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iii. california

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La actitud de Bruce cambiaba como el clima, era algo a lo que ya estaba acostumbrada pero aún así no sabía exactamente qué hacer en ciertas ocasiones. Hoy era una de esas: el aniversario de cuando le arrebataron a sus padres.



Podía ver a través de la ventana en el baño lo grises que se encontraban las nubes y aquella ligera ventisca con olor a tierra mojada me hizo saber que sería un día difícil; tras alejarme del largo cristal me dirigí una vez más al lavamanos para continuar cepillando mis dientes frente al espejo. Unos veinte segundos luego de enjuagarme y dejar el cepillo en su lugar noté la fugaz presencia de Bruce pues entró únicamente para besar mi mejilla haciéndome saber que estaría abajo lo cual era inusual pues siempre esperábamos al otro para eso.



Pero como dije, sería un día difícil...añadiendo que no salía de mi cabeza la inquietante conversación que por accidente había escuchado la mañana anterior cuando olvidé en la habitación mi celular dejándole a solas con Alfred en la cocina.




"Honestamente, Alfred...a estas alturas desearía estar mejor"




Tan sólo recordar esas palabras saliendo de mi esposo con esa decepción en su voz hacían que sintiera un vacío en el pecho. ¿Acaso no eran suficientes estos últimos años en los que tratamos de salir adelante juntos? Traté de hablar con él varias veces luego de eso: en la oficina cuando fui para comer juntos, en el auto cuando me recogió del GCPD tras pasar un rato con Jim, en la cama al regresar de patrullar...pero nada salía, me quedaba muda de los nervios.



Con todo esto dando vueltas en mi abarrotada cabeza desayuné escuchando en segundo plano a Alfred quien nos contaba sobre un artículo de cocina que encontró online, probablemente sólo quería llenar el silencio que reinaba entre ambos. No es que fuera algo malo pues Bruce era un hombre de pocas palabras pero dada la fecha, el silencio era un poco incómodo.



Tras aquel desayuno nos dirigimos con paraguas en manos a la pequeña colina en la que Thomas y Martha fueron sepultados, dentro de la misma propiedad. Aunque hayamos ido los tres, Bruce era el único enfrente del par de lápidas mientras Alfred y yo tomábamos nuestra distancia y nos limitábamos a observarle. Por supuesto que ambos lo amábamos con todo nuestro ser, para Alfred era un hijo y para mí, bueno, era el paquete completo como solíamos decir desde niños: mejor amigo, confidente y único amor. Sin embargo, le dábamos el espacio y privacidad que requiriera incluso cuando iba en contra de lo que pensábamos.



—Alfred—le llamé, sabía que me escuchaba aunque ambos teníamos la mirada fija en Bruce—¿crees que algún día me deje entrar por completo en su corazón?



—Esa es una respuesta complicada, señora Wayne—dijo con ese acento inglés que tanto me gustaba—por un lado, usted es quien le permite tener uno. Por el otro, el amo Bruce parece no terminar de aceptarlo.


—No te entiendo—dije mirándolo, él soltó una risita.



—Por suerte, no es a mí a quien debe entender—terminó la conversación cuando unos pasos se acercaron a nosotros, era Bruce que venía a nosotros de vuelta.



El resto del día se la pasó encerrado en la oficina que solía ser de su padre, aquella habitación que aún permanecía tal como fue dejada por su anterior dueño. Perdí la cuenta de las veces que pasé por fuera y quise tocar la puerta pero me detenía antes de que mi mano hiciera contacto con la madera.



En realidad no supe en qué se fue el día con todos mis pensamientos dando vueltas, hasta que el sol dejó de dar su luz me di cuenta de ello. Rindiéndome a que Bruce saliera de su escondite me dirigí a nuestra habitación —no sin antes dar una última vuelta a esa ancha puerta— para cambiar mi vestido por una cómoda pijama. Luego de hacer eso decidí retomar la lectura del libro que yacía desde en mi mesa de noche.



