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33. El regreso de Hagrid

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capítulo treinta y tres

EL REGRESO DE HAGRID

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CASSIOPEIA CAMINABA CON RITMO ACELERADO POR LOS PASILLOS DE HOGWARTS. Luego de salir de su castigo con Snape le llegó la primera noticia; Gryffindor había ganado, estaba triste por su casa, pero feliz por Harry. Pero entonces la segunda noticia no fue tan buena como la primera; Harry y George habían ido a la oficina de la profesora McGonagall por golpear a Malfoy.

No sabía mucho cual había sido la causa, pero estaba segura de que Malfoy tenía la culpa. Para su suerte, se encontró con Harry en medio del pasillo. Corrió, acercándose a él.

—¡Harry! Me enteré lo que pasó con...

—¿Por qué nunca me contaste la verdad? —preguntó serio.

—¿Qué verdad? —cuestionó ella sin comprender.

—¿Malfoy y tu fueron mejores amigos?

Cassiopeia se quedó sin palabras.

—¡Contesta, Cassiopeia!

—Yo... no es lo que parece, Harry...

—¿En serio? Porque Malfoy me lo dijo. ¿Por qué nunca me contaste la verdad de porque tú y Olivia no se llevan bien?

«Maldito Malfoy» pensó.

—Harry... —su voz se cortó.

—¿Qué otras cosas me ocultas, Cassiopeia? ¿Acaso nuestra relación es falsa?

Cassiopeia se acercó a Harry y con sus manos sostuvo su cara.

—No dudes de lo que siento por ti, Harry —musitó sintiendo dolor en su corazón—. No te lo conté porque ya eran cosas del pasado. Sabía de tu enemistad con Malfoy y no quería que creyera que yo era mala o una cretina como piensas que son los Slytherin.

—Pudiste haberlo comentado —musitó el chico.

—Yo realmente lo siento...

—No me molesta el hecho de que Malfoy haya sido tu amigo —declaró Harry mientras retiraba las manos de Cassiopeia de su cara—, me decepciona que me lo hayas ocultado. Te pregunté directamente lo de Olivia porque quería que tengamos confianza entre nosotros.

—No, Harry...

—Adiós, Cassiopeia —se alejó—. Yo... necesito pensar.




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—¡Ábrete! —le exigió Cassiopeia.

—Contraseña —exigió la dama gorda.

—¡Esto es de suma importancia! ¿¡No te puedes abrir así nomás!?

—Contraseña —repitió la dama gorda.

—¿Cómo hizo mi tío aquella vez para entrar a la sala de Gryffindor? —se preguntó a sí misma Cassiopeia—. Por favor, necesito ir a ver a mis amigos, ¡es urgente!

—Contraseña.

—De acuerdo, de acuerdo —se puso a pensar por unos segundos—. Ehhh... ¿Papas fritas? Bobadas, Quidditch, Escobas, ¿Sangre Pura? No, eso solo lo usaríamos en Slytherin, Avestruz, ¿Mimbulus? Calabaza, ¿Zumo de calabaza? Pastel de Calabaza ¡Deja de pensar en comida, Cassiopeia! —se regañó a sí misma—. ¿Cuento de Hadas? No, luces de Hadas, ¿no? ¿Mickey Mouse? Baño para perros. ¿Comida para perros? ¿Regaliz? ¿Limonada? ¿Regaliz de limón? Rom...

Pero antes de que diga algo más la puerta se abrió, dejándola asombrada.

—¿¡Es enserio!? ¡Lo dije en broma!

Cassiopeia, impresionada, se adentró al lugar. Para su suerte, solo estaban, Harry, Ron y Hermione sentados junto al fuego.

—¿Cómo entraste? —preguntó asombrada Hermione.

—Ni yo sé —respondió encogiéndose de hombros.

Entonces intercambió miradas con Harry. El chico no la miró con una sonrisa tímida o enamorada, seguía enojado.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Harry, escéptico.

