하나 | Uno
«Entonces, se dio cuenta de que, con respecto a sus demonios internos, tenía dos alternativas: aceptarse o rechazarse.»
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—Interrumpimos la transmisión para informar que hoy, diecinueve de octubre, el Ejército Popular de la Liberación ha desplegado sus tropas en el paralelo treinta y ocho, la antigua frontera entre la República de Corea y la República Popular de Corea —informó una voz masculina que acababa de interrumpir la canción que estaba sonando en la radio del auto—. Recordemos que hoy se cumplen tres meses y veinticuatro días desde que la RPC invadió la ciudad de Seúl...
El chico que conducía el auto soltó un silbido al escuchar.
—Malditos comunistas —murmuró—, si pudiera le pegaría un disparo en la cabeza uno por uno...
El otro hombre, llamado Kim Namjoon, que iba sentado a su lado en el auto le miró de soslayo y finalmente corrió los ojos con desprecio para volver a ponerlos sobre la ventana. Era otoño, hacía frío, y el cielo estaba completamente gris, tanto que no dejaba pasar los rayos del sol. Tanto que parecía ser casi de noche cuando aún era mediodía.
La guerra había comenzado hace meses y eso que recubría el cielo no eran nubes, sino que cenizas. Cenizas producto de bombardeos e incendios a lo largo de toda la República de Corea.
—Es por eso que no tiene arma asignada, cadete Yoo —murmuró el mayor.
El cadete Yoo aplanó los labios molesto. Todavía no estaba listo para ejercer, pero dado que la guerra había comenzado hace poco, muchos hombres habían tenido que ir al frente y él había sido uno de los pocos que había quedado. Él, junto con el detective Kim que estaba a su lado, quien era demasiado valioso para el cuerpo policiaco como para mandarlo a una muerte segura en la guerra.
—¿Qué me dice de usted, detective Kim? —Respondió el chiquillo, todavía molesto—. Ni siquiera tiene uniforme.
—Es parte de mi trabajo, Yoo, además me gusta más usar mi propia ropa —respondió con una sonrisa irónica en la que se le marcaron los hoyuelos de las mejillas.
El chico resopló, pero se animó internamente al ver, a lo lejos, su destino. El viaje había sido terriblemente incómodo, pues el detective Kim no era un hombre muy hablador y, además, le había mirado de mala manera cada vez que intentó tararear la letra de las canciones que salían en la radio. Le respetaba de manera conmensurable, pero de la misma manera en que lo hacía, también le desagradaba.
—Hemos aquí —soltó en un suspiro cuando detuvo completamente el automóvil dentro del pequeño estacionamiento privado de un edificio bastante feo.
Kim Namjoon miró por la ventana un momento. El edificio gris, de más o menos unos cinco pisos y ventanas sucias, tenía un letrero con letras neón color rojo y amarillo, y frunció el ceño al leerlo.
Hondon Hotel.
¿Quién le pondría de esa manera a un hotel? Hondon significaba, literalmente, caos. Y al detective Kim no le parecía en absoluto un nombre adecuado ni llamativo.
Abrió la puerta del auto y se fue a la parte trasera para sacar sus dos maletas de la cajuela. Se sobresaltó al ver de pronto al cadete Yoo a su lado. Frunció el ceño a la vez que cerraba el maletero.
—¿Qué haces? —Preguntó, olvidando los formalismos por primera vez.
—Acompañarlo. Es la orden que me dieron.
El hombre negó con la cabeza.
—No necesito acompañante, Yoo. Vete a casa.
El chico soltó un suspiro mientras veía al detective alejarse. Sentía una mezcla de decepción y alivio, porque moría de ganas de saber qué era lo que había ocurrido en aquel horrible hotel que se alzaba frente a él, pero, por otro lado, no quería seguir compartiendo tiempo con Kim Namjoon.
El detective sintió el motor del auto alejarse y finalmente su cuerpo se relajó, aunque no por mucho, pues apenas estuvo a dos metros de la puerta de doble hoja del hotel vio a un chico, notoriamente más joven que él, de ojos redondos y brillantes, cabello negro y lacio, y contextura delgada, que salió a recibirlo con una sonrisa cortés en la que le sobresalían los dientes delanteros.
—¿Es usted el detective Kim? —Preguntó.
