𝟹𝟸. 𝙰𝚝𝚛𝚘𝚣 𝚊𝚙𝚊𝚛𝚒𝚌𝚒ó𝚗
—¿Prisionero?
Hagler se cruzó de brazos. Era evidente que no creía ni una sola palabra de lo que Samuel decía.
—Debes saber que, si te lo cuento, si te enteras de qué es y qué hace aquí, entonces con toda seguridad lo tendrás presente en tu vida. Tu energía descenderá de vibración debido a que intentas comprender algo que pertenece a estratos de lo más inferiores. Por ende, serás más susceptible a verlo.
—De acuerdo —soltó Brent fastidiado por tanto rodeo.
Samuel miró hacia la calle y luego hacia arriba en los ventanales de los departamentos a su alrededor, asegurándose de que nadie más escuchara aquello.
—Holly me dijo que él no era más que un prisionero de otra dimensión, un ser siniestro tan temible y cruel que fue confinado a este mundo por autoridades que ni siquiera podemos imaginar. Estuvo exiliado durante demasiado tiempo, solo... en la oscuridad que se convirtió en lo único conocido. Hasta el momento en que comenzó a sentir que esencias muy similares a la suya poblaban ese mundo, aunque alejadas de él. No podía hacerles daño... —Samuel tomó aire antes de proseguir—. Con paciencia y lentitud se fue acercando a esas presencias que percibía al comienzo solo como murmullos, golpes, sonidos poco claros. Vagando entre las tinieblas de su dimensión, acechaba a los humanos que por momentos lograba ver con total claridad. Fue entonces cuando se dio cuenta de todo; y es que únicamente con el terror, la violencia y el asesinato, los seres humanos éramos visibles para él. Cuando el hombre retrocedía hasta sus aspectos más primitivos, funcionaba sin saberlo como una especie de puerta hacia una percepción igual de inferior y salvaje que el interior de eso, otorgándole la oportunidad de visitar por breves instantes nuestro mundo, libre para hacer lo que desease.
» No obstante, la energía de un simple humano no era suficiente para mantenerlo fuera de su celda por mucho tiempo, de modo que tuvo que recurrir a personas que le ayudasen a mantenerse por más tiempo en nuestra dimensión.
—Holly —murmuró Hagler al tiempo que sacaba un cigarrillo y lo encendía con avidez. Samuel asintió.
—Pero ella no es la única, ni ha sido la primera. Por alguna razón las almas humanas son demasiado poderosas cuando brillan con el calor de un propósito. Y por desgracia él lo descubrió, y no solo eso, sino que además logró torcer esa energía hasta adecuarla a sus deseos.
—¿De qué manera?
—Cuando ese propósito es dirigido por el odio, la sangre y la muerte, entonces la energía desciende, haciéndolo más poderoso. Desde hace tantos años, ÉL se ha puesto en contacto con aquellos humanos que considera idóneos para perpetuar su libertad, dotados de una maldad sobresaliente. Les promete cumplir con sus deseos de venganza y violencia a cambio de alimentarse de esa preciada energía oscura. El precio es distinto para cada persona, y nadie puede hablar sobre ÉL.
—¿Tú también pactaste con eso? —Samuel guardó silencio—. ¡Malditos enfermos! ¿Cómo pueden ser tan idiotas para meterse con algo así? Suponiendo que crea en tus palabras, porque a decir verdad encuentro todo este cuento de lo más ridículo.
Dio una bocanada al cigarro, pero este ardió de tal forma que el detective tuvo que arrojarlo con premura al sentir el fuego quemando su rostro. El pitillo cayó en un charco de agua sucia, sin embargo, continuó encendido hasta crear una pequeña hoguera que formó, ante sus ojos, una nítida cruz invertida. Samuel se hizo a un lado sin dejar de observar el rostro fruncido de Hagler.
—¡Qué diablos! —exclamó el detective al tiempo que limpiaba su rostro.
Las cejas y pestañas, así como el cuidado bigote se le habían chamuscado levemente.
—ÉL está aquí —murmuró Samuel.
—¿De qué diablos hablas? ¿No dijiste que se alimentaba de energía oscura?
—Así es. El miedo también es una energía oscura.
Hagler lo observó, atónito. Era verdad y no podía ocultarlo, tenía miedo. Aunque Samuel no se refería en realidad a él, sino a sí mismo. El detective pudo ver casi con nitidez el terrible temor que inundaba los ojos del hombre.
—De nada te servirá estudiar astrobiología, muchacho. Lo que es ÉL aún no lo ha descubierto el hombre.
—No es por eso por lo que quiero estudiarlo —dijo Samuel disimuladamente, aunque no era verdad en absoluto.
El rubio se sentó en aquel sofá que miraba hacia el exterior, a través de una pared de vidrio que le permitió abstraerse en el espectacular jardincillo.
Se encontraban en el lujoso vestíbulo de un hotel, a las afueras de Hempstead. Holly le había dicho que necesitaba encontrarse con alguien ahí. No quiso decirle con quién, y desde luego que tampoco le interesaba. Solo podía pensar en ÉL y en esa fantástica historia que Holly le había contado.
Aunque al comienzo había rechazado aquella increíble explicación de lo que era aquel ser que se comunicaba con ella, tenía que admitir que comenzaba a interesarse cada vez más y más en ese ente. Y por supuesto, como era de suponer, entre más indagaba, más contacto tenía con eso. Sentía su presencia a los alrededores, escuchaba murmullos por las noches. Voces de niños que clamaban su nombre y le pedían auxilio. Pero Samuel sabía muy bien que eso era maligno, no sería tan tonto como para atender a su llamado. Y, no obstante, a veces se pasaba las noches enteras aferrado a la cama, sudaba y apretaba las sábanas con brusquedad, mordiéndose la lengua para no responder. Haciendo hasta lo imposible por no bajar de la cama y adentrarse a la oscuridad del armario, en donde su diario permanecía siempre que él no tuviera una nueva víctima sobre la cual escribir.
No podía permitirse aquel lujo. No haría más tratos con ÉL del que ya había hecho por medio de Holly. Hacerlo significaría vivir atado a «eso» soportando que se alimentase de él como lo hacía con Saemann. Y cada vez que la veía, ajada, con esa mirada tan vacía que cada día expresaba menos, lo cierto es que la curiosidad se le pasaba; si bien solo por unos cuantos días, pero eran lo suficientes para no inmiscuirse más de la cuenta.
Después de media hora de no hacer más que contemplar el jardín, Samuel notó que Holly se levantaba con brusquedad. Un hombre y una jovencita no mayor de dieciséis años estaban pidiendo una habitación. Saemann se les acercó sonriendo de modo mordaz con cada paso que daba hacia ellos y ante la mirada estupefacta de Samuel, quien sabía bien que Holly estaba a punto de reclutar a uno más...
Nona entró a su departamento hecha una furia. Arrojó el bolso al suelo y se quitó las vertiginosas zapatillas para acto seguido, desplomarse en la silla del comedor. Estaba harta de tener que lidiar con tanta presión. Holly no dejaba de comérsela viva en el juicio, era algo que no comprendía si era evidente que lo ganaría con la mano en la cintura. Y para su maldita suerte, Samuel tenía que aparecerse ahí, seguramente había ido con la única intención de hablar con Brent. Y en esos momentos quién sabe qué diablos estaría contándole. Quizá le diría todo acerca de su plan, de los hilos que había estado moviendo para tener todo a su favor, y por supuesto, a favor de Holly Saemann.
Quiso llorar, hacer un berrinche y destruir el departamento entero. No deseaba que Brent lo supiera, sería capaz de cualquier cosa con tal de evitar que su reputación se viera manchada ante él.
