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El coche de la familia Kim se detuvo frente a las puertas acristaladas de un edificio que crecía como una gran torre. Choi’s Corporation exhibía un letrero en caracteres gris metálico.

Tal como la ropa de Abi y los pensamientos de Jungkook. Después que la joven le mencionara que debía de asistir de etiqueta al evento con los Park, el muchacho sentía que una especie de agujero negro lo devoraba por dentro.

No tenía inconvenientes de quedarse en un segundo plano mientras los Kim disfrutaban del coctel. Es más, planeaba cerrar algunos puntos decisivos en relación al negocio que se llevaría a cabo tras la cortina del evento, pero la propuesta de Abi lo ponía todo al revés.

—Te estaré esperando en la entrada.

Dijo Jungkook regresando a la realidad y tratando de hacer a un lado la nube de turbulentos pensamientos que lo sacudía. Se culpaba por condenar al silencio las iniciativas de Abi, pero en el fondo sabía que de esa forma se aseguraba que el daño fuera ínfimo.

—De acuerdo, y no te me vas a escapar. Acabo de quedar con Val para escoger tu esmoquin.

Jungkook contuvo las ganas de suspirar. Abi era un dolor de cabeza cuando tenía una idea entre ceja y ceja, y más si eso involucraba algo relacionado con la moda.

—Supongo que no podré huir de ello. Buena suerte, Abe.

La sonrisa en el rostro del chico era realmente tierna. Abi se quedó detenida en la especie de burbuja que aquel gesto tan sincero había creado. Solo que el tono de su celular se las arregló para romper el encuentro de miradas, para disgusto de los dos.

—Ya…ya me voy. Nos vemos dentro de unas horas.

Minutos después Abi se adentraba tras las puertas magnéticas de Choi’s Corporation. Jungkook buscó instintivamente por la caja de cigarrillos en su bolsillo derecho. Estaba ansioso y la principal causa de ese estado se alejaba a paso seguro en dirección al edificio.

Al final negó y la música sustituyó al cigarrillo. Mientras Abi rezaba internamente por salir victoriosa en su presentación, él tenía trabajo pendiente.

Sin querer darle mucha importancia a los pequeños momentos que habían protagonizado minutos atrás, se concentró en la carga que reposaba en el asiento trasero del coche.

Una inocente bolsa de hacer deporte para la mayoría, pero realmente un pequeño arsenal bélico consistente de varias marcas de pistolas, cartuchos y hasta alguna que otra navaja.

Solo un farol cuando más que armas de fuego lo que se proponía Jungkook aquella mañana era obtener información del sabotaje de la noche anterior en una de las filiales de la inmobiliaria Kim.

Con habilidad el chico maniobró hasta que las calles se fueron haciendo más despejadas y la carretera sobre el puente Olímpico de Seúl demostraba que el joven casi se acercaba a su destino. El distrito de Songpa, donde los Park y los Kim compartían fuerzas e influencia.

Un bar que apenas despertaba a esa hora del día recibió a Jungkook. No sin antes pedir la autorización del jefe Park, el pelinegro ascendió a la planta superior del lugar para encontrarse con su colaborador en los últimos tres años, Jung Hoseok.

—Y nuestro chico de oro regresa ¿Qué tal te fue ayer en el show pirotécnico de los Lee?

Jung Hoseok y su energética risa poblaron el reservado del que ahora Kook también era parte.

—En lo personal no pude divertirme mucho, pero espero que haya valido la pena quedar como un tonto si consiguieron lo que me dijiste en el mensaje.

Las cejas morenas de Hoseok se alzaron imperceptiblemente y esta vez la sonrisa no le iluminó los ojos.

—Sabes que los más afortunados solo demoran cinco horas. Aunque el chico salió bastante resistente, he de admitirlo. Pero ya entrando en materia, no me voy a conformar con tan poco, Jungkookie.

