La Llamada (39)
Había algo en Sylas Gautier que a Poppy le desagradaba, y nunca había sido propensa a demostrar poca gratitud hacia una persona. Miraba a Nazareth como si fuera un lobo feroz. Cuando se lo contó a ella, Naza comentó que su cariño por Charlie le había jugado una mala pasada. Pudiera ser, pensó, que sí había algo de ello; no le agradó ver la familiaridad con la que se hablaban, ni con la que él aprovechaba cualquier oportunidad para tocarle los hombros, las manos o el mentón.
Pasó otra carta y otra y otra hasta dar con una que databa del siglo XVII. El tercer conde de Argyle le escribía a Eduardo III de Inglaterra, pidiéndole permiso para arrendar unas tierras contiguas a unas antiguas parientas... Con un sobresalto, se puso de pie y fue hasta el escritorio en el que se hallaba sentada Nazareth, traduciendo —al menos intentándolo— el diccionario de Alex.
Tras unos segundos esperando, vio que levantaba la mirada.
—Esto podría significar algo —le explicó, mientras le enseñaba la carta. Naza se ajustó las gafas al puente de la nariz y comenzó a leerla—. No sé cuándo mi familia se mudó a las inmediaciones de Argyle, pero creo que tuvo que ver con la quema de ese siglo. Durante el reinado de Eduardo III. Es ese.
—¿Por qué si odiaban a las brujas y participaron de sus quemas, se molestaría uno de los duques en donar un acre a tu familia?
Poppy se mordió un labio. Casi podía leer lo que Naza iba a pedirle.
—No tengo idea. Y mi abuela no era afín de los diarios.
Nazareth alzó las cejas, con una sonrisa esbozada.
—Quizás si te comunicaras con Dune...
—Eh, no, puede que sea muy tarde en Bath y yo no... No querría molestarle.
—Son solo cinco horas de diferencia —replicó la otra, mirando su reloj de pulsera—. Deben de ser las diez menos cuarto. Tampoco creo que se haya dormido ya.
Ruborizándose, la pelirroja se llevó un dedo a la punta de la nariz y analizó bien sus posibilidades. Cada vez que intentaba explicar a Naza por qué su reticencia a hablar nada con Duncan Swift. No le había contado todavía la pequeña y breve aventura en la casa ancestral del ducado; principalmente, porque estaba avergonzada, y en segundo lugar, porque Nazareth tampoco podía tocar el tema de Charlie y esa aventura involucraba a Charlie y ese carácter que no le había visto... nunca.
Poppy tenía miedo de que aquello significara un pretexto más para Nazareth... Si se enteraba de la actitud de Charlie en ese viaje, tendría un objeto más para negarse a responderle ninguna llamada o mensaje electrónico.
—Dune estaba en Londres cuando vine —confesó, nerviosa—. Me dijo que daría unas conferencias.
—Pero en algún momento tendrá que ir al hotel...
—Ah, es que tiene un departamento. Nazareth, respecto a Sylas...
—Estamos hablando de ti —atajó ella—. No me malinterpretes, Poppy, pero creo que me estás ocultando algo.
Cerró un instante los ojos.
—¿Te molestaría escuchar un relato en el que Charlie tiene mucho que ver?
Nazareth se apoyó en su silla reclinable. En seguida, se quitó los lentes, los dejó en la mesa de estudio y se giró para mirarla. Se había cruzado de brazos, mirándola llena de esa curiosidad de la que echaba mano en su presencia. Se mostraba serena y estudiosa respecto a lo que Poppy le había pedido, pero no la engañaba. No podía concentrarse, y el demonio que rondaba lejos quería chuparle la energía.
Para la desgracia del ente, Naza era demasiado fuerte como para permitírselo.
—Cuéntame. Anda.
—Bueno... Te he dicho ya que Dune y yo acordamos visitar su casa para que yo pudiera ver... Él dijo que no puede pisar sin sentir que le drenan las energías, así que creí que estaba sometido...
—Como Charlie.
—Sí. Pero no lo estaba. —Se retorció los dedos de las manos, indecisa—. Charlie y yo fuimos porque le dije que no me siento cómoda en presencia del duque. Y él me pidió que me tranquilizara y que confiara en él. Ya sabes.
Nazareth asintió.
—Puedo imaginármelo.
Con un suspiro, Poppy continuó sin reparos, esta vez preguntándose si luego de oír lo que Charlie había hecho, Nazareth tendría otra perspectiva de su romance truncado—: El caso es que descubrí que no hay ninguna atadura. A Dune le consume la energía de esa casa porque es el primogénito Swift. Es como si la casa supiera que es... Es extraño, es como si la propiedad supiera que Duncan no debe estar allí. Desafortunadamente, entré en la habitación que era prohibida porque me habían dejado sola para indagar con mi don. Charlie intervino, si no...
