𝟹𝟺. 𝚄𝚗 𝚝𝚎𝚜𝚝𝚒𝚐𝚘 𝚊𝚝𝚎𝚛𝚛𝚊𝚍𝚘𝚛
El detective se abrió paso entre las personas que tomaban asiento en silencio. Una vez sentado, su mirada se concentró sin querer en el rostro excitado de Nona, quien en esos momentos pasaba a su lado, ubicándose con fogosidad en su sitio designado.
A su parecer, tan solo habían pasado unos segundos desde que se quedara embelesado con la extraña actitud de Nona cuando Brent notó con desconcierto que la sesión estaba dando comienzo. En el estrado el juez Macmaon ya se encontraba sentado.
Fue entonces cuando Nona sacó una hoja de último momento y, después de pedir permiso al juez para acercarse, susurró algunas palabras ininteligibles para el resto de la audiencia. Pero el detective pudo notar el desconcierto del juez quien, tras un breve y silencioso análisis, accedió a tomar aquella hoja que de pronto parecía haber captado toda su atención. ¿Qué contendría aquel papel?
El abogado Bradbury también se había puesto de pie. Sin embargo, él no parecía desconcertado por lo que contenía aquella hoja que el propio juez le hizo mirar. Hagler pudo notar que se ponía rígido, como si lo hubieran congelado en el tiempo.
¿Qué diablos pasaba ahí?
—¿Se encuentra bien, abogado?
—Es imposible, su señoría. Este hombre está muerto.
Los ojos del juez pasaron del abogado a una atónita Nona.
—No puede ser. Se le envió la notificación, él había accedido a testificar.
Macmaon suspiró con hastío y en un ademán de sus dedos les indicó a ambos abogados que lo acompañasen. Ante la mirada angustiada del detective que veía cómo aquellos tres se marchaban a las oficinas laterales del recinto. La audiencia cuchicheó a los alrededores, pero nadie tenía ni la menor idea de lo que estaba sucediendo. Incluso Holly pareció sorprendida por aquello.
—¿Qué está pasando aquí?
—Le aseguro que no tenía idea, su señoría.
—¡Patrañas! ¡Ese asesinato fue muy conocido hace poco!
—¡¿Qué diablos voy a saber yo de estos chismes de pueblerinos?!
—¡Basta!
Nona y Ryan enmudecieron ante la firme exigencia del juez Macmaon quien, tras ese silencio, se quedó pensando unos minutos. Sus ojos celestes inundaron los rostros de ambos abogados en lo que les pareció una eternidad.
—¿Cómo murió ese desdichado? —quiso saber, dirigiéndose a Ryan.
—Los periódicos locales mencionaron que un hombre ingresó en su propiedad y lo asesinó a sangre fría. El lugar parecía el mismo Infierno.
Nona disimuló la menguada sonrisa que pugnaba por escapar ante las palabras de Bradbury.
—¿Este es el hombre? ¿Está hablando del diablo de Massapequa?
—¿Así fue llamado su asesino? —Tanto el abogado, como el propio juez, no lograron evitar el dirigirle una mirada fría a Nona, quien parecía entusiasmada con aquel apodo.
—Como le digo, su señoría... fue un caso muy conocido.
La mujer echó sus cabellos hacia atrás, fingiendo despreocupación.
—¿Hay algún motivo para creer que ese hombre haya sido asesinado debido a su próxima participación en este juicio?
Los abogados se miraron, pero fue Ryan quien respondió.
—No lo creo, señor. —Se mordió la lengua unos segundos después. Sabía bien que quizás Samuel había sido el perpetrador de aquel crimen y aunque Hagler no le hubiese mencionado mucho acerca de eso, era fehaciente que la muerte de ese criminal tenía todo que ver con el juicio contra Saemann. Pero ¿qué pruebas podría ofrecer ante tan disparatada acusación?
Nona sonrió sin disimulo esta vez.
—Entonces, me parece que no nos queda más remedio que prescindir de ese testigo. A menos que la señorita Grecco tenga alguna observación al respecto. Después de todo, era su testigo.
—Ninguna su señoría.
—Pospondremos esta sesión veinticuatro horas. ¿Alguna objeción? —Ambos guardaron silencio—. Bien, entonces está decidido —dijo al tiempo que se levantaba con pesadez.
Cuando los abogados volvieron a penetrar en el juzgado, Nona parecía especialmente contenta.
—Se pospone esta sesión veinticuatro horas —dijo el juez a todos los presentes. En esos momentos ya Nona se encontraba sentada junto a Holly.
—¿Qué está pasando? —quiso saber la acusada.
Nona se dispuso a guardar un par de hojas en su portafolios.
—Un testigo murió hace poco.
—¿Un testigo? ¿Murió?
—Sí, al parecer alguien entró a su casa por la noche y lo asesinó con crueldad —sonrió Nona. —¿Quién?
—Un hombre ruso, ¿cuál era su apellido? —sonrió ella—. ¿Tarasov?
La mujer abrió los ojos en una expresión atónita. Comenzó a respirar de modo agitado en pocos segundos, como si estuviese siendo presa de un paro respiratorio que alertó a todos los que se encontraban cerca.
En esos momentos se abrió la puerta del recinto. Holly se vio atraída hacia ella como si le fuera la vida en ello. Y ahí, ante sus pasmados ojos, se vio frente a frente con su más grande enemigo. Con ese hombre que la había abandonado a su suerte. Ese malnacido, seguramente responsable de la muerte de su padrastro.
Samuel frunció el ceño en un gesto afligido. Hagler se puso de pie como un resorte sin poder creer que ese hombre se hubiese aparecido ahí.
—Maldito... ¡Maldito! —gritó la mujer.
Todos la miraron, aturdidos por esa voz gutural que había brotado de su garganta, aterrados por esa mirada que parecía provenir del mismo Infierno.
Holly se puso de pie. Tenía las manos entumecidas y arqueadas cual garras de cuervo dispuestas a matar. Sus mejillas se colorearon de rojo y comenzaron a temblar. Como los cachetes caídos de un fiero bulldog que está a punto de atacar. Estaba preparándose para asesinar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro