ONCE: HONOR ENTRE LADRONES
HONOR ENTRE LADRONES
Martes 19.58 P.M.
NOVENTA Y SEIS HORAS DE ATRACO
NARRADOR OMNISCIENTE
En el momento en que Río decidió que era un buen golpe confesar frente a los rehenes detalles confidenciales del plan del Profesor firmó su sentencia de muerte sin saberlo. Porque para Berlín un acto así no existía perdón de ninguna clase, fue una manera en la que Aníbal Cortés se había despedido del atraco y no permitiría traidores en el equipo, ese era la primera regla del código de los ladrones. El problema era que Río sería el último que se enteraría de las consecuencias de su intento de derribar completamente el plan, porque ya había perdido lo que le importaba, Tokio, que había sido entregada a la policía por la que él creía que era su amiga, París.
A rastras y con las manos atadas, Río fue empujado contra un par de bobinas de papel para imprimir billetes. Sin darse cuenta ya habían llegado al fondo de la fábrica donde nadie pasaba ni por accidente.
── Fue muy mala idea hablar con los rehenes, Río── dijo Helsinki ajustando la correa de plástico en las muñecas del chico evitando que se defendiera.
── Ya podéis sacarme como a Tokio ¿eh? Atadito──respondió él dándose la vuelta asumiendo su destino al igual que su novia── Porque no pienso callarme.
── La idea de Tokio no fue mía, sabes que París me convenció de que era mejor idea sacarla de la fábrica que pegarle un disparo a sangre fría. Quizás fue un acto feminista de su parte, no lo sé── habló Berlín serio, sin ningún remordimiento en su voz── De Tokio me fío, pero tú eres un niñato...── suspiró el atracador al mando── Es una pena. Fíjate que paradoja, Helsinki. Tokio va a callar para protegerle a él, y sin embargo tú vas a desaparecer sin que ella se entere.
Río soltó una risa sarcástica: ── ¿Qué vas a hacer, eh?
── Lo que me has pedido a gritos── confesó Berlín sacando su pistola para revisar que efectivamente tenía la bala necesaria para ejecutar al chaval de un tiro── Efectivamente, has perdido la cabeza y no puedo dejar que te marches, ni tampoco puedo dejar que te quedes. Y no podemos mandar más atracadores a la policía, somos los supuestos Robin Hood, no Papá Noél.
Andrés de Fonollosa se dio la media vuelta con el arma en la mano, mientras hablaba daba un par de pasos de distancia de Río. Aníbal recién se había dado cuenta la verdadera razón por la cual Berlín y Helsinki lo habían arrastrado a la parte más solitaria del lugar, lo iban a ejecutar a sangre fría como castigo.
── Lo que le has dicho a los rehenes fue lo que terminó por condenarte── se dio la vuelta alzando la pistola a la altura de la cabeza de Río como si fuera un duelo en el lejano Oeste. Aunque que esta vez solo uno de los retadores estaba armado y el otro atado de manos── Hoy hiciste algo horrible que va mucho más allá de cualquier plan. No me importa que sueltes por dónde nos vamos a ir o porqué usamos caretas de Dalí... Me jodiste, Río, vas a tener que pagar ¡Y no me va a temblar el pulso!
Irónicamente la mano de Berlín empezó a moverse involuntariamente, justo en ese momento estaba siendo nuevamente víctima de los síntomas incontrolables de la miopatía de Hemler que mataba su cuerpo poco a poco. Pero eso no fue impedimento para llevar a cabo las retorcidas ideas de Berlín que soltó una pequeña risa al ver como su mano temblaba unos segundos incontrolablemente.
── Bueno, un poco si que me va a temblar.
La macabra risa de Berlín le daba un toque más turbio a la escena. Río le temblaba el labio inferior intentando aguantar el llanto de la angustia que estaba viviendo al asumir que su vida estaba en manos de un psicópata, aunque su orgullo era más grande antes que rendirse ante el bastardo que le jodió la vida a Tokio. Ese acto de rebeldía era en honor a ella, y no iba a desistir hasta el último segundo.
── Es importante que afrontes la muerte con humor── le recomendó Andrés.
