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50. Promesas

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capítulo cincuenta

PROMESAS

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MARATON 2/2

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UNA DE LA MADRUGADA. EL SILENCIO reinaba por toda la sala común de Slytherin. Aquel silencio tan pacifico que era perfecto para Cassiopeia, que pintaba a una chica en medio de un bosque.

—Deberías estar durmiendo —dijo una voz al entrar a la sala común.

—Aproveche el silencio para pintar —le contestó a Malfoy—. Te preguntaría si estás bien, pero sé que sería una pregunta estúpida —suspiró y guardó sus pinceles—. Si necesitas ayuda, podremos encontrar la forma...

—No, no te involucraré en esto.

—Si hay alguien más insistente que yo, eres tú —admitió levantándose del suelo y arreglando su túnica—. Sé que, en el fondo, eres una buena persona.

—No lo soy —declaró él—. Perdón. Perdón por haber sido tan malo y grosero contigo.

—Realmente me dolieron tus palabras...

—Lo sé y lo lamento.

—Descuida, estás perdonado —sonrió levemente sin mostrar sus dientes—. Al final de día, todos llegamos a ser idiotas, ¿no?

Él no respondió y solo se limitó a observarla como agarró su varita y guardó todas sus cosas en su maleta. Vio cómo se acercó a las escaleras. A la pierna de Malfoy le dio un tic.

—Black, espera —gritó Malfoy.

Cassiopeia frunció el ceño y dejó de caminar para acercarse un poco a él.

—Me gustas —dijo rápidamente—. Me has gustado desde el primer momento que nos vimos.

Notó como Malfoy estaba nervioso, pero a la vez aliviado, como si hubiese sido un secreto que quiso sacar desde siempre.

—Ya lo sabía —respondió ladeando la cabeza.

La cara de asombro de Malfoy causó risa en ella. Después de tanto tiempo, ella volvió a visualizar un leve sonrojó en su cara, aquel sonrojó que existía cuando ambos eran amigos.

—Tú también me llegaste a gustar en el pasado —afirmó Cassiopeia con una sonrisa nostálgica—, pero no hice nada porque sabía que era imposible, éramos muy pequeños y primos. Y nuestros padres nunca hubieran permitido algo entre los dos, de por sí no les agradan nuestra amistad.

—¿Así que por eso siempre te gusto ese cuento tonto muggle? —preguntó acercándose a ella.

Romeo y Julieta —dijo ella sonriendo—. Si, me acordaba a nosotros —lo abrazo y recostó su cabeza en su hombro—. Lo que sea que vayas hacer... cuídate.

Si realmente Malfoy era mortífago... si realmente tenía una tarea, quería que le fuera bien, no le deseaba el mismo final que tuvo su padre.

—Yo... —titubeo—. Aunque no lo creas, me importas Draco.

¿Cómo no iba a importarle? Fue su mejor amigo, el mismo que dejó huellas en su corazón, y, hasta el día de hoy, eran difíciles de borrar a pesar de todos sus malos actos porque Cassiopeia también recordaba las veces que él estuvo para ella.

—Tú también me importas y cuídate porque yo no podría vivir en un mundo en donde no puedo discutir con Cassiopeia Black.

—Tengo que irme, nos vemos —se alejó de él y fue directo a las escaleras.




















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Cassiopeia estaba totalmente estresada. Harry no dejaba ni un segundo de observar a Malfoy por el mapa del merodeador.

—Amor, deberías dejar de espiar a Malfoy —le dijo.

—Te digo que Malfoy está tramando algo, Cassiopeia, ¿Por qué no me crees? —preguntó frustrado.

—Te creo, pero no resolverás nada invadiendo su privacidad y obsesionándote con él.

—¿Acaso él te lo dijo? ¿Te manipuló diciendo que no es un mortífago? —interrogó—. ¿Vas a negar la conversación que tuvieron?

—¿De qué hablas?

—Ayer, una de la madruga, los dos estaban muy juntos.

—¿¡Me estuviste espiando!? —preguntó alterada—. Dime, ¿me espiaste con tu tonto mapa o mandaste a Kreacher y Dobby para espiarme?

—No, Cassiopeia, confundes las cosas...

—¡No, eres un grandísimo idiota! —atacó—. ¿Cómo se te ocurre espiarme?

—¿Entonces no niegas el hecho de que te gusta Malfoy? —preguntó herido.

—Para tu información, Harry, el único idiota que me gusta eres tú —señaló levantándose de su asiento—. Claramente dije: "Me llegaste a gustar en el pasado" ¡Pasado! Y sabes, si, hablé con Malfoy, pero no me dijo nada interesante, no me dijo nada de lo que hace y lo único que he hecho es tratar ayudarlo dándole consejos, porque por si no lo sabes, te he escuchado durante meses, he escuchado tus teorías de que él puede ser un mortífago y lo último que le desearía a Malfoy es que tuviera un destino igual o peor que el de mi padre —apretó con fuerza sus libros—. ¡Adiós!

