Namjoon dejó sus maletas en el suelo, para librarse un momento del peso, e hizo una reverencia en forma de saludo.
—Kim Namjoon, detective del distrito Yeongdeungpo-gu, Seúl, actualmente trabajando en Dong-gu, Daegu.
El chico correspondió la reverencia antes de presentarse también.
—Jeon Jungkook, oficial local —le hizo una seña con la cabeza para que lo acompañara adentro—. Yo me contacté con usted. Anoche me llamaron de aquí por una emergencia y... —Aplanó los labios—. Quizás es mejor que lo vea usted mismo.
Namjoon asintió con la cabeza en manera de respuesta y le siguió los pasos al oficial Jeon. Atravesaron el vestíbulo de paredes altas y suelos tapizados con alfombra de color rojo. Al lado derecho de la entrada estaba la recepción, constituida por un mesón alto de madera oscura y un estante del mismo color apegado a la pared, donde descansaban todas las llaves de las habitaciones, pero no había recepcionista. La estancia tenía dos arcos, uno a cada lado y también de madera oscura, que daban paso hacia otras habitaciones que el detective no pudo distinguir con claridad. Tomaron en absoluto silencio el ascensor hasta el piso número cinco y luego caminaron por un pasillo, también con el suelo cubierto con alfombra roja y paredes color pistacho que a Namjoon le pareció que no combinaba en absoluto con la estética del hotel.
El concepto caos hacía justicia al interior.
El oficial se detuvo frente a una puerta de madera que tenía una placa dorada con el número cincuenta y tres escrito en negro y la abrió.
Kim Namjoon arrugó la nariz al sentir el característico olor a muerte y frunció el ceño antes de entrar detrás el chico. La habitación en sí era un caos, todo estaba fuera de lugar. Las cortinas rojas de las ventanas estaban caídas, dejando atravesar apenas la escasa luz solar que brindaba el día, en la pared continua a la puerta había un escritorio de madera oscura lleno de papeles desparramados que encima tenían un bolso de cuero negro, al fondo de la habitación estaba la cama matrimonial con las sábanas blancas desordenadas y coloreadas con una sustancia roja brillante que el detective pudo identificar inmediatamente como sangre. En el suelo de madera había algunas jeringas de vidrio, unas más rotas que otras, que rodeaban a una mujer vestida únicamente con un camisón blanco manchado con sangre y que cuyo cuerpo comenzaba a ponerse morado. Había muerto hace horas y su cuerpo ya estaba descomponiéndose.
Se acercó para observar mejor y pudo identificar distintas marcas en la extensión del cuerpo de la chica. Unas eran perforaciones, de distintos tamaños, como si la hubiesen apuñalado con todas las armas posibles; y otras eran violetas azuladas, lo que indicaba que estaban de antes de la hora de la muerte, pero lo que realmente le llamó la atención a Namjoon acerca de aquellas marcas fue que estaban concentradas en lugares específicos de su cuerpo, precisamente en los antebrazos y en los muslos.
—Han Jiun, veinticinco años —informó Jeon Jungkook—. Causa de muerte: al parecer, contusión cerebral. Hora de muerte: aproximadamente a las diez de la noche de ayer, hace catorce horas.
Namjoon subió los ojos hasta el rostro de la mujer a la vez que se acomodaba los anteojos. Tenía el cabello oscuro, casi negro, y brillante, su piel pálida comenzaba ya a verse morada, pero no con la misma intensidad que sus labios delgados, y sus ojos habían quedado abiertos con una expresión de horror que logró provocarle un escalofrío al hombre.
—Qué horrible —murmuró.
Jeon asintió con la cabeza, aplanando los labios después de habérselos remojado al pasarse la lengua.
—La encontró su esposo, el señor Min, e inmediatamente dio aviso.
—¿Hijos?
Jungkook se encogió de hombros.
—No lo sé.
—¿No le preguntó al esposo?
—Es... —Hizo una mueca con los labios—. Es un poco complicado.
El detective frunció el ceño, sin comprender qué era lo realmente complicado sobre preguntarle datos importantes al esposo de la chica que yacía en el suelo, pero prefirió guardar silencio.
—¿Sospechosos? —continuó interrogando.