Las personas que hacen las cosas inconscientes no es que le dan igual las consecuencias, al contrario, les importa tanto como los demás. Es solo que no pueden verlas hasta que es demasiado tarde y tocan la puerta. Solo ven esas consecuencias cuando ya están delante de sus ojos, y las de Río tenían la forma de Andrés de Fonollosa con una pistola decidido a matarlo.
── ¿Quieres decir tus últimas palabras?── le preguntó a la vez que le quitó el seguro al arma. Cosa que acojonó al joven Río.
── Todavía estás a tiempo de aprender de tus errores y dejar de ser un mierda.
── ¡Ah, madre mía Helsinki!── exclamó a gritos exagerados── A este chico le acaba de llegar la madurez. Si hubieses vivido más tiempo podrías haber sido el sucesor de Paulo Coelho. Que lástima, el mundo va a tener que perdérselo.
Río cerró fuertemente los ojos esperando el ruido de la bala que daría su vida por finalizada, hasta el mismo Helsinki estaba convencido de que esa sería la última vez que vería al joven Río y no estaba a gusto con eso. Berlín con un dedo en el gatillo calculaba el tiro de gracia perfecto, aunque su pulso seguía sin ayudarlo en lo absoluto.
── ¡Berlín!── se escuchó el llamado de Nairobi acercándose.
── Ay, madre mía── rodó los ojos sabiendo que se acababa de armar otro lío── Para la próxima solamente voy a disparar sin tanto discurso.
Del altillo salieron Narobi acompañada de Denver pero solo ellos. Ambos armados con sus respectivas metralletas apuntándole a Berlín y Helsinki evitando que mataran a Río, el serbio al verse amenazado levantó su arma al igual que el resto. Los dos recién llegados quedaron sorprendidos ante la escena surrealista que se estaba llevando a cabo, París tenía razón.
Nuevamente lo que se creía como un buen equipo estaba por fallar. Cada uno tenía un cañón sobre ellos, los ánimos estaban muy arriba aunque individualmente estaban tratando de salvar el plan a su manera.
── ¿Qué mierda haces?── preguntó Nairobi sacando el seguro.
── Baja el puto arma── amenazó Denver con la sangre caliente que lo caracterizaba.
── Se ha acabo el tiempo de las alegaciones── les respondió Berlín sin dejar de apuntar a Río que a ese punto temblaba── Desgraciadamente la democracia solo nos ha traído disgustos y yo acabo de dictar sentencia.
── Basta ya de gilipolleces que estamos todos muy nerviosos── interrumpió Denver bajando las escaleras lentamente a orden de Nairobi── Berlín, no nos jodamos más. No tenemos que jodernos entre nosotros.
El ruido del teléfono alzó la tensión del lugar si eso era posible. Todos quedaron sorprendidos al confirmar que El Profesor aún seguía en su posición, tal y como se los había prometido. No estaba detenido como lo habían visto en la televisión, tampoco los había abandonado como pensaron Denver, Tokio y Río. Esa llamada terminó por darle la razón al bando contrario, hasta que el timbre se calló. Se miraron entre ellos sin entender que ocurría afuera de esa fábrica y porqué El Profesor había estado desaparecido casi veinticuatro horas pero ahora había vuelto.
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── ¿Profesor? ── preguntó nerviosa París que había alcanzado a tomar el teléfono antes de perder la llamada justo a tiempo.
── París ── se escuchó la reconocible voz del cabecilla agitada── Perdón por estar tanto tiempo ausente...
── No me importa escuchar tus excusas de mierda ahora, solo te tengo una pregunta y no quiero más mentiras ── interrumpió la castaña decidida a encontrar de vez por todas la verdad── ¿Quién es Berlín?
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── Berlín, será mejor que bajes la pistolita o te juro que te vas a retorcer de dolor── dijo Nairobi sacando una bolsa desde atrás de su espalda con pequeños botecitos de cristal en su interior, moviéndolo lentamente de lado a lado como si se tratara de un cebo── Acabo de encontrar tu calmantes.
── ¿Y qué vas a hacer Nairobi? ¿Romperlas de una en una como hizo Tokio?
