52. Los ocho Potter
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capítulo cincuenta y dos
LOS OCHO POTTER
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UNA ADOLESCENTE DE CABELLO CASTAÑO CORTO CON FLEQUILLO se observaba al espejo mientras tomaba aire. Aquella chica se había hecho un cambio de estilo hace varios días por haber tenido un ataque de identidad.
—Bien, estoy lista —murmuró Cassiopeia mirando su reflejo—. Todo saldrá bien. Eres Cassiopeia Black, eres una maldita perra inteligente, astuta y ambiciosa —se dijo—. Todo saldrá bien.
Agarró su abrigo y salió de la habitación que es su cuarto desde hace un mes. Al llegar a la cocina, Andrómeda Tonks le mostró una sonrisa sincera.
—Cariño, ¿quieres algo para comer?
—No, estoy bien Andy.
—¿A qué hora vendrá tu tía Amabel? —preguntó el hombre sentado junto a su esposa.
—Básicamente, en un minuto —le respondió a Ted Tonks.
—Cuídate mucho, Cassie —murmuró Ted, levantándose y dándole un abrazo—. No queremos que nada malo te suceda.
—Estaré bien.
Su corazón seguía triste por la perdida de su madre, pero al menos ya podía salir de su cuarto, todo eso lo había logrado gracias al apoyo incondicional que ha estado recibiendo de la pareja. Cassiopeia recordó cómo, días después de la muerte de su madre, no podía conseguir el sueño. Ted le preparaba una taza de leche y Andrómeda la acompañaba hasta que se durmiera porque Cassiopeia no quería sentirse sola.
—Hazle caso a tu tía en todo lo que te diga, ¿sí? —pidió Andrómeda.
—Claro.
El timbre de la puerta sonó. Todos se pusieron en alertas. Andrómeda escondió el cuerpo de la joven detrás de su puerta y Ted se acercó a la puerta con su varita en mano ante cualquier cosa.
—Repórtese.
—Amabel Chestnut —habló su tía desde afuera—. Solo la verdadera Amabel sabe que Ted colecciona comics muggles de super héroes.
—Definitivamente es ella —dijo Andrómeda riendo. Ted también rio al tiempo que le abría la puerta a Amabel.
—Cassie ¿Estás lista? —sonrió Amabel abrazando a la joven— Puedes retirarte de la misión si gustas, todavía estás a tiempo —sugirió.
Amabel estuvo haciendo eso toda la semana, sugiriéndole que mejor se quedara en casa y que no participara en la misión, pero fue en vano.
—No me retiraré tía, yo nací lista.
—Esa es mi chica —musitó Amabel con una sonrisa—. Bien, será mejor que vayamos ahora o Moody se enojará. Nos vemos luego.
Amabel se despidió de Andrómeda y Ted con un rápido abrazo. Cassiopeia esperó quedar sola con ellos. Cuando así fue, sonrió y corrió a darles un fuerte abrazo.
—Gracias por todo —murmuró al abrazarlos.
—Esta no es una despedida, ¿verdad? —sugirió preocupada Andrómeda mientras acariciaba el cabello de su ahijada.
—Más te vale que no señorita —dijo Ted fingiendo voz de autoridad.
El constante miedo de volver a perder a alguien no la dejaba tranquila. Así que cada que se despedía de alguien lo hacía como si fuese la última vez que los va a volver a vez.
—Claro que no —negó con una risita—. Los quiero y los veré en un futuro.
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Harry abrió de un tirón la puerta trasera y corrió hacia los recién llegados. En medio de un griterío de calurosos saludos, Cassiopeia se le acercó.
—¡Harry! —lo abrazó fuertemente—. ¿Cómo estás?
Volverla a tener en brazos fue la mejor sensación para Harry, la había extrañado demasiado y ella a él.
—Bien —respondió con una sonrisa—. ¿Nuevo look? —preguntó mirando su cabello.
—Si, ya me hacía falta —contestó con una pequeña sonrisa—. ¿Te gusta?
