18. ¿Dónde está Hagrid?
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capitulo dieciocho
¿DÓNDE ESTÁ HAGRID?
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TODAVÍA HABÍA UNA GRUESA CAPA DE NIEVE ALREDEDOR DEL COLEGIO, y las ventanas del invernadero estaban cubiertas de un vaho tan espeso que no se podía ver nada por ellas en la clase de Herbología.
Sin embargo, al llegar a la cabaña de su amigo encontraron ante la puerta a una bruja anciana de pelo gris muy corto y barbilla prominente.
—Dense prisa, vamos, ya hace cinco minutos que sonó la campana —les gritó al verlos acercarse a través de la nieve.
—Hola, ¿quién es usted? —le preguntó Cassiopeia mirándola fijamente—. ¿Y dónde está Hagrid?
—Soy la profesora Grubbly-Plank —dijo con entusiasmo—, la sustituta temporal de vuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas.
—¿Dónde está Hagrid? —repitió la pregunta Harry, llegando a su lado.
—Está indispuesto —respondió lacónicamente la mujer—. Por aquí, por favor —les dijo ésta, y se encaminó a grandes pasos hacia el potrero en que tiritaban los enormes caballos de Beauxbatons.
Cassiopeia la siguió, sin antes codear a Harry y señalarle la cabaña de Hagrid. Habían corrido todas las cortinas. ¿Qué le habrá pasado a Hagrid?
—¿Qué le pasa a Hagrid? —preguntó Harry, apresurándose para poder alcanzar a la profesora Grubbly-Plank.
—No te importa —respondió ella, como si pensara que él trataba de molestar.
—Sí me importa —replicó Harry acalorado—. ¿Qué le pasa?
La bruja no le hizo caso. Los condujo al otro lado del potrero, donde descansaban los caballos de Beauxbatons, amontonados para protegerse del frío, y luego hacia un árbol que se alzaba en el lindero del bosque. Atado a él había un unicornio grande y muy bello.
Todas las chicas exclamaron «¡oooooooooooooh!» al ver al unicornio.
—¡Mira, Livie! ¡Está hermoso! —le susurró Lavender Brown a Olivia Longbottom—. ¿Cómo lo atraparía? ¡Dicen que son sumamente difíciles de coger!
El unicornio era de un blanco tan brillante que a su lado la nieve parecía gris. Piafaba nervioso con sus cascos dorados, alzando la cabeza rematada en un largo cuerno.
Cassiopeia estaba impresionada, nunca había podido observar un animal tan bello y hermoso.
—¡Los chicos que se echen atrás! —exclamó con voz potente la profesora Grubbly-Plank, apartándolos con un brazo que le pegó a Harry en el pecho—. Los unicornios prefieren el toque femenino. Que las chicas pasen delante y se acerquen con cuidado. Vamos, despacio...
Ella y las chicas se acercaron poco a poco al unicornio, dejando a los chicos junto a la valla del potrero, observando.
—Es muy bello —musitó Cassiopeia.
Daphne asintió, acariciando al animal.
—¡Espero que se quede esta mujer! —dijo Parvati Patil al terminar la clase, cuando todos se dirigían hacia el castillo para la comida—. Esto se parece más a lo que yo me imaginaba de Cuidado de Criaturas Mágicas: criaturas hermosas como los unicornios, no monstruos...
—¿Y qué me dices de Hagrid? —replicó Harry enfadado, subiendo la pequeña escalinata.
—¿Hagrid? —contestó Parvati con dureza—. Puede seguir siendo guardabosque, ¿no?
—Ha sido una buena clase —comentó Hermione cuando entraron en el Gran Comedor.
—¡La mejor! —dijo con alegría Cassiopeia, sin darse cuenta de que Harry la miraba enojado.
—Sí, yo no sabía ni la mitad de las cosas que la profesora Grubbly-Plank nos ha dicho sobre los unic...
—¡Mira esto! —la cortó Harry, y le puso bajo la nariz el artículo de El Profeta.
Hermione leyó con la boca abierta y Cassiopeia se acercó para leer. Reaccionaron exactamente igual que Ron.
