46. Collar maldito
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capítulo cuarenta y seis
COLLAR MALDITO
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EL PASEO HASTA HOGSMEADE NO FUE NADA PLACENTERO. EL CAMINO que llevaba al pueblo estaba lleno de alumnos que se doblaban por la cintura para resistir el fuerte viento. Con una mano enfundada en un grueso guante Ron señaló hacia Honeydukes, que afortunadamente estaba abierta, y los otros lo siguieron tambaleándose hasta la abarrotada tienda.
—¡Menos mal! —dijo Ron, tiritando, al verse acogido por un caldeado ambiente que olía a tofe—. Quedémonos toda la tarde aquí.
—¡Harry, amigo mío! —bramó una voz a sus espaldas.
—¡Oh, no! —masculló Harry.
Los cuatro amigos se dieron la vuelta y vieron al profesor Slughorn, que llevaba un grotesco sombrero de piel y un abrigo con cuello de piel a juego. Sostenía en la mano una gran bolsa de piña confitada y ocupaba al menos una cuarta parte de la tienda.
—¡Ya te has perdido tres de mis cenas, Harry! —rezongó Slughorn, y le dio unos golpecitos amistosos en el pecho—. ¡Pero no te vas a librar, amigo mío, porque me he propuesto tenerte en mi club! A las señoritas Granger y Black le encantan nuestras reuniones, ¿no es así?
—Sí —asintió Hermione, obligada—. Son muy...
Cassiopeia no sabía si decir que le gustaba, en cierta forma, si se divertía porque iba acompañada de Hermione, Blaise, Olivia y Ginny. Estas dos últimas, junto a Cassiopeia, solían soltar comentarios sarcásticos sin que el profesor lo notara.
—¿Por qué no vienes nunca, Harry? —inquirió Slughorn.
—Es que he tenido entrenamientos de quidditch, profesor —se excusó.
—¡Espero que ganes tu primer partido después de tanto esfuerzo! Pero un poco de esparcimiento no le viene mal a nadie. ¿Qué tal el lunes por la noche? No me dirás que vas a entrenar con este tiempo...
—No puedo, profesor. El lunes por la noche tengo... una cita con el profesor Dumbledore.
—¡Nada, no hay manera! —se lamentó Slughorn con gesto teatral—. ¡Está bien, Harry, pero no creas que podrás eludirme eternamente!
El profesor les dedicó un afectado ademán de despedida y salió de la tienda andando como un pato, sin fijarse en Ron, como si éste fuera un expositor de cucuruchos de cucarachas.
—No puedo creer que le hayas dado esquinazo otra vez —comentó Hermione—. Esas reuniones no son tan malas, deberías de escuchar las bromas de Olivia.
Tan pronto Harry apuró el último sorbo de cerveza, Hermione propuso regresar al colegio. Los tres chicos asintieron. Volvieron a ceñirse las capas, enrollarse las bufandas y ponerse los guantes; luego salieron del pub detrás de Katie Bell y de una amiga suya y enfilaron la calle principal.
Cassiopeia escudriñó sus figuras, que apenas lograba distinguir. Las dos chicas discutían acerca de un paquete que Katie llevaba.
—¡No es asunto tuyo, Leanne! —exclamó Katie, antes de que ambas desaparecieran tras un recodo del camino.
Fuertes ráfagas de aguanieve golpeaban a Harry y le empañaban las gafas. Al doblar el recodo fue a secárselas, pero en ese preciso instante vio que Leanne intentaba quitarle a Katie el paquete, ésta trataba de recuperarlo y en el forcejeo el paquete caía al suelo.
De inmediato, Katie se elevó por los aires, pero no como había hecho Ron (cómicamente suspendido por un tobillo), sino con gracilidad y con los brazos extendidos, como a punto de echar a volar. Sin embargo, en su postura había algo extraño, algo estremecedor... La ventisca le alborotaba el cabello y tenía los ojos cerrados y el rostro inexpresivo. Harry, Ron, Hermione y Leanne se detuvieron en seco, estupefactos.
Entonces, cuando estaba a casi dos metros del suelo, Katie soltó un chillido aterrador y abrió los ojos. Sin duda lo que veía o sentía le producía una tremenda angustia. No paraba de chillar. Leanne empezó a gritar también, y la agarró por los tobillos intentando bajarla al suelo. Los demás se precipitaron a ayudarla, y cuando lograron cogerla por las piernas Katie se les vino encima. Los dos chicos consiguieron atraparla, pero Katie se retorcía violentamente y apenas lograban sujetarla. La tumbaron en el suelo, donde la muchacha siguió revolcándose y chillando, como si no reconociera a nadie.
Harry miró alrededor; el lugar parecía desierto.
—¡No se muevan de aquí! —ordenó en medio del viento huracanado—. ¡Voy a pedir ayuda!
Al poco tiempo llegó con Hagrid. Katie seguía retorciéndose y chillando en el suelo mientras Ron, Hermione, Cassiopeia y Leanne intentaban calmarla.
—¡Apártense! —ordenó el guardabosques—. ¡Déjenme verla!
—¡Le ha pasado algo! —sollozó Leanne—. No sé qué...
Hagrid miró a Katie y luego, sin decir palabra, se agachó, la levantó en brazos y echó a correr hacia el castillo. A los pocos segundos, los desgarradores gritos de Katie se habían apagado y sólo se oía el bramido del viento.
Hermione abrazó a la compungida amiga de Katie.
—Te llamas Leanne, ¿verdad?
La chica asintió con la cabeza.
—¿Ha pasado de repente o...?
—Ha ocurrido cuando se abrió el paquete —gimoteó Leanne, y señaló el empapado envoltorio de papel marrón que había en el suelo; se había abierto un poco y dejaba entrever un destello verdoso.
Ron se agachó para tocarlo, pero Harry le sujetó el brazo.
—¡Ni se te ocurra tocarlo! —le advirtió, y se agachó a su vez junto al paquete: un ornamentado collar de ópalos asomaba por el envoltorio—. Lo he visto antes —comentó—. Fue expuesto en Borgin y Burkes hace mucho tiempo y la etiqueta ponía que estaba maldito. Katie debe de haberlo tocado —miró a Leanne, que había empezado a temblar—. ¿Cómo llegó a manos de Katie?
—Por eso discutíamos. Volvió del lavabo de Las Tres Escobas trayendo el paquete y dijo que era una sorpresa para alguien de Hogwarts y que tenía que entregárselo. Cuando lo dijo estaba muy rara... ¡Oh, no! ¡Ahora lo entiendo! ¡Le han echado una maldición imperius, y no me di cuenta! —Rompió a sollozar de nuevo.
Hermione le dio unas palmaditas de consuelo.
—¿No te dijo quién se lo había dado, Leanne?
—No... no quiso contármelo... Y yo le dije que no fuera estúpida y que no lo llevara al colegio, pero ella se negaba a escucharme y... y entonces intenté quitárselo... y... y... —emitió un gemido de desesperación.
—Será mejor que vayamos a Hogwarts —propuso Cassiopeia—. Así sabremos cómo se encuentra Katie. Vamos...
Harry vaciló un momento, se quitó la bufanda del cuello e, ignorando la exclamación de asombro de Ron, envolvió con ella el collar y lo levantó con mucho cuidado.
—Se lo enseñaremos a la señora Pomfrey —dijo.
Mientras seguían a Hermione y Leanne por el camino, Harry no paraba de pensar, y cuando entraron en el jardín del castillo ya no pudo contenerse:
—Malfoy sabe que existe este collar. Estaba en una vitrina de Borgin y Burkes hace cuatro años; vi cómo lo examinaba mientras me escondía de él y de su padre. ¡Seguramente era lo que quería comprar el día que lo seguimos! ¡Se acordó del collar y fue a buscarlo!
—No sé, Harry... —repuso Ron, poco convencido—. A Borgin y Burkes va mucha gente... ¿Y no dice esa chica que Katie lo encontró en el lavabo de señoras?
—Dice que volvió con él del lavabo, pero eso no significa necesariamente que lo encontrara allí.
—¿Y bien? —dijo con brusquedad McGonagall unos minutos después, cuando los cuatro se encontraban en su oficina—. ¿Qué ha sucedido?
Con voz entrecortada y haciendo pausas para dominar el llanto, Leanne contó que Katie había vuelto del lavabo de Las Tres Escobas con un paquete en las manos, que a ella le había parecido un poco raro y que habían discutido sobre la conveniencia de prestarse a entregar objetos desconocidos, de modo que al final la discusión había culminado en un forcejeo y el paquete se había abierto. Al llegar a ese punto, Leanne estaba tan abrumada que no hubo manera de sonsacarle una palabra más.