—Todos los huéspedes del hotel, siete en total, incluyendo al esposo.
—¿Siguen todos aquí?
Jungkook asintió con la cabeza en respuesta.
—¿Algo más?
El menor hizo un sonido con la garganta en señal de afirmación y buscó algo dentro del pantalón de su uniforme policiaco. Sacó un pañuelo blanco que envolvía una jeringa de vidrio cuya aguja pareció destellar bajo la escasa iluminación, contenía un líquido traslúcido de color rojo.
—Esto estaba sobre la cama.
Namjoon extendió la mano y Jungkook se la entregó. Era la primera evidencia de la escena y luego se dedicaría a buscar más pistas. Guardó el pañuelo dentro de su chaqueta y dio una última vista a la habitación.
— Volveré apenas encuentre un lugar donde hospedarme.
Se dio media vuelta y comenzó a caminar en dirección hacia el ascensor.
El oficial Jeon se apresuró en seguirle, notando por primera vez la existencia de sus maletas.
—¿Ha venido a quedarse aquí?
Kim detuvo su andar a la mitad del pasillo y se giró a verlo sin ninguna expresión.
—El viaje de Daegu hasta aquí es largo y es primordial que esté presente todos los días, no puedo estar gastando el dinero del estado en gasolina, menos con la guerra —respondió, como si fuese lo más obvio del mundo—. Pero no planeo quedarme precisamente aquí. —miró con disgusto a su alrededor.
Siguió su camino, siendo nuevamente perseguido por el menor.
—Señor Kim —se apresuró a decir mientras entraba con él al ascensor—, en realidad aquí no hay muchos lugares más donde quedarse.
—Me las voy a arreglar —aseguró, saliendo del elevador cuando ya estaban en la primera planta.
Volvió a recorrer el vestíbulo hasta la salida, dejando atrás al chiquillo de cabello lacio, y se dispuso a buscar un lugar en el pueblo donde hospedarse y que no estuviera tan lejos del hotel, pero al cabo de un par de horas, cuando ya estaba irritado y cansado de caminar, decidió volver. Sólo había encontrado viviendas en mal estado, vacías, y las que estaban ocupadas parecían haber bloqueado las puertas y ventanas.
Consecuencias de la guerra, supuso Kim.
—Le dije que no encontraría nada —dijo Jeon Jungkook cuando lo vio entrar nuevamente al hotel con su equipaje en las manos.
Parecía haberse quedado exactamente en el mismo lugar donde estaba cuando Namjoon salió, como si estuviese esperando a que volviera en algún momento.
El detective lo ignoró y se acercó a la recepción vacía. Miró el mesón. En la esquina izquierda había un teléfono de disco, al centro, una libreta con garabatos ininteligibles junto con una pluma y un bote con tinta negra, y al lado derecho una campanilla que Namjoon inmediatamente hizo sonar.
Al cabo de unos segundos apareció un sujeto de cabello castaño peinado hacia atrás de manera elegante, hombros anchos y rostro severo, tenía una expresión fastidiada, como si no le gustase estar ahí, pues tenía las cejas gruesas ligeramente fruncidas.
—¿Puedo ayudarlo? —Preguntó, apenas haciendo una reverencia.
—Quisiera una habitación.
Después de registrarse, tomó nuevamente el ascensor, pero hasta el tercer piso solamente y se sorprendió al ver que aquella planta era diferente a la quinta, pues tenía las paredes color azul oscuro, lo que tampoco terminaba de agradarle, pues le resultaba incómodo a la vista la combinación entre el rojo del suelo y el color de la pared.
Le habían asignado la habitación número treinta y por dentro era exactamente igual a la cincuenta y tres, sólo que todo estaba perfectamente limpio y ordenado. Dejó su equipaje sobre la cama y decidió que lo mejor sería tomar una ducha, pues, a pesar de lo frío del clima, había sudado durante el viaje.
Y también le ayudaría a calmarse porque estaba perdiendo los nervios por el hecho de tener que hospedarse obligatoriamente en el mismo lugar de la escena del crimen que estaba investigando.
Usó el champú que había en la pequeña ducha y luego se jabonó el cuerpo completo, partiendo en el cuello y terminando en sus pies. En total, se jabonó tres veces, y sólo después de eso se sintió listo para salir. Tiró la ropa que llevaba puesta en un pequeño cesto que había dentro del baño y sacó una nueva muda de una de sus maletas.
