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FIRST PART

01 | LIFE
ON MARS

     «We Wish You A Merry Christmas» suena en los altos parlantes del centro comercial. Durante la época navideña, todos los establecimientos, sin ninguna excepción, ofrecen a sus clientes un pedacito del espíritu para que compren más de lo necesario o comenzar una lista de regalos pendientes para familiares y amigos, ya que las tiendas cerrarán a nivel mundial el veinticinco de diciembre.

    El enorme árbol recibe a los compradores compulsivos, este se encuentra cerca de una fuente de agua, la cual tampoco escapó de ser adornada por los empleados. Los colores que predominan, son acorde a la festividad: brillantes, alegres, llamativos; verdes, rojos y amarillos. Sin importar la edad, es agradable a la vista y despierta la curiosidad del niño que uno tiene en su interior. Los falsos ángeles cuelgan sobre la enorme bóveda, las luces intermitentes, se hallan en puntos estratégicos, como en los pasamanos de las escaleras mecánicas o las plantas que decoran los pasillos.

    Pero la figura de Santa Claus a escala humana, es la verdadera atracción principal. Los niños pueden sacarse fotos sobre su falda, también dejar sus cartas dentro de la gran caja que tiene a su lado. Y Santa no está solo, lo acompaña uno de sus tantos duendes, llevando el típico trajecito verde y sombrero puntiagudo; este posa pensante, con un plano en sus manos para elaborar el próximo juguete.

    El clima afuera es frío, ventoso, la primera nevada caerá en cualquier instante. Según los meteorólogos de Seúl, lo hará sin aviso. Por eso se aprecian vestimentas invernales, llevan guantes de lana, gorros y bufandas que complementan el outfit de la gente que pasea por los locales.

    Entre esos tantos, hay una tienda destinada para caballeros que expone en sus vitrinas maniquíes masculinos. Tienen un estilo actualizado para la temporada de invierno, las ofertas son tentadoras pero por ser costosas, muy pocos se asoman en el espacio excesivamente pulcro y ordenado.

    La madera es el principal material decorativo, con fragancias leves que trasladan hacia un bosque de eucaliptos y unas notas de menta fresca que despejaría una mente turbada, una que ha tenido un día pesado.

    El nombre de la marca no solo está por encima de la entrada, también se repite en el mostrador. El cartel está en letra cursiva, exhibiéndose una palabra en inglés: King.

    Es una línea de ropa lujosa fundada en China, de la mano del impresionante diseñador Jackson Wang. Fue el primero en lograr destacar una marca china en el mercado de la moda global por su gran calidad y originalidad, elegancia en sus diseños y precios elevados para una clase privilegiada. Es demandante entre los gran poder adquisitivo, sobretodo por estar orientada a una clientela adulta y joven —herederos o empresarios emprendedores—, porque se concentra en un estilo urbano y formal. Además, cuenta con colecciones, accesorios, perfumes y relojes.

    Sin embargo, dos empleados, de los muchos alrededor de la ciudad y del mundo, son trabajadores honrados. Se encuentran aburridos con sus uniformes habituales, deseosos de terminar su jornada. Un día cualquiera de la semana es menos laboral a diferencia de los sábados y domingos, ya que el fin de semana las personas salen, compran más y abastecen los espacios.

    Ese miércoles en particular no tienen mucho trabajo; por lo que Park Hyung Sik busca una canción específica en su lista de reproducción, tras hallarla, «Señorita» anima el silencio, el vacío que tan incompleto les hace sentir aún si los acompañan muñecos y alta costura.

    Mientras tanto, el inquieto Kim Tae Hyung acaricia cada artículo de las estanterías, los aprecia y admira como dulces que nunca podrá probar en su vida. Le queda babear por ellas, soñar que las tiene en su guardarropa y fantasear dentro de los cambiadores.

    —Como me encantaría tener esta corbata —dice desanimado.

    Resopla, enamorado de la calidad y la textura, su diseño es único por la confección. Es singular, no existe otra igual a esa en el mundo. Su precio aproximado es de 290.687,50 wones surcoreanos, dinero que ni siquiera dispone en su cuenta de ahorros.

