Capítulo 7: Sus acciones
Despierto y apenas puedo pensar en cualquiera de las cosas que hayan ocurrido la noche anterior, puesto que me distrae cierto picor en los labios. Uno que disfruto aunque no tenga idea de exactamente cuál es su causa; no obstante, ese hormigueo se siente específicamente como ese que se presenta al extrañar un beso. Un beso de labios suaves y con sabor a…
No sé cómo sentirme en cuanto distingo bien el sabor. No sé si celebrar que lo logré o encerrarme dentro de mi propia mente a sufrir porque seguramente quien me besó no recuerda haberlo hecho o nunca querrá hablar de ello, catalogándolo como todo aquello que no quiero que sea: Un error.
¿Y es que… quién más podría traerme ese precioso gusto a miel?
Trato de recordar y todo me lleva hacia ella, porque ella es la única persona con la que estuve en toda esa noche. Nadie más que ella pudo haberme besado; lo delatan los pocos recuerdos que consigo, y ese sabor a alimentos que extraño consumir.
Me incorporo un momento, sentada en el sillón, y después de darme cuenta de que no sé en realidad qué hacer, respiro hondo y vuelvo a tirarme de espaldas a la tela para quedar acostada. Suspiro y aprieto los ojos en un intento de volver a dormir y dejar de pensar por completo, esperando que el evento que ocupaba mis pensamientos no decidiera ocupar también mis sueños y hacerme difícil ese simple acto de descansar un poco.
El problema es que no logro conciliar el sueño sin antes repetir muchas veces en mi mente el cómo creo que se vió el momento en que nos besamos, y tratar de encontrar las palabras perfectas para describir —narrar— ese momento que en mi cabeza se ve precioso; con la iluminación tenue y blanquecina traspasando las cortinas, con la pelirroja haciéndome hacia atrás un mechón de cabello y sonriendo a la vez que se lame los labios y se acerca lento, tentándome y a la vez siendo una advertencia de lo que está a punto de pasar, y de que se va a sentir bien. Correcto. Y de que ninguna de las dos se va a arrepentir.
¿En qué momento convertí en ficción mi propia vida? ¿En qué momento me volví tan dependiente de mi imaginación para sentirme al menos un poco feliz?
De pronto queriendo llorar debido a que sé que todas esas sensaciones e imágenes bonitas son una fantasía, termino por caer dormida antes de romperme; de liberar lágrimas y hacerle preguntas a mi amigo el aire porque Honey nunca querría darme sus respuestas.
De pronto despierto y encuentro a la pelirroja sacando ropa de su maleta, con calma, bañada con la luz del sol que le da cierto brillo a sus ojos que se encuentran perdidos entre todos los colores que tiene en frente; todos los tipos de telas a los que actualmente no les puedo encontrar ninguna buena descripción.
Entonces se voltea hacia mí y parece detenerse en mi imagen por un momento, para observarla. Me gustaría poder decirle que me incomoda, pero sería una mentira, por eso me limito a quedarme en silencio, mientras en mi mente trato de ordenar las palabras que podrían expresar exactamente cómo me estoy sintiendo ahora, a pesar de que éstas tampoco vayan a ser vocalizadas en ningún momento. Simplemente quiero tenerlas.
Solamente quiero saber a la perfección todo lo que me está pasando; no limitarme a saber que estoy angustiada, sino poder explicarme.
Pero si encuentro todo lo necesario para explicarme, voy a llorar…
Ella parece notar que estoy empezando a pensar demasiado. O al menos lo que para mí resulta demasiado, porque seguro hay tanta gente que, pensando lo mismo que yo varias veces al día, de todas formas continúa de manera normal. Sabiendo bien cómo se siente y no expresándolo de forma física.
Es solamente que yo no me puedo hacer este daño de limitarme; de limitar lo que soy: Emociones enjauladas en un cuerpo que nunca podrá hacerles justicia, que incluso con sinceridad nunca podrá expresarlas como realmente son.
Ya lo he intentado, y nunca ha salido como quiero.
Respiro hondo y cierro los ojos. Trato de meterme en otra ensoñación, pero es difícil detenerme después del primer pensamiento que me hace sufrir. E incluso ese beso me hace daño, porque ver a Honey despierta indica que está llegando el momento de hablar sobre ello, de ver su reacción; de ver cómo seguramente tratará de negar las cosas o lo llamará un error porque se encontraba ya muy tomada.
