasa.
── Helsinki, zona de carga ahora. Tenemos código rojo── dije con dificultad mirando a Helsinki, que sólo asintió luego cargó el M-16 y fue directo a la guerra cual soldado.
── ¿Código rojo? No me jodas, París, ¿se están escapando los rehenes?── preguntó Río pasando su mano por su cabeza preso de la ansiedad── ¿Qué hacemos? Tenemos que ir a la zona de carga, hostia puta.
Tomé su brazo con mis dos manos con fuerza media desmedida, le obligué a detenerse. Río me miraba con el ceño fruncido sin entender la causa de mi extraño actuar. Sus ojos de cachorrito pequeño brillaban de las lágrimas que estas contenían del miedo, tomé sus manos que también temblaban del pánico y puse mi otra mano en su mejilla.
── Río, te quedas aquí, ¿entiendes?── mi amigo negó frenéticamente── No, cuidas a estos rehenes, se acabó.
── No me vas a decir que quieres que me quede aquí parado mientras ustedes se pegan de tiros── dijo Río enojado.
── ¡Punto! Se acabó, nadie pidió tu opinión── sentencié como si fuera Berlín.
── París, no puedes decirme qué cojones hacer cuando la policía puede entrar en cualquier momento y yo estoy aquí peleando contigo a ver quién cuida a los niñitos── soltó Río caminando a la sala de máquinas.
Rápidamente le seguí el paso hasta adelantarme en su camino e impedir que siguiera avanzando al centro de la guerra. Me paré adelante de él y puse mi mano en su pecho para que se detuviera.
── Me dolería menos que me impactara una bala que ver como te llevan a la cárcel── dije mirándole a los ojos── No me lo perdonaría nunca, Aníbal. Porque si veo que alguien te toca un puto pelo, me lío a tiros con quién se me ponga en frente a quemarropa── suspiré agotada a la vez que mis ojos se llenaban de lágrimas por lo que mi voz salió quebrada── Por favor, quédate aquí.
Creo que fue el hecho de usar su nombre real lo que hizo que mis palabras tomaran el peso que necesitaban, ya que Río se quedó sin respuesta alguna, después asintió lentamente.
── Júrame que volverás── soltó él.
Miré hacia atrás, en donde ya se escuchaban disparos despiadados, ráfagas de balas siendo descargadas de ambas partes. Los buenos contra los malos finalmente se enfrentaban en una batalla cuerpo a cuerpo, porque de un atraco pasó a ser una batalla en donde todo se valía.
Negué insegura de responderle.
── Pues va a estar complicado, ¿sabes?
── Una mierda, que tienes que volver, París, no me puedes dejar sin mi amiga ¿escuchaste?── preguntó con su mano en mi hombro── Jarana, hermana.
── Jarana.
Entré en ese lugar cubierta por Tokio y Berlín que caminaban adelante. Los rehenes habían hecho explotar todo el explosivo plástico que supuestamente usaríamos a nuestro favor para distraer a la policía en el momento que nos fuéramos de este lugar. Algo que en este momento se veía bastante improbable.
La situación era la siguiente, la zona de carga tenía una muralla que daba directamente con una de las calles que rodeaba la fábrica, una calle que obviamente estaba petadísima de policías que hacían guardia veinticuatro horas al ver ese lugar como un posible intento de fuga por nuestra parte. Y efectivamente, sólo que fue una fuga de los rehenes, porque nos descuidamos cinco segundos de nuestro trabajo y todos se nos escapó de las manos.
En medio del caos, Helsinki, Denver con Moscú e incluso Nairobi intentaban levantar una gran muralla de hierro solo con sus manos, para volver a cerrar el boquete de la pared. Pero la fuerza de ellos cuatro no era suficiente para poder sostener esa gran estructura que además recibía los impactos de las balas de parte de la policía. Entonces no resistieron mucho cuando sus cuerpos cedieron al peso y dejaron caer nuestro mayor escudo al suelo.
── ¡Abajo!── escuché el grito de Berlín cuando se tiraba al piso.
Una ráfaga de disparos desde el lado contrario se hizo presente, miré rápidamente el panorama. Moscú y Denver eran los más expuestos, cada uno a un lado de la pared que nos separaba del escuadrón policial. Nairobi se cubría atrás de un gran rollo de papel moneda que ayudaba a cubrirla.
Nos encontrábamos los tres cubriéndonos con nuestras propias manos el cuerpo. Agachados atrás de unos sacos que amortiguaban perfectamente las balas que nos estaban lanzando a metros de distancia.
── ¿Acaso ahora eres inmortal, inmune a balazos o algo así?── me gritó Berlín a mi lado── Lo digo porque eres la única lista sin chaleco.
── Elegiste el peor momento para tocarme la moral── respondí intentando que me escuchara, porque el ruido de las balas no nos daba ni la ventaja de la comunicación── Tampoco te veo con chaleco, ¿eres inmortal?
── Digamos que hay vidas que valen más que otras── respondió Berlín disparando un par de tiros de vuelta── Y que no me ha dado tiempo de poder arreglarme apropiadamente para la fiesta.
── Creo que no es el momento para discutir tu repentino heroísmo── rodé los ojos incrédula de como este hombre no dejaba su papel de gilipollas ni con una puta lluvia de balas sobre su cabeza.
── ¡Hostia! ¡Helsinki!── gritó Nairobi desde su lugar── ¡Helsinki!
── Me cago en la puta── escuché susurrar a Tokio a mi lado.
Por mi lado pude ver el cuerpo tirado del serbio en el suelo, con su overol rojo manchado de tierra al igual que el mío. Todo lo malo se me pasó por la cabeza en ese segundo, lo único que me mantenía centrada y con la cabeza fría era el ruido. Las balas, los gritos, constantes insultos de todos lados era lo que me obligaba a despertar para afrontar la pesadilla que me encontraba viviendo.
── ¡Joder! ¡Voy a ir a por Helsinki!── volvió a gritar Nairobi desesperada, un sentimiento que compartía todo el equipo── ¡Cubridme!
── ¡Fuego de cobertura, prevenidos!── ordenó Berlín, convirtiendo esto de un grupo de atracadores a un pelotón militar── ¡Tres, dos, uno! ¡Fuego!
Cuando llegó al uno, todos empezamos a disparar hacia afuera, tenía la metralleta en la mano a toda potencia, descargando disparos a cualquier blanco. A nadie le importó la primera regla del plan, nada de sangre, cuando era la nuestra la que estaba en juego entre los dos lados más opuestos de la balanza; libertad o prisión. Aproveché ese segundo de ventaja a nuestro favor para poder asomar mi vista hacia el frente. Específicamente intentar ver un segundo a Denver, que se concentraba en disparar hacia afuera con un pistola normal.
No me jodas. ¿De verdad se estaba intentando defender con una simple pistola, cuando todos teníamos puñeteras metralletas en las manos?
Corrí mi mirada hacia mi otro lado, en donde Nairobi había logrado llegar a Helsinki que seguía tirado en el suelo, también Moscú se las arregló para llegar en su ayuda. Desgraciadamente no podía escuchar una mierda de lo que hablaban ya que nuestros propios disparos se encargaban de ensordecerme.
── ¡El chaleco ha parado la bala!── exclamó Moscú mirando a Helsinki que se quejaba del dolor en su abdomen.
Madre mía. Que puta salvada se había llevado Helsinki, incluso me atrevo a asegurar que en medio de todo ese rollo, pude respirar tranquila por un segundo al saber que estaba aún el equipo completo jugándose el todo por el todo en ese campo de batalla.
── ¡Cuidado!── gritó Denver de repente.
Nuestro fuego de cobertura no duró menos de diez segundos que ganamos un poco de tiempo antes de lo inminente. La respuesta de parte del escuadrón de policía fue mucho más intensa y al instante. Los disparos sonaron más fuertes que la primera ráfaga de cobertura, ahora era como si se hubieses multiplicado los cabrones.
