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TRES: DULCE MÁS ALLÁ


DULCE MÁS ALLÁ

UN MES ANTES
13.21 P.M.

Bajé las escaleras caminando como si nada, actuando normalmente lo hubiese hecho un día cualquiera. Pasé por al lado de Nairobi que me ofreció alguna cosa pero que negué amablemente, siguiendo con mi camino hacia el único lugar seguro de esta casona. Con la misma sonrisa de siempre, actuaba como si El Profesor no me hubiese dicho lo último en nuestra conversación.

Era absolutamente consciente de la fecha, sinceramente me sorprendí cuando El Profesor me confesó en tono de condolencia que él también sabía que hoy era esa fecha que marcaba en mí.

Cerré la puerta atrás de mi espalda. Sentía mi rosto serio, sin emociones algunas siendo el reflejo de nada ahora mismo. De esa forma dejé los archivos de los atracadores escondidos dentro de un cajón cualquiera para evitar que alguien los descubriera, aunque ahora que lo pienso la única persona que se paseaba por mi habitación era Denver, y dudaba si volviera hacerlo.

Como si no tuviera que hacer nada, me tomé la libertad de sacarme el jean para cambiarlo por un pantalón suelto de pijama. Así me sentía más cómoda dentro de mi propia soledad.

Tomé asiento en la orilla de la cama, justo al lado de la mesita de noche que tenía un cuadro sencillo de color rojo. Adentro la foto con mi hermano, en donde él me sostenía en sus hombros cómicamente, ya que en ese momento nos había parecido hasta gracioso hacerlo. Hasta yo misma me impresionaba de lo perfecto que recordaba tal día con él, y seguramente era de mis mejores recuerdos en mi relativamente corta vida.
  
De la nada ya me encontraba sonriendo como idiota frente a ese trozo de papel, mirando fijamente las facciones de Marcos que eran una mezcla perfecta entre nuestros padres. Toda la vida he creído que él siempre fue el 'guapo' de la familia porque toma ya lo bueno que estaba ese hombre con su pelo rubio y sus ojos claros, todas las chicas estaban atrás de él. Aunque tampoco creía que era simplemente por esa razón; Marcos era la persona más buena de toda Europa, pero como decía toda mi familia, no por ser buena persona te van a tocar cosas buenas, ¿no? Porque así funcionaba el mundo.

La primera lágrima salió tímidamente, no era por pena, era un reflejo de la nostalgia que me daba ver esa imagen. Pensaba en cómo cojones terminé aquí, encerrada estudiando un robo en vez de ejercer mi carrera como lo hubiese hecho cualquier persona normal. De niñata rica o hija de papi, pasé a graduarme como ladrona a tiempo completo aunque de eso no me sentía orgullosa.
  
Inesperadamente unos pequeños golpes en mi puerta sonaron contra la gastada madera. Limpié mi rostro y a pesar de que nadie estuviera conmigo para verme, igualmente puse mi mejor cara.

─ ¿París?─ preguntó Río─ ¿Estás bien?

─ Sí, tranquilo, tío, pasa que tengo una gripa de mierda y no quiero contagiaros─ respondí rápidamente sonando convincente.

─ ¿De verdad? Si te apetece te traigo algo, no sé, un caldo de pollo...─ ofreció el chico preocupado, creyéndose que realmente mi ausencia era causada por una inexistente enfermedad─ O al doctor Denver, ¿qué te parece?

Sonreí a medias, pero quería estar sola con mis recuerdos tormentosos.

─ Te detesto, ¿sabes?─ dije para que me escuchara del otro lado.

─ Y yo que te adoro, chavala─ rió él.

─ Ve a almorzar con los otros, anda antes de que Helsinki se trague toda la comida─ le ordené intentando que me dejar sola─ Gracias.

─ Te extrañaremos en la mesa, París─ fue lo último que habló Río antes de irse.

Cuando una persona entra en estado de tristeza se vuelve mucho más vulnerable tanto al odio recibido como también al amor. Eso me sucedió, lamentablemente Río me recordaba demasiado a Marcos en muchos aspectos de su personalidad ya que en lo físico no compartían ni una estatura parecida. Pero era esa alegría que sabían dejar ambos sólo con entrar a una habitación, o porque sentía que era de las pocas personas que realmente se preocupaban por mi vacía existencia desinteresadamente.

