15. Rita Skeeter
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capitulo quince
RITA SKEETER
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HARRY, RON, HERMIONE Y CASSIOPEIA FUERON AQUELLA NOCHE A BUCAR A Pigwidgeon a la lechucería para que Harry le pudiera enviar una carta a Sirius diciéndole que había logrado burlar al dragón sin recibir ningún daño.
Por el camino, Cassiopeia le contó la verdad a Ron.
—Así que Sirius es tu tío —dijo Ron, sonriendo.
—Sí, muchas personas suelen pensar que él es mi padre por el apellido.
También pusieron a Ron al corriente de todo lo que Sirius le había dicho sobre Karkarov.
Aunque al principio Ron se mostró impresionado al oír que Karkarov había sido un mortífago, para cuando entraban en la lechucería se extrañaba de que no lo hubieran sospechado desde el principio.
—Todo encaja, ¿no? —dijo—. ¿No se acuerdan de lo que dijo Malfoy en el tren de que su padre y Karkarov eran amigos? Ahora ya sabemos dónde se conocieron. Seguramente en los Mundiales iban los dos juntitos y bien enmascarados... Pero te diré una cosa, Harry: si fue Karkarov el que puso tu nombre en el cáliz, ahora mismo debe de sentirse como un idiota, ¿a que sí? No le ha funcionado, ¿verdad? ¡Sólo recibiste un rasguño! Ven acá, yo lo haré.
Pigwidgeon estaba tan emocionado con la idea del reparto, que daba vueltas y más vueltas alrededor de Harry, ululando sin parar. Ron lo atrapó en el aire y lo sujetó mientras Harry le ataba la carta a la patita.
—No es posible que el resto de las pruebas sean tan peligrosas como ésta... ¿Cómo podrían serlo? —siguió Ron, acercando a Pigwidgeon a la ventana—. ¿Sabes qué? Creo que podrías ganar el Torneo, Harry, te lo digo en serio.
—Creo que Ron tiene razón, Harry —intervino Cassiopeia—. Ya has pasado por situaciones similares antes.
—A Harry le queda mucho por andar antes de que termine el Torneo —declaró muy seria Hermione—. Si esto ha sido la primera prueba, no me atrevo a pensar qué puede venir después.
—Eres la esperanza personificada, Hermione —le reprochó Ron—. Parece que te hayas puesto de acuerdo con la profesora Trelawney.
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El comienzo del mes de diciembre llevó a Hogwarts vientos y tormentas de aguanieve. Aunque el castillo siempre resultaba frío en invierno por las abundantes corrientes de aire, a Cassiopeia le alegraba encontrar las chimeneas encendidas y los gruesos muros cada vez que volvía del lago.
Notó que Hagrid mantenía los caballos de Madame Maxime bien provistos de su bebida preferida: whisky de malta sin rebajar. Los efluvios que emanaban del bebedero, situado en un rincón del potrero, bastaban para que la clase entera de Cuidado de Criaturas Mágicas se mareara. Esto resultaba inconveniente, dado que seguían cuidando de los horribles escregutos y necesitaban tener la cabeza despejada.
—No estoy seguro de si hibernan o no —dijo Hagrid a sus alumnos, que temblaban de frío, en la siguiente clase, en la huerta de las calabazas—. Lo que vamos a hacer es probar si les apetece echarse un sueñecito... Los pondremos en estas cajas.
Sólo quedaban diez escregutos. Aparentemente, sus deseos de matarse se habían limitado a los de su especie. Para entonces tenían casi dos metros de largo. El grueso caparazón gris, las patas poderosas y rápidas, las colas explosivas, los aguijones y los aparatos succionadores se combinaban para hacer de los escregutos las criaturas más repulsivas que Cassiopeia hubiera visto nunca. Desalentada, la clase observó las enormes cajas que Cassiopeia acababa de llevarlos, todas provistas de almohadas y mantas mullidas.
—Los meteremos dentro —explicó Hagrid—, les pondremos las tapas, y a ver qué sucede.
Pero no tardó en resultar evidente que los escregutos no hibernaban y que no se mostraban agradecidos de que los obligaran a meterse en cajas con almohadas y mantas, y los dejaran allí encerrados. Hagrid enseguida empezó a gritar: «¡No los asusten, no los asusten!», mientras los escregutos se desmadraban por el huerto de las calabazas tras dejarlo sembrado de los restos de las cajas, que ardían sin llama. La mayor parte de la clase (con Malfoy, Crabbe y Goyle a la cabeza) se había refugiado en la cabaña de Hagrid y se había atrincherado allí dentro. Harry, Ron, Hermione y Cassiopeia, sin embargo, estaban entre los que se habían quedado fuera para ayudar a Hagrid. Entre todos consiguieron sujetar y atar a nueve escregutos, aunque a costa de numerosas quemaduras y heridas. Al final no quedaba más que uno.