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—Hola.

Cassiopeia volteo. Se encontró con un Harry totalmente nervioso.

—¿Qué quieres? —correspondió sin dejar de caminar.

—Lo siento, no debí...

—No voy a discutir en medio del pasillo —dijo mirando a todos los alumnos que los miraban.

Agarró de la muñeca a la chica y la llevó al aula más cercano y solitario que encontró. Colocó un hechizo silenciador para que nadie supiera nada.

—¿Y bien? —lo miró expectante mientras se recostaba en la pared.

—Yo... realmente lo siento, no quise espiarte... es solo que me preocupaba por ti, no sé, tengo tantas cosas en la mente que... —soltó un suspiro— siento que me estoy volviendo loco.

—Estás totalmente loco, Harry Potter —musitó ella—. Básicamente insinuaste que te engañaba con Malfoy.

—Lo sé y lo siento por haber sugerido que te gusta Malfoy o que llegarías a engañarme con él.

—Yo confió en ti, Harry —susurró acariciando su mejilla—. Sé de tus reuniones con Dumbledore, sé que son cosas importantes, sin embargo, nunca me has dicho de que se tratan con exactitud y yo he respetado tu decisión.

—Y te amo por eso, porque una persona empática. Te amo y realmente lamento haberme comportado como un idiota —respondió mirándola a los ojos.

—Sigo enojada contigo —dijo frunciendo el ceño, tratando de parecer enojada, pero solo se vio más tierna—. Soy una Black, por ende, soy dramática. No dejaré que tu cara tierna se interponga entre mis planes.

Harry rio y colocó sus manos alrededor de su cintura. A pesar del enojo, Cassiopeia se dejó abrazar. Quería hacerse la difícil, pero no podía. Harry era tan tierno que se le hacía imposible no enojarse con él. ¡No le parece justo!

—De acuerdo, chica dramática —susurró—. ¿Te parece si damos un paseo? Tenemos que hablar.
















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La cabeza de Harry reposaba en el regazo de Cassiopeia. Sus ojos se mantenían cerrados mientras que disfrutaba de las acaricias que ella hacía en su cabello.

—¿Así que... hay seis Horrocruxes?

—Si.

—Y dos están destruidos actualmente: El diario ese y el anillo.

—Exacto.

—Seis —murmuró ella—. Y tienes que... destruirlos tú solo.

Le aterraba el hecho de solo pensar que Voldemort había creado seis Horrocruxes con las muertes de varias personas inocentes.

—Y vas a ir con Dumbledore... para destruir... —soltó un suspiro pesado—. Ten cuidado, Harry, mucho cuidado.

—Lamento no habértelo contado antes... —dijo él en voz baja— es solo que, ya te he puesto varias veces en peligro y si te llega a pasar algo...

—Amor, ya hemos hablado de eso, si algo me llega a suceder nunca será tu culpa.

No importa cuantas veces Cassiopeia le diga eso, él siempre tendrá esa culpa de haberla puesta en peligro varias veces.

Se levantó del suelo y quedó sentando frente a ella.

—No entiendes lo mucho que te amo, Cassie. Eres mi razón de vivir —tomó sus manos y las acarició—. Y si a ti te llega a pasar algo, te juro que nunca podría perdonármelo.

—Yo también te amo, Harry, y nada de lo que me pueda pasar será tu culpa, nunca —dicho esto, lo abrazó.

Harry se dejó ser abrazado mientras cerraba sus ojos y disfrutaba de las acaricias de ella sobre su espalda y cabello. Amaba eso y quería que fuera así para siempre.

—¿Me prometes que nunca te irás?

—Harry...

—Prométemelo.

Inclinó su cabeza para dejar un beso en su frente. Harry disfrutó esa sensación.

—Te lo prometo —susurró.

Y volvió a recostar su espalda en el árbol. Harry se sentó al mismo tiempo mirando directamente los ojos cafés de Cassiopeia. Miles de sensaciones recorrieron por su cuerpo. Sintió que esos ojos le transmitían paz y tranquilidad. Ahora él fue quien dejó u beso en su frente para luego acariciar su mejilla y ella apoyó su frente con la de él.














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—¡Cassiopeia!

—¡Oh, hola Ginny! —saludaron al mismo tiempo Cassiopeia y Daphne.

—Sabes, Cassiopeia y ya hablábamos sobre la tienda de tus hermanos —habló Daphne—, ¿crees que...?

Ginny movió exageradamente las manos e interrumpió a su amiga.

—Harry hirió a Malfoy.

—¿Qué? —preguntó Daphne, creyendo que no escuchó bien.

—No entiendo, ¿cómo que lo hirió? —inquirió Cassiopeia preocupada.