En medio de esa locura y las balas intensificadas, Berlín rápidamente me tiró del brazo y cubrió con su cuerpo disminuyendo mi anatomía expuesta. Algo que en su momento me hubiese parecido extraño de cojones pero los disparos nos rozaban literalmente a centímetros de distancia, y su repentino acto de heroísmo como líder me daba más probabilidades de salir con vida de ese intercambio de disparos.
Un ruido poco usual se hizo presente en nuestro lado del campo de batalla, por lo que giré mi vista a mi derecha para encontrarme con lo que a simple vista parecía una ordinaria lata tirada en medio del campo de fuego. Pero esta viniendo de nuestro enemigo seguramente que no era nada ordinario. Golpeé el brazo de Berlín para que se fijara en el extraño objeto que rodaba por el suelo.
Tenía que tener la cabeza fría para lograr pensar de forma objetiva en medio de los balazos que estábamos recibiendo despiadadamente.
── Gas lacrimógeno── recordé de inmediato la vez que el Profesor nos habló de equipo táctico de ataque── Los GEOS tienen visión térmica
── ¡Ese humo sólo nos va a pegar a nosotros! ¡Sácalo!── volvió a ordenar Berlín, entendiendo a lo que me refería.
── ¡Voy!── respondió Moscú tomando la lata en su mano cubierta por un paño cualquiera. Entonces analizando el panorama se dio cuenta que le era imposible volver a lanzarlo por las constantes ráfagas de disparos que nos tiraban le pidió ayuda a Denver── ¡Hijo, cúbreme!
── ¡Me cago en mi puta vida!── se escuchó el descargo de rabia de Denver por todo el lugar── ¡Que no me quedan balas, papa! ¡Me las he gastado todas!
Pasé mi mano por mi rostro al oír a Denver responderle a Moscú. Vaya inoportuno que podía llegar a ser ese hombre, el tiempo apremiaba, cada segundo contaba como el último con nuestras muñecas libres de pesadas esposas de metal que nos condenarían a una vida eterna sin ver la luz del sol. Me armé de un valor que hasta ese momento no supe que poseía, nada me daba miedo cuando ya no tenía nada que perder; ni familia, amigos o un futuro incierto que ni yo misma sabía que quería para mi vida. Lo más cercano que tenía a una familia era un grupo de ocho atracadores con nombre de ciudad que ahora mismo se la jugaban con metralletas contra un equipo de élite de ataque. Solo tenía certeza de un final; si ninguno se ponía en la línea de fuego en ese instante crucial, el plan se terminaría de joder aquí y ahora.
── ¡Moscú, te cubro!── grité a todo pulmón.
Sentí el agarre de Berlín a mi lado, llamando a mi último destello de cordura que había desaparecido cuando acepté unirme a un atraco de dos mil millones de euros. Tomé una gran bocanada de aire para llenar mi cuerpo, me sacudí la tierra de la cara y un poco del mono rojo para poder pararme a pesar de los gritos de Tokio que me obligaban a mantenerme en mi lugar de manera nada cordial.
── ¡París, no lo hagas!── exclamó Moscú como un padre cabreado.
Como si esa fuera la señal me levanté de mi lugar, disparando despiadadamente a los escudos de los GEOS que cada vez eran más visibles desde la distancia. Al verme de pie sola contra un equipo táctico de la policía, Moscú entendió que era el momento preciso de devolverles su propio gas en un lanzamiento digno de un pícher de béisbol.
Salté la única barrera que me protegía, caminé directo al grupo de policías que se estaban acercando peligrosamente cubiertos por sus escudos blindados. Cada paso soltaba disparos como desquiciada, entonces el equipo de GEOS se quedó en posición, detenidos, resistiendo las balas que les impactaba a los escudos. La policía esperaba que mi ráfaga de proyectiles se detuviera un segundo para volver a atacarnos, atacarme.
Me encontraba sumida en los más de treinta disparos que había soltado en menos de treinta segundos. Me seguí acercando inconsciente de mis acciones, hasta que sentí un apretón fuerte en mi brazo que me obligó a detener la ola de balas que disparaba. Involuntariamente fui lanzada a la derecha de forma brusca, levanté mi vista para encontrarme con Denver que me agarraba con bastante fuerza. Sus claros ojos estaban rojos y brillantes, su respiración agitada delataba su ansiedad.
── ¿¡Me puedes explicar qué cojones haces!?── preguntó alterado.
Su agarre me tenía acorralada contra la pared con su cuerpo encima, el material de su chaleco hacía presión en mi pecho que subía y bajaba desesperadamente. Denver agarró mi muñeca para quitarme el arma que traía ya que la metralleta cayó al suelo por su empujón.
Los disparos de parte de la policía no se hicieron de esperar cuando Denver me quitó de la línea de fuego que nos separaba del equipo táctico que venían por nuestras cabezas.
── ¡Ni el puto chaleco tiene!── gritaba Denver furioso a la vez que disparaba con mi pistola── ¿¡De verdad pensaste que era buena idea!?
Me encontraba en shock total, todo lo que me había arriesgado sola casi me cuesta la vida y no era para nada consciente. Estaba apoyada en la pared intentando volver en cuerpo y alma a este lugar pero me era imposible entre tantos gritos por todos lados, los que más entendía eran los cabreos de Denver que cada vez que se cubría aprovechaba esos momentos para lanzarme un rosario de enojo puro.
── ¡Es que no puedo creerlo, París!── me tomó del sucio uniforme que llevaba puesto── Ni se te ocurra volver a hacer una burrada como esa que no la cuentas dos veces.
── ¡Hay que volver a poner la chapa!── habló Moscú desesperado. Con chapa entendí que se refería a la placa de hierro que era clausurar el derrumbe.
── Fuego de cobertura── repitió Berlín como la vez anterior── ¡Tres, dos, uno! ¡Fuego!
Tomé la metralleta desde el suelo para volver al ataque, esta vez, nuestro ataque no sirvió de nada en lo absoluto. Fueron cinco segundos que tuvimos a nuestro favor cuando nos dimos cuenta que las fuerzas a las que nos enfrentábamos era superiores a nosotros en todo sentido.
── Van a entrar── susurré con el miedo a flor de piel.
Se había acabado. Nos pisaban los talones, solo necesitaban un paso grande para agarrarnos.
Con Denver nos cubrimos contra la pared de los mortales impactos que nos lanzaban sin piedad. Tenía la cabeza apoyada en la muralla, el sudor corriendo por mi rostro, los disparos seguían haciendo ruido a nuestro al rededor. Miré a Denver una vez más, sus ojos reflejaban lo mismo que los míos, miedo.
¿Realmente se había acabado? No, no podía ser así. Habíamos llegado demasiado lejos; entramos a una fábrica, la tomamos completamente, paramos la vida de toda España que tenía los ojos sobre un grupo anónimo que usaba monos rojos y caretas de Dalí para resguardar su identidad. Imprimimos más de quinientos millones de euros sin marcar para usarlos en nuestra libertad. Libertad, una palabra que se veía tan lejana cuando escuchaba las órdenes del escuadrón táctico diciendo que estaban entrando a la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, nuestro terreno. Lo que más me angustiaba eran los gritos de la banda, asumiendo nuestra derrota.
── ¡Los tenemos encima!──exclamó Berlín disparando las pocas balas que le quedaban.
── ¡Van a entrar!── volví a repetir en un grito ahogado, lleno de lágrimas y desesperación.
── No puede ser── maldijo Denver a mi lado, me agarró de la muñeca para llamar mi atención. De alguna forma logré concentrarme solo en él, a pesar de la jarana que nos rodeaba por todos lados── Escúchame, la única forma de que los cabrones te lleven, es metiéndome tres tiros, ¿vale?
Le pegué en el brazo y le puse una expresión de deja de exagerar. Al contrario Denver tomó mi mano delicadamente, en ese momento sentí la primera lágrima real caer por mi rostro. No quería, no podía perderlo, no ahora cuando estuve buscándolo toda la vida y lo vine a encontrar en el lugar menos pensado.