Evocó la escena y se sorprendió de ver que aún estaba viva en su mente. El duque de Argyle nunca había sido tan hosco y brutal con ella. Comprendió que quizás se debía a la muerte del conde de Aberdeen y el encierro en el psiquiátrico de Elmar Kramer, quienes siempre la habían tomado por bienvenida.
En presencia de su padre, Dune bajó la mirada y no emitió palabra alguna; cosa que decepcionó a Poppy.
—¿Fue el duque? —preguntó Naza.
—Sí.
—Pero Charlie estaba allí. Supongo que él sí te defendió.
—Amenazó con desprestigiarlo. —Poppy arrugó las cejas y se sentó frente a Naza, en un taburete—. Me siento tan culpable. Es una relación de años.
Con una sonrisa fría, Nazareth se acomodó el fleco del pelo.
—Algún día se va a morir y el duque será Dune; así que la relación del condado de Aberdeen y el de Argyle se reanudará. No creo que debieras preocuparte mucho por ello.
—Tendrías que haber visto a Charlie.
—Debo aceptarlo. Me genera un poco de curiosidad verlo enojado.
—No quiero ser entrometida, pero...
—Estás a punto de entrometerte.
—¿Somos amigas?
—Por supuesto —dijo Naza.
—Entonces permíteme preguntar: ¿es más importante el diccionario que él?
—Qué cruel, Poppy.
—Tú eres cruel, Naza; contigo misma —Estaba prohibido. Pero ella le había abierto las puertas de su casa e investigado a fondo algo que no le incumbía, así que se negó a no contarle—: Detrás de ti hay un demonio chupasangre.
Nazareth entrecerró los ojos.
—¿Qué?
—En su defensa, Alex no lo sabía; que el diccionario estaba ligado a Leibniz y que, quien lo heredara, heredaba al demonio. Claro, no puede tocarte lo suficiente porque eres fría. Sin embargo, se ha acercado a ti tanto como para hacer que estés... Así. Muerta de miedo. —Sonrió apenas—. ¿Me dejarías ayudarte?
—¿Y cómo podrías ayudarme tú, Poppy?
Se la notaba desesperada.
—Quemando el diccionario —dijo, se encogió de hombros—. Es la única forma.
En silencio, Nazareth logró ponerse de pie e ir hasta la ventana. Volvió sobre sus pasos cuando ya Poppy creía que lo mejor era retirarse a su habitación para dormir un poco. A continuación, se devanó los sesos tratando de comprender las muecas de Naz, mientras ella escribía algo en un folio membretado con su nombre.
Luego firmó.
Le extendió la carta a Poppy y ella, con una mirada permisiva, empezó a leerla. Era para Charlie. Finalmente, una respuesta positiva, después de casi cinco meses. Se le salieron las lágrimas cuando leyó las últimas líneas. Y lo malo de ello, fue que sintió una terrible envidia. Nazareth era valiente y Charlie... Charlie se la merecía a todas luces.
—Hoy Sylas me ha enviado un correo electrónico. Dice que, si le dejamos ver algunos de los murales, quizás podríamos encontrar similitudes en antiguos blasones medievales escoceses.
—Respecto a Sylas...
—¿Leíste mi carta? Ahí pone que estoy enamorada de cierto amigo tuyo. Sylas no podría importarme menos, no así.
—Tal vez deberías hacérselo saber.
—Y tal vez deberías detallarme ese relato de lo que ocurrió en Winndoost.
—El duque cree que profano su castillo entrando allí. Charlie le dijo que era un... anciano de bajos escrúpulos. —Elevó la mirada—. Y algunas cosas más. Está cambiado.
—Muy bien. —Naza, con la voz semi estrangulada, se irguió y llamó por la campanilla. Regresó al escritorio y cogió las hojas—. Quemar el diccionario.
Cuando entró la muchacha del servicio, fue directa al teléfono de la pared de enfrente, lo levantó y se giró hacia ella.
—La llaman, señorita Kramer; ¿le digo que no puede atender? —espetó.
Instintivamente, por la mirada de la chica, supo de quién se trataba.
Pasaron algunos segundos.
—Si quieres respondo yo —musitó Poppy, con una ceja enarcada.
Nazareth tragó saliva y sacudió la cabeza.
—Está bien, Debbie.
Debbie se marchó, tras poner el auricular bocabajo.
Mientras se aproximaba al teléfono, Poppy se sentó en la silla que había ocupado su anfitriona. Leyó de nuevo su carta; era la cosa más pura y romántica que había leído jamás.
De las que estaban pactadas para ser imposibles en su vida.
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