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LAST PART

03 | STARMAN

    Un silencio ensordecedor, palpable. El mundo deja de existir, desaparece y se difumina. Están concentrados en la perturbación del lugar, esto impide que pueda oír sus propios pensamientos o labrar un plan de huída hacia cualquier salida.

    La respuesta tarda en emerger de los labios de su interlocutor, este prefiere acabar su cena al usar sus palillos con la excusa de que odia desperdiciar la comida. Invita a los dos a hacer lo mismo, un pacto de paz del cual es imposible cumplir con la sangre hirviendo, pero logran sentarse con la poca calma que poseen. Sus estómagos quedan pequeños, revueltos por experimentar un fuerte latir que les quita el hambre, saciados pero sedientos.

    —Es muy simple, Gyeong Hui —suelta Seok Jin de su ensayado discurso—, sabías que esta noche iba a deshacer nuestro «compromiso».

     »Te lo he dicho varias veces, ¿o no? Jugué al papel que deseaste con perfección, cumplí tus caprichos y todos tus deseos. Es momento de cesar esta ridícula obra, darle un digno cierre.

    El joven castaño es el espectador de la sublime trama. ¿A eso se refería con entender su mundo? ¡Qué complejo! Entiende cada vez menos los problemas de los ricos, tampoco le interesa saber, no lo pidió e igual ha sido obligado a presenciar. Sin embargo, sigue picado en curiosidad por la actitud cambiante de Seok Jin, así como la fiera señorita que es controlada con psicología y un carácter dominante.

    Ella es parte de la ley, ¡puede denunciarlo por amenazar de muerte a su familia! Con lo poco que comprende no se conforma, por eso sus dedos se presionan entre sí, sin poder dejarlas en su lugar porque no tiene voluntad de luchar contra su destino.

    —No estoy lista —solloza, ella lleva sus manos a su cabeza, alterada, posee tan mal pulso... Y sorbe su nariz en cuanto la siente gotear—. Dame más tiempo, lo necesito.

     El momento vuelve a transformarse en segundos extenuantes, sus articulaciones se endurecen, dormidos e inmovilizados, como si tuviese cuerdas a su alrededor que lo tienen maniatado a su silla. Los dedos de la Fiscal se convierten en sinuosas serpientes ante su extraña tristeza, buscan y tantean los palillos metálicos sobre la mesa.

    No previene que ella usaría uno de esos como un arma mortífera. Actúa con eficacia, entierra la punta en el cuello masculino siendo una actitud de odio y aversión. Lo hace sin fallar, a la altura de su arteria carótida, quien se encarga de transportar la sangre del corazón al cebrero, sobretodo por nutrir en oxígeno.

    La obstrucción y la pérdida, provoca de inmediato salpicaduras de sangre sobre el mantel blanco, el suelo de cerámica y el asiento en el que está sentado. El tormento que causa la herida más el impacto, obliga a Seok Jin a levantarse, pero sin quitarse de la boca aquella fastidiosa sonrisa. Una expresión perpetua mientras intenta en vano, cubrir el músculo abierto que palpita al rojo vivo. No se quita el palillo que perforó su carne, sino moriría pronto por el derrame. Gime de dolor y despacio, la falta de riego sanguíneo lo desploma entero, sus piernas fallan mientras que sus brazos caen rendidos en una posición de cadáver.

    Ante la fatalidad, el líquido carmín queda esparcido por todas partes, Tae Hyung no logra cerrar sus ojos, la conmoción lo deja en un estado estático, como una estatua de bronce bañado en sudores fríos. El estremecimiento es un efecto secundario, sumado al potente sentimiento de pavor e inmenso aturdimiento; inicia un llanto silencioso que crece y recubre las paredes. Se convierte en un niño, desolado por el muerto que está frente a él. No actúa, nunca fue parte de semejante crimen.

    La señorita Choi resopla, se acerca a Kim Tae Hyung con la decisión de arrastrarlo con ella.

    —¡Tenemos que irnos!

    Él balbucea. Percibe el terror hasta su médula, estalla en sus huesos, calientes y livianos sin poder caminar a la par que ella. Pide una explicación del porqué tuvo que matarlo, pues no solo ganó un trauma, ahora es cómplice y... primordialmente piensa en que no se han deshecho del cuerpo. ¡¿Por qué no limpia la escena?!

    —Sus huellas... —Susurra, tiembla sin control—. Sus huellas están en el palillo, ¡sabrán que fue usted!