    Lloriquea para sí, luego exclama:
    —¡La quiero! —Hace un pequeño puchero que infla sus pómulos—. Jo, ¿porque no tengo amigos ricos? O, ¿por que no nací en una familia de políticos?

    Elabora su pregunta a la nada, en donde sus propios pensamientos lo mantienen distraído al igual que la música ambiente, por eso no percibe la entrada de un caballero al local. Su compañero tampoco presta atención a tal detalle, estar ocupado en sus redes sociales lo desconecta de la realidad.

    —No le agradaría nacer en una familia de políticos —contesta el primer cliente en acceder.

     La sorpresa que se lleva Tae Hyung es exagerada, retrocede un paso, ofreciéndole una grata bienvenida —y un disculpa mental— en una reverencia formal, pese a que su llegada fue hace unos segundos. Sus dedos presionan los pliegues de su camisa, impresionado por el buen gusto del hombre tras reincorporarse.

     La envidia y el menor deseo de estar en su lugar, crece como un pequeño gusano que le provoca una sensación incómoda e incompatible con su apacible personalidad.

    Su belleza natural y su altura lo deja absorto, maravillado e intimidado. No cree ser una competencia, él nunca sería capaz de cuidarse tanto a falta de cosméticos y elementos para verse, mínimo, decente.

    Y no sabe Tae Hyung qué observar primero del desconocido, cada extremidad de él es bien proporcionada, quizá medida simétricamente desde su nacimiento. No tiene imperfecciones sino una piel tersa, labios sedosos y facciones dignas de escultura clásica. Una capa de perfume lo envuelve, sínonimo de hombría que, seguramente proviene de un envase costoso del que ni con un riñón podría pagar, menos por el traje bien planchado de algún carísimo sastre. Si aspirase a tenerlo, debería vender sus órganos al mercado negro.

    Ni hablar de su cabellera negra, ideal para un comercial de shampoo por su brillo extraordinario, con hebras fuertes y un limpio cuero cabelludo.

    —Es... ¿Es usted hijo de políticos?

    Se atrevió a cuestionar con temor, no es acertado entrometerse pero no hay reglas que se lo impidan. Cuanto mejor se lleva con un comprador, entonces regresaría por la misma puerta. Formar lazos es la mejor manera de hacer crecer un negocio aunque no sea suyo.

    —Oh, no, ¡para nada! —Su risa fue espumosa, como olas que mojan la arena durante una noche calurosa—. Mi prometida sí, ella es hija del Ministro de Justicia.

    —¡¿Su prometida es la hija del Ministro?! —No contiene sus palabras, se le escapan y resbalan por su lengua al verse genuinamente asombrado—. ¡¿La señorita Choi, la mejor Fiscal de Seúl?!

   —Sí, es ella. —El hombre vuelve a reír por su impresión—. Lo es.

    Por alguna razón, le resulta fácil entablar una charla con él luego de semejante descubrimiento. Su carisma alivia su intranquilo corazón, ya que suele ser díficil lidiar con gente de su nivel económico. La discriminación por ser de cierta clase, es un asunto que debe tolerar desde que aplicó en su trabajo. Planeó cambiarlo muchas veces pero llegó a la conclusión de que no sirve para otra cosa que no sea estar en tiendas de ropa hasta que no acabara su carrera de diseño.

    Tae Hyung le enseña las mejores prendas de exhibición; el hombre, ensimismado en las camisas, no mira los precios ni le preocupan. Escoge cuidadoso, estudia los talles de la etiqueta sin realizar preguntas pero le habla de otros temas con una vivacidad contagiosa.

   No es aburrido oírlo decir que la camisa es para su suegro, porque no piensa tener las manos vacías cuando ellos estén en la residencia. Además, su carácter inspira que se trata de alguien que lidia con cualquier tema desde una perspectiva cruda. O quizá solo sea una mala impresión de su parte, pero, es la primera persona que no se corta en dar su sinceridad.

   —En estos últimos años, la Navidad es un ritual obligatorio y anual que pretende «unificar» a la familia durante unas tortuosas horas —destaca como sátira—. ¿No lo cree así?

   —Pues... —Mordisquea su labio dudando, con miedo a darle la contraria. El miedo al que dirá, a la decepción del prójimo—. No lo sé. Hace tiempo no festejo la navidad con mi familia, recuerdo que era muy divertido.

