11. Los Cuatro Campeones
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capitulo once
LOS CUATRO CAMPEONES
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COMO HOY ERA SABADO, LO NORMAL HABRÍA SIDO QUE LA MAYORÍA DE LOS ALUMNOS BAJARAN TARDE A DESAYUNAR. Sin embargo, Cassiopeia, Theo, Blaise y Daphne no fueron los únicos que se levantaron mucho antes de lo habitual en días de fiesta. Al bajar al vestíbulo vieron a unas veinte personas agrupadas allí, algunas comiendo tostadas, y todas contemplando el cáliz de fuego. Lo habían colocado en el centro del vestíbulo, encima del taburete sobre el que se ponía el Sombrero Seleccionador. En el suelo, a su alrededor, una fina línea de color dorado formaba un círculo de tres metros de radio.
—¡Hey, Cassiopeia! —exclamó una voz a su espalda.
Al volverse, vio a Fred, George y Lee Jordan. Se acercó a ellos.
—¿Te gustaría probar de nuestra poción envejecedora? —cuestionó George.
—Poción... ¿qué? —la castaña creyó no escuchar bien.
—Con una gota nos volveremos unos meses más grandes—explicó George, frotándose las manos con júbilo.
—Así podrás poner tu nombre en el Cáliz del Fuego —sugirió Lee.
—Cool... esperen, ¿cómo saben que quiero participar? —preguntó cruzándose de brazos.
—Nos lo dijo un pajarito —aseguró George encogiéndose de hombros.
—¿Y por casualidad ese pajarito tiene el cabello rojo y largo, y es su hermana?
—No le digas que te dijimos que ella nos dijo —dijo Fred.
—Ustedes no me dijeron nada, yo lo descifré —replicó Cassiopeia.
—Como sea, ¿intentarás poner tu nombre en el cáliz o te acobardarás?
Cassiopeia era lista, y sabía que no era fácil de burla a Dumbledore. Tal vez la poción podría funcionar y así entrar al torneo... Pensó todos los resultados posibles antes de decidir exactamente qué se debe hacer.
—Luego, ahora lo importante es que ustedes coloquen sus nombres —comentó con una sonrisa—. La gente quiere verlos brillar.
—Ella tiene razón...
—¡Hola, Cassiopeia! —saludó Ron. A su lado estaban Harry y Hermione.
—Hola Ron —regresó el saludo—. Hola, chicos —Hermione solo sacudió de mano y Harry respondió al saludo—. ¿Ustedes creen que los gemelos logren poner su nombre?
—Dumbledore es muy listo —respondió Hermione—, seguro que ha pensado en eso.
—No podría estar más de acuerdo —concordó, ganándose una sonrisa de aprobación por parte de Hermione.
—¿Listos? —Cassiopeia escuchó a Fred hablando a su amigo y a su gemelo—. Entonces, vamos. Yo voy primero...
Cassiopeia observó cómo Fred se sacaba del bolsillo un pedazo de pergamino con las palabras: «Fred Weasley, Hogwarts.» Fred avanzó hasta el borde de la línea y se quedó allí, balanceándose sobre las puntas de los pies como un saltador de trampolín que se dispusiera a tirarse desde veinte metros de altura. Luego, observado por todos los que estaban en el vestíbulo, tomó aire y dio un paso para cruzar la línea.
Durante una fracción de segundo. George creyó que había funcionado, profirió un grito de triunfo y avanzó tras Fred. Pero al momento siguiente se oyó un chisporroteo, y ambos hermanos se vieron expulsados del círculo dorado como si los hubiera echado un invisible lanzador de peso. Cayeron al suelo de fría piedra a tres metros de distancia, haciéndose bastante daño, y para colmo sonó un «¡plin!» y a los dos les salió de repente la misma barba larga y blanca.
En el vestíbulo, todos prorrumpieron en carcajadas. Incluso Fred y George se rieron al ponerse en pie y verse cada uno la barba del otro.
—Se los advertí —dijo la voz profunda de alguien que parecía estar divirtiéndose, y todo el mundo se volvió para ver salir del Gran Comedor al profesor Dumbledore. Examinó a Fred y George con los ojos brillantes—. Les sugiero que vayan los dos a ver a la señora Pomfrey. Está atendiendo ya a la señorita Fawcett, de Ravenclaw, y al señor Summers, de Hufflepuff, que también decidieron envejecerse un poquito. Aunque tengo que decir que me gusta más sus barbas que la que les ha salido a ellos.
Fred y George salieron para la enfermería acompañados por Lee, que se partía de risa, y Harry, Ron, Hermione y Cassiopeia, que también se reían con ganas, entraron a desayunar.
—Saben, en mi casa hay un rumor de que Warrington se ha levantado temprano para echar el pergamino con su nombre —dijo Cassiopeia.
Harry movió la cabeza en señal de disgusto.
—¿Por qué esa cara? —se burló Cassiopeia.
Sin embargo, Harry no pudo terminar porque Ron exclamó: —¡Espero que no tengamos de campeón a nadie de Slytherin!
—Que lindo, Ron —dijo con sarcasmo la única Slytherin del cuarteto.
—Oye, tú eres la única Slytherin que nos agrada —replicó Ron, abrazándola—. ¡Siéntete especial!
