Capítulo 4
Manjirō abrió sus ojos con un inmenso dolor de cabeza que solo se agudizó cuando intentó sentarse sobre la cama bruscamente. Llevó una mano a su cráneo examinando todo a su alrededor, su cerebro aún procesaba. Se encontraba en una habitación muy hermosa, ambientada con un aire natural pero moderno, a través de las cortinas se colaban los rayos del sol. En medio de su viaje para comprobar dónde estaba, encontró acostada a su lado, encogida en la cama doble, a su hija.
Midori, descansaba tranquilamente en el mismo colchón de su padre. Ayer no había tenido el valor para separarse de él, se había asustado demasiado. Su lenta respiración tranquilizó un poco a Manjirō, quien se quedó embobado viendo ese pecho subir y bajar a un ritmo pausado. Algo cálido envolvió su pecho al imaginar a la pequeña preocupada por él, puede que se oyera retorcido, pero al protagonista lo llenó de ternura.
El azabache se inclinó para sacar algunos mechones rubios del rostro de su hija y fue un alivio verla sonreír ligermante, como si supiera de su acción cuando se encontraba soñando. La admiró, parecía un trozo extraído de sí mismo, eran como dos gotas de agua, él estaba seguro de que si fuera una chica tendría esa cara. Se quedó unos minutos allí, mirando a Midori, disfrutando de la armonía que ella le transmitía.
Después de un largo tiempo simplemente mirando a su hija, Manjirō recordó todo lo que hizo ayer cuando el alcohol dominaba sus acciones y se sintió en la necesidad de levantarse. Vale, él era un gran hijo de puta, pero lo que le había dicho se le había ido de las manos, jamás habría mencionado ni la mitad de todas esas cosas sino hubiera estado borracho.
Caminó hasta salir del dormitorio, y el mini pasillo lo llevó a la sala. Primero que nada lo impresionó lo recogido que estaba todo, no entraba a un apartamento así desde hacía milenios; no solo el suyo era un desastre, tampoco es como si el de Baji, Chifuyu o Pa estuvieran mejores, todos eran un auténtico basurero. Lo segundo que llamó su atención fue ver la silueta de la espalda de Mirai del otro lado del sofá, fue fácil reconocerla por su largo cabello castaño y por las circunstancias en las que habían terminado el día anterior.
Mientras daba la vuelta al mueble para poder verla de frente, notó como ella se estiraba. Ya a un lado del sofá guardó silencio divisándola. La fémina se encontraba doblando el cuello con una mano en este, haciendo ver con facilidad que había pasado una mala noche; portaba el mismo vestido del día anterior, solo que más arrugado.
Mirai terminó de masajearse el cuello y solo entonces se percató de la prescencia del Sano. Le sonrió sincera y se puso en pie.
—Buen día, Sano-san —saludó, recogiendo su cabello en una coleta.
—¿Dormiste en el sofá? —inquirió incrédulo el pelinegro. No quería ser descortés, pero ahora mismo le daba demasiada curiosidad ese tema.
Mirai pestañeó varias veces y miró el objeto. Luego volvió a posar su vista en Manjirō—. Si, no podía dejar que te fueras a casa en tu estado.
—¿Y dormiste "tú" en el sofá? —volvió a preguntar, haciendo énfasis en el pronombre personal, todavía más incrédulo que antes.
—Pues si —dijo, sonrojada—. Ri-chan no se quería separar de tí, y tú estabas muy mal. Pensé que lo mejor era que descansaras en una cama, como es debido, con tu hija a tu lado. Espero que estés bien. ¿Te duele la cabeza? ¿Necesitas alguna pastilla? Tengo algunas para la jaqueca.
Mirai caminó hacia la cocina sin esperar palabras por parte de Mikey. Abrió algunas de las gavetas buscando las dichosas pastillas, pero aunque por fuera todo se viera muy bien, en el fondo ella también era una persona regada y a veces se le perdían las cosas.
Manjirō vislumbró a la castaña preocupada por su salud buscando con afán unas pastillas que él no había ni dicho que necesitaba. La siguió hasta sentarse en una de las sillas que habían frente a la meceta que hacía función de mesa. De vez en cuando Mirai se llevaba una mano al cuello y se quejaba en voz baja del dolor.
