41. Batalla y perdida
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capítulo cuarenta y uno
BATALLA Y PERDIDA
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LOS RODEARON UNAS SILUETAS NEGRAS SALIDAS DE LA NADAM QUE LES cerraron el paso a derecha e izquierda; varios pares de ojos brillaban detrás de las rendijas de unas máscaras, y una docena de varitas encendidas les apuntaban directamente al corazón; Ginny soltó un grito de horror.
—Dame eso, Potter —repitió la voz de Lucius Malfoy, que había estirado un brazo con la palma de la mano hacia arriba. Harry notó un espantoso vacío en el estómago. Estaban atrapados, y los doblaban en número—. Dame eso —dijo Malfoy una vez más.
—¿Dónde está Sirius? —preguntó Harry.
Varios mortífagos rieron; una áspera voz de mujer surgió de entre las oscuras figuras, hacia la izquierda de Harry, y sentenció con tono triunfante:
—¡El Señor Tenebroso nunca se equivoca!
—No, nunca —apostilló Malfoy con voz queda—. Y ahora, entrégame la profecía, Potter.
—¡Quiero saber dónde está Sirius!
—«¡Quiero saber dónde está Sirius!» —se burló la mujer que estaba a su izquierda. Ella y el resto de los mortífagos se habían acercado más a Harry y a sus amigos, de los que ahora sólo los separaban unos palmos, y la luz de sus varitas deslumbraba a Harry.
—Sé que lo han capturado —afirmó él tratando de no hacer caso de la creciente sensación de pánico que notaba en el pecho—. Está aquí. Sé que está aquí.
—El bebé se ha despertado asustado y ha confundido el sueño con la realidad —chilló la mujer imitando la voz de un niño pequeño.
Harry notó que Cassiopeia, que estaba a su lado, se movía.
—No hagas nada —murmuró Harry—. Todavía no...
La mujer que lo había imitado soltó una ruidosa carcajada.
—¿Lo han oído? ¿Lo han oído? ¡Está dando instrucciones a los otros niños, como si pensara atacarnos!
—¡Ah, tú no conoces a Potter tan bien como yo, Bellatrix! —exclamó Malfoy quedamente—. Tiene complejo de héroe; el Señor Tenebroso ya lo sabe. Y ahora dame la profecía, Potter.
Bellatrix Lestrange. Cassiopeia sintió que el miedo invadió por todo su cuerpo.
—Sé que Sirius está aquí —insistió Harry pese a que el pánico le oprimía el pecho y le costaba respirar—. ¡Sé que lo han cogido!
Unos cuantos mortífagos volvieron a reír, aunque la mujer fue la que rio más fuerte.
—Ya va siendo hora de que aprendas a distinguir la vida de los sueños, Potter —dijo Malfoy—. Dame la profecía inmediatamente, o empezaremos a usar las varitas.
—Adelante —lo retó Harry, y levantó su varita mágica hasta la altura del pecho.
En cuanto lo hizo, las siete varitas de Ron, Hermione, Cassiopeia, Olivia, Neville, Ginny y Luna se alzaron a su alrededor.
Pero los mortífagos no atacaron.
—Entrégame la profecía y nadie sufrirá ningún daño —aseguró Malfoy fríamente.
—¡Sí, claro! —exclamó Cassiopeia—. Harry les da la profecía y ustedes nos dejan irnos a casa, ¿verdad?
—Oh, querida Cassiopeia —canturreó Bellatrix—. Elegiste el bando equivocado.
«Genial, reunión familiar», pensó Cassiopeia.
—¡Accio prof...! —Pero Harry estaba preparado, y gritó: «¡Protego!» antes de que ella hubiera terminado de pronunciar su hechizo; la esfera de cristal le resbaló hasta las yemas de los dedos, aunque consiguió sujetarla—. ¡Vaya, el pequeño Potter sabe jugar! —dijo Bellatrix fulminando a Harry con la mirada tras las rendijas de su máscara—. Muy bien, pues entonces...
—¡TE HE DICHO QUE NO! —le gritó Lucius Malfoy a la mujer—. ¡Si la rompes...!
La mujer dio un paso hacia delante, separándose de sus compañeros, y se quitó la máscara. Azkaban había dejado su huella en el rostro de Bellatrix Lestrange, demacrado y marchito como una calavera, aunque lo avivaba un resplandor fanático y febril.
—Bellatrix Lestrange —musitó enojado Neville, intentó avanzar hacia ella, pero Harry se opuso.
—Por fin tenemos el gusto de conocerlos —dijo Olivia junto a su hermano.