Cuando estuvo nuevamente con el cabello oscuro peinado hacia atrás y con la corbata perfectamente anudada, oliendo a su perfume favorito, se decidió a tomar el ascensor para llegar al quinto piso y ponerse a trabajar.
Se arrodilló frente a la chica y con cierto recelo tomó su brazo frío para inspeccionar las marcas moradas. Eras pequeñas y abundantes, y, además, notó la existencia de marcas amarillas y verdes en la misma zona. Todas tenían un puntos de colores más intensos en el centro y en zonas aledañas. Namjoon entonces sacó la jeringa de vidrio del bolsillo de su chaqueta.
Era heroína y las marcas en los brazos eras los lugares donde la chica se había inyectado anteriormente.
El detective frunció los labios. ¿Cuánta era la cantidad de droga que había portado aquella mujer para tener esa cantidad de marcas en sus brazos y piernas? Era cierto que estaban en guerra y que las autoridades estaban enfocadas en defender al país, pero le parecía imposible que ella hubiese conseguido tal cantidad desde hacía sólo tres meses atrás.
Un sonido a su espalda le hizo sobresaltar e inmediatamente giró la cabeza para mirar por sobre su hombro.
—¿No tiene un hogar donde ir, oficial Jeon? —preguntó, poniéndose de pie.
El chico le miraba desde el umbral de la puerta con curiosidad. Sus ojos brillantes le recordaron a sí mismo en sus tiempos de juventud, cuando todavía sentía aquella emoción al tener que investigar sobre un caso nuevo. Pero ¿cuántos años le llevaría por encima a Jungkook? Quizás unos cinco, pero el detective sentía que había visto tantas cosas durante su vida que su mente había envejecido unos treinta años más de los que tenía realmente.
—Me dijo hace un rato que es detective en Seúl, ¿cómo es que no tuvo que ir al frente a luchar?
Namjoon se acomodó los anteojos, tirándoselos hacia arriba desde una de las patas.
—Estaba en un operativo en Daegu cuando invadieron Seúl —respondió con simpleza—. ¿Y usted? ¿Por qué no fue al frente? Es un hombre joven y se ve en excelente estado físico —apuntó, notando por primera vez sus hombros anchos y sus brazos fornidos.
El chico se encogió de hombros y no dijo nada más.
Kim siguió inspeccionando el cuerpo de la mujer, pues tenía más marcas en su cuerpo que no tenían que ver con la heroína. Las había en distintos tamaños, formas y profundidades, generalmente concentradas en su pecho, cuello y rostro, pero la que más le llamó la atención fue la que, según el pequeño informe del oficial había sido la causante de la muerte, estaba a la altura de su frente y tenía forma curva. Miró rápidamente a su alrededor, buscando algún arma y se encontró con un candelabro de bronce que reposaba sobre el escritorio, así que se levantó y lo cogió.
Tenía rastros de sangre en uno de sus bordes.
—El arma —señaló Jungkook, todavía en la puerta.
Namjoon quiso pasarse las manos por el rostro. ¿Por qué todavía no se iba? ¿Acaso no tenía nada más que hacer?
—Sí, aunque reconozco distintas marcas, pero esta parece ser la que le quitó la vida —explicó, intentando no perder la paciencia.
El chico se acercó con curiosidad y miró el cuerpo de la chica.
—Un cuchillo, una llave francesa y un candelabro, ¿no? Lo noté cuando la vi por primera vez.
Namjoon asintió con la cabeza, ligeramente sorprendido de que el chico que, notoriamente tenía menos experiencia que él, hubiese reconocido las armas tan rápido.
Quizás le fuera de más ayuda de la que pensó.
—Oficial Jeon, ayúdeme a buscar más indicios.
Ambos hombres comenzaron a registrar la habitación y no dejaron ni una esquina sin revisar. En total, encontraron tres frascos más de heroína, jeringas, cigarrillos, una fotografía partida a la mitad donde salía un hombre y una caja de madera protegida por un candado que tenía grabado un símbolo que Kim pudo reconocer como la letra griega psi, pero no encontraron la llave.
—No hay mucho —apuntó Jungkook.
Y Kim Namjoon le dio la razón.
Soltó un suspiro cuando se dio cuenta de que quizás no iba a ser tan fácil como había pensado.
—Bien, ¿qué tenemos entonces? —murmuró el menor casi para sí mismo, poniéndose la mano en el mentón—. La chica está en el suelo, pero las sábanas de la cama tienen sangre —siguió, acercándose con un paso largo hasta el sitio mencionado— y, además, aquí estaba la jeringa.
El detective se aclaró la garganta.
—Es probable que haya estado consumiendo mientras estaba en la cama, así que ese es el lugar inicial —se puso al lado de Jungkook, mirando también las sábanas—. La chica estaba aquí y el asesino ya estaba dentro con ella o tenía llave para entrar porque, si se fija, no hay señales de que hayan forzado la entrada —señaló la puerta y el menor asintió frenéticamente con los ojos muy abiertos. Después, Namjoon volvió a ponerse al lado de Han Jiun—. A pesar de que murió por una contusión cerebral, es probable que ese no haya sido el primer golpe. Eso explicaría la cantidad de puñaladas que tiene alrededor del cuerpo. Quizás el asesino intentó matarla con otra arma, probablemente un cuchillo o una navaja, la apuñaló repetidas veces, pero como no tuvo éxito, cambió a la llave francesa, y finalmente le golpeó la cabeza con el candelabro.
Jungkook, quien todavía tenía los ojos muy abiertos, negó con la cabeza levemente y un escalofrío pareció recorrerle el cuerpo.
—Eso me ha puesto los pelos de punta.
Kim Namjoon aplanó los labios y con sus ojos recorrió la habitación, como si estuviese buscando algo que hubiese pasado por alto, pero no había nada. Miró a Jiun entonces. Ciertamente era bastante macabra la situación y quien la había asesinado no había dudado en ningún momento de hacerlo, pues tuvo más de una oportunidad para detenerse. Se pasó la mano por la frente.
—¿Tiene la lista de sospechosos? Creo que deberíamos continuar por ahí.
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En total había siete sospechosos y Kim Namjoon los había reunido en el vestíbulo del hotel. Primero estaba Min Yoongi, el esposo de Han Jiun; después Kim Seokjin, el dueño del hotel que le había atendido en la recepción, junto a su esposa Im Gongku, quien se encargaba de la cocina del hotel; tres chicos que iban juntos: Park Jimin, Kim Taehyung y Ho Yeongmi; y, finalmente, Jung Hoseok, el hombre que se encargaba de limpiar el hotel.
Con el primero que quiso hablar el detective fue con el esposo de Han Jiun, pues era el principal sospechoso y el que había avisado a las autoridades sobre la muerte de su esposa.
Era un hombre de tez extremadamente pálida, como si nunca tomara sol, cabello oscuro desordenado, ojos felinos y labios delgados. No era tan alto como Namjoon y Jungkook, pero tampoco era bajo. Su cuerpo delgado se veía fatigado, como si no comiera con regularidad. Estaba sentado junto al detective en una de las mesas del comedor, uno frente a otro, y parecía realmente ido. Tanto así que a Namjoon le causó lástima, pues imaginó que, en el caso de no haber sido el homicida, el hecho de encontrar a su esposa muerta era algo sumamente traumatizante.
—¿Señor Min? —preguntó Namjoon, intentando llamar la atención del hombre.
Min Yoongi no pareció escucharlo, pues mantuvo sus ojos pegados a la pequeña mesa de madera. Su boca estaba ligeramente abierta y su rostro no expresaba ningún tipo de emoción.
—¿Señor Min? —Insistió—. Soy el detective Kim Namjoon, estoy aquí para investigar la muerte de su esposa. ¿Podría relatarme los hechos acontecidos anoche?
Se pasó las manos por la frente al no recibir respuesta.
—Señor Min, necesito su colaboración para poder encontrar al culpable.
Al cabo de unos minutos, Yoongi levantó la vista y la fijó en los ojos del detective. Parecía estar vacío por dentro, pues sus ojos oscuros no demostraban ningún tipo de brillo. A Namjoon casi le da un escalofrío.
—¿Quién eres tú? —Preguntó el más bajo.
—Soy el detective Kim Namjoon —repitió—, estoy aquí para investigar la muerte de su esposa...
—¿La muerte de mi esposa? —-Interrumpió con una carcajada—. Jiun no está muerta, está en la habitación en este instante, así que será mejor que cuide lo que dice.
Namjoon pestañeó un par de veces y entonces entendió por qué Jeon Jungkook había mencionado que era complicado interrogar al señor Min. Se acomodó los lentes antes de volver a hablar.
—Señor Min, su esposa murió anoche y usted notificó su muerte a las autoridades.
Se sobresaltó cuando de pronto Min Yoongi se puso de pie y golpeó con fuerza la mesa.
—¡Jiun no está muerta, imbécil! ¡Ten cuidado con lo que dices si no quieres que te asesine aquí mismo! —Amenazó, apuntándolo con un dedo.
—Señor Min —comenzó, hablando con cuidado—, le recuerdo que soy parte del cuerpo de policía de la República de Corea, si considero necesario puedo llevarlo detenido.
De un momento a otro Min Yoongi soltó un alarido y volvió a sentarse sobre la silla, tapándose el rostro con las manos. Su espalda se movía violentamente producto de sus sollozos.
—¡Jiun! —llamó en un grito desgarrador—. Mierda, Jiun, ¿qué te hicieron?
El detective Kim se quedó sorprendido mirando al hombre. Había tenido un cambio de humor tan drástico, pasando de la ira a la tristeza, que lo había dejado descolocado, sin saber qué decir.
—Creo que continuaremos más tarde, señor Min —murmuró.
Justo vio al oficial Jeon asomarse por la puerta del comedor, que quedaba entrando por el arco del lado derecho del vestíbulo, y le hizo una seña para que le ayudara, llevándose a Min. El menor se apresuró en ayudar y cuando estuvo cerca, Namjoon le pidió que hiciera pasar al dueño del hotel.
Kim Seokjin entró de manera calmada, con una caminata que al detective le pareció arrogante. Quizás altanera. Daba un paso tras otro, como si le diera pereza caminar y su espalda se contorneaba ligeramente hacia los lados, manteniendo una expresión de disgusto en su rostro, como si estuviera permanentemente asqueado. Se sentó frente a él, ocupando el mismo lugar que Min hace unos instantes, y le pegó una mirada de arriba hacia abajo con una ceja ligeramente levantada.
Ciertamente parecía un hombre rico, Namjoon lo confirmó al ver su costoso traje gris y el reloj dorado que sacó del bolsillo de su chaqueta cuando se dispuso a ver qué hora era.
—Por favor, que sea rápido —pidió con voz firme, guardando nuevamente el reloj—. Tengo cosas que hacer ahora.
Namjoon lo miró en silencio por un segundo, pero finalmente se aclaró la garganta y se acomodó los anteojos.
—Señor Kim, ¿no? —preguntó, leyendo su libreta de bolsillo.
El mencionado alzó aún más la ceja y asintió con la cabeza.
—Como le mencioné antes, mi nombre es Kim Namjoon...
—Ahórrese eso, detective —le interrumpió Seokjin comenzando a mover su pierna derecha de arriba hacia abajo—. Ya lo mencionó en el vestíbulo y, de verdad, no tengo mucho tiempo.
— Bien —suspiró Namjoon—. Vamos al grano. Necesito su documento de identificación, por favor.
Con una mueca en los labios, Kim Seokjin se echó lentamente hacia adelante, como si tuviese controlando el cien por ciento de sus movimientos, y sacó su billetera de cuero café del bolsillo trasero de su pantalón. Tendió una tarjeta que Namjoon tomó entre sus dedos para anotar sus datos personales.
—¿Qué puede decir de Han Jiun? —preguntó mientras le tendía de vuelta la tarjeta—. ¿Cuál era su relación con ella?
Seokjin volvió a alzar la ceja mientras se guardaba nuevamente la billetera en el pantalón y después se llevó los dedos índice y pulgar al puente de la nariz para masajearse suavemente.
—No conocí a Han Jiun, sólo traté con ella dos veces —infló las mejillas por un segundo y luego siguió hablando—. La primera vez no fue un trato directo, sólo me encargué de inscribirlos a su esposo y a ella cuando llegaron al hotel. Y la segunda...
