14. La primera prueba
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capitulo catorce
LA PRIMERA PRUEBA
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LA PRIMERA PRUEBA SE ACERCABA. POR ESO CASSIOPEIA BUSCABA A SUS AMIGOS, pero simplemente no sabía dónde se habían metido Harry y Hermione. No los vio en el gran comedor y se estaba preocupando mucho.
—¡Aquí están! —exclamó, los había encontrado en un salón vacío—. ¿Qué hace aquí?
—Estamos practicando para que no muera en la prueba de mañana —afirmó Harry—. Hermione me está ayudando.
—Harry está aprendiendo a hacer bien el encantamiento convocador.
—¿Y porque no me dijeron nada para ayudarlos? —cuestionó, recostándose en el marco de la puerta.
—No quería molestarte...
—Tonterías —dijo Cassiopeia, entrando y dejando su maleta en una silla—. ¡Soy la mejor en Encantamientos! —dijo con egocéntrica.
Practicaron. A Harry le seguía costándole trabajo: a mitad del recorrido, los libros y las plumas perdían fuerza y terminaban cayendo al suelo como piedras.
—Concéntrate, Harry, concéntrate...
—¿Y qué crees que estoy haciendo? —contestó él de malas pulgas—. Pero, por alguna razón, se me aparece de repente en la cabeza un dragón enorme y repugnante... Vale, vuelvo a intentarlo.
A las dos en punto de la madrugada, el lugar estaba repleto de libros, plumas, libros, maletas y varias sillas volcadas. Hermione había hechizado al aula con el hechizo silenciador, para que nadie supiese que están fuera de sus casas.
Sólo en la última hora le había cogido el truco al encantamiento convocador.
—Eso está mejor, Harry, eso está mucho mejor —aprobó Hermione, exhausta pero muy satisfecha.
—Bueno, ahora ya sabes qué tienes que hacer la próxima vez que no sea capaz de aprender un encantamiento —dijo Harry, tirándole a Hermione un diccionario de runas para repetir el encantamiento—: amenazarme con un dragón. Bien... —Volvió a levantar la varita—. ¡Accio diccionario!
El pesado volumen se escapó de las manos de Hermione, atravesó la sala y llegó hasta donde Harry pudo atraparlo.
—¡Creo que esto ya lo dominas, Harry! —dijo Cassiopeia, muy contenta.
—Espero que funcione mañana —repuso Harry—. La Saeta de Fuego estará mucho más lejos que todas estas cosas: estará en el castillo, y yo, en los terrenos allá abajo.
—No importa —declaró Cassiopeia con firmeza—. Siempre y cuando te concentres de verdad, la Saeta irá hasta ti. Ahora mejor nos vamos a dormir, Harry... Lo necesitarás.
Harry la miró y sonrió. Se sentía reconfortado al tenerla como amiga y saber que tenía todo su apoyo.
Y Cassiopeia se sentía feliz de ayudarlo y de pasar tiempo con él.
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Hermione, Ron y Cassiopeia se sentaron juntos en las gradas. Antes de que empezara la primera prueba, Gryffindor estaba regañando al pelirrojo por milésima vez.
—Hola, ¿llego tarde? —Daphne acababa de sentarse a lado de Cassiopeia. Ambas habían acordado para ver juntar el torneo.
El torneo dio comienzo sin antes explicar cuál era la misión de cada campeón. A Cassiopeia no le importaban los demás campeones, solo a Harry...
Cuando llegó el turno de Harry, él salió de la tienda, sintiendo cómo el pánico se apoderaba rápidamente de todo su cuerpo.
La multitud gritaba muchísimo, pero Harry ni sabía ni le preocupaba si eran gritos de apoyo o no. Era el momento de hacer lo que tenía que hacer: concentrarse, entera y absolutamente, en lo que constituía su única posibilidad.
Levantó la varita.
—¡Accio Saeta de Fuego! —gritó. Aguardó, confiando y rogando con todo su ser.
Se volvió y vio la Saeta de Fuego volar hacia allí por el borde del bosque, descender hasta el cercado y detenerse en el aire, a su lado, esperando que la montara. La multitud alborotaba aún más... Cassiopeia gritaba con emoción...
Pasó una pierna por encima del palo de la escoba y dio una patada en el suelo para elevarse. Aquello era sólo otro partido de quidditch... nada más, y el colacuerno era simplemente el equipo enemigo...
Descendió en picado. El colacuerno lo siguió con la cabeza. Llegó un chorro de fuego justo al lugar en que se habría encontrado si no hubiera dado un viraje en el último instante... pero a Harry no le preocupó: era lo mismo que esquivar una bludger.
—¡Tú puedes Harry! —gritó Cassiopeia.
—¡Cielo santo, vaya manera de volar! —vociferó Bagman, entre los gritos de la multitud—. ¿Ha visto eso, señor Krum?
