Capitulo 15
Manjirō le dio vueltas a la llave de su departamento alrededor de su dedo anular con destreza. Ya había aparcado su moto y estaba a tan solo escasos pasos de ingresar en el edificio comunitario. Regresaba del trabajo y estaba bastante agotado.
Había sido un día bastante jodido y concurrido en la tienda. Le dolía hasta la clavícula y solo quería llegar ya a casa para tomar un descanso. Se estaba muriendo. Se había esforzado de más para comenzar a ganar más dinero, si quería mantener a Midori y darle algunos lujitos tenía que ponerse las pilas.
Pero todo el cansancio que venía acumulando Mikey desde temprano en la mañana se esfumó abruptamente al presenciar la maravillosa escena —nótese el sarcasmo— que se extendía ante sus ojos. Detuvo sus pasos bruscamente y se cruzó de brazos como un niño pequeño. Frunció el ceño, esbozó la mayor expresión de desagrado que podía hacer, dio pequeños toquesitos en el piso impaciente y chirreó los dientes. Sí, estaba notoriamente celoso.
La pequeña Midori se encontraba inclinada hacia adelante, mirando con un peculiar brillo en sus ojos el perrito que el revoltoso niño nuevo en el barrio estaba sosteniendo. Ella estiraba una de sus manitos con la intención de acariciarle la cabeza al animal, pero la recogía velozmente cuando este hacía el ademán de lamerla.
—¡No tengas miedo, Moe no muerde! —exclamó Haruto, agarrando al perrito con fuerza y colocándolo más cerca de Midori. Dibujó una sonrisa gigante y cerró sus bellos orbes dorados—. Además, si lo hiciera no te dolería, todavía no le salen sus colmillos.
La rubia pestañeó par de veces insegura. Se sonrojó por un instante y, armándose de valor, colocó sus dedos sobre la piel cubierta de pelos del perro. Comenzó a masajear su cien y poco a poco fue haciéndose de más confianza. De un momento a otro tenía un semblante de felicidad. Una gran sonrisa se abrió paso. Era una de esas pocas veces en la que en realidad parecía una niña.
—Es muy lindo —confesó, acariciando debajo de su oreja. Le sacó una risita ver al animal ladrar contento.
—Cárgalo —sugirió el varón, extendiéndole a su mascota.
—No podría...
—Claro que sí. Se ve que le agradas —refutó el de dorados orbes, insistiendo.
Manjirō no resistió más esa escena y se aproximó a la jóven pareja. Todo su mal carácter desapareció cuando vislumbró a su hija cargando aquel pequeño labrador. El bicho no podía tener más de dos meses, era negro como el azabache, y tenía unos ojos amarillos parecidos a los de su dueño. Midori se veía hermosa y angelical con él en manos.
—Mikey-kun —llamó la menor, al ver a su padre a tan solo unos pasos. Dobló su rostro sin comprender por qué el hombre tenía una sonrisa de tonto y parecía perdido.
—Oh, es Mikey —comentó Haruto, llevando ambas manos a su cintura—. Midori me ha hablado mucho de tí.
—Pequeño mocoso, trátame con más respeto —exigió el aludido, acucliyándose solo para estirar las mejillas del chico—. Y llámala Sano —escupió al final, harto de ver cómo esa sabandija se había ganado toda la atención de su bebé en tan solo dos días.
—La llamo como quiera —siseó el Hanagaki, forzando una mirada retadora. Una pequeña rivalidad había nacido. Él tenía el temperamento de su madre, y como tal jamás permitiría que nadie le diera órdenes... Nadie exepto su madre.
—Eres muy joven para querer morir —espetó Manjirō, sonriendo de medio lado.
—Y tú muy viejo para hacer estas cosas.
—¿Cómo me has llamado?
—Viejo —respondió Haruto, sacándole la lengua.
Mikey estaba dispuesto a contestarle, pero se vio interrumpido por Midori.
—Mira, Hanagaki-san —dijo como pudo, moviendo su rostro de lado a lado con el objetivo de huirle a la lengua del perrito que le estaba lamiendo toda la cara. Sus risas fueron como música para los dos varones del lugar—. ¿Esto quiere decir que le agrado?
—Por supuesto que sí. Ya te lo dije —contestó el referido, caminando rumbo a Midori. No se apartó sin antes dedicarle una mirada de vencedor a Manjirō.