   —Para usted, un caso entre millones. —Alza su ceja buscando su mirada, entonces revela una sonrisa elocuente que quiere confesar pecados—. En el mío, es un aburrimiento mortal. Si estuviera en mi lugar, querría echarse a dormir antes de las doce.

    —¿Por qué, señor?

    Le cuesta creer que un hombre con todo el dinero y tiempo del mundo, se aburriera entre gente tan destacada en la sociedad. Probablemente la soberbia es la que habla por él; personajes de su talle, siempre creen estar por encima de lo ordinario y necesitan empaparse de hedonismo para sentirse llenos. El caballero en especial, da la impresión de que no teme lanzar verdades venenosas, maquilladas de sonrisas afables y serenidad inmutable.

    El modelo de hombre que desearía ser porque no le teme a nada, ni siquiera al fracaso o la humillación pública.

   —El ser humano es actor desde su infancia —explica, lo estudia reticente y él se decide por una camisa entre varias, aquella es idónea para un político avejentado por el clásico color blanco—. Actúamos hasta que la Muerte sea quien cierra el telón.

    »Nuestro escenario es la vida y el público al que nos enfrentamos no aplaude, nunca aplaudirá. Entramos a un acto del que difícilmente escapamos por querer complacer.

    El joven no habla, las palabras de su cliente suenan claras en su mente y retumban como tambores que despiertan sus ideas dormidas, su manera de ver algo que antes no veía y está delante de él.

    Así que, sus labios se mantienen sellados, eso provoca que el hombre no frene su discurso

    —Te pondré un ejemplo. —Sus pasos van hacia el estante de corbatas, toma el que Tae Hyung había tenido en sus manos hace unos minutos y lo contempla pausado—. Tu empleo te obliga a interpetar un papel en el que debes servir al otro. Estás obligado a sonreír aunque no quieras, de lo contrario, no venderías y quizás arruinarías el negocio de tu jefe.

   —Tiene usted razón pero...

    —La tengo, y le diré más —añadió divertido, interviene rápido, decidido a comprar la corbata que él quiso para sí. Al dársela, lo guió al mostrador como si su cliente lo mandara—: La sociedad nos encasilla en un papel. Si nos salimos de él, te recriminan. ¿Alguna vez ha dicho en voz alta sus pensamientos más íntimos? Dígame, ¿lo ha hecho?

    El castaño lo reflexiona, asiente cuando a su mente le llega la imagen de un momento en específico: Su fastidiosa vecina, la señora del apartamento que está enfrente del suyo. Ella siempre se descarga con él pero nunca le ha devuelto sus palabras por respeto a su edad. Muchas veces se ha frustrado, pues de vez en cuando llegó agotado de trabajar como para verse obligado a escuchar las quejas de una anciana.

    —Los más íntimos no. —E intenta encontrar tranquilidad en la figura de su compañero, quien no escucha la conversación y mantiene su expresión neutra frente al ordenador—. Nunca. Me daría vergüenza.

    —Haga el intento —incitó el elegante varón, con un toque travieso en el gesto—, verá que satisfactorio y liberador resulta ser.

    Tae Hyung teme hacerlo, comienza a sudar de los nervios e impide que su boca diga la primera tontería que se le ocurre. Aclara su garganta, seguidamente cambia de tema cuando se atreve a preguntar con qué método de pago hará la compra, pues el ambiente que lo asfixia prefiere cortarlo; cree que aquel señor tiene gran parte de la razón y rebuscar en su mente los recuerdos, lo hacen temblar.

    ¿Cuándo fue la última vez que ha sido auténtico?

    Su reacción no parece importarle al otro, tampoco a Hyung Sik que se impresiona por la apariencia del cliente, reconociendo que es intimidante a simple vista.

    —¿Sabe? Me ha caído bien —opina el desconocido de excéntrica actitud—. Así que quisiera invitarlo a mi cena, si no tiene planes en la noche, claro está.

    —¿A mí? —Traga ansioso, Hyung Sik lo codea para que acepte sin vacilar—. Eh... ¿No es al-algo inoportuno? Quiero decir... no me conoce, no lo conozco... Estar rodeado de gente que tal vez no me quiera allí es...

