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Capítulo 14


Manjirō terminó de colocar los trastes del desayuno en el fregadero. Tomó un trapo y se dirigió a la mesa para limpiar los rastros de las tortas que habían comido él y Midori. Por último guardó el jugo en el refrigerador, se fijó que estaba lleno de comida y no pudo evitar esbozar una sonrisa complacida.

Agradecía a Mirai por haberlo acompañado a hacer la compra.

—¡Mi-chin, apresúrate, MiMi estará aquí pronto! —exclamó por lo alto, incorporándose frente a los platos, cubiertos y vasos que debía lavar. Se remangó la camisa hasta los hombros y se inclinó ligeramente para comenzar con la tarea. Debía cuidar su vestimenta.

Había decidido ponerse exclusivamente formal para la ocasión. No quería dar una mala primera impresión, así que se vistió lo más elegante que pudo, porque tampoco quería abusar de la formalidad. Un pantalón de mezclilla bien cuidada, acompañado de una camisa blanca con rayas negras por todo lo largo.

En unos minutos se encontraba secándose las manos con una pequeña toalla que había sobre la meseta. Miró el reloj en la pared y agradeció que todavía estuvieran en tiempo. Había pasado toda la vida llegando tarde a todos los lados, y ahora quería estar con antelación en el colegio al que había inscrito a Midori.

Hacía unos días la pequeña le había pedido comenzar a hacer vida normal y asistir a la escuela. Manjirō no pudo estar más felíz y decidió cumplir ese deseo. Mirai se encargó del papeleo y él de todo lo demás, como ir en persona, buscar el uniforme de Midori, etc. Fueron aceptados gustosamente en un local que quedaba cerca del edificio.

En ese instante el timbre del departamento resonó. Él sabía de quién se trataba, por eso aceleró el paso para abrir la puerta. Volvió a dibujar una sonrisa en su rostro al verla.

Mirai se encontraba cabizbaja, mirando con atención su teléfono. En la otra mano sostenía una taza de café, a la que le daba sorbos de vez en cuando. Portaba un lindo vestido color crema, que hacía un contraste perfecto con sus zapatos de tacón bajo blancos y su bata de médico.

Manjirō no pudo evitar pensar que los vestidos sin duda le quedaban de maravilla a la castaña, y suponía que ella lo sabía porque se pasaba la vida con ellos.

Le abrió paso a la joven y se le escapó una risita cuando ella comenzó a caminar sin apartar la vista del teléfono. No pudo contener la carcajada cuando, eventualmente, Mirai tropezó y casi cae el suelo por andar distraída. Afortunadamente la joven fue capaz de incorporarse con los ojos abiertos como platos.

El pelinegro se colocó frente a ella y le dedicó una sonrisa de medio lado.

—Al fin me miras, MiMi —dijo, tomándola de la cintura.

Mirai sintió su rostro arder con furia. Todavía no se acostumbraba a esos acercamientos, ni siquiera se hacía a la idea de que estaba saliendo con Sano Manjirō.

El varón fue a depositar un beso en los labios de su novia, pero terminó haciéndolo en la pantalla del teléfono de ella. Pestañeó consecutivas veces al notar el frío del cristal y se apartó. Dobló su rostro y la observó.

—Lee —simplificó ella—. Estás en todas partes, Jiro-kun.

El aludido arqueó una ceja ante esas palabras. Soltó la cintura de Mirai y tomó entre sus manos el móvil de ella. Pronto se encontró sumergido en la página de Google abierta llena de noticias de su repentina aparición en la mansión.

Ella aprovechó para depositar el vaso plástico de café sobre la mesa.

—"El Sano desaparecido regresa a tomar lo que es suyo". "Sano Manjirō vuelve a casa con una hija dispuesto a asumir sus responsabilidades". "El hijo menor de la famosa Sano, nuevo heredero del negocio". —Fue bajando con su dedo pulgar la página mientras leía en voz alta cada titular—. ¿Y esta cantidad de sandeces?

—Al parecer un periodista filtró parte de la conversación con tu padre —razonó la joven, apareciendo a su lado. Ella también miraba la pantalla.

—Solo le dije al viejo que quería vivir con responsabilidades antes de plantearme un compromiso tan grande como heredar el negocio familiar —corrigió Manjirō, mirando por el rabillo del ojo a Mirai—. No prometí nada. Simplemente dije que no perdería el contacto con la familia y que quería ponerme a prueba a mí mismo en esta etapa de mi vida con mis propios logros.

—Ya lo sé, personalmente estoy muy orgullosa de que antes de aceptar la propuesta de tu abuelo hayas decidido tomarte un tiempo —contestó la castaña, colocando una mano sobre su hombro. Le dedicó una sonrisa sincera—. Pero ya conoces a los periodistas. Viven del chisme, y el chisme es sinónimo de mentira. Obviamente terjiversarían tus palabras.

Manjirō elevó las comisuras de sus labios, formando una expresión traviesa. Tomó el teléfono con dos dedos y lo alzó.

—Si estás tan orgullosa podrías darme una recompensa~ —canturreó, acercándose peligrosamente a ella.