El Sano farfulló mil maldiciones, se cagaba en el niño del demonio. Midori ya no tenía ojos para él por su culpa. El muy creído se la pasaba con ella todo el tiempo. No lo soportaba.
Pero estaba tan cansado que por hoy lo dejaría pasar.
Se levantó. Dedicó una última ojeada a los dos niños jugando. Al menos lo alegraba ver reír a su hija de ese modo, era lo único bueno que tenía ese Haruto. Sonrió para sus adentros y declaró una tregua por el momento. Solo quería llegar a casa.
Comenzó a subir las escaleras arrastrando los pies. Más de un bostezo se le escapó antes de llegar a su piso. Miró perezoso el pasillo y nuevamente su cansancio se hizo añicos al prescenciar como, justo frente al departamento de Mirai, se encontraba la joven hablando plácidamente con Takemichi.
Ella soltaba risitas de vez en cuando. Él le tocaba el hombro y le sonreía igual. Parecían estar charlando de cosas muy bonitas porque se estaban mirando con unos ojitos que Manjirō no soportaba.
El universo había conspirado en su contra. De tal palo tal hastilla, al fin y al cabo Mikey no aguantaba ni al hijo ni al padre.
Lo sacaba de quicio ver lo cercanos que eran su novia y aquel hombre afeminado. Las dos mujeres de su vida se llevaban muy bien con los Hanagakis. Odiaba ese apellido definitivamente.
—¡Jiro-kun! —Mirai alzó su mano y sonrió con dirección a su pareja. Le hizo un gesto para que la esperara y se volteó a ver a Takemichi—. Nos vemos, Mi-chan. Recuerda lo de esta noche.
—Por supuesto, Mirai-chan. Estaremos encantados —aseguró el ojiazul, dándole un abrazo de despedida. Luego comenzó a caminar hacia su casa, la cual, casualmente, quedaba en el mismo piso.
La castaña se giró sobre su eje y trotó hasta donde estaba Manjirō. Ella se mostró un poco desconcertada al verlo fulminar con la mirada la espalda de Takemichi que cada vez estaba más lejos. Ni siquiera la había mirado.
El Sano se veía muy cansado, se le notaba que le pesaba el cuerpo. Estaba sudoroso. Para colmo tenía unas pequeñas ojeras asomando que prometían crecer próximamente.
—¿Estás bien, Jiro-kun? —inquirió ella, preocupada. Se apoyó en el pecho del chico para ponerse en puntillas y examinar su cara—. No te estás sobreesforzando, ¿verdad?
—No, por supuesto que no —mintió, ahora sí mirándola.
Mirai levantó una ceja, colocó una mano sobre el flequillo el cabello de Manjirō que caía sobre su cara y lo empujó hacia atrás.
—Estás pálido y hoy llegaste un poco más tarde que de costumbre —reprochó la fémina—. No intentes engañarme. Recuerda que soy doctora.
—Pediatra —corrigió él, esbozando una sonrisa de medio lado.
—Esa es la especialidad, sigo siendo doctora.
—Me encanta que te preocupes por mí, MiMi —confesó, colocando ambas manos sobre las mejillas de su pareja, revolvió un poco el rostro de Mirai y le sonrió al ver lo tierna que se veía tratando de separarse—. Pero estoy perfectamente. Yo sé los límites de mi cuerpo.
—Por favor no te hagas daño —suplicó la Hoshisora, sobándose la cara.
—Anda, vamos a casa —culminó, empujándola de la cintura hacia su departamento.
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Manjirō se encontraba recostado al sofá. Estaba sentado, pero todo el peso de su espalda descansaba en el mueble. Tenía los pies tirados por el piso de su departamento y los brazos como muertos sobre los cojines. Estaba mirando al techo mientras recobraba fuerzas. En algún momento había encontrado la paz suficiente para relajarse y recargar energías.
Lo único que se escuchaba era el tic tac del reloj, el sonido del fuego crugiendo y la melodía que tarareaba Mirai. Jamás pensó que algo tan trivial le brindara ese sentimiento tan cálido. Con mucho trabajo dobló su rostro para colocar su mirada sobre la castaña.
Ella tenía un delantal, se veía ridículamente hermosa. Daba vueltas por la cocina preparando la gran cena de esa noche. Saboreaba de vez en cuando lo que estaba haciendo como una niña pequeña. Se le veía animada.
