Hombre mirando al sudeste
Un grupo de científicos ha emprendido el primer viaje interestelar a los planetas que orbitan TRAPPIST-1. Su misión: encontrar el nuevo mundo que dará cobijo a la humanidad. Sin embargo, cuando están a punto de llegar, reciben un mensaje salido de uno de los planetas de aquel sistema, el cual los ha dejado sorprendidos.
Extrañaba su casa, su dulce hogar donde cada mañana despertaba con el canto de los pájaros y un cariñoso haz de luz que acariciaba su mejilla. Recuerdos que quedarían sepultados en su mente; momentos que nunca más volverían a repetirse.
A su alrededor, el gris metálico coloreaba toda su austera habitación, si a esa celda se le podía llamar habitación. No había ventanas, ni fotos, ni cuadros artísticos que oxigenaran su mente. Sólo lo esencial. La corrosión de la pintura, los tornillos que sobresalían de las paredes, los cables eléctricos sin material aislante, dejaban entrever el apuro y la presión con la que se había construido todo aquello que lo rodeaba.
Se vistió rápidamente y salió disparado hacia su trabajo. Por los aburridos pasillos, se cruzó a varios jóvenes jugando en sus dispositivos de realidad virtual, adultos vestidos de traje y corbata charlando sobre temas importantes, mujeres con diamantes en sus cuellos y anillos de oro. No sólo su ropa vieja y descolorida lo hacía sentir un extranjero; soberbias y suspicaces miradas lo monitoreaban en aquel confinamiento, como si de un panóptico se tratara. Ellos mismos, indirectamente, se encargaban de dejarle en claro que no pertenecía a ese lugar: su taza con sólo media cucharada de café y media de azúcar; el límite de ingerir tres vasos de agua por día; las sobras de la comida principal con que se alimentaba día y noche; los dos minutos para bañarse... Con agua fría, por supuesto. Pequeños grandes detalles.
-Otra vez tarde... ¿estás bien? –dijo su compañera científica, preocupada, cuando éste entró al laboratorio, el único compartimento en el que se sentía como en su casa.
-Sí, sólo me quedé dormido... Mi cuerpo todavía no se acostumbra.
-Pensamos lo peor... Como aquella vez -dijo otro colega hindú.
-Tranquilos... eran otros tiempos -calmó, sentándose en su desordenado escritorio-. Ahora, los cerdos nos necesitan realmente. Son conscientes de que toda su mierda nos trajo a este momento de incertidumbre.
Al menos, no era el único que se sentía incómodo entre toda esa gente destacada; sus colegas de distintas ramas científicas estaban en su misma situación. Aún proviniendo de diversos países y hablando distintos idiomas, con el paso de los días fueron forjando una amistosa conexión, reforzada por esa camuflada denigración que sufrían por parte del resto de las personas con las que convivían. Eran las ovejas negras, el mal necesario, que toda sociedad necesitaba para constituirse.
Miró a la pantalla de su computadora y vio que los niveles de oxígeno se mantenían estables al igual que la intensidad de la señal que emitían hacia el exterior; los canales de radio se mantenían abiertos, expectantes ante cualquier señal. Ya habían pasado cinco días y aún parecía no haber salvavidas para aquel naufragio.
La foto de su bella novia lo observaba desde el costado derecho de su computadora. Si sólo pudiera volver el tiempo atrás y rechazar aquella perversa oferta... Así, hubiera podido pasar más tiempo con ella, charlar, reír, esperar juntos el final.
Esa mañana entregaron los reportes al Presidente. Como siempre, los trató amablemente aunque veían en sus modales una falsa manera de mantenerlos a raya. Ya habían elevado varias quejas con respecto a su precaria situación pero ninguna de ellas había sido respondida.
-Para llegar a nuestros objetivos, se deben hacer sacrificios –respondió el Presidente al ser cuestionado por su indiferencia ante los reclamos.
Mientras almorzaban en un pequeño cuarto con poca iluminación, a pocos metros, en el comedor principal, podían ver a través de la puerta transparente a la Reina de Inglaterra y al Rey de España charlando relajadamente después de lo que seguramente había sido un apetitoso banquete.
Por la tarde, se dedicaron a arreglar unos conductos de aire en la zona de recreación; simuladores, computadoras 3D, biblioteca de películas y libros, mesas para jugar a las cartas o al ajedrez, poblaban aquella enorme sala en la que los adolescentes solían pasar la mayor parte del tiempo y a la que los científicos sólo podían acceder los domingos por la mañana.