—Sé que no quieres verme ahora, Harry —musitó Cassiopeia.

—Que lista...

—Pero debes escucharme, bueno, deben —dijo con voz neutral, mirando a los tres—. Hagrid ha vuelto.

Harry subió a todo correr al dormitorio de los chicos para coger la capa invisible y el mapa del merodeador, que guardaba en su baúl. Cassiopeia no tuvo más opción que esperarlos.

Hermione también había subido al dormitorio de las chicas, se demoró casi media vida, y trajo con ella bufanda, guantes y gorros.

—¡Es que fuera hace mucho frío! —se justificó cuando Ron chasqueó la lengua con impaciencia.

Salieron por la abertura del retrato y se apresuraron a cubrirse con la capa; Ron había crecido tanto que ahora tenía que encorvarse para que no le asomaran los pies por debajo. Bajaron despacio y con cuidado las diferentes escaleras, y se detenían de vez en cuando para comprobar, con ayuda del mapa, si Filch o la Señora Norris andaban cerca. Tuvieron suerte: no vieron a nadie más que a Nick Casi Decapitado, que se paseaba flotando y tarareando distraídamente «A Weasley vamos a coronar». Cruzaron el vestíbulo con sigilo y salieron a los silenciosos y nevados jardines. A Cassiopeia le dio un vuelco el corazón cuando vio unos pequeños rectángulos dorados de luz y el humo que salía en espirales por la chimenea de la cabaña de Hagrid. Echó a andar hacia allí a buen paso, y los otros dos lo siguieron dando traspiés. Bajaron emocionados por la ladera, donde la capa de nieve cada vez era más gruesa, y por fin llegaron frente a la puerta de madera de la cabaña. Harry levantó el puño y llamó tres veces, e inmediatamente se oyeron los ladridos de un perro.

—¡Somos nosotros, Hagrid! —susurró Harry por la cerradura.

—¡Debí imaginármelo! —respondió una áspera voz. Los cuatro amigos se miraron sonrientes debajo de la capa invisible; la voz de Hagrid denotaba alegría—. Sólo hace tres segundos que he llegado a casa... Aparta, Fang, ¡quita de en medio, chucho! —Se oyó cómo descorría el cerrojo, la puerta se abrió con un chirrido y la cabeza de Hagrid apareció en el resquicio. Hermione no pudo contener un grito—. ¡Por las barbas de Merlín, no chilles! —se apresuró a decir Hagrid, alarmado, mientras observaba por encima de las cabezas de los chicos—. Llevan la capa esa, ¿no? ¡Vamos, entren, entre!

—¡Lo siento! —se disculpó Hermione mientras los cuatro entraban apretujándose en la cabaña y se quitaban la capa para que Hagrid pudiera verlos—. Es que... ¡Oh, Hagrid!

—¡Tu cara, Hagrid! —exclamó preocupada Cassiopeia.

—¡No es nada, no es nada! —exclamó él rápidamente. Cerró la puerta y corrió todas las cortinas, pero Hermione y Cassiopeia seguían mirándolo horrorizadas.

Hagrid tenía sangre coagulada en el enmarañado pelo, y su ojo izquierdo había quedado reducido a un hinchado surco en medio de un enorme cardenal de color negro y morado. Tenía diversos cortes en la cara y en las manos, algunos de los cuales todavía sangraban, y se movía con cautela, lo que hizo sospechar a Harry que Hagrid tenía alguna costilla rota. Era evidente que acababa de llegar a casa.

Había una gruesa capa negra de viaje colgada en el respaldo de una silla, y una mochila donde habrían cabido varios niños pequeños apoyada en la pared, junto a la puerta. Hagrid, que medía dos veces lo que mide un hombre normal, fue cojeando hasta la chimenea y colocó una tetera de cobre sobre el fuego.

—¿Qué te ha pasado? —le preguntó Harry mientras Fang danzaba alrededor de los chicos intentando lamerles la cara.