—Sí, lo mejor será que vengas tú y que lo escuches.

—Nos vemos luego, Daphne —abrazó a la rubia y se despidió de ella.

Harry les contó a Cassiopeia, Ron, Hermione y Ginny lo sucedido, aunque no había ninguna necesidad porque la noticia había corrido como la pólvora: al parecer, Myrtle la Llorona se había encargado de asomarse a todos los lavabos del castillo para contar la historia; por su parte, Pansy Parkinson fue a visitar a Malfoy a la enfermería y no perdió un minuto en empezar a vilipendiar a Harry por el colegio entero; y en cuanto a Snape, explicó lo ocurrido al profesorado con pelos y señales. Harry tuvo que salir de la sala común para soportar quince dolorosos minutos en compañía de la profesora McGonagall, quien le aseguró que podía considerarse afortunado de no haber sido expulsado del colegio y que estaba completamente de acuerdo con la medida dispuesta por Snape: castigarlo todos los sábados hasta el final del curso.

—Ya te dije que había algo raro en ese príncipe —le comentó Hermione, que ya no podía morderse más la lengua—. Y tenía razón, ¿no?

—No, no creo que tuvieras razón —repuso Harry, testarudo.

Ya lo estaba pasando bastante mal y sólo faltaba que Hermione le leyera la cartilla; el peor castigo fueron las caras del equipo de Gryffindor cuando les informó de que no podría jugar el sábado. En ese momento notó los ojos de Cassiopeia clavados en él, pero simuló no darse cuenta porque no quería ver la decepción ni el enfado reflejados en esa cara.

—Harry —dijo Hermione—, ¿cómo es posible que sigas aferrándote a ese libro después de que el hechizo...?

—¡Deja de machacarme con el maldito libro! —le espetó Harry—. ¡Lo único que hizo el príncipe fue copiar el hechizo! ¡No aconsejaba a nadie que lo utilizara! ¡Que sepamos, sólo escribió una nota de algo que usaron contra él!

—No puedo creerlo —replicó Hermione—. Te estás justificando...

—Yo voy a buscar a Luna —murmuró Ginny para evitar presenciar la pelea entre Harry y Hermione.

—¡No estoy justificando lo que hice! —le contestó Harry a Hermione—. Me gustaría no haberlo hecho, y no sólo porque ahora tengo un montón de castigos por delante. Sabes muy bien que yo no habría empleado un hechizo como ése, ni siquiera contra Malfoy, pero no puedes culpar al príncipe porque él no escribió: «Prueba esto, es fenomenal.» Esas anotaciones eran para su uso personal, él no las divulgaba, ¿vale?

—¿Insinúas que vas a recuperar...? —preguntó Hermione.

—¿El libro? Pues claro. Mira, sin el príncipe nunca habría ganado el Felix Felicis, nunca habría podido salvar a Ron de morir envenenado y nunca...

—... te habrías labrado una fama de gran elaborador de pociones que no te mereces —replicó Hermione con rencor.

—¡Basta ya, Hermione! —terció Cassiopeia, y Harry, asombrado y agradecido, levantó la vista—. Por lo que cuenta Harry, parece que Draco intentaba echarle una maldición imperdonable. ¡Deberías alegrarte de que él tuviera un as en la manga!

—¡Toma, pues claro que me alegro de que no le echaran una maldición —replicó Hermione, dolida—, pero tampoco puedes decir que ese Sectumsempra sea beneficioso, Cassiopeia! ¡Mira cómo lo está pagando ahora! Y creo que por culpa de este incidente se han reducido las posibilidades de que ellos ganen el partido...

—Vamos, ahora no finjas que entiendes de quidditch —le espetó Cassiopeia—. Sólo conseguirás ponerte en ridículo.

Harry y Ron cruzaron una mirada: Hermione y Cassiopeia, que casi siempre se habían llevado bien, estaban sentadas con los brazos cruzados y la vista fija en direcciones opuestas. Ron, nervioso, observó a Harry, sacó un libro al azar y se escondió detrás de él. Harry sabía que no se lo merecía, pero de pronto notó una inmensa alegría, aunque ninguno de ellos volvió a decir una palabra en toda la noche.

—Tenemos que hablar.

Ambos salieron de la sala común de Gryffindor. Harry esperó que ella le gritara todo lo que ella contuvo en la sala, pero no lo hizo, solo dejó de caminar y lo miró directamente a los ojos.

—No vuelvas a buscar el libro —dijo de forma neutra.

—Pero...

—No tienes la culpa de nada, Harry —se apresuró a hablar—. Solo te defendiste de Draco, pero... ese libro no es bueno, Harry, solo... por favor no lo busques.

—De acuerdo, lo haré.

—¿Me lo prometes? —preguntó alzando su meñique.

—Te lo prometo.


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