•LEXI•

Ni siquiera sé qué estoy haciendo aquí. Quiero decir, necesitaba relajarme un poco, beber y pasarlo bien, olvidar que me están a punto de desahuciar, pero en vez de eso me estoy estresando cada vez más.

Necesito salir de aquí.

Es tarde y no tengo coche, pero esto lo he hecho más de una vez y nunca han intentado violarme o nada parecido. Y si veía a alguien extraño en la calle echaba a correr. Problemas de no tener vehículo propio.

Paso por la marea de cuerpos sudorosos, intentando llegar hasta la jodida salida antes de morir ahogada, cuando un chico con una gorra de béisbol me llama la atención. Parece decidido a esconderse, y después de unos segundos coge una bolsa que le da un hombre y se aproxima hasta la salida. Cuando pasa a mi lado sé exactamente quién es.

El ídolo de mi hermana, ahora no recuerdo su nombre... ¿Pameron Dallas? No, no creo que se llame así. Maldito alcohol.

¡Cameron Dallas! Eso es. ¿Pero qué hace él en una fiesta ilegal y con una bolsa que parecía contener...? Oh, Dios. Oh. Dios. Mío. ¡Acabo de encontrar la solución a todos mis problemas!

O quizás no. Lo que estoy a punto de hacer, la idea que ha empezado a formarse en mi cerebro, es tan descabellada y cruel que por un segundo pienso en dejarlo, irme y olvidarlo. Sin embargo, mi mente vuelve a las advertencias de desahucio, a la cara de Tina si se enterase de que he fallado, al hecho de que, si me echan de casa, voy a tener que volver con mi madre y Josh...

No. No puedo hacerlo, no puedo volver.

Lo sigo mientras la idea se forma en mi mente. Tiene sentido y puedo hacerlo, puedo conseguirlo.

Voy a una distancia prudencial, hasta que él se para, respira, y se sienta delante de una mesa. Coloca unos polvos blancos en su dedo e inhala, y ese es el momento en el que saco mi móvil y empiezo a hacer un vídeo y, después, fotos. Una parte de mí quiere haberse equivocado: que él pare, levante la cabeza y no sea quién creo que es, pero ya es demasiado tarde para tirarme atrás.

Cuando termina, Cameron se gira hacia mí, y en sus ojos se logra ver el pánico y la confusión cuando me ve con un teléfono en la mano.

Yo me acerco hasta él, sonriendo, y le cojo la gorra ante su mirada estupefacta.

— Vamos a ser grandes amigos, Míster Perfecto. Ya verás.