    Se arrepiente por cada segundo que pasa allí, tampoco sabrá como lidiar con las consecuencias de todo lo que le sucede. Es ilusorio, una historia de terror. Se suelta de la mujer para poder contemplarla aún si está mareado, su vista se puso borrosa y no concluye porque lo mató por algo tan absurdo como romper un compromiso.

    ¿Debe fiarse de ella? Un escalofrío profundo que le muerde el sistema nervioso, lo endurece.

    —¡Te dije que debemos irnos! ¡Rápido!

    —No, no... —No camina, conserva la poca dignidad que le queda así que comienza a alejarse, intimidado por la oscura mirada de su contraria—. No sé que pasa acá pero no puedo confiar en una asesina. No me puede negar que lo que acaba de hacer ha sido poca cosa, ¡lo ha matado!

    Los labios de la mujer se tuercen, forman una sonrisa tenebrosa; sus ojos destellan como dos brasas de fuego, rojos y violentos, tanto como la sangre que presenció. Su risa es el triple de horripilante; su rostro comienza a derretirse, a deformarse y despegarse de una máscara que ocultaba desde hace horas. Su cuerpo se transforma en un monstruo negruzco cuando rasga la capa de su piel, la rotura de los huesos resuena en sus tímpanos. Frenético corre por su bienestar, con el recuerdo patente de unos enormes dientes afilados, babosos.

    Su alrededor se vuelve inestable, sucumbe a un derrumbamiento de paredes y suelos, con tiempo a escabullirse hacia las habitaciones que, para su desgracia, se hallan cerradas. Grita por socorro a consciencia de que nadie lo podrá escuchar, también percibe como se hunde emocionalmente, alejado de una realidad paralela que se manifiesta sombría; como el propio averno echándose encima de él. La criatura desaparece luego de haber arañado la madera y haberse vaciado los pulmones, desconcertado.

    Respira errático, intoxicado por el apestoso aire. Todo lo que acontence es inexplicable pars él, las sombras se mueven a su antojo y vuelve a exaltarse, entonces descubre que está en su silla, en la misma mesa como en el principio. Gyeong Hui está quieta en su lugar, absorta y sollozando como la recuerda.

    ¿Qué pasó?, la pregunta es un eco en su cabeza.

    Entretanto, Seok Jin le dedica una mirada de regocijo, llena complicidad que le cuesta captar.

    ¡Está vivito y coleando!

   Sus labios tiemblan, no gesticula por el pánico, así que su repentino levantamiento corre la silla hacia atrás. El sonido estrepitoso despierta interés en aquellos dos, y Seok Jin lo imita.

    Contra la imaginación de su invitado, Seok Jin se aproxima a su prometida para entregarle un mimo en sus pómulos calientes, mojados por el llanto, lo que provoca cierta empatía falsa, tratando de apaciguar un dolor que no lo conmueve.

   —No llores, cariño.

    ¿En qué momento entró en un capítulo de telenovela?

    —No quiero terminar así... Por favor.

    Besa su coronilla, ella por otro lado, levanta su vista para atraerlo desde su corbata, plagada de una sensualidad y lujuria que se transmite en su ágil accionar. ¡¿No se supone que lo odia?! Tae Hyung traga, su nuez se mueve trémulo y latidos frenéticos; cree que ellos juegan con él, pues están colmados de vileza por ser un pobre peón, uno que deberá llenar sus ridículos vacíos de pareja. Una manera de encenderlos en el peor de los sentidos.

    El erótico beso de ambos lo incómoda, el joven no desea ser un mal tercio y detesta estar entumecido, hipnotizado por el inicio de algo sumamente fogoso. Las manos de Seok Jin se hunden sobre los cabellos lacios de ella, convertidos en rizos por sus ansiosos dedos. Gyeong Hui lo acerca a sí, jadeante al fundir su lengua en su cavidad bucal y jugar con sus lenguas.

    Y sin tardanza, sus manos sobre la piel femenina provoca que ardiera, emocionada por dejarse llevar por aquella tentación tan mundana. Él, ella, Tae Hyung, los tres parecen tener una conexión extraña. Su respiración aumenta a la par, provocándolo como una literatura para adultos la cual le obliga a desentreñar sus pensamientos más prohibidos.

    Anhela ver todo, aunque supiera que no es lo correcto. No es un voyeur. ¡No, no es así! Se niega a serlo.

    De manera experta, Seok Jin sube a su prometida al borde de la mesa, descubre y talla su silueta sobre la tela que la arropa. Contiene el aliento ante ello, realmente se esfuerza en marcharse pero de nuevo algo se lo impide, sus pies en verdad parecen estar pegados al suelo. ¡Quizá le han crecido resistentes raíces!

    La intensidad agita sus cuerpos, los amantes no quieren ir con prisas aunque el aroma que emana y brota del sexo los consume por completo. Con lengua mansa, en un atrevimiento que cala hasta las entrañas de cualquier ser absorbe como dueño de su lujuria. Por eso Tae Hyung toma la decisión de ponerse lejos de ellos, causa lo inverso al encontrarse más cerca que antes. Tan cerca que podía escuchar los jadeos que contienen en sus gargantas, en el sudor que salpica sobre sus pieles y resbalan imperiosas.

    Así, Tae Hyung puede ver la dureza que el elegante hombre tiene entre sus piernas. Él acaricia a Gyeong Hui, brinda a cada extremidad una minuciosa investigación, propio de un seductor que busca los puntos débiles; entonces no hubo hueco o lugar sin tocar, desde el pezón erecto hasta la cintura de la fémina, e incluso, chupa silenciosamente la piel de sus hombros y su cuello perfumado. Como confirmándole que es él rey del lugar siniestro, semejante a su dueño.

    —¡Me voy! —Logra exclamar tras varios intentos fallidos, lo que obliga que ellos se detengan—. ¡Muy bonito todo pero, pero me voy! No sé a que juegan y no quiero quedarme a averiguarlo.

    —¿No prefieres unirte? —Propone en broma Seok Jin, tan repentino que el empleado de la tienda de King inspira aire, temeroso de responder por si se tratase de una broma—. Kim Tae Hyung, ¿no te dije que hagas el intento de liberar tus pensamientos más íntimos?

    El entorno oscurece en segundos, los objetos desparecen a su alrededor, la realidad como la conoce se transforma en una sala de interrogatorio. Sin sillas, mesas o cualquier mobiliaria que recuerden a algo existente. Es solitario. Es desolador. Un simple sueño negro, hueco y sin imágenes. Están ahí, atrapados en algo que no posee un nombre exacto. Inexistente, tal vez solo real para una mente activa. El pavor vuelve instalarse en Tae Hyung, acorralado y atragantado en sus propios temores.

    La voz de Kim Seok Jin es distante, quizá cercana, no sabe definir su distancia porque de a momentos parece susurrar en su oído y a otros, se va como una brisa. A diferencia de su silueta, es una enorme sombra grotesca.

    —¿Qué? —Anhela ser sordo y ciego por una vez—. ¡Maldita sea! ¡Deja de jugar conmigo!

    —Todo lo que has visto fueron tus oscuros pensamientos —revela sosegado la mente maestra del espectáculo—. Me querías muerto por tu enfado pero, no querías mancharte las manos. Y aún más, me deseaste a mí y a ella. En lo profundo te excitaba la idea de follar con nosotros, solo que eres vírgen como para animarte a probarlo.

     Su figura crece a cada paso que da. Intentar correr hacia la nada es estúpido, no vale ir hacia fronteras que solo lo harían perderse en el infinito. Su pecho palpita sin cesar, con ganas de alzar un grito que rompa sus propios oídos y sus cuerdas vocales. Quiere gritar hasta saciarse, despejar la mente de las extrañas ideas ante un fragmento de su vida resumido en un gran disparate.

    ¿Qué dirá entonces? ¿Qué Kim Seok Jin es un monstruo del que aún no revela su identidad? ¿Qué ha vivido una pesadilla? No, tal vez sigue en el taxi. ¡Sí! ¡Dormido!

    —Se lo que piensas, Kim Tae Hyung —informa desde su relajada posición, manos en los bolsillos, sonrisa radiante y sinvergüenza, más su halo de misterio que lo impacienta—. Sé cada línea que cruza por tu cabeza. Eres interesante, pero no eres tan diferente de los demás.

    ¿Por qué no le había hecho caso a su intuición cuando tuvo la oportunidad? ¿Por qué? ¡¿Por qué?! El aroma del otro se intensifica, mientras rasguña en sus órganos la necesidad de desparecer.

