Capítulo 1
La cabeza de Manjirō todavía trataba de procesar lo que estaba sucediendo. Habían pasado solo escasos segundos en el mundo exterior, pero en su mente transcurrieron largos minutos atando cabos. Tampoco había que ser una eminencia para saberlo, la niña era idéntica a él, primera pista; aparentaba tener siete u ocho años, lo cual coincidía con la cantidad de años de las que hacía que había tenido una aventura con Honoka, segunda pista; Honoka había ido hasta allí con la pequeña, tercera pista; y la típica frase "tenemos que hablar" que siempre había venido acompañada de malas noticias, pista definitiva.
Iba a contestar cuando sintió como unas llaves caían cerca de allí. Giró su rostro buscando la razón de aquello y, encontró a tan solo unos metros, acumulados en el pasillo y con los ojos y oídos bien abiertos a toda la vecindad, eran tantos que fue imposible contarlos. Al parecer las noticias volaban rápido. Observó a Baji darle un zape en la cabeza a Chifuyu cuando este se levantó después de recoger las llaves de su apartamento; habían sido descubiertos por culpa de su descuido.
De pronto unas manos chasqueando los dedos se colocaron delante de la cara de Manjirō, lo que lo obligó a voltearae de vuelta hacia Honoka, quien exigía atención de forma prepotente.
—No tengo tiempo para esto, así que no le daré más vueltas al tema —dijo la fémina, apartándose para darle un empujón —nada sutil— a la niña—. Iré directamente al grano porque imagino que sabes de qué te voy a hablar. Mikey, esta es tú hija, se llama Midori.
Manjirō bajó la cabeza para ver a la niña. La pobre criatura tenía la mirada cargada de trisiteza en el piso y se jalaba el gran suéter para tapar por completo sus manos. El acto de su madre casi la había llevado a tropezar, lo único que había impedido su caída fueron los pies de su padre. Habiendo visto que el desprecio de Honoka si afectaba a la menor, Manjirō volvió a subir su cabeza.
—No pareces muy sorprendido, me alegra, me ahorra muchas explicaciones —prosiguió, irritada con el silencio de su ex amante—. Fuimos unos descuidados y los errores que cometimos hicieron que naciera ella. Desapareciste y luego me enteré de que estaba embarazada y que me habías dejado con una cría completamente sola. Tuve que dejar los estudios, ganarme la vida haciendo trabajos sucios y abandonar todas las comodidades que me ofrecía la vida. Mis padres me echaron de casa y adquirí mil responsabilidades más. Lo menos que puedes hacer por mí después de tantos traspiés es quedarte con esto.
—¿Simplemente me la vas a dejar? —inquirió Manjirō, de lo irreal que era la situación hasta daba risa—. ¿Así sin más?
—Yo he cargado con ella siete largos años, te toca joderte un poco —musitó Honoka, mirándose las uñas—. Llámame dentro de siete años.
Antes de que el Sano pudiera objetar, aceptar o halegar nada al respecto, Honoka ya había dado media vuelta en el lugar. El rubio vio alejarse a la de azules orbes con un andar orgulloso, de igual modo miró a los del vecindario y les ordenó con un movimiento de manos que se separaran y le abrieran paso, todos —completamente asombrados— hicieron caso omiso.
Manjirō miró nuevamente a su hija. Era una pequeña cosita encogida, vestida como de invierno cuando estaban en primavera, con largos y despeinados cabellos que cubrían gran parte de su cara, dejando a la vista solo uno de sus ojos. Temblaba. Estaba indefensa. Dejada atrás por la persona que le dió la vida con un desconocido.
