En las calles de la ajetreada ciudad de Seúl, caminaban todo tipo de personas.

Adultos estresados e infelices con trabajos que ni deseaban para poder pagar un techo y comida.

Jóvenes que sabían que el siguiente lunes regresarán al odioso, abusivo y reprimible sistema educativo al que están sometidos.

Personas infelices con su vida, así que solo se dedicaban a juzgar las vidas que envidiaban.

Como lo eran las vidas de una pareja de adolescentes que caminaba por esas mismas calles con sus manos entrelazadas, emanando una alegría que era deseada en el fondo de los corazones de cada quien que les viera.

Uno de ellos era una chica de pies a cabeza, pero llegó a aquella luego de pasar por un proceso de transición, pues nació con la apariencia de un chico. Y, aunque esas personas no lo supieran, tenía un pene en lugar de una vagina, pero eso no importaba. No tenía nada de malo, y ella era feliz así.

El otro era un chico rubio con apariencia de ser todo un chico malo, pero que su personalidad era todo lo opuesto. Y, en conjunto al un suéter negro, una falda negra que tenía un corte que mostraba hasta medio muslo lucía a la perfección junto a un par de botas del mismo color.

Las miradas de odio, asco, extrañeza y más, nunca lograron que la felicidad en sus rostros y que su aura desprendía titubeara un solo segundos.

Porque ellos eran felices siendo ellos mismos.

Porque eran felices siendo diferentes, y eso no tenía nada de malo.

Fin.