   —Sería bueno para mí traer a un amigo a mi casa —interrumpe jubiloso—, y sería bueno para usted entender mi mundo. ¿Qué opina?

    «Que soy incompatible con usted y esa gente.»

    Estira su mano para que le ofrezca su tarjeta de crédito, detesta la idea de ser un objeto de novedad para una familia privilegiada, más con el Ministro de Justicia del que no sabe que posición tomará respecto a su posible amistad con el millonario. Él no pintaría nada allí, suena ridículo inclusive.

     —¡Ah, se hace de rogar! —exclama divertido—, ¿o el problema soy yo?

    —No. No es así, solo que no creo que deba...

    Empieza a irritarse con facilidad, lo deja en evidencia a través de sus orbes, presiona el objeto rectangular en sus dedos una vez que él se lo da, pero, el hombre se percata y permanece inmóvil, juguetón con la tarjeta al pretender leer lo que está pensando. Su compañero se mantiene al margen de la situación, ríe en voz baja sin entrometerse.

    —Me encantaría conocer el porqué declina mi amable invitación —comenta entusiasta su cliente, como si le diese diversión desafiarlo a responder cosas que le incomodaban contestar—. ¿Por qué no desea venir?

     «No me da la gana», pensó, impresionado por su propia respuesta. No sentía el deseo, pero comenzó a darse cuenta de que en realidad lo asusta el riesgo, adaptarse a un estilo que no es para él. Después de una insistencia más y que Hyung Sik lo alentase, termina por aceptar ir, sin entender el porqué en primer lugar. ¿Por qué debe complacerle? Es estúpido.

    Envuelve la camisa con cuidado, ayudado por Hyung Sik, luego la corbata la guarda con más cariño, despidiéndose de ella porque era su favorita y por fin, le sonríe forzado a su comprador. El primero después de cinco horas sin haber hecho nada en la tienda. El ordenador muestra el nombre del hombre una vez que se abre una pestaña de compra, Tae Hyung no se fija, Hyung Sik sí y se revuelve en su propia sorpresa. Sus facciones lo delatan, intenta cubrirse la boca, mientras espera su ida.

    —Mi dirección está en el recibo —manifiesta para Tae Hyung. Antes de irse deja su firma en la copia del papel—. Y quédese con la corbata, es un regalo para usted.

     Sus pasos se pierden hacia el pasillo del centro, entre las personas que se esquivan y van como hormigas: en fila y ordenadas. Su cabellera y su espalda, es lo último que los dos avistan, impregnados por su perfume que evoca el recuerdo más presente del contacto con la naturaleza: flores silvestres, la cual desaparece junto con él.

    —No me había dado cuenta pero... —balbucea Hyung Sik, sus labios temblaron, con una certeza poderosa, cada vez que intenta hablar respira primero—. Él era Kim Seok Jin.

    —¿Y eso qué, Hyung Sik?

    —¿Eso qué? —repite hastiado—. ¡Es Kim Seok Jin, imbécil!

    —No entiendo, ¿me explicas qué pasa con ese tipo?

    —Te acaba de invitar el dueño de este maldito centro comercial y todos los que hay en el resto del país —continúa con enfado—. Verlo es como el cometa Halley, ¡pasa cada 60 años!

    No evita pestañear, le cree pero no lo asimila, la excitación de Hyung Sik no es normal, nunca lo había visto de esa manera, como una loca fanática luego de encontrar a su ídolo en un sitio común. Significa que no miente, nunca lo vio así.

    Está interesado, aún si todavía existe duda en sus ojos.

    —¿En serio es el dueño?

    —¡Sí! Y no me puedo creer que te haya invitado a una cena o que te haya dicho algo de su vida. ¿Qué hiciste? ¡¿Qué más te dijo?!

    ¿Hacer algo? No lo sabe, niega varias veces y solo intenta sentarse porque sus piernas sienten unas insoportables cosquillas. Kim Seok Jin resultó ser impresionante en persona, alguien con ideas que sacudieron su interior, lo volteó y lo llevó hacia un ángulo que jamás hubiera mirado, aún si apartara sus ojos. Su persona lo intriga, así como la creciente duda del porqué le ha agradado, justamente él, quien es uno más entre el montón.