—Ya se los he dicho, nada —contestó Hagrid con firmeza—. ¿Quieren una taza de té?

—¡Vamos, Hagrid! —le espetó Ron—. ¡Si estás hecho polvo!

—Les digo que estoy bien —insistió Hagrid enderezándose y volviéndose para mirarlos sonriente, pero sin poder disimular una mueca de dolor—. ¡Vaya, cuánto me alegro de volver a verlos a los cuatro! ¿Han pasado un buen verano?

—¡Hagrid, te han atacado! —exclamó Ron.

—¡Por última vez: no es nada! —repitió Hagrid con rotundidad.

—¿Acaso dirías que no es nada si alguno de nosotros apareciera con casi medio kilo de carne picada donde antes tenía la cara? —inquirió Ron.

—Deberías ir a ver a la señora Pomfrey, Hagrid —terció Hermione, preocupada—. Algunos de esos cortes tienen mala pinta.

—Ya me estoy encargando de ellos, ¿de acuerdo? —respondió Hagrid intentando imponerse. Entonces fue hacia la enorme mesa de madera que había en el centro de la cabaña y levantó un trapo de cocina que había encima. Debajo del trapo había un filete de color verdoso, crudo y sangrante, del tamaño de un neumático de coche.

—No pensarás comerte eso, ¿verdad, Hagrid? —preguntó Ron inclinándose sobre el filete para examinarlo—. Tiene aspecto venenoso.

—Tiene un aspecto perfectamente normal, es carne de dragón —replicó Hagrid—. Y no pensaba comérmelo —cogió el filete y se lo colocó sobre la parte izquierda de la cara. Un hilo de sangre verdosa resbaló por su barba y Hagrid emitió un débil gemido de satisfacción—. Así está mejor. Va muy bien para aliviar el dolor.

—¿Piensas contarnos lo que te ha pasado, o no? —inquirió Harry

—No puedo, Harry. Es secreto. Si les cuento me juego el empleo.

—¿Te han atacado los gigantes, Hagrid? —preguntó Hermione con voz queda.

Los dedos de Hagrid resbalaron por el filete de dragón, que descendió hasta el pecho haciendo un ruido parecido al de la succión.

—¿Los gigantes? —repitió Hagrid mientras agarraba el filete antes de que le llegara al cinturón y se lo colocaba de nuevo en la cara—. ¿Quién ha dicho nada de gigantes? ¿Con quién han estado hablando? ¿Quién les ha dicho que he...? ¿Quién les ha dicho que estaba...?

—Nos lo imaginamos nosotros —respondió Hermione en tono de disculpa.

—¿Ah, sí? —dijo Hagrid mirándola fijamente con el ojo que el filete no le tapaba.

—Era... evidente —añadió Ron, y Harry asintió con la cabeza.

Hagrid los miró a los cuatro con severidad; entonces dio un resoplido, trató de levantarse hacia la tetera que había empezado a silbar, pero soltó un gruñido de dolor.

—Déjame ayudarte —Cassiopeia agitó la varita mientras vertía agua hirviendo en tres tazas con forma de cubo.

—No sé qué les pasa, pero siempre tienen que saber más de lo que deberían —masculló mirando a Harry, Ron y Hermione—, y ahora han incluido a Cassiopeia en sus travesuras, y no crean que es un cumplido. Son unos entrometidos. Y muy indiscretos.

Sin embargo, le temblaban los pelos de la barba.

—Entonces ¿es verdad que fuiste a buscar a los gigantes? —preguntó Harry.

—Sí, es verdad —gruñó.

—¿Y los encontraste? —inquirió Hermione con un hilo de voz.

—Verás, los gigantes no son muy difíciles de encontrar, francamente —contestó Hagrid—. Son bastante grandes.

Se ajustó un poco el filete para que le tapara la parte más magullada de la cara y Ron insistió:

—¡Vamos, Hagrid, cuéntanos lo que has estado haciendo! Si nos dices lo que te pasó con los gigantes, Harry te explicará cómo lo atacaron los dementores...

Hagrid se atragantó con el té y al mismo tiempo se le cayó el filete de la cara; una gran cantidad de saliva, té y sangre de dragón salpicó la mesa mientras Hagrid tosía y farfullaba. El filete resbaló y cayó al suelo produciendo un fuerte ¡paf!

—¿Qué es eso de que te atacaron los dementores? —masculló Hagrid.

—¿No lo sabías? —le preguntó Cassiopeia con los ojos como platos.

—No sé nada de lo que ha pasado desde que me marché. Tenía una misión secreta, ¿de acuerdo? Y no era cuestión de que las lechuzas me siguieran por todas partes. ¡Esos malditos dementores!... ¿Lo dices en serio?

—Sí, claro. Fueron a Little Whinging y nos atacaron a mi primo y a mí, y entonces el Ministerio de Magia me expulsó...

—¿QUÉ?

—...y tuve que presentarme a una vista y todo, pero primero cuéntanos lo de los gigantes.

—¿Que te expulsaron del colegio?

—Cuéntanos lo que te ha pasado este verano y Harry te contará lo que me ha ocurrido —negoció Cassiopeia.

Hagrid la fulminó con la mirada de su único ojo sano y Cassiopeia le sostuvo la mirada con una expresión fría y determinación.

—Está bien —aceptó Hagrid, perdiendo la batalla de miradas—. No sé cómo siempre logras ganar...

Hagrid les contó todo, a donde fue, cuál fue su misión, que ira ir a ver a los gigantes y con quien fue.

—¿Encontraste..., viste..., oíste algo de... tu... madre mientras estabas allí? —Hagrid miró a Hermione con su ojo sano, y ella se asustó—. Lo siento..., yo... Olvídalo...

—Murió —gruñó Hagrid—. Murió hace muchos años. Me lo dijeron.

—Oh... lo siento mucho —replicó Cassiopeia con un hilo de voz.

Hagrid encogió sus enormes hombros.

—No pasa nada —dijo de manera cortante—. Casi no me acuerdo de ella. No era muy buena madre.

Volvieron a quedarse callados. Cassiopeia miró nerviosa a Harry y a Ron; era evidente que estaba deseando que dijeran algo.

—Pero todavía no nos has explicado cómo te pusieron así, Hagrid —comentó Ron señalando la cara manchada de sangre de su amigo.

—Ni por qué has tardado tanto en volver —añadió Harry—. Sirius dice que Madame Máxime regresó hace mucho tiempo...

—¿Quién te atacó? —le preguntó Ron.

—¡No me han atacado! —exclamó Hagrid enérgicamente—. Es que...

Pero unos súbitos golpes en la puerta acallaron el resto de sus palabras. Hermione dio un grito ahogado y la taza se le cayó de las manos y se rompió al chocar con el suelo. Fang dio un gañido. Los cinco se quedaron mirando la ventana que había junto a la puerta. La sombra de una persona bajita y rechoncha ondeaba a través de la delgada cortina.

—¡Es ella! —susurró Ron.

—¡Rápido, escondámonos! —dijo Harry. Cogió la capa invisible y se la echó encima cubriendo también a Hermione y Cassiopeia, mientras Ron rodeaba la mesa y corría a refugiarse bajo la capa. Apretujados, retrocedieron hacia un rincón. Fang ladraba furioso mirando la puerta. Hagrid estaba muy aturdido—. ¡Esconde nuestras tazas, Hagrid!

Éste cogió las tazas de Harry y de Ron y las puso debajo del cojín del cesto de Fang. El perro arañaba la puerta con las patas delanteras, y Hagrid lo apartó con un pie y abrió.

La profesora Umbridge estaba plantada en el umbral, con su capa verde de tweed y un sombrero a juego con orejeras. Se echó hacia atrás con los labios fruncidos para ver la cara de Hagrid, a quien apenas le llegaba a la altura del ombligo.

