DOCE: LEY Y EL ORDEN
LEY Y EL ORDEN
Sábado 18.00 P.M.
VENTIOCHO HORAS DE ATRACO
El teléfono sonó en el despacho de la oficina de Arturo Román, era el Profesor que necesitaba explicaciones. Berlín contestó como siempre, con la misma actitud relajada y campante mientras que yo solo miraba en silencio para poder escuchar al Profesor desde afuera de la fábrica.
── ¿Sí?
── ¿Qué está pasando?── logré escuchar a nuestro Profesor angustiado de ver como nos salíamos del plan── ¿Por qué están en la azotea?
── Moscú salió a respirar aire fresco flanqueado por rehenes con armas falsas. Como ya sabes jamás hubiese permitido esa locura, pero la sonrisa de París vuelve loco a cualquiera── me sonrió a la vez que dos M-16 se le acercaban a la cabeza, una de Tokio y la otra metralleta de Río── Una persona bastante convincente, como se nota que es una manipuladora ¿eh?
Nos quedamos en silencio los cinco, ya que Nairobi también estaba presente jugando a favor de la mayoría. Desde que entramos había quedado claro que la única manera de negociar entre nosotros mismos era con un arma en la mano.
── No quiero más improvisaciones.
Berlín bajó el teléfono nuevamente a su lugar, nos miró a los cuatro con indiferencia e incluso sonreía el cabrón con dos metralletas en la cabeza.
── Si no comienzan a tener la puta cabeza fría se van olvidando de los millones, de la vida en Acapulco y del jardín lleno de críos porque lo van a joder todo── dijo el atracador al mando a la vez que Tokio y Río bajaron las armas── Solo tenían que hacer una cosa: ser profesionales.
── Hostia Berlín, te luciste con el profesionalismo cuando mataste a una rehén── respondí sentada en el sillón.
── Ahí es donde te equivocas París, yo no maté a esa chica te recuerdo que fue Denver── terminó la frase con una sonrisa sabiendo el daño que me causaba.
── Entonces me tengo que cagar en tu madre por haberte parido── solté rápidamente.
── ¿Profesionales? Yo sí que soy profesional── intervino Nairobi por primera vez sacando un billete de su bolsillo── ¿A ti esto no te parece profesional? ¿eh?
── Maravilloso── respondió Berlín.
── Perfecto── agregó Tokio.
── Una obra de arte── habló Río.
── Bingo, pequeñín── señaló ella a Río── Un puto billete mejor que los que dan en los bancos que ni siquiera se puede rastrear, una obra de arte. ¿Y sabes por qué?── preguntó mi compañera.
── Ilumíname, Nairobi.
── Porque está hecho con mimo, yo sí que soy profesional── se levantó Nairobi con el billete en la mano── Lo que no sé es qué se hace cuando a tu padre le da un yuyú en mitad de este marrón, ¿se es ladrón antes que hijo?
── Antes que ser humano── agregué defendiendo a Denver.
── Para un mierda como tú puede que sí pero yo... no lo sé── finalizó Nairobi lanzando el billete arrugado a la cara de Berlín.
Cuando el billete tocó el escritorio de caoba de Arturo Román, un disparo se escuchó desde afuera.
No pasaron ni cinco minutos cuando todos nos encontrábamos corriendo por todos lados desesperados. Tokio se encargaba de traer los botiquines de emergencia, Río junto a Helsinki estaban en busca de alguna mesa que sirviera como camilla o algo que podríamos usar como para montar la enfermería del atraco.
Lo único que podía pasar por mi cabeza en ese momento era que hacer si el balazo le dio a Moscú o a Denver. Tenía mucho miedo, de saber la verdad, era mucho más probable que lastimaran a los atracadores que a los rehenes y si le llegaba pasar algo a unos de los dos no podría mantener la calma.
── ¡París, ven acá ahora mismo!── sentí el grito de Tokio.
Estaba llegando con alcohol gel para desinfectar mis manos y así no cagarla más de lo que ya estaba. Bajaba la escalera a toda velocidad mentalizada ante cualquier situación, tenía que mantener la cabeza fría pero me estaba costando bastante. Llegué donde los problemas estaban realmente sucediendo, lo primero que hice fue buscar a Denver entre tantos monos rojos que se movían de un lado para otro, los gritos no ayudaban en este caso, solo generaban caos.
── ¿Dónde está Denver?── pregunté a todos y a nadie al mismo tiempo.
Me giré al verlos bajar a todos los rehenes junto a Moscú y Denver que llevaban a una persona entre ambos. Arturo Román había sido la víctima del disparo ejecutado por la mismísima policía española, la encargada de proteger a los rehenes. Ahora sí que la opinión pública estaría a nuestro favor, pero a qué puto costo.
Padre e hijo dejaron a Arturo en la mesa, rápidamente me puse en acción a ver cómo solucionar el problema. La verdad es que nuestros cursos de primeros auxilios no garantizaban la vida de nadie en absoluto.
