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19. El final del torneo

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capitulo diecinueve

EL FINAL DEL TORNEO

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YA FUERA PORQUE HAGRID INTENTARA COMPENSARLOS POR LOS ESCREGUTOS de cola explosiva, o porque sólo quedaran ya dos, o porque intentara demostrar que era capaz de hacer lo mismo que la profesora Grubbly-Plank, el caso es que desde su vuelta había proseguido las clases de ésta sobre los unicornios. Resultó que Hagrid sabía de unicornios tanto como de monstruos, aunque era evidente que encontraba decepcionante la carencia de colmillos venenosos.

Aquel día había logrado capturar dos potrillos de unicornio, que, a diferencia de los unicornios adultos, eran de color dorado. Olivia, Parvati y Lavender se quedaron extasiadas al verlos, e incluso Pansy Parkinson tuvo que hacer un gran esfuerzo para disimular lo mucho que le gustaban.

—Son más fáciles de ver que los adultos —explicaba Hagrid a la clase—. Cuando tienen unos dos años de edad se vuelven de color plateado, y a los cuatro les sale el cuerno. No se vuelven completamente blancos hasta que son plenamente adultos, más o menos a los siete años. De recién nacidos son más confiados... admiten incluso a los chicos. Vamos, acercaos un poco. Si quieren pueden acariciarlos... Dándoles unos terrones de azúcar de ésos.

—¿Estás bien, Harry? —murmuró Cassiopeia, haciéndose a un lado, mientras la mayoría se arracimaba en torno a los potros.

—Sí.

—Supongo que estás algo nervioso, ¿no es así?

—Si, algo...

—Harry —dijo Cassiopeia colocando su mano en su hombro y acortando un poco la distancia, lo que hizo que las mejillas de Harry se ruborizaran—, sé que eres capaz de cualquier cosa, así que no estoy preocupada. Lo harás muy bien. Vas a ganar, Harry.

—¿Tú crees que yo... gane? —preguntó, tartamudeando un poco.

—Lo sé —musitó, sonriendo.

También sonrió, como un tonto. Le hacía muy feliz que Cassiopeia creyera en él, le daba valentía.




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Una de las mejores consecuencias de la segunda prueba fue que después todo el mundo estaba deseando conocer los detalles de lo ocurrido bajo el agua, lo que supuso que por una vez Ron compartiera el protagonismo con Harry. Éste notó que la versión que Ron daba de los hechos cambiaba sutilmente cada vez que los contaba.

Pero no le importaba que Ron cambiara los hechos a cada rato, porque lo menor para Harry fue cuando Cassiopeia se había acercado a él para felicitarlo.

—¡Lo hiciste! —exclamó mientras se lanzaba hacia él—. ¡Sabía que lo harías!

Harry la abrazó por la cintura mientras ella se encargaba de guindarse de su cuello. Cassiopeia se dio cuenta de la forma que lo estaba abrazando, se dio cuenta de que había escondido su cabeza en el cuello del chico, pero no le importó.

Al separarse, Cassiopeia dejó un beso en su mejilla.

—¿Y eso porque fue? —preguntó con las mejillas color carmesí.

Cassiopeia Black había provocado que Harry Potter se sonrojara, y a ella le gustó mucho eso.

—Por haber sobrevivido —contestó sonriendo—. Vuelve a sobrevivir en la tercera prueba y tal vez te pueda dar otro beso en la otra mejilla —añadió guiñando el ojo.

Harry se sonrojó a no más poder.





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Cassiopeia caminaba con muy distraída, pero con confianza por los pasillos de Hogwarts junto a Daphne. Se despidió de ella cuando uno chico azabache de ojos verdes captaron su atención. Se acercó a él, con una mirada de ternura.

—Cassiopeia.

—¡Harry! ¿Ya estás bien? —preguntó.

Ella había presenciado el momento en el que a Harry le había dolido la cicatriz en clases de Adivinación.

—Sí —jugueteo con sus dedos—, ¿tú... crees que podemos hablar un rato, a solas? —le preguntó Harry.