Trato de pensar en que la gente, estando borracha, suele ser más sincera. Pero eso solamente me lastima más, porque lleva a otra cosa que me desagrada: Si las cosas son realmente así, entonces ella me mentirá en la cara, sin importar cuánta sinceridad le brinde yo; cuánto le diga que no hay nada de malo en ese beso, que podemos seguirnos construyendo de la manera que deseemos, que esto no es necesariamente un problema y que, si hay atracción, no deberíamos negarla. No deberíamos contenernos, porque… duele. Arde en los ojos y en medio del pecho; y arde más que cualquier herida física.
—¿Está todo bien? —cuestiona.
No doy respuesta.
—¿Estás viva? —Hace otra pregunta en un tono burlón, y escucho sus pasos como un ruido bastante suave con un sabor que no distingo; que es extraño, cercano al agridulce, pero a la vez nada parecido a ello… Y nada parecido a algo agradable o desagradable que haya probado antes. Es como un sabor completamente nuevo y neutro, que apenas iba a descubrir bien si me gustaba o no.
Si llegaba a gustarme, seguramente se convertiría en otro de esos sabores que están en cosas que rara vez —o de plano nunca— consumía, y que para encontrar de forma rápida… solamente podía hacerlo con ella.
El ruido se detiene; el sabor desaparece por completo y solamente queda el horrible gusto que tiene mi propia saliva cuando me levanto; cuando es espesa y algo difícil de tragar.
Respiro profundo, con miedo a lo que sea que vaya a pasar después.
¿Pero qué puede pasar?
Siento su respiración cerca de la mía, y todavía no me atrevo a abrir los ojos. Quizá, si lo hago, se arrepienta de lo que sea que quiera hacer en este momento. Y no quiero que ocurra así.
De nuevo sus labios tienen contacto con los míos; no es tan breve como el otro beso que recuerdo, sino que dura bastante más, como si no quisiera despegarse de mí en la vida, a pesar de que no luchamos por volvernos más cercanas, ni parece que se nos pase por la cabeza tocarnos un poco. Basta y sobra con que nuestros labios estén unidos.
Siento que pasa una muy bella eternidad hasta que nos separamos y abro los ojos, contemplando la sonrisa de la chica, que se asemeja a una luna menguante; que seguramente podría brillar en la oscuridad.
—¿En qué momento te convertiste en la bella durmiente? —inquiere, colocándose una mano en la cintura mientras se aleja un poco; apenas tres pasos.
Me ruborizo.
—A la bella durmiente la despertó una princesa; es canon —bromeo, ella se ruboriza tal como yo, notando la indirecta; que acabo de llamarla princesa.
Y es que, con tanta perfección, no me resulta lógico que no sea una princesa, o algún ser divino ajeno a este planeta, que venga de uno donde esa perfección es considerada algo incluso imperfecto.
—¿No te arrepientes? —Sale de mi boca antes de que me dé cuenta.
—¿Arrepentirme de qué? —interroga de vuelta, ladeando la cabeza y apretando sus finos labios en una línea, haciéndolos casi invisibles para mí.
—De besarme o algo.
—No lo haría si no supiera que es algo de lo que no puedo arrepentirme —explica de forma atropellada—. Creo que no me expreso muy bien…
—No, te entiendo —Trato de tranquilizarla—. Es sólo que, la primera vez que me besaste fue ayer mientras estabas borracha, así que pensé… que quizá no querrías aceptar que pasó, o que pretenderías haberlo olvidado.
—Bee, ¿quién te lastimó así? —Su voz suena ruda al hacer la pregunta, y una de sus cejas se alza.
—Yo misma; pienso de formas muy estúpidas.
—Pero tienes buenas tramas, así que a veces sí piensas bien —pronuncia de forma suave, sentándose sobre mis piernas para tener un mejor alcance de mi mano, la cual estrecha con fuerza.
Hay algo de silencio incómodo, que rompo con una pregunta más incómoda:
—¿Qué somos?
—No lo sé —confiesa, encogiéndose de hombros y apretando los labios de nuevo—. Pero podemos descubrirlo juntas.
Trato de moverme, aunque me detengo casi en el instante al recordar que la chica sigue poniéndome su peso encima. No quiero hacer que ella se mueva.
—Me gusta la idea.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro