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Algo que había notado a lo largo de los años era la capacidad inhumana de Bruce para ocultar sus sentimientos, todo lo contrario a mí pues no sabía controlar mis emociones...vaya, la mayoría de veces ni siquiera las puedo identificar.
Toda esa sensibilidad e inestabilidad sobre mí misma a veces solía frustrarlo pero de una manera ¿positiva? Si. . .creo que podría describirla con esa palabra pues lo que quería era verme feliz y tranquila, no triste y ansiosa.
Sin embargo creo que eso complicaba un poco las cosas porque odiaba que me dijeran "no estés triste" o "no te preocupes" cuando me sentía de esa manera, no es como si mágicamente tras esa simple frase se me quitase todo. Ojalá fuera así de simple.
Algunas veces era Bruce quien estaba cayendo y yo le rescataba a tiempo, otras era yo quien me perdía en un espiral de emociones mientras él me sacaba de allí. Trataba de no estar mal, de verdad que lo hacía con todas mis fuerzas pero se me salía de las manos, como hoy.
Podría estar viviendo con el amor de mi vida en una hermosa mansión donde nada me falta —en especial la atención y cariño— y aún así sentirme triste por otras cosas. Desde esta mañana me levanté con ese hueco en el pecho que siempre relacioné con estar de ese ánimo. ¿Porqué? Todo y nada a la vez. Ni yo misma me entendía en momentos así.
Podía ver el cielo nublado a través de los anchos ventanales frente al sofá donde me encontraba sentada, teniendo las piernas dobladas encima y los pies descalzos. Mi cabello descansaba sobre mi espalda en una coleta floja y usaba un pantalón de pijama color rosa pastel junto a una de mis viejas playeras estampadas gris.
—Volviste temprano—dije sin girar la cabeza pues pude reconocer sus pasos y sentir su presencia detrás mío, entrando por la puerta de madera.
—Bueno, si quieres puedo irme de nuevo—aquel tono juguetón me hizo sonreír.
—Lo siento, hoy no me he...
—¿Sentido bien?—completó mi frase estando ahora enfrente de mí con una sonrisa reconfortante—lo sé.
Admiré su rostro a contraluz levantando ligeramente la cabeza. Vestía totalmente de negro a excepción de la camisa bajo el suéter de lana teniendo las mangas arriba dejando ver parte de sus brazos trabajados, entonces decidió moverse para tomar asiento a mi derecha donde estaban mis pies haciéndome ahora pegar mis rodillas contra el pecho para que se sentara lo más cerca posible.
—Por eso me escapé de la oficina—continuó ahora pegado a mí—pensé que te vendría bien un poco de...no sé...¿mi amor, besos y abrazos?
Reí negando ante su ocurrencia aunque no se equivocaba. Recargué mi cabeza en su hombro y cambiando mis pies a la dirección contraria; podía sentir su calor reconfortante a través de la suavidad de su ropa.
—No me gusta verte triste.
—Y a mí que me digas que no lo esté.
—Cariño...
—¿Qué tal si alguien le hubiese dicho a Picasso que no estuviera triste? ¿Qué ocultara lo que sintiera?—pregunté separándome de él y ladeando la cabeza puse mis piernas frente a mi pecho, abrazándolas.
—Nadie lo conocería. No habría Período Azul—dijo en un susurro.
—Exacto—sonreí levemente—creo que las emociones pueden llegar a influenciar cosas grandes y por eso son necesarias dejarlas fluir, con medida, pero dejarlas.
Me miraba atento y en cierto sentido, diría que cautivado por lo que acababa de decir.
—¿Incluso la tristeza?
—En especial la tristeza—desvió por un momento la mirada, pensativo—estoy segura de que se puede convertir en algo hermoso, como tú.
La honestidad con la que dije aquello pareció sorprenderlo pues recorría mi rostro en búsqueda de algún signo que indicara lo contrario, me analizaba como si fuera uno de los tantos delincuentes que cazaba por las noches algo que me era curioso ¿a ese punto llegaba su inseguridad?
Finalmente se rindió y soltando un leve suspiro acercó su rostro al mío para decirme lo que no podía con palabras en un beso lento y delicado mientras una de sus manos acariciaba mi pierna. Bruce era del tipo que persona cuya capacidad de comunicación era mucho mejor en actos que en palabras, una vez más siendo lo opuesto a mí pues me dedicaba a la literatura.
Sus labios se separaron de los míos para ahora dejar un pequeño camino de besos hasta debajo de mi oreja donde se detuvo y volvió a conectar nuestras miradas. Aproveché para llevar una de mis manos a su cabello acariciándole.
—¿Sabes? Debo confesar que a veces quisiera ser más como tú. Moderar el revoltijo dentro de mí. Pero simplemente no puedo.
—Si te soy sincero, me alegra que no lo hagas.
Apreté los labios antes de atraerlo a mí para hundir mi rostro en su carísimo suéter, sosteniéndolo con fuerza como si alguien fuese a separarlo de mí.
Bruce Wayne no sólo era hermoso por fuera si no por dentro ¿quién más sacrificaría su propia felicidad y bienestar por su ciudad? Ni yo, ni el mundo lo merece a él y su belleza azul.
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