—Si, te ves hermosa —respondió con sinceridad.
Harry los guio hasta la cocina. Riendo y charlando, algunos se sentaron en las sillas y sobre las relucientes encimeras de tía Petunia, y otros se apoyaron contra los impecables electrodomésticos. Estaban: Cassiopeia, Ron, Hermione, Fred y George, Bill, Arthur, Amabel, Ojoloco, Tonks, Lupin, Fleur, Kingsley, Hagrid, y Mundungus Fletcher.
—¿Has visto esto, Harry? —dijo Tonks, encaramada en la lavadora, y agitó la mano izquierda mostrándole el anillo que lucía en un dedo.
—¿Se han casado? —preguntó Harry mirándola, y luego a Lupin y a Cassiopeia.
—Sigo ofendida por no haber sido invitada —comentó Cassiopeia.
—Lamento que no pudieran asistir a la boda. Fue una ceremonia muy discreta.
—¡Qué alegría! ¡Felici...!
—Bueno, bueno, más adelante ya habrá tiempo para cotilleos —intervino Moody en medio del barullo, y todos se callaron. Dejó los sacos en el suelo y se volvió hacia Harry—. Como supongo que te habrá contado Dedalus, hemos tenido que desechar el plan A, puesto que Pius Thicknesse se ha pasado al otro bando. Por consiguiente, nos hallamos ante un grave problema. Ha amenazado con encarcelar a cualquiera que conecte esta casa a la Red Flu, ubique un traslador o entre o salga mediante Aparición. Y todo eso lo ha hecho, en teoría, para protegerte e impedir que Quien-tú-sabes venga a buscarte, aunque no tiene sentido, porque el encantamiento de tu madre ya se encarga de esas funciones. Lo que ha hecho en realidad es impedir que salgas de aquí de forma segura.
»Segundo problema: eres menor de edad, y eso significa que todavía tienes activado el Detector.
—¿El Detector? No...
—¡El Detector, el Detector! —repitió Ojoloco, impaciente—. El encantamiento que percibe las actividades mágicas realizadas en torno a los menores de diecisiete años, y que el ministerio emplea para descubrir las infracciones del Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad. Si alguno de nosotros hiciera un hechizo para sacarte de aquí, Thicknesse lo sabría, y también los mortífagos.
»Pero no podemos esperar a que se desactive el Detector, porque en cuanto cumplas los años perderás toda la protección que te proporcionó tu madre. Resumiendo: Pius Thicknesse cree que te tiene totalmente acorralado.
Harry, a su pesar, estaba de acuerdo con lo que creía ese tal Thicknesse.
—¿Y qué vamos a hacer?
Cuando Moody terminó de explicar el plan, sacó de su capa un frasco que contenía un líquido parecido al barro.
—¡No! —gritó Harry—. ¡Ni hablar!
—Ya les advertí que te lo tomarías así —intervino Hermione con un deje de autocomplacencia.
—¡Si creen que voy a permitir que siete personas se jueguen la vida...!
—Como si fuera la primera vez que lo hacemos —terció Ron.
—¡Esto es diferente! ¡Hacerse pasar por mí, vaya idea!
—Mira, a nadie le hace mucha gracia, Harry —dijo Fred con seriedad—. Imagínate que algo sale mal y nos quedamos convertidos en unos imbéciles canijos y con gafitas para toda la vida.
Harry no sonrió y razonó:
—No podrán hacerlo si yo no coopero. Necesitaran pelo de mi cabeza.
—¡Vaya! Eso echa por tierra nuestro plan —intervino George—. Es evidente que no hay ninguna posibilidad de que entre todos te arranquemos unos cuantos pelos.
—Sí, claro, quince contra uno que ni siquiera puede emplear la magia. Lo tenemos muy mal, ¿eh? — añadió Fred.
—Muy gracioso —le espetó Harry—. Me muero de risa.
—Nosotros ya tomamos una decisión, Harry —Cassiopeia lo miró fijamente—. Todos los que estamos aquí somos mayores de edad, y estamos dispuestos a correr el riesgo.
—Esto es una locura. No hay ninguna necesidad de...
—¿Que no hay ninguna necesidad? —gruñó Moody—. ¿Con Quién-tú-sabes campando a sus anchas y con medio ministerio en su bando? Con suerte, Potter, se habrá tragado el cuento y se estará preparando para tenderte una emboscada el día treinta, pero sería estúpido si no ha enviado un par de mortífagos a vigilarte: eso es lo que haría yo. Quizá no consigan cogerte ni entrar aquí mientras funcione el encantamiento de tu madre, pero está a punto de romperse, y ellos conocen más o menos la ubicación de la casa. Lo único que podemos hacer es usar señuelos. Ni siquiera Quien-tú-sabes puede dividirse en siete.
Harry echó un vistazo a Cassiopeia.
—Ni se te ocurra decir que no puedo cooperar en esto —expresó ella—. Soy mayor que tú.
—Así que... los pelos, Potter, por favor.
Con todas las miradas fijas en él, Harry se llevó una mano a la cabeza y se arrancó varios pelos.
—Muy bien —dijo Moody y, cojeando, se acercó y quitó el tapón del frasco—. Mételos aquí.
Harry lo hizo. En cuanto entraron en contacto con aquella poción semejante al barro, ésta produjo espuma y humo, y de repente se tornó de un color dorado, limpio y brillante.
—Muy bien. Que los falsos Potter se pongan en fila aquí —indicó Moody.
Ron, Hermione, Cassiopeia, Fred, George, Fleur y Mundungus formaron una fila.
—Todos a un tiempo...
Cassiopeia hizo una mueca al tomar la poción. Toció un poco y pronto, sintió que su cuerpo se estiró. Notó la mirada desaprobatoria de Harry, pero lo ignoró.
Fred y George, ya convertidos en Harry, se miraron y exclamaron al unísono:
—¡Vaya! ¡Somos idénticos!
—Sí, pero no sé, creo que aun así yo soy más guapo —alardeó Fred examinando su reflejo en la tetera.
—¡Bah! —dijo Fleur mirándose en la puerta del microondas—. No me migues, Bill. Estoy hogogosa.
—Aquí tengo ropa de talla más pequeña para aquellos a los que se les haya quedado un poco amplia —dijo Moody señalando el primer saco—, y viceversa. No se olviden de las gafas: hay siete pares en el bolsillo lateral. Y cuando se hayan vestido, en el otro saco encontraran el equipaje.
El Harry auténtico pensó que aquello era lo más raro que había visto jamás, y eso que había visto cosas rarísimas. Se quedó mirando cómo sus siete clones rebuscaban en los sacos, sacaban prendas, se ponían las gafas y guardaban sus propias cosas. Le habría gustado pedirles que tuvieran un poco más de respeto por su intimidad, pues parecían más cómodos exhibiendo el cuerpo de Harry de lo que se habrían sentido mostrando el suyo propio.
—Ya sabía yo que Cassiopeia mentía sobre lo de ese tatuaje —comentó Ron mirándose el torso desnudo. Cassiopeia se sonrojó.
—Oye, Harry, tienes la vista fatal —dijo Hermione al ponerse las gafas.
—Estupendo —murmuró Moody cuando por fin ocho Harry vestidos, con gafas y cargados con el equipaje se colocaron ante él—. Las parejas serán las siguientes: Mundungus viajará conmigo, en escoba...
—¿Por qué tengo que ir yo contigo? —gruñó el Harry que estaba más cerca de la puerta trasera.
—Porque eres el único del que no me fío —le espetó Moody, y con su ojo mágico, efectivamente, no dejó de observarlo mientras continuaba—: Arthur y Fred...
—Yo soy George —aclaró el gemelo al que Moody estaba señalando—. ¿Tampoco nos distingues cuando nos hacemos pasar por Harry?
—Perdona, George...
—Sólo te estaba bromeando. Soy Fred.
—¡Basta de bromas! —gruñó Moody—. El otro (George, Fred o quienquiera que sea) va con Remus. Señorita Delacour...
—Yo llevaré a Fleur en un thestral —se adelantó Bill—. No le gustan las escobas.
—De igual forma, la señorita Granger irá con Kingsley en thestral.
Hermione sonrió aliviada a Kingsley.
—Y la señorita Black también irá con Amabel en thestral.
—¡Sólo quedamos tú y yo, Ron! —exclamó Tonks, derribando un soporte de tazas al hacerle señas con la mano. Ron no parecía tan satisfecho como Hermione.
—Y tú vienes conmigo, Harry. ¿Te parece bien? —dijo Hagrid con cierta aprensión—. Iremos en la motocicleta, porque ni las escobas ni los thestrals soportan mi peso. Pero no queda mucho espacio en el asiento, así que tendrás que viajar en el sidecar.
—Genial —dijo Harry con escasa sinceridad.
—Creemos que los mortífagos supondrán que vas en escoba —explicó Moody como si le hubiera leído el pensamiento—. Snape ha tenido mucho tiempo para contarles hasta el mínimo detalle sobre ti, así que, si tropezamos con alguno de ellos, lo lógico es que persiga al Potter que dé la sensación de ir más cómodo encima de la escoba. Muy bien —murmuró mientras cerraba el saco con la ropa que se habían quitado los falsos Potter y los precedía hacia la puerta—. Faltan unos tres minutos para partir. No tiene sentido que cerremos la puerta, porque eso no impedirá entrar a los mortífagos cuando vengan a buscarte. ¡Vamos!
Cassiopeia salió de la casa en compañía de su tía y caminó directamente hasta un thestral negro con curiosidad. Ya los puede ver.
—No entiendo por qué les temen —musitó al thestral—. Yo pienso que son adorables.
—¿Ya los ves? —preguntó Amabel llegando a su lado.
—Sí —respondió ella y luego observó cómo su tía interactuaba con ellos con normalidad—. ¿Cómo es que tú los ves?
—Vi a mi padre morir cuando era joven —se limitó a contestar.
Cassiopeia enredó fuertemente la mano en la crin del thestral que tenía más cerca, puso un pie sobre un tocón y se subió con torpeza al sedoso lomo del animal. Encontró la manera de apoyar las rodillas detrás de las articulaciones de las alas, con lo que se sentía más segura. Abrazó a su tía por la cintura.
—¡Atención! —dijo Moody—. Todo el mundo preparado, por favor. Quiero que salgamos todos al mismo tiempo, o la maniobra de distracción no servirá para nada.
—Sujétate fuerte, Cassie —aconsejó Amabel—. Si pasa algo...
—No lo digas, tía.
—... quiero que continues, ¿de acuerdo? —le dijo ignorando sus palabras—. Quiero que llegues a la casa de los Longbottom y tomes el traslador.
—¡Buena suerte a todos! —gritó Moody—. Nos veremos dentro de una hora en La Madriguera. ¡Contaré hasta tres! ¡Uno... dos... TRES!
El thestral desplegó las alas con un contundente movimiento que hizo que la chica se agarra fuerte de su tía; el caballo se agachó un poco e inmediatamente salió disparado hacia arriba.
Alrededor de ellas, las escobas y otro thestral ascendieron también. Siguieron ganando más y más altura...
Y de pronto se vieron rodeados. Al menos treinta figuras encapuchadas, aparecidas de la nada, se mantenían suspendidas en el aire formando un amplio círculo en medio del cual los miembros de la Orden se habían metido sin darse cuenta...
Amabel fue la primera en actuar, utilizó un hechizo no verbal que hizo que un mortífago desapareciera de la batalla.
«¡Que te valga una mierda matarlos, Cassiopeia! —se regañó a sí misma—. Es tu vida o la de ellos»
—¡Impedimenta!
El embrujo le dio en el pecho al mortífago del medio. El individuo se quedó suspendido en el aire con los brazos y las piernas extendidos, en una postura ridícula, como si se hubiera empotrado contra una barrera invisible, y chocar con uno de sus compañeros.
El único mortífago que faltaba lanzó el maleficio torturador hacia Amabel, que estuvo a nada de recibirlo, de no ser porque el thestral fue más veloz y desvió un poco el vuelo, evitando que ella recibiera la maldición.
«Hijo de puta» pensó ella.
—¡Avada Kedavra!
El mortífago cayó cuando la maldición asesina le golpeó directamente en el pecho.
—¡Muy bien! —exclamó orgullosa Amabel.
Y entonces, una risa se escuchó entre los aires. Una risa que Cassiopeia no había escuchado desde la muerte de Sirius Black. El odio acumulado de ella salió a flote.
—Amabel —canturreó la voz de una mujer—. Linda, ¿cómo has estado? ¿Cómo está tu amiguita, Callie? Dime, ¿es tu sobrinita la que está contigo?
—¡Hija de puta! —escupió ella con odio—. ¡Desmaius!
Pero la risa de Bellatrix Lestrange se escuchó aún más fuerte al ver que ella no había logrado aturdirla. Cassiopeia solo se enojó más.
Al mismo tiempo, Cassiopeia y Bellatrix gritaron:
—¡Crucio!
Pero ninguna recibió el hechizo. Amabel obligó al thestral a volar con tanta velocidad, que Cassiopeia tuvo que abrazar con fuerza a su tía y dejar de tirar maleficios. Bellatrix no dejaba se perseguirlas y lanzarles hechizos, pero el thestral lo evitaba.
—Ya estamos por llegar —dijo Amabel—. ¡Depulso! ¡Confundo!
Aquellos fueron los últimos hechizos antes de llegar a una casa grande. La cabeza del thestral apuntó hacia abajo. Al fin habían empezado a descender. El caballo se posó en el suelo lleno de pasto suavemente. Al bajarse del caballo, sus piernas temblaron y cayó al suelo.
—¿Estás bien? —le preguntó Amabel mientras se agachaba a ella—. Oh, ya se está acabando la poción mutijugos —murmuró observándola.
—¡Llegaron!
Cassiopeia no reconoció aquella voz de la mujer. Entonces escuchó la voz de alguien familiar:
—¡Tráele comida al thestral, Neville!
Olivia apareció preocupada en el jardín con su varita en mano. Al verlas, se apresuró a caminar hacia ellas.
—¡Amabel! ¡Cass! ¿Están bien? —preguntó al tiempo que la ayudaba a levantarse. Cassiopeia supo que había vuelto completamente a su apariencia.
Una anciana bruja de aspecto imponente, que llevaba un largo vestido verde y un sombrero puntiagudo decorado con un buitre disecado se acercó a ellas.
—Nos persiguieron unos mortífagos —le comentó Amabel a la bruja—. Tuvimos que pelear en medio del aire, Cassie solo está cansada.
—¿Mortífago dices, querida? —preguntó la anciana—. ¿Cómo qué mortífagos? Tenía entendido que no sabían que Potter iba a ser traslado está noche.
—Al parecer se enteraron, Augusta.
—Bueno, será mejor que entremos —dijo la señora Longbottom—. No les vendría bien un vaso con agua —ella se volvió hacia la joven Black—. Por cierto, es un gusto por fin conocerte, Cassiopeia, tú tía me ha hablado mucho de ti, lamento la muerte de tu madre, era una gran persona.
Ella solo respondió el saludo con un apretón de mano y una sonrisa pequeña.
Cassiopeia siguió a las adultas a la casa. Olivia se quedó con Neville, que acaba de salir con comida para el thestral. Tomó asiento en una silla del comedor y tomó agua, sintiendo como aquella simple bebida le traía las energías que perdió.
Cuando los hermanos entraron, Amabel se dispuso a contarle a los Longbottom el relato desde que llegaron a la casa de Harry hasta que llegaron a su casa. La señora Longbottom se vio en de acuerdo en que ella haya utilizado maleficios imperdonables con los mortífagos.
—Pero, ¿quién pudo haberlos delatado? —preguntó Olivia—. Nadie de la Orden pudo haberlo hecho.
—Me gustaría saber la respuesta —terció Amabel—. Ahora lo único que nos queda es llegar a la Madriguera y esperar que todos estén bien.
Cassiopeia no se había puesto a pensar que alguien pudo salir herido. Ella había luchado con varios mortífagos, incluyendo su querida tía Bellatrix, con la que tuvo una difícil batalla.
—¿Hermione está bien? —le susurró Olivia por lo bajo.
—No lo sé, pero seguramente sí —respondió con el mismo tono—. No te preocupes, cuando llegue, le diré que te mande un aviso de vida.
—Gracias —musitó—. Quise participar en el traslado, pero no me dejaron —informó Olivia sin gracia.
—¿Por qué no?
—Todavía soy menor de edad.
—El traslador se irá en seis minutos —avisó Neville.
Salieron de la habitación y siguieron a Neville por un corto pasillo que daba a un dormitorio.
—Ahí está. Eso es el traslador —señalaba una botella de plástico encima de la mesa.
—Gracias.
—Fue un gusto ayudarlas —dijo la señora Longbottom.
Cassiopeia estiró un brazo y puso un dedo sobre la botella, lista para partir. Su tía Amabel imitó su acción.
—¡Suerte! —exclamó Neville con una sonrisa.
—Nos vemos en la boda de Bill y Fleur —dijo Olivia.
Cassiopeia notó una sacudida debajo del ombligo, como si le hubieran dado un tirón con un gancho y una cuerda invisibles, y se sintió lanzado al vacío, girando sobre sí mismo de forma incontrolada, con un dedo pegado al traslador. Ambas se alejaron a toda velocidad de los Longbottom. Unos segundos más tarde, Cassiopeia tocó suelo firme y cayó a cuatro patas en el patio de La Madriguera. Oyó gritos. Apartó la botella, que ya no brillaba, se levantó trastabillando un poco y vio a la señora Weasley y a Ginny bajando a toda prisa los escalones de la puerta trasera.
—¡Oh, Cassiopeia! —exclamó Ginny—. ¿Están bien? —preguntó mirando a Amabel.
—Estamos bien.
—¿Quiénes han llegado? —preguntó preocupada Amabel mientras se levantaba
—Solo Harry, Hagrid, George, Lupin, Kingsley y Hermione —contestó la señora Weasley.
—¿Y Tonks? —preguntaron preocupada Cassiopeia y Amabel.
—No lo sé, ella y Ron debieron de ser los primeros en haber llegado.
Lupin apareció, con Harry detrás, y lo primero que hizo fue apuntar a Amabel y a Cassiopeia.
—¡Oye! —le gritó Harry enojado.
—¡Somos nosotras! —le gritó Cassiopeia, pero fue ignorada por Lupin.
—¿Quién fue la primera persona en confiar en ti y en Callie cuándo entraron a la Orden?
—Lily —respondió Amabel—. Dijo que admiraba el valor que teníamos para aceptar nuestros errores.
Y Lupin bajó la varita. Harry corrió abrazar a Cassiopeia.
—Estoy bien, Harry —susurró la joven Black sobre su oído.
—Nos han traicionado —escuchó Cassiopeia a Lupin hablar con su tía Amabel cuando se separó de Harry—. Voldemort sabía que íbamos a trasladar a Harry esta noche, y las únicas personas capaces de decírselo estaban directamente implicadas en el plan. Podrías haber sido un impostor. ¿Qué les ha pasado? —le preguntó.
—Nos siguieron como cuatro, logramos herirlos, Cassiopeia mató a uno —recitó Amabel mirando con una sonrisa a su sobrina—. Entre ellas estaban Bellatrix, odia mucho a Cassiopeia y ni siquiera logramos aturdirla.
Lupin también les explicó que Snape los atacó e hirió a George, pero expresó su preocupación al ver que faltaban más integrantes de la Orden; Ron, Fred, el señor Weasley, Bill, Fleur, Tonks, Ojoloco y Mundungus.
Los minutos transcurrían con una lentitud insoportable. Cassiopeia entrelazó su mano con el de Harry mientras esperaba que llegaran los que faltaban, sabía que estaba preocupado por Ron. Para alegría; Fred y el señor Weasley llegaron varios minutos después.
Cuando todos estaban preocupados en la sala, revisando a George, Cassiopeia aprovechó y habló a solar con Hermione.
—Hermione —la llamó para alejarse un poco de los demás—. Olivia preguntó por ti, estaba muy preocupada, sería bueno si le envías una carta o algo.
—Gracias —musitó sonrojada, de repente, su cara cambio a felicidad—. ¡Son ellos! —exclamó.
Tonks y Ron, quienes habían demorado demasiado, ya que ellos debieron de llegar primero, estaban a salvo.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué los ha retenido? —preguntó Lupin a Tonks mientras la abrazaba.
—Bellatrix, ni más ni menos —contestó ella—. Me odia tanto como a Cassiopeia; ha hecho todo lo posible por matarme. Ojalá la hubiera pillado, porque se la debo. Pero al menos herimos a Rodolphus. Luego fuimos a casa de la tía de Ron, pero se nos escapó el traslador.
—También se nos apareció a nosotras —comentó Cassiopeia abrazando a Tonks—. Sabía que era yo, no nos dejó de perseguir hasta que llegamos a la casa de los Longbottom.
—No te hirió, ¿verdad? —cuestionó Tonks verificando que ella estuviera bien.
Unos repentinos gritos de júbilo sonaron por el lugar. Tras descender a gran velocidad el thestral, se posó a escasa distancia reducido grupo. Bill y Fleur ilesos, se apearon del animal. La felicidad de que ellos aparecieran se desvaneció en segundos cuando Bill dio la noticia de que Ojoloco Moody ha muerto.
—Lo hemos visto con nuestros propios ojos —explicó Bill. Fleur asintió; la luz proveniente de la cocina iluminaba los surcos que las lágrimas le dejaban en las mejillas—. Ocurrió justo después de que saliéramos del círculo; Ojoloco y Dung estaban cerca de nosotros y también iban hacia el norte. Voldemort puede volar, ¿saben?, y fue derecho hacia ellos. Oí gritar a Dung, que se dejó dominar por el pánico; Ojoloco intentó detenerlo, pero se desapareció. Entonces la maldición de Voldemort le dio a Ojoloco en pleno rostro; cayó hacia atrás y... No pudimos hacer nada, nada. Nos perseguían una docena de mortífagos... —Se le quebró la voz.
Se quedaron todos allí plantados, mirándose. Cassiopeia no era capaz de asimilarlo: Ojoloco, muerto; no podía ser. Ojoloco, tan fuerte, tan valiente, el superviviente por excelencia...
Al final todos cayeron en la cuenta, aunque nadie lo dijera, de que ya no tenía sentido seguir esperando en el patio, de modo que siguieron en silencio a los Weasley y fueron al salón de La Madriguera.
Les dieron la noticia a los demás. Amabel abrazó a Tonks, que lloraba en silencio tapándose la cara con un pañuelo y Hagrid, que se había sentado en el rincón más despejado del suelo, se enjugaba las lágrimas con un pañuelo del tamaño de un mantel.
Bill fue al aparador y sacó una botella de whisky de fuego y unos vasos pequeños.
—Brindemos —propuso, y con una sacudida de la varita hizo volar los doce vasos llenos por la habitación hasta cada uno de los presentes; cogió el suyo y lo levantó—. ¡Por Ojoloco!
—¡Por Ojoloco! —repitieron todos, y bebieron.
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