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Hombre De Revista

De pronto su cuerpo adoptó una tensión mortal. Sucedió de un segundo a otro. La castaña se percató de ello y abrió los ojos con rapidez.

Se asustó. Estaba sola, en un espacio negro y frío.

Intentó mover los brazos, pero fue en vano; a duras penas un dedo dio un brinquito.

Comenzó a perder la calma. Sus piernas comenzaron a ser tragadas por una oscuridad llena de agua. Entonces comenzó a sentir que se ahogaba.

El agua presionaba todo su ser y de apoco la iba enloqueciendo al cegarla y negarle un respiro.

Movía sus labios, abusaba de su garganta, pero ningún sonido emitía. Ni un solo grito o susurro. Era como si la hubieran silenciado de alguna forma, como si la quisieran ver muerta con una de las peores opciones.

Por último, intentó pensar en Reiss. Aquel dulce hombre que había ganado su corazón con su amabilidad y coraje, además de travesuras y sensibilidad.

Quería llamar a su nombre en un vago intento de pedir auxilio. Y le asombró que solo su corazón pudo llamarlo, porque su garganta se encontraba sedienta de su voz.

En seguida pensó en su muerte, en que dejaría solos a sus amigos y lo que más le dolía, le causaría un golpe muy fuerte a Reiss.

Y con una profunda sorpresa, la oscuridad murió. El agua que le impedía respirar se esfumó. Su cuerpo se recuperó y lo que creyó era su final, había sido solo una pesadilla interrumpida por el desvergonzado sonido de alguien llamando a su puerta con algo de apuro.

La castaña se levantó lo suficiente como para recargar su espalda en las almohadas altas. Se acomodó un par de mechones de rizos tras sus orejas y encendió su celular para observa la hora.

Cayó en cuenta de que era la noche de un viernes pesado. Horas antes sus amigas de la oficina la habían visitado y pasado un buen rato chismorreando de todo un poco, sin olvidarse del tema sobre lo atractivos que eran sus mayordomos y como uno en especial, la parecía mirar todo el tiempo.

Fue agotador, ahora que lo piensa.

—Las tres y media de la mañana... —murmuró la chica sopesando con mirada cansada el momento.

Mientras tanto, ella perdida en sus pensamientos y recuerdos agrios de su sueño, volvieron a llamar a la puerta.

—¿Señorita? —se escuchó atrás, del otro lado en el pasillo.

La castaña volvió en sí al escuchar esa voz tan reconocida. La incomodidad del sueño de la víspera lo olvidó al pensar que Reiss estaba buscándola. Antes de dar el visto bueno, se aseguró de al menos no tener saliva seca en el rostro y habiendo repasado vanidosamente su imagen, se acomodó las sabanas.

¡Era increíble que, incluso en un momento así quería verse bonita para él!

—¿Reiss? —dijo ella en respuesta, con un tono bajo—. Pasa por favor.

El cambia pieles abrió la puerta para dar unos pasos dentro de la habitación, al igual que la castaña, traía puesta su pijama. La tenue luz de una vela a casi nada de consumirse, vislumbró la preocupación dibujada en su rostro.

—¿sucede algo? —preguntó ella.

Incrédulo, Reiss movió sus orejitas, e inconscientemente, su cola también se unió a su lenguaje corporal. Se llevó las manos tras su espalda, como si a estas horas siguiera laborando como un mayordomo, dejando descansar el título de su novio.

—Eso quisiera preguntar yo —respondió el castaño claro, enarcando sus cejas en una expresión suavemente molesta por la repentina normalidad de la fémina—. ¿Estás bien? Hace rato había ido a la cocina por un poco de agua y al cruzar el pasillo pude escuchar que...

De pronto las mejillas del minino enrojecieron. Desvió sus celestes ojos y en respuesta la castaña ladeo la cabeza.

—Decías mi nombre... —susurró él, al segundo siguiente encendiendo el rostro de su pareja. Levantó la mirada con ternura, formando un sutil puchero con sus labios—. ¿Es mi culpa que hoy no pasamos tanto tiempo juntos? Tal vez por eso... pero sonabas muy asustada, como si en tu sueño te estuviera lastimando.

Tres puntos suspensivos y una pequeñísima sonrisa se esbozó en sus labios. Negó con fuerza, moviendo las palmas de sus manos de un lado a otro.

Se estaba creando un mal entendido.

—¡No, no es eso! —repuso ella.

—¿No soñaste conmigo? —contestó Reiss con la desilusión palpable en su voz. Bajó su cabeza y sus esponjosas orejitas también.

—¡No, Reiss! ¡Argh! —la castaña se pellizco el puente de su nariz, consternando todavía más al mencionado. Palmeó una orilla de la cama invitándolo a tomar asiento.

Reiss atendió la orden con lentitud. Le parecía un poco vergonzoso sentarse en el lecho de su novia y además, su jefa. Pensó que al menos por esta ocasión sería un poco rebelde y faltaría a las reglas impuestas de su trabajo.

Ni bien tomó su espacio, con un tímido brillo en los ojos, se atrevió a entrelazar sus dedos con los de ella en un agarre cálido y bien necesitado durante todo el día. Ella no se hizo para atrás en ningún momento, y en todo caso, disfrutó el agarre sin compartir su emoción más que con la expresión tímida de su rostro.

—Déjame explicarte bien —expuso ella, tragando duro. Reiss asintió y sin darse cuenta de lo tierno que parecía, prestó toda su atención—. Sobre lo de hoy, entiendo perfectamente que tienes cosas qué hacer en la mansión y fue uno de nuestros acuerdos; que no descuidaríamos nuestros trabajos, pero no tiene nada qué ver una cosa con la otra.

—¿No? —preguntó el chico con un hilo de voz.

Ella negó y forzó una sonrisa.

—No. Es cierto que te extrañé como en cualquier otro día... —sintió su voz temblar y el calor apoderarse de sus mejillas, pero si no lo expresaba en palabras, seguramente Reiss jamás se daría cuenta—. Lo que sucedió ahorita fue que tuve una pesadilla. Eso es todo y que tal vez pude haber dicho tu nombre una vez.

Reiss negó risueño.

—Fueron muchas veces —dijo coqueto.

La castaña elevó los ojos al cielo. Ese era el Reiss juguetón del que se había enamorado.

—Bien, pudo haber sido más de una vez —admitió ella, causando en Reiss más de una risita orgullosa y emocionada.

—Pero... —interpuso con los labios entre abiertos—. ¿Entonces en el sueño te estaba lastimando y por eso era una pesadilla?

Inmediatamente ella negó, pensando en lo increíblemente rápido que era Reiss en sacar conclusiones prontas, pero el simple recuerdo del sueño la hizo temblar y palidecer, sin pasar de largo para el joven.

—No, no eras tú quien me lastimaba —dijo ella a secas, sintiendo su corazón achicarse de solo revivir tal sensación soñada—. Más bien, en mi sueño quería gritar por ti, pedir tu ayuda... porque no quería separarme de ti ni de los demás.

Un silencio pesado se cernió poco después. La castaña se encogió de hombros, de pronto parecía que le tenía miedo hasta a la oscuridad y las sombras que se formaban a causa de los muebles. Flexionó sus rodillas y las rodeó con sus brazos en un desesperado intento de sentirse segura, entonces ocurrió. Cuando tuvo perdida la mirada, un centro de calor se apoderó de su rodilla izquierda; era Reiss que había puesto su mano encima.

—Reiss... —murmuró ella, encontrándose reflejada en la celeste mirada gatuna del hombre.

El mencionado acortó el espacio entre ellos y volviendo a faltar a las reglas, osó depositar un corto beso en la frente de la jovencita.

—Lamento no poder ayudarte en el sueño —confesó, con el rostro iluminado y sin perder ni un solo centímetro—. No volverá a pasar.

Conmovida, la fémina formó un puchero con los ojos húmedos. Había tenido tanto miedo de que fuese real que ahora, estar tan cerca de Reiss le parecía más un sueño.

Irónico. Tomó airé de un movimiento saltó con todas sus fuerzas para abrazar al cambia pieles por el cuello. Reiss se sorprendió por la iniciativa de la castaña, por un momento se quedó como piedra y al sentirla buscando un refugio en su pecho, la rodeó por la espalda con sus brazos. Acarició su cabeza con suavidad, disfrutando de ese dulce perfume a margaritas.

—Tenía mucho miedo —aclaró la castaña, escuchando el desesperado latir del corazón de Reiss—. De no verte más... de no poder...

Reiss, por instinto, la acercó todavía más a él, como si tuviera miedo a que alguien se la arrancara. Negó lentamente y le dedicó una corta sonrisa.

—Era una pesadilla, señorita —defendió él—. No nos vamos a separar, por favor, ya no tenga miedo.

Guardaron silencio unos segundos, tiempo en que se mantuvieron unidos hasta que la castaña encontró la calma y se apartaron unos cuantos centímetros.

—Reiss... —llamó ella.

—¿Sí? —respondió él, encontrando el color de sus ojos profundo y enternecedor.

—¿Puedes quedarte a dormir conmigo? —fueron las palabras inocentes de una jovencita que lo que menos quería era pasar el resto de la noche sola.

La petición tomó tan de sorpresa al mayordomo que estuvo por atragantarse con su propia saliva. Los ojos casi se le salían de su cuenca y el corazón se le cayó en un colapso de emociones encontradas. Se llevó la mano al pecho y levantó las cejas en unos constantes tartamudeos y negaciones.

Se repetía lo irrespetuoso que de por sí ya era estar a estas horas en la habitación de una dama.

—Eso es d-demasiado... Señorita —formuló con la voz temblorosa.

—¡Reiss Vamos! —dijo ella, tomándolo de los hombros—. Será esta noche ¿sí? Además, así podemos estar juntos y de paso recuperar el tiempo perdido del día.

Reiss se mantuvo reacio. Desvió la mirada, porque la castaña comenzó a hacer sus ojitos de cachorro.

—Reiss...

¡Era imposible! El mencionado corrió sus ojos y mantuvo mirada con la castaña. En uno, dos y tres segundos después se encontró perdiendo su débil determinación. Aceptó a regañadientes, convenciéndose de que no estaba haciendo nada malo porque ella misma se lo había pedido.

—¡Perfecto! ¡Vamos a dormir juntos! —dijo ella con la emoción palpable en su voz.

Reiss se mantuvo mudo y, aun así, la castaña supo que compartían el mismo sentimiento con esa expresión que no podía ocultar por más que lo intentara. Se movió a un lado, de forma que dejó una orilla de tamaño considerable para que Reiss se acostara.

El felino tardó en tomar sitio. No lo podía creer, pero más temprano que tarde ya se encontraba bajo las cobijas al lado de la castaña, quien, tomando ventaja, se recostó de lado, teniendo total libertad de estudiar el rostro avergonzado de Reiss.

—¿Qué? —preguntó él entre dientes.

Ella negó, susurrando un "nada". De sorpresa tomó el brazo de Reiss y lo colocó por encima de sus caderas, como si le estuviera dando el permiso de dormir abrazados.

—¡A-Ah! —murmuró él, totalmente nervioso por el contacto y silencio peligroso que de pronto había adoptado la habitación—. Uhm... me pregunto si esto está bien... si Sieg y Keith se enteraran...

—¿Por qué deberían enterarse? —preguntó ella a nada de quedar dormida, cerrando de cuando en cuando los ojos en un lapso de tiempo largo—. Esto no tiene nada de malo, Reiss. Somos novios, ¿o quieres que tus hermanos duer...

—¡No! —contestó el mencionado con apuro y autoridad—. Yo soy el único. Solo yo.

La sola idea de que alguno de sus hermanos tomase su lugar en el lecho le encendía en celos y colera. Amaba tanto a Sieg como a Keith, pero compartir algo así con ellos le era inconcebible.

Se aferró al cuerpo de la castaña medio dormida, quien emitió algunas risas antes de quedar totalmente dormida. Esa noche puede que Reiss haya pecado de posesivo, pero si podía asegurar los sueños de su amor de esa forma, además de experimentar algo nuevo, también cargaría si fuese necesario con la culpa de las reglas violadas como su mayordomo; porque muy por encima de un trabajo, tenía bien presente en amor y fidelidad que tenía por la castaña.

Cerraron los ojos y a los pocos minutos muertos, quedaron totalmente dormidos y unidos en las blancas sabanas, esperando encontrarse en sus sueños y continuar rodeados de un amor tan puro como la luz de la luna que pendía en la bóveda de un cielo nocturno.

En cuanto comenzaron los primeros rayos de Sol, Reiss salió de la habitación con mucho cuidado de no despertar a la castaña y mucho menos ser atrapado por sus hermanos. En sus tristes intentos de conciliar el sueño la noche anterior, solo alcanzó a dormitar un poco, porque el pulso se le aceleraba cada que pensaba en los pocos centímetros que los separaban. 

Llegó a preguntarse si dormir juntos también era una costumbre humana y no solo eso, sino algo que las parejas tienden a hacer.

Con las mejillas teñidas por un rojo inocente, Reiss aprovechó las primeras horas de la mañana para adelantar algunas tareas de las que él se encargaba. No quería pensar mucho en el rostro apacible de su novia y la fuerte tentación que tuvo por unir sus labios. Perdió el sentido del tiempo en su desesperación por despejar los recuerdos de la noche anterior que le atacaban a su corazón sin piedad y con él un delicioso remordimiento en su expresión, no dejaba de pensar que no estaría mal volverlo a repetir.

Estaba muy consciente de la pizca que conocía sobre el vasto mundo de los humanos y sus relaciones, pero todavía estaba sorprendido y emocionado. Simplemente era victima de una fuerte contradicción en sus emociones.

Con un grupo de toallas pasó cruzó el comedor justo en el mismo momento en que Sieg se encargaba de colocar los platos para el desayuno y Keith volvía de la cocina con la comida elegantemente servida en una charola de plata.

—Oh, buenos días, hermano —dijo Keith con aquel educado tono que tanto lo describe. Formó una sonrisa, la cual Reiss agradeció con una mueca—. ¿Esta vez te despertaste temprano?

¡¿Cómo lo sabía?!

El pánico atacó al castaño. Observó a sus hermanos y encontró misteriosas esas sonrisas en sus labios. Tal vez ellos lo sabían y solo esperaban el momento para echárselo en cara y reprenderlo.

Tragó saliva en seco. Su seriedad y repentino sudor frío alertó al menor de todos. Sieg intentó tomarle la temperatura, pero Reiss retrocedió.

—¡¿Cómo saben que me desperté temprano?! —preguntó, a nada de ponerse a la defensiva.

Sieg y Keith se observaron con los ojos grandes y los labios semi abiertos.

—Porque no estabas en la habitación cuando nosotros despertamos, naturalmente —dijo Sieg.

Ese pequeño no podía mentir. Reiss entendió que sus hermanos no sabían nada y que decían la verdad; comenzó a actuar como un paranoico de la nada.

—¿Estás bien? —preguntó Keith, notablemente preocupado.

Reiss asintió, tocándose el puente de su nariz a la vez que suspirando. La mujer correcta había puesto de cabeza no solo su corazón, sino todo su ser.

Entonces sonrió hermosamente al tenerla en su pensamiento. Estaba tomándose todo con demasiada exageración, dio un respiro suficiente para calmar sus ideas y observó a su hermano volviendo a ser el mismo Reiss de siempre.

—Estoy bien, a lo mejor solo me afectó la hora en que desperté —explicó, tomándose el tiempo para observar el esfuerzo puesto en el desayuno—. ¿Ya tan rápido es hora de ir por la señorita?

Sieg asintió con ternura y emoción. Los hermanos restantes sabían muy bien de la relación de Reiss con la castaña, pero esto no les impedía sentir un aprecio genuino a esta nueva etapa de su vida; no podían pensar en una mejor compañía para Reiss que ella y tampoco podían concebir la idea de que la castaña, o bien, se fuera de la casa, o cayera enamorada de la persona incorrecta.

A los ojos de Sieg y Keith, Reiss y ella habían nacido el uno para el otro, y el encuentro en aquel bazar había decidido la frecuencia de sus corazones.

—Hermano, se te ha ido el tiempo volando —repuso Sieg riéndose divertido.

A él se unieron los dos mayores y mientras Reiss se rascaba la nuca aceptando lo despistado que llegó a ser, se topó con la portada de una revista para chicas. La tomó con curiosidad y le dio más de una vuelta, encontrando en la parte de atrás la publicidad para una marca de toallas femeninas.

Sieg respondió con timidez al dibujo. Conocía la función de estás, pero todavía era muy joven a juzgar por su reacción.

—¿Qué hace esto aquí? —preguntó Reiss con ese brillo curioso en sus ojos, ese que nadie podía ignorar.

Keith se acomodó un mechón de cabello tras la oreja. Movió sus orejitas de gatito y con la misma curiosidad que Reiss leyó el título de la obra.

—"La hora de las chicas" dice... —leyó Keith tomando una orilla del libro—. ¡Ah! Ayer vinieron las amigas de la señorita, supongo que a alguna de ellas debió olvidársele esta cosa.

—¿Es una revista para chicas? —preguntó Sieg todavía con un dejo de timidez. Intentaba desviar la mirada de esa revista, pero la curiosidad le ganaba.

—Sí —respondió Reiss—. La señorita me ha contado un poco de ellas. Dice que solo vienen cosas bobas y que los consejos que ponen aquí son una burla a la realidad. No creo que le agraden este tipo de revistas...

Y ni bien rezó estas palabras, Reiss perdió su atención en un solo titulo de la portada, acompañado de una imagen de un chico vistiendo una chaqueta de cuero, con un peinado rudo.

"Cinco formas infalibles de ser un chico atractivo".

Como si fuera una magia, o algo más parecido a una maldición, las palabras que en la víspera salieron de sus labios, Reiss las olvidó para inmediatamente sentirse tentado a leer ese articulo de la pagina veinte. Incluso, el pobre, se memorizó el numero de la página, porque, en medio de su ignorancia tierna, pensó que algún consejo podría ayudarlo o hacerlo más atractivo para la castaña.

Su única y honesta intención siempre fue ser un chico guapo y de revista para su novia. Claro, pasando por alto la realidad de la que le habló la fémina.

—Habrá que tirarla... —escuchó Reiss la voz de Keith. Se había perdido tanto en sus pensamientos que se dio cuenta que ya no tenía la revista en manos y que esta corría el riesgo de caer en la basura—. Si a la señorita no le gustan estas cosas no hay razón para tener una.

Reiss frunció el ceño. No quería tirarla, pero tampoco tenía una excusa buena para ello.

—Pero ¿Estamos seguros que no es de la señorita? —preguntó Sieg, ladeando la cabeza—. Si termina siendo de ella puede no agradarle la idea de que nos hayamos deshecho de ella.

—Sieg, ya escuchaste a Reiss —expuso Keith con una corta sonrisa—. A la señorita no le gustan estas cosas y si ve algo así aquí, temo que pueda molestarse o con nosotros por no hacer bien la limpieza o con sus amigas por dejar algo así en esta casa.

Sieg meditó con una expresión inocente las palabras de su mayor, y al final (para mala suerte del castaño) aceptó la lógica expuesta. Dos de ellos pensaban que la mejor idea de todas era tirar la revista, pero Reiss los detuvo y arrancó de las manos de su hermano ese conjunto de hojas.

—¡E-Esperen! —dijo con la voz vacilante—. ¿Y la chica que olvidó la revista?

Todo estaba saliendo de sus labios en una improvisación impresionante.

—¿Qué con esa chica? —preguntó Keith.

—No pensamos en ella y como caballeros de este lugar es nuestro trabajo también velar por las amigas de nuestra señorita —explicó Reiss con una sonrisa forzada en los labios—. A lo que me refiero es que, si esa amiga la olvidó, cuando vuelva podría quererla de vuelta, y molestarse si la tiramos sin preguntarle nada. ¿no creen que eso es malo?