—Eh... claro.

Ambos se dirigieron a un aula a solas, en donde ambos pudieran hablas sin ser interrumpidos. Cassiopeia se sentó en una silla y miró expectante a Harry, que estaba parado junto al escritorio del profesor.

—¿Qué pasó? —cuestionó al estar solos.

Harry tomó aire.

—¡No! —gritaba desesperadamente Karkarov—. ¡Espere, tengo más, tengo más nombres!

A la luz de las antorchas, Harry podía verlo sudar. Su blanca piel contrastaba claramente con el negro del cabello y la barba.

—¡Meacham, Calliope Meacham! —gritó Karkarov—. ¡Y Amabel Chestnut! Ambas fueron mortífagas.

Harry no daba crédito a sus oídos: ¿Calliope y Amabel mortífagas? Él se quedó atónito. Reconocía esos nombres. Calliope es la madre de Cassiopeia, y Amabel es su tía.

¿Era una broma? Esperó que alguien carcajeara o que admitieran que era mentira, pero no, nada era mentira. ¿Cómo era posible que Cassiopeia tuviera de madre y de tía a unas mortífagas? ¿Cassiopeia sabía de eso?

—Meacham y Chestnut ha sido absuelto por esta Junta —replicó el señor Crouch con frialdad—. Albus Dumbledore ha respondido por ellas.

—¡No! —gritó Karkarov, tirando de las cadenas que lo ataban a la silla—. ¡Se lo aseguro! ¡Calliope Meacham y Amabel Chestnut son mortífagas!

Dumbledore se puso en pie.

—Ya he declarado sobre este asunto —dijo con calma—. Es cierto que Calliope Meacham y Amabel Chestnut fueron mortífagas. Sin embargo, ambas pasaron a nuestro lado antes de la caída de lord Voldemort y se convirtieron en espías a nuestro servicio, asumiendo graves riesgos personales. Ahora no tiene de mortífagas más que yo mismo.

Harry comprendió que, ellas habían sido mortífagas, pero... ¿estaba seguro de la lealtad de Calliope y Amabel? Amabas habían sido amigas de su madre Lily...

—Yo...

Harry le explicó todo, explicó lo que todo lo que vio. Cuando terminó, observó a la Slytherin, que solo lo miraba con una mueca.

—Así que... lo sabes —musitó Cassiopeia.

—¿Es verdad?

Se supone que Calliope y Amabel había sido amigas de su madre. ¿Cómo era posible que ambas habían sido aliadas de la persona que mató a Lily Potter?

—Sí —contestó—, mi madre y mi tía fueron mortífagas. Todos cometemos errores —soltó un suspiro pesado— y ese fue su gran error. Hasta el día de hoy, ellas lamentan mucho la muerte de tu madre, Harry —se levantó y se acercó a él, mirándolo con seriedad—. Ellas están arrepentidas.

Harry escaneo su cara. Sinceridad. Solo veía sinceridad en su cara. Sus verdes se encontraron con los marrones de la chica, trasmitiendo de todo.

No estaba culpa culpabilizando a Cassiopeia, claro que no, solo sentía curiosidad. No conocía mucho sobre su madre Lily, apenas hace unos meses había tenido la oportunidad de conocer a dos supuestas amigas de ella y ahora de enteraba que esas dos amigas fueron en el pasado mortífagas.

—¿Ellas eran amigas cuando se unieron al bando de Voldemort? —preguntó en voz baja.

Cassiopeia sintió escalofríos al escuchar ese nombre.

—No, se conocieron después —contestó haciendo una mueca—. No sé la historia completa, seguramente algún día lo sabremos —agarró su mano, acariciándola—, te lo prometo —y seguido de esto, lo abrazó.

Creía en ella y en sus palabras. Él le devolvió el abrazo. Tuvo la sensación de que Cassiopeia le trasmitía seguridad y calma. Ella era su lugar seguro.




