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62. La batalla de Hogwarts

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capítulo sesenta y dos

LA BATALLA DE HOGWARTS

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HARRY POTTER ESTÁ EN HOGWARTS. En cuanto supo que Harry, Ron y Hermione llegaron a Hogwarts, no dudó en un segundo en ir. Amabel y Marie le dijeron que se quedara en casa, pero ella ya había estado mucho tiempo escondida, no podía quedarse un día más encerrada cuando la guerra iba a empezar.

No tenía otra opción, sus amigos, sus familias y el amor de su vida estarán en la guerra, ella no se quedaría de brazos cruzados esperando.

No cuando su familia será la primera en caer si Voldemort gana. Es una traidora de la sangre, es una Black. Y la vida de su hija corre peligro si Voldemort vence.

—Mamá vendrá pronto, Callie —susurró Cassiopeia mientras dejaba un beso en su frente—. Mami tiene que ir a luchar junto con tu papá, con la abuela Amabel y con Marie, pero te promete que volveremos.

Miró con ternura a su hija, se sentía algo culpable por dejarla, pero debía de ir, tenía que hacerlo.

—Soy toda una niñera —dijo Andrómeda, dado a que también había sido encargada a cuidar a Teddy Lupin—. Cuídate mucho, Cassie.

Cassiopeia acompañada de su tía y de Marie, sin antes, mirar una última vez a su hija y salir de la casa.

Estaba nerviosa, muy nerviosa, estaba yendo a su primera guerra, después de tantos años de entrenamiento, serviría para algo.

«No vayas a morir, idiota. Tu hija te está esperando en casa» —le advirtió su subconsciente.

—¡Cass!

—¡Liv!

Nunca había estado tan feliz de ver a Olivia Longbottom como lo estaba ahora, tenía varias cicatrices en su cara. No lo pensó y literalmente se lanzó a sus brazos.

—Ya no estás barrigona —murmuró Olivia—. Una pelirroja me contó que ya disté a luz.

—Sí, mira, ¡traje una foto! —exclamó sacando una foto de Callie de su bolsillo.

—Awww, es tan tierna ¡Muero por conocerla! —admitió dando saltitos de alegría—. No crees que... ¿deberías quedarte en casa? —la cara de Olivia optó por una preocupada.

—No puedo, Liv. Traté —admitió—, pero en serio no puedo, la preocupación de saber que todos mis amigos está aquí no me deja tranquila.

—Te entiendo —murmuró ella dándole una sonrisa compresiva—. Hablando de amigos, dos personitas se alegrarán de verte.

—¡CASSIE!

A ella se le salieron las lágrimas al escuchar las voces. Salió corriendo hacia los brazos de Theo y Blaise. Los abrazó con demasiada fuerza.

—¡Estás bien! —exclamó Theo

—Te extrañamos mucho, Cassie —confesó Blaise

—No sabes cuanto...

—Yo también los extrañe, par de todos —murmuro secando sus lágrimas.

—El cuarteto no era lo mismo sin ti —dijo Blaise—. ¿Cómo está Cassiopeia Junior?

Ella rio—. Está bien... ¿dónde está la tía rubia oxigenada de Callie?

—Atrás tuyo —habló alguien a sus espaldas

—Oh, Daphne —la abrazó con fuerzas—. Te amo, te extrañé un montón. Los amo chicos —agregó mirando a Blaise y Theo—. A ti también, Liv —dijo tirando de la mano de pelinegra que estaba escuchando en silencio la conversación.

—También te amamos, Cassie.

—Esto de estar en una guerra me ponen sentimental —comentó ella riendo—. Que sea la primera y última guerra, por favor.

—Debemos de ir al comedor —avisó Blaise—. Todos están ahí.

—Vamos —Theo fue el primero en emprender el camino hacia el comedor.

—¡Oigan, idiotas! —Daphne llamó su atención—. No se les ocurran morir hoy, ¿de acuerdo?

—No prometo nada —murmuró Blaise alzando las manos.

—Posiblemente yo muera a manos de mi papá —comentó con sarcasmo Theo.

