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✩ ⠀Cap. 𝟰, Vol II ─ ❛ Beurre-Blánc.

TW — Claire.

𓇋   𓎩 
/ ... POUR VOSTRE DÉGUSTATION ... /
River North, Chicago IL, 2023.

🍽️ 13 WEEKS FOR THE BEAR.

Para sorpresa de todos, Sydney Adamu se rindió mucho antes de lo que cualquiera hubiese imaginado.

No recordaba mucho de esa mañana. Suponía que su mente había entrado en un estado de estrés postraumático después de haber conocido la verdadera cara del hombre que había admirado durante años. Sólo eran recuerdos vagos del sentimiento físico de dolor, angustia y mareo que sintió cuando la máquina se rompió y el chef la destruyó verbalmente por un error que la seguía torturando hasta esa mañana. Unas horas más tarde se dijo a sí misma que prefería morir que volver a trabajar con Carmen Berzatto —y su trasero egocéntrico—, mala suerte para ella haberse cruzado con la mujer más convincente del planeta.

30 llamadas. 14 mensajes.

Jolene A'Dair era insistente, de alguna forma logró llamar las suficientes veces para que el sonido de una llamada entrante se volviera irritante para la joven chef.

Logró hacerla hablar más de dos frases después de ese día en el que su padre se preocupó por ella al verla tan decaída después escucharla decir que había renunciado de su trabajo en el Chicagoland. Jolene era excelente para sacar provecho y analizar a las personas. Supongo que para ella no era demasiado difícil convencer a Sydney de salir a comer esa mañana para hablar de la mierda que era su (en ese entonces), exnovio, sin embargo la pequeña manipulación de la chica terminó siendo interrumpida por uno de los momentos más caóticos y traumáticos que había escuchado Sydney en su vida.

«Mikey era un idiota. Yo lo amaba con todo mi corazón, esto es... es algo importante para mí y él te necesita» le dijo Jo con una risita esperanzadora que le revolvió el estómago a Sydney por la sensación de tristeza de sus rostro.

Había algo en sus ojos cristalinos, en las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas cuando le habló de las latas de salsa de tomate. Sydney reconoció el sentimiento: el nudo en la garganta que impedía hablar, el deseo de llorar hasta bufar de dolor. Era una emoción que conocía demasiado bien y eso ablandó su molestia y rencor — Aunque no solía hablar de ello, ese dolor era un viejo conocido para ella, uno que aún le causaba pesadillas por la noche y guardaba tan bien detrás de su sobresaliente corazón. No iba a intercambiar pérdidas con una mujer que apenas conocía. Jolene le agradaba pero no la conocía suficiente para creer en sus palabras o sus lágrimas, y Jolene lo entendió, pues ella no la juzgó por no aceptar la primera vez. Aún así, ella intentó convencerla con algunos almuerzo más.

Le pidió que no se rindiera, la segunda vez que comieron juntas. Jolene lucía mejor, con color en las mejillas, regordeta de la cara y con gracioso gorro tejido con una historia cómica con Natalie Berzatto. Después de eso escuchó más de su vida que nunca. Le contó sobre sus estudios culinarios en CIA, y Sydney se emocionó al recordar su vida en New York, Jolene también al saber qué había alguien fuera de Kol en haber conocido su vieja escuela — Ambas mujeres hablaron por horas de haber compartido la misma universidad por algunos años y jamás haberse conocido en aquel entonces.

Jolene comenzó agradarle mejor cuando notó que era más inteligente de que lo creía mientras hablaba de su vida en New York.

Lo gracioso es que ni siquiera volvió a pedirle que volviera a The Beef, pues según Jolene, Sydney podría hacer cualquier en el mundo de la gastronomía si ella así lo quería, sabía que ella podría ser la próxima persona con una Michelín en el bolsillo o un James Beard* porque su tiempo aún corría; era joven, hermosa y divertida.

«No tan joven como Carmy cuándo ganó a Mejor Nuevo Chef» afirmó Syd con un chasqueó en la lengua.

«Carmy es un idiota y tú eres mejor que él» le respondió.

Sin embargo para alguien como ella o Carmen ese tiempo se había perdido en tropiezos que les arrebataron la vida en un segundo — Sydney volvió por Carmen (algo que decidió guardarse por sí misma), una oportunidad forzada que le dio por compasión a la sonrisa esperanzadora que le dio Jo o incluso porqué le gustaba ver los ojos azules de su jefe pero volvió y vio cómo Jo obligó a la mitad del personal a disculparse con ella y con eso terminó haciendo que Sydney considerara a Jolene su amiga.

—Dos o tres meses —dijo Jo pensantiva, una papa frita entró a su boca y después tapó sus labios con su mano sin tocarse la piel para que Syd no pudiera verla masticar, ella tragó—. ¿Tú que piensas?

—Uhm, tal vez cuatro —respondió—. Lo vi muy molesto, dice que no quiere saber nada de ti.

Jo arrugó la nariz y se encogió de hombros.

—No es la primera vez que un Jerimovich me rechaza —intentó bromear levantando apenas la comisura de sus labios—. ¿Podría ser antes de que tengamos que conseguir a otro Pastry-Chef?

—¿No podrías ser tú...? —intentó decir pero la pelinegra ya le había arrebatado las palabras cuando carraspeó.

Sydney ladeó la cabeza y entrecerró el ojo izquierdo. Su cabeza se ladeó un poco mientras su mano hacía un ademán tanteando el tiempo mientras le daba otra mirada rápida a su lista de pendientes de ese día. Jolene está vez hizo un ruido gracioso cuando sorbió de su popote con el licuado de fresa que había comprado a unas calles.

—¿Habrá una explicación científica de porqué cada que Natalie se me acerca me dan ganas de comerme todo un McDonalds? —agregó ella mientras sacudía el vaso de plástico de su malteada—. Ella no come nada por las náuseas y su niño quiere que yo telepáticamente le de todos los nutrientes que necesita.

—Oh, lo siento —alzó la voz Natalie mientras posaba sus manos sobre los hombros de la panadera—. ¿Preferirías estar embarazada?

Los ojos de Jolene reflejaron su terror y ella negó de inmediato mientras Natalie le sonreía.

—Eso pensé —le dio un beso sobre la mejilla, uno que resonó lo suficiente para que Sydney sonriera—. Entonces consiente a su sobrino y come todo lo que se te antoje. Gasta ese dinero de mierda en comida... literalmente.

"Sobrino", Jolene sonrió de una manera tan boba que tuvo que ocultarlo comiendo otra papa grasienta.

—No creo que comer eso sea saludable para un bebé —Sydney apretó ambos labios mientras miraba el pedazo de hamburguesa y el resto de papas fritas—. ¿Cuánta grasa consumiste la última semana, Jo?

Natalie soltó una risita burlona mientras le robaba la bolsa de frituras a Jolene.

Sydney reconocía que el departamento de Jolene era hermoso, demasiado grande y lleno de luz para sentirse un poco celosa de no poder tener lo mismo. Ella aún vivía con su padre, y era aún más humillante pensar que no siempre había sido así sino fue porqué su terquedad y impulsividad la había llevado a la bancarrota en su negocio de catering, así que estaba sorprendida de la ampliedad del lugar y cómo pensar en que ella podría estar viviendo así de no ser por sus malas decisiones. ¿Jo podría acaso necesitar una compañera de departamento? Suponía que no porque el departamento tenía una nevera vacía y no había ningún producto de higiene personal en su baño; ella no vivía en el departamento desde hace algún tiempo.

—Lo suficiente como para saber porqué estoy usando un pantalón de Carmy —sonrió con diversión, logrando que Natalie frunciera el ceño observando las piernas de su amiga de inmediato para verificar sus palabras—. Me quedan grandes, pero aún así, tengo que ir de compras. ¿Alguna quiere ir de compras conmigo?

—Sí podemos conseguir el registro de impuestos te compraré un par de vaqueros yo misma —arrugó la nariz la rubia—. No puedo seguir tramitando más licencias si aún le debemos a Hacienda.

Sydney se mostró consternada después de levantar la mirada y dejar su pluma de tinta roja sobre el comedor.

—Pensé que el dinero de Jolene sería para pagarle a Hacienda.

—No, parece que Carmy decidió que sería un mejor restaurante si guardaban mis 340 mil dólares para saciar su culo hambriento por decoraciones caras —Jo tragó en seco—. Dijo qué pagaría lo que debía a Hacienda con inversiones.

Natalie bufó tan exageradamente que se tomó un momento para recapitular la increíble acción vergonzosa que había hecho.

—No podemos conseguir que Marcel te hablé pero si podemos conseguir inversionistas —su tono irónico hizo que Jo encogiera los hombros suavemente—. ¿Puedo saber porqué no estás pateandole el culo?

—Es mi novio. —murmuró.

—Es mi hermano y voy asesinarlo —sus cejas se levantaron mientras se levantaba de su silla—. Acepté ser la jefa del proyecto pero no acepté quedarme sentada esperando un milagro.

Natalie sacó su teléfono y apuntó con su dedo índice a Sydney mientras bajaba un poco su rostro perfilado lleno de pecas para regalarle una mirada de molestia a la sous.

—No dejes qué le advierta —Jo apretó los labios al escuchar a la embarazada—. Su traición debe ser castigada.

Natalie desapareció antes de que Jolene pudiera reclamarle y mientras ambas mujeres dentro del comedor podían escucharla gritarle a su hermano del otro lado del departamento, Sydney se inclinó sobre la mesa de vidrio para alcanzar la carpeta de trabajo de Natalie. Jo se percató de eso y la acercó con más facilidad.

—Gracias —ambas sonrieron dulcemente—. Yo lo entiendo. No quieres problemas con él, debe ser difícil porqué...

—¿Casi nos asesinamos antes del servicio de un jueves? —Jo negó con la cabeza antes de reporsar está misma sobre sus palmas en forma de "V"—. De verdad lamento qué hayas visto todo eso. No fue tu culpa, Carmy estaba molesto desde antes por mí. Descargo todo sobre ti.

Sydney se encogió de hombros en silencio.

Hasta ese momento había preferido olvidar esa mañana. No le gustaba recordar los gritos de Carmy porque le provocaban un rechazo que no quería sentir por el chef. Podría haber vuelto pero eso no significaba que estaba contenta con su jefe, ni que podía perdonarlo después de ver cómo habría tratado a todos esa mañana (ni siquiera se enfocaba tanto en cómo se había sentido ella), aún cuando todos parecían haber tirado su molestia al bote de basura llamado: "Así es Carmy."

—Bueno, yo arruiné la maquina —afirmó agotada—. Fue un trabajo mutuo.

—Un error qué cualquier hubiese cometido —ella volvió a sonreír—. Ni siquiera lo considero un error, más bien una muy poca afortunada acción en un momento inoportuno. No intentes pagar los platos que tú no rompiste.

—¿Puedo preguntar porqué habían discutido esa mañana? —dijo de una manera tan neutra que Jo se sorprendió pero no lo demostró más allá que en la forma en la que se enderezó en su silla.

—Richie dijo que ambos éramos una mierda para el otro, en resumen —Jolene apretó los labios—. Carmy no lo sabía, y yo no quería decírselo. Lo sobre pensé tanto que comenzó a darse cuenta e intentó hablarlo de una forma muy distinta a lo que es Carmy...

—¿Carmy intentó tener una conversación real?

—Sí, ¿sorprendente, no? —río—. Pero no importa, lo arruiné. Lo saqué de esa aura de paciencia y amor que tenía entonces discutimos toda la noche, aún así no se comporto como loco hasta lo de la máquina. Estoy segura que guardo su rabia para ese momento. También terminó molestándose de más por la situación con Kol.

Syd recordó al hombre sangrante después de recibir los puñetazos limpios de Carmy. Un rostro de disgusto se pintó sobre ella.

—Esa mañana, Kol iba a firmar los papeles de renuncia de poder administrativo —continuó sin mucha energía—. Carmy no quería que lo viera, ya sabes, no le agrada mucho. Aún así, no justifica cómo me trato, me sentí asquerosa —el tono de voz de Jolene pareció tornarse molesto, su mandíbula se apretó un poco—. Mikey solía hacerme lo mismo todo el tiempo, era una mierda. Fue revivir cada pelea con él de nuevo.

—Ambos se parecen mucho, ¿no?

—No, son completamente opuestos —tomó un sorbo de su malteada, el sonido del popote chillón debido a su falta de contenido la hizo bufar decepcionada—. Pero sí, tienen actitudes similares a veces. Son igual de maravillosos.

Lo último la hizo cuestionarse lo insensible que podía llegar a ser. ¿Cómo es que ella jamás podría ver a Carmy como una persona "maravillosa"? Lo creía por todos sus logros, creía que era un genio dotado por sus logros culinarios (no tenía ni uno de los logros que había conseguido el chef a su edad, y eso decía mucho, una envidia exquisita que sentía por él) pero no creía que era una persona maravillosa.

No era estúpida. Le gustaba ser una mujer reservada con su vida, le gustaba estar al tanto del drama de la vida de otros sin ser parte de ellos, aprendía cosas y escuchaba otras en silencio mientras no decía nada y se lo guardaba para si misma hasta que pudo contar con la amistad de Marcus Brooks y su increíble actitud introvertida (por lo menos hasta que conoció a Marcel Jerimovich). Pero, Dios, Sydney estaba consiente de que Carmen era un idiota. Uno relativamente insensible e inseguro, posiblemente la persona menos confiable para contarle un problema pero aún así lo quería de alguna forma. Estaba feliz porqué había algo decente —y medianamente humano—, en su forma ser desde que su pequeño romance con Jolene había iniciado.

Era raro pensar que Carmen consideraba a Sydney su amiga cuando ella lo veía como cualquier chef psicópata con el que había trabajado.

—Maravillosos... —repitió, en un susurro. La morena se recargó sobre la isla de la mesa y fingió leer algo en la carpeta de Natalie para intentar encontrar un nuevo tema de conversación.

—No lo crees, lo entiendo —dijo con una suave mirada que la hizo sentirse nerviosa—. Carmy confía en ti, haz sido una parte fondumental para él los últimos meses, aún cuando no lo creas...

Tampoco lo entendía, no entendía cómo podría haber cambiado la vida de un hombre con tan sólo algunos meses trabajando para él. Lo único que entendia era que Jolene solía ser bastante ingenua. No era la primera vez que la oía repetir las palabras de otras personas sin ser ciertas, tampoco era la primera vez que le veía dejarse llevar por otros (Marcel, Mikey, Kol e incluso Richie parecían ser un patrón en la vida de Jolene, uno que la hacía sentir escalofríos al notar pequeños detalles sobre su relación con cada hombre en su vida), pero le creía. Aún seguía trabajando para Carmen Berzatto, lo apreciaba por su ingenio, su capacidad y su increíble talento. No eran los mejores amigos (por lo menos de su parte) pero lo apreciaba y si alguien como Jolene estaba saliendo con él, debía haber una razón. Una muy buena.

—No, no es eso... —la interrumpió mientras negaba con ambas manos, su pluma terminó cayéndose entre sus pies y el sonido resonó sobre el mármol blanco del hogar de Jo—. Lo siento.

Jo hizo un ademán despreocupado y se levantó para recoger la pluma de tinta roja de Sydney.

—¿De verdad no pensabas volver? —está vez Jo fue quien soltó la pregunta bomba y la sorpresa de Sydney se notó en su rostro expresivo que abrió los ojos y la boca.

—No... —murmuró mientras tomaba la pluma de las manos delgadas de Jolene—. Iba a ir por mi cheque porqué nadie lo envió pero... no.

Un silencio incómodo se rodeó entre ambas. Jolene había bajado la mirada para jugar con sus cutículas, completamente indiferente a que sus uñas recién pintadas con esmalte lila se arruinarían.

—Podría conseguirte un empleo mejor, si no quieres estar aquí —ella rompió el silencio escogiendo sus manos entre su suéter—. Kol conoce algunas personas en Noma o el French Laundry y yo, podría...

—Me gusta mi trabajo.

—Está bien, lo siento.

Jolene tenía un rostro alargado. Sydney pensaba que era la mujer más hermosa que había visto; con sus ojos grandes y cafés, su cabello negro azabache y su piel tersa que mostraba los dos hoyuelos más adorables del mundo cuando sonreía. Con esa mirada de arrepentimiento podría engañar a cualquiera, y ella cayó en su pequeña trampa al notar el incómodo momento que se había gestado entre ambas.

—Lamentó lo de tu panadería —formuló en un casi susurro. Sus palabras se alargaron mientras bajaba la mirada para no ver esos ojos cafés—. Y-yo lo entiendo.

Quisiera o no, Sydney sabía que perder aquello por lo que habías luchado durante mucho años era uno de los sentimientos más dolorosos del planeta. Podría catalogar todos, desde el corazón roto hasta la muerte de una mascota pero perder aquello que te hizo derramar, sangre, sudo y lágrimas era otro tipo de dolor. Uno silencioso y desgarrador y quién sabe si Jolene estaba pasando por ese luto, porqué no parecía mostrarse igual de afectada que Sydney hace unos años cuando terminó en bancarrota y tuvo que pedirle a su padre que le devolviera la habitación que en ese entonces era su estudio, pero, claro. Jolene no estaba en bancarrota, es más, haber perdido su panadería la había vuelto asquerosamente rica, ¿eso podría ser una clase de comodín para ella? Para Syd no parecía ser una mujer demasiado materialista, por lo menos no fuera de su ropa y su impecable apariencia.

—No te preocupes —dijo ella, se acercó para recargarse sobre la mesa, Syd noto que había varios lunares en su rostro que no había visto, uno sobre la mejilla justo cerca del inicio del puente de su nariz—. Estaré bien, tendré The Bear, ¿no?

Siendo paranoica, su respuesta sonó asustadiza. Intentando buscar consuelo en la chef, temerosa de haber caído a un lugar incierto.

—Sí, lo tendrás. —dijo Sydney, sorprendida de que sus palabras sonarán tan sinceras.

No se enteró del "incidente" de las latas como había ocurrido. Jolene se sentó frente a ella esa mañana en una cafetería lejos del River North (cerca del hogar de Sydney) con el rostro pálido y los ojos acuosos y rojos, había estado llorando, se notaba y mientras tomaba su café caliente sus mejillas tomaron color con el vapor que desprendía su bebida, unos segundos después dijo una frase que recorrió el cuerpo de Sydney al igual que un escalofrío no deseado.

«Mikey dejó una nota» con las manos temblorosas en su taza de porcelana, Jo abrió la bolsa que reposaba sobre sus piernas enfundadas en unos vaqueros desgastados y rebuscó hasta encontrar un sobre. El papel llevaba el nombre de Jolene y Sydney se quedó viéndolo entre sus dedos durante minutos mientras veía de reojo a Jo limpiarse las lágrimas que caían sin parar sobre su rostro. «También le dejó una Carmy, y dejó otra cosa...»

Escuchar a Jo hablar durante los siguientes cincuenta minutos mientras lloraba con una sonrisa caída sobre Mikey le dejó el corazón roto. No podía evitar sentir lástima al ver que aún en ese estado, la mujer parecía buscar calmarse para hablar sobre lo importante que sería para Carmy abrir el restaurante de sus sueños y de su hermano. Suponía que debía mentirle, darle un poco de esperanza y esforzarse con ella, todos le debían eso después de todo lo que la mujer había perdido para ayudarlos.

—Serás una excelente CDC —le respondió Jo—. No estoy segura de que esto vaya a funcionar con ninguno más. Los amo, con toda mi alma, pero no están listos para trabajar en un restaurante serio y real. Pero tú, tú vas a lograrlo y si un día decides que necesitas más, yo te apoyaré —Jo comenzó a sonreír, mientras más hablaba sus mejillas iban subiendo con la comisura de sus labios y pronto sus ojos se achicaron con una sonrisa que también hizo sonreír a Sydney—. Sé que quieres trabajar aquí, pero yo entenderé cuando te des cuenta que mereces más.

Sydney sintió un golpe raro en el estómago. Una sensación extraña de que por alguna razón, Jolene no estaba hablando solamente de ella — Fuese verdad o no, parecía pensar lo mismo. Sydney también deseaba apoyarla cuando se diera cuenta que merecía más.





Kol Nightly jamás había visto sus privilegios como una maldición. En realidad, le encantaba su pequeño infierno, por eso su compatibilidad con Jolene A'Dair era nula.

Amaba tanto su cuna de oro a diferencia de ella. Él jamás había negado que era una basura andante, jamás había huido de su privilegio y ella lo odiaba un poco por eso.

Nikolai Aleksandr Nightly era el primogénito de Daria y Andrei Noskov (Nightly para su incorporación a America cuando sus padres se trasladaron de Moscú en los años ochenta). Su padre, otra pequeña basura andante, era uno de los magnates de bienes raíces más importantes de todo Estados Unidos. No era un Elon Musk, ni mucho menos un Bezos pero tenía el cerebro y la astucia para hablar y negociar. Según lo que podía escuchar la madre de Kol todo el tiempo, Andrei era un: «Hijo de puta con agallas.»

La gente no podía esperar menos del heredero de NexusCorp.

Pero a Kol jamás le importo un poco ser heredero de una empresa que valía miles de millones de dólares, no cuando tenía todo lo que podría desear media población con tan sólo tomar conciencia de la vida. Kol sabía que había gente suertuda; aquellos que luchaban toda su vida para volverse ricos igual que su padre, igual que el padre de Jolene A'Dair; aquellos que tenían la carisma, la valentía para conseguir lo que deseaban a base de sudor y esfuerzo. Kol jamás se había esforzado en su vida; él había nacido con todas esas cualidades, y claro, la más importante, dinero, mucho dinero.

Era afortunado, pues se le había otorgado otra cualidad que ninguno de los dos hombres más poderosos que conocía tenía. Era increíblemente apuesto, y se había dado cuenta desde que era pequeño, era todo un deleite visual. Media uno y ochenta (una altura bastante decente, para sus genes rusos), con el cabello rubio ligeramente rizado, ojos azules y una estructura ósea bien definida: cejas gruesas, nariz grande, labios carnosos y manos grandes. Sin tatuajes, ni cicatrices, delgado pero musculoso, atlético y con lunares por todo el cuerpo que era atractivo para cualquier mujer u hombre. Tenía una clase de poder que muy pocos podrían saber manejar, su inteligencia era un plus para su perfecta estructura ósea y siempre supo cómo sacarle provecho a ello.

La primera vez que supo tenía todo ese poder y fortuna que otros podrían solo soñar, fue la primera vez que salió en el periódico.

Tenía catorce años, apenas dejaba de verse como un niño, su padre lo había encontrado fumando marihuana junto a sus amigos del instituto; lo golpeó hasta abrirle el labio, le rapo el cabello como castigo y después lo enfundó en su primer traje cooperativo y lo llevó al lanzamiento de una empresa tecnológica de la que ya no recuerda el nombre. La prensa lo fotografió cuando bajo del auto primero que su padre; los fotógrafos pensaban que era su progenitor pero los flashes brillaron más cuando Andrei le anunció a un periodista que era su hijo. Al día siguiente algunos periódicos llevaban títulos similares: «¡EL FUTURO DE NEXUSCORP TIENE LA MEJOR APARIENCIA!» — «LOS BIENES RAÍCES EN CHICAGO AHORA SON PROVACTIVAS

Seguía siendo un niño cuando la atención cayó sobre él y se sintió acorralado en miles de tabloides que lo sexualizaron antes de cumplir la mayoría de edad. Por supuesto que eso jamás escandalizó a su madre o a su padre, ninguno se preocupó por la forma en la que mujeres mayores se acercaban a su hijo para rozarle la entrepierna o como los hombres canosos tocaban su hombro mientras decían chistes que Kol no podía entender en ese momento.

Su humor y sarcasmo nacieron de su increíble necesidad de buscar una forma de "huir" sin lucir grosero; nunca se sabía cuándo su padre podría estar negociando un trato de miles de dólares con alguno de los posibles depredadores sexuales de su hijo, así que tenía que ser cuidadoso; delicado y siempre dispuesto a sacarle una risa satisfactoria antes de quitar suavemente la mano de una desconocida de su muslo izquierdo.

Eso no le evitó comenzar a sentirse seguro alrededor de personas que sólo buscaban su atención. Kol creció creyendo en que su rostro y personalidad era todo lo que podía tener, una pequeña palanca que podría manejar a su antojo porque aprendió a la mala que tenía el poder de decidir y manipular, era su mayor beneficio siendo hombre. Así que exprimió cada deseo indecoroso y pervetido hasta que logró salir de la ala de sus padres y comenzó a moverse entre gente de su rango, gente de su edad que parecía mostrarse aún más cautivada por verlo con sus trajes costosos y hechos a la medida. Aquellos que formaban una rueda humana a su alrededor sonriendo bobos y preguntándole tonterías mientras Kol los hacía reír. Era gracioso, increíble magnético, todos morían por estar con él o ser él y por supuesto que Jolene A'Dair no era la excepción. Esa pequeña y dulce chica delgada, sin muchas curvas, y ojos inocentes.

Se enamoró de ella a primera vista. Sus amigos habían estado golpeando su hombro derecho mientras lo felicitaban por un perfecto puntaje en su último examen de contabilidad y cuando sus ojos cruzaron la puerta de ese auditorio en la ala norte lo primero que vio en el escritorio de su profesor de economía fue a la mujer más silenciosamente hermosa que había visto. Aún la recordaba en ese vestido color perla con flores azules y un suéter de lana azul que iba en contraste a su cabello largo y negro. No había nada extravagante en su apariencia pero eso la hacía más bonita y elegante, algo que le había detenido el corazón a Kol durante algunos segundos, listo para mirarla de reojo casi toda la clase mientras ella tomaba notas sin notarlo ni una vez.

Aún en la actualidad, Kol creía que de alguna forma era imposible que aquellos que tenían la oportunidad de conocerla no se haya enamorado tan sólo un poco de ella, esa idea siempre lo había hecho hervir de celos.

Ya no amaba a Jolene, ni mucho amaba su privilegio de ser visto. Eran dos cosas que perdió con los largos días teniendo que soportar al hombre que ahora hacía algunos metros bajo tierra, ya no podía tomar con diversión leerse en el periódico después de la muerte de su padre, no parecía corrector ver con una pizca de empatía a la mujer que había preferido a un amigo antes que a su pareja. 

Se arrepentía de muchas cosas, esa era la maldición de crecer, pero para alguien que lo había tenido todo durante toda su vida, haberse empujado al abismo de la soledad era uno de los momentos que desearía poder cambiar. Si alguien le preguntará, verse casado con su novia de la universidad no sonaba como un pésimo destino, mucho menos si pensaba en tener a esos dos hijos que había planeado con ella. Personas que serían suyas para siempre, gente a la que no tendría que hacer reír constantemente para que lo amaran, alguno con quién compartir el gusto de tener el mundo en sus manos con todo el poder que le ortojaba ser el hijo de su padre.

Tenía razón, él jamás sería tan suertudo como su padre o William A'Dair.

Cuando salió esa mañana de la sala de juntas, le dolía la cabeza. Había tomado más de tres cafés para mantenerse despierto después de pasar la noche frente a una computadora leyendo archivos y intentando ponerse al corriente con firmas electrónicas, trasferencias y mensajes de consuelo ante su pérdida. Le dolía haber perdido a su padre pero no lo suficiente para llorar por él, sentía el suficiente dolor para ser empatico con su madre y abrazarla cuando lloraba frente a otros (aún cuando sabía que estaba fingiendo muy dentro de su ser, obligándose a sentir algo por la pérdida de su esposo) pero no lo suficiente como para negar que se sentía aliviado, ahora lo único que sentía era cansancio y enojo por cada trámite que tendría que soportar los próximos meses; todas esas juntas, todos esos viajes al extranjero y ese olor a tabaco en su traje aún cuando no era fumador.

Lo único que quería era dormir un poco e ignorar que estaba apunto de morir de hambre después de disociarse las últimas horas enfrente de un montón de hombres calvos que hablaban de finanzas.

Las puertas del elevador abriéndose le dejaron en claro que no podría descansar, y qué el mundo deseaba darle una patada en el culo esa mañana.

—¿Carmen? —exclamó confundido.

Kol miró a sus lados al salir del elevador y miró detrás del hombre. No había rastro de una bella pelinegra, ni siquiera de un molesto Richie con algún bate o algo parecido. Eso lo asustó más.

—¿Pasó algo con Jolene? —su tono asustadizo lo hizo imaginar los peores escenarios. ¿Es qué acaso sus padres la habían engatusado en alguna mierda más? Sabía que era una mala idea poner en silencio su teléfono, seguro encontraría miles de llamadas perdidas de Jolene y un montón de mensajes de voz de ella pidiéndole que la buscará en su casa de la infancia.

—No... ella está bien —dijo secamente, Kol levantó una ceja y Carmy carraspeó mientras se quitaba la gorra desgastada de la cabeza—. Le dije qué Gary y yo buscaríamos azulejos en esté lado de la ciudad, no sabe qué estoy aquí.

Kol relajó el rostro mientras levantaba un poco la cabeza.

Sus cinco años en NOMA le habían enseñado tantas cosas sobre la cocina que no podría mencionarlas. Cada libro, cada cicatriz, cada gota de aceite sobre su piel; cada plato ejecutado a la perfección, y cada instante vivido en esa cocina lo habían moldeado en el hombre que era hoy era Carmen Berzatto.

Sin embargo para el chef, ninguna de esas experiencias lo había preparado para soportar una vida llena de la constante presencia de idiotas y su humillación ante ellos. Tuvo un impulso de querer volver a quebrarle el tabique a Kol Nightly al escucharlo decir el nombre de su novia, pero se contuvo y sonrió incómodamente. NOMA le enseñó a ser cortés aún cuando deseaba arrancarle la cabeza a sus mejores clientes o superiores. Era mejor ver así su encuentro con el ex-prometido de su novia o terminaría perdiendo la cabeza, no iba a arrepentirse cuando tan sólo su presencia frente al hombre era escupir en la tumba de su hermano.

—Oh. —salió de la boca de Kol apenas de una forma muy audible. 

Viajó alrededor de una hora y media. Hambriento, con los dedos entumecidos por apretar el volante, llenó de nervios también. Lo último que pensó que haría en su día libre sería viajar hasta el centro de Chicago para ver a un hombre que odiaba. Estaba completamente loco. Richie lo habría esposado en un lugar extraño en River North antes de dejarlo subir al auto, claro, sí se hubiese enterado, pero eso no era opción si quería hacer algo bien por primera vez en su vida.

Carmy había renunciado a una noche cocinando macarrones mientras veía los bailes raros de Jolene alrededor de él mientras le balbuceaba alguna canción de Taylor Swift mientras él fingía no conocerla, encantado de su rostro cuando ella se ofendía y empezaba a explicarle porqué la canción que estaba cantando tenía un trasfondo emocional tan exquisito como un libro de poemas de Emily Dickinson. Escucharla hablar durante la siguiente hora mientras preparaba su cena y se quedaba viéndola comer hasta que ella lo regañaba por no tocar su plato, toda su atención en su dulce rostro para aprovechar el momento exacto de robarle un beso a sus suaves labios listo para adivinar el nuevo sabor de su brillo labial. Había renunciado de besarla durante las últimas horas de la noche antes de llevarla a la cama y enfundarse entre sus suaves y dulces jadeos.

Sino podía matar a Kol esa mañana. Se mataría a sí mismo para acabar con su tortura de estar lejos de su novia todo lo que restaba del día.

—No, ehm —intentó decir, aclarándose la garganta dos veces mientras desviaba la vista de Kol quien parecía estar completamente confundido—. Q-quería h-hablar contigo. Necesito hablar contigo.

El silencio fue la respuesta de Kol.

—¿Hablar conmigo? —respondió unos segundos después—. ¿Conmigo, Nikolai? ¿Vienes amenazarme cómo en esas películas de pandilleros para alejarme de tu novia?

Probablemente matar a Kol si sería la mejor opción.

—No, mierda, ¿qué carajos ocurre contigo? —bramó ya perdiendo la paciencia, su ceño fruncido hizo que el de Kol se desvaneciera y sonriera apenas un poco—. Es sobre Grummies.

Aún recordaba su última noche trabajando en el French Laundry.

Unas semanas antes recibieron a su cliente estrella del mes. Nunca tenían derecho de saber quién era el cliente, así eran los protocolos; ellos escuchaban y servían. Sin preguntas, sin peros, sin quejas. Pero esa noche fue diferente, pudo escuchar entre susurros que esa persona venía en busca de él, venía a comer especialmente todo aquello que fuera hecho por sus manos, y si eso era verdad, Carmen tenía toda la razón para vomitar una hora antes de su inicio de jornada. Igual que siempre, fue perfecto, todo gracias a la mentalidad nublada de su cuerpo y sus oídos sordos ante un CDC que golpeaba cada parte de su mente con insultos y humillaciones que cualquier otro no habría soportado. Qué suerte para Carmy que su siguiente humillación fuera que dicho cliente estrella estaba listo para llevarlo a NOMA para mantener su primera Estrella Michelín.

Esa noche recordaba haber escuchado de la visita de algunos de sus inversores. La Chef Terry había cocinando personalmente el plato principal de una de esas mesas llenas de hombres trajeados y una cuenta bancaria de miles de dólares. Esa noche, se había encargado del postre, con un hermoso pastel de dos pisos con flores comestibles y una salsa de tarta de limón que le había costado casi siete horas. Fue una noche perfecta, un buen cierre para el trabajo que le había dado todo.

Su última noche fue conmemorada con una foto que fue su regalo de despedida. Una foto con la firma de cada persona dentro de ella, y el nombre de quien suponía era el ya padre fallecido de Kol Nightly.

—Sí, genial —declaró algo confundido mientras hacía un movimiento con su palma libre y lo invitaba a tomar asiento en uno de los sillones de estar del lobby del edificio—. Tengo una junta con el consejo, ¿te importaría esperar una hora o dos?

Kol se arrepentía de muchas cosas pero jamás se arrepentía de hacer sufrir un poco al idiota qué ahora besaba a la qué alguna vez pensó que sería su esposa. ¿Quién no lo haría? Ni siquiera sentía algo por ella, le seguía pareciendo divertido hacer enojar a las personas sobre todo si todos ponían el rostro que Carmen le estaba regalando en ese instante.

—Por supuesto —sonrió estirándole la mano, Kol la tomó dudoso y su apretón fue tan incómodo como ambos hubiesen imaginado—. ¿Puedo invitarte el almuerzo?

Kol iba a salir de ese edificio para comer uno de los filetes más costosos y deliciosos que podría comer para un almuerzo. Por supuesto que jamás cambiaría su almuerzo por algo que Carmen Berzatto pudiera ofrecer, pero sonrió y asintió, mintiendo de nuevo.

Por otro lado, a Carmy no le importaría perder su dignidad esperando en silencio en un par de sillas incómodas. No importaba para nada esperar el entierro de su autoestima viéndolo salir de un edificio de quince pisos del cual era dueño. No importaba para nada, o eso quería decirse a sí mismo. Ambos mentían mientras se soltaban de la mano y apretaban los labios.

—Mejor un trago —declaró Kol con esa sonrisa burlona que le había ganado alguna vez una nariz rota.






La tensión en el aire dentro del pequeño cubículo donde estaban sentados para más privacidad estaba asfixiándolo. Carmen movía su pierna de arriba y abajo una y otra vez mientras miraba a su alrededor.

El restaurante donde había terminado junto a Kol, era pequeño. Hermoso y delicado. Carecía de muchas mesas pero a su pared habían pequeños cubículos con asientos de piel que parecían recordarle los restaurantes de comida asiática que había visitado durante su temporada en Dinamarca. El chef reconocía los olores en ese instante y esa era la razón por la que no había huido despavorido de ese lugar. El olor a granos de café y galletas recién horneadas le recordaban a su novia; Jolene siempre olía similar, claro antes de ducharse cuando su cuerpo se fundía en un olor a shampoo que lo dejaba mareado. Lo único que lo mantenía calmado era pensar en que llegaría a tiempo para la próxima ducha de la panadera, una que posiblemente podrían compartir juntos y quizás si ella estaba de buen humor le lavaría el cabello con su shampoo y así no la extrañaría las próximas horas mientras trabajaba lejos de ella.

—Estaré fuera el próximo mes, tengo cosas que arreglar en New York —la voz de Kol pareció atraerlo a su realidad, el cabello húmedo de Jolene pareció volverse un recuerdo bajo cuando la mirada de Kol se centró en la de Carmy, curioso de saber que lo mantenía tan distraído—. ¿Te estoy aburriendo, Carmen?

Sí, lo estaba haciendo y mucho, pero Carmen negó y tomó el vaso de Whisky entre su mano para beber otro sorbo. El calor de la bebida recorrió su garganta y su nariz se arrugó un poco con el sabor.

—No eres un bebedor... —afirmó Kol.

—Odio el alcohol —respondió Carmy sin mucho interés.

—Eso es bueno, Jolene no merece otro borracho en su vida —dijo Kol con una sonrisa apenas visible para el chef. Carmy frunció el ceño, tenso por lo que pensaba que significaba su comentario pero Kol soltó una risa—. Pasaba gran tiempo borracho hace algunos años, no era un idiota, sólo soy la clase de borracho que duerme y la resaca le dura tres días, aún así... sigo bebiendo.

El chef no era el mayor fan de Kol, todo lo que había oído de él hasta ese momento le dejaba pensando en que quizás Nikolai era una de las peores escorias que podrías encontrar en tu vida, y quizás se lo había confirmado a sí mismo al pensar en la primera que lo vio; contra la pared y el brazo de Richie Jerimovich mientras sonreía de oreja a oreja con una ironía y burla que jamás había visto en nadie. No podría no pensar que estaría dispuesto a insultar a su hermano en cualquier momento o volver a llamar de la forma más negligente y machista del mundo a su novia, ¿por qué debía bajar la guardia con alguien como él?

—Uhm. —fue lo único que salió de su boca ante su comentario y la sonrisa de Kol se enganchó en su boca.

—Lo lamentó, tú querías hablar de ella, ¿o me equivocó?

—Quiero hablar de la panadería, no de Jolene —explicó con desespero—. No me interesa una mierda lo que pienses que es bueno para ella o no.

—Bueno eso no es del todo cierto —se encogió de hombros mientras dejaba el vaso sobre el porta vasos de cristal en la mesa de madera—. Grummies es bueno para ella, así que creo que mi opinión sobre esa panadería si te interesa, ¿o no, Carmen?

Las orejas de Carmy sintieron un calor recorriéndole hasta bajar a sus hombros al escucharlo. ¿Por qué lo llamaba por su nombre completo? ¿Por qué insistiría en mantener esa mirada fija mientras sonreía con repulsión e ironía?

—Dime, ¿qué puedo hacer por ella? —agregó.

Carmy sonrió al escucharlo. Por supuesto que iba a tomar a Jolene como su forma de burla hacía él, no se trataba de hablar de ella sino de recordarle al chef que no era el primero ni el último hombre que podría hacer lo imposible para salvarle la vida a la mujer más dulce que había conocido o por lo menos eso creía. «Kol no era la clase de hombre que hiciera las cosas por caridad», Jolene solía repetirlo mucho estos días, pero tampoco parecía muy interesado en recibir algo de ella a cambio después de todo lo que había estado haciendo por ella últimamente.

—¿Por qué la ayudas? —fue la respuesta de Carmy y Kol se cruzó de brazos.

—¿Conoces a mi padre, Carmen? —de nuevo su nombre pareció sonar como una burla, Kol bajo la mirada para limpiar las migajas de frituras que había estado comiendo en compañía de su ron—. Lo siento, ¿conociste a mi padre, Carmen?

—Me temo que no tuve el gusto...