── Lo siento, París── soltó Denver de la nada.
── Ni se te ocurra despedirte, cabrón── respondía negando lo que estaba a punto de pasar.
── No, no, de verdad no entiendes── apretó su agarre con mi mano── Perdón... perdón por todo.
── Vamos a ver, que estar al borde de caer a la trena te pone gilipollas, ¿o qué te pasa?── regañé tomando su rostro.
No era el momento de armar bronca, pero me negaba a simplemente decirle adiós a Denver. Tampoco era capaz de hacerlo.
── ¡A cubierto!── bramó la voz de Río.
¿Río?
── ¡¿Río?!── grité sin creerlo── ¡Me cago en la puta, Río!
Aníbal, el veinteañero inocente que estaba metido en esta fábrica por accidente, desde atrás de la zona de carga venía arrastrando con todas sus fuerzas la ametralladora Browning para salvarnos la vida a todos. Río, que no quería que se metiera en este lugar por temor a que se le trabe el arma en algún segundo llegaba con el recurso más extremo que teníamos.
El más joven de la banda, el niño, llegaba a sacarnos las esposas de las muñecas en el momento preciso.
── ¡Fuego!── gritó el hacker.
Las balas de alto calibre de la ametralladora fueron soltadas en contra del escuadrón policial que se encontraba a menos de diez metro de la banda. Todos nos cubrimos como nunca, Denver me acorraló en la esquina con su cuerpo encima del mío. Mientras Río hacía su trabajo yo escondí mi cabeza en el pecho de Denver esperando que el infierno acabe, aunque si esta historia se terminara en este mismo instante no me movería, porque sus brazos, su cuerpo entero era mi lugar más seguro.
── Perdóname── sentí su voz contra mi piel.
Este chico no sabía ser oportuno, joder.
Cuando los estallidos se silenciaron, todo quedó desértico. Nadie daba un puto movimiento pensando que en cualquier momento las balas volverían a llover. Levanté la mirada hacia los ojos de Denver, fruncí el ceño sin comprender por qué pedía perdón tantas veces y sin razón, si no me había hecho nada malo, además que lo del 'falso asesinato' de la secretaria ya lo habíamos conversado y aclarado en su momento.
Nos quedamos quietos unos segundos, él cerca aún protegiéndome de disparos que se habían extinguido. Nuestras respiraciones irregulares se mezclaban al igual que todas las preguntas que bombardeaban mi cabeza. Quería decirle que estaríamos bien, que no había nada que perdonar.
── ¡Chapa, chapa!── el fuerte grito de Río nos hizo caer en realidad.
Rápidamente con Denver nos separamos, él fue a volver a levantar la placa de hierro para clausurar la pared. Yo fui a buscar cualquier cosa para hacer contrafuerte; porque nosotros la hacíamos de atracadores, también de enfermeros, psicólogos y ahora nos tocaba de constructores. Joder, como las puñeteras muñecas Barbies.
── ¿Dónde está Oslo?── me preguntó Helsinki tomando mis hombros luego de haberle pasado a Moscú unos tubos que estaban tirados por el suelo del lugar.
── Ni puta idea.
── Voy por él── dijo el serbio.
Negué al instante, tomé de su brazo con ambas manos para intentar detenerlo. El resto del equipo montaba la chapa en un tiempo récord.
── ¡Hey, grandote! No, quédate aquí que te necesitan más que yo── intenté convencerle── Yo voy por Oslo.
Caminaba por los tétricos pasillos de la fábrica, hace unos minutos pensé que no volvería a recorrer este lugar nunca más pero habíamos tenido tanta suerte con un ángel de la guarda que tenía el nombre de ciudad. Río se la había jugado para salvarnos, eso sí, aún le quería partir la cara de una hostia por desobediente.