Cassiopeia soltó un bufido—. Hija de...
—¿Cómo se ha podido enterar esa espantosa Skeeter? —exclamó enojada Hermione—. ¿Creen que se lo diría Hagrid?
—No —contestó Harry, que se abrió camino hasta la mesa de Gryffindor y se echó sobre una silla, furioso—. Ni siquiera nos lo dijo a nosotros. Supongo que le pondría de los nervios que Hagrid no quisiera decirle un montón de cosas negativas sobre mí, y se ha dedicado a hurgar para desquitarse con él.
—A lo mejor tiene una capa invisible, como la tuya —dijo Cassiopeia, sirviéndose un cazo de guiso de pollo.
—Tenemos que ir a verlo —dijo Harry—. Esta noche, después de Adivinación. Para decirle que queremos que vuelva... ¿Ustedes quieren que vuelva? —les preguntó a Hermione y Cassiopeia.
—Yo... bueno, no voy a fingir que no me haya gustado este agradable cambio, tener por una vez una clase de Cuidado de Criaturas Mágicas como Dios manda... ¡pero quiero que vuelva Hagrid, por supuesto que sí! —se apresuró a añadir Hermione, temblando ante la furiosa mirada de Harry.
—¿Cassiopeia?
Harry la miró expectante, esperaba que ambos compartieran la misma opinión.
—Aprecio mucho a Hagrid —comentó—. Y está clase fue muy linda, pero quiero que él vuelva.
De forma que esa noche los tres volvieron a salir del castillo y se fueron por los helados terrenos del colegio hacia la cabaña de Hagrid. Llamaron a la puerta, y les respondieron los atronadores ladridos de Fang.
—¡Somos nosotros, Hagrid! —gritó Harry, aporreando la puerta—. ¡Abre!
No respondió. Oyeron a Fang arañar la puerta, quejumbroso, pero ésta siguió cerrada. Llamaron durante otros diez minutos, y Ron incluso golpeó en una de las ventanas, pero no obtuvieron respuesta.
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—Pasas pocas horas con nosotros, Cassie —le reprochó Theo, cruzándose de brazos—. Me siento muy decepcionado.
—Theo, te veo todos los días; en la sala común, en el gran comedor y en las clases que compartimos juntos —dijo mirándolo incrédulo—. Literalmente pasó el ochenta por ciento de mi tiempo con ustedes.
—¿¡Ochenta por ciento!? —exclamó, abriendo los ojos—. Tan poquito...
—Eres un celoso —le regañó Daphne, golpeándolo— y un idiota.
Cassiopeia rio mientras asentía con la cabeza. En ese momento, Blaise llegó a la mesa con las manos llenas.
—¡Cerveza de mantequilla para las dos Slytherin más hermosas de este mundo! —dijo con una sonrisa, sentándose a lado de Cassiopeia—. Y cerveza para ti —agregó con un tono de voz menos entusiasmo hacia Theo.
—Gracias por esas hermosas palabras —dijo sarcásticamente Theo—. Me hicieron llorar.
Los cuatro estaban en Las Tres Escobas, un fin de semana. Gracias a Cassiopeia habían conseguido una gran mesa. Rosmerta suele guardarle una de las mejores mesas a Cassiopeia para que pueda disfrutar su estadía en el bar.
Y ella empezaba a creer que los chicos de su amistad para poder tener una buena mesa. Riendo, le dio un sorbo a su cerveza.
—¡Oh, no! —exclamó Blaise, mirando hacia la puerta—. Cassie, por nada del mundo voltees...
Inmediatamente, Cassiopeia giró su cabeza con dirección a la puerta.
—Te dije que no voltees.
Acababa de entrar Rita Skeeter. Aquel día llevaba una túnica amarillo plátano y las uñas pintadas de un impactante color rosa, e iba acompañada de su barrigudo fotógrafo. Pidió bebidas, y junto con su fotógrafo pasó por en medio de la multitud hasta una mesa cercana a la de los chicos.
—¿Qué, tratando de arruinar la vida de alguien más? —preguntó Harry en voz muy alta.
