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𝟹𝟻. 𝙴𝚗 𝚋𝚘𝚌𝚊 𝚍𝚎 𝚝𝚘𝚍𝚘𝚜

La furia se apoderó de ella. Sus manos, dirigidas ambas hacia el hombre rubio que se había quedado de pie, sin más, atónito; sabía que no era más que carne de cañón para Nona y lo había aceptado.

Holly exhaló un suspiro ahogado, secundado por un grito atronador que hizo vibrar el recinto entero. Una voz gutural y sobrehumana se elevó por encima de la suya. Pero ninguno hizo caso de aquel fenómeno tan extraordinario como aterrador, pues la mujer, loca de ira, arrojó a su abogada hacia un lado. Nona cayó por encima de la mesa hasta el otro lado. Las cosas sucedieron de manera tan abrupta, que fue difícil para los ahí presentes hacerse una idea clara de lo que estaba pasando.


Holly se deshizo de los brazos fuertes de los guardias que intentaron de modo inútil controlar su ataque embravecido. Las personas intentaron huir, gritando con desespero al ver cómo la acusada estaba atravesando el pasillo, pero no atacó a nadie. Su mirada solo podía percibir al hombre que se mantenía de pie incluso pese a su propio temor. Mirándola, retándola quizás.

Hagler se puso de pie y avanzó hacia ellos, dispuesto a colocarse en medio si era necesario. No podía permitir que algo le sucediera a Samuel, no después de asegurarle que después de aquella sesión, le revelaría todo lo necesario para detener a Holly o en su defecto, aprender sus debilidades.

Pero la mujer se quedó a mitad del camino. Sus ojos, que apenas unos segundos atrás centelleaban una furia enloquecida, se mantuvieron fijos, con una expresión estupefacta en ellos. Miró a Samuel frente a frente solo un par de segundos al tiempo que su cuerpo entero rebotaba de modo sutil, víctima de una terrible descarga eléctrica que la hizo caer al suelo.


De inmediato los oficiales de la policía tomaron de nuevo sus manos, esposándola mientras la ponían de pie como un muñeco de trapo. El cuerpo de Holly aún tenía espasmos cuando fue sacada de la sala ante las miradas llenas de repudio, angustia y otras más de regocijo de los ahí presentes.

Pero Brent no estaba satisfecho. No podía dejar de observar a Nona mientras era ayudada por los abogados auxiliares a ponerse de pie. Su expresión, gozosa, echó un reguero de luz a sus pensamientos. Eso era precisamente lo que ella deseaba que sucediera.



Sus dedos jugueteaban con el cigarrillo, creando pequeños círculos de humo que trepaban el cielo empañado por las nubes grises. Samuel echó el verde de sus ojos hacia ellas cuando escuchó un par de pisadas acercándose. Sin embargo, no quiso voltear; sabía bien de quién se trataba.

—¿Sabías que Nona te utilizaría? Fue ella quien te obligó a ir esta mañana al juzgado, ¿no es así?

El hombre movió la cabeza en negativa.

—Nadie me obliga. Ni a ir al juzgado ni a revelarte toda la verdad.

Brent suspiró por lo bajini, aceptando el cigarrillo que Samuel le ofreció. También él se recargó en el barandal, único obstáculo entre ellos y el pequeño acantilado que sostenía una gran cantidad de pequeñas casitas. Las luces de la ciudad que despertaban junto al crepúsculo ofrecían una especie de calma y serenidad que, no obstante, ninguno de los dos se sentía capaz de disfrutar.

—Ella saldrá pronto.

—Eso dice Nona.

—¿Y estás de acuerdo con eso?

—Nada me aterra más que verla en libertad. Las paredes de la prisión no resistirán para siempre, ¿crees que un hospital psiquiátrico la mantendrá quieta mucho tiempo? Pronto se desencadenará una horda de asesinatos sin precedentes sobre Oyster Bay, y yo la he iniciado con Boris.

Brent elevó las cejas, sorprendido.

—Vaya, después de Holly, nunca creí conocer a otro asesino que se atreviera a revelarme su crimen con tanta tranquilidad.

Samuel permitió que el humo se escapase de sus labios y miró de reojo al detective.

—Sin tranquilidad. Esa la perdí hace años.

—Explícame algo, Samuel. ¿Por qué tienes contacto con Nona? ¿Qué quiere ella de ti?

—Solo quiere ganar su caso. Quizás odie a Holly con todo su ser, pero jamás dejará de defenderla con tanto ahínco. Y sé que estará dispuesta a todo con tal de conseguirlo.

—Sí, siempre he supuesto que algo le debe a esa maldita mujer, aunque me resulta increíble ver hasta dónde ha llegado. Lo que no entiendo es para qué te necesita, además de enloquecer al jurado y todos los presentes esta mañana.


El rubio bajó la cabeza con cierta pesadez. Estaba harto y cansado de todo ese asunto. Hubiese preferido marcharse para siempre de Hempstead. De no ser por su miedo absurdo a caer de nuevo ante los deleites del asesinato, se habría largado el mismo día en que abandonó a Holly a su suerte.

—¿Y bien? —prosiguió Brent.

—No puedo decírtelo. Lo lamento.

El detective suspiró con fastidio.

—Está bien. ¿Puedes hablarme más de ÉL, al menos?

Samuel asintió. Echó una fuerte bocanada al cigarro y tras arrojarlo por el acantilado, comenzó:

—Tienes una libreta. El diario de Holly, ¿no es así? —Brent asintió—. Antes que nada, déjame decirte que no puede ser destruida. Tendrás que guardarlo en un lugar seguro, pero siempre debes tenerlo cerca. Es una especie de maldición, pues mientras la tengas en tu poder, no te desharás de él, pero es una manera de asegurar que nadie caiga ante su energía.

—¿No puedo simplemente enterrarla en un lugar lejano y olvidarme de ella?

—Imposible. Puedes echarla al mar, amarrada a un yunque y alguien la encontraría invariablemente. Puede suceder de las maneras más inexplicables, pero la libreta siempre encontrará la forma de encontrar un nuevo dueño. Y lo que es aún peor; ese no es el único diario inspirado en él.

—Pero ¿qué importancia tiene que la libreta sea leída por otras personas?

—La energía oscura de esa especie de prisionero galáctico está impregnada en todos los asesinatos que son cometidos para él. Cada muerto en su nombre se resume en un cúmulo de energía que llega hasta su ser. Es una especie de círculo ominoso. Se nutre del asesinato y sus crímenes cobran vida en los diarios que él exige a cambio de poder. Estos diarios lo transportan de un sitio a otro, dándole la oportunidad de influir en todo aquel que los lea, llegando hasta los confines más recónditos del mundo entero.

—¿Y cuántos diarios hay en el mundo? ¿Crees que haya una posibilidad de que los encontremos todos?

Samuel movió la cabeza. Sus ojos se tornaron sombríos, como si hubiese dicho algo inconcebible.

—Debe haber miles de ellos.



La abogada penetró en la sala de espera del juzgado. Ansiosa por ver a Holly después de lo que había ocurrido unas horas atrás. El personal del lugar le indicó que, si realmente deseaba verla, tendría que esperar a que la presa estuviese calmada del todo.

No queremos más numeritos aquí, le espetó el jefe de seguridad.

Habían transcurrido más de cuatro horas desde lo acontecido. Nona ni siquiera había querido salir a comer. Se limitó a pedir una botella de agua, de modo que el estómago comenzaba a causarle un ligero malestar.

Cuando la puerta del salón se abrió de par en par, la abogada se puso de pie, desesperada por ver a su cliente una vez más. Pero en vez de eso, el rostro moreno del guardia la sobresaltó. Tenía el ceño fruncido y una expresión de rabia en la mirada.

—¿Qué sucede?

—No vendrá esta vez. El médico le ha inyectado un potente calmante, así que estará perdida hasta mañana.