Sí, estaba segura de que Brent la odiaba, sentía repulsión por ella y por todo lo que representaba. Comprendía que a esas alturas no importaba demasiado si llegaba a enterarse de lo planeado con Samuel. No obstante, no podía evitar sentir ese hondo abismo oscuro creciendo dentro de su pecho. Ese que consumía todas sus esperanzas e ilusiones. Había deseado terminar con el juicio y esperar un tiempo prudente para volver a buscarlo. Absurda había pensado una y mil veces conquistar a Hagler una vez más, tal y como lo haría una colegiala con su amor infantil. Pero no, ya ella era toda una mujer, deshecha e incompleta, eso era cierto, pero con todo el derecho de ser feliz. Y, aun así, no se sentía digna de un hombre como Brent Hagler.
Cerró los ojos y suspiró hondo en un intento por deshacerse de aquellos pensamientos. Por el momento no había nada más importante que el juicio de Holly. Tenía que continuar, costase lo que costase. Debía tener algo bajo la manga. ¿Pero qué?
Soltó un suspiro de fastidio y se levantó para ir en busca de lo que tan pronto se había convertido en su más valiosa adquisición; el diario de Samuel. Volvió a sentarse en el recibidor, pensando en cuántas veces se había sumergido en él, ¿y en el de Holly? Tantas que era imposible hacer un cálculo. Aquellas palabras siniestras parecían clavarse cada día más en su alma. Y no sabía por qué, pero algo dentro de ella se identificaba con esos dos asesinos que tanto daño habían cometido en el pasado.
¿Sería que comenzaba a convertirse en algo parecido a ellos? Ya sus manos estaban manchadas con la sangre de Boris. Ella fue quien pidió que fuese asesinado y esperaba que sucediera de una forma atroz y desalmada. Pero, lo había hecho con el afán de vengar el daño que Holly y Christopher habían padecido en sus garras. ¿Acaso eso no revelaba algo de bondad en su corazón? ¿O era que el deleite que podía sentir en las palabras de Saemann e incluso Samuel a través de sus diarios comenzaba a influir en ella?
No estaba segura de nada, y tampoco nadie podría asegurárselo, de modo que una vez más volvería a entrar a su mundo...
Holly necesitaba encontrarse con alguien en el "Nill's", y claro que como ahora soy su maldito sirviente, he tenido que llevarla yo. No me importó demasiado en realidad. Porque su "elegido", como ella lo llamaba, estaba tardando demasiado en llegar, así que fue el momento perfecto para indagar un poco acerca de ÉL.
Ella dice que es un ser sin cuerpo, que este se lo arrebataron lentamente. Que fue desollado y cada tajo de su piel arrojada a distintos lugares del espacio infinito, para que de esa manera nunca más pudiera restituirse. No sé qué demonios hizo en vida, pero estoy seguro de que no fue nada agradable.
Ella desde luego se encuentra fascinada con la oportunidad de tener de su lado a un ser como ese, pero yo no estoy seguro de que sea tan bondadoso como para mantenernos a salvo por mucho tiempo. Lo que hacemos se sabrá algún día, de eso estoy completamente seguro y, sin embargo, no puedo dejar de matar.
Después de un tiempo de tediosa espera, Holly se puso de pie como un rayo y se acercó a la recepción en donde un hombre, —quien seguramente sería su reclutado— y una chica, esperaban la llave de su habitación. No sé qué les dijo, pero de alguna manera pudo convencerlos de permitirle subir con ellos.
Salí del hotel para esperar afuera. Estaba seguro de que iba a haber un asesinato y con todo lo que he hecho no quería estar ahí por nada del mundo, así que me senté en la acera frente al hotel. Mientras esperaba, no pude evitar el seguir pensando en ÉL, y en lo que es. ¿Un ser de otra dimensión? Y si es así, ¿cómo puede ser capaz de concedernos todos nuestros deseos como si se tratase de una especie de genio del Infierno? Aún estoy confundido por ello, pero tengo que saberlo.