A pesar de llevar tiempo compartiendo aquel tipo de relación “profesional” ninguno de los dos confiaba por completo en el otro. Y es que en el mundo donde vivía Jungkook desde sus quince años, nadie daba nada sin recibir algo a cambio.

Los favores poco a poco llevaban a su destino la relación que se podía establecer y eso sin lugar a dudas lo había aprendido como parte del código silencioso que se producía dentro de cada clan. El Kim no era una excepción y lidiar con personas como Hoseok era casi como atreverse a nadar con tiburones.

Que la apariencia despreocupada de sus ademanes y la sonrisa dulce no te engañaran. Era el mejor sacándole información al que fuera y por eso era un punto intermediario de casi todos los clanes que se movían en Seúl y gran parte de Japón.

Había rumores que había comenzado su expansión hacia China gracias a su benefactor, del cual como era de esperarse no se sabía mucho. Para decirlo con todas las letras, era mejor tenerlo de tu lado si querías ganar la guerra y Jungkook sabía que tarde o temprano la rivalidad entre los Kim y los Lee sería más evidente.

Por eso estaba dispuesto a llegar a un acuerdo con Hoseok si este se comprometía en cierta manera a solo informar a su clan. Algo hasta cierto punto difícil de lograr.

—Lo sé, es solo una ofrenda de paz o más bien de lealtad, aunque conociéndote hyung… esa palabra sobra—Hoseok se limitó asentir mientras una camarera se acercaba con una botella de whisky y un servicio con hielera incluido.

Jungkook prosiguió una vez que la chica estuvo lejos del campo visual de ambos hombres.

—Mi jefe te ofrece el tres por ciento de nuestras ganancias en la operación Hotel Plaza. Será esta noche, aunque eso ya debes de saberlo bien. Esto de aquí—señaló la bolsa—más lo que ganes según la información con la que cuentas, será solo el inicio. Al final sabes que es más conveniente quedar con nosotros que con esos bastardos.

Hoseok miró al joven que se encontraba a escasos pasos de él. Jungkook podía ser su hermano menor por solo unos tres años de diferencia. Le caí bien y hasta de cierta forma le admiraba, pero le disgustaba que siguiera tan ciego en cuanto a su jefe y la familia Kim.

Decidió pensar mejor tomando un sorbo de whisky y examinando más detenidamente el semblante imperturbable de Kook pasó a realizar el primer sondeo.

— ¿En serio crees que necesito algo de tu jefe? ¿No me vendría mejor seguir como estoy…?

Su voz tomó un tono casi siniestro mientras le dedicaba una mirada intensa a Kook y el menor supo que la máscara había desparecido por un instante.

—Escucha Kook, en el fondo te aprecio, pero que las migajas de tu jefe sean suficientes para ti no significa…

—¿Y el acuerdo con los Park? Ese que silenciosamente llevas desde hace tres años ¿Por qué sigues aquí a fin de cuentas si no es por dinero?

Interrumpió Jungkook con firmeza.

—Te lo diré claro, le debes la vida al jefe Park y a su hijo. Dentro de poco Park y Kim serán lo mismo. Si no me crees acepta la invitación que gentilmente te estamos haciendo. Todo el que se oponga a nosotros será considerado nuestro enemigo en el futuro. Eso lo sabes hyung y como tú mismo dices, la información es poder, por eso revisa tu sótano más seguido. Verás que nada es lo que parece.

Hoseok se mantuvo en silencio mientras Jungkook apuntaba algo en una de las servilletas del servicio y sonreía casi con malicia.

—Si cambias de opinión y te interesa tener contigo la mano ganadora, nos vemos esta noche.

El menor no dijo más antes de dejar al otro en estado de mutismo y a paso relajado, sin descuidar su espalda, se alejó del reservado. Hoseok por su parte solo chasqueó los dedos y segundos después le acercaron el auricular de un viejo teléfono fijo al estilo colonial.

