𝟺𝟸. 𝙹𝚞𝚗𝚝𝚘 𝚊 𝚞𝚗𝚊 𝚖𝚎𝚕𝚘𝚍í𝚊 𝚍𝚎 𝙳𝚎𝚕𝚘𝚗
Samuel salió de aquel trance, asustado. Una vez más aquello intentaba dominar su cuerpo entero, convertirlo en una marioneta sin pensamiento propio ni oportunidad de decisión; no lo permitiría, no lograría nada con él.
Se sacudió con brusquedad.
Sentía las manos y las piernas adormiladas, entumecidas; los oídos le pitaban con violencia y tenía el cuerpo entero empapado en sudor. Miró el viejo reloj de pared, habían transcurrido tres horas desde que perdiera el conocimiento.
Una vocecilla en su cabeza le exigía a gritos uno más. ¡Vamos, Samuel! ¡Lo quieres, quieres hacerlo! Necesitas matar.
No, no había sido un sueño. Por más intentos que hiciera por convencerse de ello, él sabía que lo que le sucedía era tan real como el suelo que pisaba y el aire que con trabajos hacía llegar a sus pulmones en aquellos momentos.
Comenzó a temblar de modo incontrolable. No podía volver a ello... ¡Pero lo quieres! Recuerda el sabor de la sangre desvaneciéndose entre tu lengua. Recuerda la delicia de penetrar la carne fría.
El hombre se levantó de pronto y se dirigió a la ventana en donde la brisa cálida lo llenó por entero; como si quisiera escapar de sus propios pensamientos, de sus propios deseos. No podía respirar. Apretaba los ojos con tanta fuerza que, al abrirlos, la luz los aguijoneó y un pequeño dolor cáustico espoleó su cerebro. ¿Es que eso no iba a terminar nunca? ¿Por qué él continuaba buscándolo cuando le había dado todo lo que quería?
—¿O es que...? —no quiso terminar la pregunta. La sospecha asequible de la respuesta lo hizo enmudecer de repente.
Se llevó una mano al pecho sin poder respirar. ¿En verdad era ÉL quien intentaba devolverlo a la senda del mal o se trataba de sus propios deseos?
El sonido abrupto del celular lo hizo dar un respingo, pero este, agradecido por aquella interrupción a sus oscuras cavilaciones, volvió apresurado a la pequeña salita de madera oscura y atendió el teléfono.
—Diga.
—Samuel, lo descubrieron. Saben que eres el diablo de Massapequa. Si vamos a destruir a Holly, es necesario hacerlo ya.
El hombre dio un suspiro y trató de recuperar todas sus fuerzas. Quizás el destino llegaría mucho antes de que él tomara una determinación con respecto a su problema, quizá tenía que hacer acopio de todas sus energías, de las últimas que le quedaban, quizá si asesinaba a Holly no tendría que volver a luchar con aquellos incontrolables e insólitos deseos.
—Bien, te veo en el lugar que pactamos en treinta minutos.
Colgó aún con la mano temblorosa, elevándola hasta su rostro para contemplarla con preocupación. No podía estar perdiendo el control sobre su cuerpo. Jamás le había sucedido. Eso nunca había tenido el poder para hacerlo sentir de aquella manera, ni siquiera había tenido la intención de hacerlo. Algo estaba ocurriendo. Estaba seguro de que todos esos síntomas no eran fortuitos. ¿Pero qué era? ¿Qué quería eso de él?
Con lentitud se adentró al pequeño jardincillo interno en el que guardaba sus adquisiciones más bellas. La habitación entera estaba inundada de un agradable olor a rosas y violetas, y la vista se recreaba con el colorido que inundaba cada palmo del lugar. Este día tampoco iba a poder dedicarlo al cuidado de aquel jardín encantado, ese en el que pasaba la mayor parte de su tiempo, ese que cuidaba como a un niño pequeño. Esa noche iba a dar inicio todo, quizá sería el inicio del fin o la entrada a un nuevo comienzo. No lo sabía con exactitud, pero de alguna manera intuía que no volvería a ver aquel jardín. ¿Qué sería de sus amapolas y crisantemos sin él para cuidarlas? Samuel quiso derramar una lágrima, pero, aunque el dolor emocional crecía en intensidad, él se sentía incapaz de demostrarlo.