—Pero... pero ¿por qué hicieron eso?

—¡Estaba como loca! Usted la vio, abogada. No paraba de golpear a todos los guardias, incluso el médico y las enfermeras se llevaron unos buenos moretones en la cara. ¿Qué se supone que deberíamos hacer?

—Esto es un atropello.

—Diríjase con mis superiores si así lo desea. Por hoy estoy harto de lidiar con locas.

Nona abrió la boca, sorprendida por la respuesta del guardia. Intentó soltarle un par de improperios, pero el policía salió del lugar sin decir más palabra.

—¡Maldita sea! —gritó al tiempo que se dejaba caer en la silla de metal.

Hubiera dado cualquier cosa por entrevistarse con ella. ¿Qué habría pasado por su cabeza al ver a Samuel?

Era una pregunta cuya respuesta no sabría por el momento.



—Gracias, eso sería todo —respondió amablemente Brent al chico que le entregó el café que había pedido

Esa mañana sería ajetreada y no podría sobrevivirla sin la necesaria dosis de cafeína.

Salió de la pequeña cafetería. Al cruzar la puerta de cristal, se topó con una imagen aterradora. El rostro de Holly, enfocado al máximo estaba a unos centímetros de su cara. Se podía ver a la perfección la blanca dentadura, expuesta debido al gesto exagerado que tenía. Parecía un lobo hambriento.

Sedienta de sangre, estalla contra la audiencia la mujer caníbal.

El encierro la está volviendo aún más loca.


El detective dejó escapar un evidente soplido de desespero. Solo eso hacía falta...

Ryan Bradbury estaba organizando los papeles desperdigados en su escritorio cuando un periódico doblado fue colocado con ímpetu frente a él.

—¡Diablos, Brent! ¿Qué sucede?

—Ábrelo.

El abogado desdobló el periódico. Y no necesitó leer nada, con la foto de Holly fue más que suficiente para darse cuenta de todo.

—¡Esos periódicos sensacionalistas! Nadie los lee, Brent, no te preocupes.

—La primera plana, Ryan. Los puestos de revistas no están vendiendo nada más que esto.

Ryan comenzó a moverse de modo nervioso mientras recorría su mirada de un lado a otro.

—No tenemos prueba alguna de que no está loca, Hagler. Ese diario no tiene validez alguna, lo sabes desde el principio, por eso te lo llevaste. ¡Acéptalo! Ni siquiera tú estás seguro de que ella no merezca ir a un hospital.

—Estoy seguro de que si ella sale de esa prisión todo será un caos.

—Bien, ¡pues eso ya no está en nuestras manos!

Hagler enmudeció. El abogado se había puesto de pie, desesperado y evidentemente estresado por el caso.

—Tú nunca has sido así.

—Mira, Brent. No me has traído ni una sola prueba contundente. Ella no alega inocencia, sino demencia, ¿entiendes? No tengo nada con qué apelar a eso.

—Lo sé, Ryan. Sé que no he hecho un buen trabajo, pero te aseguro que esa mujer no está loca. Ha reclutado asesinos, ¿lo comprendes? Puede seguir haciéndolo.

—¿De dónde sacaste eso? ¿De su diario macabro? Dame algo más, Brent. Si tienes una verdadera prueba, ya sabes dónde encontrarme. —Ryan hizo el gesto de salir, pero Brent lo detuvo.

—¿Qué sucedió ayer en el juicio? ¿Por qué el juez llamó a todos los abogados?

—Una estupidez. Nona cambió la lista de los testigos. Quería que el juez y yo aprobáramos a su nuevo hombre.

—¿Y lo hicieron?

—Era imposible. Esa mujer ni siquiera se tomó el tiempo de investigar a su testigo. Se trataba de Boris Tarasov.

Brent entornó los ojos. Las palabras no se animaron a salir de sus labios y el abogado se marchó sin decir más. Pero el detective comenzaba a ver el porqué de los tratos de Nona con Samuel.

—¿Sería ella capaz de...?

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