4. La Marca Tenebrosa
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capitulo cuatro
LA MARCA TENEBROSA
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EMPEZARON A CAMINAR LOS CUATRO. CASSIOPEIA SENTÍA LA MIRADA DE DESCONFIANZA DE HERMIONE SOBRE ELLA, sabía que no tenía ni una pizca de confianza en ella, pero no le importaba, solo quería volver a su casa. Se mantuvo callada durante todo el tiempo, no le interesaba opinar, solo caminaba a lado de Harry en silencio mientras escuchaba todo.
El azabache de vez en cuando la observaba. Se veía que estaba cansada.
Pero de repente, Hermione dejó de hablar y miró por encima del hombro. Cassiopeia copió su acción. Parecía que alguien se acercaba hacia ellos dando tumbos. Esperaron, escuchando el sonido de los pasos descompasados tras los árboles. Pero los pasos se detuvieron de repente.
—¿Quién es? —llamó Harry
Sólo se oyó el silencio. Harry se puso en pie y miró hacia el árbol. Estaba demasiado oscuro para ver muy lejos, pero tenía la sensación de que había alguien justo un poco más allá de donde llegaba su visión.
—¿Quién está ahí? —preguntó.
Y entonces, sin previo aviso, una voz diferente de cualquier otra que hubieran escuchado en el bosque desgarró el silencio. Lanzó un conjuro:
—¡MORSMORDRE!
Algo grande, verde y brillante salió de la oscuridad que los ojos de Cassiopeia habían intentado penetrar en vano, y se levantó hacia el cielo por encima de las copas de los árboles.
—Mierda —murmuró Cassiopeia, reconociendo el conjuro.
—¿Qué...? —exclamó Ron, poniéndose en pie de un salto y mirando hacia arriba.
—¡Chicos, vámonos! —les dijo Cassiopeia, pero ninguno respondió. Harry y Ron estaba mirando la calavera del cielo. Hermione pareció que fue la única que realmente reaccionó.
—¿Quién está ahí? —gritó de nuevo.
—¡Harry, vamos, muévete! —Hermione lo había agarrado por la parte de atrás de la chaqueta, y tiraba de él.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry, sobresaltándose al ver la cara de ambas tan pálida y aterrorizada.
—¡Es la Marca Tenebrosa, Harry! —gimió Cassiopeia mientras Hermione tiraba del chico con toda su fuerza—. ¡El signo de Quien-tú-sabes!
—¿El de Voldemort?
—¡Vamos, Harry! —repitió Hermione.
Harry se volvió, mientras Ron recogía a toda prisa su miniatura de Krum, y los tres se dispusieron a cruzar el claro. Pero tan sólo habían dado unos pocos pasos, cuando una serie de ruiditos anunció la repentina aparición, de la nada, de una veintena de magos que los rodearon.
Harry paseó la mirada por los magos y tardó menos de un segundo en darse cuenta de que todos habían sacado la varita mágica y que las veinte varitas los apuntaban. Sin pensarlo más, gritó:
—¡AL SUELO! —y, agarró a Cassiopeia, la arrastró con él sobre la hierba.
—¡Desmaius! —gritaron las veinte voces.
Hubo una serie de destellos cegadores, y Cassiopeia sintió que el pelo se le agitaba como si un viento formidable acabara de barrer el claro. Al levantar la cabeza un centímetro, vio unos chorros de luz roja que salían de las varitas de los magos, pasaban por encima de ellos, cruzándose, rebotaban en los troncos de los árboles y se perdían luego en la oscuridad.
—¡Alto! —gritó una voz familiar—. ¡ALTO! ¡Es mi hijo!
Cassiopeia levantó un poco más la cabeza. El mago que tenía delante acababa de bajar la varita. Al darse la vuelta vio al señor Weasley, que avanzaba hacia ellos a zancadas, aterrorizado.
—Ron... Harry... —su voz sonaba temblorosa—. Cassiopeia... Hermione... ¿Están bien?
—Apártate, Arthur —dijo una voz fría y cortante.