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—¡Damas y caballeros, va a dar comienzo la tercera y última prueba del Torneo de los tres magos! Permítanme que les recuerde el estado de las puntuaciones: empatados en el primer puesto, con ochenta y cinco puntos cada uno... ¡el señor Cedric Diggory y el señor Harry Potter, ambos del colegio Hogwarts!

Los aplausos y vítores provocaron que algunos pájaros salieran revoloteando del bosque prohibido y se perdieran en el cielo cada vez más oscuro. Cassiopeia fue la Slytherin que más aplaudió con fuerza mientras gritaba.

Tenía miedo por Harry. Estaba segura de que él había practicado mucho, sin embargo, no podía no dejar de preocuparse por él. Apenas tenía catorce años, era un niño en un campeonato que ni siquiera pidió estar.

Entonces ella se dio cuenta que sentía mucha preocupación, en tan poco tiempo le había agarrado un cariño a Harry. Será acaso que... Cassiopeia negó varias veces con la cabeza. No claro que no, no estaba enamorada de Harry.

Por una fracción de segundos, Harry miró al publicó y ubicó unos ojos marrones lindos que la apoyaban, aquellos tiernos ojos que brillaban y trasmitían paz y tranquilidad.

—Tranquila —le susurró Theo—. El estará bien —agregó, colocando una mano en su hombro.

—Eso espero.

El silbato se escuchó y rápidamente Harry y Cedric penetraron los altos setos, perdiéndose en la oscuridad.

—Toca... esperar —murmuró Hermione, sentándose y luego recostó su cabeza en el hombro de Ron.




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Cassiopeia odiaba esperar.

Razones por las cuales, no clasificó a Hufflepuff. La paciencia es una de sus peores cualidades. Sintió que pasaron días, incluso años, para que Harry Potter saliera del laberinto.

Y cuando lo hizo, gritó de alegría, sin saber lo que le esperaba a ella y a todos.

Todos, absolutamente todos en las gradas gritaron de alegría y de emoción. Todos estaban contentos. Hogwarts había ganado el torneo de los tres magos.

Pero, entonces, algo sucedió.

—Dios... ¡Dios mío, Diggory! —exclamó el ministro—. ¡Está muerto, Dumbledore!

Cassiopeia se tapó la boca sin creerlo. Tenía que ser una broma, Cedric Diggory no podía estar muerto.

—¡Cedric! ¡Es mi hijo! ¡Mi chico! —escuchó el grito desgarrador del señor Digorry. El corazón se le partió en mil pedazos.

Decida corrió bajando las gradas empujando a la gente para abrir el camino e ir hacia Harry, y al terminar de bajar todos los escalones los aurores le negaron el paso. Su mirada se encontró con la de Harry, él tenía miedo.

Le valió dos pepinos que no pueda pasar, Cassiopeia se las arregló para cruzar el lugar y acercarse al azabache.

A pesar de tener una pierna herida, Harry se acercó a ella tambaleando. No le importó el dolor, necesitaba uno de sus cálidos abrazos. Con la poca fuerza que tenía, abrazó queriéndose aferrar siempre a su amiga y escondió su cara en su cuello, aspirando su aroma. La chica le regaló leve acaricias en su cabello mientras le susurraba que todo iba a estar bien.

Había muchos murmullos sobre el cadáver de Cedric, pero Harry no los escuchaba, solo oía la voz dulce y tranquilizadora de Cassiopeia, mientras dejaba que el tacto de su mano lo relajara.

—¡No puede estar aquí, señorita! —exclamó un auror.

—Déjela —intervino Albus Dumbledore—. Déjenlos tranquilos. Harry, no te muevas de aquí.

El auror se fue junto a Albus. Harry agradeció poder estar tiempo con Cassiopeia.

—Lamento interrumpir, pero Potter debe ir a la enfermería —dijo Moody, llegando a ellos.

—Dumbledore me dijo que me quedara —objetó Harry, alejándose un poco de Cassiopeia. La cicatriz de la frente lo hacía sentirse a punto de vomitar. Las imágenes se le emborronaban aún más que antes.

—Tienes que venir a la enfermería. ¡Ahora!

—Voy con ustedes —afirmó Cassiopeia, sujetando la mano de Harry.

