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Capítulo 11: Sus sorpresas

El día siguiente me es imposible dejar de escribir, puesto que cuando respiro, siento que a mis pulmones no entra aire, sino amor puro, pintado de rosa y cubierto con brillantina de un fucsia intenso, la cual no entiendo cómo todavía no me ha hecho picar la nariz, o cómo no me ha causado tos.

Quizá este es un tipo de brillantina diferente; una mucho más agradable a la respiración.

Aunque todo lo imaginario es agradable a la respiración, supongo. Y obviamente un aire lleno de brillantina solamente podría existir en una novela de fantasía. A lo mejor ese aire podría darle más fuerza a la magia de los unicornios.

Y eso es lo que de vez en cuando odio del worldbuilding de la Tierra: Que aquí no existen las cosas más bonitas. Que pareciera que el Universo no ha puesto mucho esfuerzo a construir este planeta específico. Quizá por eso es que los seres humanos vivimos aquí y no en otro planeta; no merecemos mucho si de todas formas lo destrozamos todo.

Suspiro con un hartazgo que ni siquiera yo misma comprendo, y es así como logro que de la garganta de Honey salga un ruidito que expresa duda. Solamente entonces es que me doy cuenta de que la chica sigue en la habitación; al final lo ausente no era ella, sino su voz o cualquier otro sonido que pudiera hacer..

—¿Qué ocurre? —Termina por preguntar después de lo que creo que es poco menos de un segundo, y me volteo para verla sentada en el piso del cuarto. Se ve como si estuviera haciendo un esfuerzo enorme por quedarse allí; se ve como si el suelo fuera una prisión de la cual escapar.

Me hago hacia un lado en la cama para dar palmadas hacia el lugarcito que queda junto a mí, invitándola a sentarse cerca mío mientras trabaja.

O al menos yo asumo que trabaja, porque cuando la vuelvo a ver y la encuentro mirando hacia la laptop, sus ojos parecen contener toda la concentración del mundo. Y la verdad no creo que necesite concentrarse tanto para hacer algo que no sea una tarea o cualquier otra cosa importante, aunque no me voy a limitar solamente a lo que creo. Lo verdaderamente importante para mí es conocerla de a poco, y conocer incluso estos detalles que parecen insignificantes, como si se concentra demasiado incluso en asuntos pequeños.

Trato de ver la pantalla en el reflejo que sus ojos hacen de ésta, pero luego vuelve a voltearse hacia mí, como si de la nada hubiera recordado que me hizo una pregunta a la que no dí respuesta —y a la que probablemente nunca la daré, puesto que si doy una respuesta sincera, será también una respuesta bastante estúpida; ¿quién suspira solamente porque no le agrada cómo se construyó el mundo en el que vive? ¿Y quién sufre tal disgusto por la inexistencia de los unicornios o de árboles hechos de algodón de azúcar? Solamente una persona estúpida como yo—.

Antes de que diga cualquier cosa, vuelvo a hacerle la misma seña. Ella niega con la cabeza y me quedo en silencio un rato antes de que una interrogación logre escaparse de mi boca:

—¿Por qué? —Espero no sonar ofendida, porque me encuentro más bien… curiosa. Y no quiero que aquella emoción se malinterprete.

—Bueno, te tengo una sorpresa. Y estoy trabajando en ello, así que… preferiría que no vieras la pantalla justo ahora —dice de forma calmada y que me parece sincera, luego su vista volviendo a quedar fija en la pantalla de la computadora.

—Puedo verla en tus ojos —pronuncio, sonriendo de forma casi traviesa al mismo tiempo que fijo mi mirada en la suya.
Honey cierra la laptop de manera casi nerviosa y se levanta del piso por fin, como si unos resortes la hubieran impulsado, o como si la hubieran jalado fuera de su prisión. Se ve bastante más cómoda después de ponerse de pie de nuevo.
Río de forma leve y vuelvo a mi propio trabajo; a describir un amanecer con muchas más palabras de las cuales debería emplear.

De todas formas, yo sé que tarde o temprano arreglaré eso; cuando sea que decida corregirlo, que espero sea poco después de enviar la propuesta a esa editorial con la cual realmente deseo publicar. Necesito impresionarlos; quizá así deje de querer llorar todo el tiempo.

Pongo un punto y aparte y vuelvo a voltear hacia todos lados de la habitación; Honey volvió a sentarse, muy cerca de la pared y de espaldas a mí. Su espalda cubre casi por completo la pantalla, yo viendo solamente una esquina de ésta. Aprieto los labios, pero luego los curvo hacia arriba ante el recuerdo de lo mucho que me gustan las sorpresas cuando sé que las hace gente a la que quiero y en la cual confío.

Y yo quiero mucho a Honey, al igual que le tengo bastante confianza, mucha más de la que me gustaría tenerle a cualquiera.
Quiero pensar que ella me quiere lo suficiente para que no se le pueda ni pasar por la cabeza la idea de romper esa confianza, pero lamentablemente no hay forma de estar segura.

Suspiro de nuevo. Esta vez no hay preguntas. Ambas volvemos a trabajar.

Honey se marchó hace un buen tiempo; no pregunté nada en lo absoluto, puesto que asumí que era parte de la sorpresa. De todas formas resulta inevitable que, después de un rato, no deje de atacarme ese extraño y aterrador pensamiento de que algo malo podría estarle pasando, o incluso podría haberle pasado ya.

Lo peor es que seguramente no han pasado ni siquiera los primeros cinco minutos y yo ya estoy siendo demasiado dramática.

Suspiro. Trato de concentrarme de nuevo. Por más que lo intento, no lo logro; mi mente sigue pensando en muchas otras cosas, de las cuales la mayor parte me causan un mareo del cual quiero deshacerme lo más rápido que resulte posible.

Respiro hondo y miro a una pared. Trato de concentrarme en describir su color en mi mente; de vez en cuando hacer eso me calma. Imaginar cosas, compararlas, hacer una narrativa… pero no de todo lo que se revuelve en mi cerebro, sino de algo más real. Algo que pueda traerme a donde necesito estar: El aquí y el ahora.

Paso un tiempo sin poder ni siquiera usar una primera palabra. Ese tiempo me parece realmente largo, pero en algún momento las ideas simplemente se acomodan en mi cabeza de forma clara.

«Este color es… como un bombón remojado en café», termino por definir al mismo tiempo que se escuchan golpes en la puerta de mi habitación, los cuales me dejan temblando por los dos segundos más largos de mi vida.

Me mantengo en silencio al mismo tiempo que me levanto y los golpes se vuelven a oír, aunque bastante más ligeros.

—¿Bee? —escucho una voz conocida al otro lado de la puerta, y esto es lo que me hace correr para abrirla, sonriendo de oreja a oreja al mismo tiempo que empiezo a dar brincos por la emoción.

Honey se acomoda el cabello mientras sonríe de forma tierna, esa misma forma de sonreír que logra que su cara se coloree de rojo sin razones aparentes; ese tipo de sonrisa que me deja el corazón realmente cálido. Que me hace querer abrazarla durante todo lo que me quede de vida, para que siga esbozando ese gesto de esa forma tan específica.

—¡Ven aquí! —exclama de una manera casi suave al mismo tiempo que la sonrisa le cambia; ya no se ve tierna, sino que comparte mi emoción.

Doy un paso hacia el frente y ella parece querer que me mueva más rápido, pues me toma de la mano con fuerza —mas con cuidado de no lastimarme— y comienza a correr, ante lo cual solamente me queda intentar seguirle el ritmo, lo cual logro realizar, mas con bastante dificultad.

Lo siguiente es solamente un deja vu; una regresión en el tiempo a cuando seguíamos en el hotel de Roma y ella estaba a nada de mostrarme la furgoneta, y yo estaba a punto de proponer venir a esta ciudad específica.

Todo me recuerda a ese momento, a cuando nos echamos a correr entre risas de emoción pura y nos detenemos solamente al llegar al elevador, que parece bajar de una manera mucho más lenta de lo que usualmente hace. Y volvemos a correr apenas llegamos al vestíbulo, para detenernos en medio de la calle, teniendo cuidado de no resbalarnos porque el suelo se encuentra tan húmedo como la noche anterior.

Caminamos de forma lenta —quizá en extremo—, aferrándonos la una a la otra para, en caso de caer, al menos hacerlo juntas. Por una u otra razón siento que eso haría que el golpe doliera menos; o quizá esto es todo romanticismo sin sentido.
Damos la vuelta en una esquina y la pelirroja me tapa los ojos con cierta violencia de la cual no me logro quejar. Mientras una de sus manos se esfuerza para que no vea, la otra se encuentra en mi cintura y me pega a su cuerpo, el cual me guía en un camino que justo ahora siento desconocido.

Son solamente unos minutos de oscuridad antes de que escuche la voz que me permite volver a ver:

—Ya puedes abrir los ojos —murmura Honey, con esa calma que de vez en cuando logra dominarla.

Y obedezco a su orden, a ritmo lento, parpadeando de vez en cuando para acostumbrarme a la luz a pesar de que ésta sea demasiado tenue; de que sea solamente un ligero fulgor naranja reflejado en el piso gracias a unas… velas.

Me va a explotar el corazón, esto es seguramente lo más romántico que me haya pasado en la vida. Y ni siquiera lo he visto todo.

Cuando me acostumbro a la luz, miro a mi alrededor para encontrar que sobre el agua se mece de forma calmada una góndola. Me emociona la idea de que probablemente no iremos a ningún lado, sino que solamente estaremos flotando y paseando hasta que la noche se vuelva mucho más notoria y ya no nos cobije ninguna otra luz que no sea la de las velas.

Tengo esa corazonada de que esta noche va a ser la más romántica de mi vida.

—¿Te gusta? —escucho esa voz suave en mi oído, un poco detrás de mí. Sonrío.

—Lo amo.

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