Después de unas horas, Holly salió con esa misma sonrisa de oreja a oreja. Se acercó a mí y me pidió la libreta de cuero que acababa de comprar especialmente para la ocasión. Yo la saqué de mi mochila y se la extendí. Cuando ella volvió sus pasos a la entrada del hotel, se la dio a la chica que había visto subir junto a Holly y ese hombre. Al parecer me había equivocado. La maldad no necesariamente sigue una norma en edad o en género. Y en esos momentos, cuando sus ojos voltearon a mirarme, pude darme cuenta de que ese hombre había muerto quizás de una forma inconcebible; los ojos de esa chica no expresaban más que maldad.
Hasta ahora no sé a cuantas personas ha reclutado Holly, supongo que docenas. Lo que no logro entender es, ¿por qué decidió que yo me quedase a su lado? ¿Por qué no esa chica a la que a leguas se notaba su perversidad?
Supongo que algo hay en mí, algo que le hace sentir cómoda con mi presencia, algo que por el momento me hace sentir a salvo, pero ¿por cuánto tiempo?
Nona despegó la vista de la libreta de cuero.
—Por supuesto —susurró—. Las preferencias de Samuel son parecidas a las de Christopher. Por ello Holly fue tan descuidada a su lado, por eso le contó todo acerca de esa entidad que la sigue a todas partes. El amor que ella sentía por su hermano terminó por hacerla creer ciegamente en Samuel. Irónicamente, esa única muestra de humanidad en ella terminó siendo su perdición.
Después de lo que acababa de presenciar, decidió creer por el momento en las palabras de Samuel, pero nadie podía verlo hablando con él
Después de lo que acababa de presenciar, decidió creer por el momento en las palabras de Samuel, pero nadie podía verlo hablando con él. No en esos momentos en que la victoria en el juicio contra Saemann pendía de un hilo. De modo que ambos accedieron en verse al día siguiente, muy lejos de Oyster Bay.
No sabía si esa decisión la había tomado por mera precaución o solo estaba muerto de miedo ante lo acontecido y moría por volver a casa; y lo cierto es que le importaba muy poco o nada. Lo único que deseaba era tomar el auto, largarse de ahí y tratar de olvidar lo que acababa de pasar. Desechar de su mente aquella inmensa cruz invertida que se esfumó de la misma forma en la que había aparecido, dejándolos perplejos y sin saber de qué manera reaccionar.
De modo que se vio completamente solo, volviendo hasta el juzgado para recoger el auto que había dejado aparcado ahí, ante la oscuridad de la noche que comenzaba a pintar el cielo despejado.
No había una sola persona en las avenidas, ni un solo ruido que delatara la presencia de alguien más por los alrededores y, sin embargo, Hagler se sentía extrañamente observado. Una sensación de desolación lo envolvió de pronto y después de unos minutos, algo a lo lejos detuvo su andar apresurado.
En la acera, frente a él, algo se había movido, pero no lograba discernir qué. Aguzó la vista al tiempo que cruzaba la calle para no tener que cruzarse con eso. Pensó que tal vez se trataba de una rata comiendo algo, o quizás un gatito herido. Era muy común en una calle tan transitada como aquella. Pero algo lo puso nervioso; tal vez el innegable susto que había pasado apenas unos minutos atrás, cuando aquella cruz de fuego se elevó tanto que chamuscó los rostros de él y Samuel, quienes no tuvieron más opción que salir despavoridos de un sitio tan poco favorecedor.
Mientras más se acercaba al lugar, Brent sentía que menos podía distinguir lo que ahí se movía de modo abrupto. Definitivamente tenía que ser una rata inmensa. Había escuchado que en las alcantarillas de Oyster Bay habían encontrado apenas un año atrás un colosal roedor de un metro. Un hecho aterrador por sí mismo, pero desgarrador si a ello se la aunaba la noticia de que, al asesinarlo, los policías y hombres del pueblo descubrieron que dicho animal estaba devorando a un bebé recién nacido al que habían abandonado en las calles. Desde luego que aquello último no había sido más que una noticia amarillista y falsa. Pero, quizás este era uno de esos roedores.
