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Capítulo 8

Manjirō observó con un tic nervioso a Keisuke siguiendo a un gato de un lado a otro como si fuera un niño pequeño, todo con el objetivo de atraparlo. Asustaba a las personas que pasaban por ahí, pero no parecía molestarle porque estaba muy concentrado en su persecución. No había sido broma eso de venir a por el animal.

Bastante cansado de ver a su mejor amigo hacer el ridículo de ese modo apartó sus ojos de él y los posó sobre Mirai y Midori. Algo cálido lo envolvió al encontrarlas frente a la jaula de los tigres. Ambas observaban deslumbradas a los felinos de pelaje blanco como la nieve.

Midori se encontraba de puntillas, apoyada en la reja baja que las separaba de la jaula, sus orbes brillaban cuáles dos luceros, emocionados e impactados. Mirai, por su parte, tenía sus manos entrelazadas en su zona trasera, derecha, tranquila, tan elegante que no parecía la torpe MiMi.

Mikey caminó hasta colocarse junto a su hija, dejándola en el medio. No podía parar de observar a la pequeña.

—¡Mira, mira! —exclamó Midori, jalando suavemente la sudadera de su padre. Por un momento lo miró, pero luego volvió a clavar su vista en uno de los leopardos bebés, quien recibía por parte de su madre contantes lamidas en la cabecita—. ¿Qué está haciendo?

Mirai soltó una risita antes de contestar—. ¿Nunca has escuchado que a los gatos no les gusta el agua? Piensa en los leopardos y leones como gatos gigantes. Así bañan las madres a sus crías.

—Ya veo... —susurró la Sano fascinada. Su boquita se quedó ligeramente abierta mientras vislumbraba con atención cada movimiento de los animales.

Mirai alzó la vista solo para descubrir que Manjirō lo había hecho igual, ambos habían estado observando a Midori. Cuando sus ojos se encontraron se dedicaron una sonrisa sincera.

En ese instante una increíble idea se le ocurrió a la castaña.

—Ya sé —dijo, segundos antes de comenzar a buscar en su bolso algo.

Manjirō y Midori divisaron pacientes a la Hoshizora zambullirse en una ardua búsqueda. Les sacó una carcajada ver cómo Mirai era descuidada hasta para eso, lanzaba de un lado a otro las cosas y desordenaba todavía más su cartera.

La desesperación de Mirai solo aumentaba a cada segundo que pasaba. Sus acompañantes esperaban por ella, así que debía apresurarse. Tras casi dos minutos de búsqueda —y gracias al señor— logró su cometido.

—Vamos a tomar fotos —añadió, mostrándoles su móvil. Sin esperar respuesta por parte de los Sano, comenzó a caminar unos pasos lejos del par. Luego se volteó a verlos y les sonrió—. Ri-chan, Jiro-kun, dense un abrazo súper amoroso.

Por un momento Mikey se quedó en blanco, sin saber muy bien que hacer. Dar un abrazo era simple, no tenía tanta ciencia, pero desde que había llegado Midori, ellos no habían tenido ese tipo de acercamiento. Ni un abrazo, ni una foto. Hasta él mismo se consideraba tonto por ponerse nervioso con una tontería como esa.

Sus dudas se disiparon al ver a la pequeña bajar de la reja y colocarse a su lado. Ella estaba de acuerdo, un poco sonrojada y apenada, pero de acuerdo. Así que utilizando esto como fuerzas, se colocó detrás de su hija, se acuchilló, la jaló hasta que la espalda de la nena chocara contra su pecho y la abrazó de los hombros.

—¡Sonrían! —pidió Mirai, justo antes de apretar el botón y sacar la foto. Tomó dos o tres por si la primera no había quedado bien—. ¡Quedaron preciosas!

Cuando la acción estuvo hecha, Manjirō debía soltar a Midori, mas por alguna razón no quería hacerlo. Entre sus brazos sentía que podía protegerla de todo, que no se alejaría de su lado, era tan cálido y estaba tan agusto. Tuvo que armarse de valor para ponerse nuevamente en pie.

Mirai trotó dónde Mikey mirando su teléfono. Casi se tropieza en el camino, pero logró mantener el equilibrio y llegar a su destino. Con mucha ilusión y una gran sonrisa le mostró al pelinegro su obra.