Los dos restantes se tomaron un minuto para meditar la situación, y ni bien Keith le iba a dar la razón a su hermano, una voz dulce y muy alegre les interrumpió. Llevaron sus miradas a sus espaldas y la encontraron en el arco de la entrada al comedor.

Al ser sábado, la castaña prefirió usar un vestido blanco con encaje, que le llegaba poco por encima de las rodillas. Los ojos de los mayordomos brillaron y como si su sola presencia fuese tan buena para ellos como lo es el sol para las rosas, la recibieron con sonrisas y calidez.

En su lugar, Reiss se quedó sin palabras. Reaccionó igual que sus hermanos, pero se quedó con la boca abierta y para cuando se dio cuenta, la castaña había pasado a su lado, riéndose levemente. Volvió en sí y ocultó la revista tras su espalda.

—¿Puedo preguntar por qué nadie me despertó? —dijo la castaña, obviando que ese era el trabajo de su novio.

Reiss desvió la mirada, había metido la pata.

—Ah, ese el trabajo de Reiss —explicó Sieg, ayudando a la castaña a tomar asiento frente a la mesa, mientras Keith servía la comida—. Una disculpa, pero nos perdimos hablando de...

De repente, Sieg recibió un fuerte pisotón en el pie. Ahogó un chillido y cerró los ojos con fuerza, formando una mueca.

—¿Sieg? —preguntó la castaña—. ¿Estás bien? ¿Te duele algo?

—¡Ah, Señorita! —habló el peli negro con el dolor palpable en la voz. Levantó la mirada y se encontró con la seriedad en el rostro de Reiss; entendió la amenaza—. No, nada.

Keith ahogó una risilla. Cuando Sieg supo que ya no era necesario en el momento, hizo una corta reverencia y se echó para atrás, asegurándose de tomar su distancia de su mayor.

—Lo que sieg quería decir —repuso Reiss tomando la delantera, teniendo la total atención de su novia—. Es que nuestra conversación se extendió de más. Solo eso.

—Así es, señorita —agregó Keith—. Solo fue un pequeño error de parte de todos. No volverá a pasar.

—¡Oh! —ella negó levantando las palmas de sus manos—. No tengo ningún problema con que suceda, no creo que sea algo muy importante, pero... —observó a Reiss, mantuvieron miradas y ambos llegaron a sentir cálidas sus mejillas—. Dada la situación, creí que Reiss me despertaría.

Sin lugar a dudas la pareja sabía muy bien a lo que se refería la castaña. Reiss tragó saliva en seco y desvió la mirada disculpándose. La castaña aceptó las disculpas con una sonrisa bien grande.

—Bien, aclarado el asunto —interpuso Keith rompiendo con el silencio—. Hoy tiene el día libre, señorita. ¿Tiene algún plan para después de desayunar?

La mencionada elevó la mirada, formando un tierno puchero. La verdad era que no tenía nada en mente, así que llevó nuevamente su mirada a Reiss y este no tardó en responder.

Todos en la sala sabían lo que esa miradita tierna significaba. La castaña quería pasar el día con su enamorado.

—A-Ah, sobre eso... —dijo Reiss, manteniéndose fuerte ante la triste idea de su rechazo—. Quería pedir su permiso para descansar dos horas junto con Sieg.

El mencionado se apuntó, incrédulo.

—¿Quién? ¿Yo? —dijo.

—¿Sabes de otro Sieg en la habitación? Sí, tu —gruñó Reiss, implorándole con la mirada su apoyo.

—¿Un descanso? —preguntó ella, rodando su mirada de Reiss y Sieg a Keith, quien se encogió de hombros, ignorante a las palabras de su hermano.

—Sí —repuso Reiss—. Hay algo en lo que necesito que me ayude y puede tomarnos un poco de tiempo. ¿Podrá darnos una oportunidad?

Al principio la castaña lo dudó. Le pareció extraño el comportamiento de su pareja, pero jamás se pudo haber imaginado lo que este ocultaba tras la espalda. Al final accedió, y los dos hermanos no tardaron en agradecerle y escapar del salón.

La castaña observó a Keith.

—Se están portando muy raros ¿no te parece? —dijo ella con cierto tono risueño.

Keith asintió, llevándose su mano enguantada a los labios para despistar sus risas.

—Sieg es raro desde nacimiento —expuso como un comentario divertido sobre sus hermanos, contagiando de risa a la castaña—. Y Reiss comenzó a serlo desde que son pareja. ¡No lo mal entienda! No es malo o molesto, todo lo contrario, es divertido.

La castaña también cubrió sus labios, denotando sus risas en el sube y baja de sus desnudos y frágiles hombros.

—¡Qué malo eres Keith! —repuso riendo—. ¡Oye! Tengo una idea, ya que mi novio está ocupado siendo raro, ¿te importaría hacerme compañía en la biblioteca?

—Si a su novio y mi hermano raro no le molesta —respondió Keith siguiendo con el juego—. Claro que sí, señorita. ¿Qué vamos a leer hoy?

—Uhm... me apetece mucho leer una novela romántica de vampiros —expuso ella—. ¿Qué te parece?

Keith formó una estupenda reverencia llena de respeto y en sus labios se ensanchó una hermosa sonrisa.

—Una muy buena elección.

Cuando los caballeros arribaron a la habitación donde dormían, Reiss se aseguró de cerrar la puerta. Mientras tanto, Keith y la chica se dirigieron a la biblioteca de la mansión.

El movimiento de sus orejas peludas le decían a Sieg que algo se traía entre manos. Tomó con fuerza la revista y plantó cara a su hermano menor, quien con su silenció pedía una explicación.

—No necesitaba ningún tipo de descanso, Reiss —inquirió el menor cruzándose de brazos. Su expresión no era la más amistosa de todas—. ¿por qué actúas así de raro? ¿por qué le mentiste a la señorita? No es propio de ti

—Sí, ya lo sé —gruñó el mayor, hojeando la revista hasta dar con la pagina que con tanto esmero se aprendió—. Pero mira.

Reiss le extendió la revista abierta, y el azabache leyó con atención, alcanzando a entender los motivos detrás de todo esto.

—Cinco formas de... —murmuró Sieg, y levantó la mirada con sus ojos bien grandes y curiosos—. Y...

—Y quiero que me ayudes en esto —explicó Reiss, haciendo énfasis en sus palabras. Sieg tomó su postura, todavía no tan convencido—. Quiero intentarlo.

—Uh... No sé, Reiss —respondió Sieg, paseándose por la habitación con pasos lentos—. No entiendo bien qué te motiva a intentar estas cosas cuando sabes que a la señorita no le gustan este tipo de revistas. Además, si puedo ser honesto... —tomó aire, era un poco doloroso admitir lo siguiente ya que durante un tiempo Sieg también estuvo enamorado de ella—. Nuestra señorita te ama por quien ya eres ahora. Las veces que la he acompañado a hacer el super terminamos hablando de ti y tanto en sus palabras como en su voz solo puedo oler un fuerte amor leal que te tiene. Si intentas cambiar...

Reiss guardó silencio, como si estuviera sopesando las palabras de su hermano, el cual no tenía ni una razón para mentirle. Sin embargo, una inseguridad inexplicable todavía estaba presente en su cabeza, cavando un hoyo como lo hacen los gusanos en la fruta.

Mordió su labio inferior, y a nada de desistir de su idea, una funesta motivación le dominó.

—Quiero intentarlo, Sieg —murmuró Riess, sintiendo el temblor de sus manos—. Agradezco tus palabras. Entiendo que no tenías razón para contarme nada y que te has visto obligado, pero por favor, al menos quiero intentar dos pasos.

—Reiss... —Sieg desvió la mirada, pensando que justo ahora necesitaba la ayuda de Keith para persuadir a su mayor.

—Por favor —dijo Reiss, alargando la "o" con una ternura que no estaba muy a su favor—. Solo dos pasos y si no funciona, lo dejamos.

El menor continuó con su duda, pero a los pocos segundos dio su brazo a torcer con un suspiro. Era un poco frustrante ver la etapa nueva de su hermano mayor.

—Bien, pero solo los dos primeros pasos —dijo Sieg y Reiss asintió rápido y felizmente—. Vamos a leer esa cosa.

Les costó muchísimo pensar en algún tipo de situaciones que parecieran más reales que actuadas, y es que Sieg a veces es muy fácil de leer cuando está mintiendo. Cuando tuvieron sus planes bien estructurados, Reiss se adelantó y comenzó a buscar a la castaña desde su habitación hasta la biblioteca.

No podía creerse la falta de la castaña si pensaba que desde la mañana no tenía nada qué hacer, y fue cuando estaba cruzando el pasillo que daba a la lavandería que, a través de la ventana se encontró con Keith y su novia sentados en el jardín, hablando muy cómodos de quien sabe qué cosas.

El joven no lo pensó dos veces y se incorporó a la platica de una forma brusca. Tomó asiento en una silla a la izquierda de la castaña y pronto se sintió un poco culpable, pero según las palabras de la revista; "Un chico es atractivo cuando solo piensa en sí mismo".

Exacto, iba contrario a la filosofía del castaño, pero creyó que podía intentarlo.

—A-Ah... —se había perdido mucho tiempo en sus pensamientos, sin entender porqué Sieg todavía no aparecía para la actuación—. Entonces estaban hablando sobre libros.

Keith asintió, mientras la chica se llevó a los labios la taza con té que se había preparado anteriormente.

—Sí, justo estábamos debatiendo sobre el antagonista. Sus puntos débiles y fuertes —expuso Keith, recibiendo de Reiss un asentimiento sincero.

—¡Sí! —dijo ella, muy animada y repentinamente feliz por contar con la compañía del hombre del que estaba enamorada. Como una fuerte necesidad, tomó a Reiss de la mano y su calidez la hizo sonreír de oreja a oreja—. De hecho, le comenté a Keith que el protagonista se parece mucho a ti. Cuando ocultabas tu secreto, pero te preocupabas mucho por tus hermanos... Me habías enamorado con ese detalle.

