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𝟸𝟺. 𝙲𝚘𝚗𝚜𝚙𝚒𝚛𝚊𝚌𝚒𝚘𝚗𝚎𝚜

Brent volvió a la comisaría en Oyster Bay Cove con la plena intención de conversar una vez más con Holly. No sabía por qué diablos, pero esa mujer lo atraía de modo extraño. Era como si lo conociera todo de él, de la misma forma en la que él lo sabía de ella. Se sentía inexplicablemente a gusto con ella, como si pudiera ser él mismo ante su presencia.

Patsy no se encontraba en su área acostumbrada. Era de esperarse, pues rara vez se le podía ver ahí durante el día, solía pedir sus turnos laborales para la noche. Cuando abrió la puerta de cristal y se encontró con Nona, quien recién salía de la entrada que conducía a las celdas, algo en su interior se removió con fuerza.


La abogada bajó la mirada en cuanto sus ojos se cruzaron, intentando distraer sus repentinos nervios en los papeles que tenía que firmar para dar por finalizada su visita. Después se dirigió al detective. Aún tenía la nota en la mano, pero no sabía si en verdad debería entregársela. Esperaba al menos poder leerla, pese a la advertencia de Holly.

Después de todo, la curiosidad era una gran enemiga para ella. No obstante, en cuanto estuvo frente a él y se dio cuenta de que habían transcurrido un par de segundos sin que ninguno de los dos se animara a decir algo, Nona se vio obligada a extender la nota en su dirección.

—De Holly... o, mejor dicho, de ÉL... —pasó de largo después de que Hagler cogiera el papel, con una evidente mueca de confusión en el rostro.

No intentó detenerla, por el contrario, continuaba resuelto a no inmiscuirse más en un asunto que les venía grande a ambos y que solo conseguiría hacerles daño.


Abrió la nota con cautela, como si temiera que algo malo pudiera salir de ella y leyó con avidez.


¿Ha encontrado ya a mi siguiente víctima? Tengo tanta hambre por el asesinato, que no sé por cuánto tiempo más podré resistirme a destruirla y bañarme en su sangre.

Le queda poco tiempo.


Hagler suspiró hondo mientras apretaba el papel, retorciéndolo entre sus dedos. Lo guardó en el bolsillo del pantalón y firmó la orden de visita, entregando algo de dinero a la encargada de ese día, quien ordenó que el detective fuera escoltado al cuarto de interrogatorios justo en donde se encontraba Holly en esos instantes. Aún no la habían trasladado a su celda.

Cuando Hagler entró en la habitación, percibió cierta chispa refulgiendo en los ojos de la mujer caníbal, quien sonrió de forma espontánea.

—¡Vaya, qué sorpresa!

—¡¿Quieres decirme qué diablos significa esta mierda?! —exclamó él arrojándole la hoja a la cara.

Holly se apresuró a tomarla y desenvolverla, buscando las palabras. Muerta de la curiosidad por saber lo que contenía. Al leerla, dejó escapar una siniestra sonrisa, mirándolo a los ojos.

—¿Qué ocurre? ¿Acaso te habías olvidado ya de ese inocente?

—¿En verdad existe un inocente en peligro?

—Supongo que sí, ahí lo pone más que claro.

—¿Quién? ¿ÉL?

—Exacto.

El detective bufó por lo bajo y tomó asiento con cierto pesar y cansancio en la mirada.

—Sabes bien que este caso está ganado, Holly. ¿Para qué desperdiciar tus fuerzas en crear artimañas absurdas? Comprende que el hecho de que trajeras a una gran abogada desde Nueva York, y me hagas creer que hay alguien más ahí afuera que necesita mi ayuda no impedirá que pases tus últimos minutos en el corredor de la muerte.

—Podremos recorrerlo juntos, ¿sabes? Tu inocente y yo. Si me envían directo a la inyección letal soy capaz de hacer cualquier cosa por destruirlo. Aunque no sé aún de quién se trate.

Hagler frunció el ceño.

—¿Cómo que no sabes de quién diablos se trata?