── Bueno, pues me da igual, como estoy con la regla── alzó los hombros con expresión despreocupada, y luego sonrió── Pero que cotillas que somos las mujeres... y que mala hostia tenemos cuando nos pisan lo mojado.
── Tú disparas una vez y yo te devuelvo tres── se escuchó la voz de París entrando a la escena a las espaldas de Andrés de Fonollosa. Todos, menos Berlín, la miraron y se preocuparon inmediatamente al ver como un par de lágrimas caían sobre sus mejillas rosadas, sus ojos estaban rojos de contener el llanto. París alzaba su pistola con rabia en su cuerpo, rabia que solo Berlín entendía la razón── Vamos, atrévete.
── Parisina...── susurró Nairobi descolocada── ¿Estás bien?
Pero las emociones cegaban a París y la hacían tener un objetivo claro en mente.
── ¿A la espalda, París?── preguntó Berlín actuando sorprendido── Pensé que no eras así.
── Te odio── susurró la castaña presa de una ira irracional que no comprendían los demás.
── París, tranquila── habló Denver preocupado por ella que no la veía nada bien.
── Acabo de hablar con El Profesor. Me lo confirmó todo── soltó París en un hilo de voz sin bajar la pistola. Su mano temblaba, hacía el intento de no soltar más lágrimas de impotencia que sentía su cuerpo── Andrés de Fonollosa. ¿Acaso no me lo ibas a decir nunca?
── ¿De qué hablan?── se entrometió Denver con el ceño fruncido.
Andrés de Fonollosa miró a Río intentando no salirse del plan principal que era ejecutar al chico pero mientras lo apuntaba su mano volvió a temblar. De la frustración se dio por vencido, suspiró y se dio la vuelta lentamente bajando el arma dejando de ser una amenaza. Encontrándose con los ojos de París que por primera vez le hicieron sentir algo más allá de lo que creía capaz de sentir, fue algo extraño para Berlín pero que no duró mucho.
── ¿Te crees capaz de lastimar a tu propia sangre? Yo no.
Esas palabras cayeron como balde de agua fría a todos, no se lo esperaron, ni la misma París se lo esperó. Río abrió los ojos por primera vez sin creerlo.
── Tú y yo no somos familia── escupió París con asco── Nunca lo fuimos.
Denver la miraba aguantando las ganas de hacer todas las preguntas que pasaban en ese momento por su cabeza.
── ¿Qué cojones está pasando aquí?── soltó Denver confundido.
── En eso tienes razón, París── dijo Berlín sin miedo ante la pistola de la castaña que seguía sobre él── Este grupo no es una familia, es un equipo. A nosotros no nos une la sangre, sino la codicia y la vieja regla del honor entre ladrones.
París mordió su labio inferior para no decir nada más. Bajó su pistola de mala gana comprendiendo que no valía la pena tan solo amenazarlo. Berlín sin sentirse un ganador de tal discusión volvió a dar la vuelta contra Río, levantó el arma y sin previo aviso pegó tres tiros certeros dejando a cada persona en silencio sin argumentos de nada.
Las tres balas quedaron enterradas en las bobinas de papel que estaban tras Río. Él, colapsado de tanta presión cayó de rodillas al suelo soltando gritos desesperados mezclados con llanto que hicieron a París soltar un sollozo que disimuló poniendo su mano sobre su boca.
── Berlín, tienes una llamada perdida, cariño── dijo Nairobi.
Berlín no dijo nada, no se le ocurría palabras para afrontar dicha situación, solo le dio una última mirada a París que lo observaba con cierto desprecio que no le hacía sentir cómodo del todo. Podía soportarlo de cualquier otro, pero la razón que tenía ella iba un poco más allá que un simple odio por ser Berlín, París lo detestaba por ser Andrés. Con ese pensamiento rondando por su mente fue a contestar la llamada del Profesor.
Denver se acercó a Río que tirado en el suelo seguía gritando lo hijo de puta que era Berlín, Denver lo intentaba tranquilizar con palabras bonitas y cariños en la espalda como hacía París con él, pero Río estaba todavía en estado de shock. Al igual que París, la castaña miraba los orificios de balas que había dejado Berlín antes de irse sin poder procesar toda la información en tan poco tiempo.
── Cariño ¿estás bien?── la voz de Nairobi la sacó del trance.