Rita Skeeter abrió mucho los ojos, escudados tras las gafas con incrustaciones.
—Mira, tu príncipe azul buscando problemas como siempre —musitó Blaise.
—¡Harry! —dijo Rita sonriendo—. ¡Qué divino! ¿Por qué conve...?
—No me acercaría a usted ni con una escoba de diez metros —contestó Harry furioso—. ¿Por qué le ha hecho eso a Hagrid?
Rita Skeeter levantó sus perfiladísimas cejas.
—Nuestros lectores tienen derecho a saber la verdad, Harry. Cumplo con mi...
—¿Y qué más da que sea un semigigante? —gritó Harry—. ¡Él no tiene nada de malo!
Toda la taberna se había sumido en el silencio. La señora Rosmerta observaba desde detrás de la barra, sin darse cuenta de que el pichel que llenaba de hidromiel rebosaba.
La sonrisa de Rita Skeeter vaciló muy ligeramente, pero casi de inmediato tiró de los músculos de la cara para volver a fijarla en su lugar. Abrió el bolso de piel de cocodrilo, sacó la pluma a vuelapluma y le preguntó:
—¿Me concederías una entrevista para hablarme del Hagrid que tú conoces?, ¿el hombre que hay detrás de los músculos?, ¿sobre vuestra inaudita amistad y las razones que hay para ella? ¿Crees que puede ser para ti algo así como un sustituto del padre?
Cassiopeia estaba dispuesta a levantarse y defender a Harry, pero de la nada, su cuerpo no respondía. Se quedó sentada en su puesto, completamente inmóvil, con el cuerpo rígido. ¿Pero que mierda?
Hermione se levantó de pronto.
—¡Es usted una mujer horrible! —le dijo con los dientes apretados—. No le importa nada con tal de conseguir su historia, ¿verdad? Cualquiera valdrá, ¿eh? Hasta Ludo Bagman...
—Siéntate, estúpida, y no hables de lo que no entiendes —contestó fríamente Rita Skeeter, arrojándole a Hermione una dura mirada—. Yo sé cosas sobre Ludo Bagman que te pondrían los pelos de punta... y casi les iría bien —añadió, observando el pelo de Hermione.
—Vámonos —dijo Hermione— Harry... Ron.
Salieron atrasados por Hermione. Cassiopeia los observó mientras se iban. Sintió que su cuerpo volvió a la normalidad, pero apenas pudo reaccionar cuando fue sacada de lugar por Blaise y Theo.
—¿Qué mierda fue eso? —les preguntó cuando ya estaban afuera—. ¿Por qué me hechizaron?
Sentí mucho enojo acumulado; las estúpidas palabras de Rita y el no poder haber defendido a sus amigos.
—Fui yo, Cassie —dijo Daphne, llegando—. La conoces, sabes cómo es Rita, si intervenías... te ibas a meter en graves problemas.
—Daphne, no tenías...
—Lo sé, no tenía que hechizarte —asintió con la cabeza—. Pero no tenía otra opción. Lo siento.
—Bien, te perdono —Daphne sonrió— solo si me acompañas a buscar a Harry, Ron y Hermione.
Al escuchar esto, Daphne hizo una mueca.
—¡Oye, se supone que vamos los cuatro a Honeydukes! —reclamó Blaise.
—Exacto —concordó Daphne.
—Cassie nos está cambiando —dramatizó Theo.
—¿Quieres que te perdone o no? —la castaña se cruzó de brazos mirando a la rubia.
—No gracias, mejor me perdonas mañana —afirmó mientras se volvía hacia Blaise y Theo.
Cassiopeia rodó los ojos y tiró del brazo de Daphne.
—¡Nos vemos luego! —les dijo a sus amigos Slytherin mientras se dirigía hacia donde había ido los chicos.
Visualizaron a Harry, Ron y Hermione saliendo de Hogsmeade. Emprendió camino hacia ellos ignorando los quejidos de Daphne.
—...Y Hagrid no va a seguir escondiendo la cabeza —decía Hermione, enojada—. Cassiopeia, que bueno que apareces.
