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𝟸𝟽. 𝙼𝚒𝚌𝚑𝚊𝚎𝚕 𝙱𝚊𝚛𝚔𝚎𝚛

Hagler recibió aquella mañana invernal con la terrible noticia que se esparció por todo Oyster Bay. Era como una cruenta ola imparable que atravesó las distancias gracias al viejo boca a boca tan acostumbrado en el pueblo. El cadáver de un hombre mayor había sido encontrado brutalmente asesinado en las afueras de Oyster Bay Cove.

Cuando su afable vecino, Thomas Norton le había comentado parte del terrible crimen, el detective no le dio importancia alguna al hecho. Sin embargo, al arribar a la comisaría y encontrarse con la noticia de que aquel pobre hombre estaba relacionado con Holly Saemann, una sonrisa perspicaz afloró a sus labios.

—¿Aún tienen el cuerpo en la escena del crimen?

—Así es, los forenses están haciendo el peritaje de costumbre.

—¿Tienes la dirección exacta?

Ryan buscó la información entre una pila de papeles para escribirla acto seguido en una vieja hoja de papel desgastada, sin embargo, no se la extendió a Hagler, sino que la guardó en el bolsillo del saco.

—Esta vez iré contigo. Vamos en mi auto.

Ambos se dirigieron al lugar sin decir palabra alguna. Brent recordaba muy bien a ese tipo, Boris Tarasov. No podía dejar de pensar en lo que Sandra Burroughs le había dicho, sobre que alguien había robado los registros que contenían toda la información sobre el padrastro de Holly. No deseaba pensar que Nona había sido la causante de ello, y mucho menos de ese cruel asesinato. Aunque para él, nada podía estar más claro. No después de enterarse de su relación con Samuel Collins.


Ryan aparcó el viejo Topaz color arena frente a una aglomeración de departamentos. Al bajar, apenas si pudieron colocar un pie frente al otro debido a la gran algarabía que se había hecho paso frente al lugar. Mezcla de reporteros y personas chismosas que acudían al sitio con tal de tener alguna premisa del hecho violento.

Los dos hombres hicieron caso omiso de las preguntas de la prensa y se abrieron paso entre la muchedumbre. Al entrar en el departamento, al instante ese viejo aroma conocido inundó las fosas nasales de ambos.


A los alrededores, al menos diez hombres y mujeres traqueteaban entrando y saliendo del lugar y de la puerta que se percibía al interior. Hagler pudo observar el charco de sangre que se había aglutinado junto al sofá, y el cuerpo del hombre que alguien acababa de cubrir con una manta blanca.

—¿Saben algo? —preguntó Ryan a uno de los forenses, un gran amigo suyo.

El hombre, delgado en extremo se rascó la calva antes de abrir la boca. Sin embargo, una voz en el interior de la cocina le impidió hablar.

—¿Qué quieren ustedes aquí?

—¡Michael, vamos!

—Nada de Michael, vamos. Este caso es mío, Ryan. ¿Qué quieren? ¿No tienes suficiente fama con el caso de la gorda esa, Brent?

—Mi caso y el tuyo podrían estar relacionados —respondió un calmado Hagler, aunque el cansancio era evidente en su tono de voz y sus ojos exangües.

—¿De qué forma? —cuestionó el detective Barker con una expresión de irritada suspicacia al tiempo que metía ambas manos en los bolsillos. Sus ojos celestes pasaban del rostro de Ray al de Brent con desconfianza, mientras aquella mueca de burla tan usual en él se esbozaba en cada facción de su rostro. Era joven, pero se trataba del mejor detective que poseía Oyster Bay. Mucho mejor que Hagler, a quien los años de victorias habían terminado por cansar a sus superiores.

La promesa de una profunda intuición y una lógica pérfida, cruda y realista convertían a Barker en un detective potencial para Oyster Bay, e incluso para todo Nueva York.

—Ese hombre era Boris Tarasov —replicó Brent, provocando en el hombre delgado frente a él una leve elevación de ceja—. Era el padrastro de Holly Saemann.

—De acuerdo. ¿Y se supone que yo debo permitir que metan las narices en mi escena del crimen solo por ese hecho?

—Tenemos razones para creer que el posible cómplice de Holly está implicado en este asesinato.

Hagler echó una ligera mirada de soslayo a su compañero. ¿Por qué demonios habría dicho aquello? Si Barker daba con Samuel, con toda seguridad llegaría hasta Nona.

Sin embargo, el detective de cabellos cortos miró a su alrededor mientras se debatía en silencio entre hacer caso de aquellos dos o echarlos a patadas. El zarcillo en su lóbulo izquierdo brilló con cada movimiento, lo cual provocó que el detective y el abogado frente a él se sintieran hipnotizados por aquella singular alhaja.

—¿Bueno? ¡Digan quién diablos es ese supuesto cómplice! —exclamó, como si no fuera demasiado obvio que, para conocer a detalle los pormenores de la muerte de Boris, necesitaban pagar por esa preciada información.

—No hay nada seguro, Barker, sabes bien que no podemos señalar a nadie sin tener pruebas rotundas de que es culpable. —Esta vez fue Brent quien habló, como para evitar que Ryan soltara de nuevo la lengua.

El detective resopló por lo bajo.

—Entonces me están haciendo perder el tiempo, caballeros —resolvió, chasqueando los dedos en dirección a un par de oficiales que en seguida se aproximaron a ellos con intenciones de hacerlos salir, así sea por las buenas o por las malas.

—Maldita sea, Barker. Eres un chantajista de mierda, ¿lo sabías? —exclamó Brent.

Barker soltó una de esas sonrisas irónicas que tanto lo caracterizaban.

—Por supuesto; soy un buen detective.

Ambos fueron sacados casi a patadas del lugar, ante la mueca de triunfo del detective Barker quien no dejó de mirarlos sino hasta que se perdieron tras los pinos frente a la fachada. Echándose un cigarrillo a los labios.

—¡Maldito! ¡Tenemos que volver y sacarle toda la información!

—No podemos, Brent. ¿Acaso no lo escuchaste? Ese caso es suyo, si quieres obtener algún tipo de información de su parte, tendrás que darle lo que quiere. Sabes bien cómo se las gasta para salirse con la suya.

—No, Ryan. No podemos hablarle sobre Samuel. Perderíamos el control en el caso, además, ni siquiera estamos seguros de que él...

—Por favor, Brent. ¿Quién más intentaría asesinar a ese malnacido? Está bien, era un idiota, pero no se asesina a sangre fría a alguien solo por ser idiota.

Hagler entró al auto seguido de su compañero, quien enseguida encendió el motor y emprendió el regreso a la comisaría.

—Lo sé, pero...

—¿Pero? —Ryan lo miró con unos ojos desconcertados.

—Nada, olvídalo. Tenemos que encontrar la forma de acceder a esa información. Necesito saber si ese hombre sufrió algún tipo de abuso físico.

—Hagler, según los chismes, casi le cercenaron la cabeza con un cuchillo de cocina, ¿quieres más abuso que ese?

—Me refiero a abuso sexual, postmortem. —Ryan tornó la cabeza hacia él tan rápido que casi se lastimó el cuello, Hagler asintió—, Samuel era un necrófilo.

—¡Diablos, Brent! ¡¿Cómo diablos sabes todo esto?! ¿Acaso tienes un informante o algo parecido?

El detective echó la vista a la acera. Entornó los ojos y respondió:

—Algo parecido. —Quizás, después de todo, Holly podría darle alguna pista sobre el caso.


La abogada taconeó hasta las puertas del departamento jurídico del estado. Aquella mañana estaba más sonriente que de costumbre, y su atuendo era aún más sugerente. Acababa de escuchar las últimas noticias acerca del cadáver encontrado en un pequeño departamento en Oyster Bay Cove. Por supuesto que al instante una sonrisa torcida se dibujó en su cara, y la alegría trepó hasta su cabeza haciéndola sentir orgullosa de Samuel e incluso de sí misma al optar por él como cómplice.


Estaba segura de que jamás se enterarían de que había sido él, y si eso llegaba a suceder, nada podría ligarla a él de forma alguna. Todo estaba saliendo a pedir de boca. Ahora podría arrojar todas sus armas contra Ryan Carter y por supuesto, Brent; a quien comenzaba a odiar con toda su alma pese al intenso y desconcertante amor que le hacía padecer. Ganaría el caso de Holly, la considerarían incompetente y la enviarían al centro psiquiátrico de Oyster Bay en donde podría salir en tan solo cinco años o menos. Ella se aseguraría de conservar el pellejo y obtener la preciada información que Holly ocultaba, además de liberarla del terrible odio hacia Boris, que solo significaría en más muertes a manos de ella.

—¿Ya saben cuándo será el juicio, Nona? —quiso saber la esbelta recepcionista. Una mujer de mediana edad que fruncía el ceño y apretaba los puños con envidia cada vez que veía a la abogada paseándose de modo campante por el edificio. Ansiaba tanto verla partir de vuelta a Nueva York.

—Mañana mismo —sonrió ella. Su respuesta evocó una media sonrisa en los labios de la recepcionista.

—¿Y no estás nerviosa?

—Para nada —afirmó Nona mientras firmaba el libro de visitas—. Es pan comido —canturreó, alejándose hacia los elevadores. La mujer viró los ojos con fastidio. Además de ser una presumida, estaba el hecho de que defendía a una mujer por demás odiada en el pueblo. Un ser deleznable.

Aquella tarde, Nona salió de las oficinas con la misma sonrisa con la que había llegado. Pensaba hacerle una pequeña visita a Samuel, pero por alguna razón, algo la detenía. No era que no deseara verlo, de hecho, lo ansiaba. Necesitaba conocer a detalle los pormenores del asesinato de Boris, pero... ¿Y si lo veía cambiado? ¿Qué si la sangre asesina volvía a enfría su cuerpo y su alma?


Se montó al auto y se dirigió a casa. Al día siguiente todo daría inicio. No tenía miedo, las pruebas que había logrado recabar le bastaban para creer que tenía la victoria asegurada. Después de todo, ¿qué haría Hagler para ganar? ¿Mostrar el diario de Holly? ¿Decirle al jurado que esa caníbal tenía una especie de pacto con el diablo o sabrá Dios con qué entidad sobrenatural y por ello la naturaleza de sus homicidios? Ni siquiera ella que había sido víctima de extrañas apariciones podía terminar de creerlo. Y mientras el diario de Samuel continuara en su poder, nadie podría tocarlo a él ni a ella. La muerte de Boris terminaría siendo un gran misterio.

Al llegar al departamento, la mujer se dispuso a hojear una vez más los informes de la averiguación. Tenía en su poder gran cantidad de fotografías de la casa de Holly al momento de su detención. Al parecer, los vecinos habían comenzado a quejarse del pestilente aroma que brotaba de su hogar. Cuando una mujer, presuntamente amiga de Saemann, le pidió que hiciera algo con ese olor, e incluso se ofreció para ayudarle a limpiar, Holly enloqueció y comenzó a golpearla frente a todos. Era de esperarse que la presión de tener que esconder por sí misma todos esos cadáveres la tenía con el agua hasta el cuello.


Sin embargo y pese a ello, los vecinos no podían creer que la razón para el pútrido olor que despedía de aquel sitio se debiera a un hecho tan siniestro. Jamás habían escuchado o visto nada que los pusiera alertas. Holly no acostumbraba a tener invitados, aunque sí que habían notado cierto cambio en ella. Solía ser tan amable con todos y organizar parrilladas de vez en cuando, y de un tiempo a la fecha su carácter había comenzado a cambiar de modo radical, así como su buen humor. Pero nada ni nadie los había preparado para la cruda y sangrienta realidad.


Nona preparó el folder con los informes psiquiátricos con cierta sonrisa impregnada en el rostro. Una sonrisa maliciosa y peculiar, como aquél que se siente exultante de triunfo. Estaba convencida de la victoria. Holly sería catalogada como una demente más, ella salvaría su pellejo y además obtendría al fin la preciada información que requería de la caníbal.

Desde el primero momento, cuando esta se había comunicado con ella pidiéndole su representación jurídica, Nona se había atrevido a imaginar en su bolsillo el caso ganado. De modo que, aunque al comienzo había tenido sus inseguridades respecto a los crímenes tan atroces de la mujer tras la línea telefónica, lo cierto es que su propuesta le resultó exquisita al instante. Sin mencionar que el ganar un caso como ese le vendría muy bien a su carrera.


Suspiró hondo, aliviada al fin de saber que por la mañana el juicio sería retomado. Pronto podría marcharse de aquel aburrido y pretencioso pueblo en el que solo recibía desprecios y comentarios malintencionados sobre su relación con Hagler y su defensa hacia Holly. Pero eso no importaba ya. Pronto podría largarse de una buena vez, y ya había decidido hacerlo sin siquiera mirar hacia atrás.



Brent llevaba más de dos horas esperando frente a la mansión de los Collins

Si Samuel hacía algo inusual, si pretendía dejar el pueblo o salir en busca de una víctima más, el detective lo detectaría enseguida.

Estaba más que convencido de que él era el culpable de la muerte de Boris, y de que Nona también estaba al tanto de ello. Pero, lo que no lograba concretar era; ¿con qué objeto? ¿Como una venganza de Holly? Por alguna razón, a Hagler le costaba creer eso. De ser así, ese hombre habría estado muerto años atrás. No tenía sentido alguno que justo ahora, después de tanto tiempo, Saemann decidiera tomar su preciada venganza, y aunque fuese una gran posibilidad, veía absurdo el que la mujer desperdiciara una oportunidad tan valiosa de asesinarlo con sus propias manos. Todo aquello no tenía sentido para él, pero pensaba averiguarlo a toda costa así tuviera que permanecer en ese lugar durante la noche entera.


Había comprado un vaso de café caliente y ahora esperaba paciente a que Samuel diera señas de encontrarse en casa. Y aunque así no fuera, Hagler sabía bien que tendría que volver en algún momento y, no obstante, algo le decía que ese hombre se encontraba ahí. Casi podía percibir su esencia deambulando por cada rincón de la casa. Incluso a pesar de que esta se encontrara en penumbra. Era como una intuición, una sensación que lo hacía sentir seguro de sus pensamientos.



Samuel se cubrió el rostro y se peinó los rubios cabellos hacia atrás.

No podía dejar de observar el pequeño rincón junto a la cómoda de sus padres. Ese lugar que antaño había servido como su escondite predilecto, ahora parecía mucho más oscuro. Un lugar manchado.

Durante años lo había considerado como el sitio especial en el que aún yacía su humanidad; ajada y exangüe, pero existente. Sin embargo, lo que había hecho la noche anterior terminaba por mutilar ese minúsculo residuo de humanidad. Ahora, las turbias paredes a su alrededor representaban los límites de su propia esencia. Se encontraba atrapado por sus actos, por las muertes perpetradas, por la suciedad de su ser.


No podía llorar más, las últimas lágrimas habían terminado por consumirse en el fuego de la desesperación e impotencia. No había nada más que pudiera hacer salvo lamentarse. Si algo había aprendido a lo largo de los años, era que el pasado es un monstruo, cruel e inmutable que no puedes evitar por más que lo intentes. Una celda de la cual es imposible escapar. Y él se había encargado de forjarse una lo suficientemente fuerte y despiadada como para sufrirla para siempre.



El detective Barker era un hombre inteligente y perspicaz, dotado de una poderosa capacidad para obsesionarse. Una cualidad que le valía cada caso ganado. Trabajaba siempre en solitario, pero haciendo uso de todas las herramientas a su disposición con tal de asegurar el triunfo, ya sea que estas fueran aprobadas por la ley o no. Y desde luego que era evidente que la inesperada intromisión de Brent Hagler en el departamento de Oyster Bay Cove, aunque breve, hubiese clavado en su mente esa conocida espinita de curiosidad que en hombres como él tendía a crecer a cada segundo hasta tornarse en una poderosa obsesión que no deja espacio ni siquiera para el sueño.


Lo cierto es que, aunque esa mañana había deseado olvidarlo, tal y como se olvida el aburrido saludo de los compañeros de trabajo al iniciar el día, era imposible ignorar la presencia de Brent en su escena del crimen. Conocía muy bien a Hagler y sabía que ese hombre nunca ponía un pie frente al otro sin estar seguro del camino. Si él tenía ya a un sospechoso, entonces casi podría afirmar que estaba en lo correcto.

Ahora debía dar con el nombre del sospechoso. Tenía que llegar a una conclusión o de lo contrario no podría volver a dormir hasta dar por terminado el caso.

Por esa razón lo había hecho seguir.


Al parecer, el detective había estado esperando algo o a alguien frente a una avenida bastante concurrida en Hampstead, y según su informante, no parecía tener intenciones de volver a casa a pesar de la hora.

Michael Barker deslizó su dedo pulgar sobre la pequeña pantalla del celular que se iluminó con el contacto. Era verdad, ya pasaba de la media noche.

Sin embargo, se acomodó en el sofá. Seguramente el flojo de Kurt le daba tal información justo en esos momentos para que él accediera dejarlo marchar, pero eso no sucedería. No podía quitarle el ojo de encima a Brent, ese chico tendría que quedarse toda la noche ahí de ser necesario si es que deseaba acceder a la unidad de homicidios. De modo que envió el mensaje de texto con la orden de no volver hasta haber obtenido algo de información, apagando el celular acto seguido.

Suspiró hondo mientras sacaba el acostumbrado Marlboro gold, indispensable cuando trabajaba en un nuevo caso.

Por alguna razón, intuía que este sería interesante.

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