Los gritos aullaban con desesperación. Imploraban un poco de piedad.
Mujeres se desgarraban las gargantas al compás de aquella demencial melodía de los 60. Holly jamás había tenido gusto por ese tipo de música, le parecía demasiado aburrida, aunque solía escucharla cuando la estación local de radio se ponía conservadora y reproducía las viejas tonadas de Delon durante horas.
Las escuchaba mientras cercenaba la carne fresca de alguna víctima. El olor que penetraba hasta su nariz con cada corte que hacía, volvió hasta su cabeza, estimulando todos sus sentidos al segundo. Pero esta vez no tenía control alguno de lo que sucedería. En esta ocasión no había jugos vertiéndose de su macabra preparación, ni viscosos sonidos procedentes del despojo humano. Esta vez Holly no podía ver nada, se encontraba atada a la cama en mitad de una oscuridad desenfrenada que parecía engullirla sin piedad.
Los gritos de los condenados podían percibirse con total nitidez en mitad de la noche, acompasados con "Leticia" de Alain Delon de fondo. Una nota musical acallaba de pronto el llanto lejano que se aproximaba a su recamara. Otra más, un rugir de las teclas daba la entrada a esa voz masculina que exigía silencio.
Todas las noches era igual. La mujer escuchaba pasos fuera de su alcoba, en donde solo un par de rayos acusaban la presencia de sombras que se movían frente a la puerta. Chicas gritando, hombres persiguiéndolas. Sollozos, llanto. Gritos desesperados. Oraciones.
Estos últimos le provocaban aún más terror; los rezos interminables que se apagaban más tarde con los lamentos de esas mujeres dementes.
Sí, ella había sido despiadada. Furiosa y cegada por el hambre de carne humana, había destrozado la vida de muchas personas. Se había mofado ante los cadáveres por su poderío y victoria. Sentía que su hogar era como un pequeño Infierno personal en la cual ella era la dueña, pero se había equivocado terriblemente y ahora lo entendía a la perfección; el Infierno se encontraba en todas partes, y no había manera de escapar de él.
De pronto, el cerrojo se abrió. Holly dio un respingo, intentando aguzar la mirada para ver quién se atrevía a irrumpir en su alcoba a tan altas horas de la noche. La puerta se abrió un palmo. La mujer observó una sombra regordeta y chaparra que la contempló con la respiración sofocada.
—¡Qué diablos quieres aquí! —exclamó ella, presa de un pánico como nunca sintió antes.
El hombre dejó escapar una grotesca sonrisa al tiempo que daba un paso en el interior de la estancia. Afuera, Holly percibió de modo momentáneo un par de figuras femeninas que en esos instantes corrían delante de la puerta, ambas despojadas de sus ropas a zarpazos.
—¡Aléjate! ¡Largo de aquí o te asesinaré! ¡Te asesinaré! —gritó aterrada.
Sin embargo, el hombre no se detuvo, por el contrario, había cerrado nuevamente la puerta y ahora se acercaba más y más a ella, retrasando su llegada. Divirtiéndose con la escena que estaba protagonizando.
Holly pidió auxilio de modo desgarrador, sabía bien que no habría nadie en todo el psiquiátrico que pudiera o deseara ayudarla. El hombre, en un evidente estado de intoxicación, además estaba vestido con el uniforme usual de los enfermeros. Holly lo sabía. Los delincuentes no eran otros que aquellos que supuestamente tenían que cuidar de ellos.
—¡Ayúdame! ¡AYÚDAME! —gritó ella a todo pulmón cuando el hombre se arrojó contra ella, recargando todo el peso de su cuerpo.