—Gracias Ron —dijo la castaña—, pero yo solo espero que no sea un idiota el que represente a Hogwarts...
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—Bien, el cáliz está casi preparado para tomar una decisión —anunció Dumbledore—. Según me parece, falta tan sólo un minuto. Cuando pronuncie el nombre de un campeón, le ruego que venga a esta parte del Gran Comedor, pase por la mesa de los profesores y entre en la sala de al lado —indicó la puerta que había detrás de su mesa—, donde recibirá las primeras instrucciones.
Sacó la varita y ejecutó con ella un amplio movimiento en el aire. De inmediato se apagaron todas las velas salvo las que estaban dentro de las calabazas con forma de cara, y la estancia quedó casi a oscuras. No había nada en el Gran Comedor que brillara tanto como el cáliz de fuego, y el fulgor de las chispas y la blancura azulada de las llamas casi hacía daño a los ojos. Todo el mundo miraba, expectante. Algunos consultaban los relojes.
De pronto, las llamas del cáliz se volvieron rojas, y empezaron a salir chispas. A continuación, brotó en el aire una lengua de fuego y arrojó un trozo carbonizado de pergamino. La sala entera ahogó un grito.
Dumbledore cogió el trozo de pergamino y lo alejó tanto como le daba el brazo para poder leerlo a la luz de las llamas, que habían vuelto a adquirir un color blanco azulado.
—El campeón de Durmstrang —leyó con voz alta y clara— será Viktor Krum.
—¡Es tan guapo! —suspiró Daphne, al tiempo que una tormenta de aplausos y vítores inundaba el Gran Comedor.
—¡Bravo, Viktor! —bramó Karkarov, tan fuerte que todo el mundo lo oyó incluso por encima de los aplausos—. ¡Sabía que serías tú!
Se apagaron los aplausos y los comentarios. La atención de todo el mundo volvía a recaer sobre el cáliz, cuyo fuego tardó unos pocos segundos en volverse nuevamente rojo. Las llamas arrojaron un segundo trozo de pergamino.
—La campeona de Beauxbatons —dijo Dumbledore— es ¡Fleur Delacour!
Cuando la chica que parecía una veela se puso en pie elegantemente, sacudió la cabeza para retirarse hacia atrás la amplia cortina de pelo plateado, robándose los suspiros de muchos.
—¡Ella será mi esposa! —dijo con decisión Blaise, mirándola caminar.
—Se te cae la baba, Blaise —lo molestó Cassiopeia.
Cuando Fleur Delacour hubo desaparecido también por la puerta, volvió a hacerse el silencio, pero esta vez era un silencio tan tenso y lleno de emoción, que casi se palpaba. El siguiente sería el campeón de Hogwarts...
Y el cáliz de fuego volvió a tornarse rojo; saltaron chispas, la lengua de fuego se alzó, y de su punta Dumbledore retiró un nuevo pedazo de pergamino.
—El campeón de Hogwarts —anunció— es ¡Cedric Diggory!
Todos y cada uno de los alumnos de Hufflepuff se habían puesto de repente de pie, gritando y pataleando, mientras Cedric se abría camino entre ellos, con una amplia sonrisa, y marchaba hacia la sala que había tras la mesa de los profesores.
—¡Estupendo! —dijo Dumbledore en voz alta y muy contento cuando se apagaron los últimos aplausos—. Bueno, ya tenemos a nuestros tres campeones. Estoy seguro de que puedo confiar en que todos ustedes, incluyendo a los alumnos de Durmstrang y Beauxbatons, darán a sus respectivos campeones...
Pero Dumbledore se calló de repente.
El fuego del cáliz había vuelto a ponerse de color rojo. Otra vez lanzaba chispas. Una larga lengua de fuego se elevó de repente en el aire y arrojó otro trozo de pergamino.
Alargó su mano y lo cogió. Lo extendió y miró el nombre que había escrito en él. Hubo una larga pausa, durante la cual Dumbledore contempló el trozo de pergamino que tenía en las manos, mientras el resto de la sala lo observaba. Finalmente, Dumbledore se aclaró la garganta y leyó en voz alta:
—Harry Potter.
«¿Acaso es una broma?».
Eso era lo único que Cassiopeia podía pensar, que era una broma. Esperó que alguien rompiera el silencio incomodo con una risa, pero no pasó eso.
—¡Harry Potter! —lo llamó Dumbledore—. ¡Harry! ¡Levántate y ven aquí, por favor!
Harry se puso en pie, se pisó el dobladillo de la túnica y se tambaleó un poco. Avanzó por el hueco que había entre las mesas de Gryffindor y Hufflepuff.
Cuando Harry cruzó por la puerta en la que habían pasado los demás campeones, los murmullos no se hicieron esperar.
—¡Potter siendo el centro de atención! —exclamó Malfoy a Crabbe y Goyle—. ¡Qué nuevo! —ironizó.
—Tú sabes, ¿verdad? —habló Theo mirando a la castaña.
—¿Saber qué?
—Sabes cómo él logró colocar su nombre —susurró Theo. En su tono de voz se podía percibir algo de envidia.
—No tengo ni la más mínima idea —respondió enojada.
—Oh, por favor, Cassiopeia —exclamó Blaise—. ¡Eres su amiga!
O tal vez lo era. Harry no había confiado en ella ni le había dicho que él iba a participar.
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