    —Señor —espeta irritado, a punto de lloriquear, mas no va a rebajarse, no va a bajar su desafiante mirada. Es solemne, fuerte aún si se encuentra en desventaja—, dígame quien es y que pretende usted de mí.

    —Quiero hacerte un pequeño favor.

   —¡Un favor! —rugió burlón—. ¡Claro, un favor a este pobre mortal que no tiene nada cuando usted lo tiene todo! ¿Se ríe de mí?

    La negrura le impide ver, solo escucha la risa estridente de Seok Jin, como cuerdas de una guitarra eléctrica que suena demasiado bien, demasiado inhumano por la vibración que emite. La contradicción comienza cuando le explica dicho favor que supuestamente él se merece, entonces comprende que aquel presume de su poder por más que lo calle. Y sin embargo, le falta lo más importante: algo que únicamente un humano puede ofrecerle a cambio de un sueño cumplido.

    No, no es su alma como habrá creído, este en su porte soberbio se lo confiesa tranquilo, como si en verdad fuese insignificante. No la quiere. No porque sea pobre o poca cosa como ser humano, en realidad no necesita quitárselo o perdería su valor inicial, según cuenta. No querrá arruinar algo que en un principio, es una auténtica pieza de arte, y Seok Jin, amante del arte, lo aprecia tal cual es sin ponerle un incalculable precio.

    —¿Desde cuándo el arte se paga? Entonces, ¿desde cuándo el alma tiene un precio, Tae Hyung? ¿Quién le puso precio a las cosas? ¿Ustedes los mortales o yo? —Alza su vista, conecta sus ojos, ahora de color ámbar, con los suyos—. Los humanos son superficiales si creen que me interesa coleccionarlos. No colecciono envases vacíos ni creaciones que en primer lugar no me pertenecen. Cada uno es dueño de sí mismo.

    Es tan audaz que su carisma incrementa su belleza. Lo sabe, no necesita recordatorios banales y también que lo admira, lo desea en secreto aunque desconozca sus planes maquiavélicos.

    Inconforme, Tae Hyung no confía la situación orquestada.

    —¿En serio no quieres mi alma a cambio? Yo necesito una explicación, ¿por qué yo?

    Por supuesto, la creencia más antigua, férrea, y la lógica debido al mito, lo lleva a esa pregunta. No lo puede evitar. La explicación es ambigua, insuficiente, pero acaba aceptando aquella tentadora oferta sin tratos típicos de por medio, sin la presión de que morirá. Sin alma que pagar a cambio, sin sello satánico o cualquier parecido con las historias de ocultismo.

    Mas, él le pide primero, antes de estrechar manos, su nombre.

    —Morningstar —confiesa afable, recordando la presentación de James Bond, quizá porque adoraba jugar con las referencias-. Lucifer Morningstar.

    Todo es diferente de nuevo, tanto que lo abruma cuando regresa a la normalidad, a esa tarde sin clientes, con «Señorita» de Camila Cabello y Shawn Mendes escuchándose de fondo. Delante de él, ese hombre sonríe complacido por su trance y confusión.

    —¿Sabe? Me ha caído bien. —Una petición que conoce de sobra, pero en esta oportunidad, tiene otra actitud frente a esta—. Así que quisiera invitarlo a mi cena, si no tiene planes en la noche, claro está.

    —Acepto —contesta rápido, sin pensarlo—. Lo haré, señor.

04 | MY WAY

    Pasa una semana, suficiente para notar la transformación que Kim Tae Hyung tiene en su vida. Una cena solo para conocer a la bella fiscal Gyeong Hui, a enamorarla con su humildad y tímida elocuencia, prendados entre sí; seducidos por las fugaces miradas y las sonrisas que se camuflaron delante de los presentes. Intercambiaron sus números secretamente en papelitos, a la vieja usanza, anticuados en el arte de la seducción pero seguros de la atracción mutua que se profesaban.

    Sabiendo que ese es el único «favor» que Lucifer le dio, no se sintió mal pues no había trucos de por medio o letra pequeña; además, ella también entiende que no puede estar en brazos de un inmortal, de alguien que en definitiva no la ama. Es mejor tener a un amor empático a uno antipático.

    El reemplazo perfecto en el momento perfecto.