Holly intentó arrojarlo hacia un lado, pero sus manos y piernas atadas le dificultaban cualquier tipo de movimiento. Aun así, no dejaba de patalear de modo incontrolable. No podía permitir que volviera a sucederle. Después de los años soportando los constantes abusos de Boris ella se había jurado a sí misma que jamás volvería a encontrarse en una situación parecida. Y en esos momentos, sus ojos abiertos de par en par evidenciaban el terror que sentía de que aquello ocurriera de nuevo.
Sintió el aliento alcoholizado del enfermero que en esos instantes pellizcaba la piel de su cuello, depositando un beso baboso y maloliente en ella.
Resignada, echó la mirada hacia un lado, sorprendida por la sombra que admiraba la escena de modo sereno. No había rasgo alguno en él, pero Holly podía sentir que la estaba observando. Era ÉL, después de mucho tiempo al fin podía verlo de nuevo. Durante su tiempo en reclusión, ella solamente había podido escucharlo.
—¡Ahí estás! ¡Ayúdame, por favor! ¡Mátalo! ¡Te exijo que lo mates! —Holly no obtuvo una respuesta sonora. La silueta continuó de pie y únicamente se movió para mover la cabeza en negativa.
La mujer comenzó a resoplar con violencia. ¿Acaso la estaba abandonando? ¿Después de todo lo que había hecho por él, de la sangre que había hecho derramar en su nombre?
Comenzó a gritar de un modo aún más desenfrenado, golpeando con su cabeza el rostro del enfermero que la hizo callar con una mano en su cuello. La mujer, a punto de la asfixia, dejó de luchar para calmar a su frenético corazón que bombeaba más de lo normal.
—¿Qué te ocurre? —preguntó Este—. Solo voy a enseñarte lo que es la verdadera diversión. ¿Qué tal un poco de canibalismo sexual?
Samuel se dobló por el dolor a mitad de la calle. Por suerte no había un solo transeúnte a los alrededores que pudiera intentar prestarle auxilio. Por suerte, ya que sabía muy bien de lo que se trataba.
Esa tarde había sentido el llamado. Había sentido que aquella cosa deseaba apoderarse de su cuerpo que deseaba tenerlo por entero, tal y como había poseído a Holly. Sin embargo, no de una manera tan directa e íntima. La conexión que aquello intentaba hacer con él era mucho más superficial y él podía sentirlo con total claridad. Sí, lo comprendía tal y como lo entenderían todos los reclutados. Eso deseaba hacerles llegar un mensaje. Uno que Samuel había temido durante años. Ahora todos sus terrores se estaban tornando en una realidad asequible y desgarradora.
Intentó recuperar el aliento tras los aguijones que sentía en todo el cuerpo. El poder del llamado era demasiado intenso como para ignorarlo, y aunque no tenía intención alguna de atenderlo, le resultaba demasiado doloroso.
Continuó caminando por las calles húmedas. El sonido de sus pasos era lo único que escuchaba a los alrededores. De vez en cuando podía oír el suave crujir de las ramas de los árboles que eran mecidas por la brisa nocturna; el ronroneo de los autos a lo lejos y los perros callejeros que ladraban a unas cuadras de distancia.
Se sentía un poco mejor, aunque el ardor en los oídos iba en aumento. Mientras se aproximaba al viejo café en el que se había citado con Hagler, el hombre no podía dejar de pensar en la letal advertencia de Holly, hecha un par de años atrás.
No importa en dónde te encuentres ni qué tan importante sea lo que estés haciendo. Cuando escuches el llamado tienes que acudir de inmediato a mi encuentro.
No son órdenes mías. Son de ÉL..."
Una y mil veces le había pedido a la mujer caníbal una simple respuesta, obteniendo miradas repletas de maldad por parte de ella.
Será el día del juicio final para Oyster Bay.
Samuel continuó su camino aún más apresurado. El llamado había sido lanzado y el pueblo entero se encontraba en un gran peligro, pero ¿qué diablos iba a hacer él para detener una masacre de tales proporciones? Aún con la ayuda de Brent ¿Qué poder eran capaces de poseer juntos?
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