Era el señor Crouch. Él y los otros magos del Ministerio estaban acercándose. Harry se puso en pie de cara a ellos. Crouch tenía el rostro crispado de rabia
—¿Quién de ustedes lo ha hecho? —dijo bruscamente, fulminándolos con la mirada—. ¿Quién de ustedes ha invocado la Marca Tenebrosa?
—¡Nosotros no hemos invocado eso! —exclamó Harry, señalando la calavera.
—¡No hemos hecho nada! —añadió Cassiopeia, frotándose el codo y mirando al señor Crouch con expresión indignada—. ¿Por qué nos atacan? ¡Pudieron habernos lastimado!
—¡No mienta, Black! —gritó el señor Crouch. Seguía apuntando a Cassiopeia con la varita, y los ojos casi se le salían de las órbitas: parecía enloquecido—. ¡Los hemos descubierto en el lugar del crimen! De seguro usted está siguiendo los pasos de sus tíos y el de su padre...
Cassiopeia se enojó al escuchar que había mencionado a su padre y cuando el señor Crouch dijo "tíos", supo que no solo se refirió a Black, sino también a Bellatrix y Rodolfo Lestrange.
—¡Le estoy dando mi palabra! —espetó Cassiopeia.
—Barty, no puedes acusar de esa forma a Cassiopeia—interrumpió enojado el señor Weasley—. Ni siquiera tienes ninguna prueba concreta.
—Es una niña, Barty —susurró una bruja vestida con una bata larga de lana—. Además, conoces a Callie. Su hija nunca podría haberlo hecho...
—Díganme, ¿de dónde ha salido la Marca Tenebrosa? —preguntó apresuradamente el señor Weasley.
—De allí —respondió Hermione temblorosa, señalando el lugar del que había partido la voz—. Estaban detrás de los árboles. Gritaron unas palabras... un conjuro.
—¿Conque estaban allí? —dijo el señor Crouch, volviendo sus desorbitados ojos hacia Hermione, con la desconfianza impresa en cada rasgo del rostro—. ¿Conque pronunciaron un conjuro? Usted parece muy bien informada de la manera en que se invoca la Marca Tenebrosa, señorita.
Pero, aparte del señor Crouch, ningún otro mago del Ministerio parecía creer ni remotamente que Harry, Ron, Hermione y Cassiopeia pudieran haber invocado la calavera. Por el contrario, después de oír a Hermione habían vuelto a alzar las varitas y apuntaban a la dirección a la que ella había señalado, tratando de ver algo entre los árboles
—Demasiado tarde —dijo sacudiendo la cabeza la bruja vestida con la bata larga de lana—. Se han desaparecido.
—No lo creo —declaró Amos Diggory—. Nuestros rayos aturdidores penetraron en aquella dirección, así que hay muchas posibilidades de que los hayamos atrapado...
—¡Ten cuidado, Amos! —le advirtieron algunos de los magos cuando el señor Diggory alzó la varita, fue hacia el borde del claro y desapareció en la oscuridad.
Hermione se llevó las manos a la boca cuando lo vio desaparecer. Al cabo de unos segundos lo oyeron gritar:
—¡Sí! ¡Los hemos capturado! ¡Aquí hay alguien! ¡Está inconsciente! Es... Pero... ¡caray!
—¿Has atrapado a alguien? —le gritó el señor Crouch, con tono de incredulidad—. ¿A quién? ¿Quién es?
Oyeron chasquear ramas, crujir hojas y luego unos pasos sonoros hasta que el señor Diggory salió de entre los árboles. Llevaba en los brazos a un ser pequeño, desmayado. Cassiopeia reconoció enseguida el paño de cocina. Era Winky.
El señor Crouch no se movió ni dijo nada mientras el señor Diggory depositaba a la elfina en el suelo, a sus pies. Los otros magos del Ministerio miraban al señor Crouch, que se quedó paralizado durante unos segundos, muy pálido, con los ojos fijos en Winky. Luego pareció despertar.