Durante las dos horas que demoraron en resolver el problema, fueron objeto de burlas y maldades; en una ocasión, se descuidaron unos segundos y les ocultaron la caja de herramientas. Después de varios minutos de risas contenidas y miradas cómplices, uno de ellos se apiadó y les devolvió sus instrumentos; los llamaban "nerds" y el hijo del Secretario General de la ONU, cabecilla del grupo de adolescentes, cargaba contra ellos alegando que no se merecían estar ahí ya que el trabajo que realizaban podía hacerlo cualquier otra persona.
-Debemos resistir –dijo en voz baja al ver que uno de sus compañeros apretaba sus puños cargados de rabia-. Si reaccionamos, nos expulsan... Recuerden lo que pasó hace un mes.
-Piensen en los que no pudieron venir... Matarían por estar en nuestro lugar –susurró otro.
Tras la jornada laboral, cada uno volvió a sus respectivos dormitorios; a oscuras, se recostó en su incómodo y sucio colchón pero no pudo conciliar el sueño por unas horas. Todas las noches sufría de insomnio. Pensaba en su novia, encerrada en su casa sin poder salir... Esperando el final. Todavía sentía culpa por tener esperanza... Trunca, pero esperanza al fin; un lujo que allí abajo no podían sentir ante el inminente y angustiante desenlace.
Un nuevo encuentro con el Presidente ocurrió a la mañana siguiente; más allá de los reportes diarios que le hacían, no solía llamarlos a menos que fuera algo realmente importante.
-¿Por qué no están expulsando la basura al exterior?
Los científicos se miraron entre ellos.
-No sabemos qué efectos puede causar... No queremos cometer los mismos errores que allá abajo...
-Mientras no esté acá adentro, no me importa lo que pase afuera... ¿Qué hicieron?
-Experimentamos... Podríamos darle un uso más productivo...
-¡Nadie les dijo que lo hicieran! –vociferó mientras se levantaba de su holgado asiento con rostro desencajado-. ¡Estamos en una situación crítica y ustedes se dan el lujo de experimentar! ¡Están gastando energía que no deberían! Recuerden que están acá para cumplir nuestras órdenes... ¡Hagan su trabajo!
Un unísono "Sí, señor" se escuchó en la oficina.
Largas horas de espera le había costado conseguir su turno para visitar el Observatorio por lo que nada ni nadie podía arruinar ese día. El Observatorio era el lugar más preciado allí dentro y sólo se podía acceder reservando un día y horario con anticipación.
Cuando ingresó en la sala sus ojos brillaron de emoción; su corazón bombeaba rápidamente al ver, después de tanto tiempo, el exterior. En esa enorme habitación circular, las paredes metálicas eran reemplazadas por un grueso vidrio por lo que tenía una visión de trescientos sesenta grados de todo lo que había afuera. Apoyó su nariz contra el vidrio y observó el imponente paisaje que tenía ante sí.
En las profundidades de la constelación de Acuario brillaban las radiantes estrellas mientras, muy a lo lejos, despedía una fuerte luminosidad la enana ultrafría TRAPPIST-1, mucho más pequeña que el Sol y de un color más rojizo. Los siete planetas que orbitaban a su alrededor eran unos grandes puntos en aquella rojinegra acuarela. Tan cerca y tan lejos... Lejos de la Tierra y a poco de llegar a su destino, en ese límite, habían quedado truncas sus esperanzas de llegar a TRAPPIST-1E, uno de los tres planetas con probabilidades de albergar la complejidad humana.
Poco y nada se sabía sobre él: se encontraba en la zona habitable, es decir que sus características y la distancia aceptable con respecto a la enana ultrafría permitirían la presencia de agua líquida, aunque sólo en una zona llamada "terminador". El planeta estaba acoplado a su estrella de modo que un lado de su hemisferio "miraba" permanentemente hacia la estrella mientras que el otro era el "lado oscuro", tal como sucedía con la Luna. De esa forma, el terminador era una zona intermedia, ni tan caliente ni tan fría, donde podría haber agua y, por lo tanto, albergar vida humana. Todas las variables habían sido calculadas para aterrizar allí; pero algo había salido mal.