—Por favor, Brent. Deja de hacerte el estúpido, ¿no has leído mi diario aún? Todo está ahí.

—El jodido diario, ¿eh? Entonces, ¿debo suponer que todo este circo ha sido propiciado por un ser demoniaco o algo parecido?

—Algo parecido, sí. Pero no es él quien monta todo este espectáculo, prefiero pensar que es una especie de espectador, nosotros somos el circo, mi querido Brent.

—De acuerdo —reposó su espalda en el asiento de metal en una pose más que relajada, dispuesto a mantenerse en ese lugar todo el tiempo que fuera necesario con tal de esclarecer todas sus dudas—, es algo así como un ente demoniaco. Pero no me sirven los "algo así", necesito respuestas. ¿Qué es ÉL en realidad?

—¿En verdad quieres saberlo?

—Así es, Holly. En verdad lo deseo.

—¿A costa de todo? Pueden sucederte cosas espantosas una vez que sepas quién es él.

—Me arriesgaré.

Holly esbozó una media sonrisa, tenebrosa y perspicaz mientras observaba pasar los segundos en la mirada de un Brent que con cada instante se tornaba más y más a la expectativa.

—Hagler, ¡el comisionado! —exclamó Nicolle al tiempo que introducía la llave en el candado y corría el pestillo. Entró a la habitación, seguida de dos guardias más, mismas que se dispusieron a soltar a Holly y dirigirla de nuevo hacia su celda. El detective no pudo dejar de ver esa sonrisa aún estampada en su rostro mientras ella se dejaba conducir por las mujeres.

Se aproximó a ella, aunque solo fuera para verla una vez más, pero Nicolle se interpuso en su camino.

—Necesito saber algo más... —dijo él.

—Más tarde, Brent. Por favor, vete. Tu visita no ha sido aprobada por el departamento correspondiente, si te ven aquí puedo perder mi empleo.

—Pero.

—Por favor, compréndelo —alegó la mujer mientras halaba de su saco para hacerlo salir por la puerta de emergencia.

El detective salió lleno de una furia intensa que no podía controlar. Caminó hacia el estacionamiento con paso enérgico y abrió la portezuela del auto. No tardó ni diez segundos en ponerlo en marcha y alejarse de ahí a toda velocidad.



Samuel arrancó la última hierba del jardín.

Miró embelesado las resplandecientes rosas rojas cuyos rocíos caían frente a sus ojos, cual lágrimas sobre la mejilla de un rostro perfumado. Nunca le había dado especial atención al jardín trasero, pero de unos meses a la fecha, y mirando aquel sitio tan descuidado que en años anteriores había refulgido con estupendos colores y aromas; una vaga añoranza se apoderó de su ser orillándolo a salir en busca de las flores más bellas con las qué adornar aquel espacio turbio y vacío.


Se puso de pie sin dejar de observarlas. El cuidado constante estaba impreso en cada uno de los pétalos y él se sentía satisfecho con el magnífico resultado. Frente a sus ojos, el verdor y colorido de rosas, girasoles, amapolas y violetas, le agradecía con un espectáculo digno de admirar. A veces le resultaba extraño mirar aquel pequeño jardín y darse cuenta de que eran ni más ni menos sus propias manos las causantes de tanta belleza. Sin embargo, se relajaba al instante.

Esas flores no conocían de la oscuridad de su alma, ignoraban por entero la maldad de ese mundo.


Dejó escapar un leve suspiro que se vio interrumpido por el sonido chirriante del timbre. El hombre se aproximó a la puerta al tiempo que se quitaba uno de los guantes de jardinería. Al abrirla no pudo evitar que naciera una sonrisa interna. Frente a él se encontraba Nona, esperando a ser recibida detrás de la reja negra.

—Cuando me pediste la dirección jamás creí que en verdad vendrías —le dijo a modo de saludo.

Nona le obsequió una amplia sonrisa al tiempo que se acomodaba las gafas oscuras.

—Ya lo ves, soy una mujer muy decidida.

El rubio la invitó a pasar, entrando junto a ella a la imponente casona. Al momento de cerrar la puerta, un taxi arribó al otro extremo del pequeño parquecillo al frente. De él bajó un hombre mayor con interesante personalidad, ataviado con un elegante traje grisáceo.

Sus ojos verdes se dirigieron enseguida a la casa de los Collins, pero de momento no vio movimiento alguno. Por supuesto que no esperaba ver algo justo en el instante de llegar, de modo que resolvió por seguir el plan y tomar asiento en una de las bancas desde la cual, Brent podría tener una visión perfecta del lugar.



—¿Estabas trabajando? —preguntó ella al ver cómo Samuel se quitaba el guante de jardinería.

—No en realidad. Solo arreglaba un poco el jardín.

Nona frunció el ceño sin saber a ciencia cierta si conocer esa parte de Samuel le provocaba gracia o sorpresa, quizás se trataba de una mezcla de ambas.

Samuel la guio hasta el recibidor, ante la expectación de la abogada que no disimulaba en lo absoluto su estupefacción al encontrar el lugar acogedor en extremo, de un mobiliario lujoso, anticuado tal vez, pero costoso, en definitiva.

—¿Deseas tomar algo?

—Nada, descuida.

Él asintió y se dejó caer en el sofá frente a ella.

—¿Y bien?

—¿Y, bien? —repitió la mujer.

—¿Ya tienes toda la información sobre Boris?

—Por supuesto —dio un respingo ella al extenderle el sobre que llevaba en mano, el hombre lo cogió sin mucho deseo—. Ahí no solo encontrarás fotografías recientes de él, sino una detallada información de su itinerario. Los días que sale a hacer sus compras, cuantas veces a la semana se reúne con un par de viejos amigos que viven a unas calles de la suya, la hora en la que suele irse a la cama. En fin, todo.

—¡Vaya! ¿Y puedo saber quién ha sido tu informante? —La mujer se mordió el labio inferior y el rubor trepó a sus mejillas. Samuel enarcó una ceja—. ¿Lo has hecho tú? —Nona asintió—. ¿Desde cuándo tienes este plan en mente?

—Mucho antes de contactarte. En realidad, pensaba hacerlo por mi cuenta, pero...

—No es tan sencillo, ¿cierto?

La castaña movió la cabeza en negativa.


Samuel esbozó una de esas sonrisas infernales que a la mujer le producía cierta perlesía en todo el cuerpo para después hacerla temblar por completo. Samuel se puso de pie, y a Nona le pareció como un animal peligroso que en esos momentos se estaba aproximando a ella. Viró la vista hacia otro lado al tiempo que la figura del hombre se cernía sobre su cuerpo esperando el sádico mordisco que terminara con ella. Sin embargo, Samuel la pasó de largo para aproximarse al elegante minibar que se encontraba a sus espaldas.


Nona se sintió como una estúpida al voltear de nuevo la mirada y darse cuenta de que Samuel podía percatarse por completo de sus pensamientos y emociones. Esos de los que él era el causante. Y por extraño que pudiera parecer, no se veía muy cómodo con el temor que sentía hacia él y que le era imposible de ocultar.

Sirvió un par de copas de vino y volvió a donde la abogada, esta vez se sentó muy cerca de ella.

—No tienes nada que temer, Nona —le dijo al tiempo que le ofrecía la copa—, mientras estés conmigo, nada te pasará.

—Pero ¿por qué? Soy la mujer que vino a descontrolar de nuevo tu vida, te estoy pidiendo que hagas algo atroz por mí. ¿Acaso deseas algo a cambio? ¿Quieres...?

—¿Asesinarte? ¿Drenarte hasta la muerte y violar tu cuerpo sin vida?

La mujer se quedó paralizada con la calma del hombre. Desvió los ojos, el contacto tan directo con esa mirada zafiro la ponía nerviosa.

—¿No es eso lo que solías hacer con tanta constancia?