02 | STRANGERS
IN THE NIGHT

    Si le dicen que no se sintiera ansioso por una tranquila cena de un millonario, sería peor para Tae Hyung. Suda por montones, se ha tenido que cambiar la camisa tres veces y ni siquiera había salido. Llama a Hyung Sik, a gritos confiesa que no quiere ir, teme que se burlen de él, un pobre muchachito que trabaja para una famosa marca en un centro comercial. Hiperventila porque no concibe el sumergirse ante lo desconocido, aunque estuviera completamente vestido y formal para dicho encuentro. También suma la corbata, un gesto de agradecimiento y lo único novedoso en su apariencia. No combina para nada con sus prendas baratas.

    Imagina los peores escenarios posibles tras verse por última vez. Su estómago se revuelve, el estrés lo impide atravesar el umbral de su puerta, hasta que es empujado por la seductora de que puede ser positivo para su vida codearse con Kim Seok Jin pero...

    ¿Y si no? ¿Y si era una mala influencia, como demonio que desea robarle el alma?

    El taxi llega sin demora, lo transporta eficiente y sus ojos gravitan por los exquisitos paisajes, las enormes mansiones de lujo que lo dejan boquiabierto, razón del porque su mandíbula comienza a dolerle. Su pecho late más fuerte, en cualquier minuto estalla.

    En la medida que el vehículo estaciona en la dirección, él se acobarda en el último segundo, por un instante desea ordenarle al conductor que pisara el acelerador para dar la vuelta.

    Suda de nuevo aunque la noche es encantadoramente helada; el resplandor de la luna llena, junto a los faroles de la calle, brindan toda la iluminación posible para vislumbrar la entrada. Piensa en el Hades, el inframundo griego, porque allí le espera el propio Hades con sus míticas criaturas. Su piel se eriza, creyéndose rídiculo al exagerar por una simple cena.

    Son humanos como él, ¿por qué entonces el nerviosismo?

    Paga la cifra exacta, después intenta cruzar el sendero que lo guía al portón eléctrico. Toca el timbre e ignora el grandioso jardín, o al menos no del todo porque las fragancias invaden sus fosas nasales. Su dedo siente una imperiosa corriente, la sangre fluye rápido, tanto que se aferra a ese botón.

    Un empleado abre de inmediato, lo invita a pasar y su mente vuelve a ponerse intranquila. Respira despacio. Trata de contemplar a sus alrededores, los detalles lo intimidan, porque los muebles y la amplitud del espacio lo convierte en una hormiga.

    Cuando llega al salón, se triplica su sorpresa al tener un magistral piano de cola delante. La madera blanca es brillosa, pulida, teclas blancas para las escalas y negras para los sostenidos. Un Yamaha flameante, que saluda con su forma ideal y un asiento tallado, a la altura perfecta.

    Escucha unas voces en la distancia, reunidas en la habitación del comedor, risas ligeras y agradables, dignas de nobles. Entonces, él cree estar en otra época, en algún lugar de Europa.

    Reverencia apenas irrumpirlos, con tres miradas sobre él, lo estudian curiosos y sorprendidos a la par. No ignora la disposición de la mesa, donde a la izquierda de cada persona hay una cuenca de arroz, la sopa, la cuchara y los palillos. Luego hace una rápida observación de los acompañamientos, nunca había visto tantos en el centro.

    —¿Y usted es? —Es una voz gruesa que lo impone y obliga a estar recto—. No sabía que alguien más vendría a la cena.

    Aquel hombre ers el ministro de Justicia, Choi Ho Yeong. Lo reconoce porque muchas veces tuvo oportunidad de verlo en las noticias. Las canas decoran sus cabellos, cubierto de arrugas imperceptibles aún si goza de sesenta años. Porta gafas de montura plateada, dueño de un porte disciplinado y de pensamiento tradicional, muy patriota.

     A su lado, hay una mujer casi de la misma edad que el señor Choi, robusta en cuerpo por el pasar del tiempo y un rostro redondo, pequeño pero dotado de una peculiar hermosura. Labios rojos, párpados dobles, una cabellera estilizada por un moño de buen tamaño y un encantador traje femenino. Una Miss Universo en el pasado, en la actualidad, Lee Mi Suk es la esposa del ministro.