La joven retrocedió torpemente por puro instinto hasta chocar contra la pared. Algo en esa mirada le daba un poco de miedo. Pronto se vio acorralada por su pareja.

—Me merezco esa recompensa, MiMi —murmuró con voz ronca, cerca de su oído.

La referida tragó en seco.

—¿Y qué es lo que quieres? —cuestionó en un hilo de voz.

Manjirō se separó ligeramente para mirarla a los ojos. Esa expresión en el rostro de la castaña le sacó una sonrisa complacida. Mirai era tan pura y noble, tenerla así lo volvía loco.

—Estás a punto de descubrirlo —respondió, colocando una mano al lado del rostro de Mirai, reposando en la pared. Guardó el móvil de la chica en el bolsillo de su bata de médico y la pegó a sí mismo con fuerza. Acercó su rostro lentamente, tan lentamente que sus labios quedaron rozando par de segundos. Se halagó internamente cuando sintió la respiración entrecortada de la joven y se le aceleró el pulso cuando ella se mordió el labio.

Manjirō estaba seguro de que aquello no había sido intencional, que Mirai no se había dado cuenta de lo ridicualmente exitado que lo había puesto ese simple hecho. Ella era demasiado inocente para percatarse de lo que había provocado.

Quería un maldito beso, así que iba a tomarlo. Estaba dispuesto a estampar sus labios contra los de Mirai, pero algo se lo impidió.

—¿Mikey-kun, Mirai-chan? —cuestionó la pequeña Midori desde la puerta que daba al pasillo. Los vislumbró acordándose su mochila—. ¿Qué hacen?

Manjirō se detuvo en seco, pero no la soltó ni cambió de posición. Agachó la cabeza y suspiró.

—Lo vas a dar en clase de anatomía algún día —murmuró, descontento. Tuvo que dejar ir a Mirai. Se revolvió el cabello y posó su vista sobre su hija.

Los orbes azabache del hombre, que siempre se mostraban tan apagados cobraron un brillo ejemplar. Midori estaba portando el típico uniforme de todas las escuelas primarias de Japón, pero en ella se veía tan hermoso. Sintió una inexplicable calidez en el pecho y una paz abrumadora lo arropó.

—Estás preciosa, Mi-chin —confesó, dedicándole una sonrisa.

—Eso es cierto —afirmó Mirai, juntado ambas manos en la zona de su espalda. Tampoco podía dejar de ver a la pequeña.

La niña no pudo hacer más que sonrojarse encogida de hombros. Jugueteó con sus piesesitos con la vista clavada en el suelo y murmuró un pequeño "gracias".

Manjirō ensanchó más su sonrisa y miró de solsayo a Mirai. Era increíble. Midori parecía más hija de ella que de él, se parecían tanto. Esto le daba una felicidad inmensa. Por momentos en su mente ese era el caso, Mirai era la madre biológica de Midori, su hija habría heredado la personalidad de la madre y la apariencia del padre.

—Bueno, tenemos que irnos —informó la castaña, dando un pequeño aplauso. Hoy estaba de muy buen humor.

—¡Si! —contestó Midori, trotando hasta llegar donde su padre.

Manjirō estiró su mano y tomó, entre ella, la pequeña manita de su bebé. Comenzó a caminar de ese modo, no sin antes fijarse una última vez en el reloj de pared. Si todo salía bien llegarían a tiempo.

Fue Mirai la encargada de cerrar la puerta del departamento a sus espaldas, luego ella también tomó la mano de Midori. Afortunadamente las escaleras eran anchas y cabían a la perfección de ese modo.

Algún que otro vecino curioso e impactado asomó la cabeza para llevarse información. Nadie podía creer que Sano Manjirō estuviera centrado en su vida familiar, parecía cosa de magia.

Manjirō y Mirai detuvieron su paso en seco cuando llegaron al recibidor del edificio. Abrieron sus ojos como platos y se miraron, esperando que el contrario tuviera la repuesta al por qué estaba todo lleno de cajas y muebles.

Increíblemente la respuesta entró por si sola al lugar.

Una bella mujer había ingresado al living.  Tenía largos cabellos rosados recogidos en una trenza de lado, unos ridicualmente brillantes orbes dorados, unos labios rojos como la sangre, de tez blanca, con un cuerpo despampanante y una sonrisa hermosa. La chica parecía estar informada de sus curvas, puesto que las resaltaba con su jean ajustado y su blusa de tirantes.

—¡Oh, ustedes deben ser mis vecinos! —exclamó al verlos. Caminó hasta ponerse justo al frente, con ambas manos en su cintura.

—Disculpe mi ignorancia, pero... —Mirai tomó la palabra—. ¿Quién es usted?

—Ah, cierto —susurró la pelirrosa, rascándose la nuca, como si hubiera recordado algo importante—. La verdad es que soy la nueva vecina. Me voy a mudar aquí próximamente. Fue todo muy rápido así que imagino que no están avisados. —Les extendió su mano—. Me llamo Celeste Hanagaki, pero pueden llamarme Sky.