Tomé el vaso desde encima de la mesita, aún le quedaba el agua que le había llenado en la mañana. La bebí casi por completo de un trago seco, hasta que en un arrebato de explosión emocional contenida, lo tiré lejos de mi. El ruido del vidrio partiéndose contra el suelo me hizo estallar por dentro.

Una frase daba vueltas en mi cabeza como un boomerang infinito. Lo asesinaron. Un hijo de perra asesinó a mi hermano y sigue libre el cabrón.

Tomé la almohada que también cayó contra el suelo, las sábanas de mi cama fueron desordenadas. Golpeé el colchón ahogando gritos de rabia por dentro, vamos, sentía la ira de la injusticia en mi cuerpo cuando la víctima era de mi propia sangre.

Lo único que pensaba era que el me cuidaba, siempre me lo decía. Según Marcos y sus palabras él vivía para eso, para proteger a su hermana menor de la vida misma. Ahora estaba sola, todo había terminado con un disparo sin ruido que no dio lugar para que hubieran testigos de tal atrocidad.
  
─ Te tenía que haberte protegido─ susurré mirando la foto. Era como si Marcos me mirara a través de la imagen, o en realidad me intentaba convencer de aquello.

Me sentí una cría cuando mi cuerpo quería gritar, sin embargo no quería llamar la atención de nadie del grupo, confiaba lo suficiente en El Profesor como para creer que no se le escaparía nada.

Estaba siendo víctima de un bajón emocional. En donde una vez al año extrañaba lo que fue mi vida de niña pija, con mi disfuncional familia y miraba alrededor sintiéndome una criminal. Me sentí tan sola, a pesar de que afuera un grupo numeroso de personas que de a poco se empezaron a convertir en algo parecido a amigos. Pero yo realmente estaba sola porque París no existía realmente.

Tiré la almohada contra el mueble en un arrebato de ira, luego saqué las sábanas de su lugar que terminaron en el suelo. A pesar de la sangre caliente que corría mi cuerpo, accidentalmente moví la mesita de noche haciendo caer la vieja lámpara se rompió en cien pedazos, siendo una analogía irónica de mí misma. Intenté arreglar el desorden que armé en dos minutos, no pensé en lo que hacía cuando agarré los trozos de vidrios con las manos desnudas. El material afilado no tuvo piedad al cortar mi piel a lo largo de mi palma dejando salir la sangre.

Caí al suelo, apoyando la espalda en la pared fría. Lloré de rabia, tristeza y de ira conmigo misma de ver mi herida que yo mismo me busqué. Imaginaba a Marcos que aparecería en la puerta de mi habitación con una curita para mi mano y una cara de pocos amigos, retándome por mi propia irresponsabilidad. Cosas de hermanos.

Sentí mis ojos hinchados, pensaba en lo bien que se sentía llorar a veces. Sacar lágrimas de una pena que llevaba todos los días pero encontraba las distracciones suficientes como para no pensar en ello. Mis pensamientos era un caos de culpa mezclados con remordimiento. No me preocupaba el dolor que sentía físicamente mi cuerpo por el corte, era lo de menos cuando estaba cayendo en un cansancio profundo que necesitaba.

Levanté mi cuerpo con dificultad, no me di cuenta que había dejado una marca de mi propia sangre sobre la tela del pantalón para ponerme de pie. Fui directamente a la mesita de noche para sacar del cajón la plaqueta de pastillas que estaban al fondo de este. No lo pensé mucho cuando saqué una y la llevé a mi boca, era incapaz de salir en estas condiciones a tan solo buscar un poco de agua para pasar el medicamento que usaba cuando necesitaba inducir mi propio sueño. Entonces no tuve remedio que tragarlo en seco, creí que era buena idea sacar otra, también otra. Vamos, si donde entran dos, entran tres.

Caí sobre el colchón vacío, carente de sábanas ni mantas. Lo único que cubría ese pobre colchón era el cuerpo de una chica destruida que dentro de sus pensamientos se culpaba de la muerte de su hermano. Y en medio de recuerdos dolorosos terminé durmiendo.













Lo que más dolía en ese momento era lo que sujetaban mis muñecas, eso sin agregar que la espalda me mataba contra el duro respaldar de madera gruesa del cual estaba hecha la silla que me sostenía. Cuerdas me rodeaban el cuerpo entero, sacudía mi cuerpo constantemente intentando moverme y correr de este sitio. Un lugar que no sabía donde quedaba pero dentro de mi razonamiento me llamaba a salir lo más pronto posible.