—Oh... Los gemelos Longbottom —soltó una risa estridente Bellatrix—. ¿Cómo están sus padres?
—Mejor, ahora que los vengaré —Olivia trató de alzar su varita, pero Hermione se lo impidió.
—Cálmense todos —intervino Malfoy—. Solo queremos la profecía, entregamos, Potter.
—Nunca —declaró Harry.
—¿Vamos a tener que aplicarte nuestros métodos de persuasión? —preguntó Bellatrix—. Entonces que vea cómo torturamos a su linda novia —ordenó a los mortífagos que tenía detrás—. Tráiganmela, yo me encargo de esa traidora de la sangre.
Harry dio un paso hacia un lado y se colocó justo delante de Cassiopeia, al tiempo que los demás se apiñaban alrededor de ella.
—Si quiere atacar a alguno de nosotros tendrá que romper esto —le advirtió—. No creo que su amo se ponga muy contento si la ve regresar sin ella, ¿no? —la mujer no se movió; se limitó a mirar fijamente a Harry mientras se pasaba la punta de la lengua por los delgados labios—. Por cierto —continuó Harry —, ¿qué profecía es ésa?
—¿Que qué profecía es ésa? —repitió Bellatrix, y la sonrisa burlona se borró de sus labios—. ¿Bromeas, Potter?
—No, no bromeo —respondió Harry, que pasó la mirada de un mortífago a otro buscando un punto débil, un hueco que les permitiera escapar—. ¿Para qué la quiere Voldemort?
Varios mortífagos soltaron débiles bufidos.
—¿Te atreves a pronunciar su nombre? —susurró Bellatrix.
—Sí —contestó Harry, y sujetó con fuerza la bola de cristal por si Bellatrix volvía a intentar arrebatársela—. Sí, no tengo ningún problema en decir Vol...
—¡Cierra el pico! —le ordenó Bellatrix—. Cómo te atreves a pronunciar su nombre con tus indignos labios, cómo te atreves a mancillarlo con tu lengua de sangre mestiza, cómo te atreves...
—¿Sabía usted que él también es un sangre mestiza? —preguntó Harry con temeridad. Hermione soltó un débil gemido—. Me refiero a Voldemort. Sí, su madre era bruja, pero su padre era muggle. ¿Acaso les ha contado que es un sangre limpia?
—¡DESMA...!
—¡NO!
Un haz de luz roja había salido del extremo de la varita mágica de Bellatrix Lestrange, pero Malfoy lo había desviado; el hechizo de Malfoy hizo que el de Bellatrix diera contra un estante y varias esferas de cristal se rompieron.
—... el día del solsticio llegará un nuevo... —decía la figura de un anciano con barba.
—¡NO LO ATAQUES! ¡NECESITAMOS LA PROFECÍA!
—Se ha atrevido..., se atreve —chilló Bellatrix con incoherencia—. Esta repugnante sangre mestiza... Míralo, ahí plantado...
—¡ESPERA HASTA QUE TENGAMOS LA PROFECÍA! —bramó Malfoy.
—... y después no habrá ninguno más... —dijo la figura de una mujer joven.
Las dos figuras que habían salido de las esferas rotas se disolvieron en el aire.
—No me han explicado ustedes todavía qué tiene de especial esta profecía que pretenden que les entregue —dijo para ganar tiempo mientras desplazaba lentamente un pie hacia un lado, buscando el de alguno de sus compañeros.
—No te hagas el listo con nosotros, Potter —le previno Malfoy.
No me hago el listo —replicó él mientras concentraba la mente tanto en la conversación como en el tanteo del suelo. Y entonces encontró un pie y lo pisó. Una brusca inhalación a sus espaldas le indicó que se trataba del de Cassiopeia.
¿Dumbledore nunca te ha contado que el motivo por el que tienes esa cicatriz estaba escondido en las entrañas del Departamento de Misterios? —inquirió Malfoy con sorna.
—¿Cómo? —se extrañó Harry, y por un momento se olvidó de su plan—. ¿Qué dice de mi cicatriz?
—¿Cómo puede ser? —continuó Malfoy regodeándose maliciosamente; los mortífagos volvieron a reír, y Harry aprovechó la ocasión para susurrarle a Cassiopeia, sin apenas mover los labios:
—Destrocen... las estanterías...
—¿Dumbledore nunca te lo ha contado? —repitió Malfoy—. Claro, eso explica por qué no viniste antes, Potter, el Señor Tenebroso se preguntaba por qué...
—... cuando diga «ya»...