Una inminente culpa lo atacó. Ayer la había tratado como el culo, le dijo cosas horribles y ella solo le había pagado con amabilidad. Lo había acogido en su hogar, le había dejado su cama y aguantó como toda una mujer todas las barbaridades que salían de su boca.
—Me alegra que no hayas vomitado —comentó la chica, sonriendo. Al fin había encontrado la tableta de pastillas, y ahora sacaba dos, se las extendió y llenó un vaso con agua para tendérselo también—. Puede que no pudieras ponerte en pie, pero por suerte no afectó a tu cuerpo de forma graves. Es un alivio. Cuando te acostaste en la cama no te despertaste más hasta hoy. Eres un borracho muy obediente —añadió entre risas.
—¿Cómo sabes que no te llené el baño de toda esa mierda y que no te llevarás una sorpresa cuando me vaya? —cuestionó Mikey, con una sonrisa, antes de llevarse ambas pastillas a la boca y tragar. Quería darle un poco de comedia al ambiente.
Ella se encogió de hombros y miró al piso con las mejillas sonrojadas—. Porque estuve cuidándote toda la noche.
Manjirō casi sintió que se atragantaba con el agua de la impresión por aquella simple pero potente respuesta. Toció varias veces y la miró. Entonces cayó en ese pequeño detalle del que no se había percatado hasta ese momento, se suponía que Mirai tuviera trabajo de noche, ¿había faltado solo por cuidarle una borrachera que no era su responsabilidad?
—Mirai, no fuiste a trabajar —comentó obvio, con los ojos abiertos de par en par.
—No, llamé a una amiga y le dije que no iría —respondió la fémina. Hizo pequeña pausa para un bostezo y luego prosiguió—. No te preocupes, de todas formas me hacía falta un descanso, los últimos días había estado viviendo al límite, posiblemente solo me haya aprovechado de tu situación para justificarme a mí misma poder faltar al trabajo y dormir como es debido. Además, ayer fue viernes, el día perfecto para faltar al trabajo.
Manjirō colocó el vaso sobre la meceta, sin dejar de mirarla. ¿Dormir como es debido? Pero si había pasado toda la noche cuidándolo y se acostó en el sofá de su propia casa, en el cual por cierto era obvio no había podido disfrutar de un sueño bien conciliado. ¿Quién demonios podía dormir como era debido en esas condiciones?
—¿Quieres café? —cuestionó la castaña, decesperada por cambiar de tema. Sin esperar contestación alguna colocó su cafetera en el fregadero y sacó el café, lista para prepararlo. Entonces un movimiento brusco la hizo retorcerse del dolor. La verdad era que tenía el cuello jodido a más no poder. Soltó la cuchara que había tomado y se llevó la mano al cuello para apretarlo, quería arrancárselo. Mirai odiaba con todas sus fuerzas los dolores musculares.
Manjirō suspiró y soltó una risita antes de ponerse en pie. Se sentía culpable como el culo, así que dió la vuelta a la meceta para colocarse detrás de Mirai. Tomó las manos de la chica y la obligó a alejarse de la zona adolorida, entonces, con sumo cuidado comenzó a masajear el cuello de la joven. Vio como el sudor descendía por esa pálida piel, la cual era ardiente, y se obligó a tragar en seco. ¿Había mencionado ya que las mujeres eran su debilidad? Acababa de descubrir que inclusive Mirai tenía eso que lo hacía querer echársele encima de la forma más pervertida posible.
—Eres muy tosca contigo, no me creo que seas médico —dijo él, cerca de su oído—. Tienes que hacerlo así.
Morai palideció allí, se le pusieron los pelos de punta y los pies le temblaron. Su cara era un tomate maduro. Tuvo que girarse mientras retrocedía nerviosa, pero dichos nervios le jugaron una mala pasada cuando no la dejaron medir con exactitud la distancia que separaba su cintura de la encimera, y su tosco brazo entre movimientos bruscos —como había mencionado Manjirō— terminó tumbando la cafetera y el paquete de café.
Mirai casi llora ahí mismo. Se agachó veloz a recogerlo, pero su frente chocó con la de Mikey, quien había hecho lo mismo. El golpe le dolió tanto que tuvo que llevar ambas manos al lugar del impacto. Miró a su acompañante con los ojos cristalizados y las cara roja.
—MiMi, eres muy torpe —comentó Manjirō entre carcajadas, como si no hubiera quedado lo suficientemente claro.
—Me lo dicen mucho, si —añadió ella, sobándose la frente mientras inflaba un moflete en modo de reproche. Todavía agachada se fijó en los granos de café exparcidos por el piso y suspiró, alzó con desdén la bolsa y la miró con un atisbo de desilusión—. A la mierda. Era mi favorito.
—Mirai —llamó Manjirō, bajando la mano de la aludida para que pudiera verlo. Cuando sus orbes negros como la noche chocaron con la plata en aquella mirada le sonrió sincero, por primera vez en la historia—. Lo siento, por todo lo que te dije y todo lo que te hice pasar, no te lo mereces.
La castaña sintió su corazón latir con fuerza, tanto que parecía que se le saldría en algún momento —así como los ojos de sus cuencas—. Trató de tranquilizar su pulso, y cuando lo hubo hecho le sonrió igual.
—No es eso lo que quiero oir, Sano-san.
El mencionado alzó una ceja con incertidumbre—. ¿Entonces qué?
Ella fue a decirle, mas antes de que pudiera articular la siguiente palabra una vocesita la interrumpió, impidiendo que fuera realmente sincera.
—¿Qué hacen?
Ante aquella cuestión, Manjirō y Mirai voltearon a ver a Midori parada justo al frente de ellos. La niña se tallaba los ojos, los cuales se encontraban entrecerrados, sus cabellos estaban despeinados igual y su ropa hecha un desastre. Todo parecía indicar que acababa de despertar.
—¡Nada! —exclamó la Hoshizora, poniéndose de pie como un resorte. Corrió en dirección a Midori y se inclinó para poder verla. Era evidente que el sonrojo en sus mejillas solo había empeorado ante la idea de ser descubierta por la hija de Manjirō—. ¡Buen día, Ri-chan!
—¡Buen día, Mirai-chan! —dijo vivaz la pequeña, sacando fuerzas y energía de sabía dios donde. Hasta hacía dos segundos estaba adormilada y ahora rebozaba de vida—. ¡Buen día, Mikey-kun!
—Buen día —repitió el aludido, poniéndose en pie.
—¿Quieren desayunar? —preguntó Mirai, juntando ambas manos cerca de su rostro—. Pueden desayunar conmigo si quieren.
—No, ya deberíamos regresar. —En cualquier otra situación, con cualquier otra persona, Manjirō jamás se hubiera opuesto a esa propuesta, es más, se le hubiera ocurrido a él; pero ya bastantes estragos había causado en esa casa como para seguir exprimiendo el zumo de la amabilidad de Mirai. Sabiendo todo esto tomó a su hija de la mano y se dispuso abandonar el local, más algo se lo impidió. Cuando volteó encontró a la castaña aferrada a su pullover, con una mirada decidida.
—Quédense, considéralo es mi pago por cuidarte ayer —exigió, soltándolo—. En realidad no es ninguna molesta. Una de las razones por las cuales acepté cuidar a Ri-chan fue porque no conozco a muchas personas. Tengo todo este departamento solo para mí, y aunque sea pequeño, sin nadie dentro de él se siente muy vacío. Por favor, acompáñenme, al menos hoy.
—Mikey-kun —dijo la pequeña, jalando el pullover de su padre desde el otro extremo. Cuando obtuvo la mirada del mismo hizo un puchero—. ¿Podemos quedarnos con Mirai-chan aunque solo sea hoy?
Manjirō tragó en seco, dos chicas le habían tendido una mortal trampa de ternura para lograr lo que ambas querían. No podía decirle que no a esa carita tan bonita que tenía su hija, era como decirse no a sí mismo. ¿Desde cuándo era tan débil?
Cedió porque no había otra opción, no se la dejaron. Así que, tratando de ayudar a Mirai, ambos prepararon un desayuno, no estaba tan sabroso, pero era comestible. Mikey se sintió orgulloso, porque por primera vez en la historia, con la ayuda de Mirai, había podido hacer algo en la cocina que, aunque no sabroso, al menos no envenenaba solo de verlo, eso ya era un gran paso.
Palabras del autor:
Capítulo 4 y por fin obtenemos un acercamiento por parte de Mikey y la nena. No me abucheen plox, trataré de dar aún más ;-;
Mikey va a tener que pasar mucho trabajo para que le perdonemos lo pendejo que estuvo. ¿Quien conmigo? 🤚🏻
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Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿
~Sora.
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