Me fijé un poco más detalladamente que las puñeteras cuerdas iban desde las muñecas, después en mi cintura daba unas cuatro vueltas y terminaba en los tobillos. Así evitando que intentara hacer algo para escapar a cualquier parte. Pero ni yo sabía dónde escapar.

Gritaba cosas sin control y mi garganta empezaba a doler sintiéndose desgarrada desde el interior, ni yo misma sabía que intentaba comunicar cuando mi voz se vio apagada por la cinta americana que cerraba mi boca. Entonces empecé a llorar del miedo, el valor que en mi vida llegué a tener nunca existió.

Miré a mi alrededor, las paredes grises era un completo cliché. Diversos objetos rodeaban mi posición; entre muebles, cosas cubiertas por sábanas que nunca supe que eran, también cajas por todas partes mal acomodadas. Y a la izquierda otra silla.

Fruncí el ceño, el miedo aumentó de manera considerable cuando noté que había otro cuerpo conmigo. Vestía de blanco completamente, una camisa de seda con unos pantalones de vestir que combinaban perfectamente incluso con el mismo tono de color. Pero una bolsa de tela cubría su rostro.

Necesitaba comunicarme de alguna manera, quería salir de aquí y esa persona me podría ayudar. Fue cuando recordé en ese momento que una vez vi una película junto a mi hermano, en donde un tipo se lograba quitar la cinta de su boca con la ayuda de su misma saliva. Hice lo mismo, intentaba empapar mi boca hasta que el pegamento no dio para más y cayó sobre mis piernas.

── ¿Hola?── pregunté notoriamente temerosa── ¿Estás bien?

Me sentí la persona más estúpida del universo al soltar esas palabras. El acompañante anónimo de la habitación se movió de forma abrupta, provocando que un chillido de susto saliera de mi boca. Intentaba safarze de las mismas cuerdas que me retenían.

La única puerta se abrió, dejando entrar a un hombre que no pude reconocer ya que este llevaba una careta de Dalí que me descolocó al verla. Su ropa no me decía nada de él, estaba todo de negro, al contrario de la persona que estaba a mi lado. Los nervios me obligaron a clavar mis uñas en la palma de mi mano para intentar sentir otra cosa. El dolor de sentir un pinchazo en mi mano no se sentía tan mal después de todo, hasta que llegué a sentir la sangre salir de las heridas que me había causado.

El misterioso hombre de negro se acercó al tipo de al lado. No reaccioné cuando le quitó la bolsa a la persona que resultó ser Marcos.

Al descubrir la identidad de mi hermano me moví como nunca, las cuerdas me hacían cada vez más daño mientras que más sangre salía de mi mano. Todo me daba vueltas y lo más real que sentía eran las lágrimas caer de mi rostro descontroladamente.

Los segundos empezaron a pasar mucho más rápido de lo normal. El tipo sacó un revólver clásico plateado que brillaba excesivamente, su cañón apuntó directamente sobre la frente de Marcos que me miraba con lágrimas en los ojos que no soltaba, sus ojos verdes iguales a los míos se notaban apagados, no tenía nada en ellos, la mirada de mi hermano había perdido la chispa que me daba alegría. Me miraba preocupado, pero jamás me pidió ayuda de ninguna manera, porque ambos sabíamos como terminaría esta pesadilla que me seguiría el resto de mi vida.













Desperté por el sonido de la bala, el destello brillante que producía esa pistola al soltar su bala me dejaba ciega. Estaba sudando, mi mano sangraba menos pero dolía como la mierda misma. Me encontraba acostada sobre el colchón aún, pero ahora la luz del día había desaparecido dejando mi habitación en una oscuridad que me dejaba desorientada. Intenté incluso ver qué hora era, porque cuando tomé las pastillas los chicos almorzaban y ahora no se escuchaba nada por ningún lado.

Me senté sobre la cama, temerosa se seguir en la misma pesadilla de siempre. Llegaba a impresionarme a mí misma cómo cada vez que se repetía esa secuencia en mi cabeza yo presentaba más miedo que la vez anterior.