Lo que escuchó del otro lado de la línea lo hizo maldecir en voz alta. Su informante acababa de dejar de respirar dos horas atrás en la bodega de su depósito. Una sonrisa llenó sus facciones hasta que la carcajada brotó de su garganta. Ese maldito de Jeon había aprobado Química con honores; las intoxicaciones con cianuro eran su especialidad.

—Nuestro bebé ya creció—dijo casi con orgullo.

No tenía que pensarlo mucho. Le convenía andarse con cuidado. Pues si de algo podía hacer gala era de tener visión y aquel chico contaba con todas las condiciones para convertirse en el gran jefe de toda Sur Corea.

Por lo que la posibilidad de convertirse en su futuro consejero no tendría precio. Con esos pensamientos abandonó el reservado no sin antes guardar la servilleta donde la letra de Kook delimitaba el código para aquella noche.

Fuera del local Jungkook repasaba cada detalle de la noche anterior y se felicitaba por haberse separado del grupo de hombres que a última hora habían sido convocados a sofocar el siniestro en la constructora.

Su prioridad era Abi, pero cuando Seok Jin le comunicó lo que sucedía en el depósito, la curiosidad y algo más lo impulsó a desobedecer su deber para con la hija de Kim, descansando sus certezas en el trasmisor que ella llevaba en la pulsera, y ahora todo aquello daba sus frutos.

De haber acompañado a la joven durante toda la noche no hubiera tenido la oportunidad de robarle la carta a Hoseok antes siquiera de que este pudiera aparecer como el buitre que era, para limpiar la evidencia y conseguir la mejor parte del pastel.

Aquel joven que se separó del grupo de supuestos vándalos estaba casi al borde del colapso nervioso cuando el arma de Jungkook le apuntaba a sus sienes. Poco le bastó para hacerse en sus pantalones y de no ser el Jeon Jungkook del presente le habría tenido hasta lástima.

Solo eso bastó para que el contrario le contara que los Lee pretendían seguir lanzando aquellos ataques aparentemente incongruentes sobre los clanes Kim y Park hasta que la guerra comenzara entre ellos. De esta manera se aseguraban incrementar el ingreso de activos al país de forma casi imperceptible mientras la competencia se engullía mutuamente.

Eso lo había deducido Kook comprobando la típica marca en la ceja izquierda que compartían los recién iniciados del mencionado clan. Solo bastó susurrarle a aquel pobre diablo que todo estaría bien y minutos después dejarle inconsciente de un solo culatazo con el arma.

Lo del envenenamiento era solo un daño colateral. Una vez obtenida la información Kook se dirigió a su jefe, el patriarca de los Kim, y este supo anticipar con astucia cuál sería el próximo movimiento en el ajedrez.

Si Hoseok se rehusaba como lo hizo en un inicio, a firmar su pacto de exclusividad con ellos y los Park, solo tenía que presionar un botón en su celular y sus hombres terminarían el trabajo con precisión. Y de esa forma había marchado. Lo único que le sabía mal a Jungkook era la ambición de su jefe.

Aquello parecía suficiente, pero en un mundo donde nadie confía puramente en el otro, porque eso implicaría estar con la boca llena de hormigas bajo la vía de Dangsan, los acuerdos se cierran con sangre y aquí entraba el mayor trago amargo para el joven.

Abi… su alegría y su cruz a partes iguales. Abi se iba a convertir en un trofeo para intercambiar con los Park y por eso Jungkook no quería estar presente en la dichosa gala de beneficencia. No quería ni por asomo imaginar el desenlace mientras su protegida iba hacia el matadero con los ojos vendados.

Él era el más hipócrita de todos al sonreírle y alentarle cuando todo el mundo de la joven descansaba sobre las dulces mentiras del señor Kim. Si ella solo imaginaba lo que él era capaz de hacer a estas alturas, si ella solo fantaseara con el peligro de estar a su lado, quizás no le doliera tanto. Quizás no fuera tan pesada su carga.

HOMEBOY

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