Estaba en mi lado de la cama con mirada fija en las oraciones pero eso no evitó que notara al recién llegado; le seguí con los ojos hacia el baño donde hizo una breve parada antes de comenzar a cambiar su elegante traje por el conjunto negro que le brindaba seguridad bajo la pesada armadura.



—¿Amor?—le llamé sin recibir respuesta alguna. Ni siquiera me miraba, seguía en lo suyo—Bruce.



Al escuchar mi voz más firme y decirle por su nombre en vez de uno de los tantos apodos que le tenía finalmente se detuvo para mirarme desde el otro lado de la habitación. Su expresión seria se mantenía pese a que sentía en el aire la pesada tristeza que emanaba ese día en específico.



—¿Podemos hablar?—él permanecía en su misma posición—yo...no debí haberlo escuchado pero lo hice—confesé cerrando el libro y dejándolo a mi lado—le dijiste a Alfred que desearías estar mejor. Y...



Suspiré bajando la mirada sintiéndome apenada por escuchar accidentalmente su conversación. Tras unos segundos me armé de valor para verle de nuevo, allí bajo la tenue luz que entraba por la ventana a su costado —pues mi luz de noche no era tan potente—.



—Quise acercarme pero por primera vez me dio miedo hablar contigo—seguí, encogiéndome de hombros.



Ahora era él desvió la mirada como si intentara huir de la conversación. Entonces comenzó a caminar lentamente hacia mí, sentándose en la orilla de la cama ahora a un escaso metro de distancia. En términos de Bruce eso era un gran paso pues romper la distancia en determinadas situaciones no era muy de él a menos que implicara mi bienestar, nunca el suyo.



Sin pensarlo mucho me acerqué a él hasta quedar a escasos centímetros, sentada sobre mis piernas a su izquierda.



—No estoy juzgándote o pidiéndote una explicación. Sabes que nunca lo he hecho y nunca pasará pero...—con mano temblorosa acaricié su desordenado cabello castaño—quiero que sepas que haría lo que sea para que te sintieras mejor. Lo que tú quisieras, podríamos viajar lo más lejos que podamos. Podríamos ir a todos esos lugares en los que nos escondíamos de niños. Tendríamos una fiesta. Bailaríamos hasta el amanecer, tú y yo. Pero por favor, sólo dilo.



Murmuré mi súplica tratando de esconder mi desesperación de no saber qué hacer para ayudarle lo cual pareció entender a la perfección pues giró la cabeza para mirarme con sus bonitos ojos y largas pestañas.



—Cariño, eso no tuvo que ver contigo—respondió luego de lo que parecía una eternidad mirándome colapsar—al menos no de la manera en que piensas.



Ladeé la cabeza haciendo que mi cabello ligeramente ondulado cayera por mi espalda. Su voz era tan tranquila como siempre y aún así lograba diferenciarla de su tono habitual.



—Si, desearía haber mejorado luego de estos años...—desvió la mirada, nervioso—porque me parecía injusto que me dieras todo de ti mientras yo me quedaba estancado con esa idea.



Alguna vez había escuchado que la guerra terminaba si te decidías por un bando y quizá eso era lo que sucedía con Bruce. Le daba miedo perder pero también ganar. . .decidir entre estar conmigo y su promesa infantil en aquel callejón oscuro.



—Bruce, mi Brucie—acaricié su rostro pasando mi pulgar con cuidado sobre uno de sus moretones más recientes en su pómulo—sólo tenías que decirlo. . .tú nunca tienes que actuar más fuerte de lo que eres cuando estás conmigo.



Aquellas palabras parecieron ser su detonante pues tras mirar sus ojos cristalizados hundió su rostro en mi hombro y me rodeó por la cintura con fuerza. Pese a que Bruce era un hombre alto e imponente, en ese momento parecía haberse encogido bajo el agarre de mis brazos.




Me limité a acariciar su cabello y recargar mi cabeza sobre la suya haciéndole entender que estaba bien, que todo estaba bien y ambos lo estaríamos porque para mí, Bruce iluminaba más que la estrella más brillante.

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