—... no viniste corriendo cuando él te mostró en tus sueños el lugar donde estaba escondida. Creyó que te vencería la curiosidad y que querrías escuchar las palabras exactas...
—¿Ah, sí? —dijo Harry. Entonces notó, cómo detrás de él Cassiopeia pasaba el mensaje a los demás, y siguió hablando para distraer a los mortífagos—. Y quería que viniera a buscarla, ¿verdad? ¿Por qué?
—¿Por qué? —repitió Malfoy, incrédulo y admirado—. Porque las únicas personas a las que se les permite retirar una profecía del Departamento de Misterios, Potter, son aquellas a las que se refiere la profecía, como descubrió el Señor Tenebroso cuando envió a otros a robarla.
—¿Y por qué quería robar una profecía que hablaba de mí?
—De los dos, Potter, hablaba de los dos... ¿Nunca te has preguntado por qué el Señor Tenebroso intentó matarte cuando eras un crío?
—¿Qué alguien hizo una profecía sobre Voldemort y sobre mí? —preguntó con un hilo de voz mirando a Lucius Malfoy—. ¿Y me ha hecho venir a buscarla para él? ¿Por qué no venía y la agarra él mismo?
—¿Agarrarla él mismo? —chilló Bellatrix mezclando las palabras con una sonora carcajada—. ¿Cómo iba a entrar el Señor Tenebroso en el Ministerio de Magia, precisamente ahora que no quieren admitir que ha regresado? ¿Cómo iba a mostrarse el Señor Tenebroso ante los aurores, ahora que pierden tan generosamente el tiempo buscando a mi querido primo?
—Ya, y les obliga a hacer a ustedes el trabajo sucio, ¿no?
—Muy bien, Potter, muy bien... —dijo Malfoy lentamente—. Pero el Señor Tenebroso sabe que no eres ton...
—¡YA! —gritó entonces Harry.
—¡REDUCTO! —gritaron siete voces distintas detrás de Harry.
Siete maldiciones salieron volando en siete direcciones distintas, y las estanterías que tenían enfrente recibieron los impactos; la enorme estructura se tambaleó al tiempo que estallaban cientos de esferas de cristal y las figuras de blanco nacarado se desplegaban en el aire y se quedaban flotando; sus voces resonaban, procedentes de un misterioso y remoto pasado, entre el torrente de cristales rotos y madera astillada que caía al suelo.
—¡CORRAN! —gritó Harry mientras las estanterías oscilaban peligrosamente y seguían cayendo esferas de cristal.
Cassiopeia gachó su cabeza al tiempo que un hechizo pasó sobre su cabeza. Empezó a correr mientras gritaba «¡Desmaius!». Sabía que al menos un mortífago era el padre de su amigo Theo, y no quería ser una asesina y que él la odie.
Corrió hasta parar a un pasillo solitario. Dejó de correr apoyando sus manos sobre sus rodillas, recuperando el aliento. Volteo y notó que solo estaban ella y Olivia.
—¿Dónde... están los demás? —preguntó Olivia jadeando.
—Mierda, no lo sé —respondió ella—. ¿Dónde está...?
—¡Agáchate! —Olivia la arrastró llevándola al piso.
De no haber sido por Olivia, Cassiopeia hubiese recibido el maleficio asesino.
—¡Impedimenta! —gritó Olivia hacia el mortífago—. Levántate —le ofreció su mano para levantarse—, debemos de salir, vamos por aquí...
Pero Olivia se interrumpió y dejó de caminar. Un mortífago apareció en el camino de ella, con una sonrisa burlona. Cassiopeia volteo hacia el otro lado y lamentablemente había otro mortífago.
Estaban acorraladas.
Quedaron de espaldas, protegiendo a la otra. Ambas gritaron el hechizo protector cuando los mortífagos avanzaron hacia ellas y trataron de lastimarlas.
—Conozco dos hechizos que podríamos utilizar en esta situación —musitó Cassiopeia sin quitar la mirada de su enemigo— pero podríamos terminar en Azkaban si los empleamos.
—No importa —respondió Olivia.
Al mismo tiempo, Cassiopeia Black y Olivia Longbottom exclamaron hechizos diferentes:
—¡Crucio!
—¡Imperio!
El hechizo de Cassiopeia hizo que el mortífago frente a ella retrocediera de dolor en el suelo mientras gritaba. No tuvo ni la más mínima lástima hacia él. Disfruto ver como la persona que casi la asesina sufría a sus pies y pedía a gritos que terminara.
—¡Crucio! —volvió a gritar.
