𝟻. 𝙽𝚘𝚗𝚊 𝙶𝚛𝚎𝚌𝚌𝚘
—Solicitamos un dictamen médico, su señoría
—¿Comprende lo que está a punto de hacer, señorita Grecco? —preguntó el juez que miraba a la abogada con una expresión de duda. Hasta para él la asesina, Saemann era culpable. Tanto a él, como a todos los presentes en la corte, les resultaba imposible que una joven como ella se hubiera prestado a representar a la caníbal en el juicio.
La joven asintió y el brillo de sus gafas iluminó por un momento el resto de su rostro. Hagler la miró un instante; era una mujer joven, de extremada belleza y cuerpo voluptuoso que apenas se fijaba en cubrir. Solía usar trajes negros con minifaldas que no dejaban mucho a la imaginación; poseía unas caderas prominentes y busto turgente y amplio que escotaba con deliciosas y delicadas prendas claras. Su larga melena oscura caía a los lados de su rostro, tan lacia y dúctil que hipnotizaba con su suave y elegante vaivén.
Al término de la sesión, el detective se había quedado hasta ver que la abogada abandonara las instalaciones. Le había parecido extraña su actitud frente a Holly, como si la conociera de años atrás; un hecho imposible si se consideraba que la abogada Grecco había llegado a Oyster Bay con la única intención de ganar ese caso. Se trataba además de una chica demasiado joven y Holly demasiado reservada como para haber entablado amistad con ella desde tiempo atrás. Por ello, si estaba en lo cierto, y en realidad creía estarlo, quizá podría estar frente al probable cómplice de Saemann.
Por supuesto que la imagen de la atractiva Nona asesinando y devorando a chicos inocentes le parecía muy difícil de imaginar, pero no encontraba otra razón a la evidente complicidad entre esas dos.
Cuando la mujer salió del juzgado, contoneando su escultural figura por los pasillos, el detective no dudó ni un segundo en seguirla muy de cerca hasta el estacionamiento, dispuesto a vigilarla incluso en su propia casa. Sin embargo, al salir de las instalaciones y posar la vista en dirección en la que se había alejado Grecco, notó sorprendido que aquella sensual mujer ya no estaba ahí.
Con paso veloz se aproximó al lugar en el que la había visto estacionando su coche; un Ferrari negro, pero sus esfuerzos fueron inútiles, no había ni un solo rastro de ella ni del flamante auto.
Intentó volver a las instalaciones del lugar con el rabo entre las piernas, pero al dar vuelta atrás, la sonrisa de la mujer que pretendía seguir casi lo hizo caer de la impresión.
—Detective —dijo ella a modo de saludo.
—Abogada Grecco.
Hagler hizo el gesto de alejarse una vez completado el saludo, pero la mujer interrumpió sus pasos.
—Brent Hagler, ¿no es así?
—Así es, señorita.
Nona amplificó su sonrisa con gesto coqueto al tiempo que echaba hacia atrás la cabellera castaña. Le extendió una mano.
—Mucho gusto, mi nombre es Nona, me gusta más a que simplemente me llamen abogada Grecco.
Hagler aceptó la cordialidad, no sin antes mirar la mano de la mujer con cierta desconfianza.
—El gusto es mío.
Después de estrechar su mano, el detective sintió una sensación extraña que, como oleaje, le recorrió el cuerpo entero. Quizá debido a su suspicacia hacia ella o al hecho de que lo había sorprendido siguiéndola, no lo sabía con certeza.
—¿Sabe? Quisiera conocer el pueblo, soy nueva aquí y bueno, me preguntaba si usted podría...
—Lo lamento —interrumpió el detective—. Por el momento no tengo mucho tiempo para pasear ni nada por el estilo, justo ahora debo volver al trabajo.
Nona torció la boca con sutileza y asintió de modo condescendiente.
—Muy bien, lo comprendo. Entonces, que se encuentre bien, detective.
Bren asintió y volvió al juzgado sin comprender a ciencia cierta qué diablos acababa de ocurrir. ¿Por qué la abogada defensora de Holly intentaba hacerle plática? ¿Qué pretendía esa mujer?
Nona continuó sonriendo hasta que el detective entró en el edificio. Una vez que la silueta esbelta de Hagler se hubo perdido entre las puertas de cristal, la mujer abandonó el semblante amigable y la sonrisa vacía. Tenía que acercarse a ese detective. Tenía que atraerlo a ella.
Tras un par de horas revisando documento tras documento, Brent resolvió por volver a su departamento y fraguar un plan para darle a esa maldita de Holly todo lo que se merecía.
Después de releer el diario había pensado en regresar a la celda de Holly y encararla, preguntarle directamente sobre ese hombre del que hablaba y al que decía profesarle una fe casi ciega, pero una vez que lo pensó muy bien, llegó a la conclusión de que sería mejor investigar esto último por su cuenta, sin darle a Holly una sola pista de sus próximos movimientos. Lo único factible que le quedaba por hacer sería continuar leyendo el diario psicótico.
Aún faltaban muchas sesiones en el juzgado antes de determinar la sentencia final de Holly Saemann y aunque todo aquello parecía una estúpida broma del gobierno, no le quedaba de otra más que continuar con el protocolo, intentando conseguir más pruebas, no solo de la culpabilidad de Holly, sino también de su cordura.