—Usted es Hagrid, ¿verdad? —dijo despacio y en voz muy alta, como si hablara con un sordo. A continuación, entró en la cabaña sin esperar una respuesta, dirigiendo sus saltones ojos en todas direcciones—. ¡Largo! —exclamó con brusquedad agitando su bolso frente a Fang, que se le había acercado dando saltos e intentaba lamerle la cara.

—Oiga, no querría parecer grosero —dijo Hagrid mirándola fijamente—, pero ¿quién demonios es usted?

—Me llamo Dolores Umbridge.

La profesora Umbridge recorrió la cabaña con la mirada. En dos ocasiones fijó la vista en el rincón donde estaba Cassiopeia apretado con Harry, Ron y Hermione.

—¿Dolores Umbridge? —repitió Hagrid absolutamente confundido—. Creía que era una empleada del Ministerio. ¿No trabaja con Fudge?

—Sí, antes era la subsecretaría del ministro —confirmó la bruja, y empezó a pasearse por la cabaña reparando en todo, desde la mochila que había apoyada en la pared hasta la capa de viaje colgada del respaldo de la silla—. Ahora soy la profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras...

—Es usted valiente —comentó Hagrid—. Ya no hay mucha gente dispuesta a ocupar esa plaza.

—... y la Suma Inquisidora de Hogwarts —añadió Dolores Umbridge como si no hubiera oído el comentario de Hagrid.

—¿Qué es eso? —preguntó él frunciendo el entrecejo.

—Precisamente iba a preguntarle lo mismo —dijo la profesora Umbridge señalando los trozos de porcelana de la taza de Hermione que había en el suelo.

—¡Ah! —exclamó Hagrid, y sin poder evitarlo miró hacia el rincón donde estaban escondidos los chicos—. ¡Ah, eso! Ha sido Fang. Ha roto una taza. Por eso he tenido que usar esa otra.

Hagrid señaló la taza con la que había estado bebiendo. Todavía se sujetaba con una mano el filete de dragón contra el ojo magullado. La profesora Umbridge dejó de pasearse y miró a Hagrid, fijándose en todos los detalles de su apariencia.

—He oído voces —comentó con calma.

—Estaba hablando con Fang —aseguró Hagrid con firmeza.

—¿Y él le contestaba?

—Bueno, en cierto modo... —dijo Hagrid, que parecía un poco incómodo—. A veces digo que Fang es casi humano...

—Hay cuatro rastros en la nieve que conducen desde la puerta del castillo hasta su cabaña —declaró la profesora Umbridge con parsimonia.

—Mire, yo acabo de llegar —explicó Hagrid señalando su mochila con una enorme mano—. A lo mejor ha venido alguien antes y no me ha encontrado.

—No hay huellas que salgan de la puerta de la cabaña.

—Bueno..., no sé por qué será —dijo Hagrid, nervioso, tocándose la barba, y volvió a mirar hacia el rincón donde estaban los chicos, como pidiéndoles ayuda—. No sé...

La profesora Umbridge se dio la vuelta y volvió a recorrer la cabaña, estudiando atentamente todo lo que la rodeaba. Se agachó y miró debajo de la cama. Abrió los armarios de Hagrid. Pasó a sólo cinco centímetros de donde estaban Harry, Ron, Hermione y Cassiopeia.

Olvidándose que estaba enojado, Harry tomó Cassiopeia de la cintura y la atrajo hacia él cuando vio que Umbridge levantó su mano y lo movió hacia donde estaba antes Cassiopeia. Ella aguantó las ganas de soltar un grito. Harry la abrazó y la apegó más a él, buscando protegerla de Umbridge.

Tras examinar detenidamente el interior del inmenso caldero que Hagrid utilizaba para cocinar, volvió a darse la vuelta y preguntó:

—¿Qué le ha ocurrido? ¿Cómo se ha hecho esas heridas?