     La siguiente, supuso que es la prometida de Seok Jin, en persona la fiscal Gyeong Hui es más bella, consagrada por una tranquilidad que predomina en su temple, mirada conocedora de sus puntos débiles y feroz en el momento que lo estudia a él del mismo modo que el ministro. Se encoge abatido, ellos tres no dejan de interrogarle en voz alta, convertido en un blanco fácil que no tiene manera de escapar o esconderse por los huecos del comedor.

    —Yo, eh, soy Kim Tae Hyung... Pero creo que no...

   —¿Seok Jin te dijo que traería a un amigo suyo, hija? —Cuestiona el mayor, dedica severidad y arruga su ceño.

    —Pues no —responde ella, hastiada—, no me ha dicho nada.

    —¿Por qué traería a un amigo en una cena íntima? —Reveló la señora, dando la alusión de no estar presente.

    —Como dice el dicho: «Talk of the devil and he's sure to appear» —añadió Seok Jin al mostrarse como el alba que se alza a primera hora de la mañana, calcinante y cegador para la vista—. Buenas noches a todos.

    El tono de voz del dueño de la residencia capta el interés grupal. Expectantes y ansiosos de lo que el anfitrión diría después de un tiempo sin asomar sus narices. ¿En dónde había estado y por qué aparece ahora?

    Está enfundado en traje blanco de lino, tres piezas, reconoció que se trata de una colaboración especial de la firma Brooks Brothers, marca icónica que ha vestido a los protagonistas masculinos de El Gran Gatsby. Para variar, lleva un estilo de los años dorados por como luce sus zapatos Oxford bicolor, negro y blanco, que marcan sinuosos pasos hacia el centro. Elegante, retro, romántico y sofisticado, no muy lejos del traje que llevó en la tienda King

    Un envolvente matiz rojizo tiene en su rostro por las luces del lugar, entonces se toma un tiempo en sonreírle a Tae Hyung, pasa su mano sobre su hombro cuando este insiste guiarlo hacia la mesa, aún cuando su prometida le exige saber que está pasando.

    En cuanto por fin repara en los demás, hace una lánguida inspección. Escarba en las reacciones y los estados de interrogación. Las emociones, son una maraña de incertidumbre y la confusión adornan en sus facciones. Colores que parecen ser una pintura fresca y deleitante, donde él es un mero observador, ambicioso por las pinceladas que evocan con la situación que los saca de su zona de confort.

    En el medio, un cachorro como Tae Hyung, lo identifica tangible y con educación. Enseguida qrrastra un asiento para que tomara un lugar.

    —Mi buen amigo, póngase cómodo. —Su buen gesto irrita a su novia, lo sabe, por eso sonríe más—. Deberían ser amables con mi amigo, ¿por qué lo tratan así?

    —Seok Jin.

    Lo llama Gyeong Hui, e intenta una segunda vez tras ser ignorada.

    —Primero desearía que no desperdiciemos la comida —puntualiza severo, con un matiz oscuro en sus pupilas—, luego les explicaré porque los he convocado.

   Hace un llamamiento a un sirviente, quien dispone para Tae Hyung utensilios, arroz y sopa como los demás. Es un hecho, ahora él completa la cena. El anfitrión le da el honor al mayor de la mesa para iniciar, el primer bocado se disfruta en el paladar, callados por tener la boca llena.

   Pero Tae Hyung no se decide por cual guarnición de verdura probar, así que se inclina por el guiso con carne de res, apetitosa y con un toque de picante. Emite un sonido de placer, está tan deliciosa que lleva su mano a su boca para evitar otro ruido similar.

   —¿Verdad qué está delicioso? —preguntaría Seok Jin tras verles concentrados en comer—. He cocinado todos estos platillos para ustedes.

    —¿Cocinaste? —La señora Mi Suk abrió sus ojos, sincera en su reacción—. No sabía que poseías tales habilidades culinarias, yerno. Deberías cocinarnos más a menudo.

    —No sé si pueda a menudo, soy exigente con los ingredientes. En especial por la carne.