Oslo no estaba por ninguna parte, sentía que algo estaba mal. Era imposible de que el más capacitado para una batalla como la que habíamos ganado a duras penas con, reitero, suerte, no haya hecho acto de presencia en donde mejor sabía desenvolverse. Hasta que recordé la última vez que lo había visto antes del desastre, se alejaba para repartir la cena a los hombres que se encargaban de cavar el túnel falso en la sala de máquinas.
Corrí imaginando que lo encontraría ahí, en ese lugar de pie sin entender dónde nos habíamos metido. Con su metralleta dando vueltas como siempre lo hacía, en silencio susurrando cosas en su idioma que solo Helsinki le podía entender.
Nada me preparó a lo que realmente me esperaba en ese lugar.
── No, por favor── susurré con la voz rota.
Me lancé al suelo de rodillas, donde el cuerpo de Oslo yacía con un charco de sangre que rodeaba su cabeza. Sin darme cuenta me encontraba con mis manos manchadas de ese líquido espeso escarlata que seguramente me causaría pesadillas durante mucho tiempo.
A la vez que un par de lágrimas caían por el miedo a lo que se nos vendría encima, vi el tubo de metal manchado, lo que parecía ser el arma que dejó a Oslo en ese estado. Tomé la cabeza del serbio entre mis manos para analizar lo que tenía al frente.
Insulté a todos los santos cuando me fijé en la gran herida en la parte alta de su cráneo, un golpe impacto y certero que cualquier ser humano sería incapaz de soportar, porque ese golpe era mucho más peligroso que recibir una bala. Todo esto era una suma; el material con el cual fue noqueado, el lugar del impacto y la cantidad de sangre perdida el resultado era uno, posible muerte cerebral.
De rodillas lloraba con las manos empapadas en sangre, nadie nos preparó para esto. Intentaba de todas maneras de reanimar a Oslo mediante gritos que en el fondo sabía que no escucharía pero me negaba a perder a uno de los míos.
── Despierta, grandote── susurraba── Oslo, por favor, dime algo.
Quería vomitar, estaba mareada de tanto por asimilar.
Escuché pasos en mi espalda, me di la vuelta con los ojos llorosos a ver quién se encontraba con esta desoladora imagen. Helsinki.
El otro serbio me miró esperando que le explicara qué cojones se encontraba mirando. Helsinki me hizo a un lado de un empujón al ver ambas de mis manos rojas y a su primo tirado en el piso.
── Vrhunski vojnik── repetía Helsinki al borde del llanto, sin poder creer lo que presenciaba.
Mi propia sangre me hervía por el cuerpo, no era capaz de controlar mis movimientos. Limpié mis lágrimas dejando mis mejillas teñidas de rojo, sangre fresca de lo que alguna vez fue nuestro compañero.
Tomé el tubo de metal que rodaba por el suelo. Aún estaba manchado, lo levanté y con todas mis fuerzas lo tiré a la mierda, descargando un grito que seguramente se escuchó por alguna que otra parte de esta puñetera fábrica. Con el ruido seco del metal chocando nuevamente contra el suelo, yo también caí. Aunque ya no lloraba, mis ojos estaban llenos de lágrimas que no se atrevían a caer. De rodillas intentaba regular mi respiración, nadie nos preparó para afrontar algo así y ni toda la vida nos bastaría para recibir un entrenamiento para enfrentarnos a algo tan irreversible como la caída de uno de los nuestros.
Mirando como Helsinki intentaba levantar a Oslo, que despertara de lo que parecía ser a simple vista un sueño eterno. Me di cuenta que no sé si podría soportar cargar con tanto y en ese momento, solo ese segundo pensé una de las cosas más irreales que se me podrían haber pasado por la cabeza estando encerrada aquí.
Ojalá hubieran entrado y llevarnos a cada uno a un lugar más seguro que este. Ahora la cárcel no sonaba tan mal, mirando mis manos y a los serbios perdiéndose el uno al otro mi corazón quería salir de mi pecho.
El grito que solté lo demostraba.
── ¡Joder!
Algo que me llenaba de furia fue que todo esto sucedió bajo la atenta mirada del Profesor.
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