── Agua, agua── suplicaba Arturo.
De inmediato llegó Denver a ofrecerle una botella. Respiré un poco más tranquila a pesar de la situación, ver que estaba bien me ayudó un poco a controlar los nervios, a pesar de que me odiaba en estos momentos por haberle dicho esas cosas hace un rato.
── ¡Alcohol!── gritó Tokio.
Río se encargaba de pasar cada cosa que le decía, la adrenalina corría por las venas de todos en ese momento. Salvar la vida de Arturo era nuestra única forma de salir de este lugar y nosotros unos malos doctores.
Porque vamos a ser realistas, que lo más cerca de aprender medicina fue verme todas las temporadas de Grey's Anatomy.
── Necesito que saques la mano de la herida Tokio── le pedí a la chica y de inmediato lo hizo.
Procedí a derramar grandes cantidades de alcohol, lo que provocó los gritos de Arturo fueran desgarradores. Luego Río me pasó las tijeras para cortar la tela que rodeaba la lesión, de un segundo a otro tenía totalmente las manos manchadas de sangre.
── Bien, la bala sigue adentro, eso es bueno── dije mientras presionaba la herida aunque no era suficiente porque la sangre no bajaba su flujo.
── ¡Me habeís matado, hijos de puta!
── ¿Esas van a ser tus últimas palabras, Arturito?── pregunté irónica y luego me acerqué a susurrarle── Déjame decirte que esto es el karma en su máxima expresión.
Arturo ni siquiera podía mirarme, estaba totalmente ido. Con sus pocas fuerzas alcanzó a agarrar el brazo de Denver que se encontraba cerca y lo acercó para hablarle.
── Necesito hablar con mi mujer, por favor, necesito hablar con mi mujer── repetía como una grabadora en bucle.
Miré a Denver y me sorprendió que él también me estuviera viendo, después de la bronca que nos mandamos hace unos minutos, ahora en su cara se reflejaba la angustia y el pánico al igual que lo que sentía yo. Solo con ese gesto ambos entendimos que el lío que se había armado costaría carísimo.
── Denver, necesito que te lleves a Moscú de aquí ¿vale?── lo tomé firme de su muñeca── Está delicado y no se ve muy bien.
Señalé atrás de él donde estaba su padre dando vueltas en círculos preocupado mientras se pasaba las manos por la cabeza e intentaba controlar su respiración. Obviamente la culpa se apoderaba de Moscú. Algo que compartía con Denver en casos de estrés.
Él asintió y obedeció sin reclamar nada, agradecí aquello enormemente. Cuando se fue solo quedamos los tres; Tokio, Río y yo. Con un cuerpo que tenía una herida de bala mientras que la sangre formaba pequeños charcos que con el tiempo se hacían más y más grandes.
── Joder, si es que no hay que dejar a Denver solo con los rehenes sin que les metan un disparo── dijo Río temblando de los nervios.
── Vuelves a decir eso te rompo la cara, Río── amenacé con las tijeras en la mano llenas de sangre dando imagen de maniática.
La presión sobre la herida no era suficiente por lo que en un acto de desesperación me vi obligada a treparme encima de Arturo para poder aplicar más fuerza de la que podíamos hacer de pie.
Algunas personas dicen que al encontrarse a las puertas de la muerte uno podía ver su vida clara. Y Arturo Román, desangrándose en una mesa en medio del atraco más grande de la historia, esperaba eso, la clarividencia de la muerte. Averiguar quién había sido finalmente el amor de su vida.
La tal Laura, la mujer con la que había compartido catorce años de su vida en santo matrimonio. O Mónica, su secretaria con la que volvió a sentir la juventud, la secretaria la cual Denver se encargó de ejecutar por llevar un móvil entre sus bragas. Por desgracia la única certeza que tenía Román en esos momentos era que si no le sacaban la bala ahora mismo, palmaría antes de resolver su gran enigma.
Sentí el mareo de manera brusca, las manos se me llenaban de sangre por lo que cada quince segundos tenía que cambiar las compresas de la herida como si tuviese alguna idea de lo que estaba haciendo.
── ¡Alguien puede ver cuánto tiempo se van a demorar en traer a un médico!── pregunté a ambos── Las opciones se nos acaban y este imbécil se nos muere aquí mismo.
Al escuchar eso, Arturo se empezó a mover mucho debajo de mi por lo que tuve que presionar más para que el dolor lo calme y lo deje quieto.
── Tokio, sube── ordené.
── Ni de coña── me respondió limpiando la sangre del resto del cuerpo.
── Entonces espero que te vayas subiendo al coche de la policía cuando nos caiga la condena de homicidio── le respondí cabreada ya de todo── Tokio, sube por favor y ¡aplica la maldita presión!
Salí de ese lugar con la vista nublada intentando llegar al baño para limpiarme las manos y la cara de la sangre seca. Me faltaba un par de metros para llegar pero no podía seguir caminando.