Una vez más, la razón humana fracasaba en un último manotazo de ahogado. El progreso tecnológico, la contaminación y las continuas guerras habían inundado la Tierra de tóxicos que volvían irrespirable el aire. Desde que todo había comenzado, diez años pasaron buscando soluciones sin éxito; la comunidad científica calculaba que en un año el aire sería tan tóxico que ni siquiera los oxigenadores que había en cada hogar bastarían para sostener la vida humana.
Los oxigenadores eran aparatos eléctricos, con baterías, capaces de producir y liberar todo el oxígeno que fuera necesario cuando los niveles caían por debajo de lo indispensable para la vida. Se instalaban en las casas como si fueran acondicionadores de aire y eran la única solución que habían encontrado. Pero pronto, el parche también sería perforado por el daño colateral más grande que el hombre hubiera producido en toda su historia; sólo quedaba encerrarse en los hogares a esperar el final.
Desde un principio, empresarios, mandatarios, ingenieros y científicos se unieron para construir apresuradamente la primer nave interestelar, de dimensiones nunca antes vistas y capaz de viajar a la velocidad de la luz; después de años de construcción y pruebas, un mes atrás dio inicio la misión"Esperanza" con cien personas a bordo, felices de ser los responsables de continuar la raza humana en TRAPPIST-1E.
Entre disparos y misiles provenientes de aquellos condenados a morir en la Tierra, la nave surcó el espacio exterior como un contenedor de semillas en busca de tierra fértil. Pero los cálculos resultaron incorrectos; cinco días atrás, a sólo un año luz del objetivo, el optimismo se desvaneció cuando la nave detuvo su marcha por falta de energía. La rapidez con que todo se había hecho y los escasos datos que poseían habían hecho fracasar la misión. Sin la energía necesaria para impulsar aquella gigante y acorazada nave, sólo un milagro alienígena podía salvarlos. En el infinito espacio vacío, eran una insignificante canoa flotando sin rumbo en el calmo océano estrellado.
Esa noche durmió un par de horas únicamente; su insomnio se había intensificado luego de contemplar aquella maravilla, tan preciosa como inquietante. Viajaban sus pulsaciones a la velocidad de la luz. La vigilia le trajo el recuerdo de los mortificantes momentos que había vivido en sus últimos días en la Tierra.
Se encontraba con un colega en las desoladas calles midiendo los niveles de oxígeno en el aire. Llevaban puestos trajes especialmente diseñados para evitar la inhalación de toxinas. Un mensaje en su teléfono le informaba que había sido seleccionado para integrar un grupo de cien personas que subirían a una nave interestelar especialmente preparada para sobrevivir hasta dos años en el espacio. Hasta ese momento siempre había pensado que moriría junto a su novia, como todas las demás personas del mundo.
El recuerdo era tan vívido que sus manos empezaron a temblar, tal como había pasado al leer el comunicado. Sosteniendo su celular, pensó en el hecho de que ya no despertaría sintiendo sus suaves manos sobre su pecho, ya no escucharía su dulce voz, jamás. Discutió con ella largamente sobre el tema pero no había mucho tiempo para decidir. El despegue era en cinco días. Tuvieron relaciones por última vez, se abrazaron, se besaron, rieron, lloraron, y finalmente se despidieron para siempre.
Sólo una vez que ingresó en la nave vio quiénes eran la última esperanza de la humanidad; sólo una vez que vio el plato de comida del empresario más poderoso del mundo comprendió que la sociedad no sería muy diferente a como lo era en la Tierra. Abajo era reconocido como uno de los más brillantes científicos, arriba era un denigrado obrero que trabajaba hasta doce horas por día.
-¿Creen que haya vida allá afuera? –preguntó a la mañana siguiente uno de sus compañeros tras un largo silencio. Acababa de contarles su experiencia en el observatorio.
-Infinito universo... Infinitas posibilidades –contestó él.
-¿Y por qué no responden a nuestras señales?
-Tal vez no desarrollaron tecnología y aún no salieron de sus planetas, tal vez confunden nuestra señal con ruido espacial, tal vez la escuchan pero no saben de dónde viene...
-O tal vez la escuchan, entienden perfectamente nuestro pedido de ayuda pero eligen ignorarnos... Prefieren dejarnos morir antes que les llevemos la peste humana -acotó una física nuclear con rostro apático.
Sus reflexiones quedaron interrumpidas de repente cuando una chillona alarma comenzó a sonar en cada rincón de la embarcación. Los científicos se miraron anonadados mientras una luz roja coloreaba el laboratorio, acompañando al insoportable ruido.