—Y eres suertudo por ello —bufó Kol—. Mi padre era el tipo de persona a la que no podías pedirle un favor, él no daba favores. Daba regalos. Si te portabas bien o eras útil para algo que él quería, te compensaba, no más. La última vez que estuve en New York trabajé en sus oficinas durante unas semanas. Jolene no vino conmigo porqué Mikey había comprado boletos para los Chicago Bears y ella estaba emocionada por eso. Mi padre estaba molesto porqué su secretaria confundió sus horarios y perdió un vuelo a Noruega para hablar con un socio importante, y por supuesto, se molestó de no verme con Jolene ninguno de esos día. Llamó a sus padres y la obligaron a pasar la siguiente semana en su casa como si fuese una adolescente rebelde que se había escapado de casa para ir a embarazarse de un bueno para nada. Ella tenía veinticinco años, ¿crees qué fue divertido para ella ser acompañada a un partido de béisbol por una mujer cincuentona como si fuese una niña?

El ceño fruncido de Carmy no le decía nada a Kol, sin embargo no había indicios de que hubiese molestia mientras lo escuchaba hablar así que Kol suspiró y tomó otro trago en silencio de su ron, el último antes de continuar.

—Estuve en New York durante tres semanas, tres semanas en las que mi padre día y noche seguía llamándola de formas que no diré porque me prometí que debía aprender modales si no llevó ninguna clase de moneda o dinero en efectivo —añadió con un tono suave en su voz—. Él parecía saber más de mí que yo mismo, a veces me golpeaba con lo primero que tenía a la mano y si llegaba a sangrar me llamaba asqueroso y luego le pedía a su secretaria que me consiguiera un nuevo traje porqué para él, salir de su oficina luciendo como un idiota no era la imagen que quería dar en su empresa. Después de ese viaje a New York, Jolene se comenzó a cansar de la mierda de su familia, pasó tres semanas desaparecida y luego me enteré que había estado viviendo con Michael y Richard. Me alegre por ella, hasta que mi padre dijo que era un puto idiota por permitir que dos hombres estuvieran cogi...

—Alto. —Carmy lo interrumpió negando y Kol tragó en seco.

—Lo siento —Kol suspiró y luego su compostura volvió a su normalidad. Con la espalda recta y levemente apoyado en su asiento se cómodo la corbata—.Mi madre era solo otra victimaria de mi padre, la madre de Jolene es igual o peor que su padre. ¿Y qué quiero decir con toda está mierda? Bueno, mi padre murió, Carmen, está pudriéndose en el infierno ahora mismo mientras su cuerpo es profanado por los gusanos que tanto decía repudiar, no permití que lo incineraran, se lo merecía por imbécil. Mi madre está en alguna isla en los cabos disfrutando de su libertad después de fingir dolor por un hombre que odiaba. ¿Y yo? Bueno, aún pienso si debería buscar mi propia isla, pero primero deseo disculparme.

Había sido una buena idea beber alcohol, era una bendición que su cuerpo fuese tan débil para soportarlo porque así parecía ser menos propenso a escupirle en la cara. Carmy estaba molesto, sus manos estaban echas puños sobre la mesa y sus uñas se estaban enterrando en su palma pero por suerte el efecto de unos tragos de Whisky parecían calmarlo. Algo que era muy diferente a cómo solía afectarle a Mikey.

—Y por eso estás ayudándola... para limpiar tu conciencia.

Kol sonrió, una sonrisa torcida y fingida. Su sonrisa había desaparecido mientras hablaba, parecía serio, dolido y era exactamente como se sentía, culparía al alcohol por su melancolía repentina.

Desde la pérdida de su padre, Kol había sido abrumado por sus propios errores. Ya no tenía a quién culpar por cada tropiezo en su vida, ya no podía esconderse bajo la fachada de su padre abusivo, y su madre temerosa, ya no podía culpar a nadie de haber sido un cobarde en la única relación sería que había tenido en su vida.

Era una sorpresa para cualquier pensar que Jolene A'Dair había sido su única novia formal hasta la fecha. Su relación era, extraña. Habían sido novios por demasiado tiempo, se conocían a fondo pero ninguno buscaba nada más que un tipo de comodidad y conformismo. No había pasión, no existía una chispa de deseo entre ambos aún cuando él era tan posesivo y celoso, pero claro, eso no se trataba más que su miedo de ser abandonado por ella. Kol no quería volver a una relación así, ya no le daba el tiempo para ello, era tan cursi por pensar en querer casarse y por fin tener una familia, una real. Estaba cansado de buscar algo que jamás había estado cerca de tener, tan celoso de su gente alrededor, de ella y su cualidad para formar una familia a donde sea que fuera. Estaba cansado, irritado y molesto con la mitad de su vida, ¿qué había hecho mal para terminar así? Completamente solo, ya no podía culpar a nadie.

—Por compasión —dijo; a Carmy se le marcó más las arrugas de la frente cuando su ceño se frunció más y Kol se encogió, sus ojos miraban fijamente el vaso vacío—. Si tuviera el poder de cambiar el lugar de mi padre con el de Jolene, lo haría. A mí me gustaba mi mierda, me gustaba ser el juguete de mi padre, pero... Ella se esforzó tanto para dejar de ser el suyo.

El silencio de Carmy lo hizo levantar la vista. Kol no podía negar que la mirada penetrante de sus ojos azules no lo ponía un poco nervioso. Era aterrador, su mirada no solían expresar más que una profunda tristeza, tal y como el océano; los ojos de Carmen Berzatto eran azules y calmados, llenos de un misterio nostálgico.

—Piensa lo que quieras, Carmen —dijo apenas moviéndose en su asiento—. Pero te diré una cosa, y espero escuches. No dejes que esa porquería en tu cabeza llena de envidia, paranoia y ansias de grandeza te controle.

Kol carraspeó, su garganta se sentía caliente al igual que sus mejillas. Debió comer ese filete costoso, hacerlo esperar por horas antes de hablar con él, debió callarse y dejarlo hablar: verlo rogarle por ese favor que tanto parecía necesitar.

—Ella no soportará a otro cobarde —su voz era pesada, cargada de cansancio. Carmy no se inmutó—. No soportará a otro William, otro Mikey, otro Kol. Cada hombre en su vida la ha destruido de alguna forma. Y aún así, ha dado todo lo que tiene por ti. Si algún día decides ser el cobarde idiota que ya eres, mejor hazlo ahora. Porque si rompes el corazón de la mujer que perdió lo único que realmente le pertenecía en toda su vida por ti, te lo aseguro, voy a arruinarte. Convertiré tu vida en un infierno, por ella. Porque se lo debo. Esa será mi disculpa por arruinarle la vida un poco. Y de ti dependerá darle la disculpa que Michael nunca pudo darle.

«La disculpa que Michael nunca pudo darle». Esa frase resonó en la mente y el corazón de Carmen Berzatto el resto del día, quizás incluso el resto del mes, si tenía mala suerte.

No sabía si era parte de su furia contenida o el dolor que sentía en el pecho cada vez que alguien, aparte de Jolene, mencionaba a su hermano. Pero algo dentro de Carmy se encendió. Su mente dejó de prestar atención a las palabras de Kol y por unos segundos su vista se nubló. Su mente se llenó de recuerdos y fantasías que había construido para convencerse de que estaba bien con saber sólo vaguedades sobre la vida de su mejor amigo en los últimos años.

¿Cuánto había cambiado su hermano en los ocho años que pasó demostrando su valía? Se fue de casa a los veinte, justo después de decidir que no intentaría ingresar de nuevo a la universidad. Sus dos primeros intentos le dejaron claro que la educación pública en la Universidad de Chicago y sus equivalentes no eran lo que necesitaba ni quería. No deseaba terminar trabajando en un banco como su hermana; quería ser como su hermano, quería trabajar en el restaurante familiar. Ese era su destino, lo sabía. Aun desperdiciando los siguientes cinco años de su vida, habría terminado trabajando para su familia, habría heredado el restaurante algún día, y él lo pasaría a uno de sus hijos. Esa era una buena y gran tradición.

Recordaba las incontables veces que le pidió trabajo a Mikey en The Beef durante sus dos años sabáticos, los dos años en los que Natalie intentó enviarlo a la universidad. Incluso cuando le demostró que podía estudiar arte y aceptó aplicar para la universidad, la respuesta de Mikey siempre fue negativa, incluso repulsiva. Esos años fueron dolorosos, fueron su punto de quiebre. Mikey era grosero, frío y molesto, el inicio de su corazón roto al pensar que no reconocía la actitud de su hermano, a quien llamaba "mejor amigo." Su decisión de irse sin despedirse, de sólo contarle a Natalie y irse de casa fue el inicio del fin de su relación con Mikey, posiblemente no fue tan rápido como lo pensaba, no si recordaba los buenos días en los que Mikey lo llamaba y ambos se reían hablando sobre lo patético que se veía con su uniforme de trabajo y sus costosos platos de cien dólares, no fue rápido hasta que Jolene apareció, eso lo sabía ahora.

New York, Chicago, Dinamarca, París.

Cada ciudad que pisaba era otra puerta cerrada a volver a casa. Era liberador al inicio, era emocionante y nostálgico. Michael dejó de responder, y él dejó de intentarlo, luego, meses después entendió que era por ella; por su pequeño nuevo proyecto de salvar una vida. Jolene A'Dair apareció para darle una clase de sentido magistral a la vida de su hermano durante algún tiempo, hasta que se aburriera de ella.

Jolene fue el quiebre de su relación después de cinco años intentando probar su valía. Pero, ¿a cuánta mierda había decidido no prestarle atención?

Aún seguía molesto con Kol, aún deseaba golpearlo y obligarlo arrodillarse frente a la tumba de su hermano pidiendo disculpas, pero por supuesto que jamás sería posible si él mismo no podía ni siquiera pensar en visitar su lápida desde que decidió no asistir al funeral.

—Quiero lo mejor para ella —murmuró, dejando al aire las palabras que Kol pensaba seguir usando.

—Bien —Kol carraspeó, su cabeza se alzó y buscó con la mirada a la mesera que había traído sus tragos, era más factible hablar en la barra pero eso no funcionaba para Carmy, Kol lo supuso al instante que lo vio ponerse nervioso por la gente dentro del lugar. El hombre hizo un ademán y atrajo a la mesera para pedir más tragos—. ¿En qué puedo ayudarte?

Sólo por un segundo pensó en preguntar sobre a lo que se refería con esa disculpa. ¿Se refería a su muerte? Él también merecía una disculpa, Natalie, Richie e incluso Donna merecían una. No podía ser más insensible y egoísta pensar en recibir una disculpa pero sí con ello aseguraba abrazar a su hermano una vez más, la recibiría. Quizás Kol pensaba en todas las cosas a las que se refería Tina al hablar de la relación de Jo y Mike; sus peleas constantes, a su negligencia, y su adición por las drogas. ¿Qué tanto sabía Kol sobre eso? ¿Qué había visto? ¿Qué había escuchado para desear intercambiar el lugar de su padre muerto por él de Jolene?

«Es pasado» el susurró de su mente fue suficiente para callar sus preguntas, para negarse a saciar sus dudas.

—En realidad si conocí a tu padre. —Carmy suspiró, se levantó apenas un poco y de su bolsillo sacó el pedazo de foto doblado a la mitad. La mirada de Kol se endureció al ver la foto deslizarse por la mesa entre ambos.

Kol reconoció a Carmy, era el más bajo entre dos hombres; uno rubio con tatuajes, alto y fornido, el otro era castaño con barba desaliñada y lentes. Dos mujeres estaban a su izquierda; la del pelo corto, Kol ya la había visto, era la dueña de "Ever" y la otra parecía más joven, a ella no la reconocía pero su cabeza estaba fallándole al ver a su padre junto a otros hombres trajeados que Kol ya había visto en su funeral.

—Sí, mi papá y sus lameculos comieron en tu restaurante, ¿y? —sus dedos empujaron de vuelta la foto hacía Carmy y éste pareció detenerlo a media acción, empujando la foto de vuelta—. Yo también lo hice, incluso Jolene, ¿qué hay de interesante en eso?

—Tú papá era uno de los inversionistas de Theresa Dubois —agregó, por su tono de voz, Kol pensó que Carmy pensaba que a él se le aclararía la mente al escuchar ese nombre pero nada apareció y su mirada desinteresada hizo jadear a Carmy, pero su mirada se desvió a los ojos de Kol—. Espera, ¿qué? ¿Mientras yo trabajaba en el Laundry?

—Sí —se encogió de hombros—. Jolene y yo cenamos con mi padre en el French Laundry, varias veces, antes de que volver a Chicago, cuando ambos vivíamos en New York, ¿no estabas trabajando para Terry... Theresa en ese entonces?

Su mente pareció unir puntos que no había notado. La cara de Carmy se iluminó en una sonrisa boba que a Kol le resultó incómoda de ver.

—No... —río—. La chef Terry es dueña del Ever, tu familia es parte dueña del Laundry, ¿no es así?

—Según —Kol recorrió el rostro de Carmy con un toque de disgusto en el suyo mientras agradecía con un ademán a la mesera a diferencia de Carmy que volteó a verla, le sonrió y agradeció—. ¿Qué es lo que te causa tanta felicidad? Me das miedo.

La sonrisa de Carmy se enganchó y no se borro aún cuando tomaba un sorbo de su trago.

—Jolene comió mi comida, es eso —volvió a reír y el ceño de Kol se frunció más—. ¿Por qué jamás entraron a conocer al personal si comieron tantas veces? Recuerdo tu apellido, si todas esas veces eras tú con Jolene, ¿por qué...?