Por otro lado, Olivia ignoraba el hecho de que Cassiopeia estaba torturando a alguien porque su concentración estaba en el mortífago que hacía una reverencia exagerada ante ella.
Una sonrisa se formó en sus labios.
—Ataca a los todos los mortífagos —le ordenó Olivia apuntándolo con su varita—y encárgate de que no lastime a nadie de mis amigos.
Olivia observó como el mortífago se marchó del lugar. Volteó a hacia Cassiopeia y vio que ella había dejado de torturar al hombre.
—¿Te gustan las serpientes? —le preguntó Olivia con una sonrisa mientras veía al hombre en el suelo.
—¿Piensas lo mismo que yo? —cuestionó también con una sonrisa.
Ambas intercambiaron miradas antes apuntar sus varitas al mortífago.
—¡Serpensortia!
De sus varitas aparecieron dos serpientes que se arrastraron con lentitud al cuerpo del mortífago. Ellas se quedaron frente al hombre, observando con diversión el terror en su cara... Y el resto es historia.
—Debemos de buscar a los demás —anunció Cassiopeia, corriendo.
—¿En dónde mierda se metieron los demás? —preguntó Olivia mientras seguía su camino—. ¿Será que...?
—¡Cuidado! —gritó Harry apareciendo—. ¡Flipendo! —ambas voltearon a ver como un mortífago salió volando—. ¿Están bien? ¿Dónde estaban? ¿¡Por qué están manchadas de sangre!?
—Larga historia —dijo Olivia echando una mirada a sus ropas— Estábamos protegiendo nuestros traseros —agregó.
—¿Dónde están los demás? —interrogó Cassiopeia.
—Por acá, Ron está mal.
Llegaron a la sala del principio con todas las puertas negras que gira. Apenas vieron a los demás, Ron se lanzó contra Olivia con una sonrisa tonta, haciéndola caer al suelo.
—¿Por qué tu camisa está manchada de salsa de tomate, Chica Problemática? —dijo Ron con una risita—. ¿Me has oído, Liv? Salsa de tomate.
—Si te oí, Ron, literalmente estás encima de mí —dijo tratando de alejarlo.
Cassiopeia y Harry ayudaron a Olivia a levantarse del suelo. Amabas miraron a los demás pidiendo explicaciones ante la actitud rara de Ron.
—¿Qué le sucedió? —preguntó Cassiopeia.
—¡Oh, Cassie! —exclamó Ron, actuando como si recién cayera en cuenta sobre la presencia de la castaña—. Eres muy linda —dijo alargando la u.
—Eh... ya lo sabía —respondió dudosa mientras miraba a Harry. Él miraba a su amigo con el ceño fruncido.
—Hemos visto Urano, Cassie. ¡Ji, ji, ji! —agregó al tiempo que apretaba los cachetes de Cassiopeia—. ¡Un Urano!
—¡Auch! ¡Mis mejillas, Ronald! —le dio un manotazo.
—¿Acaso te drogaron, Ron? —preguntó Olivia alejando de Cassiopeia.
—¡Oh, Livie hermosa! —ahora se lanzó a los brazos de la pelinegra—. ¡Cuánto tiempo sin vernos! —pellizcó la nariz de la chica.
—¿Qué le sucedió? —se quejó Olivia alejándolo ahora de ella.
—No sabemos qué le han hecho —respondió Luna con tristeza—, pero se comporta de una forma muy extraña; me ha costado lo mío traerlo hasta aquí.
—De acuerdo. Debemos de buscar la salida.
—Creo que es esa —señaló Harry.
Entraron a la habitación, pero lo único que encontraron fue un arco.
—Esas voces... ¿Comprenden lo que dice? —preguntó Harry acercándose al arco.
—Yo no escucho voces —declaró Hermione—, vámonos de aquí.
—Yo también las escucho —musitó Luna.
—Harry, solo es un arco antiguo, vámonos.
Pero entonces, todos oyeron ruidos provenientes de la puerta en la que acabaron de entrar. Mortífagos. Se volvieron listos para esperar atacarlos.
—¡Detrás de mí!
La puerta se abrió, y para sorpresa de todos, no aparecieron mortífagos, sino sombras negras que llenaron todo el lugar. Se vieron obligados a agacharse cuando esas sombras intentaban los derribaron.
Cuando todo pasó, Cassiopeia se encontraba retenida por un mortífago que le había dejado sin desarmada. Intentó moverse, pero el hombre la apuntó con su varita. Esas sombras habían sido mortífagos.
Observó a su alrededor, todos estaban igual que ella, a excepción de Harry, que estaba en el centro.
—¿En realidad creíste...? —empezó hablar con voz calmada Malfoy mientras se acercaba a Harry—. ¿De verdad eres tan ingenuo para creer que unos niños serían capaces de detenernos? —miró a los adolescentes—. Esto es simple, solo tienes que darme la profecía o verás a tus amigos morir.
—¡No se la des, Harry! —gritó Neville mientras era sujetado por Bellatrix Lestrange.
Pero Harry no tenía otra opción, sus amigos estaban en peligro. Miró a Cassiopeia; en su cara se reflejaba que no estaba de acuerdo con que le dé la profecía, pero también observó como el hombre la agarraba del cuello, amenazándola con la varita si se movía.
Estiró el brazo y les tendió la profecía, que se había calentado con el calor de sus manos. Lucius Malfoy se adelantó para cogerla.
Pero entonces, de repente, como si se tratara de un milagro, una sombra blanca y muy brillante apareció detrás del señor Malfoy.
—¡Aléjate de mí ahijado!
Sirius Black no perdió más tiempo y le proporcionó un puñetazo en la cara a Lucius, lanzándolo al suelo y tirando la profecía. Y Con eso, dio inicio a la batalla en el Departamento de Misterios.
Ahora, simbras blancas aparecieron por todo el lugar, liberando a los adolescentes de los mortífagos. Sirius, Lupin, Callie, Amabel, Moody, Tonks y Kingsley hicieron presencia. La Orden del Fénix luchaba contra los mortífagos. Observó cómo su tía Amabel y Tonks se encargaban de poner a salvo a Hermione, Ron, Ginny, Luna, Neville y Olivia.
Cassiopeia agarró su varita del suelo y se acercó a Harry.
—¿Estás bien? —le preguntó Harry al tiempo que le daba un abrazo.
—Sí —contestó ella—. ¿Cómo...? —pero un hechizo rozó por su brazo—. ¡Idiota! ¡Petrificus totalus!
—¡Bien hecho, estrellita! —gritó alguien feliz a sus espaldas.
—¡Sirius!
El nombrado los tomó y los hizo agacharse para cubrirse de la batalla que estaba ocurriendo a su alrededor. Cassiopeia asomó un poco la cabeza y observó como Lupin luchaba contra Macnair.
—Escúchenme, quiero que salgan de aquí...
—No, yo me quedaré aquí —dijo Harry.
—No te podemos dejar, Sirius —replicó Cassiopeia.
—Lo han hecho bien, chicos —respondió con una sonrisa de orgullo—, pero yo me encargaré ahora. Quiero que vuelvan y se cuiden mutuamente —fue lo último que agregó.
—¡Black!
Lucius apareció cerca de ellos con su varita en alto. Sirius, Harry y Cassiopeia se pusieron en combate. La pequeña batalla dio inicio cuando Lucius fue el primero en atacar y Sirius creó un hechizo protector no verbal. Al poco tiempo apareció Dolohov y se intensificó el duelo, empeorando las cosas. Cassiopeia era la que más peleaba con Dolohov, que pudo derrotarlo cuando lanzó el hechizo aturdidor
—¡Expelliarmus! —la varita de Lucius se escapó de sus manos.
—¡Así se hace, James! —felicitó Sirius con una sonrisa, y su voz resonó por la enorme habitación.
La felicidad de Sirius fue contagiosa, que Cassiopeia también sonrió junto con Harry.
Pero no contaba con que en un segundo pasarían tantas cosas.
—¡Avada Kedavra!
Un rayo verde impactó el pecho de Sirius, logrando que la felicidad de Cassiopeia se esfumara.
En cambio, Sirius no había dejado de reír del todo, pero abrió mucho los ojos, sorprendido. Dio la impresión de que él tardaba una eternidad en caer: su cuerpo se curvó describiendo un majestuoso círculo, y en su caída hacia atrás atravesó el raído velo que colgaba del arco.
La risa de Bellatrix reinó por todo el lugar, al igual que el grito desgarrador de Harry.
—No... no... Sirius —murmuró Cassiopeia al borde de las lágrimas
Corrió hacia el arco, estaba a unos metros, pero unos brazos detuvieron su camino. Forcejó lo más que pudo, pero aparte de que la persona que la retenía era más fuerte que ella, ya no tenía fuerzas.
—No puedes hacer nada, Cassie —dijo Callie con un tono de voz bajo.
—¡No! —negó mientras las lágrimas se escapaban de sus ojos—. ¡Tenemos que buscarlo, mamá! ¡Sirius! ¡Regresa!
—Él se ha ido.
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