Harry se elevó en círculos. El colacuerno seguía siempre su recorrido, girando la cabeza sobre su largo cuello. Harry se lanzó hacia abajo justo cuando el dragón abría la boca, pero esta vez tuvo menos suerte. Esquivó las llamas, pero la cola de la bestia se alzó hacia él, y al virar a la izquierda uno de los largos pinchos le raspó el hombro.
El dragón no parecía dispuesto a moverse del sitio: tenía demasiado afán por proteger los huevos. Aunque retorcía la cabeza y plegaba y desplegaba las alas sin apartar de Harry sus terribles ojos amarillos. Así pues, tenía que persuadirlo de que lo hiciera. El truco estaba en hacerlo con cuidado, poco a poco.
Empezó a volar, primero, por un lado, luego por el otro, no demasiado cerca para evitar que echara fuego por la boca. La cabeza del dragón se balanceaba a un lado y a otro, mirándolo por aquellas pupilas verticales, enseñándole los colmillos...
Remontó un poco el vuelo. La cabeza del dragón se elevó con él, alargando el cuello al máximo y sin dejar de balancearse como una serpiente ante el encantador.
Harry se elevó un par de metros más, y el dragón soltó un bramido de exasperación. Volvió a azotar con la cola, pero Harry estaba demasiado alto para alcanzarlo. Abriendo las fauces, echó una bocanada de fuego... que él consiguió esquivar.
—¡Vamos! —lo retó Harry en tono burlón, virando sobre el dragón para provocarlo—. ¡Vamos, ven a atraparme...! Levántate, vamos...
La enorme bestia se alzó al fin sobre las patas traseras y extendió las correosas alas negras, tan anchas como las de una avioneta, y Harry se lanzó en picado. Antes de que el dragón comprendiera lo que Harry estaba haciendo ni dónde se había metido, éste iba hacia el suelo a toda velocidad, hacia los huevos por fin desprotegidos. Soltó las manos de la Saeta de Fuego... y cogió el huevo de oro.
El lugar se llenó de muchos gritos por parte de la multitud, que aplaudía y gritaba tan fuerte como la afición irlandesa en los Mundiales.
—¡Miren eso! —gritó Bagman—. ¡Mírenlo! ¡Nuestro paladín más joven ha sido el más rápido en coger el huevo! ¡Bueno, esto aumenta las posibilidades de nuestro amigo Potter!
Hermione y Cassiopeia soltaron un grito de emoción al ver que Harry había logrado pasar la prueba. Se levantaron de sus asientos y se abrazaron fuertemente.
—¡Lo logró! —exclamó contenta Cassiopeia—. ¡Lo logró! ¡Él lo logró!
—¡Sí! ¡Lo hizo! —dijo Hermione, dando saltitos de alegría.
—¿Y ustedes desde cuando son amigas? —preguntó Ron al verlas abrazadas.
—Desde hace semanas, pero ni siquiera lo sabes porque estabas tan ocupado en ignorar a Harry —le respondió Cassiopeia.
—Como sea —intervino Hermione—. Vamos a ver a Harry. ¡Ni si te ocurra escapar, Ronald! —lo agarró del brazo—. Tú vienes con nosotras.
—¡Te veo luego, Daphne! —le dijo Cassiopeia. Recibió como respuesta un asentimiento de cabeza antes de irse.
Los tres fueron directamente a la segunda tienda en donde estaba la señora Pomfrey.
—¡Harry, has estado genial! —le dijo Hermione con voz chillona.
—¡Te luciste! ¡De verdad! —exclamó contenta Cassiopeia.
Pero Harry miraba a Ron, que estaba muy blanco y miraba a su vez a Harry como si éste fuera un fantasma.
—Harry —dijo Ron muy serio—, quienquiera que pusiera tu nombre en el cáliz de fuego, creo que quería matarte.
Fue como si las últimas semanas no hubieran existido, como si Harry viera a Ron por primera vez después de haber sido elegido campeón.
—Lo has comprendido, ¿eh? —contestó Harry fríamente—. Te ha costado trabajo.
Hermione estaba entre ellos, nerviosa, paseando la mirada de uno a otro. Ron abrió la boca con aire vacilante. Harry se dio cuenta de que quería disculparse y comprendió que no necesitaba oír las excusas.
—Está bien —dijo, antes de que Ron hablara—. Olvídalo.
—No —replicó Ron—. Yo no debería haber...
—¡Olvídalo!
Ron le sonrió nerviosamente, y Harry le devolvió la sonrisa. Hermione, de pronto, se echó a llorar.
—No hay por qué llorar —le dijo Cassiopeia, abrazando a su amiga.
—¡Los dos son tan tontos! —exclamó ella, respondiendo el abrazo. Luego, los chicos se unieron al abrazo y se fue corriendo, esta vez gritando de alegría.
—¡Cómo se pone! —comentó Ron, negando con la cabeza—. Vamos, chicos, están a punto de darte la puntuación.
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