—Esto... es... imposible —balbuceó—. No...
Rodeó al señor Diggory y se dirigió a zancadas al lugar en que éste había encontrado a Winky.
—¡Es inútil, señor Crouch! —dijo el señor Diggory—. No hay nadie más.
Pero el señor Crouch no parecía dispuesto a creerle. Lo oyeron moverse por allí, rebuscando entre los arbustos.
—Es un poco embarazoso —declaró con gravedad el señor Diggory, bajando la vista hacia la inconsciente Winky—. La elfina doméstica de Barty Crouch... Lo que quiero decir...
—Déjalo, Amos —le dijo el señor Weasley en voz baja—. ¡No creerás de verdad que fue la elfina! La Marca Tenebrosa es una señal de mago. Se necesita una varita.
—Sí —admitió el señor Diggory—. Y ella tenía una varita.
—¿Qué? —exclamó el señor Weasley.
—Aquí, mira —El señor Diggory cogió una varita y se la mostró—. La tenía en la mano. De forma que, para empezar, se ha quebrantado la cláusula tercera del Código de Uso de la Varita Mágica: «El uso de la varita mágica no está permitido a ninguna criatura no humana.»
Entonces oyeron otro «¡plin!», y Ludo Bagman se apareció justo al lado del padre de Ron. Parecía despistado y sin aliento. Giró sobre sí mismo, observando con los ojos desorbitados la calavera verde.
—¡La Marca Tenebrosa! —dijo, jadeando, y casi pisa a Winky al volverse hacia sus colegas con expresión interrogante—. ¿Quién ha sido? ¿Los han atrapado? ¡Barty! ¿Qué sucede?
El señor Crouch había vuelto con las manos vacías. Su cara seguía estando espectralmente pálida, y se le había erizado el bigote de cepillo.
—¿Dónde has estado, Barty? —le preguntó Bagman—. ¿Por qué no estuviste en el partido? Tu elfina te estaba guardando una butaca... ¡Gárgolas tragonas! —Bagman acababa de ver a Winky, tendida a sus pies—. ¿Qué le ha pasado?
—He estado ocupado, Ludo —respondió el señor Crouch, hablando aún como a trompicones y sin apenas mover los labios—. Hemos dejado sin sentido a mi elfina.
—¿Sin sentido? ¿Ustedes? ¿Qué quieres decir? Pero ¿por qué...?
De repente, Bagman comprendió lo que sucedía. Levantó la vista hacia la calavera, luego la bajó hacia Winky y terminó dirigiéndola al señor Crouch.
—¡No! —dijo—. ¿Winky? ¿Winky invocando la Marca Tenebrosa? ¡Ni siquiera sabría cómo hacerlo! ¡Para empezar, necesitaría una varita mágica!
—Y tenía una —explicó el señor Diggory—. La encontré con una varita en la mano, Ludo. Si le parece bien, señor Crouch, creo que deberíamos oír lo que ella tenga que decir.
Crouch no dio muestra de haber oído al señor Diggory, pero éste interpretó su silencio como conformidad. Levantó la varita, apuntó a Winky con ella y dijo:
—¡Rennervate!
Winky se movió lánguidamente. Abrió sus grandes ojos de color castaño y parpadeó varias veces, como aturdida. Ante la mirada de los magos, que guardaban silencio, se incorporó con movimientos vacilantes y se quedó sentada en el suelo.
Vio los pies de Diggory y poco a poco, temblando, fue levantando los ojos hasta llegar a su cara, y luego, más despacio todavía, siguió elevándolos hasta el cielo. Harry vio la calavera reflejada dos veces en sus enormes ojos vidriosos. Winky ahogó un grito, miró asustada a la multitud de gente que la rodeaba y estalló en sollozos de terror.
—¡Elfina! —dijo severamente el señor Diggory—. ¿Sabes quién soy? ¡Soy miembro del Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas!
Winky se balanceó de atrás adelante sobre la hierba, respirando entrecortadamente.
