Capítulo 12
Emma se encontraba dando vueltas en la habitación. No le importaba que la estilista la estuviera persiguiendo para completar el peinado que se le había quedado a medias. Estaba entre irritada, molesta y triste. Sostuvo su largo vestido por los lados con ambas manos y lo elevó para poder caminar aún mejor. Miró el gran reloj de pared y volvió a maldecir por lo bajo.
Estaba nerviosa como un pitufo fuera de su aldea, como un gato en una perrera, como una cebra frente a un león. Era un manojo de emociones y no sabía cuáles eran más fuertes. De por sí casarse con el amor de su vida ya la tenía intranquila, su querido hermanito no aportaba.
—¿Miraste bien? —inquirió al fin la rubia, deteniendo su paso. Quería pasarse la mano por la cara pero sabía que eso arruinaría el maquillaje que llevaban preparándole desde temprano.
—Señorita Sano, ya he mirado cinco veces —dijo la sirvienta desde la puerta, haciendo una mini reverencia totalmente apenada por no poder darle buenas noticias a esa pobre chica—. Su hermano no se encuentra en el jardín.
—¿De verdad tuve esperanzas de que viniera? —se preguntó a si misma en voz baja Emma. Caminó hasta la silla que quedaba frente al tocador y se sentó con cuidado sobre ella, erguida, lista para continuar con su peinado. No dejaría que Manjirō le arruinara el día de su boda sin estar en ella—. Muchas gracias, Uta.
—Señorita Sano, si me permite añadir, he de decir que todavía quedan alrededor de dos horas para que inicie oficialmente la ceremonia —soltó comprensiva la aludida, observando como la estilista comenzaba a trabajar con los largos y sedosos cabellos de Emma—. Aún hay tiempo para que llegue.
—No son necesarias esas palabras por lástima. Las dos sabemos que mi hermano no iba a poner pie en la mansión Sano ni aunque se lo pidiera el presidente, es esa clase de orgulloso —alegó la novia, mirando su reflejo en el espejo. Hasta ella misma fue capaz de ver en sus ojos un atisbo de tristeza por semejantes palabras, pero no tenía permitido llorar por el bien de su maquillaje y aspecto; sería muy tedioso comenzar de nuevo. Cuando se recompuso miró por encima del hombro con una sonrisa a Uta—. Ya puedes ir a cambiarte y ponerte preciosa para la boda, después de todo nada de esto habría sido posible si no fuera por tus consejos.
Uta había trabajado en la mansión Sano desde que tenía dieciséis años. Su madre tenía problemas económicos y ella los asumió dejando los estudios para mantener a sus hermanos. Precisamente por esta razón, Uta conocía a Emma más que nadie, llevaba cuidándola desde que la joven tenía alrededor de ocho años.
Uta recordaba a los hermanos Sano jugar juntos, sin importar la edad. Shinichiro siempre consentía a los menores y los trataba como un padre, Izana se comportaba como un perro rabioso cuando alguien se acercaba a Emma con malas intenciones, pero la pequeña, de lejos, con quién más unida estaba era con Manjirō. Ella no podía vivir sin él, siempre lo estaba persiguiendo, y él sin duda le pagaba con la misma moneda recibiéndola. Nadie consintió más a Emma que Manjirō, nadie hablaba más con Emma que Manjirō, nadie cuidaba más a Emma que Manjirō. Tenían un lazo realmente poderoso y hermoso
Uta comprendía la desilución en el rostro de Emma a pesar de que se supone que ese fuera el día más importante de su vida. Emma no obtendría su felicidad completa si su hermano no estaba allí. Lo que ellos habían tenido, lo que forjaron, no se borraba con unos tontos años de separación.
—Entendido, señorita Sano —concluyó la sirvienta, haciendo una última reverencia—. Si me disculpa.
En el instante en que Uta se dio media vuelta dispuesta a abandonar la habitación, tocaron la puerta. La sirvienta se volteó a ver a Emma, esperando una orientación por parte de ella respecto a lo que debía hacer. Cuando la joven Sano asintió desinteresada, Uta abrió.
Casi se le cae la mandíbula al piso al prescenciar delante de ella al mismísimo Manjirō. Hacía años que no lo veía, se había transformado en un joven apuesto y robusto. La sorpresa no terminó allí, porque al lado de Manjirō se encontraba una mujer castaña, de hermosos orbes grisáceos, vistiendo un lindo conjunto color amarillo claro. Ambos estaban sonriendo.
—Ha pasado tiempo, Uta —comentó el pelinegro, alzando una mano.
—Sa-Sano... Manjirō... Mikey —susurró impactada la sirvienta.
Emma se levantó de la silla como un resorte, provocando que la estilista dejara caer al piso uno de los adornos para el cabello que le estaba colocando. Caminó lento pero impaciente hasta llegar a ver su hermano.
