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43. El testamento

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capítulo cuarenta y tres

EL TESTAMENTO

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Editado


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EN UN PEQUEÑO PUEBLO, HABITADO POR LA MAYORÍA DE MUGGLES, una chica de dieciséis años estaba en el mueble de su sala, con una taza de chocolate en sus manos. Llevó la taza a sus labios y tomó un sorbo del líquido dulce.

El diario el Profeta descansaba sobre sus piernas. Leyendo atentamente, sin querer perderse nada, mientras que una mujer de treinta y tres años peinaba su hermoso cabello castaño largo.

Ambas estaban concentras en lo que hacían cuando escucharon un golpe en la puerta. La mujer mayor, se levantó del mueble y sacó su varita, caminando hacia la puerta con pasos inaudible.

―Ten a la mano tu varita, Cassiopeia ―le ordenó― y quédate detrás en la sala.

―De acuerdo, mamá.

Cassiopeia Black hizo caso a su madre. Agarró con fuerza su varita y se quedó en la sala, visualizando la silueta de su madre.

―¿Quién es? ―preguntó Callie en voz alta―. Identifíquese.

―Soy yo, Dumbledore.

―¿Cómo sé que es usted?

―Bueno, recuerdo perfectamente cuando fuiste enviada a mi oficina porque habías hechizado a dos chicos de sexto grado que habían estado molestando a Sirius y al joven Regulus.

Callie abrió al instante la puerta.

―Dumbledore ―sonrió―. Por favor, pasa.

Dumbledore sonrió y entró a la casa. Callie lo guio hasta la sala.

―¿Profesor?

―Un gusto de verte, Cassiopeia ―saludó con cortesía.

―¿Le gustaría algo de beber? ―sugirió Callie―. Preparé chocolate caliente.

―Claro, eso sería encantador.

Una vez que le sirvió el chocolate, Callie se sentó en el mueble, junto a su hija, mirando de frente al profesor.

―Bueno, los dejo para que hablen.

―Oh, de hecho, nos gustaría conversar contigo, Cassiopeia.

―¿Conmigo? ―preguntó desconcertada―. ¿Hice algo malo?

―No, no hiciste nada malo.

―Cassiopeia —dijo el director de Hogwarts volviéndose hacia ella—, ha surgido una dificultad que espero seas capaz de resolver para nosotros. Y cuando digo «nosotros» me refiero a la Orden del Fénix. Pero, antes que nada, debo decirte que hace una semana encontraron el testamento de Sirius y te ha dejado todas sus posesiones.

—Oh...

—Esto, en general, resulta bastante sencillo —prosiguió Dumbledore—. Todo el oro de la cuenta de Sirius pasará a la tuya en Gringotts, de igual forma, heredas todos los bienes de Sirius. El problema —continuó, mirando de nuevo a la muchacha— es que, como recuerdas, tú y Sirius compartían la mitad de la propiedad del número 12 de Grimmauld Place, pero ahora, tú quedas como la única propietaria.

—Pueden seguir usándola como cuartel general —dijo Cassiopeia—. No me importa. Que se la queden; en realidad no la quiero.

Prefería no volver a poner los pies allí. Se imaginaba que el espíritu de Sirius habitaría eternamente la casa y que rondaría por sus oscuras y mohosas habitaciones, solo y atrapado para siempre en el sitio del que tanto había deseado salir en vida.

—Eres muy generosa —repuso Dumbledore—. Sin embargo, hemos desalojado temporalmente el edificio.

—¿Por qué?

—Verás, la tradición de la familia Black establece que la casa se transmita por línea directa al siguiente varón apellidado Black. Sirius era el último; y tú eres su sobrina e hija de Regulus. Aunque el testamento deja muy claro que tu tío quería que te quedaras con la casa, aparte de que eres la única con el apellido Black, cabe la posibilidad de que la casa le pertenezca a la prima de Sirius, igual de sangre pura como que tú, Bellatrix Lestrange.

—¡No! —gritó.

—Bueno, es evidente que nosotros también preferiríamos que no la tuviera —explicó Dumbledore con calma—. Bellatrix podría presentarse en la vivienda en cualquier momento. Como sabes, hemos decidido abandonar el edificio hasta que se aclaren todas las cuestiones.

—Pero ¿cómo van a averiguar si se me permite ser el nuevo propietario?

—Por fortuna, existe una sencilla manera de comprobarlo.

Dejó su taza vacía en una mesita.

—Verás —prosiguió Dumbledore, mirando de nuevo a Cassiopeia—, si resulta que has heredado la casa, también habrás heredado...