Se escucharon los portazos y las corridas; la alegre algarabía, los emocionados llantos, rompieron la monótona rutina. Todos se congregaron en las detrás de la puerta del laboratorio. Detrás de ese estridente sonido se escondía su incierto futuro, tal vez la confirmación de su muerte, tal vez el salvavidas que tanto ansiaban. Alguien había contestado a su pedido de ayuda.
El Presidente ingresó al laboratorio junto al Secretario General de la ONU; se miraron entre ellos y entonces apretó el botón para reproducir el mensaje. Una voz robótica dijo:
-Nos dirigimos hacia sus coordenadas con el objetivo de ayudarlos. Volveremos a establecer contacto en treinta minutos.
Por un momento, se hizo el silencio a la espera de más información. Pero eso era todo; impactados, se sonreían tímidamente sin saber bien qué decir o hacer. Finalmente, los científicos rompieron en gritos de euforia contagiando al Presidente y a su colega. Se abrazaron y se felicitaron entre ellos, dejando atrás esa enorme grieta social que los separaba.
El Presidente salió de la sala a comunicar la noticia; la gente comenzó a saltar, gritar y llorar de alegría. El milagro había llegado para rescatarlos y darle una nueva oportunidad a la raza humana.
Los siguientes minutos estuvieron marcados por la planificación del recibimiento. Con pasos acelerados, casi corriendo, la gente iba y venía a lo largo y ancho de la nave; prepararon un banquete de bienvenida y limpiaron el hall hasta dejarlo reluciente; el Presidente, tenso, preparaba un discurso junto a varios reyes y secretarios. Debían dar una cuidada y prolija imagen ante sus salvadores.
Pasados exactamente treinta minutos, llegó un mensaje con la misma voz robótica que enunciaba:
-Abran sus compuertas.
El momento más importante en la historia de la humanidad había llegado. Sólo el Presidente y el Secretario General de la ONU los recibirían y establecerían el primer contacto directo. Las demás personas aguardarían en el Salón Central, donde podrían observar y escuchar todo lo que sucediera a través de una pantalla que retransmitía lo que las cámaras de seguridad grababan.
Angustiados ante lo desconocido pero con la seguridad de considerarse salvados, observaron cómo los dos funcionarios respiraron hondamente mientras los extraterrestres se preparaban para ingresar. Finalmente, boquiabierto al igual que los demás, contempló la entrada de dos seres por la compuerta principal.
Trajes negros perfectamente simétricos ocultaban sus cuerpos de acero brillante. No tenían ojos, ni boca, ni nariz, aunque sí unos pequeños hoyos donde debían estar las orejas. Por lo demás, tenían la misma complexión que un ser humano. Sin mediar palabra o gesto, activaron unos dispositivos flotantes de forma cúbica de los cuales salió otra vez esa voz mecánica traduciendo a su idioma lo que los alienígenas articulaban con extraños sonidos que parecían salir de la nada misma.
-Saludos, somos del Planeta...
El alienígena moduló una palabra que sonó como"Bleugubu". El dispositivo hizo un extraño ruido y el ser detuvo su comunicación. El que no había hablado hasta entonces presionó unos botones virtuales que había en el centro de los cubos y segundos después retomó su discurso:
-Una palabra sin traducción... -Era imposible determinar alguna emoción cuando no había un rostro que mirar o un tono de voz variable-. Lo que quería decir era que ustedes lo conocen con el nombre de TRAPPIST 1-E. Ya tenemos un lugar reservado para ustedes en nuestro planeta; recibirán alimentos, hogares y todas las comodidades para que puedan sobrevivir.
-No sabe cuánto apreciamos su hospitalidad, señor. Estaremos eternamente agradecidos... Prometemos pagar esta deuda...
El dispositivo, que también traducía sus palabras a esa extraña lengua que hablaban los salvadores, volvió a hacer ese pavoroso ruido ante la palabra"deuda". Los extraterrestres se quedaron en silencio aunque el Presidente, un tanto incómodo, rápidamente se puso a explicar.
-Ustedes nos ayudan, entonces nosotros tenemos que devolverles el favor de alguna manera.
-No se preocupe. Nosotros somos seres racionales...
-¡Eso es perfecto! Nosotros también somos racionales... Nuestro lenguaje y nuestro sistema numérico nos permiten predecir, prevenir, calcular riesgos, probabilidades... –interrumpió con entusiasmo el Presidente. Aún sin estar presentes allí, desde la pantalla, podían notar su nerviosismo.