—¡Mikey! —exclamó eufórica. Abrazó a su hermano del cuello cuando Uta se hizo a un lado y sonrió como tonta con los ojos cerrados—. Pensé que no venías, idiota. No vuelvas a hacerme eso.
—Fue un infierno pasar por encima de mamá y papá para llegar aquí. Agradéceme —dijo el aludido, dándole palmadas en la espalda a su hermana.
Emma soltó una risita y se separó para observar a la joven que acompañaba a Manjirō.
—¿Y tú eres? —preguntó encandilada con la paz que emanaba esa chica. Nunca esperó ver a su hermano mostrando a una mujer en público. Al parecer habían pasado muchas cosas en esos dos meses.
—Soy Mirai Hoshizora, encantada —respondió la castaña, haciendo una mini reverencia.
—El gusto es mío, Mirai-chan —añadió Emma, dándole otro abrazo a la castaña.
—Oye, Emma —llamó Mikey, con tonó divertido. Estaba ansioso por ver la reacción de su hermana.
—¿Si? —inquirió la mencionada, reincorporándose.
—Sé que me dijiste que trajera una acompañante, pero por una vez en la vida se me ocurrió que no te molestaría que fueran dos. —Al ver la incertidumbre que había causado semejante comentario en todos los presentes menos Mirai, Manjirō sonrió sutilmente. Entonces se echó a un lado y miró hacia abajo.
Las cuencas de Emma y Uta casi se salen de sus ojos cuando observaron a una pequeña y hermosa niña quedando al descubierto. Casi se mueren de la ternura cuando la criaturita corrió a esconderse detrás de las piernas de Mikey por las intensas miradas sobre ella.
Midori asomó su cabezita todavía aferrada del pantalón de su padre, le daban curiosidad esas personas. Según Mirai y Manjirō la novia era su tía. Pestañeó consecutivas veces y luego habló.
—H-hola —balbuceó, con las mejillas sonrojadas—. Me llamo Midori Sano.
—¿Pero qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Es lo que creo que es? —preguntó una y otra vez Emma, tratando de atar cabos. La situación la superaba.
—Es justo lo que crees que es. Emma, tengo una hija —contestó Mikey—. Es una larga historia, pero te la contaré cuando te cases con Kenchin.
Emma miró a su hermano y luego a la niña. Se le cristalizaron los ojos y ya no pudo contenerse. Era como ver a una pequeña Manjirō. Estaba tan tierna y bonita. Se agachó sin importarle la blancura de su vestido y estiró sus manos esperando a Midori.
La menor miró a su padre en espera de aprobación, y cuando la obtuvo salió de entre sus piernas para caminar con cuidado dónde su tía. Dejó que los brazos de Emma la envolvieran y sintió como las lágrimas de la mayor le empapaban el hombro.
Emma no pudo contener sus emociones ni aguantar su llanto mucho más. Estaba tan felíz.
—¡Señorita Sano! ¡Su maquilaje! —gritó la estilista, casi que llorando. Había pasado por mucho para dejarla como estaba.
—Tranquila, todavía quedan dos horas para la boda. Se puede rehacer —dijo Uta, colocando su mano frente a la estilista que tenía como objetivo llegar a Emma. Ella no dejaría que nadie interrumpiera ese momento tan hermoso.
—Hola, pequeña, me llamo Emma —murmuró la aludida, abrazando a su sobrina con todas sus fuerzas. Era increíble, esa niña tenía la apariencia de su hermano pero la delicadeza de aquella mujer que lo acompañaba, ¿sería ella la madre?—. Tú padre es un completo idiota, ¿verdad? ¿Te da malos ratos?
—Mikey-kun es muy amable, igual que Mirai-chan —respondió la pequeña cuando dejó de temblar por los nervios. Había descubierto que los brazos de aquella mujer eran muy cálidos, como los de su padre.
—Me alegra oír eso —confesó Emma, peinando los cabellos rubios de la menor.
—¡Oe, Mikey! ¡¿Cómo es eso de que tienes una hija?! —llegó exclamando Izana. Caminó hasta colocarse entre Manjirō y Mirai. Se calló la boca rápidamente al contemplar la escena—. Así que es verdad.
Izana usaba un pantalón de gala color lila claro y su camisa blanca estabs por fuera. Tenía el saco —del mismo color del pantalón— desabrochado, y el nudo de la corbata deshecho, como si se lo hubiera arrancado porque se estaba ahogando. Todo esto mostraba lo rebelde de su personalidad.
—La servidumbre casi nunca miente —Mikey volteó a ver a su hermano mayor.
—No fue la servidumbre la que me dijo. Mamá y papá están histéricos. Dicen que llegaste a la mansión con una niña. No les diste explicaciones pero no hicieron falta, es bastante obvio que es tu hija. Ya dudaba lo que estuvieras aquí, esto de la niña es otro nivel —explicó, crusándose de brazos serio. Se fijó por un momento en que a su lado había una jovencita que parecía acompañar a su hermano. La castaña lo saludó y él le devolvió el saludo con la barbilla. Luego se percató de la magnitud del acontecimiento y se descompuso. Se giró por completo hacia Mirai y abrió los ojos de par en par—. ¿¡Y tú quién eres!?