—A que están hermosas —dijo orgullosa, mirando como Manjirō pasaba las fotos desde su móvil.

—La verdad es que si...

—¡Tengo el gatito! —gritó Kaisuke, haciendo acto de prescencia.

Todos alzaron la vista para verlo delante de ellos. El chico tenía sus cabellos revueltos, llenos de hojas y ramitas. Su cara estaba magullada y cubierta de arañazos, pero eso no era suficiente para que no estuviera portando una gran sonrisa. Sus ropas también eran un desastre total, rasgadas y sucias. El gato en sus manos se revolvía y lo aruñaba desesperado por ser liberado.

—Pero... Baji-san —regañó Mirai, mientras recogía su teléfono. Veloz fue donde su vecino, dispuesta a socorrerlo.

—¿Qué? —preguntó el aludido, sin comprender la preocupación de la castaña.

—No se ve grabe —murmuró Mirai, ignorando la cuestión. Se hallaba examinando los rasguños en las mejillas de Keisuke. Otra vez comenzó a buscar algo en su bolso. Esta vez sacó una cajita de colagenasa —una crema muy útil contra rasguños— y comenzó a untarlo con la mayor delicadeza del mundo sobre el rostro del hombre.

—Eso es increíble —añadió Midori, acercándose para ver la hazaña de su amigo. Sus ojitos examinaron al felino, que al sentir las buenas vibras de las dos féminas dejó de revolverse, lo que le permitió pasarle la manito por la cabeza y acariciar sus orejitas. Le dio toda la ternura escuchar al animalito maullar agusto.

—Me costó, pero ahora es mío —confesó Keisuke, completamente orgulloso.

—Tanto revuelo por ese gato, pareces un niño —dijo Manjirō, caminando despacio con las manos en sus bolsillos—. Debería ser una vergüenza para tí que mi hija de siete años sea más madura que tú.

—Calla, Mikey. ¿Estás buscando pelea? —espetó, moviéndose bruscamente, a raíz de esto una de las uñas de Mirai rozó con fuerza una de sus heridas. Se le escapó un gruñido, y casi suelta al gato—. ¡Ay!

—¡Lo siento! —sinceró la fémina, apenada y con las mejillas rojas como un tomate.

—No te disculpes, es su propia culpa —refutó Manjirō, sonriendo socarronamente.

Keisuke no dijo nada, tan solo lo fulminó con la mirada. Ante eso no tenía nada que objetar. Las cosas como son, había sido él quien había provocado el incidente, Mirai solo era un ángel preocupado.

—Baji-kun... —llamó Midori, alzando su vista—. Por allá habían leones. Son como gatitos, pero con una gran melena.

—Gatitos con mucho pelo ¡Vayamos a verlos!

—¿Cuál es la obsesión con los gatos? —farfulló Mikey, con los ojos en blanco. Seguramente a Chifuyu le hubiera encantado ir.

—Esto ya está —concluyó Mirai, guardando la crema. Esbozó una gran sonrisa y se acomodó el cabello detrás de la oreja, hoy lo traía suelto y la brisa hacía de las suyas para despeinarla—. Vayamos a por esos gatitos.

—¿Tú también, MiMi? —inquirió Manjirō, anonadado y traicionado.

No hubo respuesta para el protagonista, quien no tuvo más remedio que presenciar como todos pasaban de su existencia y formaban una fila con el objetivo de ir a la región de los leones. Ni siquiera entendía porque había que ir tan lejos si allí mismo habían leopardos. Cuando la tripulación se puso en marcha su cerebro procesó y recordó algo importante.

—MiMi —la llamó, impidiendo que ella diera un paso más. Cuando la chica se volteó él se aproximó. No podía ver su propio rostro, pero estaba ligermante sonrojado. Revolvió sus cabellos y miró al cielo, apenado.

—¿Qué sucede, Jiro-kun? —La muchacha inclinó su cara en señal de duda y pestañeó un par de veces.

—Dame tu teléfono... —dijo, intranquilo. Se rascó la nuca y al fin la miró—. Ya sabes, para lo de las fotos.

