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Capítulo 11

Manjirō esperó pacientemente a que Mirai reuniera valor de espalda para poder encararlo. La miraba impaciente, pero le daba su tiempo. Él entendía el temor de la joven, su reputación y lo que había demostrado ser con las mujeres no eran para menos. Cuando ella suspiró, aumentó la fuerza de su agarre sobre su mano.

Mirai se volteó, fingiendo una gran sonrisa.

—¿Qué sucede, Jiro-kun? —inquirió, haciéndose la desentendida—. ¿A qué te refieres con evitarte?

—Me has estado evitando días, desde aquel momento... —contestó el protagonista, soltándola.

—No sé a qué te refieres —dijo, con tanta naturalidad que por un instante el mismísimo Manjirō dudó si era cierto. Ella era experta en mentir, y ahora mismo, si quería mantener su relación como estaba con el chico del que estaba enamorada, debía hacerlo. Mirai sabía que sería rechazada, y aunque añoraba escuchar la respuesta de los labios de Mikey, prefería hacer como que aquello nunca había pasado para poder permanecer a su lado, solo necesitaba recuperarse y las cosas volverían a ser igual.

—MiMi... —soltó en forma de reproche.

—Lo siento, Jiro-kun, pero mi turno comienza pronto y no quiero llegar tarde —añadió la fémina, sonriendo de par en par mientras caminaba marcha atrás, sabiendo que aquello podía provocar un accidente debido a su torpeza.

—Tu turno no empieza hasta dentro de una hora —corrigió Manjirō, alzando una ceja, ya un poco más indignado. Lo frustraba que él estuviera haciendo de todo por acercarse y aclarar las cosas y la respuesta de Mirai solo era escapar. Todo lo madura que la había considerado ese tiempo se desmoronó, al parecer hasta la castaña podía actuar como una niña en ocasiones—. Hablemos, será rápido.

—Lo siento, yo... —Lo pensó un momento, se le estaba desmoronando la excusa. Detuvo su paso y miró al techo del edificio, buscando alguna cuartada—. Tengo cosas que hacer.

—Las puedes hacer en otro momento. Esto tiene prioridad.

—Son muy importantes.

—Mirai.

Escuchar su nombre de aquel modo en forma de regaño obligó a la pequeña a encogerse de hombros y borrar su gran sonrisa. Jugueteó con sus pies en el suelo y respiró lento, otra vez en busca de fuerzas.

—Es que no lo entiendo, Jiro-kun —susurró de repente, con la voz apagada—. No entiendo por qué tienes la necesidad de hablar de eso.

—No puedo fingir más que no ocurrió —respondió el aludido, rascándose la nuca. ¿Así de aterrador se veía él para ella?

—Si puedes, esfuérzate un poco más —siseó Mirai, agachando aún más su cabeza. Hoy, más que nunca, era incapaz de mantenerle la mirada. Jamás había estado tan asustada—. Para mí es suficiente como estábamos, no necesito más. Perdón por las cosas que dije, te juro que no las volveré a decir. También te prometo que no volveré a portarme distante, y que ayudaré con Ri-chan en todo lo necesario. Por eso... Por eso por favor finjamos que eso nunca ocurrió.

—No quiero olvidarlo, Mirai —refutó, acercándose dónde la chica. Por el rabillo del ojo observó como Hinata asomaba a la puerta de su departamento junto a su compañera de cuarto. Por el otro lado también estaba Chifuyu, que sostenía a un gato con la mano y con la otra le tapaba el osico para que no maullara. Por supuesto que en ese edificio no habría intimidad, menos en la puerta principal. Se olvidó de las demás presencias y fijó su vista sobre Mirai, la pobre chica que miraba al suelo como única escapatoria.

—No quiero escucharlo, Jiro-kun. —Se aferró a su bolso y cerró los ojos con fuerza.

—¿Por qué? —cuestionó, esbozando una sonrisa al verla tan tierna.

—Porque me da miedo. Puedo fingir que nunca ocurrió, puedo hacer como hasta ahora sin problemas, puedo tragarme mis sentimientos y fingir naturalidad; pero lo que sí no puedo hacer es volver a mirarte a los ojos sabiendo que no sientes lo mismo por mí. No podría. Prefiero la incertidumbre, es mucho más esperanzadora.

—Hagamos algo —sugirió de repente el pelinegro, con la mirada de un gato. Tenía una sonrisa traviesa, la cual había puesto aprovechando que la chica no lo miraba. La tomó del mentón y la obligó a alzar la vista para que sus orbes se encontraran—. Ya que tienes tanto miedo al rechazo, no voy a darte una respuesta si no es positiva. Si no siento lo mismo que tú simplemente haremos como que no ocurrió, ya que soy un hijo de puta tan grande que por no perderte sería capaz de obviar tus sentimientos.

Mirai sintió un picor extraño en sus ojos, por un momento se le cristalizaron. Sintió que el lagrimal se llenaba de agua dispuesto a dejarla escapar, pero ella las retuvo. Siempre había sido una llorona, mas si iban a fingir que nada ocurrió, bajo ningún concepto podía mostrarle su debilidad. Usó todo el coraje que había estado reuniendo desde que se encontraron allí para asentir y dibujar una sonrisa.

Manjirō elevó las comisuras de sus labios a su máximo explendor y sonrió igual.

—Pero si siento lo mismo que tú, aquí y ahora te voy a dar una respuesta —añadió, tomándola por sorpresa.

Ella balbuceó varias cosas sin sentido. Lo miró, miró sus manos. Se puso intranquila. No sabía que significaba aquello, mas cuando fue a preguntárselo, él juntó sus labios con los suyos en un profundo beso. Quedó en blanco y sin saber que hacer, aquello sin duda la había tomado por sorpresa. Ni siquiera pudo contestar el beso, no le dió tiempo a procesarlo.

Manjirō separó sus labios, pero se mantuvo cerca del rostro de Mirai, vislumbrándola. Se veía tan tierna tratando de descifrar que había pasado.

—No tengas miedo, MiMi —le dijo, sacando algunos de los mechones del cabello alborotado de la joven de su rostro. Ella era un desastre y casi nunca se peinaba debidamente—. Más miedo que tú tengo yo, y estoy dispuesto a arriesgarme.

Mirai miró a Mikey en silencio. Había quedado muda, no sabía cuándo podría volver a hablar. Sus manos le temblaban, como las pequeñas manos de una niña a la que acababan de darle la mejor noticia del mundo, una niña que no terminaba de asimilar su felicidad, una niña asustada por lo que seguía a aquella noticia, una niña temerosa pero ansiosa.

Lo observó mientras se separaba. Permaneció en el lugar completamente estática, viendo como Manjirō retrocedía para comenzar a dar vueltas en círculos revolviéndose el cabello, ni él se creía lo que había acabado de hacer, al parecer estaba recapacitando.

Mikey se había movido y había hablado por puro instinto. Eso no pasó desapercibido para Mirai, quien todavía temblaba ahí, de pie, teniendo que el hombre del que estaba enamorada hubiera cambiado de parecer.

Después de dos largos minutos de silencio, con varios ojos curiosos sobre ellos, Mirai vislumbró al pelinegro voltearse en su dirección. Tragó en seco cuando él comenzó a caminar para acercarse nuevamente a ella. Ahora necesitaba desesperadamente esa respuesta.

No hubieron palabras. En cambio, cuando volvieron a estar frente con frente, el Sano introdució una mano en el bolsillo de su pantalón, dispuesto a sacar un viejo sobre arrugado, el cual le extendió a Mirai.

A la chica le pareció ver qué, en la oscuridad de la noche que entraba por el gran portón iluminada por las luces del edificio, la mano del varón temblaba más que la suya.

Examinó el sobre algo dudosa, todavía sin saber qué hacer o decir. Todo era demasiado confuso. El papel no parecía tan antiguo, tendría algunas semanas como mucho, lo que si estaba era mal cuidado, seguramente Manjirō habría lavado el pantalón con él adentro. Sonrió para sus adentros cuando lo imaginó olvidando la existencia de aquel sobre durante mucho tiempo.

—Es la invitación a la boda de mi hermana —explicó, al ver que Mirai no reaccionaba. La joven se mostraba absorta en sus pensamientos, y él necesitaba que los liberara—. Me dijo que llevara a alguien conmigo.

—¿Me... Me estás invitando? —inquirió la castaña, tomando el sobre. Divisó a su compañero, al ocurrir el choque de miradas alzó una ceja y frunció el ceño algo dudosa—. Ni siquiera sabía que tenías una hermana.

—No iba a ir. Hace dos meses la vida no me importaba mucho. Amo a mi hermana, pero hasta hacía poco podía más mi ego que las ganas de estar presente en su boda —resumió, rascándose la nuca apenado. El recuerdo de la persona que había sido ahora lo atormentaba y lo hacía cuestionarse varias de las decisiones que había tomado en su vida—. Es una larga historia.

—Mi turno no empieza hasta dentro de una hora —recordó Mirai, elevando las comisuras de sus labios a su máximo explendor. Si había algo que le gustaba en ese mundo era tener momentos de acercamientos con Manjirō. Él siempre se mostraba fuerte y estoico, nunca dejaba apertura a la debilidad, escucharlo y sentirlo abrirse de ese modo eran privilegios que solo ella y Midori habían tenido.

—Mis padres son dueños de una gran empresa. Crecí toda mi vida con la presión de ser el heredero, si bien tengo dos hermanos mayores, mi padre se obsesionó con que fuera yo quien estuviera en la cabeza de la familia. Me harté, MiMi. Me cansé —confesó, forzando una sonrisa. Le revolvió el cabello a Mirai y dejó su mano en una de las mejillas de la joven—. No fue muy maduro de mi parte, y si lo pienso ahora solo es una ridiculez. Pero comencé a llevarle la contraria a mis padres y a mi abuelo, solo por diversión, porque era un adolescente complicado. Me empecé a involucrar con muchas mujeres, comencé a llegar borracho a casa, incluso llegué a drogarme.

Mirai abrió los ojos de par en par. Su sonrisa se borró rápidamente y llevó ambas manos arriba de la de Mikey, apretándola contra su mejilla.

—No había una razón, simplemente quería hacerlo, y como era un estúpido y nadie podía detenerme, lo hice. Las peleas aumentaron cada vez más, Emma trataba de hacerme entrar en razón, mi madre igual. Izana y Shinichiro intentaron patearme el trasero, pero no lo lograron. Nuevamente la inmadurez pudo más que yo y me fui de casa para terminar aquellas discusiones tontas. Llegué a este edificio y comencé una nueva vida lejos de mi casa—dijo, recordando con cuidado todo lo que narraba—. Hace poco mi hermana me contó que se iba a casar con mi mejor amigo. No quería ir para no encontrarme con ellos. No quería que vieran lo mierda que es mi vida.

—Jiro-kun, eso no es ciert-

Mirai intentó hablar, mas Manjirō la detuvo, retomando su charla.

—Ahora si quiero ir, porque tengo a Midori, porque te tengo a tí. —Acarició con delicadeza la tersa piel del rostro de la castaña—. Mi vida ya no es una mierda. Sé que no he hecho nada, y que todo lo bueno que tengo llegó por si solo, pero quiero mostrarle a mis padres, a mis hermanos, a toda mi familia, que hasta alguien como yo puede tener su propia felicidad. Desde que ustedes dos llegaron todos los días son un desastre, pero es el mejor desastre del mundo. Ni siquiera sé por qué te cuento toda esta mierda.

—Es muy bonito, Jiro-kun —murmuró Mirai, conmovida—. Todos tenemos derecho a equivocarnos y hacer locuras en nuestra juventud. Es normal en el proceso de adolescencia, para algunos la necesidad de adrenalina es más grande que para otros, no es tu cul-

Manjirō volvió a callar a Mirai, pero esta vez con un beso. Cuando la chica comenzaba a hablar de psicología o medicina era casi que imposible hacer que se detuviera.

—No quiero que justifiques las tonterías que he hecho, ya están hechas y son irremediables. Lo que quiero es que vengas conmigo a esa estúpida boda para que me ayudes a demostrarles a todos que hasta alguien tan estúpido como yo es capaz de encontrar su estabilidad —pidió, contra sus labios—. Nunca he querido intentar este tipo de cosas con nadie, pero nunca había encontrado a alguien como tú. Me gustas, MiMi, me gustas de un modo intenso y jodido. No he dejado de pensar en tí en todo este tiempo. Haces que quiera hacer las cosas bien.

—También me gustas, Jiro-kun —sinceró la joven, con una sonrisa de tonta.

En ese instante se miraron, ambos comprendieron el deseo del contrario y acercaron sus labios para juntarlos otra vez, pero el sonido de un sollozo se los impidió. Los dos protagonistas voltearon en la dirección de la que provenía, solo para encontrar a Hinata en la puerta de su departamento soplándose la nariz con un pañuelo.

—¿Estás llorando? —preguntó su compañera de cuarto, con el ceño fruncido.

—Es que es mu-muy boni-ito —lloriqueó la Tachibana, inacapaz de completar la oración sin balbucear. Se volvió a soplar la nariz.

—Regálame uno de esos, Hina-chan —solicitó Chifuyu, uniéndose donde las dos féminas. Tenía los ojos llenos de lágrimas y le goteaban algunos mocos de la nariz.

—¡¿WTF, que pasa contigo?! —exclamó Alice, mirando al tercero—. Estás horrible.

—Estoy orgulloso —corrigió, tratando de limpiarse la cara con el dorso de su mano—. Mikey está creciendo.

—¿Si saben que estamos viendo y escuchando todo? —cuestionó Manjirō, tomando de la cintura a Mirai para apegarla a él.

—Son tan bonitos —dijeron los tres a la vez, con los ojos llenos de lágrimas.

Mirai y Mikey se miraron con una sonrisa. Negaron divertidos por la actitud de sus vecinos y amigos. Culminaron la acción con un beso, sin importarles quienes los estuvieran observando.

Ahora, los sentimientos de Mirai al fin eran correspondidos, y Manjirō había aceptado que estaba dispuesto a intentar madurar.

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