Agitó la varita. Se oyó un fuerte «¡crac!» y apareció un elfo doméstico con una narizota similar a un hocico, enormes orejas de murciélago y unos grandes ojos inyectados en sangre.

—... a Kreacher —terminó Callie por Dumbledore.

—Exacto.

—Kreacher se siente avergonzado con su ama Cassiopeia—el elfo doméstico con voz ronca, al mismo tiempo que daba fuertes pisotones con sus largos y deformes pies y se tiraba de las orejas—, Kreacher se siente mal por sentir el odio de la ama...

—¡Cállate, Kreacher!

Por un momento pareció que éste iba a asfixiarse. Se agarró el cuello; los ojos se le salían de las órbitas. Después de tragar varias veces saliva con grandes aspavientos, se tiró boca abajo sobre la alfombra y se puso a golpear el suelo con pies y manos, entregándose a una violenta pero silenciosa pataleta.

—Bueno, eso fue más sencillo de lo que pensé —observó Dumbledore con buen humor—. Por lo visto, Sirius sabía lo que hacía. Eres la legítima heredera del número 12 de Grimmauld Place y de Kreacher.

—¿Tengo que quedarme con él? —preguntó Cassiopeia con desprecio al elfo. Desde lo sucedido con Sirius, había perdido desconfianza hacia Kreacher.

—Si no quieres, no —contestó el mago—. Y si me permites una sugerencia, podrías enviarlo a trabajar en las cocinas de Hogwarts. De ese modo, los otros elfos domésticos lo vigilarían.

—Sí —dijo Cassiopeia—. Kreacher, quiero que vayas a Hogwarts y trabajes en las cocinas con los otros elfos domésticos. Y —se apresuró a agregar antes de que el elfo se vaya—, quiero que sepas que también debes obedecer las órdenes de Harry Potter.

Kreacher no pareció contento con la idea.

—Pero...

—Pero nada —le cortó—. Harry es mi novio, y el ahijado de Sirius, y yo te doy la orden de que obedezcas cualquier cosa que te diga.

Kreacher, que se había quedado tumbado de espaldas con los brazos y las piernas en el aire, miró a Cassiopeia con vergüenza y, con otro fuerte «¡crac!», desapareció.

—Muy bien, solo te recuerdo que seas amable con tu elfo —replicó Dumbledore.

―Pero él...

―Ya lo escuchaste, Cassiopeia ―habló su madre y Cassiopeia no replicó nada.

—Excelente, también hay que resolver el asunto del hipogrifo, Buckbeak. Hagrid lo ha cuidado desde que murió Sirius, pero ahora es tuyo, así que si prefieres disponer otra cosa...

—No —respondió Cassiopeia—, puede quedarse con Hagrid. Creo que Buckbeak lo preferirá.

—Hagrid estará encantado —asintió Dumbledore sonriendo—. Se alegró mucho de volver a verlo. Por cierto, decidimos, por la propia seguridad del hipogrifo, cambiarle el nombre y de momento llamarlo Witherwings, aunque dudo mucho que el ministerio llegue a sospechar jamás que es el mismo hipogrifo que una vez condenaron a muerte. Estupendo, solo una cosa más —repuso Dumbledore—, Harry vendrá mañana en la tarde.

—¿Pero no se supone que vendría en la mañana?

—Cambio de planes, necesito que venga conmigo para ir a ver a Slughorn.

—¿Slugh... quién?





























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—¡Harry! —sonrió—. Me alegra verte. Entra.

—Buenos días, Callie —respondió el saludo mientras entraba al departamento.

—Buenos días, ¿cómo has estado?

—Muy bien —comentó siendo guiado por Callie hacia la cocina.

—¿Lograron convencer al Slughorn? —interrogó curiosa.

—Sí, al parecer lo logramos —respondió sentándose en un taburete de la isla de cocina.

—¿Cómo te pareció el nuevo profesor?

Hizo una mueca—. Más o menos.

—Slughorn al principio puede ser algo estresante, recuerdo que le gustaba juntarse con los hijos de familias importantes. Aunque claro, también se juntaban con los que eran excelentes en su materia, como tu madre Lily.

—Si, me comentó que conoció a mi madre —repuso—. ¿Dónde está Cassiopeia?

—Sé está bañando. No quería bañarse. ¿Puedes creerlo? Tu novia es muy puerca, Harry.

—¡Mamá!

La voz de Cassiopeia resonó por toda la cocina. Su cabello húmedo delataba que acababa de darse un baño. Llevaba puesto una blusa blanca sin mangas y una falda azul.

Al acercarse, dejó en beso en la mejilla de Harry. Él percibió un olor a violeta.