El protagonista se revolvió los cabellos y se agachó. Buscó qué decir, pero no encontraba palabras. Las cosas habían sucedido a una velocidad inhumana, hasta hacía literalmente dos minutos era un desgraciado sin familia y ahora resultaba que tenía una hija. Podía poner en duda la palabra de Honoka porque siempre había sido una perra mentirosa, pero hasta él sabía que aquel ser era su descendencia, lo podía apreciar en esa oscura mirada que era el reflejo de la suya, inclusive en aquel característico brillo de soledad que parecía haber sido heredado; lo podía apreciar en esos cabellos de la misma tonalidad que los suyos, en ese rostro que parecía calcado al suyo.
Las palabras se enredaron en su boca. Realmente ni él sabía cómo se sentía respecto a la noticia. Miró por el rabillo del ojo a sus vecinos, todavía parados en el mismo lugar a la espera de lo que diría. Todos eran unos chismosos. Tocó a su hija del hombro y se levantó para entrar a su departamento, hizo un gesto con su barbilla de que pasara ella también, y cuando la cría lo hubo hecho cerró de un portazo.
Al fin algo de privacidad.
Manjirō volvió a revolverse sus negros cabellos inseguro. Miró al techo y esperó una respuesta que sabía no llegaría, luego bajó la vista para ver de nuevo a su hija. La niña seguía en el mismo lugar, frente a la puerta, encogida de hombros y realmente indecisa; parecía un pequeño pedazo de porcelana roto.
—Te llamabas Midori, ¿verdad? —inquirió, poniéndose a su altura.
La pequeña asintió.
—A partir de ahora vivirás conmigo —prosiguió, al ver que no obtendría contestación alguna. Eso era más difícil de lo que esperaba—. Lamento el desastre.
La pequeña negó.
—Me llamo Manjirō, pero puedes llamarme Mikey, llamarme papá tan rápido podría ser incómodo para tí —dijo, buscando desesperadamente algunas palabras de su hija. Lo estaba empezando a irritar aquel silencio, pero quería mantener la compostura y tratarla con delicadeza, la niña había sido abandonada a su suerte por su propia madre.
—Mikey-kun —murmuró la rubia, llevando ambas manos a su boca. Sacudió su cabeza y sonrió tímida.
—¡Eso! —exclamó el pelinegro con una gran sonrisa. Había sido encandilado por la dulzura de aquella voz al llamar su nombre y la ternura de aquel rostro—. Tu llegada cambia un poco las cosas, ¿debería llamar a un repartidor? —se preguntó a sí mismo, llevando una mano a su mentón—. O tal vez ir a un restaurante estaría bien. Debes tener mucha hambre.
—Yo puedo comer lo que sea —susurró Midori, percatándose de que ella era la culpable de que la rutina de aquel hombre se viera afectada. Cuando tuvo la mirada de su padre sobre su persona retrocedió dos pasos y agachó la mirada mientras jugueteaba con sus manos entrelazadas—. Para mi está bien lo que sea, no necesitas tomarte tantas molestias.
—Vale —respondió Manjirō, levantándose. Su sonrisa se borró a medida que sus pasos se acercaban al aparador de la cocina, lugar donde se encontraba su teléfono entre un montón de hojas, algunos cigarros y una bufanda.
Manjirō llamó a una pizzería conocida cercana, antes estaba dispuesto a joderse el estómago con aquella vieja pizza, pero sin dudas no podía darle eso a esa pobre niña. Tenía una responsabilidad y debía cuidarla bien, así que ordenó algo decente y rico. Luego buscó en su refrigerador si existía alguna bebida que ella pudiera tomar, pero para su mala suerte solo habían cervezas.
Los contratiempos se fueron acumulando, y la guindilla del pastel fue ver a Midori estática en el mismo lugar donde la había dejado. La muchacha seguía esperando una autorización para ingresar por completo en el departamento. Mikey fue donde ella, trató de hacerla pasar de forma amable e intentó iniciar una charla, mas las conversaciones se tornaban un poco difíciles e incómodas.
Decido, necesitaba ayuda. No podía él solo. Primero, la comunicación con la niña no fluía para nada, había intentado hablar con ella pero no funcionó. Segundo, no tenía condiciones para cuidarla en aquella madriguera, su casa parecía la cueva de un oso, allí tenían que haber gérmenes que la humanidad todavía no descubría. Y tercero pero no menos importante, ni puta idea de cómo tratarla o que debía hacer.
Hastiado, tomó su teléfono nuevamente y marcó el número de la persona que más creía podría ayudarlo, la más confiable para la tarea, su última esperanza... Segundos después estaba abriéndole la puerta a Chifuyu.
—¿Yo? ¿En serio? —cuestionó el rubio, con una ceja alzada. Hasta él estaba sorprendido.
—Este es un vecindario de locos —justificó Mikey, haciéndose a un lado para dejarlo pasar—. Y tú tienes veinte gatos en tu apartamento, algo de paternidad tienes que saber.
Ambos jóvenes caminaron hasta la sala, se apoyaron en la pared, y mientras veían a la pequeña Midori sentada en el sofá mirando a la nada, continuaron hablando.
Manjirō se encontraba ligeramente ansioso, así que tomó un cigarro y con el encendedor que siempre llevaba en su pantalón lo prendió. Vio por el rabillo del ojo cómo el de orbes azules lo miraba, así que señaló el cigarro con el ceño fruncido, preguntando si deseaba uno, mas el chico se negó.
—Así que tienes una hija —comentó el menor, rompiendo el silencio.
Mikey dio una calada y suspiró—. Primera plana —respondió sarcástico.
—Estás jodido —añadió, llevando ambas manos a sus bolsillos—. No es lo mismo criar a un gato que a un niño, de niños no sé nada. Cuando ella maulle y se ponga en cuatro patas a comer sardina podré darte buenos consejos.
—No puedo solo —farfulló, luego le dió otra calada al cigarro. Comenzaba a tener un poco de ansiedad—. Soy un desastre, no sé cuidar de mí mismo ¿voy a cuidar de un crío? Una vez tuve un pez y me enteré que había muerto tres días más tarde.
—Ah, si, el pez que se comió Muchifú —recordó Chifuyu. Esa anécdota había sido noticia por todo el edificio, había ocurrido los primeros días de la mudanza, recién llegado al complejo. Así comenzó a hablar con Manjirō, su relación había sido algo tensa al principio porque su gato se había tragado al pez del azabache, pero con el tiempo se fueron conociendo mejor y se convirtieron en grandes amigos.
—¡Joder, que mañana trabajo! —exclamó Manjirō, con el cigarro en la boca mientras se revolvía los cabellos desesperado—. No puedo darme el lujo de faltar, pero tampoco me la puedo llevar al trabajo, y mucho menos dejarla sola aquí, tan cabrón no soy.
—Necesitas ayuda, Mikey —dijo obvio y sonriente, dándole una palmadita en el hombro.
—¿De qué te ríes? No tiene ni puta gracia —musitó, pero más que hostil sonó preocupado; preocupado por la salud de la niña, por en lo que se convertiría su vida a partir de ese momento y el montón de pruebas que le esperaban.
—Me rio de que sé quién podría ser de ayuda —contestó, soltando una carcajada—. Pero no te va a gustar.
Manjirō miró a su amigo serio unos instantes, y al entender a qué se debía el brillo de diversión en aquellos ojos azules se sacó la coletilla de la boca y frunció el ceño.
—No, ni de coña, ya sabes lo que opino de ella —tajó, completamente negado.
—Mikey, por dios, mírala. —Apuntó a Midori, la pequeña se encontraba igual de encogida que como había llegado, ahora miraba al suelo, parecía estar castigada—. Ni equipaje le dejó su madre cuando tuvo el valor de dejarla con un desconocido a su suerte. Está terriblemente tratada y muy traumada por alguna razón. Se nota a simple vista que necesita una figura materna, y tú no das ni el papel de la paterna.
Manjirō calló, otorgándole la razón a Chifuyu. Estaba más que claro que su hija no era ni medio normal, y que él jamás daría la talla para cuidarla como era debido.
—Si quieres ir al trabajo mañana, si quieres que esto funcione, vas a tener que hacer lo que hacemos todos —explicó, volviendo a darle palmaditas en el hombro socarrón—. Aprovéchate de la bondad de Mirai.
Manjirō bufó. No sabía si era Mirai la que le caía mal por ser tan jodidamente buena y dejarse engatuzar por todos, o si era la actitud del barrio para con esa pobre chica que lo único que hacía era ayudar desinteresadamente. El caso era que estar cerca de ella a veces le provocaba jaquecas.
—Tranqui, tío. Ya verás. Dejas a tu hija con Mirai una semana y ya tiene corte nuevo de cabello, una maleta nueva de ropa y una sonrisa en el rostro. La chica es un angel y encima gana más dinero que tú y yo juntos. Es la niñera perfecta, y dudo que te cobre si le das pena.
—Chifuyu, lo bueno que pareces a simple vista y lo retorcido que eres.
—La próxima vez te va a aconsejar Baji-san, a ver si te va tan bien —dijo el aludido, fingiendo estar ofendido.
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Manjirō salió de su departamento con su hija cogida de la mano, cerró con llave y se dirigió al final del pasillo, afortunadamente la casa de Mirai quedaba en el mismo piso. Durante toda la noche había estado dándole vueltas al asunto de aprovecharse de la fémina; la conclusión era obvia, pues no tenía más alternativa. La verdad era que trabajo le ahorraba, y sabía con exactitud que ella no podría negarse, nunca lo haría. Además era muy conveniente, porque según sabía el turno de la joven en el hospital no empezaba hasta la noche, a esa hora el ya había regresado del trabajo, y posiblemente de tomarse una copa por allí con alguien.
Esa mañana había un calor de puta madre. No entendía como Midori podía vestir con aquel suéter, se veía asfixiante.
Tocó el timbre y escuchó del otro lado un "voy", era la vocesita chillona pero tierna de Mirai. Mientras esperaba a su salvadora le dedicó una sonrisa a su hija para que no estuviera nerviosa, pero la niña temblaba en el lugar; no era su culpa, otra vez la iban a abandonar con alguien.
Entonces la puerta caoba se abrió y del otro lado se mostró aquella castaña. Manjirō la examinó, y no le sorprendió ver qué aquel rostro sonriente se transformaba —poco a poco— en un semblante incrédulo al verlo, no era culpa de ella, él había pasado toda la vida de su prescencia, así que debía ser raro. Mirai vestía con unos shorts cortos color rosa y una blusa de tirantes blanca por encima, tenía sus largos cabellos recogidos en una cola de caballo y se encontraba descalza, claro, el calor.
—¿Sano-san? —preguntó la Hoshizora, todavía procesando lo que venía, no terminaba de creérselo con exactitud. No era el hecho de que Manjirō estuviera frente a su puerta, a ese fenómeno paranormal había que añadirle que traía una niña idéntica a él de la mano, casi como si fueran familia. Se recompuso y volvió a dibujar su característica sonrisa.
—MiMi, necesito un favor —canturreó el pelinegro, tomándose la atribución de llamarla con un apodo.
Se miraron; Mirai dobló su rostro, Midori se escondió detrás de los pies de su padre como había hecho el día anterior con su madre, y Manjirō simplemente sonreía.
Ese si fue el comienzo de la historia...
Palabras del autor:
A ver, Mikey es un cabrón gente. Es lo que tiene el desarrollo de personaje, la gracia es que deje de serlo.
No pasó casi nada en este cap y el que viene va a ser parecido porque es la introducción detallada a la historia, para darle sentido a lo que está por venir.
Bueno, dije que iba a ser un Fanfic tranquilito y eso es lo que traigo, un contraste con todo lo que he visto de Tokyo Revengers Desgracias En Todas Partes.
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Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿
~Sora.
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