—¿Para que te robarás a mi novia? —Kol bufó mientras se cruzaba de brazos, su típica sonrisa volvió a su rostro—. No, gracias. Ya teníamos suficiente mierda de cocina porque ambos estábamos hasta el tope de materias y estúpidos platillos por la escuela, no queríamos entrar a otra cocina. Y, ¿qué pensabas que iba a suceder? ¿Ambos se verían, se enamorarían a primera vista y dejaría su vida de niña rica por estar con un chef de sueldo mínimo? A Mikey le costó por lo mucho, un año y medio antes que ella tan sólo decidiera renunciar a la escuela y empezar a trabajar en ese lugar de mala muerte que llamaban restaurante, créeme, en ninguna fantasía tuya haber conocido a Jolene antes hubiera acabado bien.

Ni siquiera lo escuchó. Su mente solo podía pensar en cada noche trabajando en el French Laundry. ¿Cuál de todos los platillos que había preparado había llegado a su mesa? ¿Le habría gustado su comida? Recordó la emoción que sintió la noche en que cocinó para ella y cómo ella alabó su comida sin cesar. ¿Lo hizo también esa noche? ¿Kol se puso celoso al saber qué ella había hablado toda la noche de la comida de otro hombre? ¿Mikey se enteró que comió la comida de su hermano? ¿Algunas de esas noches no estuvo en servicio? ¿Su comida era tan insignificante como para olvidar su sabor y por eso se emocionó tanto con su ribeye? ¿Se habría sentido tan cohibido, avergonzado e intimidado como la primera vez que la vio? ¿Habría sido diferente si lo hubiese conocido en la única época de su vida donde sentía confianza en sí mismo?En cualquiera de esos posibles escenarios, solo había una respuesta certera: por supuesto que se habría enganchado a ella con solo verla una vez.

—¿Qué se supone que quieres que haga yo? —Kol golpeó la mesa con los nudillos, estaba impaciente, su mirada volvió al reloj costoso en su muñeca—. Tengo que volver al trabajo en veinte minutos, deja de poner esa cara de idiota enamorado y habla.

—Natalie, mi hermana, dijo que tal vez podrías hacer más por nosotros con tus nuevas... influencias —aclaró mientras apuntaba la foto, su dedo índice tocaba impacientemente la foto—. Hablar con algunos de tus amigos en el mercado, inversionistas o incluso...

La parte a la que Marcel se negó a ser parte. La parte a la que había arrastrado a su hermana sin querer, ya era suficiente obligarla a mantenerlo en secreto pero, ¿qué otra cosa podría hacer?

—¿O incluso...?

—Comprar Grummies.

Una carcajada salió desde lo más profundo de su pecho. La piel de Kol se tornó rojiza y comenzó a toser cuando su propia saliva le jugó en contra.

—¡¿Quieres que gasté tres millones de dólares por una panadería?! —alegó con diversión mientras se abalanzaba un poco sobre la mesa, sus manos aferrándose al borde de la mesa—. Carmy, eres un idiota, aún que quisiera y no quiero, esa panadería está perdida, ella jamás hará lo que sus padres quieren que haga y cuando no lo haga, le van a quitar el lugar, así de fácil. Dijo que lo haría pero la conozco, es una mujer terca, ella no...

—¿Y sí lo hace? ¿Y su cumple sus caprichos? ¿Podrías conseguir alguien más que la compre? Un buen vendedor, alguien que la dejé quedársela, que sea un inversionista mayor, como tu familia con el French Laundry.

—No lograrás que ella vuelva a la escuela. Mucho menos vas a lograr que ella acepte trabajar para su padre, Carmy. No voy a dejar que la obligues a meterse a esa mierda... —su sonrisa de borró, pero el color de su piel lo hacía ver menos intimidante—. ¿Qué mierda acabo de decirte? No va a soportar otra mierda así.

—Esa panadería es lo único que tiene, Kol —su voz se volvió casi una súplica al igual que sus palabras—. Es lo único que le queda. Es su único recuerdo vivo de quien es sin sus padres y tú lo sabes, sé que es una mierda irónica, pero, ella necesita alejarse de está mierda, Grummies es un lugar sano para ella. La he visto pasar inmóvil noches y días, todo lo que la liga a esa panadería la hace feliz, la levanta cocinar para los demás. Mierda, la he visto llorar las últimas semanas, cada que veo esa cicatriz en su mano quiero vomitar y golpearme a mí mismo por haberla provocado, quiero morir si pienso en lo que sucederá si la arrastró a The Bear, ¿crees que quiero lastimarla? Ella no tiene nada si pierde ese lugar, merece algo mejor.

—Te tiene a ti. Ella te escogió a ti antes que a esa panadería.

El silencio que se formó ante la respuesta de Kol los dejó fuera del juego de palabras unos minutos. Carmy no dijo más, su espalda cayó contra la piel suave del asiento donde estaba sentado, su mirada fija sobre la foto de la mesa mientras Kol lo observaba con cautela.

¿Qué tan cierto era ese dicho de perder la dignidad por quienes más amabas? ¿Era un dicho siquiera? Carmen Berzatto había cruzado la mitad de la ciudad para hablar con alguien que odiaba. Kol no sabía que él lo odiaba pero sí era mutuo, tan sólo deseaba no verle la cara otra vez. El hombre a su frente había soportado hablar de su novia, de su pasado, de escuchar amenazas y estúpideces sin sentido sobre su familia. Los Nightly no podían hacer nada; sí, podría comprar la panadería, ese dinero no era nada para él, pero, ¿por qué? Aun así, todo lo que había hecho y hablado Carmy por ella esa noche, era más de lo que Kol había hecho durante cinco largos años, podría llegar a creerle sobre no querer dañarla, pero eso seguía significando nada para él.

—Háblalo con ella —concluyó, Carmy se sobresaltó un poco al verlo levantarse de la mesa, Kol tomó su maletín y se acomodó el traje: cerrando los botones y alisándolo—. Si ella está de acuerdo con volver a la escuela y permitir que compre el lugar, lo haré. Buscaremos algún término decente y legal para que me pague o buscaré a un buen comprador, alguien honesto para ella, y bueno, veré qué puedo hacer para evitar que ese pedazo de mierda que se hace llamar su padre, compré el lugar. Busca mi número y llámame, no quiero verte por aquí.

Carmy terminó sólo bajo la tenue luz de la mañana en ese restaurante. En silencio hasta que su cuerpo se animó a levantarse y caminar hasta el estacionamiento donde había aparcado su camioneta. El frío del mediodía en Chicago fue más abrazador cuando noto que la calefacción no funcionaba, Carmy negó en silencio antes de sacar un cigarrillo de su chaqueta y encenderlo.

¿Cuánto había perdido Jolene por él? Era la primera vez que el sentimiento de no ser digno de ella lo llenaba por primera vez en un tiempo. ¿El amor que podía sentir hacía ella sería suficiente para llenar el vacío de Mikey?




Lo mejor qué le pudo pasar al personal de The Bear fue encontrar un refugio en lo que un día fue una de las mejores panaderías del River North.

El olor a mantequilla y vainilla limpiaba todo recuerdo a madera y humedad que solía tener su restaurante en construcción las últimas semanas. Marcel les había abierto las puertas después de que Neil Fak les avisará que él y Richie tendrían unos pequeños días de democión de paredes y ventanas que no podrían tomarse a la ligera, así que debían trabajar en algún otro lado porque ninguno iba hacerse cargo por un hueso fracturado: no podrían pagarlo, no ahora.

Grummies Bakery estaba oficialmente cerrado, por lo menos desde hace unas semanas. No había más mesas parisinas afuera del lugar, ni esas bellas macetas que Jolene consiguió en el mercado de agricultores. Cerrado bajo sus persianas blancas y luces tenues el lugar seguía luciendo acogedor, demasiado para ser un lugar eternamente silencioso.

—¿Qué pasó con el tipo de la electricidad? —preguntó Natalie mientras se rascaba la cabeza con la pluma que había estado mordiendo los últimos minutos.

—No puede trabajar hasta la próxima semana —le respondió Sydney con un suave gesto de hombros, Natalie chasqueó la lengua molesta—. No me culpes a mí, culpa a Carmy y su idea de abrir un restaurante en tres meses. Si trabaja ahora corremos el riesgo de que muera electrocutado por un mal cable.

Marcel les había permito mover las mesas (esas bellas mesas color café con un borde negro, sin manchas ni un gramo de suciedad). Marcus y Ebrahim habían movido varias para formar un espacio de trabajo en lo que era la cafetería del lugar, con su barra de servicio (que también servía de mostrador y su caja registradora) atrás de ellos y la pared que mostraba toda clase de vinos escogidos por Marcel para la degustación de sus mejores pasteles. Ahora Natalie y Sydney estaban sentadas sobre su mesa gigante, una frente a la otra mientras Natalie abrir su carpeta de organización y Sydney leía las notas de su pequeña libreta de bolsillo.

Dentro de la cocina del lugar (justo detrás de la pared de vinos), Jolene había encendido un horno. Su refrigerador aún seguía lleno de suministros para casi tres semanas de trabajo y aún que gran parte estaba siendo repartida entre ella y Marcel, en realidad les quedaba bastantes ingredientes como para hacer un banquete y ninguno deseaba desperdiciarlo; ella con sus pequeños encargos que hacía en casa de Carmy o en la suya y Marcel con sus pasteles de boda o eventos bien pagados que solía hornear en la misma panadería.

Marcel estaba sentado al fondo de la cocina, justo donde había sugerido poner un pequeño sofá años atrás. Con un libro en la mano, los audífonos puestos, como un pequeño niño mimado ignoraba a Jolene a unos metros de ella. Marcus Brooks dibujando a su lado todo tipo de ideas sobre postres que podría hacer (sin perder de vista su teléfono por la ansiedad de saber cómo seguía su madre) y su desinterés propio por la vida de su ex–jefa quién cocinaba enfrente de él.

Esa tarde habían pasado gran parte de la tarde en The Bear, hasta que Fak terminó derrumbando una pared que casi mata a Sydney cuando ella estaba saliendo del sótano. Natalie se enojo bastante cuando vio a su amiga completamente llena de escombros y un rostro tan asustado que pensó que iba a desmayarse, y no duró ni dos segundos en sacar a todos sus amigos del restaurante sin antes amenazar a Fak a muerte, con un suave toque de dulzura y preocupación que Fak notó y se disculpó varias veces.

Carmy había desaparecido gran parte del día, y ninguno lo había visto hasta esa hora. Aún era temprano, lo suficiente como para pasar sus últimas horas de la tarde en casa: no había mucho que hacer en un restaurante en ruinas.

La buena acción de la dulce embarazada comenzó a ser estúpida debido al frío de la mañana y su falta de lugar para moverse. Natalie sugirió su casa y todos negaron por ser demasiado lejos, Jolene no iba a ofrecer su departamento, no quería explicar porque lucía vació y Marcel ni siquiera pensaba decirles dónde vivía hasta que decidió hacerse caso a su pensamiento más tóxico y ofreció la panadería sin preguntarle a Jolene quién estaba apunto de ofrecer el departamento de su novio. Esa pequeña acción hizo que la incomodidad entre ambos aumentara las siguientes horas en las que ella decidió preparar un postre para todos y Marcel decidió hacer nada mientras la veía trabajar con miradas fugitivas y groseras.

—Ebra, ¿y Tina? —Sydney levantó la mirada al hombre que estaba cerca de romper una botella de vino al escuchar la voz de la más joven.

—Junta de padres y familia —respondió con seriedad, sus manos apenas atraparon la botella de vino y se movió del lugar que reposaba dichos vinos para evitar una tragedia—. ¿Por qué?

Sydney negó despreocupada mientras apretaba los labios.

—Necesito hablar con ella pero no es importante —era importante, Carmy había dejado en claro que necesitaba empezar a buscar empleados reales, y si Marcel se había negado hasta el momento, lo único que le daba era saber quiénes de sus antiguos empleados iban a quedarse trabajando en The Bear ahora que serían un restaurante serio—. ¿Alguien sabe algo de Carmy?

Esa tarde los únicos que se habían presentado eran ellos: Natalie, Marcus, Marcel, Sydney, Ebrahim, y Jolene. Los demás seguían trabajando pero no con ellos, Natalie sabía que era mejor no tener a Richie y Fak discutiendo entre ellos y menos si ahora tenía que sumarle a Marcel a la ecuación de desastre monumental, Gary y Manny seguían desaparecido, algunos se pasaban por el restaurante, un poco intimidados por la nueva era del lugar pero seguían trabajando, tímidamente pero lo hacían de una manera noble, a Natalie le parecía dulce ver a hombres tan intimidantes verse tan pequeños por cambios en su vida.

—¡¿Jolene, querida?! —gritó Natalie alzando una ceja al notar el silencio de todos ante la pregunta de Sydney y su cabeza se giró hacía la puerta brillante de color metal que daba paso a la cocina—. ¡Jelly-Belly!

Su gritó resonó hasta por encima de la música que Marcel estaba escuchando. El panadero bajo sus audífonos y miro a Marcus, el pobre hombre a su lado parecía agotado y sus manos temblorosas seguían dibujando bajo el papel de su libreta. Jolene por su parte volteó de inmediato, rodó los ojos al escuchar él tono de voz de Natalie al gritar su apodo en forma de burla y arrastras empujó su masa fermentada sobre la mesa de madera donde solía cortar y aplanar sus ñoquis.

—¿Sí, Sugar? —respondió con el mismo tono burlesco, su sonrisa le agregó un toque sarcástico y Natalie abrió la boca, ofendida al verla asomar la cabeza por la puerta, usando su mismo hechizo de burla hacía ella. Ambas con ese apodo ridiculo que no les gustaba demasiado.

El delgado dedo de en medio de Natalie lucio frente a Jolene y ella río.