—Está bien —dijo la profesora, comprensiva—. Leanne, sube a la enfermería, y que la señora Pomfrey te dé algo para el susto.
Cuando la muchacha abandonó el despacho, McGonagall se volvió hacia los otros cuatro.
—¿Qué ocurrió cuando Katie tocó el collar?
—Se elevó por los aires —contestó Harry adelantándose a sus amigos—. Luego se puso a chillar y al final se desplomó. Profesora, ¿puedo hablar con el profesor Dumbledore, por favor?
—El director se ha marchado y no volverá hasta el lunes, Potter, pero cualquier cosa que tengas que decir relacionada con este desagradable incidente puedes confiármela a mí.
Harry vaciló una fracción de segundo. Aquella profesora no invitaba a que le hicieran confidencias; Dumbledore, pese a ser más intimidante que ella en muchos aspectos, parecía menos inclinado a menospreciar las teorías de los demás, por descabelladas que fueran. Pero aquello era un asunto de vida o muerte, y no era momento para preocuparse por si se iban a reír de él. Así que inspiró hondo y dijo:
—Creo que Draco Malfoy le dio ese collar a Katie, profesora.
Cassiopeia soltó un suspiro pesado.
—Ésa es una acusación muy grave, Potter —manifestó la profesora McGonagall tras un momento tenso—. ¿Tienes alguna prueba?
—No, pero... —Y le contó que habían seguido a Malfoy hasta Borgin y Burkes y la conversación que le habían oído mantener con Borgin.
Cuando hubo terminado, McGonagall parecía un tanto desconcertada.
—¿Malfoy llevó algo a Borgin y Burkes para que se lo repararan?
—No, profesora, sólo quería que Borgin le explicara cómo reparar esa cosa. No la llevaba consigo. Pero no se trata de eso; lo que importa es que ese mismo día compró algo en la tienda, y creo que era ese collar.
—¿Vieron a Malfoy salir de la tienda con un paquete parecido?
—No, profesora, él le dijo a Borgin que se lo guardara en la tienda...
—En realidad —lo interrumpió Hermione—, Borgin le preguntó si quería llevárselo, y Malfoy contestó que no...
—¡Pues claro, porque no quería tocarlo! —saltó Harry.
—Lo que dijo fue: «¿Cómo voy a ir por la calle con eso?» —le recordó Hermione.
—Hombre, habría quedado como un imbécil con un collar puesto —intervino Ron.
—¡Ron! —se desesperó Hermione—. ¡Se lo habría llevado envuelto para no tocarlo, y no le habría costado esconderlo debajo de la capa para que nadie lo viera! Yo creo que esa cosa que reservó en Borgin y Burkes hacía ruido o abultaba mucho; debía de ser algo que habría llamado la atención por la calle. Y de cualquier modo —insistió, adelantándose a las objeciones de Harry—, yo le pregunté a Borgin acerca del collar, ¿no os acordáis? Lo vi en la tienda cuando entré para averiguar qué le había pedido Malfoy que le guardara. Y Borgin se limitó a decirme el precio, pero no me dijo que ya estuviera vendido ni nada parecido...
—Ya, pero fuiste muy poco sutil y él se dio cuenta de tus intenciones. Es lógico que no te dijera nada... Además, Malfoy pudo enviar a alguien a buscarlo más tarde...
—¡Ya basta! —se impuso la profesora cuando Hermione, enfadada, se disponía a replicar—. Potter, te agradezco que me hayas contado esto, pero no es posible acusar al señor Malfoy únicamente porque visitó la tienda donde tal vez se comprara ese collar. Podríamos acusar de lo mismo a centenares de personas.
—Eso mismo dije yo —murmuró Ron.
—Además, este año hemos instalado rigurosas medidas de seguridad. Dudo mucho que ese collar haya entrado en este colegio sin nuestro conocimiento.
—Pero...
—Es más —prosiguió McGonagall, adoptando un tono inapelable—, hoy el señor Malfoy no ha ido a Hogsmeade.
—¿Cómo lo sabe, profesora?
—Porque estaba cumpliendo un castigo conmigo. Ya van dos veces seguidas que no entrega sus deberes de Transformaciones. De modo que gracias por comunicarme tus sospechas, Potter —añadió al pasar por delante de los muchachos—, pero tengo que subir a la enfermería para ver cómo evoluciona Katie Bell. Que tengan un buen día.
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