—Claro que no, yo siempre me baño —dijo abrazando a Harry por detrás y apoyando su barbilla en su cabeza—. No le creas nada de lo que te diga esta señora, Harry.

Callie miró con ternura a los adolescentes enamorados recordando, con mucha nostalgia, cuando ella estuvo enamorada a esa misma edad. Decidió salir de la sala, para que tengan un momento a solas.

—Te extrañé mucho —musitó Harry parándose de la silla y volviéndose hacia su novia.

—Yo igual —lo abrazó y recostó su cabeza en su pecho—. ¿Esos muggles te trataron bien?

—Sí, aunque no tienes que preocuparte por mí —le devolvió el abrazo con una acaricia en la espalda.

—No digas esa estupidez, Harry. Siempre me preocuparé por ti —dijo con tono obvio—. ¡Harry, cada vez estás más alto! —exclamó parándose de puntitas—. ¿Podrías dejar de crecer?

Claramente ella lo decía en broma, ya qua a Cassiopeia le gusta el hecho de que Harry sea más alto que ella. Siempre le han atraído los altos.

—No es mi culpa que seas una hormiguita.

—Justo en mi corazoncito de minion —fingió estar ofendida—. Ayer vino Dumbledore.

—¿Para?

—Bueno, nos avisó que llegarías hoy y me dio el testamento de Sirius —dijo con suavidad mientras se sentaba en un taburete—. Heredé todo lo que dejo, incluyendo Grimmauld Place, Buckbeak y Kreacher. Le aseguré a Dumbledore que se puede quedar con Grimmauld Place, no me apetece regresar ahí. Kreacher está trabajando en las cocinas de Hogwarts para que esté vigilado (si necesitas algo, solo pídeselo, le di la orden de que tiene que hacer caso)

—¿Y es de confianza? —preguntó Harry, imitando su acción.

—Sí, con Dumbledore ya verificamos y soy oficialmente su ama, no puede desobedecerme, además, según él, está arrepentido —hizo una mueca—. Y Buckbeak, ahora llamado Witherwings, está con Hagrid.

—Hagrid estará muy contento.

—Demasiado —asintió—. Hablando de él. ¿Este año no tomarás Criaturas Mágicas?

—No y no sé cómo se ponga Hagrid ante la noticia —hizo una mueca.

—No creo que se enoje, él te aprecia mucho —declaró sobando su brazo.

—¡Chicos, tengo que ir a trabajar! —anunció Callie agarrando su abrigo del perchero—. Se quedarán solos, Amabel está en una misión de la Orden. Volveremos en unas horas —se despidió de los dos con un abrazo—. ¡No le abran la puerta a ningún desconocido!

—¡Adiós, mamá!

—Los vecinos de al frente son integrantes de la Orden, para que estén seguros —aseguró yendo a la puerta—. ¡Cuídense!

—¡Adiós!

La puerta se cerró con fuerza. Cuando se quedaron solos, Cassiopeia miró a Harry con una sonrisa.

—Ven, te enseño mi cuarto —agarró de su muñeca y lo jaló.

Harry mentiría si dijera que no estaba nervioso. Estar solo con Cassiopeia en su casa, y en su cuarto, sabiendo que se siente atraído por ella de mil maneras lo inquietaba.

—Me gusta tu cuarto —comentó observando los cuadros que estaban colgados en su cuarto, suponiendo que ella misma los habrá pintó—, es muy organizado a diferencia del mío.

—La única razón por la que está así es por mi madre —respondió—. Ella odia el desorden y no me queda de otra opción a seguir sus reglas.

Harry observó en la mesa de noche unos casetes de música.

—¿Qué tal familiarizados está tu familia con las cosas muggles?

—No sabría decirte exactamente, tenemos una televisión en la sala, un teléfono y algunas cosas que sirven con electricidad para cocinar, pero aún nos falta por descubrir muchas cosas más —explicó mirando a su alrededor—. ¿Has escuchado hablar de una videoconsola?

—Mi primo tenía uno —respondió mientras se sentaba en el borde de la cama—. Yo solía utilizarlo cuando tenía la casa sola, pero el muy idiota tiró su misma videoconsola.

—Que idiota —murmuró—. ¿Y es bueno esa cosa? Me gustaría tener uno. He escuchado a algunos vecinos decir que fascinante —comentó Cassiopeia mientras se dirigía a buscar algo en su armario.

—Si, si lo... ¿ese es mi abrigo? —preguntó Harry al ver como la chica sacaba un abrigo del armario.

—Si —respondió sin importancia mientras se lo colocaba—. Me la regalaste hace cinco meses.

—No te la regalé, te la presté —repuso él fingiendo estar enojado.

—Ahora es mío —dijo dando vueltas y observándose en el espejo. El abrigo le quedaba grande y era muy calientito.

Volteo para ver a Harry, que no parecía contento.

—¿Quieres tu abrigo de vuelta? —sonrió pícara mientras se sentaba sobre sus piernas y rodeaba su cuello con sus brazos.

El corazón de Harry empezó a latir con mucha frecuencia. Sus mejillas ardieron y un cosquilleo se entendía por todo su cuerpo. Nunca había estado en una situación así con ella, una en donde existiera una tensión muy fuerte en el aire. Estaba nervioso, pero eso no le prohibió que colocara sus manos en las caderas acariciándolas por encima de su falda.

Vio como una sonrisa apareció en los labios de Cassiopeia.

—Quítamela —susurró ella.

Con timidez, Harry obedeció, pero no solo tomó el borde del abrigo, sino también el borde la blusa, y al retirar ambas prendas, obtuvo una vista que nunca olvidaría.

Se sonrojó el doble de lo que estaba y Cassiopeia acarició sus cachetes rojos.

—Me encanta verte sonrojado —plantó un beso en su mejilla.

—¿Cómo haces eso? —relamió sus labios mirando los de su novia—. ¿Ser tierna hasta en estos momentos?

Cassiopeia rio.

—No lo sé —se encogió de hombros—. ¿Cómo es que hueles tan bien? —pregunto en su oído, sintiendo varios escalofríos y su piel erizada.

—Yo... no tengo idea —soltó un suspiro. Cassiopeia estaba a centímetros de él, pero no sé atrevía a besarlo—. No me tortures así.

Cassiopeia sonrió con inocencia.

—¿Así cómo?

—Tú sabes cómo —respondió en voz baja, mirando sus labios.

Se inclinó hacia ella, pero Cassiopeia alejó un poco con una sonrisa divertida dibujada en sus labios. Ella también tenía ganas de besarlo, muchas ganas, pero quería verlo sufrir un poco. Y al final, sin previo aviso y poder soportar, juntó sus labios. Harry gimió en el beso que siento de sorpresa.

El tierno beso entre ellos duró poco segundos. Se volvió rudo, algo muy era raro en ellos, era la primera vez que se besaban de aquella forma, tal vez era por el hecho de que ambos se habían extrañado tanto en las vacaciones.

Cassiopeia tenía sus manos en su cabello tirando de él. Abandonó sus labios para besar su mandíbula, cara y cuello. Harry acarició con cariño, disfrutando de la suavidad de su piel. Ella ahogó soltó un suspiro al sentir algo duro.

Pero entonces, el sonido del timbre los asustó.

—¿Es tu mamá? —preguntó Harry con la respiración entrecortada.

—No creo, ella nunca se olvida de sus cosas cuando sale de casa —contestó.

Se levantó del regazo de Harry y por un momento se olvidó del sonido del timbre al ver el busto gigante entre sus pantalones. Mordió inconscientemente su labio.

—Deja de verme así —la regañó Harry.

—Lo siento —dijo riendo—, es solo...

El timbre volvió a sonar.

—¡Caracoles! —bufó en voz baja mientras buscaba el abrigo de Harry para colocárselo—. Yo abro la puerta, tú... tapa eso —le lanzó una almohada.

Ya con el abrigo puesto, salió de la habitación y cerró la puerta. Si bien, ella vive en un departamento lleno de muggles que usualmente van a tocar su puerta a pedirle un poquito de azúcar, pero también, teniendo en cuenta el regreso de Voldemort, existe la posibilidad de que sea algún mortífago por eso agarró su varita mágica cuando se acercó a la puerta.

Abrió la puerta, preparándose para cualquier cosa.

—¡Hola, Cassiopeia! —la saludó un chico alto y moreno agarrando la mano de una niña pequeña—. Gracias por aceptar cuidar de mi hermana mientras yo salgo.

—¿Disculpa? Creo que te confundes.

—No, claro que no —dijo—. Verás, estaba hablando con la señora Smith y le comenté que tengo que salir hoy por unos trámites y no tengo con quien dejar a Allison y tu madre fue muy gentil y me aseguró que tú te ofreces a cuidarla hasta que yo regresé.

Cassiopeia quiso soltar un insulto. Claramente Callie había hecho eso para que Harry y Cassiopeia no estuvieran tiempo a solas mientras ella estaba ausente en la casa.

—¿No te lo dijo? —preguntó él al ver la cara de su vecina.

—No, creo que se le olvidó —sonrió forzadamente—. Pero no te preocupes, Jonathan, puedo cuidar de ella.

