𝟾. 𝙻𝚊 𝚗𝚊𝚝𝚞𝚛𝚊𝚕𝚎𝚣𝚊 𝚍𝚎 𝙷𝚘𝚕𝚕𝚢
La sensación del cuerpo desnudo de Nona junto al suyo por la mañana, aunado a los tibios rayos solares que acariciaron su pecho, lo reconfortó de una manera extraordinaria. Jamás pensó que volvería a sentir lo mismo después de Michelle; aquella chica que había conocido en la universidad cuando apenas contaba con veinte años.
No pudo evitar recordar de nuevo su inmenso enamoramiento que terminó sin que se diera cuenta; gracias a sus constantes ausencias y su obsesión por la justicia.
Ahora se sentía exactamente igual a cuando tenía a Michelle entre sus brazos y sentía la calidez de sus manitas asidas a su cuerpo. No obstante, suspiró hondo y apretó los ojos para disipar la imagen de la dulce chica que había amado veintinueve años atrás.
Tampoco se estaba enamorando de nuevo, decirlo sería un absurdo, pero, el tener entre sus brazos a Nona, acariciarla, besarla, poseer su menudo cuerpo y sentirla por dentro; eran todas experiencias invaluables, no solo por el hecho de que las dotes de la abogada eran sumamente formidables, sino por la tibieza de sus besos, el dulce néctar que sus labios derramaban sobre él, la sublime inocencia que percibía en su mirada pese a su conducta experimentada.
Le parecía tan frágil, a punto de romperse y completamente sola. Un instinto extraño de protección lo asaltó de pronto.
Era cierto que la chica era bien conocida por aprovecharse de los hombres al punto de someterlos a su voluntad, y debía reconocer que era muy buena en ello. Pero aún había algo en esa joven, algo que le llenaba el alma de tristeza al saber su pasado, al reconocer que esa infantil sonrisa solo era el cebo para atraer a los más desprevenidos, y que él había caído rotundamente.
—¿Puedo saber por qué la señora Saemann la trajo hasta acá desde la ciudad? ¿Por qué quería a una abogada como usted?
Nona sonrió, levantándose de la cama. Hagler admiró las formas tan armoniosas de ese cuerpo femenino y esbelto. Los glúteos que se apretaban contra el colchón.
—¿Tuvimos sexo anoche y aún me hablas de usted? —Sonrió ella—. No sé por qué esa mujer quiso que solo yo la representara, no es algo que le esté saliendo muy barato que digamos, pero ella se empecinó. Supongo que no deseaba asistencia legal de este pueblo, dijo que no iban a comprenderla.
—¿Quién comprendería a esa desquiciada? —vociferó Hagler, cubriendo su cuerpo senil. La chica se colocó la blusa, volvió su rostro a él y lo miró con fijeza.
—Yo la comprendo.
—¿Qué?
—Comprendo que está dañada. Es una mujer sola que seguramente ha vivido cosas desagradables. Creo que está enferma y mi deber es hacer que vaya al lugar que pertenece.
—Ella pertenece a la prisión del condado y a ningún otro sitio.
—¿Realmente lo crees así?
Hagler enmudeció un instante. Era cierto que, en muchas ocasiones, la idea de que Holly estuviera cuerda simplemente se le hacía un imposible.
—El otro día dijiste algo extraño... que todos corríamos peligro con Saemann en prisión. ¿A qué te referías?
La joven se puso pálida de pronto. Un viento frío la recorrió de pies a cabeza. Había olvidado por completo que, en su arrebato de pánico y, después, al sentir su ego herido, había dicho más de lo que debía.
—No lo recuerdo —dijo solamente al tiempo que se subía la minifalda—. Debo irme, tengo que presentarme en la prisión para ver a mi clienta —dijo de manera apresurada mientras se aproximaba a la puerta. Hagler dio tumbos y volteretas para colocarse los pantalones y una camisa decente y corrió tras ella. Algo lo jalaba hacia la joven, era una fuerza extraña, como un imán, una fuerza de gravedad.
Estaba a punto de tomarla por el brazo cuando ella súbitamente se volteó, mirándolo a los ojos.
—Brent, espero poder encontrarme contigo más tarde —le dijo sonriendo por lo bajo al tiempo que se recogía un mechón de cabello y lo colocaba sobre su oreja izquierda. Hagler se sintió abrumado con tan solo escucharla nombrarlo—. Sé lo que se dice de mí en mi propio bufete, pero con total sinceridad, lo que sucedió anoche realmente tuvo significado para mí, aunque no lo creas.
Hagler no supo qué decir, estaba a punto de pedirle un segundo encuentro, pero aquella declaración lo había dejado pasmado.
La sostuvo del brazo para no dejarla marchar, aunque se arrepintió al instante.
—Nona. ¿Sabes quién es realmente Holly Saemann? ¿Crees que estás a salvo con ella?
—Estoy segura de que estaré bien. Sé perfectamente de quién se trata, conozco su historia completa, por ello estoy segura de que nada puede sucederme. Ella me necesita.
—Estoy preocupado. No quisiera que nada te sucediera
Ella tomó sus muñecas, observando con detalle aquellas manos masculinas, los vellos delgados por encima de los nudillos, las uñas perfectamente limpias y recortadas. No pudo ver más allá. Recordaba que el hombre tenía cubiertos los brazos con vendajes, pero no se atrevía a preguntarle el por qué.
—No temas por mí, detective. Teme por ti mismo. Holly Saemann te considera un enemigo poderoso.