Miré mi mano, la misma que sangraba por causa de que en acto de desesperación enterré mis uñas en ella, en la realidad seguía herida y manchada de sangre que no me tomé el tiempo de limpiar por simple despreocupación de mi parte. Busqué el reloj en la mesita de siempre y me cagué en la puta madre cuando me di cuenta que lo había roto. Estaba totalmente perdida en todo aspecto. Aún conservaba un poco del somnífero que los medicamentos por lo que parte de mis movimientos era bastante torpes todavía.

Lo único seguro que sabía, era que tenía un frío de cojones que me recorría de punta a punta.

Salí al pasillo directamente al baño, vi en el reloj de la pared del baño que eran las dos de la mañana con unos minutos. Entré corriendo, seguido prendí la luz del lugar, cuando me miré al espejo quería volver a encerrarme para siempre. Mi pinta era deplorable en todo sentido, mi pelo decolorado estaba desordenado, en mi rostro resaltaban mis ojos rojos cansados de tanto llorar además de mis mejillas también del mismo color. E incluso mis labios no se salvaron de volverse más rojos y abultados.

─ Que puto asco─ susurré mirándome directamente a los ojos.

Solté el agua fría que la hice pasar por mi mano, limpiando así la sangre seca que tenía aún. Dolía más como la hostia pero después de unos segundos de sentir el agua sobre la herida la hizo más soportable. Mientras estaba de pie con la mano bajo el chorro me seguía mirando al espejo, cada segundo me hacía sentir más cansada aunque no tuviera razones para ello. Era más bien estar agotada de tanto dormir.

Estuve unos minutos más, hasta que tomé la peineta para intentar arreglar el desastre de mi cabello, después cepillé mis dientes ya que mi boca aún sentía el sabor de las pastillas de la tarde. Salí del cuarto de baño y me pegué el susto de mi vida al ver a Berlín de pie afuera de este, vestido con una bata negra similar a la de mi reciente pesadilla, cosa que no me molaba nada justo ahora.

─ ¿Qu-é haces acá?─ pregunté descolocada.

─ París...─ tocó mi hombro suavemente─ Como te tienen las penas de amor, ¿eh?

─ Joder─ reí seca─ ¿Tan débil me piensas como para llorar por esas mierdas?

─ Toma ya, si puede tener una cara de destruida pero nunca pierde la esencia─ habló Berlín con una sonrisa pequeña.

   ─ ¿Cómo cojones haces para decir las palabras incorrectas en el momento incorrecto?─ dije sarcástica─ Buenas noches.

Salí de la puerta, despejándole el camino de entrada al baño. Pasé por su lado golpeando levemente su hombro, intenté avanzar hasta que su mano tomó mi muñeca sin presión ni fuerza, simplemente Berlín quería detenerme y también sabía que si intentaba hacerme parar llamándome no lo conseguiría de ninguna manera.

─ Mira, te habrás dado cuenta que las relaciones personales con esas cositas de "¿cómo estás" me quedan un poco grande─ empezó a hablar bajo mi atenta mirada─ Pero ¿sabes algo? Yo siempre cuido de los míos, aunque crean que lo único que me importa es que mi corbata combine con mis zapatos, lo que es bastante feo porque a eso le llaman prejuicio, mis amigos me dicen que también soy capaz de escuchar.

─ Si no vas al punto ahora, me pongo a gritar.

─ Que si necesitas unas palabras incorrectas en el momento incorrecto, no me moveré de acá─ me soltó─ Me atrae la idea de poder analizar a la analista.

─ ¿Esta es tu manera de ofrecer ayuda?─ levanté una ceja sorprendida de la empatía mostrada de parte de Berlín.

Él no me respondió la pregunta, sólo se quedó callado y entró al baño cerrando la puerta con cerrojo en mi cara. Meses con ese hombre encerrados en las mismas paredes y aún no era capaz de entenderlo en lo más mínimo.

Miré a ambos lados del pasillo oscuro, iluminado por la luz de mi habitación a lo lejos. El miedo que sentí me amenazaba con hacerme llorar nuevamente, me encontraba demasiado sensible en ese minuto, sentía que todo me podía afectar de manera distinta o me quebraba por dentro pero la única persona que me hacía sentir bien conmigo misma no me miraba hace semanas pero si lo pensaba bien no tenía nada que perder.