—Ustedes los Slytherin tiene un humor raro —dijo Olivia—. Me agradan.

El techo encantado del Gran Comedor estaba oscuro y salpicado de estrellas, y debajo, sentados alrededor de las cuatro largas mesas de las casas, se hallaban los alumnos, despeinados, algunos con capas de viaje y otros en pijama. Aquí y allá se veía brillar a los fantasmas del colegio, de un blanco nacarado. Todas las miradas se clavaban en la profesora McGonagall, que estaba hablando desde la tarima colocada en la cabecera del Gran Comedor. Detrás de ella se habían situado los otros profesores, entre ellos Firenze, el centauro de crin blanca, y los miembros de la Orden del Fénix que habían llegado para participar en la batalla.

El Gran Comedor se quedó en silencio, un silencio que presionaba los tímpanos, un silencio que parecía demasiado inmenso para que las paredes lo contuvieran

—Entréguenme a Harry Potter —dijo la voz de Voldemort— y nadie sufrirá ningún daño. Entréguenme a Harry Potter y dejaré el colegio intacto. Entréguenme a Harry Potter y serán recompensados. Tienen tiempo hasta la medianoche.

El silencio volvió a tragarse a los presentes. Todas las cabezas se giraron, todas las miradas convergieron en Harry, y él se quedó paralizado, como si lo sujetaran mil haces de luz invisibles. Entonces a Pansy Parkinson, que alzó una temblorosa mano y gritó:

—¡Pero si está ahí! ¡Potter está ahí! ¡Que alguien lo aprese!

Cassiopeia Black fue la primera en ponerse en frente de Harry con su varita en alto y señalándola.

—Sobre mi cadáver, Parkinson.

Harry no tuvo tiempo de reaccionar: todos los de Gryffindor, Ravenclaw y Hufflepuff lo rodearon. Los únicos Slytherin en hacer lo mismo fueron Blaise, Theo y Daphne.

—Gracias, señorita Parkinson —dijo la profesora McGonagall con voz entrecortada—. Usted será la primera en salir con el señor Filch.

Y los restantes de su casa pueden seguirla. Harry oyó el arrastrar de los bancos, y luego el ruido de los alumnos de Slytherin saliendo en masa desde el otro extremo del Gran Comedor.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Harry—. No es seguro...

—También te extrañé —le cortó abrazándolo.

—Es peligroso que estés aquí —dijo enojado, aun así, regresándole el abrazo.

—Ya estuve mucho tiempo esperando en casa —dijo al separarse del abrazo.

—Pero Callie...

—Ella está a salvo con mi madrina Andrómeda y con Dora.

—Cassie, ella te necesita...

—No tengo otra opción más que pelear, Harry —dijo firmemente—. Si Voldemort gana, nuestra familia será la primera en ser eliminadas.

—¿No existe una forma de convencer que regreses a casa? —ella negó con una sonrisa, y dejó un beso en su mejilla, pero Harry estaba completamente serio—. No quiero que nuestra hija crezca sin su madre —agregó en susurro con un suspiro pesado.

—Y yo no quiero que nuestra hija crezca sin su padre —Cassiopeia acunó la cara de Harry entre sus manos—. Estaremos juntos en esto —susurró al tiempo que pegó su frente con la de él—, pelearemos juntos y volveremos a hogar juntos.

Harry soltó otro suspiro y observó los ojos de Cassiopeia, que, durante años, supieron trasmitirle paz. Si tan solo pudiera, mandaría a Cassiopeia a un lugar seguro con Callie, pero sabía que era imposible.

Tenía mucho miedo; sentía que ya conocía esta historia y no terminaría bien.

Quería quedarse todo el tiempo así, observando los ojos de Cassiopeia e ignorar a todos a su alrededor, pero la guerra estaba por comenzar y la voz de la profesora McGonagall resonó por todo el Gran Comedor.

—¡Sólo falta media hora para la medianoche, así que no hay tiempo que perder! —exclamó McGonagall—. Los profesores de Hogwarts y la Orden del Fénix hemos acordado un plan. Los profesores Flitwick, Sprout y McGonagall subirán con tres grupos de combatientes a las tres torres más altas (Ravenclaw, Astronomía y Gryffindor), donde tendrán una buena panorámica general y una posición excelente para lanzar hechizos. Entretanto, Remus, Arthur y yo iremos cada uno con un grupo a los jardines. Pero necesitamos que alguien organice la defensa de las entradas de los pasadizos que comunican el colegio con el exterior...

—Eso parece un trabajo hecho a medida para nosotros —dijo Fred señalándose a sí mismo y a George, y Kingsley mostró su aprobación con una cabezada.

Cassiopeia vio como algunos estudiantes intercambiaban miradas y se despedían, entre ellos, Olivia se despedía de Lavender y Parvati antes de acercarse a sus amigos Slytherin.

—¡Vamos a la torre de Gryffindor! —exclamó Olivia, llamando su atención—. Podríamos lanzar hechizos desde ahí.

—¡Corramos!

—Tengo que irme —le murmuró a Harry antes de abrazarlo fuerte—. Te amo.

—Yo tengo que ir a buscar a Ron y Hermione —contestó—. También te amo —murmuró mientras la abrazaba con fuerza, desconocía si aquel día fuera el ultima día que la vería—. Te amo, Cassiopeia Black —repitió.

Ella apoyó su cabeza en su pecho, pudiendo escuchar los latidos de su corazón, quería quedarse todo el tiempo así.

—Tortolos, tenemos que irnos —la voz de Theo interrumpió el momento.

Con dificultad, se despidió de Harry y emprendió el camino con Olivia, Daphne, Theo y Blaise. Varias maldiciones pasaron rozándoles a los chicos, que, con sus varitas en alto, las evitaban con hechizos.

¡Protego! —exclamó Daphne, protegiéndolos—. ¡Impedimenta! ¡Confundus!

¡Crucios! ¡Crucio! —exclamaba Cassiopeia al observar que cualquier persona desconocida alzaba su varita a hacia ella. En su mente no existía otro hechizo que no fuera ese.

—¡Mierda! —gritó Blaise.

—¿Qué?

Pero Blaise no tuvo que responder. Un centenar de dementores avanzaba hacia ellos; se deslizaban sorbiendo el espacio, atraídos por la desesperación de los chicos, que era como la promesa de un festín...

De pronto, un hermoso ciervo plateado desfiló veloz cerca de ellos, y los dementores se retiraron ante el avance de aquellas criaturas.

Daphne, Theo, Blaise y Olivia se voltearon esperar ver a Harry, pero no había ningún rastro de él.

En cambio, vieron a una Cassiopeia bajar su varita.

—Cassie... tu patronus —musitó Theo, sorprendido.

—¿Cuándo cambió? —preguntó Blaise.

—Ni yo sé —respondió, un tanto asombrada—. ¡Sigamos!

Llegaron a la torre de Gryffindor. Se apostaron en las ventanas. Al ver el cielo, observaron como muchas personas volaban en sus escobas y lanzaban hechizos.

¡Protego máxima! —gritaron los cinco al mismo tiempo.
















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Las protecciones que trataron de poner al final no funcionaron. Los mortífagos ya estaban en Hogwarts, y ellos no tenían más opción que pelear cara a cara con ellos.

Varios hechizos pasaban cerca de ella. Se mantenía cerca de sus amigos con la esperanza de encontrar a su tía Amabel, que desde hace tiempo que no la ve.

—¡Ginny!

La pelirroja había aparecido en su campo de vista. La abrazaron con fuerza ya que no la habían visto desde las vacaciones.

—¡Chicos! —exclamó alegre ella.

—¿Cómo es que estás aquí? —preguntaron Daphne y Theo.

—Me escapé de la sala de menesteres —explicó con una sonrisa—. Tu abuela llegó, Liv.

—¿Mi abuela? —preguntó desconcertada Olivia.

—Si, te estaba buscando —comentó mirando a su alrededor—. También llegó Tonks, Cassie —dijo Ginny.

—Pero... ella debería estar en...

—Estaba buscando desesperadamente a Lupin —explicó Ginny—. No te preocupes, seguro estarán bien —se apresuró a hablar al ver la cara de preocupación de la Black.

Negó con su cabeza, preocupada. Tonks debería de estar en casa, cuidando de Teddy y Callie. Tonks había estado retirada por varios meses y no había practicado combate de batalla...

—¡A seguir peleando! —exclamó Blaise, trayéndola a la realidad.

Cassiopeia peleaba a codo con sus amigos, trataba de no separarse, ella, Blaise y Olivia habían sido los únicos en atreverse a utilizar maldiciones imperdonables. Y en su mente todavía seguía rogando que su tía y Marie se encontraran bien. Estaba asustada, claramente, pero hacía lo posible para no parecerlo, no quería darle ventaja al enemigo.

Y, en algún momento, a lo lejos, se escuchó un grito.

—¡Maten a Cassiopeia Black!

Cassiopeia no se molestó en lanzar el hechizo asesino en forma verbal. El cuerpo del mortífago cayó sin vida a sus pies. Y tampoco se molestó en repetir aquella acción varias veces con muchos mortífagos. A pesar de que en ella existía el miedo, una gran parte de ella estaba enojada y buscaba mutilar a cualquiera que quisiera atacar a sus amigos.






















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La primera parte de la batalla había terminado y Cassiopeia regresaba al castillo en compañía de sus amigos al Gran Comedor por el patio del castillo.

Las mesas de las casas habían desaparecido y la estancia se hallaba abarrotada de gente. Los supervivientes formaban grupos, abrazados unos a otros por los hombros; la señora Pomfrey y algunos ayudantes atendían a los heridos en la tarima.

Y justo cuando Cassiopeia estaba a punto de entrar en pánico, Marie se levantó del suelo.

La mirada en el rostro de Marie era todo lo que Cassiopeia necesitaba en respuesta a sus temores y las dos palabras de sus labios hicieron que el mundo al su alrededor se derrumbase.

—Lo siento.

El primer cuerpo sin vida que vio fue el de Remus Lupin. Sus manos empezaron a temblar. No... no... Remus no puede estar muerto.

Un sollozo se escapó de sus labios al observar la mano entrelazada de Remus con la de Nymphadora Tonks. No, Dora no puede estar muerta... Su cabello chicle se había vuelto en un castaño aburrido.

¿Cómo le explicaría a Andrómeda que su única hija falleció? ¿Cómo le explicaría que Remus Lupin murió peleando junto a ella? ¿Cómo le explicaría a Teddy Lupin que su madre falleció?

Teddy, crecería sin sus padres. Callie crecería sin sus tíos.

Pero sus ojos siguieron recorriendo por el suelo, en donde se hallaban varios cadáveres y vio lo peor.

Un gran nudo se formó en su garganta. Se derrumbó totalmente. Su vista se nubló por sus lágrimas. Sintió que alguien la hubiese apuñalado con un cuchillo directamente en su corazón. Sintió que su alma se partía en varios pedazos.

—No, por favor —lloró recostando su cabeza en su pecho—. Se suponía que te quedarías conmigo tía Amabel, se supone que me ayudarías a cuidar a Callie —susurró.

Sus manos no dejaban de temblar. Acarició la frente de su tía Amabel. Sintió como volvía al momento exacto en que estuvo en frente al cadáver de su madre, volvió a sentir aquel dolor en su pecho.

—Por favor, regresa —sollozó acariciando su cabello—. Te necesito.

Sintió como unos brazos la rodearon. Marie le dio un abrazó cálido y Cassiopeia se sintió en la libertad de llorar en su hombro. Escuchó como ella también lloraba sin dejar de consolarla.

Entre lágrimas, observó a su tía Amabel. Varios recuerdos llegaron en su mente, varios recuerdos que compartió con su querida tía. Aquella mujer de cabello negro y ojos marrones a que alguna vez llegó a considerar como su segunda madre ya no estaba, se había ido para siempre. 


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