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셋 | Tres

«Ni frustrándose porque siempre lo encontraban, y siempre lo encontrarían.»

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—Buenos días, señor Kim —saludó Namjoon con la respiración agitada.

Kim Seokjin, que estaba sentado en la recepción del hotel escribiendo algo sobre una libreta, levantó los ojos lentamente hacia el rostro del detective, con evidente desagrado, y forzó una sonrisa de medio lado que no dejó mostrar sus dientes.

—Detective Kim —saludó cortésmente y luego puso su atención sobre el chico que se encontraba detrás—. Oficial Jeon.

Namjoon se remojó los labios y se secó la frente con el pañuelo blanco que llevaba en el bolsillo cuando notó que había comenzado a sudar con la caminata rápida hacia el primer piso.

—Necesito que me dé todas las llaves de todas las habitaciones, incluso las que están desocupadas.

Seokjin se quedó un momento observándolo en silencio, como si la petición le hubiese asombrado demasiado. Dejó la pluma de lado y cerró la libreta de cuero negro que estaba sobre el mesón antes de llevarse una mano al mentón.

—Me temo que no puedo hacer eso, detective.

El detective Kim soltó un suspiro, sintiéndose de pronto extremadamente frustrado. ¿Acaso no entendía que si estaba pidiendo algo como eso era por un motivo en específico? Kim Namjoon no era el tipo de hombre que le gustara fisgonear en cosas ajenas, y creía no parecerlo en absoluto. Apoyó sus antebrazos sobre el mesón y se echó hacia adelante, acercándose a Kim Seokjin, quien inmediatamente se echó ligeramente hacia atrás con una expresión de disgusto más marcada que la habitual.

—Mire, Kim, esto es una emergencia —comenzó a susurrar a pesar de que no había nadie más que ellos tres en la habitación—. No debería decirle esto, pero el cadáver de Han Jiun ha desaparecido y debo encontrarlo para poder cerrar el caso lo antes posible.

El rostro del dueño del hotel permaneció impasible ante sus palabras.

—Yo no quiero estar aquí —continuó— y tengo claro usted tampoco me quiere aquí, así que si coopera es probable que me vaya antes de lo esperado. El caso ya está casi resuelto, pero sin el cuerpo no puedo irme.

Kim Seokjin miró ambos ojos del detective y, finalmente, una pequeña sonrisa comenzó a asomarse lentamente en sus labios. Echó la silla hacia atrás y se puso de pie.

—Adelante, detective, puede tomar todas las llaves que necesite —ofreció, señalando con un gesto elegante todas las llaves colgadas a su espalda.

Namjoon dio un asentimiento con la cabeza y le hizo una seña a Jungkook para que le ayudase a recolectar las llaves. Cada una, de color dorado, tenía su propio llavero de cuero café con el respectivo número de habitación grabado, por lo que no sería difícil comenzar la búsqueda. Tomó además la lista donde se detallaba las habitaciones de los huéspedes. Agradeció a Seokjin y se marchó en dirección al ascensor siendo seguido por el oficial.

—¿Por qué hizo eso? —preguntó el menor cuando las puertas se habían cerrado y ellos se encontraron solos dentro del elevador.

—¿Qué cosa?

—¿Por qué mintió? ¿Por qué dijo que el caso estaba casi resuelto? Eso no es cierto, no tenemos absolutamente nada y ahora tenemos menos que...

—Jeon —le interrumpió—, si no decía eso jamás me hubiera dado las llaves. —se dio un tiempo para tomar un respiro— ¿Entiende que Kim Seokjin nos quiere fuera de aquí? Era la única manera de que cooperara.

—Pero siempre hemos estado aquí —murmuró el menor después de un par de segundos.

Antes de que las puertas del elevador se abrieran, el detective Kim repartió las llaves con el oficial. Mitad para cada uno. Jeon se encargaría del cuarto y quinto piso, mientras que Kim del segundo y tercero. Y cuando se encontró fuera del ascensor, dejando al menor dentro para que pasara al piso que le correspondía, se dio el lujo de revisar nuevamente la lista de huéspedes, pues le había dicho a Jungkook las habitaciones que estaban ocupadas en los pisos cuatro y cinco.