Arrastraba mis pies descalzos contra el piso de madera tomando el sentido contrario de mi habitación, caminaba hacia el otro lado alejándome de donde siempre me tuve haber quedado. Incluso a unos metros ya podía sentir los ronquidos de Moscú a través de las paredes que nos separaban, no podía llegar a entender como Denver era capaz de dormir con semejante ruido.

En un segundo quedé congelada al frente de la puerta, pensando si realmente valía la pena perder el orgullo para volver a hablarle. Me sentía mal conmigo misma como persona y lo único que tenía era a Denver.

Toqué tres veces la madera intentando que no sonara tan fuerte para no llamar la atención de nadie cerca. A lo lejos pude escuchar unos pasos desde adentro, unos segundos después la puerta se abrió un poco, aumentando la angustia que sentía de volver a hablarle después de tantos días.

─ ¿Qué pasa?─ escuché a Moscú desde el otro lado, la puerta se abrió completamente dejando verlo usando un pijama de camisa abotonada con unos pantalones largos rojos como Santa Claus─ ¿Todo bien?

Me bajó la ternura al verlo así, tenía los ojos achinados por estar durmiendo aún. No le bastó ni un minuto para retomar sus cinco sentidos y fijarse en mi aspecto que era bastante evidente para cualquiera.

─ París, ¿qué pasó, mi niña?─ me preguntó suavemente─ Tienes una carita de haber estado llorando.

─ Estaba media enferma...

Cuando de forma involuntaria acomodé un mechón de ni cabello atrás de mi oreja, Moscú atrapó mi mano en el trayecto sorpresivamente, dejando al descubierto la herida de mi mano.

─ ¿Qué es esto? ¿Con qué te cortaste?─ interrogó observando mi herida, rápidamente volví a guardar mi mano atrás de mi espalda─ ¿Qué ocurre, París? Sabes que puedes contar conmigo.

¿No habrá creído que me intenté suicidar, cierto?

─ Fue con un vaso que se rompió en mi habitación─ respondí tímida.

─ No te noto bien─ habló Moscú haciendo notar su preocupación─ ¿Necesitas algo?

 Necesito que su hijo vaya a mi habitación a abrazarme hasta que me durmiera. Por obvias razones no podía responder eso sin más, se vería extraño y tampoco se me ocurría nada. A lo lejos podía ver el cuerpo de Denver dormir tranquilamente.

─ Tengo frío─ solté para decir algo─ Sí, tengo un poco de frío y... quería saber si tenían algunas... ¡mantas! Eso, mantas para abrigarme.

No sé como pude llegar a estafar empresas de valor con ese nivel de engaño tan cutre. Aunque Moscú era tan buena gente que me creyó el cuento sin pensárselo e incluso tuvo el buen corazón de a las dos de la mañana empezar a buscar mantas en su armario, pero lamentablemente no había encontrado ninguna que me pudiera facilitar.

─ Lo siento, París─ se disculpó apenado─ Pero si necesitas otra cosa, no dudes en preguntarme ¿vale?

Asentí intentando formar una sonrisa ocultando mi frustración. Era hasta cómico como este día había sido una mierda aunque lo intentara evitar, me fui sin orgullo, tampoco manta, ni Denver.

─ Eso es, me gusta cuando sonríes─ dijo Moscú dejando una leve caricia en mi mejilla─ Cuídate esa mano, ¿eh?

─ Mañana me la curo a lo Doctor House─ me despedí sonando despreocupada─ Buenas noches Moscú y perdón la hora.

No esperé respuesta alguna, volví a mi habitación rápidamente y lo primero que hice después de cerrar la puerta fue lanzarme a la cama a hacerme un ovillo abrazando a la almohada mirando la foto de mi hermano como si esperara algo. No sé cuánto tiempo me la pasé en esa posición, hasta que escuché unos golpes en mi puerta que me llamaron la atención por el peculiar ritmo. Un ritmo que recordaba perfectamente.

Sin entender mucho me levanté con todo el cuerpo sintiéndose mucho más pesado de lo habitual. Abrí un poco la puerta para comprobar que mis sospechas fueran ciertas, y no sólo una simple ilusión creada por mi cabeza.

   ─ ¿Denver?

Él me miraba desde el hueco de la puerta, asintió como para comprobar que efectivamente se trataba de él. Un nudo en la garganta me tomó desprevenida, junto con las ganas que me abrazara porque me sentía como un bebé a punto de llorar de nuevo.