—¿Por qué? ¿Qué papel tomo dentro de toda esta historia? Ni siquiera soy parte de los testigos. ¡Vamos, que ni siquiera he logrado conseguir a un solo testigo! Como detective soy un fiasco, créeme que no comprendo de dónde saca esa mujer que yo soy un enemigo de temer.
—No te subestimes, cariño. Creo que aún no me dices todo, me parece que tú también sabes quién es realmente Holly. Su verdadera naturaleza.
Hagler se puso pálido cuando los deditos de la chica acariciaron su mentón como a un gatito, un felino domado.
—No sé a qué te refieres.
—Claro que lo sabes. Tú lo descubriste antes que nadie, ¿no es así? ¿De qué otra manera concebiría que comprendieras una fecha tan especial e importante como la noche sin nombre?
El detective sí que había subestimado a esa chica, la había creído frágil, fácil de engañar.
—Está bien, digamos que creo saber algo. Una acusación como esa solamente ocasionaría que el estrado entero se burlara de mí y de inmediato me refundieran en el Centro Roosevelt para enfermos mentales. No me arriesgaría a ir por ese camino.
La chica sonrió, aliviada.
—Entonces no hay nada que temer. La verdad es que quiero que estés bien, y por ello necesito ganar este caso. Sé que te concierne a ti hacer las investigaciones pertinentes, pero estoy segura de que no hallarás pruebas contundentes de la culpabilidad consciente de mi clienta, así que dejémoslo así. No muevas más las cosas, ¿quieres? —dijo, besándolo de modo fugaz, aunque apasionadamente en los labios, que Hagler sintió que le seguían cosquilleando, mientras despedía a la chica desde la puerta de la pequeña casita de madera pintada.
Nona se marchaba entre las calles contoneando su exuberante figura.
—Chica lista —murmuró para sí al tiempo que penetraba en la casa—. Se cuidó de no traer su lujoso Ferrari...
—Supuse que vendría, y ahora veo que supuse bien.
Era la petulante voz de Holly.
Se encontraba recostada en el pútrido colchoncito de la celda, mirando embobada las manchas pestilentes de las tres paredes que la rodeaban. Al ver al detective entrando a la celda, una sensación de alegría la recorrió por completo, tal y como le sucedía siempre que lo veía por ahí.
Sabía que el juego continuaba.
—¿Cómo la trata la buena vida? —se mofó él.
Holly entornó los ojos
—No tan bien como a usted según me he enterado. Parece que no solo yo apetezco de un poco de carne sonrosada, ¿no es eso cierto? Mi duce Nona es un aperitivo estupendo.
El detective no dijo nada.
Ni siquiera parecía que aquel comentario le hubiese ocasionado la más remota emoción, pero por dentro estaba confundido. ¿Sería posible que Nona le hubiese contado acerca de su encuentro sexual apenas dos noches atrás? Y de ser así, ¿por qué aquella abogada iría corriendo a contárselo a una mujer como Holly?
El detective comenzaba a sospechar nuevamente de ella y de su presunta complicidad con Saemann.
—Lástima que solo sea suculenta y sugestivamente deliciosa hasta que uno se acerca lo suficiente como para darse cuenta de que está podrida. Pero veo que usted aún no lo hace. Espero que no le cause una severa indigestión al final de todo esto —prosiguió Holly con una mueca de triunfo en el rostro.
—Vengo a darle una oportunidad más, Holly.
La mujer frunció el ceño.
—¿Usted a mí? Creo que aún no conoce las reglas de este juego.
—Y yo creo que usted todavía no se da cuenta de a qué juego está jugando. Por última vez, dígame en dónde está ese inocente, ¿realmente existe?
—Atrévase a dudarlo y sufra las consecuencias —amenazó ella.
—Bien, dígame al menos quién es él.
—¿Y por qué está tan seguro de que se trata de un hombre?
—¿Es una mujer entonces?
—No, también puede ser un niño, una niña o un recién nacido. Apuesto a que estos últimos le añadirían un toque extra de emoción a todo esto.
—No más charlas Holly. ¿En dónde está? —inquirió Brent, elevando el tono de su voz.
La mirada llena de cólera que le dirigió a la asesina podría haber derretido un glaciar, pero no funcionaba con la desquiciada mujer que solamente sonrió de forma aún más amplia al tiempo que se cruzaba de brazos.
—¿Está muy seguro de fiarse de mí? —Hagler sintió que el corazón se le detenía—. ¿Qué pasaría si dijera que el inocente está más cerca de usted de lo que cree?
—Hable claro.
Holly dejó escapar una carcajada.
—No puedo hablar más claro. ÉL me ha hablado, y me ha revelado que el paradero de esa víctima está más cerca de usted de lo que podría imaginar.
—¿De nuevo con tu fantasía absurda? ¡Él, él, él!... ¡Ese ÉL no existe!
Lo que sucedió a continuación fue tan veloz que Hagler apenas si pudo comprender la situación en el instante mismo en que sucedía.
La regordeta mujer se había abalanzado en su contra con tanta furia que ambos habían ido a parar al suelo, y ella, aún encima del detective, intentaba golpearlo en el rostro con todas las fuerzas que podía reunir. Por suerte las guardias habían actuado rápidamente, y con esfuerzos y jadeos, quitaron de encima a la obesa Holly. El detective Hagler pudo levantarse, caminar un par de pasos y caer desfallecido con una herida sangrante en la cabeza. Lo último que vio fue la mirada aterrada de Nona, corriendo hacia él.
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