—Sí, así fue —suspiró él—. Pero te he dicho que eso forma parte del pasado. Te seré sincero, Nona. Mis únicos motivos para protegerte es que tú tienes algo muy valioso para mí, horrendo, pero preciado. Además de que, en tantos años jamás pude confesárselo a nadie. He mantenido este asqueroso secreto en mi interior y sentía que me estaba devorando. De alguna manera, el poder depositarlos en ti es un alivio en mi zozobra. —Le dirigió una sonrisa amarga—. Perdona que te ocupe de esta manera. Supongo que una vez que Boris esté muerto, podremos estar a mano.

Pese a su confusión, la abogada asintió. Se miraron durante unos segundos. El silencio se cernió sobre ellos como un invitado indeseable hasta que Nona decidió ahuyentarlo.

—¿Sabes qué sitio es? —cuestionó mientras cogía el papel y le mostraba la dirección de Tarasov.

—Tengo algo de noción del lugar.

—No tiene esposa y nadie vive con él. Su única hija está fuera del pueblo, ni siquiera tiene contacto con ella así que la mayoría del tiempo está solo. ¿Cuándo te parece bien hacerlo?

Samuel bebió un sorbo del vino. En realidad, no quería hacerlo. Por su cabeza transitaban cientos de imágenes, recuerdos aún vívidos de lo que había hecho, incluso podía recordar a la perfección las facciones en el rostro de sus víctimas.

—Lo haré mañana mismo —dijo, sin embargo.


Nona sonrió para sus adentros. Le dolía darse cuenta de que aquello era demasiado difícil para Samuel y del peligro que ella misma corría al pedirle algo como eso. El riesgo de volver a despertar al asesino que con toda seguridad aún habitaba en él era demasiado, pero lo tomaría. Nadie podía culparla, después de todo estaba segura de sus planes. Si Boris Tarasov desaparecía de escena quizás Holly desistiría en su desesperada obstinación por matar inocentes. Sabía que al final del proceso jurídico se le enviaría a un hospital y eventualmente a su liberación. Era mucho mejor preparar el escenario para que esa mujer no tuviera más motivos para asesinar.



Brent encendió el cigarrillo. Frente a sus pies se había acumulado una pila de colillas y ceniza, aunque no se sentía mal en lo absoluto. En tiempos anteriores, cuando había dejado por completo el asqueroso vicio por la nicotina y alguno de sus allegados le ofrecía uno, él nunca lograba terminarlo por más deseos que tenía. Le hacía sentir el estómago revuelto casi al instante. Sin embargo, desde que comenzara la pesquisa hacia Holly Saemann, los cigarrillos se habían convertido una vez más en sus mejores amigos, lo mismo que las decenas de tazas de café durante el día.


Echó una breve ojeada a su alrededor. La noche comenzaba a caer sobre el viejo poblado de Hempstead, pronto la luz de los faroles se encendería y los transeúntes en el parque se verían reducidos a unas cuantas parejas vagabundas. No le importaba, se quedaría la madrugada entera si con ello lograba obtener algo de información sobre Samuel Collins. No le quedaba mucho tiempo. A lo sumo unas dos semanas más para que el juicio contra Holly diera comienzo al fin y Ryan no podría conseguir que se suspendiera por más tiempo. Era ahora o nunca. No sabía cómo diablos lo haría, pero tenía que atrapar a ese malnacido necrófilo y llevarlo ante la justicia. Sería como matar a dos pájaros de un solo tiro. Si todo salía como lo esperaba, pronto tendría a Holly muerta y a su cómplice encerrado de por vida.


Estaba a punto de terminar el último cigarrillo cuando un movimiento en la casa de los Collins atrajo su atención. Parecía que estaban a punto de abrir la puerta. Eso era lo que necesitaba. Si Collins salía de casa quizás él tendría la oportunidad de escabullirse en la propiedad y echar un ojo a todo. Si conocía a los hombres como Samuel —y vaya que lo hacía—, con toda seguridad aún guardaba algo que lo ligaría a Holly y esos asesinatos perpetrados por ambos.

De tal modo que, decidido, aguzó la vista y alargó el cuello para ver con claridad quién saldría por aquella puerta de madera barnizada.

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