Manjirō sonrió.
—¿Sabes? Aceptaron mi pedido —comenzó ella, todavía trasteando en la cocina. Habló lo suficientemente alto para ser escuchada—. A partir de mañana mi turno comienza a las ocho de la mañana. Así coincidiremos en horarios.
—Me parece fenomenal —sinceró, aunque sin muchas ganas en su voz. Estaba perezoso—. Comenzaba a estresarme el solo poder verte tres putas horas en el día.
—¡Esa boca, Jiro-kun! —regañó Mirai, volteándose con un mohín hecho.
—Más que mi novia pareces mi madre, MiMi —soltó entre risas el pelinegro. La miró de arriba a abajo. Cada día le gustaba más lo que veía.
Mirai esbozó una sonrisa tímida y se giró para seguir en lo suyo. Llámenla loca, pero ella todavía no se acostumbraba a la idea de que estaba saliendo con el chico que le gustaba desde hacía años.
—¿Podrías darte un descanso y venir conmigo aquí? —cuestionó el Sano, dando pequeñas palmaditas sobre el sofá.
—No puedo. Cele y Mi-chan están al llegar y quiero tener todo listo. Ya casi termino —explicó, sacando del horno con dos pantuflas de manos el pollo que había horneado. Lo olió y quedó complacida. No era su fuerte cocinar, pero el esfuerzo había valido de algo.
—Podríamos haber pedido algo a domicilio.
—Hace años que no veo a Mi-chan. Todavía hay muchas cosas que no sé de su vida y me siento contenta de que el destino nos haya vuelto a reunir. Me gustaría hacer algo especial —confesó, colocando la bandeja con el plato fuerte en la meseta. Se quitó los guantes y se volteó a probar la salsa—. Yo fui quien los invitó a comer, siento que es mi responsabilidad hacer algo rico.
Manjirō puso los ojos en blanco. Bien, la pareja Hanagaki en su departamento era algo que le hacía mucha ilusión —vuélvase a notar el sarcasmo por favor—. Solo había aceptado por la carita de perrita contenta que había puesto Mirai cuando le preguntó.
—Me alegra que ellos estén emocionados igual que yo —siguió Mirai, al no obtener respuesta de su novio. Esta vez le dió una ojeada al arroz, gracias a dios estaba blanco y olía de maravilla—. Ayer no pudieron venir porque estaban muy ocupados con la mudanza, pero hoy fue la misma Cele la que me insistió en que nos reunamos. Creo que quiere ser nuestra amiga. Es una buena chica, aunque Mi-chan me ha dicho que da mucho miedo cuando quiere. Ya quiero escuchar su historia de amor. ¿Sabías que Cele se quedó embarazada con tan solo dieciocho años? Mi-chan le rogó que por favor no abortara, que saldrían juntos adelante. Es una historia muy bonita, ojalá y Mi-chan te la cuente.
A Mirai le gustaba mucho hablar y divagar. Era algo que Mikey había notado en el tiempo que llevaban juntos, antes y después de ser pareja. La verdad era que a él le encantaba escucharla, lo hacía atentamente, generalmente sonriendo por las ocurrencias de la joven; pero hoy estaba hablando de Takemichi, y eso lo volvía loco.
Comenzó a caminar en silencio hacia la cocina. Ella seguía hablando y él empeñado en su mutismo.
La castaña colocó la tapa sobre la olla complacida—. Fue gracias al apoyo de-
Las palabras de Mirai fueron cortadas de raíz. La joven había callado al sentir como su cintura era rodeada por las manos de su pareja. El pecho del chico chocó contra su espalda y, totalmente confiado, Manjirō depositó su barbilla sobre el hombro de la fémina.
—¿Jiro-kun? —murmuró confusa, colocando la cuchara en el fregadero—. ¿Qué sucede?
El aludido no contestó, en cambio la volteó con sus manos hasta tenerla de frente.
—¿Estás segura de que tú y Takemichi solo son amigos? No te lo sacas de la boca últimamente
—¿Mi-chan y yo? —cuestionó Mirai, poniendo los ojos en el techo, abrió ligeramente su boca y recordó toda su juventud. Dibujó una sonrisa y asintió consecutivas veces—. Ya te lo dije ayer, Mi-chan es mi mejor amigo. Es como un hermano, en el fondo somos muy parecidos. ¿Por?
