Capítulo 19
Manjirō se peinó el cabello nervioso. Ver a Mirai correr de lado a lado organizando su departamento no ayudó a calmar su ansiedad. Empezó a dar pequeños toques con su pie en el piso. Puso los ojos en el techo y comenzó a recitar en voz baja el discurso que había planificado su novia para él.
Punto tras punto, fue repasando saberse con certeza absolutamente todo. Jamás en su vida había estado tan preocupado por la impresión que tuviera de él una persona, pero allí estaba el destino, demostrándole que nadie se imagina lo que podría llegar a pasar.
Se puso blanco cuando sintió el sonido del timbre. Miró a Mirai buscando fuerzas, ella estaba peor. La chica se había dejado caer en uno de los butacones de la sala con los ojos abiertos de par en par, sudando por todos los poros y tiesa como una sardina muerta. Al menos unas risas se había logrado echar Manjirō antes de tener que pararse a abrir.
Midori salió de su habitación y caminó hasta el pasillo, pero no se adentró en la sala. Se quedó apoyada en la pared y asomando ligeramente su cabeza toda tímida.
Momentos más tardes Mikey se encontraba frente con frente a un apuesto chico. Era alto, más que él. Tenía el cabello azul celeste, largo, recogido en una coleta baja. Además, sus ojos eran idénticos a los de su hermana, profundos, brillante, gigantes. Vestía elegantemente, con un pantalón color cian y una chaqueta a juego, tenía una camisa negra y una corbata blanca.
—Buenas tardes —dijo Yuukine, esbozando una pequeña sonrisa.
—Buenas tardes —repitió Manjirō, luego de tragar en seco. Durante unos segundos se quedó mirando al joven sin saber muy bien qué hacer, analizándolo.
Profesional sí se veía, adulto no tanto. Parecía graduado desde hacía muy poco
Después de darse cuenta del ridículo que estaba haciendo gracias a que el contrario ensanchó su sonrisa en un semblante tenso, Manjirō pestañeó consecutivas veces, se hizo a un lado y dejó pasar al hermano de Celeste.
Y desde ese momento, Yuukine empezó a hacer su trabajo. Examinó la casa, el techo, el piso, el orden, los muebles, todo. Cuando el dueño lo guío hacia la sala se fijó en la cocina y lo limpia que estaba. Antes de sentarse en el sofá dio una ojeada a todas las vistas que lo rodeaban. Las condiciones del hogar eran tan importantes para criar un niño como el ambiente en la familia. Finalmente tomó asiento satisfecho con lo que veía y le dedicó una sonrisa a la joven pareja. Colocó su meletín sobre la pequeña mesita que quedaba al frente del sofá, sacó su teléfono de su bolsillo y lo depositó también ahí.
Manjirō tomó asiento en la otra esquina del sofá, cerca del butacón dónde estaba Mirai. Ella extendió sus manos y las entrelazó con las del chico. Ambos estaban nerviosos.
Yuukine también examinó la química de esos dos como pareja y cómo se veían. Debían ser una familia funcional, eso también era fundamental.
—Tú debes ser Mirai —comenzó el peliazul. Sabía que lo primero que debía hacer era ponerlos cómodos y romper tensiones, si no lo hacía la conversación se podría tornar difícil—. Celeste me ha hablado mucho de tí.
—Ah, ¿si? —inquirió la castaña, dibujando una sonrisa por primera vez.
—Sí, mucho mucho, la verdad —siguió, abriendo su meletín para comenzar a buscar algo dentro. No tardó mucho en encontrar una pequeña cajita, de la cual sacó un par de lentes que se puso rápidamente—. Celeste les tiene mucho aprecio. No me vean como un trabajador social, véanme como un amigo. Yo los voy a ayudar.
—Muchas gracias. No sabíamos qué hacer —confesó la joven. Mirai y Mikey habían quedado en que sería ella quien llevaría las riendas, más que nada porque era la más madura.
—Es normal. Cuando un padre se entera de que su hijo sufrió abuso tiende a reaccionar violentamente y eso lo perjudica mucho a la hora del juicio. Fue muy cuerdo decidir buscar ayuda profesional, gracias a eso tenemos el caso prácticamente ganado —explicó el chico, sacando ahora unas carpetas.
Manjirō cerró los ojos, esbozó una sonrisa y apretó su agarre sobre la mano de la Hoshisora. Agradecía eternamente haberla tenido ahí ese día para detenerlo, a ella y a Midori. Si llegaba a ponerle una mano encima a Honoka jamás podría defender que tenía las condiciones mentales suficientes para criar una niña, eso lo sabía, pero acababa de confirmarlo.
—Me gustaría aclarar varios puntos y hablar muchas cosas con ustedes sobre la demanda, pero primero que nada, ¿puedo ver a la niña? —cuestionó, colocando todo el papeleo sobre sus piernas.
—Por supuesto —contestó rápidamente Mirai, poniéndose en pie para ir en busca de Midori.
—Por favor, no le hagas demasiadas preguntas, ella... —susurró Mikey, tenso y preocupado.
—No te preocupes, sé lo difícil que puede ser esto —tranquilizó Yuukine, con un semblante serio, pero relajado—. Confía en mí.
—Mira quién está aquí —informó Mirai, regresando con ambas manos sobre los hombros de Midori mientras caminaban juntas, la niña delante.
—Hola, Midori-chan —llamó el de orbes dorados inclinándose ligeramente hacia adelante para poder verla mejor.
La mencionada se encogió de hombros e hizo una reverencia. Por un momento se quedó mirando los orbes del mayor.
—Son como los de Hanagaki-san —comentó por lo bajo, apuntando a los ojos dorados del Izumi, con las mejillas sonrojadas.
—Es porque Haruto y yo somos familia —respondió Yuukine, haciendo a un lado los papeles para poder ponerse más cerca de la niña.
Midori no se sintió intimidada porque tenía a Mirai detrás de ella. Por alguna razón, cuando estaba con su papá o con la castaña, se sentía protegida.
—¿Tú también eres un Hanagaki? ¿Eres hijo de Cele-san? —preguntó, curiosa.
—No, yo no. —Yuukine dejó escapar unas risitas y peinó la coronilla de la cabeza de la niña con delicadeza—. Soy su hermano. He venido para hablar contigo.
—¿Conmigo? —inquirió la rubia, entrelazando sus manos sobre su pecho.
—Sí, contigo. Vine para ayudar a tu papá y a Mirai-san a que hagan pagar a la persona que te hizo daño. Pero para eso yo necesito tu ayuda. ¿Crees que puedas ayudarme?
Midori miró a Manjirō, luego a Mirai. Tomó mucho aire y se atrevió a caminar dónde Yuukine, separándose de la castaña.
—Bien, sé que va a ser un poco difícil, pero necesito ver tus cicatrices.
—Son feas —dijo rápido la niña, abrazándose el hombro con una mano. Se le cristalizaron los ojos y sus mejillas se coloraron un poco.
—No, no lo son —negó rápidamente el peliazul, extendiendo una mano—. Son tuyas, y todo lo que sea de una niña tan bonita como tú tiene que ser hermoso.
La pequeña Sano sintió algo muy cálido. Una sensación rara la envolvió, y de repente, tenía plena confianza en aquel desconocido. Estiró su mano y la colocó sobre la del chico.
Yuukine sonrió en respuesta y levantó la manga del abrigo que tenía la menor. Con cuidado examinó hasta el más pequeño rasguño y, ciertamente, se veía muy mal. Celeste no le había hablado de la mangitud del maltrato. Se acomodó los lentes y miró nuevamme a Midori.
—¿Eras feliz con tu mamá? —cuestionó.
—No sabía lo que era la felicidad hasta que conocí a papá —contestó la niña.
Aquello fue más que suficiente para Yuukine. Elevó las comisuras de sus labios a su máximo explendor y miró a Manjirō.
—Tenemos un largo camino por delante, pero créeme, con esto tenemos sufiénciente para meter a la madre de tres a cinco años en prisión. Y lo más importante, quitarle la custodia por completo y solicitar una orden de alejamiento de la niña.
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Mirai tarareó feliz una melodía a medida que sus pasos la acercaban a la escuela de Midori. Ese día había salido un poco más temprano y quería darle la sorpresa a la niña. Estaba extremadamente feliz.
Lo de la noche anterior había sido un éxito. Yuukine había asegurado que tenían el caso ganado y que todo lo que iban a solicitar se les daría sin ningún problema. Manjirō estaba de muy buen humor, eso la contagiaba más todavía.
Entró por la puerta principal hasta el patio, lugar dónde jugaban los niños que quedaban.
A Mirai le dio mucha ternura ver a Midori relacionándose. Estaba huyendo de otro niño que intentaba atraparla. Hasta le dio pena romper la escena.
—¡Ri-chan! —gritó, alzando su mano con una gran sonrisa.
Escuchar a Mirai provocó que Midori se detuviera. No esperaba que la fueran a buscar tan pronto, pero no se quejaba. Dibujó una pequeña sonrisa de lado y se despidió de los chicos de su clase. Fue trotando hasta el árbol donde estaban arrecostadas todas las mochilas y recogió la suya. Por último se dirigió hacia la castaña.
Al encontrarse, Mirai tan solo ensanchó su sonrisa y le extendió su mano. Midori la tomó y comenzaron a caminar juntas.
Esa tarde hacía una brisa muy fresca. El clima era cálido, pero sin ser caluroso.
Al pasar por frente a la maestra, Midori se despidió con su mano y la otra hizo lo mismo.
Antes de poder salir, la figura de otra mujer se adentró en el local. El tiempo se detuvo. Las sonrisas se borraron. El cuerpo de la pequeña comenzó a temblar y se ocultó en los pies de Mirai.
Honoka estaba caminando dando zacandas hacia ellas. Su expresión daba miedo. Estaba vestida con una falda pegada, corta, negra y con una blusa top del mismo color, tenía unos tacones rojos que combinaban con el innecesario y gran cinturon del mismo color.
—¿A dónde te llevas a mi hija, maldita zorra? —escupió, deteniéndose frente a Mirai. La miró por encima del hombro masticando su chicle.
—A casa —contestó la castaña, alzando su mentón. Colocó una mano sobre la cabeza de Midori para tranquilizarla. No le importaba cómo la hubiera llamado.
—¿Qué casa? ¿Tú quién eres? —preguntó. Pero antes de que Mirai respondiera soltó una carcajada amplia y alta. Llevó ambas manos a su cintura y la miró despectivamente—. Ya sé, eres el nuevo entretenimiento de Mikey.
Mirai no respondió, en cambio frunció el ceño.
—Mira, se ve que eres buena chica, así que voy a advertirte. Él solo se acerca a las mujeres por diversión, cuando se aburre de ellas las abandona todas enamoradas. Y por lo que veo... —Le echó una rápida ojeada de arriba a abajo—. De tí se va a aburrir pronto.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir? Si no te importa, estoy apurada —siseó la Hoshisora, tratando de comenzar a caminar, pero el pequeño empujón que recibió en el hombro por parte de Honoka se lo impidió y la obligó a regresar a su lugar.
—Encima de que decido tener un acto de buena voluntad —susurró la rubia mayor, luego de soltar un bufido—. A ver, pedazo de ingenua. Eres fea, flacucha, demasiado blanca, pequeña, no tienes curvas, tienes un horrieble sentido de la moda y me juego la vida que nunca has chupado una polla en tu vida. Mikey debe estar contigo porque perdió una apuesta o algo parecido. Anda, dame a Midori y aprovecha para huir ahora.
—Mirai-chan es mucho más bonita que tú —añadió veloz Midori, sacando su cabecita por el lado de los pies de la castaña. Tenía una mirada furiosa.
—¿Que dijiste, mocosa malcriada? —cuestionó Honoka, alzando una ceja. Escupió su chicle—. Deja que regresemos a casa, voy a darte un castigo como nunca antes. ¿No te he enseñado que en las conversaciones de adultos los críos no se pueden meter? Anda que ya te has llevado varias palizas por ser maleduca-
Antes de que Honoka pudiera terminar, un fuerte golpe en su mejilla la hizo virar el rostro. La piel le ardió y se sobó la zona sin moverse mucho. Cuando se incorporó vislumbró incrédula a Mirai. Nunca esperó que esa mosquita muerta se atreviera a golpearla.
Al parecer la mosquita no estaba tan muerta como ella pensaba.
La castaña tenía el rostro rojo por la furia, de sus ojos descendían lágrimas y respiraba entrecortado, tratando de calmarse.
—No me importa lo que digas de mí, pero te prohibido que hables mal de Jiro-kun o Ri-chan —espetó la joven, secándose bruscamente las lágrimas—. No le hables nunca más en la vida a Ri-chan. No la mereces.
—Te vas a enterar... —farfulló Honoka, alzando su mano. Intentó devolverle la bofetada a Mirai con todas sus fuerzas, pero fue detenida antes de poder hacerlo.
Cuando se volteó, hastiada por la interrupción, todo su semblante se convirtió en uno de temor al atisbar a Manjirō, con su muñeca entre su mano. Él la mirada con los orbes muertos.
—No se te ocurra tocarle un pelo a Mí Mirai, o te juro que esta vez no me va a detener nada —dijo él, con voz baja, seria, ronca.
El pequeño niño con el que había tenido sexo en la adolescencia Honoka había desaparecido por completo. La persona frente a ella daba mucho miedo.
La rubia se separó bruscamente y forzó una sonrisa.
—Comenzó ella —se excusó, señalando su mejilla—. Yo solo le dije que te amaba. Menos mal llegaste Mikey, el otro día no me dejaste terminar de hablar.
—Honoka, quiero que te alejes de mi familia —tajó él, dando dos pasos hasta colocarse frente a Mirai. Extendió su mano y le mostró a su ex amante los papeles que tenía en ella.
—¿Qué es esto? —preguntó anonadada Honoka, tomando los papeles. Le temblaron las manos tanto que terminó por arrugar las hojas. De repente tenía aún más temor que antes.
—Es una demanda por abuso de menores, la siguiente hoja es una solicitud de orden alejamiento y la de atrás la solicitud para obtener la custodia total de Midori —explicó, pausadamente. Ahora era él quien la miraba por encima del hombro—. Te voy a meter en la cárcel, Honoka. Nunca en la vida volverás a ver a tu hija, ni a mí, y lo que más te duele, no tendrás ni un quilo de mi familia. Hazte un favor a tí misma y no me des más testigos y pruebas contra tí —añadió, apuntando con su barbilla a la profesora que observaba la escena con ambas manos sobre su boca.
—Mikey... —llamó ella, llorando, lanzó las papeles al piso y se tiró al suelo a abrazar los pies del azabache—. Perdóname. Por favor.
—Por lo que le hiciste a Mi-chin, por tus insinuaciones con Mí Mirai, por ser tan interesada. —Manjirō no se movió ni un centímetro—. No voy a perdonarte ni aunque estés pagando la eternidad en el infierno.
Palabras del autor:
Sé que es repentino, pero el próximo capítulo es el final. Solo quedaría el epílogo.
Bien, para quienes leen Wabi Sabi, aquí está lo que todos esperábamos, a Mirai abofeteando a Honoka. Yo soy felíz.
Midori defendiendo a Mirai por encima de sus temores es supremacy. Mikey es supremacy. Y bueno... MiMi.
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Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿
~Sora.
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