─ Es que... joder, te traje unas mantas─ dijo rascándose la nuca nervioso─ Te escuché... hablar con mi padre, pensé qué p-podrías tener un poco de frío.

Sentí mi corazón derretirse por ese gesto, abrí la puerta completamente para recibirlas. No le iba a confesar ahora que eso de las mantas era una simple mentira para verlo.

─ Pensé que tu padre no había encontrado.

─ Si, es que... son las mías pero no te preocupes─ las extendió para mí─ Sabes ya que no uso sábanas, ni nada de eso.

─ Gracias─ agradecí amablemente e incluso sonriendo un mínimo.

─ ¿Qué te pasó hoy?─ preguntó apoyándose en el marco de la puerta.

─ No estaba muy bien─ respondí apretando las mantas contra mi pecho.

─ El Profesor me dijo que andabas enferma─ dijo Denver con el ceño fruncido─ Pero ahora que te veo no me creo nada de esa mierda.

─ Pues El Profesor me dijo que andabas diciendo que Río y yo estábamos juntos─ solté irónicamente.

Por dentro me quería dar una hostia por ser tan impulsiva en algunas ocasiones. Se notó de inmediato que a Denver no le había caído nada bien el comentario, supe también que si no acababa esta conversación ahora mismo terminaría en otra pelea que no quería tener ahora, mucho menos con él.

─ ¿No es verdad acaso?─ levantó una ceja.

  ─ Buenas noches, crack─ intenté cerrar la puerta.

No pude hacerlo, ya que su mano tomó mi muñeca con delicadeza volviendo a dejar ver mi herida, que al contrario de la vez anterior ahora sangraba la cortada. Miré a Denver pero él miraba preocupado mi mano, en un segundo se sacó la camiseta ocupándola como trapo para limpiar la sangre.

─ Joder, París, ¿qué cojones te pasó, tía?─ volvió a insistir con más intensidad─ ¿Cómo te hiciste esto?

Sentía su mirada sobre mí, cosa que intentaba ignorar observando como la tela se tenía de un rojo carmesí de a poco. Suspiré cerrando los ojos fuertemente, los volví a abrir con unas lágrimas cayendo lentamente por mi piel.

Era impresionante como este día me hacía sentir vulnerable ante todos, sobre todo ante Denver.

Las luces se encontraban apagadas, por lo que éramos iluminados por la tenue luz que entraba por la ventana que nos era suficiente como para distinguirnos entre las sombras de la oscuridad. Levanté la vista a sus ojos claros que brillaban en su rostro, Denver, al fijarse de mi pequeño llanto pasó su mano por mi piel, limpiando el rastro de cualquier lágrima que haya pasado por ahí.

─ ¿Lloraste?─ preguntó al darse cuenta de lo rojos que estaban mis ojos─ ¿Qué pasó?

La puta madre, este chaval decía las palabras en el momento preciso para hacerme sentir mejor. Al escuchar su preocupación tan genuina pude sentir como mi piel se erizaba ante su voz ronca. Sin pedírselo, Denver entró en la habitación cerrando él mismo la puerta tras él. Yo me quedé de pie viendo como luego caminaba hacia el interruptor de la luz, que cuando se prendió dejó ver el completo desastre que era el lugar con los vidrios en el suelo, notas regadas en el piso y almohadas tiradas en cualquier parte.

Me dio vergüenza ver el desorden que había provocado. No quería ver la expresión de Denver ahora mismo, debería pensar que estaba loca y por eso me caería bronca a las casi tres de la mañana.

Dejé las mantas sobre la cama que estaba igual de desordenada que toda la habitación. Sentí la mano de Denver sobre mi brazo para hacerme dar vuelta y obligarme a mirarlo ya que se había formado un silencio incómodo desde hace ya unos minutos que él había entrado.

─ ¿Qué te pasó?─ habló tan suave que lo sentí cercano.

─ Parece que estoy triste─ susurré como una pequeña.

─ ¿Y yo puedo saber por qué estás triste?─ volvió a preguntar subiendo sus manos a mis mejillas para quedarse ahí.

Negué rápidamente. Simplemente no quería contarle nada acerca de Marcos, ni el aniversario, ni de las pesadillas recurrentes de estas fechas que me atormentaban cada noche y me aterraba el hecho de volver a dormir.