     El invitado de la mesa presta atención a los detalles, cuestionando que tanto los suegros de Seok Jin sabían de él, ya que recién se enteran que sabe que cocinar. Enarca sus cejas, y vuelve a sorber con su cuchara el caldo, combinándolo contento con el arroz.

   —Eso no es importante, esposa —opina Ho Yeong—. Aún deseo entender porque es importante está cena, si podemos vernos durante la cena de Navidad.

    —Como está impaciente, entonces se lo voy a decir, señor Choi. —Sonríe, en ese momento relame sus labios y una sensación de tensión invade los cuerpos de todos—. No quiero casarme con su hija, por eso le pido cancelar la boda.

    El hombre lleva su ira hacia su puño, y lo explota sobre la mesa sl golpearla. Los palillos y platos resuenan por el temblor.
    —¡¿Qué?! ¡¿Cómo te atreves a cancelar?!

    —Me atrevo porque puedo —prosigue altanero, malicioso y víbora—, y este hombre de aquí: es mi novio, nos iremos de viaje mañana. Así que le quitaré un peso de encima, señor ministro.

    Su prometida lo contempla en mutismo, sus afilados orbes desconfían y parece ser la única. Mi Suk se levanta indignada, mientras que Ho Yeong vuelve a exclamar rojo de ira ante tal rebeldía contra su familia honrada. Y Tae Hyung, quien ahora presume ser el amante, siente toda la presión en su cuello, la temperatura llega a sus mejillas, no da otro bocado por la asfixia en su garganta, incómodo porque la artimaña de Seok Jin es usarlo. 

    —Padre, yo hablaré con él —dice segura—. Lo resolveremos de manera diplomática.

    Se retiran los mayores con gran cólera, los jóvenes quedan quietos en sus asientos. El aire es más caliente, mientras Tae Hyung decide levantarse por impulso, una acción que es impedida porque Seok Jin lo agarra de la muñeca.

   —Quiero irme, no me siento bien —ruega.

   —No puedes irte —replica Seok Jin, y en voz autoritario le pide—: Siéntate.

    —A él no le incumbe lo que suceda entre nosotros, Seok Jin —expresa ella.

   —¿No me has oído?

    Seok Jin, parco en facciones, no cambia de idea y obliga a su invitado a sentarse tras no responder a su orden. La Fiscal se para, más consciente de la situación que el propio Tae Hyung, quien no entiende a la pareja ni de lo que sucede.

     —Déjalo que se vaya —ruega ella—, ¡por favor!

   —¿Por qué, querida? ¿Crees que haré algo indebido?

    —No, pero te conozco... —insinúa la Fiscal.

    —Eres inteligente, querida. Eso siempre me gustó de ti.

    Y esboza una sonrisa triunfadora, sabedor de sus pensamientos indescifrables que incrementa el nerviosismo.

    Es la primera vez que Tae Hyung nota que lo más temible de Seok Jin son sus ojos. Estos arden de malicia, ni se molesta en ocultar el destello vil y la diversión que siente por tener el poder; como la mirada de una araña que se regocija al contemplar una mosca que pelea contra su telaraña. Existe seguridad en él, al igual que una inexistente misericordia que empieza a dejarle paralizado e indefenso, sin capacidad de mover sus piernas por el horror y el miedo a desobedecer.

    —Al menos dile a tu nueva presa quién eres, bastardo.

    —¿Decirme qué? —Susurra, tiembla y respira errático—. No entiendo que está sucediendo aquí.

   —Oh, Gyeong Hui, no tienes porqué asustarlo así, no es tu deber —responde él, y realiza una inclinación hacia su prometida de manera amenazante—. Y tampoco me hables de esa forma tan primitiva, sino tus padres serán los primeros que morirán esta noche.

    Las palabras de él la obligan a encogerse, retroceder. Tae Hyung era demasiado cobarde como para llegar a hacer preguntas ante lo surrealista que es la escena.    

CONTINUARÁ.

    NOTAS DE AUTORA.

    Seguramente no deban entender lo que sucede, pero la segunda y última parte será publicada a fin de año: entre el 31 y 1 de enero. ¡Feliz Navidad, les quiero!

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