—¿Y Carmy? —preguntó Sydney y Jo se encogió de hombros. Sus manos estaban ligeramente levantadas al estar llenas de masa. Esa tarde Jo llevaba una de las viejas camisas de The Beef, con el logo un poco deslavado y las mangas cortas de color roja. Había encontrado un pantalón que le quedaba bien y su cabello estaba atado a una coleta alta. Sydney notó que había restos de harina en su frente—. ¿Necesitas ayuda?

Era más difícil hornear sola. Estaba acostumbrada a siempre tener ayuda; no era lo mismo preparar algo para dos o tres personas que una tanda completa para un grupo entero. La única manera en la que se sentía útil desde que The Bear ya no era suyo era alimentando a sus amigos o, al menos, haciéndolos felices con todo tipo de dulces que pudiera ofrecer. Jolene solía trabajar mejor con la ayuda de Marcel, o ser su asistente. No le gustaba mucho cocinar con Carmy; la vibra era diferente y solía sentirse lo suficientemente cómoda como para dejarlo hacer todo al final. Con Marcel era distinto. Eran socios, se exigían mutuamente y formaban un buen equipo. Las debilidades de Jolene eran las fortalezas de Marcel, y viceversa; se complementaban en la cocina y de alguna forma lo extrañaba. No importaba tener a otras siete personas en esa cocina con ellos, porque al final, los que hacían los postres más deliciosos eran ellos. Grummies era su lugar.

—Estoy bien —dijo con una sonrisa antes de desaparecer por la puerta movediza—. ¡Intentaré llamar a Carmy!

Un pequeño suspiro salió de su pecho al mirar a su ex socio sentando plácidamente al fondo de la cocina. Su mirada aún perdida en su libro mientras Marcus lo seguía al seguir dibujando con cautela. Jolene se tomó el tiempo de lavarse las manos mientras esperaba a que la masa que ahora eran una mezcla de olor a chocolate y menta terminara de inflarse dentro del horno, se limpió el resto de agua en sus pantalones negros, limpio la mesa, preparó las decoraciones para las galletas y se lavó la cara. En ningún momento Marcus o Marcel hicieron algo más que seguir en silencio al fondo del sillón. Jolene carraspeó de manera exagerada para llamar la atención de los dos hombres.

—¿Están tan exhaustos como para no ayudar?

Marcus fue el primero en levantar la vista, confundido miró a la mujer a sus alrededores. No estaba ignorándola. El panadero sabía que la disputa entre ella y Marcel era algo entre ambos, a Jolene la conocía desde hace años y hasta apenas hace unos meses, Marcel se le había ocurrido hablar con él y ponerle atención a su existencia aun cuando se conocían incluso antes que Jolene llegará a la vida de Michael y por consecuencia, a la suya. Quería a Jolene, era una gran mujer pero no era una amistad presente ni una gran amiga como otros pudieran decir, la conocía desde hace tanto pero jamás había sentido una conexión real con ella, era la mejor amiga de su ex jefe y ahora la novia de su jefe, no más. Jolene había conocido a su familia, conocía a sus madre, había sido amable con ella pero era educación, ¿por qué no sería amable con ella? No tenían una gran amistad, no sabía cómo tenerla si nunca se había dado de una manera natural.

—Lo lamentó, qué tonto —abrumado Marcus se levantó de su asiento y dejó a un lado su pequeña libreta, el golpe del objeto contra el sillón de cuero hizo que Marcel levantará la vista. Marcus se tropezó con sí mismo un poco antes de llegar frente a Jo quien con un rostro serio levantaba apenas la ceja izquierda—. Lo siento, ¿en que te ayudo?

El rostro de Jolene se ablandó apenas lo miró y ella negó con la cabeza rápidamente.

—No te disculpes, ¿quieres galletas de pistacho? —la mirada de Jolene se iluminó mientras miraba a Marcus sonreír mientras asentía, tal y como un niño—. Pedido de Natalie, se ha partido la espalda por todos nosotros, creo que le debemos sus gustos extravagantes. 

—¿Cómo podemos acompañarlas? ¿Con café? —preguntó Marcus, su mirada alternando entre ella y Marcel.

Ambos panaderos parecieron estar de acuerdo en su desaprobación. Su disputa perdió importancia cuando se miraron y una sonrisa se formó en sus labios al unísono, diciendo: —¡Por supuesto que no!

—¡Oh, mi precioso Marcus! ¡Mi dulce e inocente Marcus! —dramatizó con la voz Marcel mientras se levantaba de su asiento, el hombre llevó su palma derecha a su pecho encima de su costoso suéter color beige—. Aún tienes tanto que aprender, eres tan joven, tan llenó de vida.

—El café de cafetera arruinaría el sabor de la galleta —le prosiguió Jolene mientras hacía una mueca de obviedad—. Depende el café, no podemos servirles a todos café simple y negro, mucho menos café con azúcar de bolsillo...

—¿Dónde quedaría nuestra reputación? —le interrumpió Marcel mientras daba algunos pasos hacía ellos, el hombre le sonrió a Marcus antes de darle un pequeño ademán para que se acercará a la mesa de preparación justo en medio de la cocina—. Café con leche, café tueste, cafés especiales... esté tipo de postres suelen acompañarse con una bebida adecuada, para que sea complemente con su sabor así la percepción de cada trago y mordida puede volverse un deleite para tus papilas.

—Son galletas de pistacho y flor de sal —Jolene se acercó a la barra detrás de ella, le dio una mirada fugaz a su frente y sus manos tomaron una tetera de porcelana con un estampado azul que a Marcus le pareció precioso—. La salinidad de las galletas ya hacen un buen complemento con el pistacho, yo prefiero equilibrar el sabor con algo más fresco, en esté caso, sencha.*

—Té verde, japonés —Marcel aclaró cuando el ceño fruncido de Marcus apareció en su frente, con su respuesta sus cejas subieron y con atención siguió mirando a ambos—. Yo prefiero mantener el sabor salado, y sólo unirle el sabor de algo más fuerte, en esté caso, mi fuerte, los vinos. Un vino blanco también es una buena opción, te mostraremos.

Una de las cosas por las cuales siempre había amado la cocina volvió a su mente en los siguientes minutos. Marcus Brooks se deslumbró como si estuviese viendo el puesto de algodón de azúcar desde su automóvil al llevar a la feria del pueblo, tal y como solía recordarlo en sus memorias de la infancia. A su madre siempre le había parecido tan dulce ver a su único hijo llenarse de gusto al probar sus dulces y simples pasteles, le gustaba llenarse de chocolate la cara mientras él recordaba escuchar a su mamá reír mientras le limpiaba la cara y luego se comía el resto de chocolate de la yema de los dedos.

No había podido dormir las últimas semanas. No desde que The Beef cerró, se había quedado sin el único lugar que le había hecho sentirse cómodo consigo mismo en los últimos años. Esa pequeña sandwichería había sido su hogar, su único espacio cómodo para ser creativo y escuchado. Aún con su último desastre con sus donas, seguía siendo un lugar que se sentía como una casa real después de perder la suya. La enfermedad de su madre lo había convertido en un hombre retraído, un poco perdido en su propio corazón y mente, The Beef lo había ayudado a recordar el cariño que tenía que ofrecerle el mundo cuando Marcel Jerimovich le dijo que tenía potencial, esa tarde en Grummies se sentía tan personal y especial mientras quien apenas consideraba una amiga posaba sobre sus manos una tetera tan brillante y hermosa que sintió una carga personal con tan sólo tenerla en manos.

Jolene le enseño a preparar el té, sólo con palabras mientras ella se sentaba a decorar sus galletas con una manga pastelera llena de menta. Sus ojos no lo juzgaban, eran tranquilos y suaves mientras Marcel revisaba si podía encontrar una botella de vino blanco para compartir, su sonrisa le causaba paz a Marcus cuando lo veía entrar a la cocina y salir, siempre alentándolo a que no lo arruinaría.

—Se volverá amargo si no tienes cuidado con la temperatura del agua —dijo Jo. La mujer lo apunto con la manga pastelera y sonrió—. Ten cuidado o tendrá el sabor de un limón agrio y seco. Te ayudaré con las infusiones después.

El pequeño movimiento de su mano nerviosa desapareció cuando el olor a hierbas verdes llegó a su cabeza. No olía como el té de bolsa que compraba en las tiendas, tampoco se veía del mismo color opaco; era fuerte y brillante. El termómetro que le dio Marcel le ayudó a sentirse más tranquilo de no arruinarlo cuando él mismo panadero le dijo cuánto costaba una bolsita de dichas hojas de té. La cabeza de Marcus divagó hasta su madre y en lo mucho que disfrutaría oler dicho té, lo encantaba que estaría de saber que Jolene habría confiado en su hijo y en lo encantada que estaría de probar sus galletas aún cuando no estuviera segura de su sabor por su nombre.

—Se precalienta la taza y la tetera para mantener la temperatura exacta que necesita el té para no volverse amargo —le explicó Marcel mientras acomodaba el juego de porcelana sobre una bandeja de madera—. Siempre en dirección de reloj, esto solamente porque somos pretenciosos de mierda.

Jolene río bajamente por su comentario como si no quisiese hacerle saber a Marcel que su comentario la había hecho reír. La mujer llevaba otra bandeja de mandara entre las manos, la de ella era cuadrada a diferencia de la de Marcel que era redonda, ambos se dirigían a la salida de la cocina cuando Marcus frunció el ceño confundido.

—¿No van a probar el té? —preguntó preocupado, los dos panaderos con su curiosa diferencia de altura, Jolene muchísimo más baja que él tuvo que alcanzar la cabeza, se miraron unos segundos y después negaron—. ¿Y sí quedó amargo?

—Marcus, sí vas a dedicarte a la repostería, tienes que trabajar en esa confianza. —Jolene no dijo más que regalarle una sonrisa antes de salir por la puerta, el olor de hierbas llamó la atención de todos, incluyendo Ebra que empezaba a quedarse dormido sobre una de las mesas al fondo del espacioso recibidor.

Natalie parecía una dulce niña pequeña cuando vio las galletas llegar a su mesa. La mesa que habían preparado Marcel y los demás era grande para poner la bandeja en medio y que la tanda de galletas recién hechas fueran compartidas con todos. Sydney se sorprendió del olor, era tan fuerte como el perfume de un hombre y su fragancia no parecía dañar sus fosas nasales, al contrario, parecía abrirlas y abrazarlas de una forma muy particular y especial.

—¿Te gusta, Nat? —Marcel se reía de la rubia. Natalie tenía las mejillas llenas, su mano derecha tenía una galleta mientras su mano izquierda sostenía la pequeña taza de té—. ¿Quieres probarlas con un poco de vino?

Había un pequeño círculo que se había enterado de su embarazo. Todos habían sido por error, Natalie no deseaba que ninguno se enterase hasta que ella estuviese lista pero hasta ese momento su plan no había funcionado. Su lógica era esconderlo hasta que su vientre comenzará a notarse y así evitar preguntas incómodas; sólo tendría felicitaciones y su vientre abultado sería una distracción para los entrometidos como Richie. Hasta esa noche, Jolene, Sydney y Carmy eran los únicos que sabían. Jolene le había contando a Carmy y Carmy le había contando a Sydney después de que intentará regalarle algo a su hermana por obligación de su novia. Marcel era de los pocos que no sabía y merecía saberlo, sobre todo si había sido su único apoyo real en las últimas semanas.

—No, gracias, corazón —intento sonreír pero sus mejillas llenas de galletas se lo impidieron—. Me encanta el té... Marcus el té es delicioso.

—Bueno, todo es gracias a Jolene... —intentó responderle a Natalie pero Jolene interrumpió negando exageradamente con las manos. La mujer tomó a Sydney de los hombros para sacudirla un poco, la morena terminó tirando su galleta sobre la mesa por los movimientos.

—Yo sólo le dije que lo debía hacer, ¡ni siquiera lo ayudé! ¿Verdad, Marcel? —dijo.

—Es cierto, es un buen chef, excelente para escuchar y muy autodidáctico, yo lo arruiné en mis primeros cinco intentos. Tiene un don.

Las palabras de Marcel hicieron sonreír a Marcus, un poco avergonzado por la forma en la que se sentía tan querido por un par de halagos. Hubiese deseado recibir el mismo trato de su jefe cuando logró hacer sus donas perfectas, lamentablemente para Carmen Berzatto, ser un idiota era más fácil que ser un buen ejemplo a seguir. Marcus no podía pedir más si Marcel (quien para él era el mejor pastelero de Chicago) lo halagaba.

—¿Y tú, Syd? —Marcel bailó su botella de vino frente a la morena—. Por favor, toma una copa conmigo, cuesta más de trescientos dólares, saqué lo mejor para ti.

La risa de Sydney fue completamente fingida. Ella tragó en seco su pedazo de galleta antes de asentir a la fuerza. Odiaba a los hombres tan libres como Marcel, odiaba sus coquetos libres porque la hacían sentir cohibida y sus mejillas siempre se sonrojaban por lo más mínimo.

—Sólo una copa, tengo que trabajar mañana —alegó ella.

—Nadie tiene que trabajar mañana, llena esa copa —se quejó Natalie, su mano derecha que ahora estaba libre de una galleta de pistacho apuntó a la copa de Sydney—. Qué se divierta un poco.

Jolene jamás había pasado una noche con todos ellos sin ser una ocasión especial. Si una versión de ella de hace dos años se preguntaba si pensaba en pasar una tarde de su mitad de semana con su panadería cerrada antes de las 8PM con Natalie Berzatto llena de migajas de galletas y Marcel desperdiciando una botella de vino en él mismo, jamás lo hubiese creído. Era lo divertido de vivir cerca de los Berzatto, todo parecía ser una pesadilla junto a ellos, era una pesadilla divertida. Mikey jamás hubiese dejado que Grummies cerrará, pero tampoco había dejado que ella y su hermano se conocieran, ya no solía preocuparse por defender sus ideales cuando se había equivocado con algo que genuinamente le hacía tan feliz.

Las risas de Natalie burlándose de Ebra y Marcus era lo mejor de su semana. La hermana mayor de Carmy tenía una energía demasiado dulce fuera de su ambiente señorial en el trabajo, y su corazón parecía haberse hecho más bondadoso con la espera de un nuevo pequeño. Vaya suerte que no sería otro Berzatto, quizás hasta ella misma se alegraba de eso. Pete era un hombre espectacular, alguien que la amaba de una manera que jamás pensaría ser amada, era tan dulce y comprensivo. Ambos se merecían al otro.

Escuchó pequeñas historias del tiempo de servicio de Ebrahim. Ninguno le creyó hasta que el hombre mayor enseñó algunas cicatrices de guerra y a Sydney casi se le salen los ojos de la sorpresa mientras jalaba del brazo a Marcus completamente horrizada. Vio bailar a Marcel junto a Natalie mientras ella lo golpeaba por pisar sus pies al ritmo de la música que ella misma había puesto en una de las pantallas del lugar. ¿Por qué no podía quedarse en esa noche? Deseaba tener a Richie y Mikey a sus lados, ella en medio mientras ambos decían cualquier estúpidez de su día, a Mikey contándole sobre algún cliente horrible con quien tuvo que lidiar ese día, a Richie repitiendo "cuéntale, cuéntale" sobre alguna anécdota que seguro ella ya conocía. Extraña esos días donde todo parecía más sencillo, incluso si tenía que olvidarse del hombre quien dormía a su lado cada noche, extrañaba no sentirse tan fuera de lugar en su propia familia.

El atardecer comenzó a caer frente a sus ojos. Se había sentado encima de una mesa mientras su teléfono vibraba mientras intentaba llamarlo, nunca respondió. Jolene se deslizó por las ventanas del lugar y dejó que el bonito atardecer entrara en algunas, que la luz del mundo exterior iluminará su antiguo lugar antes de que anocheciera. Habían perdido el suficiente tiempo, era más mejor que llegar a casa a no hacer nada, a Jolene le gustaba más la idea de pasar su tarde viéndolos reírse que pasar tiempo en el sofá en silencio. Ahora, Grummies era ruidoso apenas, con las susurros de Sydney cantando la música de los cincuenta y sesenta, mientras Ebrahim le contaba sobre el significado de dichas canciones y Marcus tomaba fotos de cada botella de vino en su pared, maravillado por sus fechas y su tiempo de añejado, Natalie y Marcel seguían bailando al ritmo de la música y Jolene había tomado asiento mientras su té humeante calmaba su mente.

El sonido tintineante de la puerta rompió su paz después de dos canciones.

Blue Velvet de Bobby Vinton sonaba de fondo cuando Carmen Berzatto entró a Grummies.

Marcel no le tomó importancia, el hombre se encogió de hombros y volvió su mirada a Natalie quién había hecho lo mismo. Ambos siguieron bailando mientras ella seguía a regañadientes intentando que no la pisara. Sydney apenas volteó a verlo al igual que Ebrahim, a diferencia que de Marcus que lo saludó con la palma y después volvió a lo suyo. Esa botella de 1967 era más interesante que su jefe.

—Mi teléfono murió —fue lo primero que dijo, se había acercado a saludar a la única persona que le importaba saludar en ese lugar. Jolene bajo su tasa de té de sus labios, sosteniéndose sobre sus manos—. Hola, cariño.

—¿Cómo estás? —ella sonrió, Jolene empujó sus manos un poco hacía el hombre—. ¿Quieres probar? Lo hizo Marcus.

Carmen levantó las cejas sorprendido y asintió. Suavemente tomó la taza de sus manos y debió un sorbo, su ceño se frunció antes de bajar la taza y asentir con gusto.

—Le enseñaste a preparar sencha. ¿Está listo para eso?

—No, pero intentó darle confianza —Jolene tomó la tasa de las manos de Carmy, ella se encogió suavemente de hombros—. Lo arruinará la próxima vez pero lo hizo bien hoy, en su primer intento, eso lo motivará. Es bueno, muy, bueno.

—Bien hecho, chef —señaló el rubio, Jolene noto que olía a cigarrillos, algo que le pareció extraño, era normal que fumase pero no que el olor se quedará con él. Siempre olía a colonia y jabón, el tenue olor a cigarrillo era leve, empezaba a dejarlo, eso le había dicho una noche después de volver de su reunión semanal—. ¿Bailamos?

No sabía si había escuchado bien, era más seguro que no. Jolene se quedó confundida, su rostro se había endurecido en un ceño fruncido y una mueca sobre los labios que parecía un puchero, sus ojos aún seguían fijos en el rostro del hombre. Carmy había estirado su mano derecha hacía ella, el corazón de Jolene perdió la razón cuando comenzó a latir como loco cuando él tomó su mano y la levantó de su asiento. Dieron unos pasos lejos de la mesa, Sydney golpeó el hombro de Ebrahim para que mirará lo mismo que ella.

Su mano izquierda rodeó su cintura, su mano derecha seguía tomada de la suya. Jolene descansó su mano libre sobre su hombro y Carmy le sonrió apenas.

—Nunca fui a los bailes de mi escuela —dijo el chef, su mirada estaba fija en el fondo del lugar, su cuerpo se movía suavemente a los lados al ritmo de la música, Jolene le seguía el paso con la misma confusión en sus ojos—. Pero mi madre me enseñó a bailar, me obligaba a bailar con ella en la cena de navidad, decía que Mikey tenía pies izquierdos.

—Estoy segura que hubieron algunas chicas deseosas porqué las invitaras —afirmó con una risita tonta que apenas se escuchó, su mano acarició su nuca con suavidad, Carmy se estremeció contra el tacto—. ¿No te molesta que estés viéndonos?

Pero él negó. Su sonrisa apareció y empujó más de su cuerpo hacía ella, su pecho rozaba con el suyo, sus ojos azules estaban fijos en su rostro.

—No, no hay nada que me incomodé.

—¿Ni siquiera pensar en lo estúpidos que lucimos ahora? —su cabeza se ladeó un poco—. Es cursi, damos asco.

Carmy soltó esa carcajada que sólo solía aparecer con ella. Una carcajada genuina mientras sus ojos se cerraban y su piel cambiaba de color, como un tomate.

—¿Puedes cerrar la boca, Jell? Me estoy esforzando. —dijo con diversión.

Jolene asintió en silencio. Su cabeza reposó sobre su hombro cuando la cercanía entre ellos era nula. Marcel y Natalie fueron los primeros en romper su pequeño baile cuando la rubia dejó de bailar de la nada al mirar a su hermano, Marcel rodó los ojos en disgusto y después estiró su mano hacía Sydney, quien en sorpresa aceptó gustosa. Eso se debía a su segunda copa de vino y lo atractivo que parecía verse Marcel esa noche.

—Así que no hay maratón de Los Soprano está noche —Carmy acarició su cabello—. ¿Ni un capítulo?

—Podemos pedir la cena y ver un capítulo antes de dormir.

La chaqueta de Carmy era la que olía a cigarrillos, Jolene lo notó en el momento en que su mejilla se reposó sobre su hombro. Quizás había fumado con ella puesta, en un lugar cerrado, ¿había tenido tiempo para ello o había fumado dentro del auto? Carmy jamás respondía a sus preguntas, por más mundanas que fueran.

—¿Y sí compró helado?

—Uno y medio —afirmó ella, su cabeza se levantó, mirándolo con diversión—. Pero primero tienes que ducharte, apestas a nicotina.

Era irónico que ella le exigiese a él sobre su hábito de los cigarrillos pero él era quien había dicho que estaba intentando dejarlo. Jolene intentó hacerlo junto a él pero era demasiado pronto para ella porque no era tan adicta al cigarro como él. Jolene apenas fumaba, era un mal hábito que le había robado a Mikey y Richie, ni siquiera sabía fumar adecuadamente cuando los conoció, otra burla más hacía su persona hasta que ella aprendió. Le gustaban los cigarrillos de sabor, olían menos que los normales, y el sabor en sus labios no era seco, se quedaba el sabor a menta o fresa la gran mayoría del día aún cuando eso la insitaba a fumar uno más, pero no los necesitaba como Carmy.

Sabía cómo funcionaba su necesidad, lo aprendió en los días que trabajaba junto a él en The Beef. Pasaba todo el día gritando, estresado por su propia existencia, exigiéndose a sí mismo y a otros hasta que el horario de la comida llegaba, se alejaba cinco minutos antes y desaparecía de la vista de todos. Fumaba tres cigarrillos en ese espacio, los demás iniciaban desde su hora de desayuno, algo para saciar el hambre matutina y después algunos más después de salir del trabajo. Esa mala costumbre se fue acumulando y había comenzado a fumar más ahora que The Beef estaba cerrado, pero claro, ahora se había prometido dejarlo, por ella, porque Jolene siempre parecía disgustada cuando lo veía fumar aún cuando se trataba más por sus gustos en cigarrillos que por su hábito, pero Carmy comenzaba a volverse complaciente con ella.

—Se descompuso el aire de la camioneta —explicó—. Me congelaría si abría la ventana para sacar el humo, lo siento.

—Entonces no fumes mientras manejas —Jolene engancho su sonrisa y ante su disputa dejó un beso sobre sus labios apenas duradero—. Dejemos que la canción termine, saludarás a Nat y iremos por ese helado.

Nuevamente, Carmy fue complaciente y sólo sonrió. Sus labios sabían a azúcar, fue lo único que llamó su atención.

Los siguientes minutos fueron una abrumadora tortura cuando su hermana lo llamó "pequeño" y apachurró sus mejillas. Lo obligó a bailar con ella, mientras Sydney se reía por los pies de Marcel pisándole y los de ella tropezando. Nada más interesante que terminar su tarde siendo parte del espectáculo de su familia.






El camino a casa fue tranquilo cada cada uno: Sydney no se embriagó pero aún así Marcel la llevó a casa como un buen caballero, Marcus lo acompañó y Natalie volvió a casa junto a Ebrahim, feliz por la humillación a su hermano y echándose a reír por los comentarios sobre los Chicago Bears que Ebra se había callado para no ofender a Richie. Jolene y Carmy fueron los últimos en irse, él había limpiado las mesas y las había acomodado en su lugar antes de entrar a la cocina, una cocina reluciente por el trabajo de la pelinegra que ya llevaba su bolsa sobre el hombro y su chaqueta negra.

Jolene creyó fielmente en las palabras de su novio cuando subió a la camioneta. Iba a congelarse. El deshielo en Chicago ya había sucedido pero el frío aún era insoportable, lo suficiente para causarte una gripe y alguien como ella seguro tendría la mala suerte si Carmy no manejaba más rápido de lo habitual para evitarlo. El camino hacía la tienda de suministros fue rápido, las mejores estaban en la misma zona de donde se ubicaba su panadería y Jolene le dio indicaciones de una en específico donde tenían un helado delicioso de coco y frambuesas.

La calefacción de la tienda la hizo sonreír y recuperar el color de sus mejillas. Paseándose entre los pasillos de la mano del chef que miraba la etiqueta de cada producto que Jolene le enseñaba.

—¿Por qué no? —bufó Jo.

—Demasiadas calorías, exceso de azúcar, carbohidratos...

—Púdrete, vas a causarle un trastorno alimenticio a alguien —escupió de mala gana, Jolene soltó su mano en reproche y Carmy se quejó intentando tomarla de nuevo pero ella se alejó algunos pasos—. Consígueme ese helado, o no hay Tony Soprano para ti. Iré por servilletas.

La vio marcharse, normalmente se quedaba unos segundos viéndola desaparecer entre el pasillo de su departamento o el cruce de calles en el restaurante hasta la siguiente avenida pero jamás se marchaba primero. Se quedaba esperando por si decidía volver aún cuando sabía que no era así, el chef se dirigió hasta la área de refrigerados.

¿Cuándo iniciaría el menú con Sydney? Ella ni siquiera había dicho algo sobre ello. Estaba consumida por los permisos que aún necesitaban pero extraña cocinar, no era lo mismo ser ayudante en el proceso de decoración de galletas y pasteles sabor a chicle. Deseaba experimentar con sabores reales, algo que lo emocionará y tenía a la persona adecuada para hacerle compañía, sobre todo cuando pensaba en todo el tiempo que perdería en soledad cuando Jolene volviese a la escuela.

Un semestre, era lo único que necesitaba. Era poco, podría hacerlo en menos si alcanzaba acreditaba sus materias, sobre todo si aquellas eran prácticas. Su último semestre había estado en el Kendall Collage debido a su mudanza a Chicago, era perfecto, podría verla durante las mañanas y las noches, estaría disponible para él las horas que él creía necesarias para no extrañarla.

Se había cerrado en su idea de pensar en su reunión con Kol Nightly hasta ese momento. No tenía nada que pensar pero algo en su estómago le seguía advirtiendo que no debía estar tranquilo, no era nada seguro, no había nada más que pudiera hacer por ahora. Ella merecía pasar más días bailando hasta tarde después de un día agotador, él debía estar con ella algunas de esas noches, podía hacerlo. Podrían lograrlo disuadir a Sydney de esa estúpida Estrella Michelin.