—Oh. —Mirai no dudó ni un segundo en tomar su móvil y extendérselo.

Mikey observó la seriedad de la castaña y supo que no se trataba de ninguna broma. Que inocente y tierna era. Tuvo que empezar a reir, provocando curiosidad en la mujer.

—MiMi, me refería el número de teléfono —corrigió rápidamente, entre carcajadas.

—Ah... —Mirai sintió su rostro arder con furia. Tuvo que darse media vuelta y taparse la cara por la vergüenza—. Pero específica, por favor.

Nada detuvo las risas de Manjirō en ese momento, ni siquiera las constantes quejas y reproches graciosos de Mirai. Ella intentó por todos los medios hacer que dejara de burlarse de su persona, pero fue completamente imposible. Ni siquiera cuando intercambiaron números —porque hasta ese momento no lo habían hecho— él cesó sus sonoras carcajadas.

Después de eso se reunieron con Midori y Keisuke. La verdadera mañana comenzó allí, con la disputa constante del padre y su amigo por la atención de la pequeña. Mientras Midori y Baji parecían encajar muy bien naturalmente, Midori y Mikey tenían un vínculo muy fuerte y se habían estado conociendo durante bastante tiempo.

Ahora le tocó a Mirai enternecerse con la escena de un padre celoso porque alguien a parte de él tenía la atención de su hija. Manjirō hacía pucheros cada vez que Kaisuke y Midori hablaban, se quejaba por lo bajo cuando arrastraban a su pequeña lejos de él, inclusive sonreía como un niño cuando ella le preguntaba hasta la más trivial de las cosas. En fin, parecía una persona nueva e insegura, como si todo lo que alguna vez había sido Mikey hubiera desaparecido ese día.

Midori no tenía caprichos y no era capaz de pedir por si sola nada, pero Manjirō se encargaba de complacerla sin necesidad de que ella lo dijera en voz alta. Le compró unas palomitas y un jugo, consiguió souvenirs de la visita —una camisa con el logo del lugar y un remolino de viento—, la llevó a ver el espectáculo de los hipopótamos. Se dedicó a hacerla todo lo feliz que se pudiera hacer a alguien en un día.

Keitsuke, hubo un momento en que entendió que debía dar a esos dos su espacio, así que con el tiempo terminó alejándose un poco para que Manjirō pudiera acercarse más a su hija. En cambio el acarició su gatito y trató de hacerse su amigo. Parte de él también estaba orgulloso de lo mucho que había evolucionado Manjirō en poco más de un mes. Era increíble, y como mejor amigo debía reconocerlo.

Mirai se encargó de fotografiar todos y cada uno de los momentos, desde los más importantes hasta los más tontos. Ella hacia eternos los recuerdos de aquel fantástico día en el único lugar en donde se puede detener el tiempo para siempre, una fotografía.

Ese día Midori regresó a casa con una sonrisa de par en par, contenta mientras abrazaba su remolino, con su camisa puesta aunque le quedara grande. Había creado increíbles experiencias junto a su padre.

Keisuke había seguido su rumbo hacia su departamento. Moría de ganas por llegar, llamar a Chifuyu y celebrar juntos su nuevo gato para la colección. Desde que ambos habían descubierto su amor por los felinos se habían hecho grandes amigos.

La despedida del Baji dejó a Mirai, Midori y Manjirō completamente solos mientras ascendían al segundo piso. Al pasar tanto tiempo juntos últimamente habían aprendido a llevar largas conversaciones.

Los Sano dejaron a Mirai en la puerta de su casa y se dispusieron a ir a la suya, pero antes de poder hacerlo la castaña recordó algo importante que debía decirle a Mikey.

—Jiro-kun, hay algo que me gustaría hablar contigo —confesó. Le dedicó una sonrisa a la pequeña Midori que la observaba sin comprender y con suma delicadeza peinó sus cabellos.

—¿Qué sucede, MiMi?

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Palabras del autor:

Buenas noches, o lo que sea desde el país que me leen uwu

Amo a Baji, regresa Baji, te extraño ;-;

Yo actualizando tres mil años después? Nah. Esa no soy yo. Yo siempre actualizo en tiempo :)

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Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿

~Sora.

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