    Dos días después de aquella noche, el asesino que tantó buscó Gyeong Hui, salió a la luz: Park Hyung Sik, cazado en la mitad de su crimen. El mismo que había secuestrado a su novia un año atrás, tan cerca de él que por días estuvo enfermo, las náuseas ni lo dejaron en paz. Nunca se consideró alguien vengativo, pero que todo cuadre y calzara, lo hizo sentir el verdadero horror. La repugnancia en sus entrañas y la decepción queman su piel.

    Por supuesto, pensar en que su amigo es un asesino serial que mató a más de cinco jóvenes, le erizó entero y agradeció silencioso su maldita suerte. Porque si no hubiera estado en una cita clandestina con Gyeong Hui, las pistas habrían apuntado hacia él. Estarían en su contra y el mundo que conocía, se pondría de cabeza en un minuto con la información errónea, en definitiva: una difamación hacia un inocente.

   Entiende que hay más implicación por parte de él: el falso Kim Seok Jin, Lucifer o el Diablo. También las preguntas, muchísimas, revolotean en su cabeza y le han quitado el sueño cada hora, cada día.

    «¿Por qué yo?»

    Esa noche, después de liberarse del insensato odio con Hyung Sik que tenía, sin llamarlo o invocarlo fue visitado por el Ángel Caído, aquel de gusto exquisito y encantadora labia, de un porte impecable. Su traje es espléndido, siempre con tan buen estilo que le da rabia y envidia que se vea bien en todo, más que supiera que es atractivo al ojo, independiente de su género. Hasta supone que su apariencia, sus facciones rasgadas son una ilusión para el espectador.

     —Usted sabía todo, ¡me usó de nuevo! —recrimina. Ni siquiera se le ocurre ofrecerle asiento. El otro con un impasible rostro, hace lo que le dicta su propia razón, una orden no lo controlaría—. Me siento un imbécil, ¡¿no pudo haberlo dicho de una manera normal?!

    —¿Decirte? ¿Por qué haría eso? —cuestiona tras una risa larga que le fastidia—. Yo no estaba interesado en ninguno de ustedes en primer lugar.

    —¡Y me salvó! ¡Lo delató indirectamente! Si no hubiera estado ahí, sino me hubiera convencido de esa forma, ¡habría sido el cómplice de un asesino!

    —Te recuerdo: tú escogiste. Aceptaste aún cuando pudiste rechazarme dos veces. En la siguiente oportunidad, conocías mi nombre, mi motivo...

    »Algo tan simple como coquetear con una prometida que iba a dejar.

    Excepto que el castaño analiza con las luces de su mente bien encendidas. Lucifer solo hizo un pequeño movimiento en el tablero, algo que cambió por completo la jugada sea o no insignificante. Todavía siquiera asimila que Lucifer lo salvó, ¿realmente él dice estar tan poco interesado como acaba de decirle? Desconfía de su palabra, lo contempla con el ceño fruncido y recuerda que sus pensamientos están expuestos.

—¿Fue ella, no? —balbucea luego de un tardío sentimiento de tristeza. Las lágrimas nacen de sus párpados, no se contiene a quitarse ese peso bien guardado en su pecho—. Mi novia, ¿fue ella, cierto? Ella lo buscó.

     —Sabía que eras inteligente, Kim Tae Hyung.

    Una nueva sonrisa pulcra por la respuesta que no necesita darle, colmada en soberbia y un espíritu rebelde, aunque conocedor de todo lo que implica aquello que se ve y lo que no.

    Él continúa diciendo:
    —Me pidió un favor, ahora ella me debe uno a mí.

    El mayor se levanta sin despedirse, él no lo impide. En una especie de brillo que lo deja ciego unos segundos, desaparece dejando un rastro de fragancia que es imposible de reconocer. Como a flores celestiales.

    Tae Hyung se larga a llorar, menciona el nombre de su difunta amada en voz alta, buscándola en el aire al darse cuenta que Lucifer no estaba solo, nunca lo estuvo. Entonces rogándole, pide verla, porque quiere decirle que la ama pese a que debe tener un nuevo comienzo junto a otra persona. Su herida está abierta, sanará, lo hará poco a poco, despacio y esto lo presiente cuando cree sentirla en su espalda, abrazándolo.

     Sus labios se agrietan por el sabor salado de sus gotas, cae al suelo para expulsar el tóxico sufrimiento que le obligaba a sonreír en contra de su voluntad. Llora tanto, que se queda dormido en su propia húmedad y con una fresca sensación de que algo de él mismo se ha ido al fin, en una posición que tras su despertar, lo resentirá en sus músculos.

FIN.

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