—Como ves, elfina, la Marca Tenebrosa ha sido conjurada en este lugar hace tan sólo un instante —explicó el señor Diggory—. ¡Y a ti te hemos descubierto un poco después, justo debajo! ¡Si eres tan amable de darnos una explicación...!
—¡Yo... yo... yo no lo he hecho, señor! —repuso Winky jadeando—. ¡Ni siquiera hubiera sabido cómo hacerlo, señor!
—¡Te hemos encontrado con una varita en la mano! —gritó el señor Diggory, blandiéndola ante ella.
—¡Eh... es la mía! —exclamó Harry.
Todo el mundo lo miró.
—¿Cómo has dicho? —preguntó el señor Diggory, sin dar crédito a sus oídos.
—¡Que es mi varita! —dijo Harry—. ¡Se me cayó!
—¿Que se te cayó? —repitió el señor Diggory, extrañado—. ¿Es eso una confesión? ¿La tiraste después de haber invocado la Marca?
—Señor Diggory, Harry no pudo haber invocado la Marca Tenebrosa —intervino Cassiopeia, hablando severamente—. Estamos hablando de Harry Potter.
Harry se ruborizó levemente al ver que Cassiopeia lo estaba defendiendo.
—Eh... no, por supuesto —farfulló el señor Diggory—. Lo siento... Me he dejado llevar.
—De todas formas, no fue ahí donde se me cayó —añadió Harry, señalando con el pulgar hacia los árboles que había justo debajo de la calavera—. La eché en falta nada más internarnos en el bosque.
—Así que —dijo el señor Diggory, mirando con severidad a Winky—, la encontraste tú, ¿eh, elfina? Y la cogiste y quisiste divertirte un rato con ella, ¿eh?
—¡Yo no he hecho magia con ella, señor! —chilló Winky, mientras lloraba—. ¡Yo... yo... yo sólo la cogí, señor! ¡Yo no he conjurado la Marca Tenebrosa, señor, ni siquiera sabría cómo hacerlo!
—¡No fue ella! —intervino Hermione—. ¡Winky tiene una vocecita chillona, y la voz que oímos pronunciar el conjuro era mucho más grave! —Miró a Ron y Harry, en busca de apoyo—. No se parecía en nada a la de Winky, ¿a qué no?
—No —confirmó Harry, negando con la cabeza—. Sin lugar a duda, no era la de un elfo.
—No, era una voz humana —dijeron Ron y Cassiopeia al mismo tiempo.
—Bueno, pronto lo veremos —gruñó el señor Diggory, sin darles mucho crédito—. Hay una manera muy sencilla de averiguar cuál ha sido el último conjuro efectuado con una varita mágica. ¿Sabías eso, elfina?
El señor Diggory volvía a levantar su varita y juntaba la punta con el extremo de la varita de Harry.
—¡Prior Incantato! —dijo con voz potente el señor Diggory.
Cassiopeia oyó que Hermione ahogaba un grito, horrorizada, cuando una calavera con lengua en forma de serpiente surgió del punto en que las dos varitas hacían contacto. Era, sin embargo, un simple reflejo de la calavera verde que se alzaba sobre ellos, y parecía hecha de un humo gris espeso: el fantasma de un conjuro.
—¡Deletrius! —gritó el señor Diggory, y la calavera se desvaneció en una voluta de humo—. ¡Bien! —exclamó con una expresión incontenible de triunfo.
—Una elfina que me desobedece no me sirve para nada —declaró con frialdad, mirando a Hermione—. No me sirve para nada un sirviente que olvida lo que le debe a su amo y a la reputación de su amo.
Winky lloraba con tanta energía que sus sollozos resonaban en el claro del bosque. Se hizo un silencio muy desagradable al que puso fin el señor Weasley diciendo con suavidad:
—Bien, creo que me llevaré a los míos a la tienda, si no hay nada que objetar. Amos, esa varita ya no nos puede decir nada más. Si eres tan amable de devolvérsela a Harry...
El señor Diggory se la devolvió a Harry, y éste se la guardó en el bolsillo.
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