—No debe puede venir nadie más —aseguró, arrastrando a Harry—. Vámonos, Potter.

Se quedó en su sitio, viendo como Ojoloco Moody se llevaba a Harry. Pensó en ir y alcanzarlos o dejarlos ir. Moody es un profesor, tal vez Potter hacía bien en ir con él.

No obstante, desde su primera clase de Defensas Contras las Artes Oscuras había dudado de Moody. No sabía cómo explicarlo, pero había algo en él que le generaba desconfianza, mucha desconfianza. Todos decían que él era un gran profesor y ex-auror, pero Cassiopeia podía asegurar que una vocecita en su cabeza le susurraba que él planeaba algo malo.

¿Será buena idea dejarlo irse solo con Harry? Para Cassiopeia fueron como horas en decidir qué hacer, aunque realmente solo pasaron casi dos minutos para que la Slytherin decidió que hacer.

Corrió. Hecho a correr con fuerzas por donde Moody y Harry había ido. Lo había pensado muy bien. No podía dejar a Harry solo, ni siquiera con ese profesor, él la necesita.

—De hecho, prefiero acompañarlo —dijo firmemente al llegar a su lado—. Sí, me quedaré con él —dicho esto, entrelazó su mano con la del chico. Harry sonrió.

En cambio, Ojoloco Moody se sobresaltó al verla llegar—. Niña, debes intentar, nadie puede venir.

—Dije que me quedaré con él —repitió, seria.

—Es mejor que vuelvas, niña —declaró Ojoloco—. Por tu bien.

Cassiopeia vio como Moody secaba su varita. Con suerte, ella fue rápida y se agachó a tiempo, arrastrando a Harry con ella al suelo, logrando que el rayo proveniente de la varita del profesor no les dé a ellos, sino a una pared que estaba detrás de ellos.

—¡Harry, corre! —le gritó, levantándose junto al chico—. Vete.

—Cassiopeia...

—¡Lárgate! —sacó su varita—. Ve a... ¡Protego! —se cubrió a tiempo—. ¡Vete! —le ordenó, tratando de empujarlo lejos.

Sin embargo, Harry no se movía, no podía dejarla ahí sola...

—¡Él no se va a ningún lado! —declaró Moody al tiempo que lanzaba un hechizó al chico que lo mandó al suelo.

—¡No! —exclamó la castaña al ver a su amigo soltando quejidos de dolor en el suelo.

—¡Y tú tampoco irás a ningún lado, niña! —escupió Moody.

—¡Harry...

Su oración fue reemplazada por un grito desgarrador que se escuchó por todo el lugar. Moody acaba de lastimar a Cassiopeia con un hechizo, y no con cualquiera.

¡Crucio!

El cuerpo de Cassiopeia se estremeció de dolor en el suelo. Volvió a soltar grito de dolor. Las lágrimas salieron de sus ojos. La garganta le dolía, porque le pedía a gritos que parara.

—¡No! ¡Detente! ¡Por favor, déjala! —suplicó Harry entre lágrimas y con la poca fuerza que le quedaba—. ¡No le hagas daño a ella! ¿Me quieres a mí? ¡Bien, llévame, pero déjala a ella!

Sin bien, Moody hizo caso a Harry y dejó de torturar a la Slytherin, ella todavía sentía dolor por todo su cuerpo. Su cara ardía por dos cortadas gracias al profesor.

—De acuerdo —bufó Moody.

Tirando de Harry, se lo llevó hacia su oficina. Él chico giró su cabeza una última vez, el verde de sus ojos miraron con tristeza Cassiopeia, deseando que alguien la encuentre.

Sintió una fuerte presión en el corazón al ver como se llevaban a su amigo. Trató de pararse, realmente lo intentó, pero no pudo, falló, le dolían como nunca antes le habían dolido las piernas y los brazos. Y para empeorar las cosas, empezó a sentir un fuerte dolor de cabeza, parecía que en cualquier momento su cabeza explotaría.

—Harry... —murmuró, antes de cerrar los ojos.

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