—Las cosas que hago por ti... —murmuró hacia su amiga— Te voy a odiar de por vida, Cassiopeia —aseguró Daphne, que había sido obligada por parte de la castaña que se quedara.
—¿Qué me vas a amar por siempre? —cuestionó burlona—. Ya lo sabía.
—¡No los espanten! —les gritó Hagrid a Harry y Ron, que le lanzaban chorros de chispas con las varitas. El escreguto avanzaba hacia ellos con aire amenazador, el aguijón levantado y temblando—. ¡Sólo hay que deslizarle una cuerda por el aguijón para que no les haga daño a los otros!
—¡Por nada del mundo querríamos que sufrieran ningún daño! —exclamó Ron con enojo mientras Harry y él retrocedían hacia la cabaña de Hagrid, defendiéndose del escreguto a base de chispas.
—Bien, bien, bien... esto parece divertido.
Rita Skeeter estaba apoyada en la valla del jardín de Hagrid, contemplando el alboroto. Aquel día llevaba una gruesa capa de color fucsia con cuello de piel púrpura y, colgado del brazo, el bolso de piel de cocodrilo.
—¿Esa no es la loca que habló tonterías de Harry en su periódico? —preguntó Daphne, sin darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.
—¿Qué dijiste, niña? —le preguntó Rita, arrugando sus cejas.
—Ella no dijo nada, señora —intervino Cassiopeia, intentando no tirarle los escreguto a la cara—. Es RitaSkeeter —susurró para Daphne.
—Señorita —corrigió Rita, volteando a mirar a la castaña—. ¡Qué maravilla, Cassiopeia Black! —sonrió con falsedad—. ¿Cómo está la famosa Calliope? ¿Sabes algo sobre tu tío, el fugitivo? Te gustaría...
Cassiopeia se cruzó de brazos.
—Yo a usted no le tengo que explicar mi vida privada ni mucho menos la de mi madre—espetó, sin tener la intención de sonar amable—. Debería dejar de ser entrometida a cosas que no la incumben, señora.
—Señorita —corrigió, ignorando todo lo demás que le había dicho con una cara enojada. Cassiopeia rodó los ojos.
—¿Quién es usted? —le preguntó Hagrid a Rita Skeeter, mientras le pasaba al escreguto un lazo por el aguijón y lo apretaba.
—Rita Skeeter, reportera de El Profeta —contestó Rita con una sonrisa. Le brillaron los dientes de oro.
—Creía que Dumbledore le había dicho que ya no se le permitía entrar en Hogwarts —contestó ceñudo Hagrid, que se incorporó y empezó a arrastrar el escreguto hacia sus compañeros.
Rita actuó como si no lo hubiera oído.
—¿Cómo se llaman esas fascinantes criaturas? —preguntó, acentuando aún más su sonrisa
«Algo trama esta perra», pensó Cassiopeia.
—Escregutos de cola explosiva —gruñó Hagrid.
—¿De verdad? —dijo Rita, llena de interés—. Nunca había oído hablar de ellos... ¿De dónde vienen?
Cassiopeia notó que, por encima de la enmarañada barba negra de Hagrid, la piel adquiría rápidamente un color rojo mate, y se le cayó el alma a los pies. ¿Dónde había conseguido Hagrid los escregutos?
Hermione, que parecía estar pensando lo mismo, se apresuró a intervenir.
—Son muy interesantes, ¿verdad? ¿Verdad, Harry?
—¿Qué? ¡Ah, sí...!, ¡ay!... muy interesantes —dijo Harry al recibir un pisotón.
—Hasta a mí me dolió eso —susurró Daphne, haciendo referencia al pisotón que recibió a Harry.
—¡Ah, pero si estás aquí, Harry! —exclamó Rita Skeeter cuando lo vio—. Así que te gusta el Cuidado de Criaturas Mágicas, ¿eh? ¿Es una de tus asignaturas favoritas?
—Sí —declaró Harry con rotundidad. Hagrid le dirigió una sonrisa.
—Divinamente —dijo Rita—. Divinamente de verdad. ¿Lleva mucho dando clase? —le preguntó a Hagrid.
—Merlín, es muy irritante —musitó Daphne—. ¿Por qué no me enfermé hoy?