Buscó inmediatamente el nombre de Ho Yeongmi, sin saber específicamente porqué. Era la habitación treinta y tres. Casi se atragantó con su propia saliva al darse cuenta de que había pasado la noche a escasos metros de la chica. La habitación de Park Jimin era la cuarenta y cuatro, y la de Kim Taehyung la cuarenta y cinco.

El segundo piso no le pareció tan desagradable como el tercero y el quinto. Las paredes combinaban de manera placentera con el suelo rojo al ser color crema. Tomó rumbo a la habitación número veinte, la que ocupaban Kim Seokjin e Im Gongku. No se sorprendió de verla resplandeciente, lo que sí le sorprendió fue verla llena de objetos de valor, por lo que prefirió cerrar la puerta tras de sí y comenzar a inspeccionar detalladamente. La cama se veía de diferente calidad a la del resto de las habitaciones y las paredes también de color crema hacían que se viera todo más amplio, más iluminado. Caminó hasta el escritorio y vio un montón de libros apilados en una esquina. Le llamó la atención uno de los cajones del escritorio, que estaba a medio cerrar y que, de hecho, era lo único que parecía estar fuera de lugar en toda la habitación, así que lo terminó de abrir y se encontró con una serie de joyas brillantes, todas de oro, pero una captó su total atención. Una cadena dorada que tenía un dije con algo parecido a un tridente.

Algo como la letra psi que había visto en el cofre de Han Jiun.

Pestañeó un par de veces y estiró la mano para tomarla, pero se detuvo a medio camino al pensar que Kim Seokjin podría acusarlo de robo y echarlo a la calle sin poder terminar el caso. Así que sólo la observó de lejos, frunciendo ligeramente el ceño ante tal coincidencia.

Finalmente cerró el cajón y continuó en su búsqueda. De todos modos, aquel dije no era algo que estuviera dentro de la investigación, por lo que no podía requisarlo, además de que debía costar una fortuna.

Se acercó a la cama y palpó el colchón, en busca de algo de lo que no estaba completamente seguro, pues era difícil esconder un cadáver y que este no soltase algún tipo de olor. De todas maneras, continuó buscando, miró debajo de la cama, en la tina del baño y movió la alfombra para buscar alguna tabla que estuviese suelta en el suelo, pero no encontró absolutamente nada aparte del dije en forma de tridente. Así que simplemente decidió salir de la habitación antes de que terminase por echarse al bolsillo aquel collar.

Cuando entró a la habitación veintiuno no se sorprendió de que fuese más parecida a la suya, pero vacía. No encontró absolutamente nada y ocurrió lo mismo con las cuatro habitaciones restantes del piso número dos. Así que simplemente subió al tercer piso y comenzó a buscar nuevamente.

Se saltó su propia habitación, pues hace poco rato acababa de salir de ella y no había ningún indicio de que hubiese un cadáver dentro, por lo que entró a la treinta y uno, aguantándose las ganas de pasar directo a la de Ho Yeongmi, y como no encontró absolutamente nada adentro, ni tampoco en la treinta y dos, finalmente llegó a la treinta y tres.

Tragó saliva y encajó la llave en la cerradura. Dentro había un aura diferente al del resto del hotel. Todo parecía verse iluminado, a pesar de tener las cortinas corridas, y un aroma agradable estaba impregnado en todas partes. Ingresó en silencio y cerró la puerta suavemente, dándose luego el tiempo de admirar todo con detenimiento. Todo estaba muy ordenado y limpio, el escritorio tenía un montón productos de belleza que estaban ordenados por tamaño y la cama estaba ordenada también, a pesar de ser temprano todavía. Sobre el cubrecama blanco había una prenda negra que le llamó la atención a Kim y cuando se acercó a mirar su rostro enrojeció violentamente, pues se trataba de lencería. Algo bastante atrevido que Namjoon jamás le había visto puesto a una mujer.

Estuvo a punto de tomarlo porque se moría por sentir la textura de la tela de encaje en las yemas de sus dedos, pero un sonido en el baño de la habitación lo distrajo. La puerta se estaba abriendo, dejando al descubierto a una Ho Yeongmi cubierta por una toalla que apenas le tapaba la entrepierna.

Namjoon soltó un pequeño grito y se giró inmediatamente para ver la pared.

—¡Lo siento mucho! —Fue lo único que pudo decir.

Por un momento no escuchó respuesta, por lo que temió que la chica estuviese ofendida, pero finalmente una risilla armónica llegó a sus oídos, haciéndole relajar a medias, pero no calmando los acelerados latidos de su corazón.

—No se preocupe —escuchó que la mujer abría el armario y buscaba algo, seguramente ropa— ¿Es usted el detective Kim?

—Sí —respondió en un hilo de voz.

Ho Yeongmi hizo un sonido con la garganta, uno que sonaba como si estuviera completamente a gusto.

—No había tenido el placer de hablar con usted, detective.

Namjoon solamente soltó una risa incómoda, deseando no estar allí en ese momento. O quizás deseando tener la confianza para voltearse y verla desnuda con total normalidad. Sacudió la cabeza ante sus ocurrencias.

—Ya puede girarse —avisó ella y el detective le hizo caso.

Kim Namjoon casi se quedó sin aliento al verla. Vestía un hanbok azul oscuro que le contrastaba con su piel pálida, haciendo que se viera más resplandeciente. Llevaba el cabello oscuro y húmedo suelto, un detalle casi íntimo, pero que al detective le encantó, porque ella no pareció darle importancia.

La vio abrir las cortinas y la ventana. La escasa luz de la mañana la bañó, haciéndola resplandecer aún más, y Kim disfrutó todavía más la vista cuando ella se apoyó en el marco de la ventana y cerró los ojos, medio asomando el cuerpo hacia afuera.

—No ha dejado de llover desde anoche —murmuró para sí misma, dejando que las gotas le llegaran al rostro, y luego de unos segundos se incorporó y miró nuevamente al detective—. Entonces, ¿qué le trae por aquí, detective?

—Estoy —casi dejó la frase a medio terminar, pues no sabía qué responder exactamente— investigando, todavía.

—¡Oh! Entiendo —la chica frunció los labios y se acercó hasta quedar frente a él—. Es horrible lo que ocurrió con Han Jiun, cuando me enteré no pude evitar soltar un par de lágrimas.

—Ya veo —murmuró en respuesta.

Se quedó un momento de pie, bajo la atenta mirada de Yeongmi, que parecía esperar a que él hiciera o dijera algo más, por lo que, al darse cuenta, se aclaró la garganta y se acomodó los anteojos, tirándoselos hacia arriba.

—Ocurrió algo inesperado —comenzó a explicar, juntando sus manos por delante de su cuerpo—. El cadáver ha desaparecido y no puedo cerrar el caso hasta encontrarlo. Así que estoy en busca de él.

—Adelante, detective Kim, aunque no recuerdo haber traído un cadáver a mi habitación —respondió con una risa que fue acompañada por la de Kim.

Se corrió hasta la puerta de la habitación para darle al detective completo acceso a la habitación. Namjoon sintió que sus ojos intensos estuvieron sobre él en todo momento, desde que comenzó revisando los cajones del escritorio de madera, sintiendo cómo aquel trozo de tela negro, que se había obligado a sí mismo a pasar por alto, le llamaba desde el colchón; hasta que inspeccionó el baño que desprendía olor a productos de cuidado personal. Podía sentir mucha tensión sobre él, entre cosas que debía ignorar, haciéndose el que no había visto, y entre las sensaciones que estaba teniendo en ese mismo momento, como el cosquilleo en el estómago que tuvo cuando reconoció el olor a rosas proveniente de la ducha.

—Aprovechando esta instancia —dijo él cuando terminó de revisar, sin encontrar nada en específico—, me gustaría hacerle unas preguntas.

—Por supuesto.

La chica inmediatamente se sentó sobre la cama y se cruzó de piernas a unos escasos centímetros de la lencería negra, sorprendiendo al detective, que tomó asiento cautelosamente sobre la silla frente al escritorio a la vez que sacaba su libreta de uno de sus bolsillos. No pudo evitar que sus ojos se desviasen a las piernas de Yeongmi, que se marcaban ligeramente por debajo de la tela del hanbok y luego hacia el encaje, reiteradas veces, uno primero y después el otro, para finalmente volver al primero y envolverse en un ciclo infinito que realmente no quería romper.

Tragó saliva cuando se decidió por quitar la mirada, intentando concentrarse en sus oscuros, pero brillantes ojos, pero, sin quererlo, la sensualidad de su silueta lo volvía a llamar hacia abajo.

—¿Qué relación tenía con la señora Han Jiun? —Preguntó cuando se decidió a comenzar.

—No éramos más que conocidas, pero de vez en cuando conversábamos en el comedor.

La mano temblorosa de Kim Namjoon tomó nota de lo que acababa de escuchar. Obligó a sus ojos a permanecer sobre la página, al menos mientras escribía.

—¿Alguna vez tuvo algún problema con ella? —Volvió a interrogar.

Por alguna razón, sentía que la situación estaba siendo demasiado íntima. Quizás era el hecho de que estaba dentro de la habitación de la mujer. O quizás era que ella misma se había sentado sobre el colchón, algo que Namjoon jamás haría en presencia de alguien desconocido. O, probablemente, el hecho de que a Yeongmi no parecía importarle que su escandalosa ropa interior estuviera descansando sobre el colchón, a la vista de cualquiera que entrase a la habitación. Sabía que eran todas y por eso era que su corazón continuaba martillando contra su pecho.

—Para nada, no soy una persona conflictiva y Han Jiun solía pasar mucho tiempo dentro de la habitación con su esposo —una pequeña sonrisa, casi pícara, se apoderó de sus labios—. Parecían un par de jovencitos recién casados —soltó un suspiro—. Es una lástima por el señor Min.

Namjoon no pudo pasar por alto la insinuación de la chica y casi se puso rojo al darse cuenta de aquellas cosas también pasaban por la mente de las mujeres. Después de todo, hombres y mujeres tenían las mismas necesidades, incluyendo las sexuales.

Se preguntó entonces cómo Ho Yeongmi satisfacía sus deseos sexuales, pensamiento que quitó rápidamente de su cabeza porque, además de desconcentrarlo del tema central de la conversación, le hacía parecer un pervertido.

—Escuché que ella se metió más de una vez a las habitaciones de los huéspedes a robar, ¿no lo hizo con usted?

Ho Yeongmi frunció los labios y rápidamente sus ojos se abrieron un poco más de lo normal, como si hubiese recordado algo de repente.

—Una vez iba saliendo de mi habitación con Park Jimin y la sorprendimos intentando entrar a la habitación del oficial Jeon.

¿El oficial Jeon? ¿Hace cuánto vivía ahí?

¿Por qué Ho Yeongmi estaba en su habitación con Park Jimin? Eran sólo amigos, ¿no?

Sacudió levemente la cabeza para alejar los pensamientos de ella, pero no logró borrar la imagen de Park entrando a la habitación de la chica durante la noche. ¿Sería él uno de los hombres que había oído Jung Hoseok?

Se tiró los anteojos hacia arriba y se aclaró la garganta, sintiendo que de pronto un bochorno comenzaba a adueñarse de su cuerpo, amenazando con teñirle las mejillas de rojo.

—¿Y qué hizo cuando la vio?

Ella negó con la cabeza.

—Nada, el hecho de que vernos pareció espantarla lo suficiente como para que saliera arrancando.

—¿Hace cuánto fue eso?

—Hace dos noches, creo.

Kim tomó nota y, de repente, un pensamiento fue lo suficientemente llamativo como para hacerle olvidar todo lo relacionado con Ho Yeongmi y Park Jimin: el oficial Jeon vivía en el hotel, aparentemente desde hace un tiempo ya, o por lo menos se hospedaba en él desde antes del asesinato de Han Jiun, pero la primera vez que lo vio él le notificó que había acudido después de que Min Yoongi, su esposo, la encontrara sin vida en su habitación. Ella había intentado entrar a su habitación para robarle y, aunque no tuvo éxito, ¿no sería esa una buena razón para querer matarla?

Abrió un poco los ojos. No tenía idea de nada sobre la persona con la que estaba trabajando. Y es que estaba tan concentrado en irse de allí que había depositado su confianza en él sin rechistar.

Jeon también era un posible asesino, tanto como todos los otros huéspedes, porque él también era uno.

Era un detalle que había omitido, y eso era suficiente como para quitar toda su confianza del chico.

—Creo que es todo —dijo, apenas se sintió capaz de hablar—. Gracias, señorita Ho.

Se levantó de la silla, guardando nuevamente la libreta en su bolsillo, y dio un par de pasos hasta la puerta. Cuando posó su mano sobre el pomo de la puerta escuchó la voz de Ho Yeongmi ronronear a su espalda:

—Cuando quiera, detective.

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La habitación de Jeon Jungkook no estaba registrada en la lista de huéspedes, pero Kim luego descubrió que estaba en el mismo piso en el que estaba. Era la treinta y cinco, la última del pasillo. Mas no encontró nada interesante.

Sabía que era poco probable que el cuerpo estuviese escondido en la zona de las habitaciones. Si se ponía a pensar como el ladrón del cadáver y, probablemente, asesino, lo hubiese escondido en un lugar menos concurrido. Tenía que concentrarse en encontrar un lugar que estuviera más alejado y luego, si no encontraba nada, tendría que buscar en las afueras del edificio.

Y todo eso tendría que hacerlo ese mismo día.

Después encontraría al culpable y se marcharía a casa.

El oficial todavía no aparecía y a Namjoon se le hizo imposible comenzar a sospechar después de lo que había descubierto en su pequeña charla con Ho Yeongmi. Probablemente ni siquiera estuviese registrando las habitaciones, quizás estaba buscando un mejor escondite para el cuerpo. Quizás hasta ya se había marchado del hotel. Se pasó el pañuelo blanco de su bolsillo por la frente ligeramente sudada, sintiéndose estúpido.

Desde que había llegado a ese lugar había hecho todas las cosas mal. No había seguido los protocolos que había seguido durante años, había estado durmiendo en el mismo lugar que un asesino, poniéndose a sí mismo en peligro de morir, y también había confiado en la persona equivocada. ¿Cómo era que, teniendo tantos años de experiencia, hubiese estado haciendo absolutamente todo mal?

Se bajó del ascensor y caminó nuevamente hacia la recepción, en busca de Kim Seokjin, pero no lo encontró, así que supuso que estaba detrás de aquella puerta por la que había salido el día anterior, la primera vez que lo vio para pedir una habitación. Caminó hasta detrás del escritorio y golpeó la puerta de madera oscura.

Abrió la puerta cuando escuchó su voz dentro.

La oficina era bastante sencilla. Suelo de madera oscura, paredes blancas que comenzaban a verse grises y una pequeña ventana sucia que daba a, lo que creyó Namjoon era, la calle. Constaba de un escritorio de madera y una silla acolchada de color negro que estaban casi al fondo del pequeño cuadrado que conformaba la habitación, y al lado izquierdo había un estante lleno de libros cuyo títulos no alcanzó a leer Kim Namjoon.

—Detective —le saludó, con una emoción terriblemente fingida—, ¿tuvo éxito?

—¿Hay algún subterráneo aquí?

Seokjin sonrió de medio lado, al darse cuenta de que el detective había ido directo al grano.

—En el subterráneo hay una que otra bodega, la sala de calderas y la habitación del señor Jung.

Namjoon frunció el ceño, casi horrorizado.

—¿El señor Jung vive en el subterráneo?

Seokjin se encogió de hombros, como si no tuviese la suficiente importancia para él, acto seguido echó su cuerpo ligeramente hacia atrás en la silla y abrió uno de los cajones de su escritorio, sacando un manojo de llaves plateadas y alargadas.

—Basta de tantas preguntas, ¿quiere registrar ahí, o no?

—Sí —Respondió el detective, sin dudar.

Entonces Kim Seokjin le tendió el manojo de llaves y él casi se lo arrebató de la mano. Sin decir mucho más, se fue en dirección al elevador y abrió la puerta que estaba a un lado. Como había supuesto, esas eran las escaleras, una alternativa al uso del ascensor que nadie se molestaba en utilizar y que, justamente, conducía hasta el abismo.

Mientras descendía, sintió que casi estaba metiéndose en el infierno, su infierno. La penumbra casi comenzaba a adueñarse de los escalones si no hubiese sido por unos pequeños faroles que proporcionaban una luz bastante pobre, pero que aun así le servían para poder ver. Las paredes grises de concreto tampoco ayudaban a que el lugar fuese más ameno. Se notaba que nunca nadie se había tomado la molestia de limpiarlas porque comenzaban a ponerse verdes producto del moho. El aire además era pesado, húmedo, denso y tibio, a pesar de estar en pleno invierno.

Finalmente llegó al final de la escalera. Un pasillo largo y casi en la misma oscuridad se alzaba sobre él de una manera que le pareció lo suficientemente tenebrosa como para erizarle la piel de la parte de atrás del cuello. Estuvo a punto de devolverse, subir los escalones corriendo y dejar todo a la suerte del destino, pero el manojo de llaves en el bolsillo de su chaqueta comenzó a pesarle. Así que, tomando aire profundo, dio un paso adelante y luego otro, y luego otro.

Frente a él, el pasillo parecía hacerse cada vez más largo, pues, por más que avanzara, no lograba a llegar a ningún lado. Caminaba con una mano temblorosa en el aire, rozando la pared áspera, porque sentía que en cualquier momento sus piernas fallarían y se desplomaría en el suelo.

Casi soltó un suspiro cuando puertas comenzaron a aparecer a cada lado del pasillo. No podía ocultar lo aliviado que se sintió de, al fin, encontrar algo. Sin embargo, su corazón no logró calmarse cuando estiró la mano para girar el pomo de una de las tres puertas metálicas ubicadas al final del pasillo. Al otro lado no había mucha luz, pero le alcanzaba para poder ver a medias lo que tenía enfrente. Supo que estaba frente a la sala de calderas, pues más allá de distinguir lo que le rodeaba, sintió una extrema humedad y calor en el ambiente que le hizo comenzar a sudar inmediatamente.

Entró, sintiéndose repentinamente envalentonado y dejándose llevar por la ilusión de poder encontrar el cadáver de Han Jiun.

El zumbido permanente de las calderas se coló en sus oídos e inmediatamente se le dificultó respirar por el aire denso y húmedo que parecía concentrarse allí dentro. No veía muy bien, producto de la mala iluminación de la habitación, pero logró distinguir tres máquinas, metálicas, dispuestas en fila, una al lado de la otra. Y no había mucho más. A excepción de una pequeña puerta que destacaba en la pared del fondo, justo detrás de todo.

Probablemente no fuese el mejor lugar para esconder un cuerpo, era poco accesible al encontrarse detrás de las calderas, y, en realidad, Namjoon creyó que el calor provocaría que saliera el olor de la putrefacción más fuerte, pero se acercó de todas maneras, haciendo que su cuerpo comenzase a sudar aún más, pegando su ropa a su cuerpo y su cabello a su frente, y se agachó frente a la puerta.

Adentro no parecía haber nada más que oscuridad. No podía ver más allá de un par de centímetros hacia adentro, así que, sintiendo que el estómago comenzaba a revolvérsele, apoyó la palma de la mano en el suelo y la arrastró hacia lo desconocido, temiendo y esperando al mismo tiempo llegar a tocar algo.

Tuvo que inclinarse hacia adelante, pues el espacio parecía no tener fondo y ser mucho más ancho de lo que pensó. Tenía todo el brazo introducido en la puerta, hasta la altura del hombro, pero pronto hubo algo que le hizo perder el equilibrio, casi como una fuerza externa que le empujó desde la espalda para desestabilizarlo. Y no pudo evitar caer dentro.

La pequeña puerta detrás de Namjoon se cerró de golpe y todo se volvió totalmente oscuro, tanto que ni siquiera podía ver sus propias manos. Como pudo, se giró, e intentó buscar el pomo metálico para salir, pero no encontró nada.

Entonces su corazón comenzó a acelerarse de manera exponencial. Cada latido era más fuerte y rápido que el anterior, y le golpeaba el pecho con tanta violencia que le llegaba a doler.

—No. No. No. No —susurró para sí mismo, pasando las manos por la puerta una segunda vez para intentar abrirla.

Al igual que la primera vez, no encontró nada más que su propia desesperación. Sus manos se hicieron puños y comenzó a golpear el metal frente a él, teniendo la esperanza de que alguien le escuchase.

—¡Ayuda!

Siguió golpeando, cada vez más fuerte, hasta que las manos le dolieron, pero aún así no se detuvo, ni siquiera cuando tuvo que comenzar a respirar cada vez más profundo porque el aire no lograba ingresar de manera correcta a sus pulmones.

Una cosa estaba clara: el asesino le había seguido en silencio, desde las sombras, y había esperado el momento adecuado para deshacerse de él. Jungkook se había seguido, seguramente riéndose de él, pensando en lo estúpido e incapaz que era para realizar su propio trabajo. Siempre había sido él quien estuvo detrás de todo y aquella era la razón por la que la investigación no avanzaba.

Siempre había sido Jeon Jungkook. Él había asesinado a Han Jiun en venganza, porque había intentado robarle, y luego había interferido en la investigación para deshacerse de todo la evidencia posible, para librarse de todo.

Su único error había sido demostrar saber demasiado. Había nombrado cada una de las armas con las que Jiun había sido asesinada, porque él mismo lo había hecho.

—¡Jeon Jungkook, abre la puerta! —Gritó, todavía sin dejar de golpear con los puños.

Escuchó un ruido afuera y de pronto la puerta se abrió lentamente, dejando pasar la escasa luz y, lo más importante, librándolo de aquel espacio reducido.

Kim Namjoon había odiado los espacios pequeños desde que era niño.

Se arrastró hacia afuera con rapidez, mirando hacia todas partes, buscando a Jungkook, pero no lo encontró en ningún lado.

Había escapado.

Se puso de pie y se arregló la ropa sucia, ennegrecida con hollín, y se puso en marcha hacia el pasillo. Quizás si se apresuraba podía alcanzarlo. Pero algo le hizo parar en seco.

Había algo fuera de lugar.

Se acercó a la puerta, pero se quedó de pie frente a ella. Estaba cerrada, siendo que él la dejó abierta cuando entró, pero eso no era lo más extraño.

Había una serie de papeles pegados al metal con cinta adhesiva.

Y Namjoon estaba seguro de que no estaban cuando entró.

Estiró la mano y tomó uno que parecía ser un acta de nacimiento.


«República de Corea

Acta de nacimiento

Distrito: Daegu

Fecha inscripción: 20 de septiembre, 1924

Nombre inscrito: Min Sung

Fecha nacimiento: 12 de septiembre, 1924

Sexo: Masculino

Nombre del padre: Min Yoongi

Nombre de la madre: Han Jiun»


Kim Namjoon frunció el ceño y se dio el tiempo de sacar su pañuelo blanco de su bolsillo para limpiarse la frente, sin tener mucho éxito, pues estaba tan sudado que terminó esparciendo la humedad en vez de sacarla.

Entonces aquel era la persona por la que discutía la pareja: su hijo. Pero la pregunta principal era: ¿dónde estaba? Lo más probable que en el servicio de protección de menores, pero según la fecha...

El detective volvió a mirar la fecha de nacimiento, sin poder creérselo.

Min Sung debería tener veintiséis años. Y si Min Yoongi y Han Jiun eran los padres...

Era imposible.

No tenían la edad suficiente como para ser los padres. No se veían mucho mayores que él.

Sin embargo, había también una fotografía que estaba pegada a la puerta, donde se veía claramente a la pareja junto a un bebé.

¿Qué estaba sucediendo?

Kim Namjoon tomó el resto de los papeles pegados sin siquiera mirarlos y se los guardó en el bolsillo de la chaqueta, sin importar si se arrugaban. Abrió la puerta con decisión, olvidándose que hace un par de minutos atrás había estado a punto de perseguir a Jeon por el pasillo, y dio un paso hacia afuera, dispuesto a llegar frente a Min Yoongi y preguntarle qué significaba aquello.

Pero hubo algo que lo detuvo, una segunda vez.

Apenas puso un pie en el pasillo y cerró la puerta detrás suyo, las luces comenzaron a parpadear. Primero de una manera sutil que Namjoon de igual forma notó. Y después comenzaron a prenderse y a apagarse de manera intermitente. Y toda la valentía y determinación que se había apoderado del detective comenzaron a disiparse.

Con el corazón saltando, intentó abrir la puerta que acababa de cerrar, pero parecía haberse trabado de la nada, así que se fue a la que estaba al frente que, para su suerte, abrió a la primera. Y se metió dentro cuando la luz se extinguió totalmente, sin pensar que aquella habitación también estaría a oscuras. Trabó la puerta con seguro y avanzó a ciegas, con las piernas temblorosas, hacia la pared del fondo, donde se agachó y se quedó en posición fetal.

Había olvidado por completo la existencia del manojo de llaves en su bolsillo.

Por un momento lo único que pudo escuchar fueron los acelerados latidos de su corazón, que amenazaban con reventarle los tímpanos, y su respiración temblorosa. Se tapó el rostro y sin darse cuenta comenzó a balancear su cuerpo de adelante hacia atrás.

—Ya pasará... Ya pasará... —se susurró en un intento de calmarse—. La luz volverá y saldrás de... —un ruido de afuera de la habitación le obligó a guardar silencio y aguantar la respiración.

Una serie de pasos se acercaban por el pasillo desde la lejanía hacia él. Incesantes, un ritmo perfecto que sólo un trastornado podría hacer. El dueño de aquellos pasos, sin duda, era un psicópata. Maníaco. Loco. Desequilibrado. Cada vez se hacían más fuertes, cada vez se acercaban más, y Namjoon no sabía qué hacer.

Era el asesino el que iba a buscarlo, el mismo que le había encerrado detrás de aquella puerta pequeña hace un par de minutos atrás. Era Jeon Jungkook el que iba a buscarlo, otra vez. Todo había sido parte de su plan, quería volverlo loco a propósito y entonces lo mataría.

Jungkook quería volverlo tan loco como él estaba.

Jungkook estaba a punto de matarlo.

Todo había sido un plan de Jungkook.

Y Namjoon no podría hacer nada para evitar lo que se venía.

Los pasos se detuvieron frente a la puerta y cuando Jeon intentó abrir la puerta, Kim tuvo que taparse la boca, impidiendo su propia respiración, porque ya no podía controlarla por lo agitada que estaba. Tenía miedo. Nunca había sentido tanto miedo como en ese momento. De pronto todo se quedó en silencio, como si hubiese desaparecido, y Namjoon estuvo a punto de bajar su mano, pero el sonido metálico de un manojo de llaves.

Allí cayó en cuenta de que sería su fin. Pero ¿por qué el oficial Jeon también tenía llaves? Con mucho cuidado de no hacer ruido tanteó su bolsillo, pero no encontró nada. Las llaves se habían caído en algún momento.

Su muerte sería su propia culpa, le había dado inconscientemente las llaves a Jeon.

Estaba a punto de morir.

Todo estaba tan oscuro que Namjoon no hubiese sabido que la puerta acababa de ser abierta si no fuera por el puro sonido. La bisagra metálica chirrió, producto de la corrosión, como un sonido premonitorio.

Era el fin de Kim Namjoon.

Sin embargo, siguió aguantando la respiración y cerró los ojos tan fuerte que le dolieron los párpados porque, quizás, todavía tenía oportunidad y si no se movía Jeon no lo encontraría en medio de la oscuridad.

Nuevamente silencio.

Namjoon ya no podía seguir reteniendo el aire en sus pulmones.

Necesitaba aire urgentemente.

—¿Tú también —un susurro, justo en su oído derecho, le hizo sobresaltar y casi gritar— oyes a las voces?

Pero reconoció aquella voz. No era Jeon, sino que Jung Hoseok.

Kim Namjoon tragó saliva y comenzó apenas a respirar, pero no se atrevió a responder nada. Tenía los vellos de todo el cuerpo erizados y ni siquiera quería moverse.

—No puedo dejar que las oigas —continuó—, ellas no quieren ser escuchadas por nadie más que por mí.

Namjoon ni siquiera pudo procesar lo que acababa de escuchar porque Jung ya lo había tomado de la chaqueta, con una fuerza sobrehumana, y le había levantado del suelo. Casi sin esfuerzo lo movió hasta que las piernas de Kim chocaron con algo duro. Una tina. Hoseok lo tomó de la nuca y le empujó hacia adelante.

El rostro de Namjoon impactó contra el agua fría. Se afirmó de los bordes de la cerámica para intentar salir, pero la fuerza de Jung era mucho más grande que la suya y lo mantuvo allí, mientras el poco oxígeno abandonaba los pulmones del detective y, contra su voluntad, comenzaba a respirar agua.

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