── Nairobi, que tenemos la misma puta sangre── susurró París incrédula── No puede ser.
Nairobi se pasó una mano por el pelo soltando un bufido. Las cosas no podían estar peor es ese momento, cada uno tenía su batalla interna que los desviaba de la razón que los ponía en el aquí y ahora. Tenían que sacar el plan adelante entre todos y estaban mezclando los problemas personales con el atraco y ella tenía claro como resultaba fatal combinación. Caos.
── Ven conmigo── le dio un golpe en el brazo── Tenemos que arreglar este desastre ahora mismo.
Negó.
── Me quedaré con Río── susurró mirando a Denver consolar al chico.
Nairobi asintió con una sonrisa de compasión dándole la razón, la morena le acarició la mejilla húmeda por una lágrima y le arregló un mechón de su cabello rebelde. Miró como París caminaba hacia Denver y Río, el primero la observó e intentó decirle algo pero París no le tomó atención, solo fue a abrazar a Aníbal que estaba mucho más destrozado que ella. Denver se alejó unos pasos analizando la escena como Río abrazaba a París aferrándose a su ex-novia como único pilar adentro. Alguien le tocó el hombro, era Nairobi que junto a Helsinki lo invitaban a acabar de una vez por todas con el tirano mandato de Berlín, que ya estaba acabando con cada uno de los atracadores.
── Me iba a matar...── sollozaba Aníbal más calmado en el hombro de París, que dejaba pequeñas caricias en el pelo de él── Ese hijo de puta me iba a matar.
━━━━ ◦ ❖ ◦━━━━
En la sala de mando la cosa no iba nada bien, Berlín atendió finalmente las llamadas del Profesor que tenía de las peores partes de ver por las cámaras el desastre que había causado con su forzada desaparición. Observar a través de las pantallas como sus fichas de ajedrez estaban destruyéndose en el tablero antes de dar la verdadera batalla.
── Llamada de control── contestó El Profesor.
── Una mierda, Sergio. ¿Por qué le contaste?── preguntó Berlín enojado── Nada de preguntas personales, que mentira. Te pasas tus propias reglas por los...
── Ella misma me dijo que había sido Río el que gritó tu nombre y apellido──interrumpió El Profesor frustrado de ver como se le caía el plan a pedazos── Ya sabía quién eras, y se enteraría de igual forma. Tiene derecho a saberlo.
── Claro, porque seguramente no le contaste quién eres tú── soltó Berlín dejando sin respuesta al otro── París va a llegar pidiéndome explicaciones dónde estuvo su tío toda su vida y tú de puta madre allá afuera. Los dramas familiares para las novelas, esto es un atraco. Mezclaste las cosas.
── ¿Cómo van las cosas adentro?
── Como la seda── respondió Berlín sonando demasiado tranquilo.
── ¿Cómo la seda?── repitió enfadado ante la indiferencia con la situación── ¿Cómo la seda es que Tokio esté siendo interrogada ahora mismo por la policía? ¿Cómo la seda es que hayas estado a punto de ejecutar a Río? ¿Cómo la seda es que París sepa que tenéis una relación familiar? Berlín ¿qué estás haciendo?
Ninguna de esas preguntas obtuvo respuesta. Un golpe certero en la nuca de Berlín lo hizo caer sobre la mesa inconsciente, Nairobi bajó la culata de la metralleta confirmando que había caído. Atrás de ella estaba Helsinki y Denver mirando como las cosas estaban a punto de cambiar.
Nairobi sin pensarlo un segundo tomó el teléfono de la mano de Berlín, en la otra línea El Profesor no entendía la procedencia de los ruidos que escuchaba. La encargada de calidad de la banda sabía que no estaban bien, el plan se estaba yendo a la mierda a causa de los problemas que se iban creando por el estrés del encierro y al parecer en ese momento la única que tenía los pies totalmente sobre la tierra era Nairobi.
── Profesor, soy Nairobi. Berlín no está en condiciones, así que ahora estoy al mando yo── dijo Nairobi encontrándose con la mirada de París apoyada en la puerta que había llegado en el momento preciso, la castaña asintió con una sonrisa de apoyo── Empieza el matriarcado.
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