Más decidido que nunca a no acercarse demasiado, el detective se pegó a la pared de la acera sin dejar de mirar al otro extremo de la calzada a aquel animal peludo que parecía devorar algo. Ajeno a la figura que intentaba pasar a su lado, unos metros lejos de él hasta que los pasos de Hagler lo hicieron detenerse. El detective menguó sus pasos sin poder quitar la vista de aquello que en esos momentos pudo definir como una cabecilla; la mata desgreñada de cabellos se movió de modo pausado y brusco, hasta que el hombre pudo ver con total nitidez el rostro de una niña de ojos irisados que se encontraba echa un ovillo en el pavimento.
Cuando esta se dio la vuelta para mirarlo mejor, la cabeza de lo que parecía un bebé pequeño, casi devorada por entero, cayó de sus manos sucias. El detective ahogó un grito de susto y dio media vuelta, apretando los ojos con brusquedad. Continuó caminando, esta vez con paso apresurado y vigilante. Pero no le dio el gusto de verlo corriendo como un niño asustado. Aquello no era real, no podía serlo, pensó, y ese pensamiento pretendía insuflarle algo de valor.
Sin embargo, su curiosidad lo obligó a tornar la cabeza una vez más; la pequeña se acercaba a él y para su sorpresa, lo hacía sin pierna alguna. Tenía cuatro extremidades, eso era cierto, pero las cuatro no eran más que brazos lánguidos y mugrientos que arrastraba con dificultad en la acera. Aunque su rostro, y aquella malévola sonrisa, eran aún más grotescas que cualquier deformidad que pudiera observar en ella.
Se tornó de nuevo, agradeciendo a Dios o a cualquier entidad divina el poder ver a unos pasos el estacionamiento, y la luz que, como un rayo salvador, salía del juzgado.
Sin embargo, aun cuando puso un pie en el lugar y volteó, seguro de que la niña no lo seguiría más, apretó los puños con rabia y desconcierto al notar que ésta continuaba detrás de él, sin desistir en su intento de acercarse a él. Había algo en su mirada, esos dos pozos rojos que no dejaban de observarlo con voracidad. El sonido que brotaba de aquella pequeña garganta era aterrador y a Hagler le recordó un perro enorme que está siendo consumido por la sed.
Quizá pensaba devorarlo.
Eso es lo que le vino a la mente al detective que continuó su huida hacia el auto cuando observó aquellos ojos demoniacos.
Sacó las llaves como pudo, y en su intenso paroxismo de terror, la dejó caer en el pavimento. A unos metros lejos de él, se encontraba aquello que continuaba arrastrándose, mostrando la lengua que babeaba sangre.
Brent pudo abrir la portezuela del auto finalmente, la abrió con terror y entró en el auto echando el seguro tras de sí. Lo puso en marcha sin dudar un solo instante. Y aunque dudó unos segundos al ver a la niña retorcida interponiéndose en su camino, no tuvo más opción alguna que pasar encima de ella.
Con horror, el detective sintió el golpe que la defensa del auto le propinó en la cara, y después el sonido viscoso y crujiente al ser pisoteada por las llantas del auto. Pero aquel grito, ¡oh, Dios! Ese grito pavoroso que había exhalado al momento del golpe. Esa vocecilla infantil que, con un desgarramiento de su garganta había implorado por auxilio para apagarse con brusquedad, fue suficiente para hacerlo detener y salir del auto a toda velocidad.
Sin embargo, al mirar a los alrededores e incluso debajo del auto, no pudo encontrar ni un leve rastro de que aquella criatura se hubiese encontrado ahí. Quedando desconcertado, con el corazón a mil y como un demente ante las miradas de los abogados que en esos momentos pasaron junto a él sin siquiera darle las buenas noches. Agitado y sin saber cómo responder ante lo que acababa de presenciar.
No sabía si eso había sido tan solo el producto de la sugestión ante lo que Samuel acababa de contarle, o si, por el contrario, aquel prisionero galáctico estaba resuelto a volverlo loco ahora que sabía su identidad.
Quizás estaba ante el comienzo del fin.
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