—Mirai Hoshizora —volvió a decir, sin borrar su inmensa y radiante sonrisa.
—Esto es demasiado.
De todos los hermanos de la familia, el que más mantenía las relaciones con Manjirō era Izana. Se veían cada cierto tiempo y de vez en cuando se sinceraban. Por tanto Izana estaba completamente al tanto, y sabía mejor que nadie, quién era Mikey antes de esos dos meses, por eso lo sorprendía toda esa información de golpe.
—Así que era verdad —comentó otra persona detrás de ellos.
Todos los presentes miraron en la dirección de la que provenía la voz solo para descubrir a Shinichiro. Él era la encarnación de la elegancia. Vestía con su pantalón negro bien planchado y colocado, su camisa perfectamente puesta y el nudo de su corbata hecho como dios manda. No traía saco, esto para poder tener remangadas las mangas de su camisa. En su boca traía un cigarro, pero este no impedía que se vislumbrara su sonrisa.
—Has vuelto a casa, Mikey.
—No iba a perderme la boda de Emma. Ya era hora de arreglar las cosas y madurar —siseó el aludido, esbozando también una gran sonrisa—. Para eso me he traído a mi familia.
—¡Al fin estamos todos los hermanos reunidos! —soltó alegre Emma, elevando las comisuras de su labios a su máximo explendor—. Me alegra ver a Mikey tan próspero y cambiado. Pensé que moriría solo.
—Oye —dijo el aludido transformando su semblante en uno más oscuro.
Los demás Sano, Uta y Mirai comenzaron a reír a carcajadas al prescenciar la reacción de Manjirō. Midori observó a los adultos sin comprender muy bien que pasaba.
—¿Tú también, MiMi? —preguntó indignado a su pareja.
—Lo siento, Jiro-kun. —Fue lo único que pudo articular Mirai.
—Así que tenemos una nueva integrante en la familia —comenzó Shinichiro, rompiendo las risas para acercarse a Midori, quien era sin dudas las estrella del lugar. Antes de entrar por completo a la habitación botó el cigarro en un cesto—. Cuando la prensa se entere tendrán noticias para todo un mes.
—No seas aguafiestas, Shin —farfulló Emma, levantándose del suelo. Ella sabía que era el turno de su hermano mayor para abrazar a la nena—. Que curioso es que de todos nosotros el primero en tener hijos fuera Mikey, nadie lo hubiera pensado.
—Hola, pequeña. Me llamo Shinichiro, y seré sin duda tu tío favorito —saludó el pelinegro colocando sus manitas contra las de Midori. Estaba embobado.
Tras escuchar aquello, Izana le depositó un golpe en la cabeza a su hermano mayor.
—Ni lo sueñes —negó, agachándose justo al lado de Shinichiro—. Ese seré yo.
Allí comenzó una guerra por ver quién llamaba más la atención de la pequeña Sano. Lo que la puso en una situación incómoda, pero se sintió muy querida.
—Mikey... —llamó Emma una última vez, provocando que el aludido apartara la vista de su hija para mirarla a ella—. Sé que es muy repentino, pero, ¿puedes llevarme al altar?
Manjirō sintió que el tiempo se detenía en aquella pregunta. No comprendía cómo después de todos sus errores Emma seguía amándolo de ese modo tan incondicional y leal, siempre al pendiente de él. Ella le había dicho un tiempo atrás que la familia era para siempre, ahora comenzaba a entender que esas palabras eran del todo ciertas.
Shinichiro e Izana divisaron a su hermano menor con una sonrisa sincera en sus labios. Estaban totalmente de acuerdo con la decisión de Emma.
Uta tuvo que contener las lágrimas tras semejante escena, los niños que había conocido en la mansión Sano habían crecido y se habían convertido en adultos. El corazón se le oprimió de la nostalgia cuando imaginó a Emma persiguiendo a Mikey por esa misma habitación ambos pequeños y revoltosos, envueltos en risa.
Mirai trazó una gran sonrisa igual, nunca había imaginado que la familia de Manjirō fuera tan cálida. Estaba feliz de que ese fuera el recibimiento que le dieran. Estaba feliz porque veía en el rostro de Mikey que él estaba felíz.
—Por supuesto —contestó, contagiado por la risa de todos.
Ese sin dudas sería un gran día.
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Palabras del autor:
Creo que era algo obvio que Mikey llevaría a Mirai a la boda, pero weno el pendejo también se llevó a Midori. Poco a poco ese idiota va arreglando sus errores :3
Me encantó poner a todos los hermanos teniendo su momento. Amo a la familia Sano, para mí Izana también es un Sano y se merece la felicidad, y eso lo reflejé aquí, espero que no los haya incomodado.
Emma sos un amor, te mereces la mejor boda del mundo con Ken
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Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿
~Sora.
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