Por fin podría ser feliz si todo salía bien con Grummies. Eso era seguro.

—¿Carmy?

Allí estaba. Helado de coco y frambuesas, a su frente y ahora entre sus manos, cerró la puerta de la heladera y volteó al escuchar la voz femenina a su izquierda.

—¿Claire?

Claire Dunlap. Su vieja compañera de la escuela, su única amiga en ella, si era honesto. La recordaba con brackets, con el cabello largo hasta las caderas y una uniceja apenas visible; ahora, tenía el cabello hasta los hombros, del mismo color chocolate y tenía una dentadura perfecta, sus ojos azules brillaban incredulidad.

—¿Q-qué haces aquí? —tartamudeó, su mirada fue directo a sus lados. ¿Dónde estaba Jolene?

La última vez que la vio fue hace cinco años, justo después de que la policía y ambulancias lo obligaron a salir de su casa para sacar el auto que había atravesado su puerta principal. Donna Berzatto lo había hecho de nuevo, superándose a sí misma en su propio hogar y fiesta, Mikey fumaba a su lado, sentado sobre la acera con la mirada fija en su teléfono, esperando una llamada de quien ahora sabía que era Jolene. Esa noche estaba molesto, furioso y sin una palabra decente o amable para alguno de su familia, y cuando miró sobre su hombro no pudo sentir más qué vergüenza y asco al ver a la castaña parada a unos metros de él, con pendientes largos y un peinado similar al que llevaba ahora, la única diferencia era su chaqueta, roja esa noche y ahora azul.

Jolene no la reconoció hasta que se acercó lo suficiente. Mikey la había mencionado algunas veces, todas ellas fueron antes de que él alardeaba toda la semana sobre que su hermanito volvería a Chicago para la fiesta de acción de gracias. Pasó toda la semana hablando sobre la mierda que era NOMA y todos esos restaurantes caros en los que su hermano trabajaba, lo recordaba mucho hablando de momentos humillantes del chef y después estaba ella, Claire-Bear.

«Estaba loco, loco por ella» se reía Mikey mientras Richie reía a su lado, siempre tocando su hombro para impulsar que siguiera hablando — «Tenía todos su cuadernos de mierda con dibujos de ella. Era como un maldito acosador. ¿¡Y sabes qué Jell?! Ella luce increíble ahora, la vi la otra noche...»

No era importante. Nadie de los Berzatto la mencionaba fuera de esas dos circunstancias, nadie la recordaba. Pero le pareció curioso ver el rostro de Carmy al verla. Jolene la reconoció por todas esas fotos en el sótano en The Beef, la mayoría con Tiffany, la madre de Eva, su sobrina. Se quedó observando de lejos, no podía escuchar la conversación, no estaba segura si quería hacerlo pero sí sintió un golpe sobre el pecho cuando lo vio reírse y recargarse sobre el vidrio de la heladera, ella hizo lo mismo. Tan cómodos con el otro que ella misma se sintió incómoda viéndolos balbucear y reír, todo para que concluyera con su paciencia al sentirse estúpidamente enojada cuando ella pareció anotar algo que el chef estaba diciéndole.

—¿Lo conseguiste? —comentó dándole poca importancia mirando lo que llevaba dentro de su carrito de compras, Carmy se sobresaltó al verla—. ¿Carmen?

Jamás había sido buena ocultando su molestia. Eran fascinante ocultando cualquier otro tipo de emoción dentro suyo, su especialidad era lucir tan radiante y elegante cuando por dentro quería morir y ser miserable era su desayuno cada día, pero la molestia era difícil, eran pesado ocultar sus ojos indiferentes y su indignación. Su tono de voz era lo que más solía delatarla, se volvía más agresiva y violenta, era igual que Carmy, era mejor gritar y en ese mismo instante deseaba hacerlo, no sabía porque pero el instinto en su estómago y pecho le decían que debía hacerlo.

—Sí, sí, lo hice —respondió, Carmy dejó caer el bote de helado dentro del carrito de compras de Jolene y la miró de reojo, su mirada seguía fija en Claire quien levantaba una ceja confusión sin borrar su sonrisa—. Lo siento, ella es Claire, fuimos a la escuela juntos.

—Excepto por los bailes —respondió por inercia con una risa tan fingida que le molesto a ella misma, una sonrisa se formó sobre sus labios y su mano se estiró para dársela a la castaña que apenas había volteado a verla—. Soy Jolene A'Dair.

—¡Oh, lo siento! —río Claire, su mano tomó la de Jolene de inmediato y el apretó de ella fue corto y fuerte—. Sí, soy Claire, hola. ¿Ustedes trabajan juntos? Carmy me contaba sobre The Bear, me debe un millón de dólares porque adivine el nombre.

La mirada que Jolene le dio a Carmy hizo que el rubio se estremeciera. ¿Qué carajos estaba pasando?

—¿En serio? Bueno, tendrás que esperar sentada. —alargó con una risa corta—. Trabajamos juntos, vivimos juntos, sí, eso hacemos.

El rostro de Claire borró su sonrisa, cambiándola por una mueca de sorpresa. Sus cejas se levantaron, algunas arrugas aparecieron sobre su frente como solían marcarse sobre la frente de Carmy.

—¿Son pareja? Lo siento, Carmy no mencionó que estaba aquí con su novia.

Y ahí estaba, esa incomodidad en su pecho se volvió un dolor sobre su estómago. El mismo que había sentido antes de vomitar frente el ventanal de The Beef que ahora estaba forrado de periódico.

—¿No lo hizo? —inquirió con suavidad, sus cejas apenas se levantaron y volteó a verlo con lentitud. Sus labios se apretaron.

—Sí, y-yo... —intentó decir el rubio, su tic nervioso volvió, ese mismo que Jolene reconocía tan bien, se rascó la frente con la yema de los dedos—. Iba a decírtelo, justo ahora.

El ceño fruncido de Jolene la hizo mirarla, ella seguía con esa sonrisa sobre los labios mientras sacudía frente ambos el papel en sus dedos.

—¿Qué? ¡Oh, no! No estaba pidiéndote tu número para eso —río—. Necesitaba la forma de cobrar ese millón de dólares, ¿no es así, Jo? Así no se me escapa con mi dinero.

Jolene apretó el agarre en su carrito de compras y soltó otra risa asintiendo.

—¡Claro! Es bueno saber que no quieres el número de teléfono de mi novio por otras razones —respondió—. Lo siento, ¿Claire? Sí, tenemos que irnos, parece que Carmy olvidó que va a prepararme la cena.

—Por supuesto, no los interrumpo más, ¡tengan una buena noche! —dijo con un tono alegre que le dio jaqueca a la panadera. Para cuando Jolene camino a lado su sonrisa se borró y pasó a su lado sin mucha prisa ni interés, aferrada a su carrito de compras y en la idea de que no había comprado lo que pensaba porque el pasillo que deseaba visitar estaba a lado de donde había encontrado a Carmy.

No hubo ningún tipo de sonido entre ambos hasta que llegaron a la caja registradora. Jolene tenía la mirada fija en los productos deslizándose por la banda electrónica mientras el sonido de su precio se convertía en un número en la pantalla.

Carmy se rascó la nariz antes de carraspear.

—Entonces, ¿quieres que yo cociné? —murmuró.

—No, en realidad ya no tengo hambre. —su mirada fue indiferente, la sonrisa de amabilidad fue para el cajero cuando le devolvió su tarjeta de crédito y ella tomó sus bolsas de plástico con sus cosas, Jolene salió por las puertas corredizas y maldijo el frío de la noche.

—Pero, ¿acabas de decir...?

—¿No conoces las mentiras, Carmen? —ella bufó, una risa amarga salió de su boca al caminar hasta el coche—. Uno suele decirlas cuando quiere escapar de una situación incómoda y esa era una.

—¿Qué? ¿Por qué? —Carmy parecía atónico, confundido cuando subió a la camioneta después de ser abandonado por ella, Jolene entró antes de que él y se puso el cinturón de mala gana—. Jolene...

—¿No ibas a mencionarme jamás? —comenzó, su tono de voz era más alto que normalmente y su ceño fruncido comenzaba a doler sobre su frente—. ¿Por qué carajos le diste tu número?

Esa pequeña confusión de Carmy se terminó al escucharla hablar. Su confusión se convirtió en molestia y sus ojos preocupados la analizaron con intensidad.

—¿De qué mierda estás hablando? —respondió con insistencia—. Teníamos cinco minutos hablando, ¡la conozco desde que tengo memoria! Mierda, creo que comíamos tierra juntos en mi patio cuando teníamos cinco años, ¿estás así por eso?

—Es una mierda que es la primera vez que alguien fuera de nuestro puto circulo nos vea juntos y tú decidas omitir el pequeño detalle de que soy tu novia —ella se encogió de hombros de mala gana, el rostro de Carmy comenzaba a tornarse rojo y ella evitó mirarlo pero era casi imposible—. Presentarla primero antes que a mí, genial, muy bien hecho, Carmen.

El rostro de Carmy se ablandó al igual que el pequeño sentimiento de incomodidad y molestia que le estaba causando la actitud de Jolene. El sentimiento de vergüenza lo invadió y su apretó la mandíbula.

—Mi amor, lo siento tanto, yo... —intentó decir pero sus palabras no salieron, su cabeza no parecía funcionar correctamente. No parecía pensar en nada más que ella mirando a su frente con las manos echas puño sobre sus muslos—. Tienes razón, lo siento, eso fue una mierda, yo fui una mierda, lo siento.

Ella negó en silencio, su mirada fijada sobre sus manos, avergonzada. ¿Debía sentirse así? En realidad era la primera vez que se sentía tan idiota y prepotente, jamás había sentido ese sentimiento de culpa en el pecho, nunca se había sentido preocupada y dolida al mismo tiempo por otra interacción humana, era asqueroso, pero podía culpar a su mente deseosa por destruirla lentamente. Cada recuerdo fugaz sobre dicha mujer no existía en su memoria hasta esa noche, y ahora ella sabía con certeza que se repetiría en su cabeza en los próximos días como método de tortura, cada foto que había visto sobre la mesa del sótano del lugar que había sido su vida hace algunos años, las palabras del hombre que había cambiado su mundo repitiéndose una y otra vez en un bucle infinito. Qué tan estúpida era al creer que era la primera persona en la vida de Carmy que lo había hecho sentir seguro, le dolió pensar en ello y en lo intimidada que se sentía por sentirse vulnerable al saber que para ella, Carmen sí lo era. Ya no tenían en común lo primero que los había unido.

—Jell, le di un número falso —dijo, su tono de voz era suave, su toque sobre sus mejillas también lo fue. Carmy acomodó el mecho que tapaba su rostro detrás de su oreja y apenas sonrió, temeroso—. Me sentí incómodo, ella dijo una mierda sobre el restaurante y yo...

—¿Un número falso? —por primera vez volteó a verlo y Carmy asintió de inmediato.

—Así que estás celosa... —su voz comenzó a escalar, está vez fue un tono más divertido pero fue callado por su mirada, Jolene negó de inmediato. Golpeó su mano para alejarla de su rostro.

—No, vete a la mierda.

Pero eso sólo lo hizo reír. Ignorando por completo en hecho de que en algún lugar dentro de ella sólo quería golpearlo y posiblemente llorar, seguro la mañana siguiente se despertaría con la estúpida respuesta a su comportamiento infantil, con cólicos y un dolor en insoportable en las caderas pero hasta ese momento iba a mantenerse en su papel por más que la risa de Carmy le pareciera adorable — Fuese lo que fuese, aún con su respuesta, Jolene sabía que ese maldito helado iba a costarle demasiado, más de lo que había pagado por él.

























GLOSARIO —  Manual de supervivencia de cocina por 🧸 Lily–Bear + Fun Fact's.

I. Sencha. Como lo dijo Marcel, se trata de Té verde Japonés. Sencha es un tipo de té verde japonés que se cultiva y se produce principalmente en Japón. Se caracteriza por sus hojas largas y delgadas, que se enrollan durante el proceso de producción. El té sencha tiene un sabor fresco y herbáceo, con un equilibrio entre dulzura y amargor. Es uno de los tés verdes más consumidos en Japón y se prepara vertiendo agua caliente (pero no hirviendo) sobre las hojas de té y dejándolas reposar durante un corto período de tiempo.

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( ! ) disfruta tu lectura, las palabras culinarias serán marcadas con * (y curiosidades) para agregarse a éste manual al final de cada capítulo

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© TERRALISE, SWANN'S BOOKS
2023-2024, THE BEAR SERIES BY FX
A CARMY BERZATTO FANFIC
























































VOTA, COMENTA, SÍGUEME para estar al pendiente de mensajes en el tablero, y gracias por seguir leyendo 🫂  — Gracias a marti por esté bello gif, la kiero. Hasta la próxima mi gente, me voy a mimir.

Perdón por el súper jumpscare de Claire, pero la cosa ya va a ponerse horrible desde aquí, así que agárrenme.

Yo sé q igual nadie lee mis notas de autor pero igual quería agradecer el por el apoyo y pedir perdón por la tardanza, la temporada nueva de The Bear me quitó las ganas de vivir y no tenía ganas de continuar con esta historia pero aquí estamos:/// espero disfruten del capítulo, he cambiado un poquito mi forma de escribir pq estoy oxidada y tmb quiero dejar de expandirme de más, espero sea de su agrado y bonita noche, ME VOY ARREPENTIR DE ACTUALIZAR A ESTAS HORAAAAS. 😪

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