Hagrid se apresuró a quitarse el filete de dragón de la cara, lo cual, fue un error, porque dejó al descubierto el tremendo cardenal que tenía alrededor del ojo, por no mencionar la gran cantidad de sangre fresca y coagulada que le cubría la cara.

—Es que... he sufrido un pequeño accidente —contestó sin convicción.

—¿Qué tipo de accidente?

—Pues... tropecé.

—Tropezó —repitió la profesora Umbridge con frialdad.

—Sí, eso es. Con..., con la escoba de un amigo mío. Yo no vuelo. Comprenderá que con mi estatura... No creo que haya escobas adecuadas para mí. Tengo un amigo que se dedica a la cría de caballos abraxan, no sé si los habrá visto alguna vez, son unas bestias enormes, con alas, ¿sabe? Una vez monté uno y fue...

—¿Dónde ha estado? —lo interrumpió la profesora Umbridge, cortando por lo sano el balbuceo de Hagrid.

—¿Que dónde he...?

—Estado, sí —acabó de decir ella—. El curso empezó hace dos meses. Otra profesora ha tenido que hacerse cargo de sus clases. Ninguno de sus colegas ha sabido darme ninguna información acerca de su paradero. No dejó usted ninguna dirección. ¿Dónde ha estado?

Entonces se produjo una pausa durante la cual Hagrid miró a la profesora Umbridge con el ojo que acababa de destapar.

—Pues... he estado fuera por motivos de salud —aclaró al fin.

—Por motivos de salud —repitió la profesora Umbridge recorriendo con la mirada la descolorida e hinchada cara de Hagrid; la sangre de dragón goteaba lenta y silenciosamente sobre su chaleco—. Ya.

—Sí, necesitaba un poco de aire fresco, ¿sabe?

—Claro, porque como guardabosques no debe de tener ocasión de respirar mucho aire fresco —replicó la profesora Umbridge con dulzura. El único trozo de la cara de Hagrid que no estaba de color negro ni morado se puso rojo.

—Bueno, me convenía un cambio de ambiente...

—¿Ambiente de montaña? —sugirió la profesora Umbridge con rapidez.

«Lo sabe», pensó Cassiopeia desesperada y nerviosa al todavía estar abrazada a Harry. Podría escuchar los latidos del chico.

—¿De montaña? —repitió Hagrid exprimiéndose el cerebro—. No, no, fui al sur de Francia. Me apetecía un poco de sol... y de mar...

—¡No me diga! —saltó la profesora Umbridge—. Pues no está muy moreno.

—Sí, ya... Es que tengo una piel muy sensible —dijo Hagrid intentando forzar una sonrisa conciliadora.

La profesora Umbridge se quedó mirándolo fríamente, y la sonrisa de Hagrid flaqueó. Entonces la bruja se subió un poco más el bolso, hasta el codo, y dijo:

—Informaré al Ministerio de su tardanza, como es lógico.

—Claro —repuso Hagrid, y asintió con la cabeza.

—También debería usted saber que como Suma Inquisidora es mi deber supervisar a los profesores de este colegio. De modo que me imagino que volveremos a vernos muy pronto —añadió, dando la vuelta bruscamente y dirigiéndose hacia la puerta.

—¿Que nos está supervisando? —preguntó Hagrid, desconcertado, mirando la espalda de la profesora Umbridge.

—En efecto —afirmó ésta girando la cabeza cuando ya tenía una mano en el picaporte—. El Ministerio está decidido a descartar a los profesores insatisfactorios, Hagrid. Buenas noches.

Y a continuación salió de la cabaña y cerró la puerta, que hizo un ruido seco. Harry fue a quitarse la capa invisible, pero Cassiopeia le agarró la muñeca.

—Todavía no —le susurró en su oído, causando varios escalofríos en él—. Quizá aún no se haya ido.