Harry y Ron se volvieron para mirar a sus amigas. El azabache le sonrió a la castaña y, por un momento, su enojo desapareció. Por segundos, su prioridad fue devolverle el gesto.
—Si, gracias por notar de mi presencia —dijo Daphne.
—¿Hablando de lo sucedido? —preguntó Cassiopeia, volviendo a la realidad.
—Sí —contestó Ron—. Le dije a Hermione que Rita se vengará de ella...
—Que lo intente —bufó Cassiopeia—. Estuvo bien lo que hiciste, Hermione. Esa loca no debió hablar de esa forma de Hagrid.
—Que terca eres, Cassie —susurró Daphne.
—¡Debemos ir hablar con Hagrid! —exclamó Harry—. Vamos.
Dahpne bufó al verse arrastrada por parte de Cassiopeia. Llegaron a los terrenos del colegio, a la cabaña de Hagrid. Las cortinas seguían corridas, y al acercarse oyeron los ladridos de Fang.
—¡Hagrid! —gritó Hermione, aporreando la puerta delantera—. ¡Ya está bien, Hagrid! ¡Sabemos que estás ahí dentro! ¡A nadie le importa que tu madre fuera una giganta! ¡No puedes permitir que esa asquerosa de Skeeter te haga esto! ¡Sal, Hagrid, deja de...!
Se abrió la puerta. Hermione dijo «hacer el...» y se calló de repente, porque acababa de encontrarse cara a cara no con Hagrid sino con Albus Dumbledore.
—Buenas tardes —saludó el director en tono agradable, sonriéndoles.
—Queremos ver a Hagrid —dijo Cassiopeia sin un rastro de vergüenza.
—Sí, lo suponía —repuso Dumbledore con ojos risueños—. ¿Por qué no entran?
—¡Bien! —aceptó Cassiopeia—. Vamos chicos.
Los cinco amigos entraron en la cabaña. En cuanto Harry cruzó la puerta, Fang se abalanzó sobre él ladrando como loco, e intentó lamerle las orejas. A Cassiopeia le pareció muy tierna y graciosa la escena.
Hagrid estaba sentado a la mesa, en la que había dos tazas de té. Parecía hallarse en un estado deplorable. Tenía manchas en la cara, y los ojos hinchados, y, en cuanto al cabello, se había pasado al otro extremo: lejos de intentar dominarlo, en aquellos momentos parecía un entramado de alambres.
—Hola, Hagrid —saludó Harry.
Hagrid levantó la vista.
—... la —respondió, con la voz muy tomada.
—Creo que nos hará falta más té —dijo Dumbledore, cerrando la puerta tras ellos.
Sacó la varita e hizo una floritura con ella, y en medio del aire apareció, dando vueltas, una bandeja con el servicio de té y un plato de bizcochos. Dumbledore la hizo posarse sobre la mesa, y todos se sentaron.
—¿Has oído por casualidad lo que gritaba la señorita Granger, Hagrid?
Hermione se puso algo colorada, pero Dumbledore le sonrió y prosiguió:
—Parece ser que Hermione, Cassiopeia, Harry y Ron aún quieren ser amigos tuyos, incluso Daphne, a juzgar por la forma en que intentaban echar la puerta abajo.
—¡Por supuesto que sí! —exclamó Harry mirando a Hagrid—. Te tiene que importar un bledo lo que esa vaca... Perdón, profesor —añadió apresuradamente, mirando a Dumbledore.
—Me he vuelto sordo por un momento y no tengo la menor idea de qué es lo que has dicho —dijo Dumbledore, jugando con los pulgares y mirando al techo.
Cassiopeia mostró una sonrisa divertida por las palabras de su director.
—Eh... bien —dijo Harry mansamente—. Sólo quería decir... ¿Cómo pudiste pensar, Hagrid, que a nosotros podía importarnos lo que esa... mujer escribió de ti?
Dos gruesas lágrimas se desprendieron de los ojos color azabache de Hagrid y cayeron lentamente sobre la barba enmarañada.