Cassiopeia notó que los ojos de Perrita Skeeter pasaban de Dean (que tenía un feo corte en la mejilla), a Seamus (que intentaba curarse varios dedos quemados), a Lavender y Olivia (ambas túnicas estaban chamuscada) y luego a las ventanas de la cabaña, donde la mayor parte de la clase se apiñaba contra el cristal, esperando a que pasara el peligro.
—Éste es sólo mi segundo curso —contestó Hagrid.
—Divinamente... ¿Estaría usted dispuesto a concederme una entrevista? Podría compartir algo de su experiencia con las criaturas mágicas. El Profeta saca todos los miércoles una columna zoológica, como estoy segura de que sabrá. Podríamos hablar de estos... eh... «escorbutos de cola positiva».
—Escregutos de cola explosiva —la corrigió Hagrid—. Eh... sí, ¿por qué no?
A Harry aquello le dio muy mala espina, pero no había manera de decírselo a Hagrid sin que Perrita Skeeter se diera cuenta
—¡Bueno, Harry, adiós! —lo saludó Rita Skeeter con alegría cuando él se iba con Ron, Hermione, Cassiopeia y Daphne—. ¡Hasta el viernes por la noche, Hagrid!
Cassiopeia se acercó a sus amigos y susurró—. Esa loca...
—Señorita —Daphne imitó a Rita, con su voz irritante. Ron se tapó la boca para evitar reír.
—Está tramando algo —afirmó Cassiopeia.
—Le dará la vuelta a todo lo que diga Hagrid —dijo Harry en voz baja.
—Mientras no haya importado los escregutos ilegalmente o algo así... —agregó Hermione muy preocupada.
—Hagrid ya ha dado antes muchos problemas, y Dumbledore no lo ha despedido nunca —dijo Ron en tono tranquilizador—. Lo peor que podría pasar sería que Hagrid tuviera que deshacerse de los escregutos. Perdón, ¿he dicho lo peor? Quería decir lo mejor.
Harry, Hermione, Cassiopeia y Daphne se rieron.
Cassiopeia disfrutó mucho la clase de Adivinación de aquella tarde. Ella compartía esta clase con Harry y Ron, pero siempre se sentaba junto a Daphne y alejada de ellos. Pero este día no fue así.
Seguían con los mapas planetarios y las predicciones; Cassiopeia y Daphne se sentaron junto a los dos Gryffindor. Grave error. La profesora Trelawney, que se había mostrado tan satisfecha de Harry y Ron cuando predecían sus horribles muertes, pero volvió a enfadarse de la risa tonta que les entró en medio de su explicación de las diversas maneras en que Plutón podía alterar la vida cotidiana.
—Me atrevo a pensar —dijo en su voz tenue que no ocultaba el evidente enfado— que algunos de los presentes —miró reveladoramente a Harry — se mostrarían menos frívolos si hubieran visto lo que he visto yo al mirar esta noche la bola de cristal. Estaba yo sentada cosiendo, cuando no pude contener el impulso de consultar la bola. Me levanté, me coloqué ante ella y sondeé en sus cristalinas profundidades... ¿Y a que no dirán lo que vi devolviéndome la mirada?
—¿Un murciélago con gafas? —dijo Ron en voz muy baja.
Harry hizo enormes esfuerzos para no reírse y Daphne se tapó la cara con el libro.
—La muerte, queridos míos.
Cassiopeia notó como Parvati Patil y Lavender Brown se taparon la boca con las manos, horrorizadas, mientras Olivia Longbottom tomaba apuntes de la clase.
—¡Oh, no! Eso es... terrible —Cassiopeia lloró con falsedad en extremo.
Daphne sentía que ya no podía aguantar más las ganas de reír.
—Sí —dijo la profesora Trelawney, sin darse cuenta del sarcasmo de Cassiopeia—, viene acercándose cada vez más, describiendo círculos en lo alto como un buitre, bajando, cerniéndose sobre el castillo...
Miró con enojo a Harry, que bostezaba con descaro.
—¡Que terrible! —Cassiopeia fingió que sollozaba.
—Daría más miedo si no hubiera dicho lo mismo ochenta veces antes — comentó Harry, cuando por fin salieron al aire fresco de la escalera que había bajo el aula de la profesora Trelawney—. Pero si me hubiera muerto cada vez que me lo ha pronosticado, sería a estas alturas un milagro médico.
—Serías un concentrado de fantasma —dijo Ron riéndose alegremente cuando se cruzaron con el Barón Sanguinario, que iba en el sentido opuesto, con una expresión siniestra en los ojos
—No debería de burlarme de la muerte, pero con Trelawney nada me puedo tomar en serio —afirmó Daphne. Cassiopeia asintió con la cabeza, estando en de acuerdo.
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