Hagrid debía de estar pensando lo mismo, porque cruzó la habitación y apartó un poco la cortina para mirar afuera.

—Vuelve al castillo —dijo en voz baja—. Caramba, así que está supervisando a los profesores, ¿eh?

—Sí —afirmó Harry quitándose la capa y alejándose de Cassiopeia—. La profesora Trelawney ya está en periodo de prueba...

—Oye, Hagrid, ¿qué tienes pensado hacer en nuestras clases? —preguntó Hermione.

—Oh, no te preocupes por eso, tengo un montón de clases planeadas —respondió Hagrid con entusiasmo. Cogió el filete de dragón de la mesa y volvió a ponérselo sobre el ojo—. Tenía un par de criaturas guardadas para su año del TIMO. Ya verán, son muy especiales.

—Especiales... ¿en qué sentido? —inquirió Cassiopeia, vacilante.

—No pienso decíroslo —repuso Hagrid alegremente—. Quiero que sea una sorpresa.

—Mira, Hagrid —dijo Hermione con tono apremiante, pues no podía seguir disimulando—, a la profesora Umbridge no le va a hacer ninguna gracia que lleves bichos peligrosos a las clases.

—¿Bichos peligrosos? —se extrañó Hagrid, risueño—. ¡No seas tonta, jamás se me ocurriría llevar nada peligroso! Bueno, vale, saben cuidarse solitos...

—Hagrid, tienes que aprobar la supervisión de la profesora Umbridge, y para ello sería preferible que viera cómo nos enseñas a cuidar porlocks, a distinguir a los knarls de los erizos, y cosas así —expuso Hermione con mucha seriedad.

—Es que eso no es interesante, Hermione —argumentó Hagrid—. Lo que tengo preparado es mucho más impresionante. Llevo años criándolos, creo que tengo la única manada doméstica de Gran Bretaña.

—Por favor, Hagrid —le suplicó Cassiopeia con verdadera desesperación en la voz—. La profesora Umbridge está buscando excusas para deshacerse de los profesores que estén, según ella, demasiado vinculados a Dumbledore. Por favor, Hagrid, enséñanos algo aburrido que pueda salir en el TIMO.

Pero Hagrid se limitó a abrir la boca en un enorme bostezo y a mirar con languidez con su ojo sano la inmensa cama que había en un rincón.

—Mira, ha sido un día muy largo y se hace tarde —dijo, dándole unas palmaditas en el hombro a Hermione, a quien se le doblaron las rodillas y cayó al suelo con un ruido sordo—. ¡Oh, lo siento! —la ayudó a levantarse tirando del cuello de su túnica—. No te preocupes por mí, te prometo que tengo cosas estupendas pensadas para las clases ahora que he vuelto... Será mejor que regresen cuanto antes al castillo, ¡y no olviden borrar sus huellas!

—No sé si habrás conseguido que lo capte —comentó Ron poco después, cuando, tras comprobar que no había peligro, volvían al castillo por la espesa capa de nieve sin dejar rastro tras ellos gracias al encantamiento de obliteración que Hermione realizaba a medida que avanzaban.

—Pues mañana iré a verlo otra vez —afirmó ésta muy decidida—. Si es necesario, le programaré las clases. ¡No me importa que echen a la profesora Trelawney, pero no voy a permitir que despidan a Hagrid!

—Te ayudaré —dijo Cassiopeia—, no quiero que Umbridge se meta con Hagrid —suspiró y miró la hora de su reloj—. Nos vemos mañana, me tengo que ir —los miró a todos, pero Harry evitaba su mirada.

—¿Quieres que te acompañemos hasta tu sala? —preguntó Ron.

—No, prefiero ir sola.

—Pero te pueden atrapar —opinó Hermione.

—Nos vemos mañana —Cassiopeia se despidió de ella y se fue para el camino contrario.

—¿Qué sucedió entre ustedes dos? —preguntó Hermione cuando estuvieron solos los tres.

Harry soltó un suspiro.

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