Lo cierto es que sería absurdo que, después de tantos asesinatos, Holly terminase en una clínica para enfermos mentales, viviendo apacible todos los días que le restaban a su patética y podrida existencia; no era algo justo para las docenas de inocentes que habían perecido bajo sus garras.
De tal manera que, resuelto, cogió la libreta, suspirando hondo antes de encerrarse en el pútrido mundo de esa maldita bruja. De nuevo...
Ingredientes para el filete Johnny mignon
450 g de filete cortado en cuatro medallones
4 cucharaditas de aceite
3 tazas de champiñones frescos rebanados
1/2 taza de agua
1/2 cucharadita de fécula de maíz
Sal y pimienta negra molida al gusto
Ayer traje conmigo a un chico encantador. Era uno de esos sexys atletas inalcanzables para chicas estudiosas. Armado con su chaqueta de los "bulldogs", el equipo oficial de la High School of Oyster Bay.
Una línea perfecta de blancos dientes me atrajo enseguida hacia él. Me recordó tanto a Johnny... Johnny Peters. Era mi príncipe azul en secundaria y durante algún tiempo yo fui su princesa. Sí, mi querido diario, quizás hoy en día me veas obesa, torpe y sin personalidad, pero hubo un tiempo en el que estos cabellos castaños casi rojos caían sobre mis mejillas coloreadas de rosa y enmarcaban las delicadas formas de mi rostro. Era dulce, delgada y atractiva, al menos para todo aquel que se quedase el tiempo suficiente para reconocerlo.
Johnny lo hizo. Me atrajo hacia él como un imán, me devoró en un segundo, me hizo suya sin siquiera comprender que yo ya lo era, lo había sido casi desde que iniciamos el cuarto grado cuando su familia se mudó al pueblo.
Fue una verdadera fortuna que él no conociera mi pasado y, sin embargo, le parecía verdaderamente humillante que alguien nos viera juntos. Lo cierto es que no era algo que me preocupase, yo estaba dispuesta a entregarle todo, a hacerle ver que por él sería capaz de cualquier cosa, que sería fiel hasta el final.
¡Qué lástima que él jamás me haya visto de la misma manera!
Tres años de ocultarnos detrás de las canchas de básquetbol no sirvieron para mantenerlo a mi lado, ni siquiera los paseos a la montaña, las escapadas a mitad de clases, las tardes en casa de sus padres en las que después de obtener de mí lo que deseaba, me corría como si yo no fuese nada más que una chiquilla obsesionada.
No me interesaba recibir los golpes de mi madre y mi padrastro al llegar tarde a casa. Lo único que deseaba era estar con él. Tenía ese absurdo sueño en el que algún día huiríamos juntos de este maldito pueblo olvidado por Dios, de que comenzaríamos una vida nueva en algún lugar lejano en dónde ambos fuésemos desconocidos. Donde podríamos comenzar de nuevo y formar una familia juntos. Una familia que yo jamás tuve.
Pero no, nada funcionó. Me dejó plantada en el baile de graduación y tuvo el descaro de champarme en la cara a su novia oficial, la dulce, pura y perfecta Melanie Stark.
La verdad es que muero de vergüenza al confesar que incluso después de ello y de las burlas que él hacía de mí en frente de toda la escuela, yo continué viéndolo a escondidas; esperando el momento en el que él se decidiera a cambiar y a respetarme. Estancada en la falsa idea de que, si era capaz de engañar a la chica que presentó a sus padres y que llevaba a las reuniones familiares, entonces no la amaba en verdad y que yo no estaba quitándole nada que le perteneciera, puesto que era él quien acudía a mí con tanto deseo.
¡Oh! ¡Querido! ¡Querido diario! Johnny me hizo miserable durante demasiado tiempo, me convirtió en un títere, una chica ridícula y obsesionada.
Desde luego que esas bagatelas ya no tienen sentido para mí ahora que lo he olvidado, pero es que hace un par de días observé a este nuevo Johnny, tuve la fortuna de ver a una Holly entre la parva de amigos con los que se paseaba; una magnífica representación de nuestro pasado; actores contemporáneos en un universo paralelo que ahora se fusionaba ante mis ojos.
Bueno, helo aquí, una vez más, cara a cara.
Es bastante representativo el que me decidiera por preparar este delicioso platillo con la carne de Johnny. Es muy bien sabido que el filete mignon es sumamente tierno y dulce, exquisito al paladar; y aunque para algunos puede resultar laborioso cortarlo, a mí me produce un placer divino. Solo me queda cortar esa membrana blanca que cubre todo el filete y entonces estaré lista para cortar los deliciosos medallones.
Guardo el sobrante de grasa y el cordón de carne dura que le he desprendido al filete; más tarde haré un fondo con ello y lo llevaré a Wendy, la vecina; sé que ha estado algo enferma y un buen caldo caliente le hará muy bien.
Se deben sellar los medallones en un sartén muy caliente y coserlos a término deseado, yo prefiero unos cuatro minutos. Se reservan y se cocinan los champiñones, cocinándolos con un buen sazonador de res. Se disuelve la fécula en agua y se derrama sobre los champiñones cocinados hasta que todo el sabor repta hasta la nariz con un incomparable aroma. Se bañan los medallones con la salsa y es entonces cuando están listos para ser degustados. Una tarea para la cual no pierdo nada de tiempo en comenzar. Cada bocado me sabe a gloria, me resulta en un deleite casi divino.
Como dije anteriormente, el filete mignon es tierno y dulce, tal y como mi Johnny debió haber sido conmigo.
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