La castaña se llevó su mano restante al pecho, reviviendo las emociones de esos tiempos en que trabajan juntos para desentrañar el secreto de la mansión. Reiss abrió bien grandes los ojos y sus mejillas adoptaron un sutil color rosado. Keith, en su lugar, emitió una leve risita, pensando en la hermosa pareja que formaban aquellos dos.

—Ah... bueno... —Reiss se había quedado sin palabras, aunque quería corresponder al comentario y decirle que ella le había enamorado con esa fuerte honestidad, valentía y sentido de la justicia; era como su dulce guerrera.

Pero cuando algo parecía querer salir de sus labios, la figura de un Sieg agitado se acercó a ellos. Tomó aire, todo el que desperdició corriendo por toda la mansión y saludó a la castaña formando una reverencia.

—¿Sieg? —preguntó Keith.

El mencionado sonrió y posteriormente observó a Reiss con una ilusión tan falsa que Keith pudo darse cuenta.

—Riess, te he estado buscando todo este tiempo... —dijo, aunque a oídos de todos, su voz parecía estar leyendo un guion barato.

Era curioso, pensaron Keith y la castaña, que Sieg buscara a Reiss si se supone que estaban descansando juntos desde hace como una hora y media, pero decidieron callar y esperar a que esto se desarrollara.

—¿Qué pasa, Sieg? —preguntó el castaño, tragando en seco. Sentía ser el punto de atención de todos, y más importante, de ella.

Ese era su momento para volverse atractivo, justo como la revista lo prometía. Endureció su expresión y la castaña notó tenso el agarre de sus manos.

Era... extraño.

—¿Ya no te acuerdas? —dijo Sieg, con la mirada nerviosa y con sus palabras temblando—. Habías prometido en ayudarme a...

—Ah sobre eso —respondió Reiss, con una sonrisa obviamente forzada, semejante a la de un mantón. Su tono rebosante en orgullo y estupidez dejó a la castaña con el ojo cuadrado. Levantó su brazo y negó con su mano moviéndola de un lado a otro—. Tengo otras cosas importantes qué hacer, no puedo.

¿Era una broma?

Sieg hizo su mejor cara triste y al intentar insistir una vez más (como lo decía el guion) se encogió de hombros y bajó la mirada; como si él tuviera la culpa. Keith quería echarse a reír por el nuevo numerito que se montaron sus hermanos, pero sentía que iba a echar a perder lo que sea que se estaban tramando.

Emocionado por haber seguido al pie de la letra el primer paso de la revista, disimuladamente, Reiss llevó su mirada a la castaña y encontró el efecto contrario al que se le aseguró. Se confundió al ver una oscuridad en la expresión de su novia y obviamente la furia en sus cejas fruncidas.

—Reiss... —gruñó ella.

Si todo era un chiste, estuvo lejos de hacerla reír. En todo caso, pensó que, si esto era real, Reiss estaba loco como para tratar así a su muy amado hermano menor. Recordó que cuando llegó a la mansión Reiss se preocupaba mucho por Sieg, así que todo esto no tenía sentido.

La risa tan suave de Keith cortó el silencio y amenoró la pesadez de ambiente. Se levantó de su silla de un salto y tomó a Sieg por los hombros, dirigiéndose a la castaña.

—Temo que nuestro rato para debatir llegó a su fin, señorita —explicó con educación, ignorando la visible confusión de sus hermanos—. Lo disfruté mucho y espero ansioso otra ocasión similar, pero creo que debo ir a ayudar a sieg en lo que sea que Reiss le había prometido.

Los mencionados se encogieron de hombros, como si se sintieran culpables. Se dieron unas miradas y la castaña asintió, despidiéndose de Keith y Sieg.

Cuando los dos hermanos estuvieron dentro de la casa, en dirección a la cocina, Keith le dio un golpe en la espalda a Sieg.

—¿Qué estaban tramando? —dijo risueño—. Hicieron enojar a la señorita ¿No lo vieron?

Sieg asintió, poca culpa sentía tener, pero le explicó desde el inicio al final el plan de Reiss tras leer esa articulo en la revista.

Keith elevó la mirada, llevándose sus manos a su barbilla pensativo. Después sonrió.

—Así que por eso actuaba extraño... —dijo Keith y Sieg asintió—. Bueno, no puedo menospreciar sus esfuerzos por intentar otras cosas para llamar la atención de nuestra señorita, pero... ya la tiene toda. Ella lo ama mucho.

—¡Fue lo que yo le dije! —Sieg extendió sus manos—. Pero no me hizo caso.

Keith se echó a reír.

—Así es Reiss en ocasiones —defendió Keith—. Y mientras esperamos a que sea regañado, tu castigo por ayudar en esa tontería es ayudarme a preparar la comida.

La castaña bufó, todavía con la mirada molesta, e incluso deshizo el agarre a la mano de Reiss. Se puso de pie y el contrario le imitó.

—¿Quieres explicarte? —fue lo único que pudo decir.

—Eh... bueno —no encontrando otras palabras, Reiss se tomó su tiempo para acariciar su nuca y desviar la mirada.

La castaña dejó caer sus brazos en un movimiento desesperado de incredulidad. Después se volvió a cruzar de brazos.

—Espero que todo sea una broma —dijo sin duda en su mirada y acciones—. Estuve todo el tiempo hablando con Keith de lo atento que eres con todos y de la nada, como si un bicho raro te hubiera picado, comienzas a comportarte así. ¿Qué intentas, Reiss?

El mencionado, con las orejas bajas, formó un leve puchero. Todo había salido mal y ahora pagaba las consecuencias de ser alguien que no era.

—Más atractivo para ti... —respondió en un susurro que ella escuchó bien, pero le confundió.

—¿Qué? —preguntó sin creerse esas palabras.

Reiss elevó la mirada, avergonzado, pero lejos de estar molesto.

—Más atractivo para ti —dijo con seguridad, adoptando una postura rígida. Claro que estaba avergonzando, pero solo le quedaba ser honesto; de su bolsillo sacó la hoja arrancada de la revista y la desdobló para mostrársela a la castaña—. Aquí lo dice, que solo pensar en uno mismo por sobre los demás me volvería más atractivo...

La castaña perdió el habla. Casi quería llamar a su amiga para pedirle que cuando venga a visitar se asegure bien de llevarse todas sus pertenencias. Tomó la hoja de papel y ni bien leyó el título, que está por demás mencionar lo ridículo que le pareció, la arrugó y arrojó dentro del plato que tuvo galletas hace un rato.

—Ay Reiss... —esta vez su voz se ablandó y se atrevió a tomar las manos del castaño entre las suyas. Acortó un poco el espacio entre ellos—. No necesitas esa basura para ser atractivo para mí.

El mencionado sintió la respuesta de su corazón a las palabras de su novia.

—¿No? —respondió él, aprovechando el momento para soltar las manos de la castaña y adueñarse de sus caderas para juntar sus cuerpos—. Pero había un tipo muy guapo y creí que con esos pasos...

—Tú eres el tipo guapo que amo —respondió la castaña, cortando sus palabras. Reiss sintió el calor de su rostro, pero encontró la misma reacción en ella—. ¿Cómo te lo explico? No necesitas de esos cinco pasos para parecerme atractivo porque con uno es suficiente. Ya eres mi chico guapo y valiente que me enamoró con lo atento y divertido que es con los demás.

Reiss enmudeció. La castaña jamás se había expresado de él de esa forma; respondió con una diminuta sonrisa y no quiso quedarse atrás.

—Lo siento por hacer algo así —dijo con las orejitas más altas que de costumbre—. ¡Ah! Has dicho como te has enamorado de mí...

—Bueno, sí... —dijo ella, repentinamente ansiosa—. Ahora que lo mencionas así, es un poco vergonzoso...

Reiss negó, manteniendo esa sonrisa con dejos de ese orgullo que lo dominaba en ocasiones.

—No lo es. Yo también —dijo Reiss, como si tuviera la memoria tan fresca para mencionar el minuto y la hora en que su corazón fue encadenado por la castaña—. Yo también recuerdo porqué me enamoré de ti. Tienes un cuerpo tan frágil y aún así hiciste de todo para protegernos, de alguna forma te abriste paso en nuestros corazones sin dejar de ser tu y comprendías en todo momento. Eres dulce, pero también aguerrida, no creo que hermosa sea la palabra que te haga justicia.

¡Era suficiente! La castaña no podía seguir escuchando más o sucumbiría a sus emociones emergiendo de su corazón; se lanzó decidida a juntar sus labios. Atrapó a Reiss por las mejillas y con lentitud, juntó sus labios para comenzar unos suaves y adictivos movimientos; los labios del castaño sabían a atún, pero ese fue el menor de los problemas cuando notó la experiencia con la que Reiss tomaba el liderazgo.

Al poco tiempo tomaron su espacio, dando por terminado el malentendido.

—Me aseguraré de mantenerte lejos de este tipo de cosas —dijo la castaña refiriéndose a las revistas para chicas—. Aunque desde que me pediste permiso para un descanso todo fue muy sospechoso, y más cuando recitaron esos diálogos tan falsos. Ni yo actuaba tan mal en la escuela.

La castaña se echó a reír sin tregua, y el minino formó un puchero lleno de vergüenza.

—¡¿Ya lo sabías?! —exclamó Reiss.

—No, no podía saberlo, pero algo me parecía fuera de lugar —expuso ella, controlando sus carcajadas—. ¿Entonces Sieg fue tu cómplice?

Reiss asintió, sin saber lo tierno que parecía.

—Ya veo —repuso ella—. ¿Y estás preparado para tu castigo? Porque estaba pensando en que, de ahora en adelante, como forma de remendar esta mala pasada, tendremos que dormir juntos. Ya sabes, para vigilarte y esas cosas.

La idea no sonaba mal, pero no dejaba de ser todavía vergonzosa. Volvió a formar un puchero, el cual más tarde la castaña trató de deshacer con un coqueto beso.

—Señorita...

De modo que así fueron los hechos de un sábado en donde Reiss se dejó engañar por la falsedad de una revista y donde su castigo fue más un pretexto para estar juntos más tiempo. Sieg pudo ser el único en recibir un castigo verdadero al ser obligado a cortar verduras y marinar la carne de toda una semana. 









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