La presión de toda esta situación me estaba ganando la batalla, la ventaja era que estaba consciente en cada instante de que las cosas se pondrían peor. Este era solo el comienzo del caos con dos rehenes menos y uno muerta. Pensar en todo me estaba impidiendo avanzar, ni siquiera podía ver bien por donde estaba caminando o si estaba en el pasillo correcto, tomé un momento para respirar apoyada en la pared, hasta que pronto escuché una voz conocida.
── Hemos venido aquí a robar, ¿no? No a matar a alguien ni a salvar vidas──escuché la voz de Moscú que estaba adentro del baño── Joder, que somos unos desgraciados, coño, nos tiene que tocar a nosotros...
── Papá, tranquilo── le intentó calmar Denver pero no sabía como hacerlo.
Miré mis manos, mi ropa. Todo manchado de sangre. Moscú tenía razón, quizás si somos unos desgraciados y tenía que arreglarlo, si no pude ser capaz de salvar la vida de Mónica Gaztambide por estar pensando en mis mierdas emocionales que me estaban cegando, ahora no dejaría que otro rehén se convirtiera en un mártir.
Volví al lugar en donde estaba Tokio y Río pero ahora Berlín junto a Nairobi habían llegado a prestar ayuda. O eso intentaban porque el desastre que estaban armando solo ayudaba a que Arturo se desangrara más rápido.
── ¿Qué mierda estáis haciendo?── pregunté alejando a Río de lo que estaba intentando resolver── ¿Desde cuándo estamos jugando a los médicos?
── ¿Ya volviste de comerte a Denver?── habló Berlín sin prestarme atención.
── De puta madre, Berlín, ¿te crees que es buen momento para que te agarre a hostias?── dije mientras buscaba las últimas compresas del botiquín── Arturo, la hemorragia ha cedido bastante, ahora te vamos a hacer un vendaje hasta que te saquen la bala pero lamentablemente lo único que tenemos de Dr. House es la ironía y las ganas de joder al paciente, así que prepárate.
── ¿Desde cuando haces de enfermera?── preguntó Tokio bajando de la mesa, ya no era necesario la presión en la herida.
── Nairobi, morena mía, quiero que vayas a ver a Moscú, te lo ruego── le pedí cuando me dedicaba a hacer la última desinfección de la herida de Arturo── Tenemos que estar atentas a saber que no tenga una recaída, no necesitamos que sufra otro ataque de ansiedad que ponga en riesgo al poca estabilidad del equipo.
── Que viva el matriarcado, coño── dijo ella.
Nairobi dejó lo que estaba haciendo y se fue corriendo en busca de lo que le pedí, de esa manera nos empezamos a organizar entre todos para poder salir del lío en el que nos envolvimos nosotros mismos. Después de unos minutos y varios gritos de Arturo Román, fuimos capaces de mantener la situación controlada hasta que la policía decidiera meter un equipo médico o más bien un caballo de Troya a la fábrica.
Dejé a Tokio a cargo de monitorear al herido. Yo finalmente tuve los cinco minutos que necesitaba para intentar limpiar la sangre que traía hasta en mi cara. Cuando me volvía a fregar las manos, la puerta del baño se abrió lentamente dejando entrar a Berlín. Ni siquiera tuve que mirarlo para saber que era él. Mi cuerpo se tensó ante su presencia, él era el líder de la banda aquí adentro y me encargué de desautorizar sus órdenes más de una vez.
── Muy buen trabajo, París, realmente eres buena matriarca en momentos dd crisis── dijo acercándose a mí, lo podía ver por el reflejo del espejo── Solo espero que no olvides que el líder de esa mierda soy yo.
── Lo sé perfectamente, pero al parecer alguien tiene que imponer la ley y el orden.
Berlín me tomó del brazo para acercarme a él, la tensión del lugar subió de un diez a un cien con solo un movimiento de su parte.
── Personalmente, concuerdo con el Profesor al decir que de acá eres la más inteligente, entonces espero que te quede esto grabado; vuelves a desautorizarme de esa manera frente a la banda y me encargaré que tu Romeo tenga su trágico final── susurró cerca de mi oreja.
No dije nada, porque lo único que quería era irme de ese lugar, de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre a la que había accedido voluntariamente a ingresar. Intenté controlarme para no golpear a Berlín, mis ojos no mentían en ese momento, pánico mezclado con ira eran lo que proyectaban.
── Que la patética historia de amor de Río y Tokio te sirva de ejemplo porque lo que le voy a hacer a Denver va a ser del nivel de los yihadistas── rio al final, el nombre de Denver con la voz de Berlín sonaba aterrador── La vida de tu amado está en tus manos París, elige bien.
La puerta de ese baño se cerró conmigo adentro, estaba temblando recordando cada palabra de Berlín. Su voz me decía que iba completamente en serio, este cabrón no era de esos que hablaba con amenazas, Berlín era como un tiburón en una piscina, te podías bañar con él, pero no puedes estar del todo tranquila. Ahora estaba a punto de morderme donde más me dolía.
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