—Celos —sinceró Manjirō, quitando un mechón de cabello del rostro de Mirai.
—Pareces un bebé, Jiro-kun —confesó la castaña, dando palmaditas en su cabeza.
Mikey soltó una carcajada. Precisamente que se lo dijera ella era muy divertido. La apretó contra sí y colocó sus labios sobre los de Mirai, saseando los deseos que había tenido desde que la vio hablando con Takemichi.
Ella se aferró al pullover de Manjirō como pudo. El chico había tomado un baño y ahora tenía un aroma esquisito. Trató de seguirle el ritmo que era cada vez más veloz, pero por alguna razón esto no la incomodaba. Adoraba los besos lentos y bonitos, pero estos ardientes y pasionales también tenían lo suyo.
Manjirō llevó una mano al cuello de Mirai para impulsarla aún más y profundizar el beso, si es que eso era posible. Con la otra siguió ejerciendo presión contra su cintura.
Estaba desesperado.
Le había dado tiempo a Mirai. Lo había hecho porque no quería apresurar las cosas y que todo se fuera a la mierda por un calentón suyo, quería respetarla. Ella era muy inocente y eso era algo que no solía gustarle en las mujeres puesto que lo llevaba a tener que actuar lento, precisamente como estaba haciendo; pero por alguna razón esa cualidad de Mirai solía ser una de las que lo volvían loco.
Lo desquiciaba pensar que sería él quien tomaría esa inocencia, y si bien no se despojaría de ella —no quería hacerlo—, la oscurecería un poco. Él no era tonto, experto en sexo durante tantos años al fin y al cabo, sabía a la perfección que Mirai tenía tanta experiencia en ese ámbito como él haciendo vestidos de novia. Otra de las razones por las que debía ir con calma.
No quería presionarla, ni asustarla, mucho menos que pensara que solo quería follársela. Pero estaba perdiendo la cordura. Por primera vez en la vida tenía ganas de hacer el amor, mucho más allá del sexo o dos cuerpos en contacto.
Si Mirai era capaz de hacerlo sentir así con solo un beso, con solo una sonrisa... No podía ni llegar a imaginarse el éxtasis que sería compartir con ella en la cama. Al fin y al cabo era hombre y esos deseos era algo que no podía controlar.
Esa aparentaba ser la ocasión perfecta. Midori andaba jugando con el crío. Mirai estaba dispuesta. No había nadie en el departamento.
Manjirō se separó ligeramente. La observó y se le pusieron los pelos de punta. Era tan hermosa. Volvio a besarla con locura. Con sus manos hizo el contorno del cuerpo femenino de la chica hasta que, luego de volver a apartarse depositó su dedo pulgar sobre el labio inferior de ella, suavemente se desplazó por su boca.
Él mismo se mordió la lengua al escuchar los pequeños y disimulados jadeos que salían del rostro sonrojado hasta las orejas de su pareja. Estaba llevando un ritmo que a ella le costaba mantener y lo sabía.
Acto seguido se dirigió al cuello de Mirai, comenzó a besarla desde su barbilla, dejando una pequeña hilera de besos por toda su piel hasta llegar su clavícula, lugar donde prolongó un poco más el último de estos.
—Ji-Jiro-kun —llamó la joven, apretando con fuerza la tela del pullover del varón. Tuvo que ahogar un gritico cuando sintió como el aludido le bajaba un tirante de su blusa—. ¿Qu-qu-que haces?
—Mirai... —Manjirō alzó el rostro, completamente serio, colocó su frente contra la de la castaña y terminó con voz ronca:—. Te deseo.
La Hoshisora sintió su rostro y estómago arder con furia. Una sensación rara envolvió todo su cuerpo y sintió la necesidad de contestarle que ella también, mas no pudo hacerlo porque, segundos antes, el timbre que anunciaba la llegada de Celeste y Takemichi estaba sonando.
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Palabras del autor:
Actualizaciones rápidas para compensar mi inactividad. Eso y que estamos entrando a mi parte favorita del fanfic y me hace mucha ilusión escribirla, porque es un tema bastante sensible que me gusta tratar.
¡Dejen de interrumpir a Manji y MiMi! ¡Ya es una necesidad!
Si te está gustando la historia vota y comenta para que llegue a más personas ~(˘▽˘~)(~˘▽˘)~
Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿
~Sora.
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