—¿Cuándo llegaron? ¿Tiene la fecha exacta?
Kim Seokjin pestañeó un par de veces, al parecer sintiéndose ofendido por haber sido interrumpido de manera tan abrupta, aunque se ahorró los comentarios y se limitó a responder las preguntas del detective.
—¿Será hace dos o tres meses? —preguntó para sí mismo, elevando la vista hacia el techo por un segundo—. Están registrados en la libreta de la recepción, puede consultar la fecha más tarde cuando haya terminado mis asuntos.
El detective asintió con la cabeza mientras volvía a anotar en su libreta. Hace tres meses había empezado la guerra. ¿Habían llegado allí huyendo? ¿Por qué Min Yoongi no se había presentado en el servicio militar?
¿Por qué Kim Seokjin tampoco lo había hecho?
Anotó aquella pregunta en su libreta.
—Continúe con lo de Han Jiun.
—Esa fue la primera vez que la vi, y la segunda vez que interactuamos fue cuando la muy perra se metió a mi habitación e intentó robar mi reloj de oro. —señaló molesto, sacando nuevamente el reloj de su bolsillo para mostrarlo.
Namjoon miró con tranquilidad el reloj y luego volvió a escribir.
—¿Por qué querría Han Jiun robar su reloj de oro, señor Kim? —preguntó, aunque intuía la respuesta.
—¡Qué se yo! —exclamó, pareciendo alterado al no saber por qué el detective le preguntaba eso si él era la víctima—. Detective Kim, Han Jiun era una maldita loca. No hablé con ella más veces de las que le dije, pero la vi varias veces en los espacios comunes del hotel y era increíble, y no en el buen sentido de la palabra. Tenía cambios de ánimo muy repentinos y más de una vez robó a los huéspedes.
Namjoon recordó entonces a Min Yoongi, el viudo de Han Jiun, quien también había tenido un cambio de humor fuerte hacía un rato atrás. Escribió eso en su libreta.
—Mencionó que ella ingresó a su habitación e intentó robarle. ¿Hace cuánto fue? ¿Podría explicarme qué fue lo que ocurrió exactamente?
Seokjin se restregó los ojos con los puños, como si estuviese perdiendo la paciencia.
—Fue hace un par de semanas, o quizás tres, no lo sé, pero fue durante la mañana mientras estaba en mi oficina —negó con la cabeza por un momento—. Acababa de llegar, me había sentado en el escritorio y cuando intenté ver la hora me di cuenta de que había olvidado el reloj, así que fui a mi habitación a buscarlo y allí estaba ella. ¿Cómo entró? Ni puta idea cómo, pero tenía mi llave.
—¿Y qué hizo cuando la encontró?
—La agarré del cabello y la tiré afuera de la habitación.
Namjoon, quien estaba anotando, dejó su tarea a medio hacer y levantó los ojos para verlo directo al rostro.
—¿No tuvo problemas con el esposo por haber hecho eso?
Seokjin se encogió de hombros y negó con la cabeza, como si no tuviese la menor importancia.
—Señor Kim —dijo el detective después de un suspiro—, ¿qué estaba haciendo ayer alrededor de las diez de la noche?
—Estaba en mi habitación con mi esposa.
—¿Vive usted aquí? —Preguntó, recordando que había pasado por alto ese detalle que Seokjin había mencionado antes.
—Sí, así ahorro tiempo y dinero. Y el tiempo es lo más importante —murmuró, mirando nuevamente su reloj.
—¿Quién, además de su esposa, puede confirmar que estaba en su habitación?
Kim Seokjin arrugó la nariz con desagrado por un momento, pero rápidamente volvió a mantener la compostura.
—Nadie más, no suelo relacionarme con los huéspedes.
El detective apuntó aquello en la libreta y la cerró.
—¿Eso es todo? —Preguntó Seokjin, comenzando a ponerse de pie rápidamente.
Namjoon asintió con la cabeza.
—Señor Kim —le llamó antes de que se retirara—, recuerde que no puede abandonar el hotel. El oficial Jeon está encargado de vigilar la entrada principal.
Kim Seokjin sonrió, mostrando una dentadura blanca y perfectamente cuidada.
—No se preocupe, detective, como usted dijo antes: nadie puede salir de aquí.
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