-... Respondemos racionalmente a los estímulos –prosiguió el alienígena, sin prestarle atención al atolondrado humano-. Si alguien nos mira, lo miramos; si alguien nos habla, lo escuchamos; si alguien sufre, lo consolamos; si alguien pide ayuda, lo ayudamos.
La comitiva humana no entendió muy bien a qué se refería el extraterrestre pero se limitaron a asentir con su cabeza y sonreír, algo embarazados.
-No esperamos nada a cambio de nuestra ayuda. En nuestro planeta no hay negocios, nadie se muere de hambre y tampoco dejamos morir hermanos a cambio de nuestro propio bien...
Pronto, repararon en el hecho de que no hacía falta una boca, un tono de voz o un rostro que transmitiera emociones; las palabras que elegía y la forma en que enunciaba, delataban su posición acusadora. El Presidente también lo percibió perfectamente; ahora, miraba inquisitivamente a sus héroes. Los científicos reconocían esa mirada; era la misma que ellos recibían cada día. El instinto natural, inconsciente, del Presidente no sólo rechazaba el aspecto de sus salvadores, sino que también levantaba un manto de sospecha sobre ellos. Algo no cuadraba.
-Un momento, ¿usted conoce nuestra historia?
-Por supuesto. La hemos estudiado antes de establecer contacto. Una historia tan rica como polémica, pero no es nuestro deber juzgar su accionar. El cuarto artículo de la Ley Intergaláctica lo prohíbe terminantemente en pos de una armonía entre las distintas especies inteligentes. Cada especie es libre de hacer lo que quiera con su planeta, mientras no perjudique a las demás. Por lo tanto, deben ser respetadas su forma de alimentación, su forma de organización social, su forma de explotación de los recursos, y sus prácticas inteligentes o culturales.
Los funcionarios, y también todo el público humano desde el Salón Central, quedaron asombrados. Habían estudiado su historia en un santiamén... Existían más especies extraterrestres... Y estaban reguladas por una Ley Intergaláctica... La imaginación de cada persona trascendía la nave y ya visualizaba los confines más recónditos del universo poblados por extraños e inteligentes seres.
Ante la desconfiada mirada del Presidente y el Secretario, los alienígenas realizaron unas modificaciones en la parte frontal de la nave gracias a las cuales podrían ser "arrastrados" (esa fue la traducción del dispositivo) hasta su planeta. Saludaron cordialmente y se retiraron de la nave para así emprender juntos el regreso hacia el planeta"Bleugubu".
La agridulce sensación que dejaron en la sociedad humana quedó reflejada en el corto diálogo que mantuvo el Presidente con el Secretario General de la ONU, una vez que las compuertas volvieron a cerrarse.
-¿Cómo dijo que se llamaba el que hablaba? –preguntó el Presidente con el entrecejo fruncido.
-Sonó como "Rantés" cuando lo pronunció.
-Como sea, no confío en este tal Rantés y su colega –expresó despectivamente-. Creo que están planeando hacer algo con nosotros... Tal vez quieran usarnos como ratas de laboratorio.
-O adoptarnos como esclavos... -agregó el Secretario con semblante preocupado al tiempo que acomodaba su elegante saco.
Intercambiaron cómplices miradas por unos segundos, como si leyeran sus pensamientos. Cada funcionario en esa nave sentía ese instinto, esa paranoica sensación que los llevaba a desconfiar y temer lo peor ante lo desconocido, lo misterioso, lo incomprensible.
El orgullo humano había sido herido por unos seres que no se ajustaban al estereotipo de héroe y que parecían saber muchísimo más que ellos. En aquella situación, ni el dinero ni la posición social importaban. La superioridad de aquellos seres era vista como una amenaza a sus privilegios de clase.
Con firme decisión, el Presidente resumió el silencio con una exclamación que no fue ni aplaudida ni abucheada desde el Salón Central:
-¡Preparen las armas!
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-Nota de autor: El título del cuento hace referencia a la película del mismo nombre. Es una película argentina del año 1986 dirigida por Eliseo Subiela y protagonizada por Hugo Soto (Rantés) y Lorenzo Quinteros (Dr. Julio Denis); no tiene mucho que ver con la historia pero sí con una escena brillante que inspiró parte de la trama. La música de fondo, las actuaciones, la ambientación pero, sobre todo, ese monólogo de Rantés hacen de esa escena una de las mejores que vi en mi vida.
https://youtu.be/S2g39kIgDjI
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