─ N-o no es por mí ¿cierto?─ dijo Denver medio ansioso.

Volví a negar, esta vez más frenéticamente dejándole saber que esta crisis no tenía relación con que nos hayamos peleado desde la noche de la Verbena.

─ ¿Entonces?

Lo miré a los ojos, cosa que se me complicada sintiendo el calor de la piel de su torso desnudo contra mi. Me descolocaba desde la primera vez, cosa que estoy segura que notó porque se acercaba más a propósito.

─ No puedo decirlo─ volví a susurrarle.

─ Sé que no nos hemos hablado─ suspiró soltando mis mejillas lentamente─ Pero te dije que estaría para cuando me necesites París.

Asentí mirando al piso. Era de esas veces que estás a punto de explotar y alguien te pregunta si estás bien, pregunta bien intencionada que terminaba por desencadenar un llanto imparable.

─ Yo... no estoy bien─ confesé luego de haberme quedado callada─ Quiero irme de aquí.

Denver se volvió a acercar pero esta vez fue mucho más decidido. Tomó mi cintura con ambas manos para atraerme a su cuerpo, todo esto tomándose su tiempo. Volver a sentirlo cerca desencadenaba mil recuerdos con ese olor y ese calor único que sólo él podía darme.

─ No te vayas─ dijo bajito en mi oído sonando tierno─ Por favor.

Con una mano libre, Denver apagó las luces del cuarto volviéndonos a dejar a oscuras como al principio. El resto de mis sentidos se alertaron, aunque seguía teniendo somnífero en el cuerpo que no me dejaban pensar claramente. Lo único que sabía era que este hombre me estaba volviendo los pies a la Tierra de una manera particular.

Pasé la mano sana por su espalda, tocando su piel tibia contra mi tacto frío lo hizo estremecer por lo que soltó un suspiro contra mi cuello que me dejó sin palabras. Luego Denver empezó a caminar hacia atrás hasta que me crucé con la cama, y nos dejamos caer aún el mismo silencio sepulcral que hablaba por nosotros.

─ Déjame ayudarte, ¿vale?─ habló pegando nuestras frentes y pasando una mano por mi cintura─ ¿Cómo puedo quitarte la tristeza?

─ No puedes─ susurré acariciando su mejilla─ Te extrañé por aquí, ¿sabes?

Denver cerró los ojos un segundo pensando en lo que le dije. Dejó un pequeño beso en mi mano con la que le acariciaba y después otro en mi mejilla.

─ Yo también te extrañé─ le escuché susurrar─ Perdón.

Sentía en la oscuridad como sus dedos tocaban abajo de mi polera.

─ Yo también la cagué un poco...

Bien, ahora me quería poner a hablar de lo pasado en la Verbena.

Él volvió a esconder su rostro en mi cuello intensificando los latidos descontrolados que ya sufría mi corazón. Extrañaba ver a Denver actuar desde su lado más tierno e inocente, dejando de lado el lado chulo que demostraba durante el día sin ser la bomba de relojería que explotaba fácilmente.

── No hablemos de eso─ dijo contra mi piel─ Quiero quedarme así toda la noche.

Pasaba mi mano por su pelo dejando caricias y la otra por su espalda desnuda. Me quedé simplemente mirándolo a los ojos pensando en la falta que me había hecho, además que al mismo tiempo sufría un dilema moral que me hacía sentir vulnerable cuando Denver estaba conmigo y la verdad que tenía sentimientos encontrados junto a él. Ese hombre se encargaba de sacar una parte de mí que aún no sabía si era lo mejor.

─ No llores, por favor─ susurró pasando su dedo por mi mejilla─ Que no me va a quedar opción.

Fruncí el ceño.

─ ¿Opción de qué?─ pregunté hablando bajito ya que mi voz era un hilo.

─ Voy a tener que quitarte esa pena con besos.

Nos encontrábamos tirados en mi cama en medio del desastre, pero por un segundo no me importaba el momento ni el lugar. Incluso había llegado a olvidar el detonante de todo este arrebato de emociones.

─ Creo que es la única opción─ agregué levantando una ceja.

─ Tendré que hacer el sacrificio─ sonrió él.

De inmediato sentí los labios de Denver sobre mi mejilla, luego la otra, dejó un beso en mi frente y otro en mi nariz haciéndome reír por lo infantil que era. Las cosquillas que sentía eran más fuertes cada vez que pasaba cerca de mi boca, tentándome a agarrarlo de la cara y plantarle un morreo de los que te dejaban sin aire.