—Me salvaste la vida —musitó Jonathan.

—Hola, Allison.

—¡Hola, Cassiopeia! —le devolvió el saludo la niña.

—Ya me tengo que ir, vuelvo en tres horas —avisó Jonathan—. Hazle caso a Cassiopeia, Allison —dejo un beso en la frente de su hermanita.

—De acuerdo —respondió con una sonrisa mientras veía a su hermano desaparecer por el pasillo—. ¿Por qué tienes un palo de madera en tu mano? —preguntó cuando entró a la casa observó su mano.

—Oh, no es nada relevante —dijo guardando su varita—. Vamos, ¿qué quieres hacer?

—¡Quiero hacer galletas de chocolate! —chilló de emoción la niña.

—Bien, tú ve a lavarte las manos, yo iré a buscar algo en la mi habitación, ya regreso.

La niña se fue al baño a lavarse las manos, en eso Cassiopeia aprovechó para buscar a Harry en su habitación. Encontró al chico en el mismo lugar en donde lo había dejado, sentando en el borde de su cama, con la diferencia que tenía una almohada encima de su regazo.

—No sabía que eras niñera.

—Ni yo lo sabía —respondió sentándose junto a él—. Al parecer mamá me puso el trabajo de niñera sin decírmelo. Lo siento, realmente no lo sabía.

—No pasa nada, Cassie —replicó dejando un beso en su frente—. Tenemos todavía tiempo, tendremos tiempo para nosotros después.

—¿Y luego podríamos... continuar con lo de antes? —preguntó con una sonrisa juguetona.

Harry se sonrojó levemente. Cassiopeia acarició su mejilla y le dio un pequeño beso en la comisura de sus labios. Luego recostó su cabeza y escondió su cara en su cuello.

—¿Se tranquilizó tu amiguito? —Harry sintió la respiración de ella sobre su cuello. Sabía que lo hacía apropósito.

—Tu presencia no ayuda.

Cassiopeia rio y en ese momento Allison gritó su nombre.

—Tengo que irme, si quieres... tomate un baño en mi ducha ―se levantó de la cama y se acercó a la puerta―. En el segundo cajón hay toalla limpia.

Cassiopeia se disculpó con Allison por haber demorado en su cuarto. Empezaron a buscar todos los ingredientes que pedía la receta, luego fueron siguiendo los pasos de las indicaciones. Allison se veía muy contenta cocinando; disfrutaba mezclar y batir, pero sin duda, amaba probar la mezcla para verificar si ya está a listo (y comer chispas de chocolate sin que su niñera se diera cuenta).

Cuando terminaron de mezclar todo, lo único que tenían que hacer fue colocar las bolitas de masa en el horno, para que en una hora se conviertan en galletas crocantes.

—¿En cuánto tiempo estarán las galletas?

—Creo que entre diez a quince minutos —contestó mirando si reloj—. Mientras tanto, veamos una película de Disney.

—Si —asintió repetidas veces y luego abrió ojos como platos—. ¡Cassiopeia, hay un intruso!

Allison señaló con su dedo a Harry, que había salido de la habitación secándose el cabello con una toalla. Cassiopeia negó divertida.

—No es un intruso, es mi novio, su nombre es Harry, se está quedando aquí por un tiempo.

—Ah... mucho gusto Harry —sonrió la niña—. Soy Allison.

—Un gusto en conocerte, Allison —respondió con una sonrisa de boca cerrada.

—¿Desde cuando salen tu y Cassiopeia?

—En octubre cumplimos un año —respondió él.

—¿Tú también estudias en el mismo internado de Cassiopeia?

Al vivir un departamento con puros muggles, Callie, la madre de Cassiopeia se vio obligada a explicarles cuál era la ausencia de Cassiopeia mientras que ella estaba en Hogwarts, un internado.

—Sí —contestó ella por él, antes de que se le ocurra preguntar demás por su supuesto internado—. ¿Cuál película vemos?

—¡La Cenicienta! —chilló Allison.

—La Cenicienta será —sonrió Cassiopeia—. Iré por palomitas.

—¿Harry nos acompañará a ver la Cenicienta? —preguntó Allison.

—Si no te estorba su presencia.

—Claro que no.

Intercambió miradas con Harry, verificando que no se sienta incómodo o disgustado con la idea, pero él estaba de acuerdo.

—Bien, yo ya vengo.

La tarde mañana fue realmente divertida para los tres. Canguil, galletas de chocolate y película de Disney; fueron un gran plan para poder disfrutar de una mañana. Con rapidez, Allison se encariñó con Harry, que jugaba con ella o la escuchaba hablar sobre diversos temas.



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