—¿Hanagaki? —inquirió por lo bajo Mirai. Ese apellido se le hacía familiar.

—Sano Manjirō, ella es mi hija Midori, y ella mi novia Mirai —presentó el azabache, entrelazando su mano con la de orbes dorados.

—Hacen una familia muy linda —confesó Celeste, acucliyándose para divisar mejor a la nena—. Y tú eres una niña preciosa. Deberías hacerte amiga de mi Haruto, estoy segura de que se llevarían genial.

—¡Mamá, la encontré! —gritó una voz probiniente de las cajas. De repente la figura de un niño saltando contento con una pelota entre sus manos se hizo visible.

—Oye, ¿qué te dije? Estás desordenado todo —regañó Celeste, cruzándose de brazos. Le dedicó una mortífera mirada a su hijo que provocó que él se encogiera de hombros.

—Lo siento —añadió asustado el pequeño, tragando saliva. Era un travieso sin cura, pero si había algo en ese mundo a lo que le tenía miedo era a su madre enojada, nunca terminaba bien.

—Recoge lo que regaste —ordenó la Hanagaki.

—Pero mamá...

—Recógelo —tajó la pelirrosa.

—Vale. —Haruto suspiró frustrado, antes de volver a meterse entre la pila de cajas. Eso le pasaba por no haber escuchado la advertencia de su padre.

Unos segundos más tardes, estaba entrando otra persona por la puerta. Era un hombre de cabellos azabaches revueltos y ojos azules como el océano. Vestía un simple chandal con unas zapatillas cualquieras. Hablaba por teléfono con alguien.

—Oh, Chi-chan —llamó endulzada Celeste, sonriendo como una verdadera dama. Entrelazó sus manos sobre su regazo y se movió ligeramente de un lado a otro con un notorio sonrojo en las mejillas. Había desaparecido la mujer imponente.

El pelinegro alzó la vista, le dedicó una sonrisa a su esposa y se despidió de la persona con la que hablaba antes de colgar.

—¡Mi-chan! —exclamó Mirai. Soltó a Midori y corrió rápidamente en su encuentro con el aludido. Sin previo aviso se lanzó a sobre él y le dio el mayor abrazo del mundo—. ¡Mi-chan eres tú!

—¿Mirai-chan? —preguntó Takemichi antes de abrazarla de vuelta con una gran sonrisa—. ¡Mirai-chan!

Manjirō chasqueó los dientes y apretó su mano libre en un puño. 

—¿Se conocen? —cuestionó Celeste, arqueando una ceja. Ella también apretaba el puño.

—Sí, Mirai-chan y yo solíamos ser mejores amigos en la preparatoria —explicó el Hanagaki, separándose. Le dedicó una sonrisa a la castaña y miró a su esposa—. Es la hermana que nunca tuve.

—Ah. —La pelirrosa abrió su mano y su expresión perdió tensión. Ahora sonreía sincera—. Así que era eso. Hermanos.

—A mí sigue sin converseme del todo —susurró Manjirō, sin quitarle ojo a Mirai.

Midori alzó la vista para ver a su padre. Se veía molesto.

—Pero, Mi-chan, ¿qué haces aquí? ¿Te casaste? ¿Tienes un hijo? Tienes que contarme muchas cosas.

—Lo siento por no decirte antes. Te lo explicaré todo —dijo él, esbozando otra sonrisa.

—Sí, pero será en otro momento —irrumpió Mikey, caminando con su hija hasta colocarse junto a Mirai—. Porque ahora mío tenemos que irnos o llegaremos extra tarde.

—Oh, cierto. Lo siento, Mi-chan. Hablamos cuando regrese. Tengo que llevar a Ri-chan a la escuela —se excusó la Hoshisora, despidiéndose con un movimiento de manos.

—Así que tú también tuviste una hija —comentó el chico de los ojos azules. Esbozó una sonrisa, mostrando sus dientes.

—Esto... —Mirai sintió sus mejillas arder. Midori no era su hija, mas por alguna razón sintió incorrecto decirlo.

—Hablamos en la tarde, yo también estoy ocupado —halegó el de orbes azules, pasando por su lado. Le dio unos toquesitos en el hombro a su vieja amiga y fue rumbo a reunirse con su familia.

—Hasta pronto.

Mirai terminó de despedirse. Salió del edificio con Manjirō y Midori con una sonrisa de tonta dibujada en los labios, la misma que no se le borró en toda la trayectoria a la escuela.

Después de todo, hacía años que Mirai no veía a Takemichi.

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Palabras del autor:

¿Quién esperó esa entrada de Celeste y Takemichi? ¿Quién esperó ese hijo?

Bueno, les parece que el fanic terminó, pero no es así, falta resolver lo más importante. Y eso es lo que haremos en esta segundo mitad.

¿Les gusta la relación de Mikey y Mirai? ¿Creen que él ya se ganó su perdón o que debe hacer más?

Si te está gustando la historia vota y comenta para que llegue a más personas ~(˘▽˘~)(~˘▽˘)~

Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿

~Sora.

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