─ Joder, que preciosa eres.

Inevitablemente me sonrojé al escuchar su voz profunda decir eso, como si fuera la primera vez.

Denver se tiró contra mis labios finalmente saciando el deseo de volver a probar sus besos nuevamente. Puse mis manos en su nuca intentando acercarlo más contra mí, como si eso fuera aún posible.

Sus movimientos eran lentos, cálidos a la vez que deliciosos de sentir, era todo lo que extrañaba. Unos momentos después me escondí en su cuello para respirar un poco porque lo necesitaba, aproveché para dejarle pequeños besos en su cuello, acción que yo sabía que le causaba cosquillas en su cuerpo. El chico pasó sus brazos por mi espalda creando un repentino abrazo que me tomó por sorpresa. Aunque aún así me volví a acomodar en su pecho escuchando el ritmo tranquilo de su pulso.

── No sé si podré evitar que te sientas triste─ empezó a hablar sonando serio─ Pero intentaré hacerte la atracadora más feliz de España, ¿vale? Quiero hacerte sonreír todo el tiempo─ sentí mi pecho contraerse dejándome sin aire ante sus palabras─ Y una cosa más, tienes la sonrisa más bonita que he visto en una tía.

─ Anda ya, poeta─ le molesté.

─ Me importa una mierda que te incomoden estas conversaciones y te jodes─ dejó un beso en mi cabello─ No quiero estar lejos de ti.

Solté un suspiro, levanté mi cabeza para quedarme frente a frente con él de nuevo, admirando lo guapo que era el tío. No me podía cansar de volver a fijarme en otros detalles de su rostro.

Dejé un beso corto en sus labios y solté lo que tenía contenido desde meses atrás.

─ Cuando hagamos el show del siglo quiero pedirte algo...

Las palabras no me salían, los nervios me devoraron por dentro. Bajo la atenta mirada de Denver que sus ojos claros ya reflejaban confusión ante mi frenazo a plena oración, pero él no entendía que todo esto me ponía de los nervios ya que era algo demasiado importante que había pensado día y noche. Intenté dejar esa loca idea de lado pero era imposible, incluso ocurría todo lo contrario en mi cabeza, esa pregunta se intensificaba cada noche de maquineo interno buscando el lado frío de la almohada.

─ No me digas que quieres que me vaya─ dijo Denver asustado de mi reacción.

─ No─ negué frenéticamente acariciando sus labios con la yema de mi dedo─ Quiero que te quedes, todo el tiempo.

Sus cejas se fruncieron ante mi última frase.
 
─ ¿Qué me quieres decir?─ interrogó medio descolocado.

─ Vámonos juntos al fin del mundo, donde nadie nos busque y empecemos de cero─ ofrecí sintiendo la ilusión en cada una de mis palabras─ B-bueno, si... sólo si quieres. Hostia, quizás no quieras, fue muy pronto.

Denver me miraba con gracia cuando me trababa con mi propia lengua. Hasta que agradecí que me callara de la mejor manera que sabía hacerlo, con sus labios sobre los míos, esa se había convertido en la fórmula perfecta ante mis nervios y ansiedades.

Él freno el beso, volvió a juntar nuestras frentes aunque yo mantenía los ojos cerrados sintiendo como mis mejillas aún ardían por lo sonrojada que me había puesto eso de ofrecerle a Denver lo que podría considerarse un futuro en que los dos nos encontraríamos juntos paseando de la mano en la orilla de la playa en una islita. Si lo pensaba un toque era muy pronto como para tirar el bombazo, claro, como yo no pensaba y últimamente actuaba por instinto irracional. Primero hablaba para luego pensar lo que había dicho.

Seguramente la París de ayer no se hubiera atrevido a semejante pregunta, ni menos la París de mañana. Pero la París de ahora estaba embriagada de Denver y quería más todo el rato.

Una mano de él fue a mi mentón para suavemente levantarlo y que lo mirara. Sus ojos me hipnotizaba gracias a su mirada era teñida de su azul claro natural, sus labios eran más rojos de lo normal por los morreos de hace rato. Detalle que los hacían tentadores ante mí.

─ La vida contigo no podría ser aburrida.

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