—Aquí tienes la prueba de lo que te he estado diciendo, Hagrid —dijo Dumbledore, sin dejar de mirar al techo—. Ya te he mostrado las innumerables cartas de padres que te recuerdan de cuando estudiaron aquí, diciéndome en términos muy claros que, si yo te despidiera, ellos tomarían cartas en el asunto.
—No todos —repuso Hagrid con voz ronca—. No todos los padres quieren que me quede.
—Realmente, Hagrid, si lo que buscas es la aprobación de todo el mundo, me temo que te quedarás en esta cabaña durante mucho tiempo —replicó Dumbledore, mirando severamente por encima de los cristales de sus gafas de media luna—. Desde que me convertí en el director de este colegio no ha pasado una semana sin que haya recibido al menos una lechuza con quejas por la manera en que llevo las cosas. Pero ¿qué tendría que hacer? ¿Encerrarme en mi estudio y negarme a hablar con nadie?
—Ya... pero tú no eres un semigigante —contestó Hagrid con voz ronca.
—¡Hagrid, mira los parientes que tengo yo! —dijo Harry furioso—. ¡Mira a los Dursley!
—Y no te olvides de revisar el historial de la familia Black —intervino Cassiopeia.
—Bien observado —aprobó el profesor Dumbledore—. Mi propio hermano, Aberforth, fue perseguido por practicar encantamientos inapropiados en una cabra. Salió todo en los periódicos, pero ¿crees que Aberforth se escondió? ¡No lo hizo! ¡Siguió con lo suyo, como de costumbre, con la cabeza bien alta! La verdad es que no estoy seguro de que sepa leer, así que tal vez no fuera cuestión de valentía...
—Vuelve a las clases, Hagrid —pidió Hermione en voz baja
—Todos te echamos de menos —musitó Daphne.
Hagrid tragó saliva. Nuevas lágrimas se derramaron por sus mejillas hasta la barba. Dumbledore se levantó.
—Me niego a aceptar tu dimisión, Hagrid, y espero que vuelvas al trabajo el lunes —dijo—. Nos veremos en el Gran Comedor para desayunar, a las ocho y media. No quiero excusas. Buenas tardes a todos.
Dumbledore salió de la cabaña, deteniéndose sólo para rascarle las orejas a Fang. Cuando la puerta se hubo cerrado tras él, Hagrid comenzó a sollozar tapándose la cara con las manos, del tamaño de ruedas de coche.
Hermione y Daphne le dieron palmadas en el brazo, y al final Hagrid levantó la vista, con los ojos enrojecidos, y dijo:
—Dumbledore es un gran hombre... un gran hombre...
—Sí que lo es —afirmó Ron—. ¿Me puedo tomar uno de estos bizcochos, Hagrid?
—Todos los que quieras —contestó Hagrid, secándose los ojos con el reverso de la mano—. Tiene razón, desde luego; todos tienen razón: he sido un tonto. A mi padre le hubiera dado vergüenza la forma en que me he comportado... —Derramó más lágrimas, pero se las secó con decisión y dijo—: Nunca les he enseñado fotos de mi padre, ¿verdad? Aquí tengo una...
Hagrid se levantó, fue al aparador, abrió un cajón y sacó de él una foto de un mago de corta estatura. Tenía los mismos ojos negros de él, y sonreía sentado sobre el hombro de su hijo. Hagrid debía de medir entonces sus buenos dos metros y medio de altura, a juzgar por el manzano que había a su lado, pero su rostro era lampiño, joven, redondo y suave: seguramente no tendría más de once años.
—Fue tomada justo después de que entré en Hogwarts —dijo Hagrid con voz ronca—. Mi padre se sentía muy satisfecho... aunque yo no pudiera ser mago, porque mi madre... Ya saben. Naturalmente, nunca fui nada del otro mundo en esto de la magia, pero al menos no llegó a enterarse de mi expulsión. Murió cuando yo estaba en segundo.
Cassiopeia sonrió con tristeza. Daphne recostó su cabeza en el hombro de la castaña mientras ambas escuchaban la historia de Hagrid. Él era una buena persona, con un gran corazón, de eso estaba muy seguras.
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